Las acusaciones de un profeta campesino: Amós
José L. Caravias S.I.
Ante el nuevo despertar campesino de nuestro país, que comienzan a denunciar y exigir, será bueno echar una ojeada a las acusaciones del primer gran profeta campesino de Israel, Amós, que ante situaciones parecidas a las nuestras, supo denunciar con claridad, como contrarios a Dios, los lujos en que vivían sus opresores.
Amós vivió en el siglo VIII antes de Cristo, en una época que fue próspera para algunos sectores, pero funesta para los pobres. Los más poderosos se adueñaban de las tierras de los pobres. Crecía la usura y la corrupción administrativo-judicial. Los pequeños propietarios, en cambio, acababan convertidos en asalariados sin tierra y aun en esclavos (Am 2,6; 2 Re 4,1). Resultado de todo ello era el lujo descarado de unos pocos y la miseria de la mayoría. Y, para colmo, este status se apoyaba en un culto religioso esplendoroso...
Frente a tanta inmoralidad social y tanta idolatría justificadora, levanta el campesino Amós su voz. La palabra de Dios le había llegado al alma como "rugido de león" (3,8).
El siente en su corazón una fuerte rebeldía contra las injusticias que presencia y la manipulación justificadora que se hace del culto religioso.
No se honra a Dios como es debido (4,4; 5,5.21), dice él. Las injusticias claman al cielo. Dios no puede verlas y quedarse impasible. El ha elegido a su pueblo (3,2) y le ha dado su tierra (2,9s). Cada familia debiera estar gozando los frutos de sus campos. Pero hay un abismo entre las exigencias de la fe y la realidad existente.
Amós, en nombre de Dios, desde los campesinos, denuncia duramente el lujo de los comerciantes, que se construyen "casas de piedra tallada" (5,11), tanto de invierno como de verano (3,15), con recubrimientos de marfil (3,15) y divanes con almohadones importados (3,12; 6,4); sus mesas están llenas de excelentes vinos y exquisitos perfumes (4,1; 6,6).
Lo más grave es que viven así sin preocuparles para nada la ruína del pueblo (6,6). Todo lo contrario: ellos son la causa de la miseria del pueblo. La capital, Samaría, está llena de desórdenes y de crímenes (3,9). "Pisotean al pobre exigiéndoles parte de su cosecha" (5,11). Sus denuncias son muy duras: "Ustedes, vacas de Basán, oprimen a los débiles y aplastan a los necesitados" (4,1). "Yo sé que son muchos sus crímenes y enormes sus pecados, opresores de la gente buena, que exigen dinero anticipado y hacen perder su juicio al pobre en los tribunales" (5,12). "Ustedes sólo piensan en robarle al kilo o en cobrar de más, usando balanzas mal calibradas. Ustedes juegan con la vida del pobre y del miserable por un poco de dinero o por un par de sandalias" (8,5s). "Pisotean a los pobres en el suelo y les impiden a los humildes conseguir lo que desean" (2,7).
Son duras las acusaciones de este campesino contra aquella alta sociedad, que se creía tan segura de sí misma. Pensaban que ellos eran los bendecidos de Dios. Pero Amós les dice que Yavé detesta el culto hipócrita que le rinden (5,21-23; 4,45; 5,5)."Prepárate a enfrentarte con tu Dios" (4,12). El día del Señor se acerca y será día de amargura: "Será como un hombre que huye del león y se topa con un oso" (5,18-20). "Tus palacios serán saqueados" (3,11); y serán destruídas las casas de verano y las de invierno (3,15). Huirán los valientes (2,15s) y ninguno de ellos podrá salvarse (9,1-6). Los que se acuestan en lechos de marfil y comen exquisitamente "serán los primeros en partir al destierro" (6,4-7), y con ellos irán sus mujeres que empleaban en buenos vinos la plata de los pobres (4,1-3).
A pesar de todas estas amenazas, Amós les invita a convertirse cambiando de comportamiento. Dios está dispuesto a perdonarles. "Busquen a Yavé y vivirán" (5,4-6). "Busquen el bien y no el mal, si quieren vivir" (5, 14s).
Pero nadie le hace caso. Todos se molestan. Hasta que un sacerdote del santuario de Betel lo denuncia ante el rey (7,10) y Amós acaba siendo expulsado del país (7,12-15).