El camino del hombre

Al comienzo de 2002 la SITA (Sociedad Internacional Santo Tomás de Aquino), se apiña en torno al maestro Doctor humanitatis, para aprender la ansiada lección de humanismo cristiano. Somos herederos de su patrimonio antropológico, que aún no hemos descubierto totalmente. En este momento su doctrina sobre el hombre como imago Dei nos ayuda a dar sentido a nuestros pasos, de modo especial a corregir los extravíos. Por ser creado a imagen de Dios, todo hombre está llamado a ser su colaborador, un buen arquitecto de sí mismo, a edificar la casa y la familia, la ciudad y la cultura. En esta circunstancia topamos con el hombre actual, en agonía cultural, errante en su propio laberinto. Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero hemos olvidado el arte de encontrar y orientar a los hermanos. Buscamos con Tomás un fármaco para la cura de este hombre.

 

- El futuro ya ha comenzado. Nuestros pies ya han cruzado el umbral del tercer milenio. Habíamos suspirado largo tiempo por este momento. Se respiraba en el ambiente un cierto milenarismo, como si al dejar atrás el segundo milenio cristiano, por fin, a la tercera, de repente se nos ofreciera el Eldorado con su instante feliz. ¿Qué ha ocurrido? Podemos preguntar como Isaías: «Vigilante, ¿cómo va la noche?» Con el eco en las montañas se puede escuchar el consejo del vigía: «Alto, detente, hombre, vas de mal en peor, estás en peligro de extinción, reconoce tu dignidad, recuerda la voz originaria: ¡Hagamos al hombre!»
Al tratar de dar el segundo paso del siglo XXI, es preciso abrir bien los ojos a la totalidad del horizonte, mirar hacia la estrella en lo alto, conocer el extravío, no olvidar que un pequeño error en el principio es como bola de nieve rodando montaña abajo. La respuesta que tiene valor es la que nos afecta a todos los que ahora vamos en la misma nave y cruzamos juntos el océano del tiempo. Todos confesamos estar disgustados y gritamos: ¡Dios mío, ven a salvarnos! El peligro es real y tenemos miedo. Lo que no había acontecido nunca, ha ocurrido en un fatídico 11 de septiembre del año 2001. Es como si hubiese resonado un Big Bang destructor, cuya explosión cabalga sobre las ondas y toca todas las torres que el hombre ha levantado: las altas torres de las religiones, de las culturas, de las ideologías. Todo aparece envuelto en un humo irrespirable. El mundo entero tiene miedo y se da a la fuga alocada sin saber dónde encontrar un refugio. Caín ha levantado la mano contra su hermano Abel. Así no hay futuro para esta Humanidad que crece y pasa ya de los seis mil millones de personas. Somos muchos y somos una sola Humanidad. Omnes homines, unus homo. El nuevo paso requiere una roca firme, un suelo bien asentado, un aire respirable. La fuga no es camino humano. Este ser humano extraviado, semivivo, tiene que ponerse de nuevo en camino.

El camino de la verdad
- En vez de la fuga, la audacia. En medio de las dificultades y con la experiencia del dolor y del mal, el hombre se torna reflexivo, pensador, capaz de entrar dentro de sí y de superarse, cuando llega a descubrir que él es un árbol con las raíces hacia arriba, que, a diferencia de los demás seres que nacen con su vestido puesto, y sus zapatos en los pies, a él se le han dado la mente y la mano, y por ello es capaz de apropiarse el mundo, y de edificar una mansión a su medida. El hombre de la postmodernidad engreída, cuando se siente impotente ante el mal que lo devora, en vez de protestar debería interrogarse como Agustín en la muerte del amigo: por su naturaleza, por su persona, por su Dios, enlazando los tres niveles de la trascendencia: el del ser, el del hombre y el de Dios. Un solo nivel no da la respuesta adecuada. El filósofo Kant se limita a la pregunta por el hombre: Was ist der Mensch? Aristóteles se eleva al ente, lo que antes, ahora y siempre se ha buscado y no se ha resuelto. Para Tomás no hay que esperar a la dificultad del mal y de la muerte, a la situación de agonía, para elaborar la respuesta; hay que partir del ente, llegar al ser, y desde el ser absoluto que es Dios, dar respuesta al problema del hombre, como imago Dei, fruto del amor creador, destinado a la vida plena en comunión con Dios, creado libre y por ello capaz del bien y del mal. El hombre es un enigma para sí mismo. Recibe como regalo la existencia, pero se le ha dejado en sus manos el modo de realizarla desde la libertad. El hombre es un ser en camino, una frágil libertad, de cuyo ejercicio es responsable. La libertad es su gloria y es su peso.
- La clave del futuro del hombre la ha plasmado Tomás, maestro de humanidad, en las breves palabras del prólogo a la Parte II de la Suma: el hombre es imagen de Dios: vamos a tratar de su imagen, es decir, del hombre en cuanto es principio de sus actos, por estar dotado de libre albedrío y tener dominio de los mismos. El futuro del hombre tiene su clave en el acto humano, es el hombre mismo. Y ese futuro no consiste tanto en el saber, o en el hacer, sino en el obrar. Tomás tuvo esta intuición cuando comentaba por vez primera la distinción 33 del libro III de la Sentencias: el itinerario del hombre es el de la virtud, el de los hábitos operativos, que no sólo hacen bien los actos, sino que hacen bueno al hombre. Así las virtudes cristianas forjan al hombre nuevo en Cristo.
Esa intuición es como el alma de la gran obra de Tomás, la Summa Theologiae. El centro de ella es la parte 11, la que despliega todo el itinerario del humanismo cristiano, que va de Dios principio creador, a Dios fin último, por la vía de Jesucristo; un itinerario que va de virtud en virtud, que distingue con precisión las virtudes intelectuales, las artísticas, de las morales. Las dos primeras se orientan a hacer buena la obra, las morales en cambio hacen bueno al hombre, son en verdad el camino del hombre bueno. Tomás trabajó toda su vida de teólogo en este proyecto: al servicio de la promoción del hombre cristiano en plenitud. Su contribución al humanismo cristiano en esta obra no tiene par en la Historia.
¿Dónde encontrar forjadores de la nueva Humanidad? No hay hombre sin padres y sin maestros. La vida viene del viviente. Frente al aislado homo sapiens, o al dominador homo faber, el secreto del humanismo está en la forja del homo prudens, que hace al hombre bueno. Muy preciados son los hombres sabios, muy útiles son los técnicos, pero más necesarios son los hombres buenos. El humanismo de Tomás se condensa en el itinerario de las virtudes, y tiene dos columnas sobre las cuales se edifica: la prudencia y la caridad. Él ha entendido muy bien que el camino de las virtudes morales no es sólo de los comportamientos más o menos correctos, es el camino del ser y de la verdad del hombre.
Entre los muchos y muy notables estudiosos de Tomás, es justo evocar tres que han tenido la audacia de desvelar esta doctrina de Tomás un tanto contra corriente: Santiago Ramírez, coloso comentador de la moral tomista, Joseph Pieper, el humanista de las virtudes fundamentales, y Alasdair McIntyre, que ha sacudido la cultura superficial con su obra After Virtue! El humanismo cristiano lo encarnan los hombres buenos, de modo especial los santos. El itinerarium hominis tomista es el del futuro del hombre virtuoso, con su dignidad y esplendor de la imago Dei.

Fray Abelardo