Un gobernante entrega sus tierras: Nehemías

José L. Caravias S.J.

La Biblia es rica en la temática de la tierra. Se insiste en que cada familia debe poseer un pedazo de tierra suficiente para poder alimentar dignamente a sus miembros (Núm. 33,51-54). Y se ataca con dureza a los acaparadores de tierras (Miq. 2,1-5; Is 5,8-10). Pero existe un pasaje muy especial en el que la primera autoridad del país, Nehemías, dándose cuenta de la magnitud del problema, da a los pobres sus tierras y les perdona las deudas, presionando con esta medida para que hicieran lo mismo todos los que tenían tierras de más. Se trata del capítulo 5 del libro de Nehemías.

La historia sucedió alrededor del siglo V antes de Cristo. Ya hacía algún tiempo que los judíos habían vuelto del destierro de Babilonia. Y por un proceso de acumulación, los más poderosos habían despojado de sus bienes a los más débiles.

Pero los pobres veían su dura realidad a los ojos de su fe en Yavé. Ellos conocían el proyecto de Dios acerca del reparto de las tierras de cultivo: a cada familia según el número de sus miembros. Apoyados en su fe, se pusieron a reclamar con fuerza. Y de una manera especial, las mujeres. De tal manera arguyeron y presionaron, que tuvieron éxito sus reclamos.

Las protestas se apoyaban en el argumento básico de que todos somos hermanos. Y, por consiguiente, no eran justas aquellas enormes desigualdades sociales a las que habían llegado. Necesitaban comer (5,1). Y, acuciados por el hambre, habían perdido sus campos: "Tuvimos que empeñar nuestros campos, viñas y casas para conseguir grano en esta escasez... Tuvimos que pedir dinero prestado a cuenta de nuestros campos para pagar el impuesto al rey. Sin embargo, somos de la misma raza que nuestros hermanos, y nuestros hijos no son diferentes a sus hijos. Pero tenemos que entregarlos como esclavos; incluso muchas de nuestras hijas son ya tratadas como prostitutas. Y no tenemos otra solución, puesto que nuestros campos y viñas ya pasaron a otros" (Neh. 5,2-5). Estas son las "quejas muy duras" que presentaron "contra sus hermanos la gente del pueblo y sus mujeres" (5,1).

En aquella ocasión un nuevo gobernador, llamado Nehemías, acababa de tomar posesión de su cargo. Era un judío creyente, con sentido de la justicia, y por ello estas quejas y acusaciones le "llenaron de indignación". Cuenta el mismo Nehemías: "Después de reflexionar, llamé la atención a los notables y a los consejeros. diciéndoles: ¿'Por qué ustedes no tienen lástima de sus hermanos'?" (5,7). Convocó una gran asamblea de terratenientes y les hizo ver lo indigno de su comportamiento. Aquello no se podía consentir entre creyentes. Su comportamiento había sido como de paganos: "¿Quieren ustedes imitar las prácticas vergonzosas de nuestros enemigos paganos?" (5,9).

Interesante es que la primera autoridad de una región se indigne ante el hecho de que unos pocos se van quedando con el dinero y las tierras de la mayoría de sus súbditos. Pero lo verdaderamente interesante acá es que esa autoridad no sólo se indignó y dijo que había que poner pronta solución al problema, sino que se sintió él mismo culpable y comenzó dando ejemplo. El problema de tierras sólo se resuelve pasando tierras de los que les sobra a los que no tienen. Y ello es fácil aconsejarlo. ¡Pero qué difícil es que un propietario adinerado se desprenda de parte de sus tierras! Por eso Nehemías ha de ser considerado como santo patrono de los latifundistas que quieren ser consecuentes con su fe en el Dios bíblico.

Nehemías se metió el mismo en el problema, y comenzó dando ejemplo: "Olvidemos todo lo que nos deben, devolvámosle inmediatamente sus campos, viñas, olivares, y anulemos las deudas en dinero, trigo, vino y aceite" (5,11). Así lo hizo él. Y así prometieron, tras él, hacerlo los demás propietarios.

Pero Nehemías no se fiaba demasiado de las promesas de su gente. Por ello les hizo jurar solemnemente que así lo harían. Y, por si acaso, maldijo al que no cumpliera su palabra. Se quitó el manto, lo sacudió con fuerza y dijo: "Así sacuda Dios fuera de su casa y de su herencia a todo aquel que no cumpla esta palabra, y que sea tan sacudido que quede sin nada" (5,13).

En este caso, debido a una profunda motivación religiosa, y al ejemplo que precedió de la primera autoridad del país (5,14-16), todos cumplieron su promesa. El pueblo se vio libre de sus deudas y recuperó gratuitamente las tierras que habían tenido que vender impelidos por el hambre.

¿Será realizable hoy en día algo parecido? Para muchos seguramente esta historia es algo ingenuo utópico. Pero para la gente honrada, sobre todo si toman en serio su fe en Dios, se trata de un reto. Ciertamente el derecho de propiedad es sagrado, pero precisamente en el grado en que la propiedad pueda llegar efectivamente a todas las familias. Pero en el momento en que la propiedad se vuelve acaparadora, dejando a los demás sin nada, ya no es sagrada, sino malvada, maldecida por Dios.

En nuestro país todo el mundo dice que hay que resolver el problema de los sin tierra. ¡Pero con tal de que a mí no me quiten nada! Y claro, así, no se resuelve nada.

Es urgente que se comience a dar ejemplo. "¿Por qué ustedes no tienen lástima de sus hermanos?" (5,7). Mientras que el Presidente de la República, sus ministros y los legisladores no se desprendan voluntariamente de parte de sus muchas propiedades, todo lo que digan será hipocresía y teatro. El que acapara tierras sin tener compasión de sus hermanos demuestra con su actitud que no cree en el Dios de la Biblia, el Dios de Jesús.