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Por
ello, la religiosidad popular, entendida como «el modo
peculiar que tiene el pueblo, es decir la gente sencilla, de
vivir y expresar su relación con Dios, con la Virgen y con
los santos, no sólo en un ambiente privado e íntimo, sino
también en comunidad», tiene un valor inmenso. La
religiosidad popular es sencillamente la religiosidad del
pueblo, de las gentes que viven y no pueden por menos que
expresar públicamente, con sincera y sencilla espontaneidad,
su fe cristiana, recibida de generación en generación, y que
ha ido configurando la vida y las costumbres de todo un
pueblo. La piedad popular es un modelo de la encarnación de
la fe en las realidades culturales, que las impregna y al
mismo tiempo se enriquece con ellas; es decir, es un modelo de
inculturación de la fe.
«La fe incorpora hombres concretos al pueblo de Dios sin
desarraigarlos de su propio pueblo y cultura», escriben los
obispos del Sur, en su Carta pastoral El catolicismo popular
en el sur de España, publicada por la diócesis de Jaén en
Directorio pastoral de la religiosidad popular y evangelización.
«La Iglesia –añaden– acoge en su seno a los nuevos
creyentes para acompañarlos por el camino que andan en este
mundo con toda su comunidad cultural, y para que sean
precisamente sus miembros cristianos los que señalen a todo
el pueblo el horizonte final de la historia que hacen en común.
Parece correcto reconocer en la historia de la Iglesia una
constante reciprocidad entre evangelización de un pueblo e
inculturación del Evangelio». Para que esta relación sea
fecunda –dicen los obispos–, por un lado, «hay que hacer
capaz a esa cultura de expresar explícitamente los signos de
la fe, y de aceptar la ruptura con las tradiciones y formas
que sean incompatibles con el Evangelio; por otro lado, la
Iglesia ha de hacerse a sí misma capaz de asimilar los
valores de ese pueblo, de comprender cómo ve él desde ellos
el Evangelio. En esas condiciones será posible comunicar el
mensaje evangélico a un pueblo con toda la autenticidad de la
palabra de Dios, pero también con toda la autenticidad de la
realidad cultural y del mismo ser de ese pueblo».
España es un país con profundas raíces culturales
cristianas. El rico patrimonio cultural y la gran cantidad y
calidad de expresiones populares de la fe que subsisten, es
buena muestra de ello. El legado cultural cristiano de
nuestros antepasados es inmenso. El reto de las nuevas
generaciones es cuidarlo, depurarlo y enriquecerlo. «A la
religiosidad popular, cuando no se la cultiva, purifica y
desarrolla, le es aplicable lo de aquel refrán cubano: El
padre bodeguero, el hijo caballero y el nieto pordiosero
–explicaba, recientemente, monseñor Antonio Montero,
arzobispo de Mérida-Badajoz, en una conferencia en Huelva,
sobre Las prioridades de la Iglesia en España–. Los pueblos
que aún gozamos de una religiosidad popular abundantísima,
¿no seremos el hijo caballero que está dilapidando
alegremente un patrimonio espiritual acumulado desde siglos?
Si a las tradiciones religiosas y a los hábitos culturales no
se les inyecta constantemente el jugo de una fe personal, de
una experiencia religiosa auténtica, de una práxis
cristiana, en la vida privada y en el comportamiento social,
la fe se va diluyendo en sentimiento y supersticiones, la sal
del Evangelio se hará insípida».
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Si
no os hacéis como niños…
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Siendo
yo niño, una noche de Viernes Santo, con la luna muy
grande y un olor a incienso y romero que todo lo
llenaba, sobre las baldosas del zaguán de mi casa de
pueblo, arrodillado junto a los míos, veía pasar la
procesión de la Soledad. Desfilaban las mujeres
enlutadas, titilaban las estrellas de abril y, desde
el campo cercano, subía en el misterio de la noche
primaveral un aroma a hierba fresca. Las baldosas de
la casa estaban relucientes. Había guijarros pequeñitos
haciendo unos juegos ingenuos en el centro de la casa,
escoltados por macetones de pilistras y laureolas.
Desde uno de los cuartos del interior salía el olor a
alhucema quemada, que se había colocado en un
braserillo de cobre. El silencio era majestuoso.
Apenas si lo quebraba una suavísima marcha fúnebre
que la banda de música desgranaba con melancolía.
Después, por en medio de la calle blanca, alumbrada
tenuemente por la luna y por unas débiles linternas
que alcanzaban su rostro lloroso, bajaba la Virgen de
los Dolores. Era una talla hermosa, con un tupido
manto de terciopelo negro bordado en oro. Se
balanceaba suavemente al compás del paso de sus
portadores. Recuerdo que detuvieron la imagen a la
puerta de casa donde todos permanecían arrodillados.
Alguien de mi familia dijo a mi oído: «Es la Virgen
de la Soledad, la imagen más querida de
Extremadura…» Santiago Castelo. De Pregón de
Semana Santa, de Badajoz (3 de abril de 2001)
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En
Semana Santa
En Semana Santa, miles de ciudadanos salen a las calles para
rememorar la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Ésta
es una espléndida muestra de la riqueza de la religiosidad
popular española. Niños, jóvenes, y no tan jóvenes,
participan activamente en la vida de las Cofradías y
Hermandades diseminadas por todo el territorio nacional. Las
procesiones penitenciales son un legado del pasado, que sigue
dando sus frutos. Don Alejandro Zarza es un joven de Granada que
lleva más de diez años saliendo como penitente en la Cofradía
de Nuestro Señor del Rescate: «Cuando empecé a salir como
penitente, tenía ocho o nueve años –dice a Alfa y Omega–.
Al principio, salía por afición y por la tradición que me había
inculcado mi padre, que era el que me llevaba a misa los
domingos y a las procesiones de Semana Santa. Pero, después, me
he involucrado en la Cofradía por algo más. Salir como
penitente me sirve para recordar lo que vino a hacer Dios a la
tierra por nosotros. Jesús vino a salvar al hombre. En Semana
Santa, llevamos nuestros pasos titulares a la catedral o, lo que
es lo mismo, hacemos estación de penitencia en la Madre
Iglesia. Es una manifestación de fe que sirve como catequesis a
la gente que viene a verlo. Recordamos a la gente que Jesucristo
murió para salvarnos».
Los penitentes de las procesiones de Semana Santa son aquellas
personas que acompañan a las imágenes de las Hermandades y
Cofradías por las calles, con el rostro cubierto y, en algunos
casos, descalzos y con cruces,, en señal de penitencia. Es una
expresión popular de penitencia y una manera de unirse a la
pasión y muerte de Jesucristo, en Semana Santa. «Llevamos el
rostro cubierto para reservar la intimidad del penitente
–continúa don Alejandro Zarza–. Nos recomiendan que nos
pongamos la túnica al llegar a la Iglesia; si alguien prefiere
vestirse en casa, ha de salir con la cara cubierta. Los tres
pilares básicos de mi vida son ilusión, responsabilidad y
compromiso. Pertenecer a la Cofradía y salir cada año acompañando
al Señor, me recuerda estas tres cosas que quiero tener
presentes, día a día, en mi vida».
Otra expresión popular de penitencia es la que realizan los
costaleros o braceros; aquellos que cargan en sus hombros o en
su costal los pasos de Semana Santa. «Mis primeras experiencias
como costalero empezaron, al igual que muchos sevillanos, en los
meses de mayo de mi niñez –nos explica don Juan Antonio
Zambrano, costalero sevillano con 14 años de experiencia–. En
mi ciudad los críos juegan a sacar pasos en miniatura, hechos
con materiales caseros. Para mí, ésta fue la verdadera escuela
del costal. Con toda la ilusión de un joven, al cumplir la
mayoría de edad, ya pude ser costalero de verdad en un Palio
del Jueves Santo, en mi Hermandad de la Virgen del Valle. Ser
costalero es una manera muy particular de demostrar la fe que
tenemos a Cristo y a su Madre, y así sacarlos a la calle con el
mayor arte y decoro posible». Pero, como en toda actividad
humana, el mundo de los costaleros tiene sus luces y sus
sombras: «Hay costaleros que solamente lo hacen por afición y
no por devoción –reconoce don Juan Antonio Zambrano–; también
hay algún capataz que sólo busca un protagonismo efímero. Éste
es un bonito y, a la vez, complicado mundo que va evolucionando
como la vida misma. Lo fundamental es que subsista lo más
importante: la fe en Cristo».
Hay que destacar que esta expresión de fe popular no se reduce
exclusivamente a un solo día del año. Los costaleros o
braceros son miembros de sus respectivas Cofradías y
Hermandades. «Pertenezco a la Cofradía del Santísimo Cristo
de la Lanzada y María Santísima de la Caridad –nos dice don
Marcelino Quintana, costalero granadino de 29 años–. Durante
todo el año, la Cofradía organiza actividades, obras de
caridad y misas. Hay muchas actividades. Ser cofrade no es sólo
el día de la salida procesional, sino durante todo el año. En
la Cofradía hay un montón de gente, tanto gente mayor como jóvenes
y niños. Además de los costaleros, está la banda, el cuerpo
de camareras y el cuerpo de penitentes. Hay varias secciones en
cada Cofradía. Soy costalero –continúa–, sencillamente,
por una promesa y por el cariño que le tengo a mi Cristo, una
imagen que representa verdaderamente al Hijo de Dios; por eso lo
llevo a través de un Via crucis en Semana Santa».
Las
imágenes, ayer y hoy
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Las
imágenes son símbolos, recuerdos, iconografía...,
referentes que ayudan a nuestra pobre imaginación, en
los viejos tiempos de la construcción de iglesias y
catedrales y en los nuevos tiempos del mundo virtual,
a repensar, por ejemplo, la Pasión, a reflexionar
sobre ella y a buscar en el interior. Se corre el
peligro –es preciso recordarlo– de confundir el
fondo religioso con la forma de las creaciones artísticas,
la oración y el sentimiento de espiritualidad con la
imagen visual, y la llama de la fe con el fulgor de
las luminarias. Se corre el peligro de que la estética
del arte religioso se convierta en atractivo folclórico
y vacío de contenido; incluso –lo que es peor– en
algo tangencialmente comercial. Pero existe una relación
evidente entre el arte y la fe, entre la belleza de la
creación y la trascendencia. Maximiliano Fernández,
Vicerrector de la Universidad Católica de Ávila
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La
fe de los sencillos
La religiosidad popular en España tiene muchas luces y sigue
acercando a mucha gente a Dios y a la Iglesia. «Mi Cofradía es
la del Dulce Nombre de Jesús Nazareno, y se fundó en torno a
1611 –nos cuenta don Álvaro Sánchez, un leonés de 24 años–.
Cuando voy procesionando, con la túnica, con la cruz, voy acordándome
de Jesucristo. Es una forma de compartir con Él todo lo que
sufrió, y de entender un poco lo que Él vivió en aquellos
tiempos. De esta manera intento vivir cristianamente la Semana
Santa». Y, como este joven de León, otras muchas personas.
Según don José Antonio Hernández Navarro, escultor imaginero
de Murcia, en los últimos años, se observa un importante auge
de estas tradiciones populares: «Yo no sé qué será, esto lo
tendrían que estudiar o dar una explicación los sociólogos o
los
teólogos, pero es cierto que la devoción por las imágenes y
las procesiones de Semana Santa va a más. Los encargos en mi
taller se multiplican, se están formando nuevas Cofradías
fundadas por gente joven. Por ejemplo, hay jóvenes que forman
un coro, y lo que sacan con sus actuaciones lo emplean para
hacer una imagen y fundar su propia cofradía». Sin duda, la
religiosidad popular, «cuando está bien orientada, sobre todo
mediante una pedagogía de evangelización, contiene muchos
valores –decía el Papa Pablo VI–. Refleja una sed de Dios
que solamente los pobres y sencillos pueden conocer. Hace capaz
de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo, cuando se trata
de manifestar la fe. Comporta un hondo sentido de los atributos
profundos de Dios: la paternidad, la providencia, la presencia
amorosa y constante. Y engendra actitudes interiores, que
raramente pueden observarse en el mismo grado en quienes no
poseen esa religiosidad: paciencia, sentido de la cruz en la
vida diaria, desapego y devoción». El reto es valorar, cuidar,
depurar y enriquecer la religiosidad popular. Y reconocer su
inmensa capacidad como vía de evangelización. Como bien decía
José Luis Martín Descalzo: «En Semana Santa, procuro ir a las
procesiones para que me siga dando vergüenza. Al menos en ellas
me enfrento una vez al año con mi hipocresía. No hace falta
decir que el centro de la Semana Santa está en la oración y en
la liturgia. Pero pienso que siendo de barro como somos, no está
tan mal algo que afecte a nuestros ojos y a nuestra emoción
humanos. Y nuestros antepasados inventaron muy bien las
procesiones para lograrlo».
La
Santa Sede prepara un Directorio sobre religiosidad
popular
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La
Congregación para el Culto divino, busca potenciar
los elementos evangelizadores de la religiosidad
popular y superar aquellas costumbres que alejan del
corazón del cristianismo.
Imágenes, devociones a santos, coloridas
procesiones..., constituyen algunos de los elementos más
característicos de la religiosidad popular, expresión
de una extraordinaria riqueza espiritual, que en
ocasiones, sin embargo, cae en costumbres muy
originales pero poco cristianas. Como una ayuda para
discernir entre todas estas prácticas, la Santa Sede
está preparando un Directorio sobre la religiosidad
popular. El primer borrador fue presentado a la
Asamblea de la Congregación para el Culto divino y la
disciplina de los sacramentos, reunida a finales de
septiembre en el Vaticano. El texto base ha sido
preparado por el cardenal Norberto Rivera Carrera,
arzobispo Primado de México, país en el que la
religiosidad popular ha sido, desde las apariciones de
Guadalupe, un pilar de la evangelización. En estos
momentos, la Congregación para el Culto divino, cuyo
Presidente es el cardenal chileno Jorge Arturo Medina,
está incluyendo las observaciones que se presentaron
durante su asamblea anual, para después presentar el
texto definitivo a Juan Pablo II, a quien le
corresponde dar su aprobación definitiva. El texto,
según explica cardenal Medina en declaraciones a
Radio Vaticano, «está dividido en dos partes: una
primera es más bien histórica y, por tanto, afronta
qué es la religiosidad popular, cómo se expresa, cuáles
son sus manifestaciones, etc.» La segunda parte –añade–
«busca un acuerdo y una coherencia entre la vida litúrgica
y la piedad popular. Este argumento representa específicamente
el núcleo de la cuestión».
La Santa Sede subrayará, por tanto, los aspectos
positivos de la religiosidad popular, que durante
siglos ha sido una ayuda indiscutible para la vida
espiritual de muchas personas, pero buscará superar
aquellos elementos de costumbres populares que, en
ocasiones, desvían del corazón del cristianismo.
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