Ezequiel: El Dios de los deportados

José L. Caravias S.J.

Ezequiel era un sacerdote desterrado a Babilonia en el siglo VI antes de Cristo, junto con otra multitud de gente, principalmente gobernantes, comerciantes y sacerdotes mismos. El vive la profunda humillación de su pueblo. Les ayuda a aceptar que justamente han sido castigados, pues no habían vivido como hermanos, sino que unos pocos habían acaparado lo que Dios les había dado para prosperidad de todos. Pero en medio de aquella gran postración, la experiencia de Ezequiel es de profunda esperanza: Dios acepta su humillación y está dispuesto a realizar una nueva Alianza con ellos.

Era difícil, si no imposible, continuar creyendo en Yavé en tierra que no fuera Israel. La tierra extraña era tierra de dioses extraños. Ser exiliado era sinónimo de estar abandonado por su Dios. En suelo extranjero e impuro el propio Yavé permanece como "encubierto". Un exiliado era, pues, gente sin Dios. El salmo 137 lo expresa con intensidad. Para sus autores no se podía cantar en el exilio, ni mucho menos sacrificar o profetizar. En tierra extraña no había cómo entrar en contacto con Yavé:

"¿Cómo podríamos entonar un canto a Yavé en tierra extraña?" (Sal 137,4).

La desesperanza era completa. Lo anota el propio Ezequiel, citando palabras de sus contemporáneos:

"Se han secado nuestros huesos. Se perdió nuestra esperanza. El fin ha llegado para nosotros" (Ez 37,11).

En medio de este contexto, se debe leer la vocación de Ezequiel (cap. 1-3). Se trata de una visión de la gloria de Yavé. Esta su gloria resplandecía en Jerusalén. Allí Isaías la vio con ocasión de su vocación (Is 6). También Ezequiel la ve. Pero la ve en otro lugar. ¡No en Jerusalén! La visión de Ezequiel se da en el exilio, junto al río Quebar (1,3). Es allá que la "mano de Yavé" (1,3; 3,14) viene sobre él y le da a conocer "la gloria de Yavé" (1,28; 3,12). En aquellos valles mesopotámicos pasa a estar la gloria de Dios :

"Me levanté, y fui al valle. La Gloria de Yavé ya estaba allí" (Ez 3,23).

En este descubrimiento reside la inmensa y para aquellos tiempos extraordinaria novedad de la profecía de Ezequiel: identificó la presencia de Yavé entre los exiliados. Este es un punto crucial, a partir del cual su profecía se vuelve viable. Yavé está con los deportados, gente esclavizada. En el exilio, Ezequiel, uno de los integrantes de la élite de Jerusalén, experimentó y entendió que Yavé efectivamente era solidario con los pobres.

Yavé está, pues, en el exilio junto a los desterrados. Este descubrimiento profético de Ezequiel representó un gran consuelo y ánimo para los exiliados. Ezequiel les daba la buena nueva de que también su Dios había hecho el mismo camino que ellos. Igualmente "venía del norte" (1,4) para estar con ellos en pleno exilio, en tierra extraña, en suelo de otras divinidades. Los deportados ya no estaban solos. Sus caminos no habían sido olvidados por Dios, su Dios, profundamente solidario.

El mismo Yavé ha ido al destierro con ellos y va a comenzar una historia nueva. Por ello Dios va a realizar una nueva Alianza y va a conseguir de nuevo que vuelvan a su tierra (36,22-30): "Sabrán que Yo soy Yavé cuando los haya devuelto a la tierra de Israel" (20,42).

Pero para que el pueblo no vuelva a ser traidor, Dios promete darles "un corazón nuevo" (36,26). "Infundiré mi Espíritu en ustedes para que vivan según mis mandamientos" (36,27). Sólo así podrán poseer la tierra como Pueblo de Dios, pueblo de hermanos.

Según esto, la promesa de la tierra no implica solamente un don material y externo. Se promete en realidad un hombre nuevo y un pueblo nuevo: un tierra en la que sea posible vivir dignamente como Pueblo de Dios.

También en nuestro mundo existen multitud de exiliados, desde los suburbios y conventillos de Guayaquil, hasta los que se han visto obligados a pasar clandestinamente la frontera de Estados Unidos. Muchos de ellos se consideran a sí mismos como abandonados de "su Dios". Se necesitan profetas que, como Ezequiel, les hagan ver que su Dios se ha ido con ellos y está dispuesto a ayudarles a salir de su radical marginalidad.