La familia, dique de resistencia


Para el pluralismo la sociedad óptima es una sociedad integrada. Pero, ¿integrada cómo y en qué sentido? Para responder es útil reconstruir los conceptos que denotan estados y procesos del convivir. Por ejemplo, homogeneización, incorporación, inclusión, asimilación, inculturación, por un lado; y diversificación, segmentación, separación, desintegración, por el otro. La integración plural se sitúa más o menos en el medio de esta gama. Está claro que rechaza los extremos, tanto la homogeneización como la separación-desintegración. Pero, ¿cómo se arregla con otras modalidades del estar juntos?

Veamos el concepto de asimilación. Asimilar quiere decir hacer similar. ¿Es éste el objetivo del pluralismo? No, no lo es. El argumento depende de la entidad de las semejanzas-desemejanzas en las cuales nos encontramos. Si las desemajanzas son fuertes, entonces el pluralismo las querrá reducir. Eso, precisamente, reducir, no cancelar. Al contrario, si las desemejanzas son débiles, entonces al pluralismo le interesa reforzarlas. Por lo tanto, la relación pluralismo-asimilación debe ser situada.
Es verdad que quien viene asimilado se convierte, por eso mismo, en integrado; pero es todavía aún más verdadero que podemos ser integrados sin ser asimilados. Pluralismo y asimilación pueden también converger; pero es algo equivocado confundir las dos nociones y hacerlas intercambiables.
El pluralismo intenta asimilar lo demasiado distinto, pero intenta también lo contrario: distinguir lo demasiado igual. Y debe estar claro que el pluralismo no pide la asimilación de las poblaciones originarias (como los indios de América Latina). El pluralismo respeta las identidades que existen y en las cuales se encuentra. Combate, si es el caso, la inflación artificiosa y el revanchismo.
Un discurso análogo vale para la inculturación. La inculturación es el aspecto específicamente cultural de una asimilación, y por lo tanto arremete sobre todo con los valores y el lenguaje de aquellos que entran en una cultura diversa. Dejo claro que el discurso sobre la inculturación se debe separar del discurso sobre la integración ocupacional. No está dicho que las dos variables se muevan en concordancia.
A propósito de inculturación, la cuestión es, en concreto, de medida. Pero no sólo. A menudo, la demasiada distancia y heterogeneidad cultural obstaculizan la integración y la dificultan, pero esto no es siempre del todo verdad. Porque depende de qué aculturación. Debemos especificar: inculturación lingüística, de los valores religiosos, de los valores domésticos y de los valores políticos. Aprender la lengua del país donde se llega es importante, sobre todo con el fin de la integración ocupacional. Esto no requiere el abandono de la propia lengua materna, sino más bien un bilingüismo (que siempre hace bien).
La inculturación de los valores que surgen de las creencias religiosas requiere, sin embargo, un discurso más amplio. Sabemos que una religión crea problemas cuando es invasiva y cuando se recalienta; al contrario, no. La secta de los Amish, en los Estados Unidos, es muy respetada, y los mormones (en Utah) crean problemas sólo cuando practican la poligamia (un derecho que no se les reconoce legalmente, aunque sí, uniéndose con los islámicos, lo podrían reivindicar como un derecho de libertad religiosa); así como las comunidades hebreas, dispersas en todo el mundo, son, al mismo tiempo, cerradas e insertadas en los mecanismos de la ciudad plural. Y es que las religiones no crean problemas si no son invasivas. El pluralismo no se propone ningún objetivo de inculturación religiosa. Es más, el pluralismo nace con la libertad de religión.
Otra inculturación, que no es necesaria, tiene que ver con la familia y los valores familiares. En los Estados Unidos los inmigrantes hispanos, como, y aún más, los asiáticos, son y permanecen de cultura familiar. Y añado: por suerte para ellos y también para los Estados Unidos. Porque es la cultura familiar la que hoy salva a los chavales de los inmigrantes de la vida de la calle, del vandalismo juvenil y de la droga, y la que les motiva en el estudio y en la ética del trabajo.
¿Cuál es, entonces, la inculturación necesaria y que ayuda a la comunidad plural? Es la inculturación en los valores político-sociales de Occidente y, por lo tanto, en el valor de la libertad individual, de las instituciones democráticas, y en la laicidad entendida como separación entre Estado e Iglesia.
No se trata, como proponen los simplistas, que antes de que un inmigrante sea naturalizado tenga que jurar fidelidad a la Constitución. Se trata de que entienda y aprecie el valor de la protección jurídica y de las libertades-igualdades que transforman al súbdito en ciudadano. Una democracia presupone que sus conflictos internos vengan resueltos sin conflicto, sin violencia y sin muertes. Significa que la democracia se funda sobre la aceptación compartida de un método pacífico de resolver los conflictos. Y la aceptación de todas estas cosas no puede ser jurada; debe ser culturizada.
Dejemos a un lado la mania de los modelos –pues la integración plural no viene dada por un único modelo– y miremos a los contextos. Porque cada entorno requiere proporciones diversas y modifica la prioridades.
De este análisis resulta que, para las religiones, el problema de la asimilación no existe, y no debería existir; y que hoy los valores familiares, que tiempo atrás venían percibidos como primitivos y obsoletos, constituyen, en cambio, un precioso dique de resistencia contra una modernización demasiado nivelada y triturada.

Giovanni Sartori en el Corriere della Sera