Veamos
el concepto de asimilación. Asimilar quiere decir hacer similar. ¿Es
éste el objetivo del pluralismo? No, no lo es. El argumento depende
de la entidad de las semejanzas-desemejanzas en las cuales nos
encontramos. Si las desemajanzas son fuertes, entonces el pluralismo
las querrá reducir. Eso, precisamente, reducir, no cancelar. Al
contrario, si las desemejanzas son débiles, entonces al pluralismo le
interesa reforzarlas. Por lo tanto, la relación pluralismo-asimilación
debe ser situada.
Es verdad que quien viene asimilado se convierte, por eso mismo, en
integrado; pero es todavía aún más verdadero que podemos ser
integrados sin ser asimilados. Pluralismo y asimilación pueden también
converger; pero es algo equivocado confundir las dos nociones y
hacerlas intercambiables.
El pluralismo intenta asimilar lo demasiado distinto, pero intenta
también lo contrario: distinguir lo demasiado igual. Y debe estar
claro que el pluralismo no pide la asimilación de las poblaciones
originarias (como los indios de América Latina). El pluralismo
respeta las identidades que existen y en las cuales se encuentra.
Combate, si es el caso, la inflación artificiosa y el revanchismo.
Un discurso análogo vale para la inculturación. La inculturación es
el aspecto específicamente cultural de una asimilación, y por lo
tanto arremete sobre todo con los valores y el lenguaje de aquellos
que entran en una cultura diversa. Dejo claro que el discurso sobre la
inculturación se debe separar del discurso sobre la integración
ocupacional. No está dicho que las dos variables se muevan en
concordancia.
A propósito de inculturación, la cuestión es, en concreto, de
medida. Pero no sólo. A menudo, la demasiada distancia y
heterogeneidad cultural obstaculizan la integración y la dificultan,
pero esto no es siempre del todo verdad. Porque depende de qué
aculturación. Debemos especificar: inculturación lingüística, de
los valores religiosos, de los valores domésticos y de los valores
políticos. Aprender la lengua del país donde se llega es importante,
sobre todo con el fin de la integración ocupacional. Esto no requiere
el abandono de la propia lengua materna, sino más bien un bilingüismo
(que siempre hace bien).
La inculturación de los valores que surgen de las creencias
religiosas requiere, sin embargo, un discurso más amplio. Sabemos que
una religión crea problemas cuando es invasiva y cuando se
recalienta; al contrario, no. La secta de los Amish, en los Estados
Unidos, es muy respetada, y los mormones (en Utah) crean problemas sólo
cuando practican la poligamia (un derecho que no se les reconoce
legalmente, aunque sí, uniéndose con los islámicos, lo podrían
reivindicar como un derecho de libertad religiosa); así como las
comunidades hebreas, dispersas en todo el mundo, son, al mismo tiempo,
cerradas e insertadas en los mecanismos de la ciudad plural. Y es que
las religiones no crean problemas si no son invasivas. El pluralismo
no se propone ningún objetivo de inculturación religiosa. Es más,
el pluralismo nace con la libertad de religión.
Otra inculturación, que no es necesaria, tiene que ver con la familia
y los valores familiares. En los Estados Unidos los inmigrantes
hispanos, como, y aún más, los asiáticos, son y permanecen de
cultura familiar. Y añado: por suerte para ellos y también para los
Estados Unidos. Porque es la cultura familiar la que hoy salva a los
chavales de los inmigrantes de la vida de la calle, del vandalismo
juvenil y de la droga, y la que les motiva en el estudio y en la ética
del trabajo.
¿Cuál es, entonces, la inculturación necesaria y que ayuda a la
comunidad plural? Es la inculturación en los valores político-sociales
de Occidente y, por lo tanto, en el valor de la libertad individual,
de las instituciones democráticas, y en la laicidad entendida como
separación entre Estado e Iglesia.
No se trata, como proponen los simplistas, que antes de que un
inmigrante sea naturalizado tenga que jurar fidelidad a la Constitución.
Se trata de que entienda y aprecie el valor de la protección jurídica
y de las libertades-igualdades que transforman al súbdito en
ciudadano. Una democracia presupone que sus conflictos internos vengan
resueltos sin conflicto, sin violencia y sin muertes. Significa que la
democracia se funda sobre la aceptación compartida de un método pacífico
de resolver los conflictos. Y la aceptación de todas estas cosas no
puede ser jurada; debe ser culturizada.
Dejemos a un lado la mania de los modelos –pues la integración
plural no viene dada por un único modelo– y miremos a los
contextos. Porque cada entorno requiere proporciones diversas y
modifica la prioridades.
De este análisis resulta que, para las religiones, el problema de la
asimilación no existe, y no debería existir; y que hoy los valores
familiares, que tiempo atrás venían percibidos como primitivos y
obsoletos, constituyen, en cambio, un precioso dique de resistencia
contra una modernización demasiado nivelada y triturada.
Giovanni Sartori en el Corriere della Sera