La religiosidad popular
El pueblo, protagonista

La fe no es algo etéreo, una idea, una filosofía o una ideología. La fe procede de un encuentro personal con Jesucristo, el Hijo de Dios hecho carne. La persona que descubre el amor de Dios en su vida no es la misma que antes. Y un pueblo que cree en el Dios vivo y verdadero, Jesucristo, y Lo sigue, es un pueblo singular. La religiosidad popular es la fe del pueblo sencillo, que se hace vida y cultura
Inés Vélez


Una de las cuestiones centrales y candentes en la Iglesia hoy en día es el problema de la inculturación de la fe. Bien lo ha expresado, en repetidas ocasiones, el Papa Juan Pablo II: «La síntesis entre cultura y fe no sólo es una exigencia de la cultura, sino de la fe. Una fe que no se hace cultura, es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada ni fielmente vivida»
 




Por ello, la religiosidad popular, entendida como «el modo peculiar que tiene el pueblo, es decir la gente sencilla, de vivir y expresar su relación con Dios, con la Virgen y con los santos, no sólo en un ambiente privado e íntimo, sino también en comunidad», tiene un valor inmenso. La religiosidad popular es sencillamente la religiosidad del pueblo, de las gentes que viven y no pueden por menos que expresar públicamente, con sincera y sencilla espontaneidad, su fe cristiana, recibida de generación en generación, y que ha ido configurando la vida y las costumbres de todo un pueblo. La piedad popular es un modelo de la encarnación de la fe en las realidades culturales, que las impregna y al mismo tiempo se enriquece con ellas; es decir, es un modelo de inculturación de la fe.
«La fe incorpora hombres concretos al pueblo de Dios sin desarraigarlos de su propio pueblo y cultura», escriben los obispos del Sur, en su Carta pastoral El catolicismo popular en el sur de España, publicada por la diócesis de Jaén en Directorio pastoral de la religiosidad popular y evangelización. «La Iglesia –añaden– acoge en su seno a los nuevos creyentes para acompañarlos por el camino que andan en este mundo con toda su comunidad cultural, y para que sean precisamente sus miembros cristianos los que señalen a todo el pueblo el horizonte final de la historia que hacen en común. Parece correcto reconocer en la historia de la Iglesia una constante reciprocidad entre evangelización de un pueblo e inculturación del Evangelio». Para que esta relación sea fecunda –dicen los obispos–, por un lado, «hay que hacer capaz a esa cultura de expresar explícitamente los signos de la fe, y de aceptar la ruptura con las tradiciones y formas que sean incompatibles con el Evangelio; por otro lado, la Iglesia ha de hacerse a sí misma capaz de asimilar los valores de ese pueblo, de comprender cómo ve él desde ellos el Evangelio. En esas condiciones será posible comunicar el mensaje evangélico a un pueblo con toda la autenticidad de la palabra de Dios, pero también con toda la autenticidad de la realidad cultural y del mismo ser de ese pueblo».
España es un país con profundas raíces culturales cristianas. El rico patrimonio cultural y la gran cantidad y calidad de expresiones populares de la fe que subsisten, es buena muestra de ello. El legado cultural cristiano de nuestros antepasados es inmenso. El reto de las nuevas generaciones es cuidarlo, depurarlo y enriquecerlo. «A la religiosidad popular, cuando no se la cultiva, purifica y desarrolla, le es aplicable lo de aquel refrán cubano: El padre bodeguero, el hijo caballero y el nieto pordiosero –explicaba, recientemente, monseñor Antonio Montero, arzobispo de Mérida-Badajoz, en una conferencia en Huelva, sobre Las prioridades de la Iglesia en España–. Los pueblos que aún gozamos de una religiosidad popular abundantísima, ¿no seremos el hijo caballero que está dilapidando alegremente un patrimonio espiritual acumulado desde siglos? Si a las tradiciones religiosas y a los hábitos culturales no se les inyecta constantemente el jugo de una fe personal, de una experiencia religiosa auténtica, de una práxis cristiana, en la vida privada y en el comportamiento social, la fe se va diluyendo en sentimiento y supersticiones, la sal del Evangelio se hará insípida».

Si no os hacéis como niños…
Siendo yo niño, una noche de Viernes Santo, con la luna muy grande y un olor a incienso y romero que todo lo llenaba, sobre las baldosas del zaguán de mi casa de pueblo, arrodillado junto a los míos, veía pasar la procesión de la Soledad. Desfilaban las mujeres enlutadas, titilaban las estrellas de abril y, desde el campo cercano, subía en el misterio de la noche primaveral un aroma a hierba fresca. Las baldosas de la casa estaban relucientes. Había guijarros pequeñitos haciendo unos juegos ingenuos en el centro de la casa, escoltados por macetones de pilistras y laureolas. Desde uno de los cuartos del interior salía el olor a alhucema quemada, que se había colocado en un braserillo de cobre. El silencio era majestuoso. Apenas si lo quebraba una suavísima marcha fúnebre que la banda de música desgranaba con melancolía. Después, por en medio de la calle blanca, alumbrada tenuemente por la luna y por unas débiles linternas que alcanzaban su rostro lloroso, bajaba la Virgen de los Dolores. Era una talla hermosa, con un tupido manto de terciopelo negro bordado en oro. Se balanceaba suavemente al compás del paso de sus portadores. Recuerdo que detuvieron la imagen a la puerta de casa donde todos permanecían arrodillados. Alguien de mi familia dijo a mi oído: «Es la Virgen de la Soledad, la imagen más querida de Extremadura…» Santiago Castelo. De Pregón de Semana Santa, de Badajoz (3 de abril de 2001)

En Semana Santa
En Semana Santa, miles de ciudadanos salen a las calles para rememorar la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Ésta es una espléndida muestra de la riqueza de la religiosidad popular española. Niños, jóvenes, y no tan jóvenes, participan activamente en la vida de las Cofradías y Hermandades diseminadas por todo el territorio nacional. Las procesiones penitenciales son un legado del pasado, que sigue dando sus frutos. Don Alejandro Zarza es un joven de Granada que lleva más de diez años saliendo como penitente en la Cofradía de Nuestro Señor del Rescate: «Cuando empecé a salir como penitente, tenía ocho o nueve años –dice a Alfa y Omega–. Al principio, salía por afición y por la tradición que me había inculcado mi padre, que era el que me llevaba a misa los domingos y a las procesiones de Semana Santa. Pero, después, me he involucrado en la Cofradía por algo más. Salir como penitente me sirve para recordar lo que vino a hacer Dios a la tierra por nosotros. Jesús vino a salvar al hombre. En Semana Santa, llevamos nuestros pasos titulares a la catedral o, lo que es lo mismo, hacemos estación de penitencia en la Madre Iglesia. Es una manifestación de fe que sirve como catequesis a la gente que viene a verlo. Recordamos a la gente que Jesucristo murió para salvarnos».
Los penitentes de las procesiones de Semana Santa son aquellas personas que acompañan a las imágenes de las Hermandades y Cofradías por las calles, con el rostro cubierto y, en algunos casos, descalzos y con cruces,, en señal de penitencia. Es una expresión popular de penitencia y una manera de unirse a la pasión y muerte de Jesucristo, en Semana Santa. «Llevamos el rostro cubierto para reservar la intimidad del penitente –continúa don Alejandro Zarza–. Nos recomiendan que nos pongamos la túnica al llegar a la Iglesia; si alguien prefiere vestirse en casa, ha de salir con la cara cubierta. Los tres pilares básicos de mi vida son ilusión, responsabilidad y compromiso. Pertenecer a la Cofradía y salir cada año acompañando al Señor, me recuerda estas tres cosas que quiero tener presentes, día a día, en mi vida».
Otra expresión popular de penitencia es la que realizan los costaleros o braceros; aquellos que cargan en sus hombros o en su costal los pasos de Semana Santa. «Mis primeras experiencias como costalero empezaron, al igual que muchos sevillanos, en los meses de mayo de mi niñez –nos explica don Juan Antonio Zambrano, costalero sevillano con 14 años de experiencia–. En mi ciudad los críos juegan a sacar pasos en miniatura, hechos con materiales caseros. Para mí, ésta fue la verdadera escuela del costal. Con toda la ilusión de un joven, al cumplir la mayoría de edad, ya pude ser costalero de verdad en un Palio del Jueves Santo, en mi Hermandad de la Virgen del Valle. Ser costalero es una manera muy particular de demostrar la fe que tenemos a Cristo y a su Madre, y así sacarlos a la calle con el mayor arte y decoro posible». Pero, como en toda actividad humana, el mundo de los costaleros tiene sus luces y sus sombras: «Hay costaleros que solamente lo hacen por afición y no por devoción –reconoce don Juan Antonio Zambrano–; también hay algún capataz que sólo busca un protagonismo efímero. Éste es un bonito y, a la vez, complicado mundo que va evolucionando como la vida misma. Lo fundamental es que subsista lo más importante: la fe en Cristo».
Hay que destacar que esta expresión de fe popular no se reduce exclusivamente a un solo día del año. Los costaleros o braceros son miembros de sus respectivas Cofradías y Hermandades. «Pertenezco a la Cofradía del Santísimo Cristo de la Lanzada y María Santísima de la Caridad –nos dice don Marcelino Quintana, costalero granadino de 29 años–. Durante todo el año, la Cofradía organiza actividades, obras de caridad y misas. Hay muchas actividades. Ser cofrade no es sólo el día de la salida procesional, sino durante todo el año. En la Cofradía hay un montón de gente, tanto gente mayor como jóvenes y niños. Además de los costaleros, está la banda, el cuerpo de camareras y el cuerpo de penitentes. Hay varias secciones en cada Cofradía. Soy costalero –continúa–, sencillamente, por una promesa y por el cariño que le tengo a mi Cristo, una imagen que representa verdaderamente al Hijo de Dios; por eso lo llevo a través de un Via crucis en Semana Santa».

Las imágenes, ayer y hoy
Las imágenes son símbolos, recuerdos, iconografía..., referentes que ayudan a nuestra pobre imaginación, en los viejos tiempos de la construcción de iglesias y catedrales y en los nuevos tiempos del mundo virtual, a repensar, por ejemplo, la Pasión, a reflexionar sobre ella y a buscar en el interior. Se corre el peligro –es preciso recordarlo– de confundir el fondo religioso con la forma de las creaciones artísticas, la oración y el sentimiento de espiritualidad con la imagen visual, y la llama de la fe con el fulgor de las luminarias. Se corre el peligro de que la estética del arte religioso se convierta en atractivo folclórico y vacío de contenido; incluso –lo que es peor– en algo tangencialmente comercial. Pero existe una relación evidente entre el arte y la fe, entre la belleza de la creación y la trascendencia. Maximiliano Fernández, Vicerrector de la Universidad Católica de Ávila

La fe de los sencillos
La religiosidad popular en España tiene muchas luces y sigue acercando a mucha gente a Dios y a la Iglesia. «Mi Cofradía es la del Dulce Nombre de Jesús Nazareno, y se fundó en torno a 1611 –nos cuenta don Álvaro Sánchez, un leonés de 24 años–. Cuando voy procesionando, con la túnica, con la cruz, voy acordándome de Jesucristo. Es una forma de compartir con Él todo lo que sufrió, y de entender un poco lo que Él vivió en aquellos tiempos. De esta manera intento vivir cristianamente la Semana Santa». Y, como este joven de León, otras muchas personas.
Según don José Antonio Hernández Navarro, escultor imaginero de Murcia, en los últimos años, se observa un importante auge de estas tradiciones populares: «Yo no sé qué será, esto lo tendrían que estudiar o dar una explicación los sociólogos o los
teólogos, pero es cierto que la devoción por las imágenes y las procesiones de Semana Santa va a más. Los encargos en mi taller se multiplican, se están formando nuevas Cofradías fundadas por gente joven. Por ejemplo, hay jóvenes que forman un coro, y lo que sacan con sus actuaciones lo emplean para hacer una imagen y fundar su propia cofradía». Sin duda, la religiosidad popular, «cuando está bien orientada, sobre todo mediante una pedagogía de evangelización, contiene muchos valores –decía el Papa Pablo VI–. Refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer. Hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo, cuando se trata de manifestar la fe. Comporta un hondo sentido de los atributos profundos de Dios: la paternidad, la providencia, la presencia amorosa y constante. Y engendra actitudes interiores, que raramente pueden observarse en el mismo grado en quienes no poseen esa religiosidad: paciencia, sentido de la cruz en la vida diaria, desapego y devoción». El reto es valorar, cuidar, depurar y enriquecer la religiosidad popular. Y reconocer su inmensa capacidad como vía de evangelización. Como bien decía José Luis Martín Descalzo: «En Semana Santa, procuro ir a las procesiones para que me siga dando vergüenza. Al menos en ellas me enfrento una vez al año con mi hipocresía. No hace falta decir que el centro de la Semana Santa está en la oración y en la liturgia. Pero pienso que siendo de barro como somos, no está tan mal algo que afecte a nuestros ojos y a nuestra emoción humanos. Y nuestros antepasados inventaron muy bien las procesiones para lograrlo».

La Santa Sede prepara un Directorio sobre religiosidad popular
La Congregación para el Culto divino, busca potenciar los elementos evangelizadores de la religiosidad popular y superar aquellas costumbres que alejan del corazón del cristianismo.
Imágenes, devociones a santos, coloridas procesiones..., constituyen algunos de los elementos más característicos de la religiosidad popular, expresión de una extraordinaria riqueza espiritual, que en ocasiones, sin embargo, cae en costumbres muy originales pero poco cristianas. Como una ayuda para discernir entre todas estas prácticas, la Santa Sede está preparando un Directorio sobre la religiosidad popular. El primer borrador fue presentado a la Asamblea de la Congregación para el Culto divino y la disciplina de los sacramentos, reunida a finales de septiembre en el Vaticano. El texto base ha sido preparado por el cardenal Norberto Rivera Carrera, arzobispo Primado de México, país en el que la religiosidad popular ha sido, desde las apariciones de Guadalupe, un pilar de la evangelización. En estos momentos, la Congregación para el Culto divino, cuyo Presidente es el cardenal chileno Jorge Arturo Medina, está incluyendo las observaciones que se presentaron durante su asamblea anual, para después presentar el texto definitivo a Juan Pablo II, a quien le corresponde dar su aprobación definitiva. El texto, según explica cardenal Medina en declaraciones a Radio Vaticano, «está dividido en dos partes: una primera es más bien histórica y, por tanto, afronta qué es la religiosidad popular, cómo se expresa, cuáles son sus manifestaciones, etc.» La segunda parte –añade– «busca un acuerdo y una coherencia entre la vida litúrgica y la piedad popular. Este argumento representa específicamente el núcleo de la cuestión».
La Santa Sede subrayará, por tanto, los aspectos positivos de la religiosidad popular, que durante siglos ha sido una ayuda indiscutible para la vida espiritual de muchas personas, pero buscará superar aquellos elementos de costumbres populares que, en ocasiones, desvían del corazón del cristianismo.