LOS
LIBROS CANÓNICOS
HISTORIA DEL CANON DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS
II. Historia del Canon del Antiguo Testamento
No sabemos con certeza cuándo comenzaron los judíos a reunir los Libros
Sagrados en colecciones. Pero sí sabemos con plena seguridad que los judíos
poseían libros que consideraban como sagrados y los rodeaban de gran veneración.
El canon judío de los Libros Sagrados ignoramos cuándo fue definitivamente
cerrado. Para unos sería en tiempo de Esdras y Nehemías (s. V a.C.); para
otros, en la época de los Macabeos (s. II a.C.). Lo cierto es que los judíos
tenían en el siglo I de nuestra era una colección de libros Sagrados, que
consideraban como inspirados por Dios, y contenían la revelación de la
voluntad divina hecha a los hombre. En este sentido tenemos testimonios clarísimos
de Josefo Flavio[1], del cuarto libro de Edras[2] y del Talmud[3].
Jesucristo, los apóstoles y la Iglesia primitiva recibieron de los judíos
el canon del Antiguo Testamento. Por consiguiente, parece conveniente estudiar
los testimonios históricos que han llegado hasta nosotros acerca dela formación
del canon del Antiguo Testamento.
I. El canon del Antiguo Testamento
entre los judíos.
1. Los libros protocanónicos.- Primeramente
hablaremos de la formación del canon de los libros protocanónicos del Antiguo
Testamento, que eran aceptados por todos los judíos. Ateniéndonos a los
testimonios bíblicos, parece que la formación del canon tuvo la siguiente
evolución.
Antes del destierro existen
muchos lugares en la Sagrada Escritura que demuestran que los hebreos tuvieron
especial cuidado en conservar ciertos libros escritos por Moisés, Josué,
Samuel y otros grandes hombres del pueblo israelítico. En diversas ocasiones
Dios manda a Moisés que ponga por escrito las leyes, tanto civiles como
cultuales (cf. Ex 17,14; 34,27; Núm 33,2; Deut 31,9-14). También escribió el
libro de la alianza (Ex 24,4; Deut 27,8; cf. Ex 20,22-23,19). La Ley mosaica,
dada por el gran legislador al pueblo elegido, fue posteriormente aumentada con
n8evas leyes y adaptada a las necesidades del os tiempos. Esta Ley, designada
por los hebreos con el nombre de “Torah”, gozó siempre de gran autoridad
entre ellos. Josué, el sucesor de Moisés, añadió nuevas leyes y
ordenaciones, “escribiéndolas en el libro de la Ley de Dios” (Jos 24,25).
Samuel, profeta, “escribió el derecho real en un libro, que depositó ante
Yahvé” (1 Sam 10,25). Ezequías, rey, mandó coleccionar las sentencias de
Salomón (Prov 25,1).
Pero es sobre todo en la época de Josías, rey (640-608 a.C.), cuando se
comienza a hacer recurso a la autoridad de un texto escrito, cuyo carácter de código
sagrado parece que había sido reconocido oficialmente. Antes del reinado de Josías
no consta que la Ley mosaica haya gozado de una autoridad “canónica”
universalmente reconocida. Según el testimonio de la Sagrada Escritura, antes
de la reforma de Josías existían muchas prácticas de culto que no eran
conformes con las prescripciones del Levítico (cf. 2 Re 23,4-15). Sin embargo,
después que el sumo sacerdote Helcías encontró en el templo de Yahvé “el
libro de la Ley” (cf. 2 Re 22-23; 2 Crón 34,35), las cosas cambiaron
radicalmente. No se sabe si el libro encontrado ha de ser identificado con el
Pentateuco entero, o más bien con sólo el Deuteronomio. Pero el hecho es que,
a partir de este momento, “el libro de la Ley” fue considerado como algo muy
sagrado y como la colección de las leyes dadas por Dios a Israel. En los libros
de los Reyes encontramos ya las primeras citas explícitas de “la Ley de Moisés”
(cf. 1 Re 2,3 = Deut 29,8; 2 Re 14,6 = Deut 24,26).
Los profetas Isaías (Is 30,8; 34,16) y Jeremías (Jer 36, 2-4.27-32)
escribieron sus profecías. Y la obra del profeta Jeremías está inspirada
indudablemente en el espíritu de la reforma de Josías. Este mismo profeta
tiene citaciones de profetas anteriores (Jer 26,18s; 49,14-16 = Miq 3,12; Abd
1.4), lo cual parece indicar que ya existían colecciones de profecías.
Después del destierro tenemos
testimonios escriturísticos importantes, de los cuales podemos deducir que casi
todos los libros protocanónicos estaban ya reunidos en colecciones y eran
considerados como canónicos. Los textos bíblicos de esta época nos dan a
conocer tres clases de Libros Sagrados: la Ley (Torah), los Profetas (Nebi’im)
y los Escritos o Hagiógrafa (Ketubim).
El primer testimonio en este sentido es el del libro de Nehemías (c.
8-9). En él se narra que Esdras,
sacerdote y escriba, leyó y explicó la Ley
de Moisés delante del pueblo (444 a.C.). Y, después de escuchar su
lectura, el pueblo prometió con juramento observarla, lo cual parece indicar
que reconocían autoridad canónica al Pentateuco.
El profeta Daniel afirma que
“estaba estudiando en los libros el
número de los setenta años... que dijo Yahvé a Jeremías profeta” (Dan 9,2;
cf. Jer 25,11; 29,10). Esto demuestra con bastante claridad que en aquel tiempo
ya existía una colección de Libros Sagrados.
El libro del Eclesiástico,
escrito en hebreo en Palestina hacia el año 180 a.C. por Jesús, hijo de Sirac,
y traducido al griego por su nieto hacia el año 130 a.C., contiene un prólogo
añadido por el traductor que es de la máxima importancia para la historia del
canon. En él el nieto de Jesús ben Sirac habla de su abuelo, el cual “se dio
mucho a la lección de la Ley, de los
Profetas y de los otros libros patrios” (Eclo prólogo;
el traductor emplea por tres veces la misma expresión en el prólogo). De aquí
podemos deducir que la Biblia ya estaba dividida por aquel entonces en tres
grupos. Dos de los cuales, la Ley y los
Profetas, es muy posible que ya estuvieran definitivamente completos y
cerrados. El tercero, en cambio, designado con un término indefinido, los
otros libros, parece como insinuar que aún estaba en etapa de formación y
que todavía no había alcanzado la meta final. Además, Jesús ben Sirac, en el
himno de alabanza a los padres (Eclo c. 44-49), sigue ordinariamente el orden de
los escritos bíblicos, probando de esta manera que conocía todos los libros
que los hebreos colocaban bajo el título de profetas anteriores y posteriores.
Por otra parte, de las citas que tiene de otros libros del Antiguo Testamento se
puede concluir que conocía casi todos los libros del canon hebreo. De los únicos
que parece no hacer referencia alguna son el Cantar de los Cantares, Daniel,
Ester, Tobías, Baruc, Sabiduría.
En el libro segundo de los Macabeos,
escrito en griego hacia el año 120 a.C., se encuentra una carta de los judíos
de Jerusalén, escrita poco después del 164 a.C., dirigida a Aristóbulo y a
los judíos de Egipto (cf. 2 Mac 1,10-2,19). En ella se habla de un ejemplar
de la Ley, que el profeta Jeremías habría entregado a los deportados (2
Mac 2,1). También se hace referencia a los escritos sagrados que Nehemías había
reunido en su biblioteca, y a los que Judas Macabeo –siguiendo su ejemplo- había
juntado, después de haber sido desperdigados por la guerra (2 Mac 2,13-15). Los
libros que reunieron tanto Nehemías como Judas Macabeo se designan bajo los títulos
generales de “libros de los reyes”, “libros de los profetas”, “libros
de David” y “las cartas de los reyes sobre las ofrendas” (2 Mac 2,13).
El libro primero de los Macabeos
habla de Daniel y de sus tres amigos: Ananás, Azarías y Misael, que por su
inocencia y su gran fe fueron librados de la boca de los leones y del horno de
fuego (1 Mac 2,59s). Esto nos demuestra que el libro de Daniel ya formaba parte
del canon de las Sagradas Escrituras hacia el fin del siglo II (cf. 1 Mac 12,9).
Siglo I de nuestra era.- En
este tiempo se nos da ya claramente el número
de los Libros sagrados y su triple división: Ley,
Profetas y Hagiógrafos. Sin embargo, en algunos ambientes judíos existían
ciertas dudas sobre la canonicidad del Cant, Eclo, Prov, Ez y Est. Para unos debían
ser excluidos de la colección de los Libros Sagrados y de la lección pública
de la sinagoga; para otros tenían la misma autoridad que los demás Libros
Santos. Esto supone que ya por aquel entonces habían sido recibidos en la canon
del Antiguo Testamento.
Filón (+38 d.C.), el filósofo
judío alejandrino, no trata ex professo
del canon del Antiguo Testamento, pero cita el Pentateuco –al que atribuye
mayor grado de inspiración-, Jos, Jue, Re, Is, Jer, los Profetas Menores,
Salmos, Prov, Job, Esd[4].
El Nuevo Testamento contiene
innumerables citas del Antiguo Testamento, aunque no nombra explícitamente los
libros. Parece que no se alude a los libros de Rut, Esd-Neh, Est, Ecl, Cant, Abd,
Nah y a los deuterocanónicos del Antiguo Testamento. Pero es indudable que los
autores del Nuevo Testamento admitían y usaban los libros canónicos recibidos
por los judíos.
Josefo Flavio (a. 38-100 d.C.),
en su libro Contra Apión (1,7-8),
compuesto hacia el año 97-98 d.C., escribe que los judíos no tenían millares
de libros en desacuerdo y contradicción entre sí, como sucedía entre los
griegos, sino sólo veintidós[5],
que eran justamente considerados como divinos y contenían la historia del
pasado. Los 22 libros los distribuye de la siguiente manera: cinco
de Moisés, trece de los profetas[6]
y otros cuatro libros que contenían
himnos de alabanza a Dios y preceptos de vida para los hombres[7].
Este texto de Josefo Flavio es de gran importancia, aunque no nos dé los nombre
de los libros.
El cuarto libro de Esdras,
escrito hacia el final del siglo I d.C., afirma que el número de los libros
sagrados es de veinticuatro[8].
El autor de este libro de Esdras nos da una descripción de tipo legendario
sobre la manera como Edras, escriba y sacerdote, logró rehacer los libros
sagrados destruidos por Nabucodonosor. Movido por el espíritu profético,
estuvo dictando a cuatro escribas, durante carente días consecutivos, noventa y
cuatro libros. De éstos, veinticuatro
debían ser leídos por los dignos y los indignos, y los otros setenta había
que entregarlos a los hombres instruidos (4 Esd 14,44s). El número de
veinticuatro libros corrobora evidentemente la cifra de 22 libros que nos da
Josefo Flavio, y que se consigue juntando Rut con Jueces y las Lamentaciones con
Jeremías. En consecuencia, la pequeña diferencia de veinticuatro y de veintidós
es sólo aparente y depende del cálculo que se siga.
Siglo II después de Cristo.-
El Talmud[9]
babilónico nos da finalmente el canon completo del Antiguo Testamento. Enumera
24 libros según el orden y da los nombres de los autores. El número coincide,
pues, con el que nos da el 4 Esd y Josefo Flavio. Lo cual nos indica que en
aquel tiempo ya se encontraba cerrado el canon de los judíos. Este hecho parece
que tuvo lugar, según la tradición rabínica, en el sínodo de Yamnia (hacia
el año 100 d.C.). Después de la destrucción de Jerusalén, los judíos doctos
se consagraron con gran ahínco a conservar lo que aún subsistía del pasado,
en modo especial las Sagradas Escrituras. A partir del sínodo de Yamnia, que
fijó definitivamente el canon ya admitido desde hacía dos siglos, la gran
preocupación de los rabinos fue la conservación del texto sagrado. Los
trabajos de los Masoretas no perseguían más que este fin.
El testimonio del Talmud babilónico está contenido en una Baraita[10] del ensayo titulado Baba
Bathra (la “última puerta”). El texto es posterior al siglo II d.C.,
pero recoge una tradición de época bastante anterior. Dice así: “Nuestros
doctores nos transmitieron la enseñanza siguiente: El orden de los Profetas es
éste: Jos, Jue, Sam, Re, Jer, Ez, Is y los Doce (Profetas Menores)... El orden
de los hagiógrafos es el que sigue: Rut, Sal, Job, Prov, Ecl, Cant, Lam, Dan,
Est, Esd y Crón. ¿Y quién fue el que los escribió? Moisés escribió su
libro y la sección de Balaam[11] y Job. Josué escribió su libro y los ocho últimos
versículos de la Ley[12].
Samuel escribió su libro, el de los Jueces y Rut. David escribió su libro por
medio de los diez ancianos: Adán, Melquisedec, Abrahán, Moisés, Hemán,
Jedutun, Asaf y los tres hijos de Coré. Jeremías escribió su libro, el libro
de los Reyes y las Lamentaciones. Ezequías y sus asociados escribieron los
libros de Isaías, Proverbios, Cantar de los Cantares y Eclesiastés. Los
miembros de la Gran Sinagoga escribieron Ezequiel, los Doce (Profetas Menores),
Daniel y Ester. Esdras escribió su libro y las genealogías de las Crónicas
hasta su época, y Nehemías las completó”[13].
En este catálogo no se dice nada de los siete libros deuterocanónicos: Tobías, Judit, Baruc, Eclo, 1 y 2 Macabeos y
Sabiduría.
De lo dicho podemos concluir que el canon judío fue formado
sucesivamente. Que contenía los libros protocanónicos, siguiendo el canon
palestinense. Sin embargo, es muy posible que los libros deuterocanónicos no
estuvieran absolutamente excluidos del canon judío palestinense, pues, como
veremos después, algunos deuterocanónicos eran usados por los judíos de
Palestina. El canon, fijado definitivamente en el sínodo de Yamnia, debía de
estar ya terminado muy probablemente en el siglo II a.C., como nos lo demuestra
la versión del os Setenta, empezada en el siglo III y terminada a fines del
siglo II a.C.
2. ¿Fue Esdras el autor del canon
judío?.- Son bastantes los autores antiguos que atribuyen el canon de 24
libros del Antiguo Testamento a Esdras[14].
Por eso se le suele llamar canon esdrino.
Esta opinión fue de nuevo resucitada en el siglo XVI por el judíos Elías
Levita (+1549), el cual afirmó que Esdras había sido ayudado en su labor por
los “miembros de la Gran Sinagoga”[15].
A Elías Levita siguieron muchos protestantes y católicos, de tal forma que se
convirtió en la opinión común hasta nuestros días. Hoy, sin embargo, ha sido
abandonada por todos los autores. Para los protestantes, Esdras habría cerrado
de modo definitivo el canon, de tal manera que en lo futuro no se permitió añadir
más libros; para los católicos, en cambio, la compilación canónica de Esdras
no había sido definitiva. Por eso, los judíos alejandrinos pudieron añadir más
tarde los libros deuterocanónicos.
Varios eran los argumentos en que se apoyaba esta opinión. En primer
lugar, el celo de Esdras por la Ley[16].
El 2 Mac 2,13 afirma que Nehemías hizo una biblioteca para recoger los Libros
Sagrados. Josefo Flavio[17]
atribuye la formación del canon al tiempo de Artajerjes I Longímano (a.
465-425 a.C.), es decir, al período en que tuvo lugar la actividad religiosa de
Esdras y Nehemías. Y el relato del 4 Esd 14,18-47 demuestra que era creencia
común entre los judíos que el canon había sido determinado por Esdras.
Sin embargo, las dificultades que se opone a esta teoría son muy
fuertes. Si Esdras fue el que cerró el canon de los libros protocanónicos, no
se explicarían las dudas que surgieron más tarde a propósito de ciertos
libros protocanónicos. Además, los libros de las Crónicas y de Esdras no
fueron escritos hasta el tiempo de los griegos, es decir, bastante después de
la muerte de Esdras; y, sin embargo, son enumerados entre los Libros Sagrados
del canon esdrino. Por otra parte, ¡cómo nos explicaríamos la introducción
posterior de los libros deuterocanónicos en le canon de los judíos
alejandrinos? En cuanto a los testimonios de 2 Mac 2,13-14, de Josefo Flavio,
del 4 Esdras y del Talmud, tan sólo demuestran que en tiempo de fueron
coleccionados los libros protocanónicos y desde entonces se los trató con gran
veneración. La afirmación de un grupo de Padres que atribuyen a Esdras la
formación del canon del Antiguo Testamento no tiene valor probativo, ya que se
apoya en la leyenda del 4 Esd, a la que aluden frecuentemente.
Los judíos palestinenses admitían,
en tiempo de Cristo, todos los libros protocanónicos como sagrados. Esto parece
estar fuera de toda duda. Existen incluso algunos indicios que parecen indicar
que los mismo judíos palestinenses conocían y usaban algunos de los libros
deuterocanónicos. En Qumrán se han encontrado algunos fragmentos de tres
libros deuterocanónicos: del Eclesiástico (gruta 2), de Tobías (gruta 4) y de
Baruc (gruta 7)[18].
Los judíos alejandrino, en
cambio, consideraban como canónicos no solamente los libros protocanónicos,
sino también los deuterocanónicos, tal como
se encontraban en la versión de los Setenta. De aquí ha nacido la
división del canon en palestinense y alejandrino, como veremos a continuación.
3. Los libros Deuterocanónicos.- La
versión griega de los Setenta, ejecutada en Egipto entre el 300-130 a.C.,
contenía, además de los libros protocanónicos, recibidos por todos los judíos,
otros siete libros llamados deuterocanónicos:
Tobías, Judit, Baruc, Eclesiástico, 1 y 2 Macabeos, Sabiduría y fragmentos de
Ester (10,4-16,24) y Daniel (3,24-90; 13; 14).
La
Iglesia cristiana, ya desde los tiempos apostólicos, recibió, entre los Libros
Sagrados, los deuterocanónicos, sin hacer distinción alguna entre libros
protocanónicos y deuterocanónicos. De este modo, el canon de los judíos
alejandrino se convirtió en el canon de la Iglesia católica.
Pero podemos preguntarnos, ¿qué autoridad tenían los libros deuterocanónicos
entre los judíos palestinenses y helenistas? ¡Eran recibidos también como
sagrados por los judíos de Palestina?
Opiniones:
a) Según la sentencia de varios autores, el canon judío habría sido único
para todos los judíos. Y sería el canon
breve, que no abarcaría los libros deuterocanónicos. Este modo de pensar
es muy común entre los protestantes, y también es seguido por algunos católicos.
Pero éstos suponen que no es necesario que la Iglesia haya recibido el canon de
los judíos. Basta que lo haya recibido de los apóstoles y éstos de Cristo, el
cual habría dado instrucciones particulares a sus discípulos respecto de la
inspiración de los deuterocanónicos. Propuesta de esta forma la hipótesis, es
totalmente ortodoxa; pero no parece apoyarse en los datos históricos, como
veremos después.
b) Para otros autores, el canon del Antiguo Testamento habría sido único
tanto para los judíos palestinenses como para los alejandrinos. Ente canon único
contendría todos los libros protocanónicos y deuterocanónicos. Solamente en
tiempo posterior (s. I-II d.C.), los fariseos habrían rechazado los deuterocanónicos
por motivos particulares. Los judíos helenistas, por el contrario, los habrían
conservado.
c) Una tercera opinión, que nos parece la más probable, sostiene que
entre los judíos existió un doble
canon. El canon breve de los judíos
de Palestina, que no contenía los libros deuterocanónicos, y el canon amplio
de los judíos alejandrinos, que comprendía los libros deuterocanónicos.
Esta divergencia entre los judíos palestinenses y alejandrinos se
explica fácilmente si tenemos en cuenta el ambiente en que cada grupo vivía.
Los judíos alejandrinos tenían un concepto más amplio de la inspiración bíblica
que los palestinenses. Estaban convencidos que poseían la sabiduría divina, y
ésta, derramándose a través de las edades en las almas santas, puede suscitar
dondequiera y cuandoquiera amigos de Dios y profetas[19].
Por otra parte, esta divergencia era provocada en cierto sentido por la gran
estima y reverencia que algunos grupos de judíos palestinenses tenían por
ciertos libros deuterocanónicos[20].
Es indudable que la versión griega alejandrina, llamada de los Setenta,
contenía los deuterocanónicos. El
lugar que ocupan en los Setenta no es al final, como si fueran un apéndice o de
un género inferior, sino que están mezclados con los libros protocanónicos.
Lo cual parece ser un indicio claro de que se les reconocía la misma autoridad
y dignidad y se les atribuía el mismo valor[21].
Hay, además, testimonios que nos demuestran que la mayor parte de los
deuterocanónicos del Antiguo Testamento eran leídos y venerados por los judíos
palestinenses y de la diáspora.
El Eclesiástico fue escrito en
hebreo y conservado durante mucho tiempo en esta lengua[22].
Es alabado por el Talmud con frecuencia[23]
y citado muchas veces por los rabinos hasta el siglo X d.C. En algunos lugares
incluso se le cita como escritura canónica[24].
De donde parece deducirse que en la antigüedad el Eclesiástico fue tenido como
canónico, al menos por ciertos círculos de judíos.
Tobías y Judit eran muy leídos
por los judíos, como se ve por los Midrashim,
en donde se les comenta[25].
En tiempo de San Jerónimo, todavía se usaba el texto arameo o el hebreo[26].
Baruc era leído públicamente
por los judíos, aun en el siglo IV, en el día de la Expiación, según el
testimonio de las Constitutiones
apostolicae[27].
Además, la versión griega de Bar fue hecha por el mismo autor que hizo la de
Jer 29-41. En consecuencia, Bar paree que ya estaba unido a Jer cuando hicieron
la versión griega de este último.
El 1 de los Macabeos, según el
testimonio del Talmud babilónico[28],
era leído entero en la fiesta de las Encenias
o de la dedicación del templo (Hanukkah)[29].
También es citado por Josefo Flavio[30],
y en tiempo de Orígenes[31]
y de San Jerónimo se conservaba aún el texto hebreo del 1 Mac[32].
El 2 de los Macabeos fue
escrito originariamente en lengua griega, por cuyo motivo es menos citado por
los escritores judío-palestinenses.
El libro de la Sabiduría, cuya
lengua original también fue el griego, es citado varias veces en el Nuevo
Testamento[33],
lo cual supone que era conocido de los judíos. San Epifanio nos informa que los
judíos de su tiempo (s. IV) disputaban acerca del libro de la Sabiduría[34].
Lo que parece indicar que algunos admitían su canonicidad, como se deduce de
las palabras de San Eustacio de Antioquía[35].
Las partes deuterocanónicas de Ester
(10,4-16,24) pertenecen probablemente al texto original. Esto parece confirmado
por el hecho de que en los Setenta los fragmentos deuterocanónicos no están
formando un apéndice a la parte protocanónica, como en la Vulgata, sino
mezclados con ella. Son usados por Josefo Flavio.
Los fragmentos deuterocanónicos de Daniel
(3,24-90; 13; 14), escritos en lengua hebrea o aramea, también debieron de
formar parte del texto original. Es de suma importancia el que estas partes
deuterocanónicas se encuentren en la versión de Teodoción (finales del s. II
d.C.), hecha directamente del he reo. San Jerónimo tomó estos fragmentos
deuterocanónicos de Daniel de la versión de Teodoción y los incorporó a su
versión latina hecha sobre el original hebreo. Es también probable que la
historia de Susana[36]
se encontrara en la versión de Símaco.
De lo dicho podemos concluir que muchos de los deuterocanónicos del
Antiguo Testamento gozaban de gran autoridad entre los judíos palestinenses.
Esto no quiere decir, sin embargo, que los considerasen como canónicos. Lo más
verosímil parece ser que los libros deuterocanónicos fueron recibidos en el
canon de las Sagradas Escrituras por los judíos helenistas, independientemente
de los judíos palestinenses. Más tarde la Iglesia, guiada por la autoridad de
Jesucristo y de los apóstoles, aprobó este canon y lo hizo suyo, como veremos
en su lugar. De este modo, el canon más amplio de los judíos alejandrinos se
vino a convertir en patrimonio de la Iglesia de Cristo. La Iglesia en su elección
no se dejó guiar por el espíritu particularista de los fariseos, sino por el
espíritu universalista de Jesucristo y de los apóstoles.
[1] Contra Apion 1,8.
[2] 4 Esdr 14,37-48.
[3] Talmud de Babilonia (Baba bathra 14b-15a).
[4] Cf. H. E. Ryle, Philo and Holy Scripture (Londres 1895).
[5] El número 22 corresponde a las letras del alefato hebraico. Esta misma cifra de 22 libros es corroborada por Melitón de Sardes (Eusebio, Histo Eccl 4,26), Orígenes (Expos. in Ps. I), San Atanasio (Epist. Fest. 39), San Cirilo de Jerusalén (Catech. 4,33,35I, San Gregorio Nacianceno (Carm. 1,12), Rufino (In symb. 37), San Jerónimo (Prol. gal.), San Epifanio (Mens. et pond. 4s.22.)San Isidoro de Sevilla (Etim.. 16,10).
[6] Los 13 libros de los profetas son: Jos, Jue-Rut, Samuel, Re, Crón, Esdras-Nehemías, los 12 profetas menores, Is, Jer-Lam, Ez, Dan, Job, Est.
[7] Esos otros cuatro libros deben de ser: Salmos, Prov, Cant, Ecl. Cf. W. Fell, Der Bibelkanon des Josephus: BZ (1909) 1-16. 113-122. 235-244)
[8] El número 24 proviene probablemente del alfabeto griego. Esta enumeración reúne de dos en dos los libros de Sam, los dos de los Re, los dos de las Crónicas y los de Esd y Neh; los 12 profetas menores forman también una sola unidad.
[9] Talmud significa “enseñanza, doctrina”, porque recoge la enseñanza de los rabino. Consta el Talmud de dos partes: la Mishna y la Guemara. La Mishna fue compilada a finales del siglo II d.C., en Tiberíades, por el rabino Judá han-Nasi, en la que se mencionan cerca de 150 rabinos, que ordinariamente se llaman Tannaítas. La Guemara es como el complemento del Talmud por los rabinos posteriores, llamados Amoraim, que expusieron la Mishna en Palestina desde el año 219 al 359, y en Babilonia desde el 219 al 500 d.C. Por eso, la primera es conocida como la revisión palestinense, y la segunda como revisión babilónica.
[10] Baraita = “externo”, indica el material que ha sido transmitido por los rabinos, pero que no ha sido incorporado a la Mishna.
[11] Núm 23-24.
[12] Se refiere a Deut 34,5-12: muerte de Moisés.
[13] Baba Bathra 14b-15a. Cf. H. Strack – P. Billerbeck, Kommentar zum N.T. aus Talmud und Midrasch IV p. 424s.
[14] Así San Ireneo, Clemente de Alejandrino, Orígenes, Tertuliano, San Juan Crisóstomo.
[15] Ch. D. Ginsburg, The Massoreth hammasoreth (Londres 1867) p. 111.
[16] Esd 7,6.11; Neh 8-10.
[17] Contra Apión 1,8.
[18] Cf. J. T. Milik, Dieci anni di scoperte nel deserto di Giuda (Turín 1957) p. 23.
[19] Cf. Sab 7,27.
[20] Por los documentos de Qumrán sabemos que éstos leían y usaban algunos de los deuterocanónicos. Cf. J. T. Milik, Dieci anni di scoperte nel deserto de Giuda (Turín 1957) p. 23.
[21] Este es el orden que tienen en el códice Vaticano (B): Gén, Ex, Lev, Num, Deut, Los, Jue, Rut, 1-2 Sam, 1-2 Re, 1-2 Crón, Esd-Neh, Sal, Prov, Ecl, Cant, Job, Sap, Eclo, Est, Jdt, Tob, Os, Am, Miq, Jl, Abd, Jon, Nah, Hab, Sof, Ag, Zac, Mal, Is, Jer, Bar, Lam, Carta de Jer (=Bar 6), Dan. Faltan 1-2 Mac, pero se encuentran en el Sinaítico y en el Alejandrino. El B reproduce el orden de manuscritos antiguos griegos.
[22] En la Geniza de una Antigua sinagoga de El Cairo se ha encontrado una gran parte del texto hebreo del Eclo, entre los años 1896-1900.
[23] Cf. Chagiga 2,1; Sanhedrin 10b. Ver S. Schechter, The Quotations from Ecclesiasticus in Rabbinic Literature, Jewish Quarterly Review (1891) 687-706.
[24] Talmud babilónico, Erubin 65a; ibid. baba kama 92b.
[25] Los Midrashim son una exposición libre y a veces arbitraria del texto bíblico.
[26] Praef. In Tob.
[27] Const. Apost. 5,20.
[28] Yoma 29a.
[29] Hanukkah significa “consagración”. Ver 1 Mac 4.
[30] Contra Apión 1,1.
[31] En Eusebio, Hist. Ecl. 6,25.
[32] San Jerónimo, Prol. gal.
[33] Sab 2,13.18 = Mt 27,43; Sab 3,8 = 1 Cor 6,2; Sab 4,10 = Heb 11,5; Sab 5,18-21 = Ef 6,14.16s; Sab 6,4.8 = Rom 2,11; 13,1; Sab 12,24-15.19 = Rom 1,19-32.
[34] San Epifanio, Haer. 8,6.
[35] C. Orig. 18.
[36] Dan 13.