VIERNES DE LA SEMANA 34ª DEL TIEMPO ORDINARIO
1.- Dn 7, 2-14
1-1.
El capítulo VII de Daniel, que meditamos hoy y meditaremos mañana sábado, es el más importante de toda la apocalipsis bíblica. Por la deslumbrante riqueza de las imágenes, por el potente hábito profético, por la profundidad teológica de los temas... anuncia directamente el Apocalipsis de san Juan.
Leyendo esas palabras ardientes, no olvidemos que Jesús, delante del tribunal del Sumo sacerdote, Caifás -quien conocía también esa profecía- aplicó este texto a Sí mismo, reivindicando así la «igualdad con Dios»... tomando el título de «Hijo del hombre»... anunciando su «venida sobre las nubes del cielo». Y esto le valdrá su condenación a muerte por blasfemo.
-La noche... Tuve una visión: cuatro vientos del cielo... El gran mar... Cuatro bestias enormes: un león... un oso... un leopardo... una bestia con diez cuernos y con dientes de hierro...
No nos apresuremos a pasar por alto esas imágenes, tachándolas de infantiles. Se expresa en ellas una profunda filosofía de la Historia: la sucesión de los reinos terrestres ateos -que no reconocen al verdadero Dios- es una sucesión de regímenes inhumanos, en los que la crueldad y el dominio se ejercen en detrimento de los hombres. Daniel sabía algo de ello puesto que vivía bajo el terrible reino de Antíoco Epifanes, el cual quería doblegar a todo el pueblo e imponerle un modo de vida... falto de respeto por la libertad y la dignidad profunda del hombre.
La tentación de «dominar», de «aplastar», de "doblegar", de «imponer», de «asustar», de "usar la fuerza"... ¿se encuentra también de algún modo en mí?
En la vida conyugal, en la vida profesional, en las discusiones y conversaciones, en las tomas de posición, en las relaciones humanas... ¿Cómo me comporto? ¿Amor o fuerza? ¿Diálogo o certidumbre sectaria? ¿Búsqueda paciente con los demás... o imposición de mi punto de vista? La tentación del «poder», la dialéctica del «amo y del esclavo» llega hasta aquí. No se da sólo en las relaciones económicas, se encuentra ya «en el corazón del hombre». Cambia, Señor, nuestros corazones y mentalidades.
-Continué mirando y vi unos tronos dispuestos y «un Anciano» se sentó... El tribunal se sentó también y se abrieron los libros: la «bestia» fue muerta... Y a las otras bestias se les quitó el dominio...
Es el Juicio de Dios sobre la Historia. Daniel anuncia el próximo fin de los «grandes Imperios» terrestres, el último de los cuales tiraniza al pueblo de Dios. «A las otras bestias se les quitó el dominio». ;Si esto fuese verdad, Señor! ¡Si fuese verdad que los poderes humanos nunca más fuesen «malos» y no abusasen nunca más de su fuerza! Por desgracia, sabemos que la Historia vuelve a empezar.
Pero el Juicio también comienza de nuevo, permanentemente. Cambia nuestros corazones, Señor.
-Yo seguía mirando y vi venir sobre las nubes del cielo, como un Hijo de hombre. ¡He ahí la verdadera «esperanza»!
No solamente una liberación política o económica, por necesaria que ésta sea... sino una liberación interior, el "reino de Dios" mediante de un «Hijo del hombre".
-A El se le dio "el imperio, el honor y el reino": todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno y nunca pasará.
Tú, Señor Jesús, has reivindicado ser ese «Hijo de hombre»... que viene "sobre las nubes del cielo" lo que es propio de los seres celestes.
El viene más del cielo que de la tierra. Ya no es un «mesías», solamente terrestre, cuyo "reino" no es como los demás. «Si mi reino fuese de este mundo, mis soldados hubiesen luchado por mí, a fin de que no fuese yo entregado» (Juan 18, 36).
- Y sin embargo, es «como» un hijo de hombre, ¡pobre y sufriente!
NOEL
QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 412 s.
2-1.
-El juicio de Dios... El dragón, la serpiente antigua, el diablo arrojado al abismo.
El juicio empieza así: por el aniquilamiento del Mal.
-Después vi un gran trono blanco.
Juan describe una escena de la Audiencia: la sede, el juez, los documentos, los acusados. Ese cuadro es solemne. La vida humana no es un juego, no es un simulacro, Dios nos ha hecho "responsables". ¡Nos considera como tales! Es cosa seria. El mismo tendrá cuenta de ello, respetará nuestras decisiones.
-Los muertos fueron juzgados conforme a sus obras y según lo escrito en los libros. Todo lo que se «hace» diariamente se escribe en «libros».
El símbolo es claro. Nuestra eternidad será la prolongación de nuestra vida actual, sin arbitrariedad alguna.
La salvación o la condenación no son una fantasía injusta de Dios: en este momento, HOY, estamos construyendo el Juicio... porque nuestra vida, nuestros gestos, nuestras palabras de HOY, nuestros compromisos y nuestros rechazos de HOY se están inscribiendo en los libros de Dios. Por qué querer ocultarte, Señor que ¡todo esto me espanta!
Conozco bien la pobreza y los pecados de mi vida. Ante tu santa mirada es más patente mi pecado.
Pero creo también que, en tu gran Libro, se inscribe también mi arrepentimiento, y la demanda humilde de perdón que HOY te hago. Ten piedad, Señor.
-Vi entonces un cielo nuevo y una tierra nueva.
Evoco, para mí, la idea de "novedad", de nuevo: un vestido nuevo, una casa nueva, un nuevo niño, una flor nueva, un nuevo amor, un disco nuevo, un cuaderno nuevo... un objeto nuevo que he estado esperando mucho tiempo y que ¡está ahí!
Dios prepara un cielo nuevo, una tierra nueva, una creación nueva. Para Dios la creación no está en el pasado, está al final del esfuerzo, al final de la historia, al final del mundo: la humanidad camina hacia su novedad, hacia su juventud. Gracias.
-Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén...
Decididamente, todo es nuevo en esos últimos tiempos.
-Que bajaba del cielo, de junto a Dios. La ciudad nueva, el nuevo estilo de relación entre los hombres, es un don que «viene de lo alto».
-Engalanada, como una novia... Una de las más bellas imágenes de la Biblia. La humanidad nueva, una novia para Dios.
¡Una novia!
Símbolo de belleza, de juventud, de amor, de frescor, de felicidad...
-Ataviada...
Ella, que es ya naturalmente bella se engalana... cuida su presentación, su atavío.
-Para su esposo...
Porque ama... porque es amada...
Así ve Dios a la humanidad en su estado final. La humanidad desposada con Dios, unida a Dios, introducida por Dios en su propia familia, en su intimidad, ¡introducida por Dios en su propia felicidad!
No, apocalipsis no es un término sinónimo de «catástrofe», es un término que significa «revelación»: he aquí pues el «apocalipsis», la revelación del fin del mundo. He aquí como Dios ve el «fin del mundo», y «mi» fin, el mío.
NOEL
QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 412 s.
2-2. /Ap/20/01-15
Como punto culminante de una larga secuencia, llega ahora el aniquilamiento definitivo de las fuerzas satánicas y el juicio divino final. El origen de las narraciones (un juicio mesiánico seguido de un tiempo de paz, previos al juicio final y al reino eterno de Dios) hay que buscarlo en el judaísmo contemporáneo de Juan. En el texto que comentamos, construido según este esquema, el binomio juicio-reinado "temporales" (vv 4-6) anticipa el de juicio-reinado escatológicos (11-15).
Después de la caída de la ciudad perseguidora, los reyes de la tierra, la bestia..., ahora es Satanás mismo el que es castigado. Primeramente, el seductor es encerrado en el abismo por un tiempo (mil años); pero tiene todavía cierto poder. En un segundo momento, el diablo es arrojado al infierno, donde es atormentado eternamente, aunque antes Dios mismo -¡el ángel desata al dragón de la prisión!- permite el alzamiento total contra el pueblo escogido: en seguida, las fuerzas satánicas son exterminadas por el fuego divino. El episodio es paralelo a la «batalla» del capítulo anterior.
La cautividad milenaria del diablo corresponde al reinado -también milenario- de Cristo y de sus elegidos, y está en función de éste. Los que han muerto para testimoniar a Jesús, los mártires, viven ya desde ahora la bienaventuranza y la felicidad del Resucitado y participan de su dominio regio, como primicias y consuelo de los cristianos todavía perseguidos. Rodeando al Cordero, se sientan en los tronos, resucitados y victoriosos. Esta interpretación del reinado de Cristo excluye las doctrinas que han querido ver en los mil años una época histórica determinada, olvidando el uso simbólico que hace el Apocalipsis de las cifras e incluso de los hechos históricos.
En la visión paralela, la del juicio final, los tronos desaparecen y queda sólo el trono blanco majestuoso, ocupado por Dios, dominando la escena. Tierra y cielo (el mundo presente) huyen ante él. El Señor Todopoderoso hace público su designio sobre los muertos que han vuelto a la vida, cuyas obras son juzgadas. El dueño de la vida y de la muerte revela las cosas escondidas desde el principio.
Notemos que el juicio divino está siempre ordenado a la salvación, pero que los hombres en cierta manera ya lo llevan a cabo a través de su actitud respecto a Cristo (confesar a Cristo es la piedra de toque de toda opción humana). Es decir, en el destino juegan dos fuerzas: la elección de Dios -«todo el que no estaba escrito en el registro de los vivos...» (15)- y la libertad humana "según sus obras" (12). Finalmente, la muerte es arrojada, impotente, al infierno. Su desaparición es el signo más fehaciente de que este mundo ha pasado. Su destino es idéntico al de Satanás y al de los condenados: los cielos nuevos y la tierra nueva rezuman por todas partes la presencia del Dios de la vida.
A. PUIG
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las
Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 610 s.
3.- Lc 21, 29-33
3-1. Jesús acaba de anunciar el «fin de Jerusalén» y, simbólicamente o realmente, el «fin del mundo»... sus venidas al mundo eran el presagio de su venida definitiva. Su gran preocupación es tratar de evitar a sus apóstoles toda angustia y pánico.
-Cuando empiece a suceder esto poneos derechos y alzad la cabeza...
La Iglesia anda «encorvada» bajo el peso de las pruebas y de las persecuciones, Jesús le pide de enderezarse, de alzar la cabeza.
Lo que, para mucha gente, aparece como una destrucción y un juicio terribles, para los creyentes, por el contrario, debe aparecer como el comienzo de la salvación...
-Porque vuestra redención está cerca.
Esta palabra, tan frecuente en san Pablo (Co 1, 30; Rm 3, 24; 8, 23; Col 1, 14) sólo es usada en esas citas, y en ninguno de los evangelios. El término «redención» procede del latín «redemptio»; mejor sería traducirlo directamente del griego «apolutrôsis» por el término «liberación».
"¡Vuestra liberación está cerca!"
Señor, ayúdame a considerar todo acontecimiento de la historia, como una etapa que me acerca a la «liberación» .
-Y les puso una comparación: Fijaos en la higuera o en cualquier otro árbol: Cuando echan brotes, os basta verlos, para saber que el verano ya está cerca.
Me agrada esa comparación.
Un árbol en primavera. ¿Qué hay de más hermoso? ¿de más prometedor? Me imagino una higuera o un manzano lleno de brotes tiernos. Después del invierno es una promesa del verano. Guardo unos momentos esta imagen en mi imaginación.
Para Jesús la cercanía del «fin» es un acercarse a la primavera.
¡El verano está cerca!
La Pasión empezará dentro de unos días (Lucas 22). Cuando esos sucesos anunciadores del fin de Jerusalén, del fin del mundo, de vuestro fin personal... comenzarán, ¡enderezaos, levantad la cabeza, porque vuestra liberación está cerca, viene el verano!
Del mismo modo, también vosotros, cuando veáis que suceden todas estas cosas, sabed que el reino de Dios está cerca.
-«Los hombres se morirán de miedo en el temor de las desgracias que sobrevendrán en el mundo.»
«Vosotros, ¡enderezaos! ¡El Reino de Dios está cerca!» Prácticamente en Palestina no hay primavera, de tal modo es rápido el paso del invierno al verano: ¡toda la naturaleza florece de una vez!
Con esto, Jesús da a sus amigos unas imágenes de la muerte... y del fin del mundo. De otra parte distingue netamente a los creyentes de los demás hombres que están espantados.
Más que contestar a la pregunta de sus amigos sobre la fecha de la destrucción del Templo, Jesús les indica las actitudes que deben tomar. "De lo que estáis contemplando, días vendrán en los que no quedará piedra sobre piedra".
-Maestro, ¿cuándo sucederá?- Cuando esto suceda, enderezaos» La primera actitud ante los anuncios escatológicos, es... ¡la esperanza!
-El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán...
La segunda actitud, es... ¡la confianza! La certeza de que Dios no puede fracasar, que las palabras divinas son sólidas, no son frágiles, ni caducas.
En el DÍA de HOY, ¿dan los cristianos testimonio de esa seguridad tranquila de la que Jesús daba prueba, pocos días antes de su muerte? ¡Señor, danos una fe más sólida!
NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTÉS A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 304 s.
3-2.
1. (Año I) Daniel 7,2-14
a) Cambia el panorama con respecto a los días anteriores: ahora es Daniel quien tiene una "visión nocturna", llena de simbolismos extraños.
Esta vez son cuatro animales -como hace unos días eran cuatro materiales de construcción de una estatua- los que describen los cuatro imperios sucesivos: el babilonio, el de los medos, el de los persas y el griego, de Alejandro y sus sucesores seléucidas, con sus "diez cuernos", tantos como reyes de aquella dinastía. También aquí se detiene más el vidente en el reinado último, el de Antíoco, su contemporáneo, al que describe como más cruel y feroz que nadie.
Pero lo importante no es la ferocidad de esos imperios, sino la visión que viene a continuación: el trono de Dios, los miles y miles de seres que le aclaman y, finalmente, la aparición de "una especie de hombre que viene entre las nubes del cielo: a él se le dio poder, honor y reino. Su reino no acabará".
b) De aquí viene el nombre de "Hijo del Hombre" referido en lo sucesivo al futuro Mesías, y que al mismo Jesús le gustaba aplicarse. "Una especie de hombre", "uno con la apariencia de hombre". "un hijo de hombre". Es un nombre que los evangelios dan más de ochenta veces a Jesús.
Jesús, el Mestas, es el que sabe interpretar la historia, el que -como dirá el Apocalipsis- puede "abrir los sellos del libro", el que recibe el reino perpetuo y aparecerá al final como Juez supremo de la humanidad.
La lectura de Daniel nos ayuda a situarnos en una actitud de mirada profética hacia el futuro, al final de los tiempos, con el reinado universal y definitivo de Cristo, el Triunfador de la muerte, como celebramos el domingo pasado en la solemnidad de Cristo, Rey del Universo, y que seguiremos haciendo durante el Adviento.
Terminamos el año litúrgico con la mirada fija en Cristo Jesús. Es la dirección justa, la que da sentido a nuestro camino.
l. (Año II) Apocalipsis 20,1-4 -21,2
a) Siguen las visiones enigmáticas y llenas de fantasía. El "dragón, que es la antigua serpiente, el diablo o Satanás", es arrojado al abismo, aunque luego estará "suelto por un poco de tiempo".
No sabemos qué significan esos "mil años" en que reinará Cristo con los suyos. Pero sí aparece claro, y es el mensaje principal, que el juicio va a ser serio y universal, por parte del que está sentado en el gran trono blanco. Cada uno será juzgado "según sus obras, escritas en los libros".
Los que han sido seguidores del Malo, serán "arrojados al lago de fuego, junto con la Muerte y el Abismo". Pero los que han dado testimonio de Jesús y "no han rendido homenaje a la bestia y a su imagen y no llevan su señal", pasarán a la vida, formando parte del "cielo nuevo y la tierra nueva, la ciudad santa, la nueva Jerusalén", a la que el vidente contempla como "enviada de Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo".
b) De nuevo la sentencia final, después de la gran batalla entre el bien y el mal. Ha llegado el tiempo de separar el trigo de la cizaña.
Los números -mil años- no son importantes. En una carta de Pedro se dice que "ante el Señor un día es como mil años y mil años, como un día" (2 P 3,8). Lo decisivo es que el juicio será sobre si hemos sabido ser fieles, si no nos hemos dejado contaminar por la corrupción del mal, si no hemos apostatado de nuestra fe por las mil tentaciones del maligno. Y que nos espera el gran triunfo en los cielos nuevos, como comunidad festiva del Señor.
Nuestro destino es la Jerusalén nueva, si hemos vencido, con la ayuda de Cristo, en nuestra lucha contra el mal. Ojalá se cumpla en nosotros la visión optimista del salmo: "ésta es la morada de Dios con los hombres... mi alma se consume y anhela los atrios del Señor... dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre".
2. Lucas 21,29-33
a) Jesús toma una comparación de la vida del campo para que sus oyentes entiendan la dinámica de los tiempos futuros: cuando la higuera empieza a echar brotes, sabemos que la primavera está cercana.
Así, los que estén atentos comprenderán a su tiempo "que está cerca el Reino de Dios", porque sabrán interpretar los signos de los tiempos. Algunas de las cosas que anunciaba Jesús, como la ruina de Jerusalén, sucederán en la presente generación. Otras, mucho más tarde. Pero "sus palabras no pasarán".
b) Jesús inauguró ya hace dos mil años el Reino de Dios. Pero todavía está madurando, y no ha alcanzado su plenitud.
Eso nos lo ha encomendado a nosotros, a su Iglesia, animada en todo momento por el Espíritu. Como el árbol tiene savia interior, y recibe de la tierra su alimento, y produce a su tiempo brotes y luego hojas y flores y frutos, así la historia que Cristo inició.
No hace falta que pensemos en la inminencia del fin del mundo. Estamos continuamente creciendo, caminando hacia delante. Cayó Jerusalén. Luego cayó Roma. Más tarde otros muchos imperios e ideologías. Pero la comunidad de Jesús, generación tras generación, estamos intentando transmitir al mundo sus valores, evangelizarlo, para que el árbol dé frutos y la salvación alcance a todos.
Permanezcamos vigilantes. En el Adviento, que empezamos mañana por la tarde, en vísperas del primer domingo, se nos exhortará a que estemos atentos a la venida del Señor a nuestra historia. Porque cada momento de nuestra vida es un "kairós", un tiempo de gracia y de encuentro con el Dios que nos salva.
"Vi venir una especie de hombre: a él se le dio honor y reino, y su reino es eterno, no cesará" (1ª lectura I)
"Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva, la nueva Jerusalén arreglada como una novia ' (1ª lectura ll)
"La primavera está cerca. Está cerca el Reino de Dios" (evangelio)
J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 330-332
3-3.
Ap 20, 1-4.11-21, 2: Los enviados de Dios luchan contra el dragón
Lc 21, 29-33: Una metáfora para entender los signos de los tiempos
Jesús utilizaba un lenguaje sumamente accesible para comunicar su mensaje. El objetivo de sus palabras no era enseñar complejas y doctas doctrinas, sino indicar donde irrumpía el Reino de Dios y cómo debía leerse la realidad. Esta forma de enseñar le traía gran simpatía entre el pueblo, que se congregaba en torno a él para escucharlo.
En el pasaje que hoy leemos, Jesús indica de qué modo se deben interpretar los signos de los tiempos. Para ello usa una metáfora agrícola, fácilmente comprensible para su audiencia campesina. En ella se pone en evidencia cómo del mismo modo que un árbol anuncia sus frutos por medio de las flores y los retoños, de la misma manera la realidad muestra signos de lo venidero. No se trata de hacer cábalas para el futuro, sino de descubrir en el presente los signos de los acontecimientos venideros.
La comparación que Jesús propone advierte al pueblo sobre los peligros que conlleva el asegurarse únicamente en las garantías que ofrece un gran templo -centro religioso y económico a la vez- y en la solidez militar de unas grandes murallas. Estas seguridades los volvían ciegos ante los signos del Reino que Dios suscitaba en medio de ellos.
Ante la ceguera manifiesta de líderes oficiales y populares Jesús trata de mover la conciencia popular mediante su enseñanza. Su intención es despertar a la multitud para que perciba los signos de la destrucción en medio de las falsas seguridades. El tiempo demostraría que Jesús tenía razón, pero la multitud fue más propicia a la manipulación de sus líderes tradicionales, de izquierda y derecha, que a las enseñanzas del Maestro de Galilea.
Hoy, se presentan muchos maestrillos que prometen la Zeca y la Meca. Envuelven a las multitudes en discursos seudoespirituales y en trabajosas terapias y dietas. Su intención puede que sea buena, pero se olvidan de lo fundamental: la realidad no es para ignorarla sino para transformarla. El ser humano no puede crecer de espaldas a su realidad comunitaria y social.
SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO
3-4.
Ap 20,1-4.11-21,2: El reino de los justos durante mil años.
Lc 21,29-33: “cuando vean las señales que les dije, piensen que está cerca el Reino de Dios”.
El libro del Apocalipsis va llegando a su fin. Ahora le toca el juicio a los testigos y a sus verdugos. Los muertos por “no adorar a la Bestia” reinarán mil años sobre la tierra, mientras que quienes “no se hallaban inscritos en el Libro de la Vida”, s erán arrojados al lago de fuego.
Dos pensamientos muy típicos de la literatura apocalíptica: el milenarismo y la predestinación.
Sin embargo, el juicio se decide, fundamentalmente, por las obras que quedan evidentes en este momento de Revelación.
Toda esta escena es de gran tensión y expectativa. Pareciera que el tiempo de castigo ha llegado y que nada quedará en pie. Sin embargo, lo que perdura, lo que resiste a “la cólera de Dios”, son las obras de los justos y la actitud de no haber adorado a la Bestia. La vida coherente, podríamos decir hoy. La fe se demuestra en obras, también podríamos decir.
En definitiva, una vida creyente que se arriesga y se enfrenta al poder que se ha idolatrizado, una fe que solamente rinde culto al Dios de la Vida, y que no teme morir por vivir de acuerdo al evangelio.
El juicio, empero, tiene un final que no se agota en la discriminación de los salvados o los condenados, sino que se abre a una nueva imagen, tan cargada de simbolismos como de emoción.
La historia culmina en un Cielo Nuevo y una Tierra Nueva, es decir, en una total novedad de la creación. Todo es nuevo, todo está redimido, todo es puro y bueno.
Ya no habrá más aguas contaminadas, ni tierra con desecho nuclear, ni aire carbonizado; ya no habrá más extinción de especies, ni recalentamiento del planeta; ya desapareció el agujero de Ozono o las radiaciones; ya no hay más niños deformes como conse cuencia de experimentos atómicos. Ahora TODO ES NUEVO.
Pero no queda aquí la cosa. El final no es solamente la salvación o condenación de los mortales, ni tampoco la re-creación del cielo y la tierra. Hay más. Dios se casa con su pueblo.
Todo el Amor, toda la Misericordia, toda la Vida, se desposa con su pueblo sufriente y expectante, y lo recibe en su alcoba, en donde descansará de tanto trajín.
El pueblo, ese buscador de felicidad, por fin se ha encontrado con el Amado del Cantar de los Cantares, y ha quedado pleno de su Vida.
¿Podemos dejar de soñar y emocionarnos pensando en este momento? ¿No nos mueve la fe a creer que UN DIA todo esto puede ser posible? Y ante esta imagen no queda otra cosa que simplemente esperar que suceda_.
Porque nada de lo que vemos parece que esté llevando hacia este final. Al contrario. Los mercaderes de este tiempo parecen estar salvados de cualquier amenaza, nuestro hogar (la tierra) se ha transformado en un gran basurero, y Dios parece que se ha id o de nosotros.
Frente a la Palabra de Dios del Apocalipsis y frente a la situación de vida, sólo nos queda creer, simple y crudamente, lo que Dios nos promete.
SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO
3-5. CLARETIANOS 2002
Un aforismo medieval dice: "Rey que no tiene amigo es como un mendigo". Esta vida no está hecha para solitarios. El cielo nuevo es para ser compartido. La tierra nueva es para ser labrada juntando las manos en la tarea de desbrozar la mala hierba.
Hoy Juan nos habla de la su visión victoriosa sobre el mal: "Vi un ángel que bajaba del cielo llevando la llave del abismo y una cadena. Encadenó y encerró en el abismo a satanás por mil años". Ve a los vencedores, las almas de los decapitados "por el testimonio de Jesús y el mensaje de Dios. Estos volvieron a la vida y reinaron con Cristo mil años". Y contempla el futuro de la humanidad, en un nuevo cielo y una tierra nueva: "Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo". Juan sabe que solos somos mendigos, y en comunidad alcanzamos la gloria. Juntos, como hermanos, vamos a la casa del Señor. Él es nuestra alegría.
Te invito a dejar resonar en tu interior las
palabras del salmo 83 para gozar la dicha de quien mora en la casa de Dios y
desea sea casa para todos: "Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor. Si
hasta el gorrión ha encontrado una casa y la golondrina un nido, ¿cómo no va a
tener un sitio en tu casa mi alma? Dichosos los que viven en tu casa alabándote
siempre".
A nosotros nos toca interpretar los signos de la llegada del Reino de Dios.
Seguiremos oyendo noticias de terremotos, de desgracias, de guerras y de frutos
del odio del hombre. Jesús nos enseña a fijarnos en los brotes, en lo pequeño,
en lo no noticiable. Lo decisivo se juega en lo cotidiano. De su valoración
depende la profundidad y el acierto de los frutos. ¿Acaso pueden brotar los
frutos si no nacieron los brotes? Dice Jesús: "Mirad la higuera y todos los
árboles. Cuando ya echan brotes, al verlos, sabéis que el verano está ya cerca".
No es fácil saber discernir. El discernimiento pide capacidad de silencio y de
soledad. Y precisamente, esto lleva tiempo. Mirad y sabréis.
Pesada es la carga cuando la soporta uno solo. Aforismo medieval (Walther) La carga del cuidado y salvaguardia de la creación es compleja, pero cada vez son más los empeñados en hacer de este mundo un cielo nuevo y una tierra nueva. Pero, ¿se acepta que es un don más que una tarea del hombre? Las conclusiones de las cumbres de la Tierra nos dicen que esto va para largo. El cielo y la tierra nueva nos implica a todos, pero es fruto de la obra de Dios y a nosotros nos toca interpretar los signos de su llegada, porque a Él le gusta no meter ruido y llevar a media noche, cuando nuestras lámparas están a punto de quedarse sin aceite. ¿Nos encontrará en vela cuando llegue, y con la fe a punto?
Dichosos los que acogen la Palabra de Dios y la
dan cuerpo en su vida.
Miguel, cmf. (cormariam@planalfa.es)
3-6. 2002
EVANGELIO
Lucas 21, 29-33
(trad. Juan Mateos, Nuevo Testamento , Ediciones El Almendro, Córdoba)
29Y les puso una comparación:
-Fijaos en la higuera o en cualquier árbol: 30cuando echan brotes, os basta
verlos para saber que el verano está cerca. 31Pues lo mismo, cuando veáis
vosotros que están sucediendo estas cosas, sabed que está cerca el reinado de
Dios. 32Os aseguro que no pasará esta generación sin que todo suceda. 33El cielo
y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
COMENTARIO 1
LA RUINA DE JERUSALÉN ES EL INICIO DEL REINADO UNIVERSAL DE DIOS
Con la parábola de la higuera (21,29-30), Jesús
instruye a los discípulos sobre el 'cuándo' que tanto les preocupaba (cf. v.
7a). La caída de Jerusalén (21,31) no significaría en modo alguno la
restauración de Israel, sino el inicio del reinado universal de Dios. En este
momento caerán todas las barreras ideológicas, religiosas y nacionalistas.
Israel esperaba que el Mesías fuera el arma secreta en su lucha secular contra
los opresores. Después del gran fracaso del Mesías, los discípulos irán
comprendiendo -no sin resistirse- que Jesús les hablaba de un nuevo orden de
cosas. La destrucción de Jerusalén y la entrada de los paganos acaecerán dentro
de la generación contemporánea de Jesús. La presencia y la incidencia de las
comunidades cristianas en el mundo son testimonio de que sus palabras siguen
teniendo vigencia (21,32-33).
COMENTARIO 2
En el evangelio se nos advierte, usando una comparación botánica, de la
proximidad del reinado de Dios. Llama la atención el cambio respecto a los
textos paralelos de Mateo y Marcos. Ellos hablan del fin del mundo. Lucas, en
cambio, se refiere a la proximidad del reino en relación con la predicación de
Jesús.
El fragmento que meditamos hoy contiene, pues, una parábola (la de la higuera), una aplicación dos pequeños dichos de Jesús, traídos probablemente de otros contextos. Jesús invita a fijarnos en la higuera o en cualquier árbol de hoja caduca. Cuando observamos que echa brotes caemos en la cuenta de que la primavera está cerca. Si somos capaces de observar esto, también podemos saber que cuando sucedan "estas cosas" el reino de Dios está ya cerca. Se trata, pues, de una realidad que no irrumpe abruptamente sino que se va abriendo paso como la savia que hace brotar hojas nuevas en los árboles tras los rigores del invierno.
Los dichos se refieren a la inminencia de este proceso ("antes que pase esta generación") y a la seriedad del mensaje que Jesús anuncia ("mis palabras no pasarán").
Hay que estar atentos a las señales de los tiempos y de los lugares; son elocuentes para indicarnos algo de la voluntad de Dios sobre nuestras vidas. El Concilio Vaticano II retomó con fuerza el tema de los "signos de los tiempos": "es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos. Es necesario comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones" (GS 4). En el fondo, no debemos esperar encontrar la fecha de cumplimientos de profecías viejas o premoniciones presentidas: es la cercanía o lejanía del Reino (v. 31) lo que nosotros podemos y debemos discernir de entre los signos de los tiempos.
1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
3-7. ACI DIGITAL 2003
29. Véase Mat. 24, 32: "De la higuera aprended
esta semejanza: cuando ya sus ramas se ponen tiernas, y sus hojas brotan,
conocéis que está cerca el verano".
32. La generación ésta: Véase Mat. 24, 34 y nota: En verdad, os digo, que no
pasará la generación ésta hasta que todo esto suceda. "La generación ésta: según
S. Jerónimo, aludiría a todo el género humano; según otros, al pueblo judío, o
sólo a los contemporáneos de Jesús que verían cumplirse esta profecía en la
destrucción de la ciudad santa. Fillion, considerando que en este discurso el
divino Profeta se refiere paralelamente a la destrucción de Jerusalén y a los
tiempos de su segunda Venida, aplica estas palabras en primer lugar a los
hombres que debían ser testigos de la ruina de Jerusalén y del Templo, y en
segundo lugar a la generación "que ha de asistir a los últimos acontecimientos
históricos del mundo", es decir, a la que presencie las señales aquí anunciadas.
En fin, según otra bien fundada interpretación, que no impide la precedente, "la
generación ésta" es la de fariseos, escribas y doctores, a quienes el Señor
acaba de dirigirse con esas mismas palabras en su gran discurso del capítulo
anterior.
Un notable estudio sobre este pasaje, publicado en "Estudios Bíblicos", de Madrid, ha observado que "el Discurso escatológico no tiene sino un solo tema central: el Reino de Dios, o sea, la Parusía en sus relaciones con el Reino de Dios. Que "la respuesta del Señor (Luc. 21, 8 ss.; Marc. 13, 5 ss.) como en Mat. (24, 4 ss.) y el cotejo de su demanda (de los apóstoles) con la del primer Evangelio, nos certifican que, efectivamente, de sólo ella principalmente se trata" y que "la intención primaria de la pregunta era la Parusía soñada", por lo cual "que el tiempo se refiere directamente a la Parusía es por demás manifiesto" y "en la parábola de la higuera se nos dice que cuando comience a cumplirse todo lo anterior a la Parusía veamos en ello un signo infalible de la cercanía del Triunfo definitivo del Reino"; que la expresión todo esto significa todo lo descrito antes de la Parusía; que el triunfo del Evangelio encontrará "toda clase de obstáculos y persecuciones directas o indirectas" y que a su vez "la generación esta" implica limitación, presencia actual, y "tiene siempre, en labios del Señor, sentido formal cualificativo peyorativo: los opuestos al Evangelio del Reino (como en el Ant. Test. los opuestos a los planes de Yahvé)".
Cita al efecto los siguientes textos, en que Jesús se refiere a escribas, fariseos y saduceos: Mat. 11, 16; Luc. 7, 11; 12, 39; 41, 42, 45; Marc. 8, 12; Luc. 11, 29; 30, 31, 32; Mat. 16, 4; 17, 17; Marc. 9, 19; Luc. 9, 41; 23, 36; Luc. 11, 50, 51; Marc. 8, 38; Luc. 16, 8; 17, 25.
Y concluye: "De todo lo cual parece deducirse que la expresión la generación esta es una apelación hecha para designar una colectividad enemiga, opuesta a los planes del Espíritu de Dios, que inicia la guerra al Evangelio ya desde sus comienzos (Mat. 11, 12; Luc. 16, 16; Mat. 23, 13; Juan 9, 22, 34, 35 y en general a través de todo el Evangelio); el "semen diaboli" (Gén. 3, 15; cf. Juan 8, 41, 44, 38, etc.), en su lucha con el "semen promissum" (Gén. 3, 15 comp. Gál. c. 3, especialmente 16 y 29)".
3-8. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO
Viernes 28 de noviembre de 2003. Catalina
Labouré, Rufo, Blanca de Castilla
Dn 7, 2-14: El juicio de las Bestias y el triunfo del Hijo de Hombre
Interleccional: Dn 3, 75-81
Lc 21, 29-33: Los signos de los tiempos que anuncias la cercanía del Reino
Sigue el discurso apocalíptico de Jesús. Conviene
ver la estructura de todo el discurso, que ya dimos, para no perdernos. El texto
de hoy responde al 'cuándo' sucederán todas estas cosas. Se hace una distinción
entre la ‘cercanía’ del Reino de Dios (texto de hoy: vv. 29-33) y la ‘venida’
del Día del Hijo del Hombre (texto de mañana: vv. 34-36). La respuesta al cuando
es diferente si se trata de la cercanía de Reino o si se trata del Día del Hijo
del Hombre. No hay que confundir.
La cercanía del Reino de Dios no es algo repentino e inesperado, sino un proceso
histórico que se da a lo largo de todo el tiempo presente. Es necesario, sin
embargo, descubrir los signos de su llegada. Jesús utiliza la imagen de la
higuera y todos los árboles. Cuando echan brotes, el verano está cerca.
Igualmente podemos discernir los signos que anuncian la llegada del Reino de
Dios. Es lo que hoy llamamos los signos de los tiempos. También podemos
discernir los signos de la llegada del Reino de Dios.
La frase del v. 32 es desconcertante: "Les aseguro que antes que pase esta
generación todo se cumplirá". 'Esta generación' puede ser la generación,
posterior a la Resurrección de Jesús y antes de la Parusía. También puede tener
el sentido, no cronológico sino teológico, de la generación de los que viven la
cercanía del Reino de Dios. Sabemos que el Reino de Dios llegará en su plenitud
con la Parusía de Jesús. El Apocalipsis de Juan nos dice claramente, que cuando
Jesús se manifieste, resucitarán los mártires y reinarán mil años con Jesús (Ap
20, 1-6). Se trata de la realización sobre la tierra del Reino de Dios, mil años
antes del Juicio final. El número 'mil' es simbólico, pero la realización del
Reino es real e histórica, aunque trascendente, por estar más allá de la muerte
de los mártires y mas allá de la Parusía de Jesús. Ahora bien, esa realización
plena del Reino de Dios puede ser desde ahora adelantada y celebrada cada vez
vivimos algo de ese Reino hoy en nuestra historia. Hay miles de acciones y
testimonios donde ya vamos adelantando el Reino. Esa el la generación de los
mártires que desde ya descubren la cercanía del Reino y tratan de vivirla en
nuestro presente. Lo que se nos exige es estar atentos a los signos de los
tiempos donde se hace visible esa cercanía del Reino de Dios. Es una actitud
permanente de discernimiento.
3-9. DOMINICOS 2003
Implicados en la verdad y la justicia
Cuatro fieras simbólicas
Con esas cuatro palabras y cuatro imágenes de animales feroces león, oso,
leopardo, monstruo nos va a ofrecer la liturgia de la palabra, en actitud
profética y apocalíptica, la descripción de las fuerzas del mal que han operado
y siguen operando en el mundo.
Tanta es la persistencia en el hombre de sus inclinaciones torcidas, o no
dominadas por una conciencia recta y señora, que hemos de recurrir al reino
animal para expresar la vileza de muchas acciones provenientes de una
interioridad humana desequilibrada.
Y eso no es asunto que podamos cargar sobre los hombros de nuestros mayores en
la historia. Es asunto que continúa vigente entre nosotros:
leones insensibles y voraces somos quienes colocamos un cerebro humano sobre
cuerpo de fiera, que devora y no se compadece de los pobres, enfermos,
marginados;
osos insaciables parecemos quienes nunca nos saciamos con lo que tenemos y somos
capaces de dejar más hambrientos a los que ya tienen hambre;
a leopardos de varias cabezas y alas nos asemejamos quienes vivimos ansiosos de
acumular poder, para propia satisfacción, sin volcarnos en apoyo de los débiles
y enfermos;
rostro aterrador de monstruos exhibimos quienes propiciamos la destrucción de
los más creando instrumentos de guerra, programas de cruel explotación de los
pueblos pobres, gobiernos sin conciencia de ser servidores del bien
comunitario...
ORACIÓN:
Envía, Señor, tu Espíritu sobre nosotros para que estos huesos, estas ruinas,
estas conciencias torturadoras y locas, no sigan haciendo tanto mal en la
humanidad y en el mundo que creaste como jardín de convivencia, huerto de
trabajo, minas y pozos al servicio de nuestro común bienestar. Amén.
Palabra para un reino nuevo
Profeta Daniel 7, 2-14:
“Yo, Daniel, tuve una visión nocturna: los cuatro vientos del cielo agitaban el
océano. Cuatro fieras gigantescas salieron del mar, las cuatro distintas. La
primera era como un león con alas de águila. Estaba mirándola cuando le
arrancaron las alas, la alzaron del suelo, la pusieron de pie como a un hombre y
le dieron una mente humana. La segunda era como un oso medio erguido, con tres
costillas en la boca, entre los dientes, y le dijeron: come carne en abundancia.
La tercera era como un leopardo, con cuatro alas de ave en el lomo y cuatro
cabezas. Y le dieron el poder. La cuarta fiera era terrible, espantosa,
fortísima. Tenía grandes dientes de hierro, con los que comía y descuartizaba...
Durante la visión miré y vi que colocaban unos tronos. Un Anciano se sentó. Su
vestido era blanco como la nieve... Seguí mirando y vi venir una especie de
hombre entre las nubes del cielo...”
Con mucha fantasía se describe en esta visión, bajo figuras de cuatro fieras, lo
mismo que se descubrió en la estatua formada por cuatro clases de materiales,
del oro al barro. En ambos caso, los cuatro elementos o fieras se refieren a
invasores y perseguidores de Israel; y la cuarta, la fiera más brutal se
identifica con Antíoco IV, gran perseguidor de los judíos.
Evangelio según san Lucas 21, 29-33:
“En aquel tiempo puso Jesús una comparación a sus discípulos: Fijaos en la
higuera o en cualquier árbol: cuando echan brotes, os basta verlos para saber
que la primavera está cerca.
Pues yo os digo: cuando veáis esas cosas que se han descrito, sabed que está
cerca el Reino de Dios. Os aseguro que antes que pase esta generación, todo eso
se cumplirá. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán”
Este texto, unido a los versículos anteriores del Evangelio de Lucas, parece que
aluden a cómo la venida última del Hijo de Dios será por sorpresa, y que lo
importante es vivir en continua vigilancia, como amigos de Dios.
Momento de reflexión
Fieras, reinos, combates de fidelidad.
Todo el sentido apocalíptico de las lecturas bíblicas de esta semana converge en
algunas verdades que hemos de conservar con diligencia y prudencia:
No va a haber otro mundo humano sobre la tierra sino el que nosotros mismos
vayamos construyendo con nuestros aciertos y nuestros errores.
Ese mundo humano va a estar siempre necesitado de voces proféticas que denuncien
la maldad y alaben la bondad de las personas. Las denuncias incitarán a la
‘conversión’; las alabanzas a la ‘perfección’, siempre en camino.
Las circunstancias de la vida, por lo que afecten a cada uno, han de contribuir
a que los esforzados merezcan premio por sus acciones, mientras que los
injustos, manipuladores, despreciadores de los demás, se hagan acreedores a
castigo digno.
Esa tensión de vida, entre bien y mal, fidelidad e infidelidad, son signo de
nuestro combate diario, al que no debemos renunciar.
Seamos responsables de lo que hacemos y de lo que dejamos de hacer por
comodidad, cobardía, conformismo, maldad.
La palabra de Dios no pasa.
Conviene reflexionar unos minutos sobre dos verdades que se contienen en el
texto evangélico:
La primera se refiere a la firmeza con que Jesús nos alerta sobre la certidumbre
de que su mensaje es veraz y salvífico. Estemos seguros: el Reino de Dios quiere
estar dentro de nosotros y llevarnos a una eternidad feliz. Es palabra de Dios.
La segunda se refiere a que no es voluntad de Dios, ni de Cristo, desvelar el
secreto del momento final de cada historia personal y de la historia universal.
Estamos en el mundo en cuerpo y espíritu, y forma parte de nuestra vida vivir en
tensión, en alerta, siempre mirando a la verdad y a hacer el bien. Lo demás es
don del amor y misericordia divina.
3-10. CLARETIANOS 2003
Queridos amigos y amigas:
Si os asomáis al pasaje evangélico de mañana os podéis llevar una sorpresa. En
él se dice que aquel día puede echarse encima de repente, porque caerá como un
lazo sobre todos los habitantes de la tierra. En cambio, el fragmento de este
día apunta las señales que precederán a la llegada del Reino de Dios. Hay una
tensión en estos textos que no es fácil de resolver. No obstante, las llamadas
que se hacen son muy consonantes entre sí y no presentan ninguna antinomia
insoluble. Mañana se urgirá a la vigilancia y a la oración. Es el “velad y orad”
que Jesús dirige en otras ocasiones a los discípulos. Y hoy el anuncio es
espléndido: los hechos que se mencionan son señales de la cercanía del Reino de
Dios. De nuevo, por tanto, estamos ante el mensaje esperanzador. Que Jesús no un
aguafiestas: es el novio que invita a los amigos a la alegría. En efecto, en
este capítulo 21 Jesús nos habla de las buenas cercanías: “se acerca vuestra
liberación”; “sabed que está cerca el Reino de Dios”.
Por lo demás, cada pasaje evangélico se ha de leer
en el contexto más amplio de todo el evangelio. Y en éste encontramos palabras
que hacen referencia a la presencia del reino de Dios ya aquí y ahora: “el Reino
de Dios está en medio de vosotros”; “si expulso a los demonios por el poder de
Dios, señal de que el Reino de Dios ha llegado a vosotros”; “dichosos vuestros
ojos que ven lo que veis y vuestros oídos que oyen lo que oís”, etc. Es una
nueva tensión: el Reino de Dios ya presente en la palabra, las obras y la
presencia misma de Jesús y el Reino de Dios como realidad futura por cuya venida
tenemos que orar. Podemos desmitologizar los pasajes apocalípticos; quizá es
mejor contextuarlos en el conjunto del evangelio, para dejarnos interpelar por
su urgencia sin olvidar el don de Dios ya presente que hemos de acoger día a
día.
Vuestro hermano en la fe.
Pablo Largo (pldomizgil@hotmail)
3-11. 2003
LECTURAS: DAN 7, 2-14; DAN 3; LC 21, 29-33
Dan. 7, 2-14. El mar, en la Escritura es símbolo del abismo, del caos, de la
maldad. De él surgen cuatro bestias que detentarán el poder en el mundo. Pero de
esas bestias no puede esperarse ni la salvación ni la paz. Lo único que hacen es
destruir, pisotear, triturar a las naciones y llenarse el hocico de sangre
inocente. Y Dios se encarga de destituirlos y despojarlos de su poder. Pero a
una bestia, que además de hacer todos esos males profiere blasfemias, se ordena
matarla, descuartizarla y echarla al fuego. Recordemos que todo poder viene de
Dios, de lo alto, no de lo bajo, de la maldad. Y quien ha sido puesto por Dios
para regir al pueblo no puede dedicarse a destruir a los suyos. Todo reino es
pasajero; sólo Aquel como Hijo de Hombre, que no viene del abismo sino entre las
nubes del cielo, Aquel que procede de Dios y ha puesto su morada entre nosotros,
posee un Reino que jamás será destruido, pues no actuará sino bajo la guía del
Espíritu del mismo Dios. Quienes pertenecemos al Reino y Familia de Dios, no
vivamos como destructores de la paz y de la dignidad de nuestro prójimo. Más
aún: si tenemos algún poder en la tierra, sepamos que no lo hemos recibido de
los hombres sino de Dios; y por tanto no queramos llamarnos cristianos para
después, cobijados por el poder, dedicarnos a destruir a quienes nos fueron
confiados o a quienes se oponen a nuestros intereses.
Dan. 3, 75-81. Todo debe unirse a la alabanza hecha
al Nombre de Dios, pues Él se ha convertido en nuestro Salvador. Si toda la
tierra ha contemplado la Victoria de nuestro Dios, que todas las naciones
bendigan su Santo Nombre. Aquella armonía, perdida a causa del pecado, ahora
vuelve a acompañarnos a través de nuestra vida, pues el Señor nos ha dado su
paz. A nosotros corresponde conservar e incrementar esa convivencia serena con
todas las criaturas y no destruirlas a causa de nuestros intereses mezquinos.
Todo está al servicio del hombre, pero debe ser utilizado, no como una
explotación enriquecedora egoístamente, sino con la responsabilidad que nos
lleva a respetar los recursos de la naturaleza, que Dios ha puesto en nuestras
manos. Así, por medio del hombre redimido, la redención de Cristo alcanza a
todas las criaturas que, unidas al hombre, bendicen al Señor.
Lc. 21, 29-33. Ojalá y la Palabra de Dios llegue en nosotros a su cumplimiento.
Pues sólo el hombre es el único capaz de evitar que esa Palabra se haga realidad
entre nosotros. Cuando el hombre vive de espaldas a Dios, su Palabra, no
cumplida en nosotros a causa de nuestra cerrazón a ella, en lugar de salvarnos
se nos convertiría en Palabra que nos juzgue y condene. Y el Señor ha venido
como Salvador, como Dios entrañablemente misericordioso para con nosotros. Ojalá
y escuchemos hoy su voz y no endurezcamos nuestro corazón ante Él. Que la
Iglesia de Cristo dé abundantes frutos de salvación, porque sus obras pongan de
manifiesto la fecundidad del Espíritu, que ha sido derramado en nuestros
corazones. Entonces, cuando el Señor llegue para llevarnos con Él, no seremos
condenados, sino introducidos a su presencia para gozar eternamente de los
bienes, que ha reservado a quienes le viven fieles.
Hemos hecho caso al Señor que nos ha llamado para estar con Él en esta
Eucaristía, banquete de su amor. Él nos convoca para que renovemos nuestra
alianza que nos une a su Hijo con lazos más fuertes que los lazos de la alianza
nupcial. Mediante la Eucaristía nosotros somos del Señor y Él es nuestro.
Nosotros vivimos en Él y Él en nosotros. Él está en nosotros y nosotros en Él,
como el Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre. Nosotros somos el Reino de
Dios, por vivir unidos a Aquel que es Cabeza de La Iglesia, Reino y Familia de
Dios. Nuestra vocación mira a anunciar la Buena Nueva de salvación a todos los
hombres, mediante nuestras palabras, obras, actitudes y vida misma. Y el Señor
nos reúne para recordarnos que no podemos vivir conforme a los criterios de
poder de este mundo, sino conforme a lo que Él nos enseñó: El que de ustedes
quiera ser grande, que se convierta en el servidor de todos, que tome su cruz de
cada día y me siga, pues nadie tiene amor más grande que quien da la vida por
sus amigos.
Y volveremos a nuestras labores diarias; y ahí será el tiempo y la hora de
manifestarnos como redimidos del pecado y de la muerte, y no como esclavos de la
maldad y de lo pasajero. Ojalá y no permanezcamos como varas secas, incapaces de
producir frutos que alimenten la vida, sino que comencemos a manifestar con
nuestras buenas obras no sólo que el Reino de Dios está cerca, sino dentro de
nosotros. Que lo pasajero no embote nuestra mente, ni nuestro corazón, para que
el día del Señor no nos tome desprevenidos. No vivamos con la mirada puesta en
la tierra, en las riquezas que nos encadenan, en el mal uso del poder que nos
hace destruir a los demás. Pongamos nuestra vida al servicio del amor fraterno;
pues sólo entonces podremos decir que la Palabra de Dios se ha cumplido en
nosotros y nos ha llevado a la Plenitud del Hijo de Dios. Que la Iglesia de
Cristo se manifieste como una esposa digna, adornada con las virtudes que
proceden de Dios, y guiada por el Espíritu Santo, y convertida en signo de
salvación para todos los hombres. No dejemos que nos dominen los criterios del
mundo, ni nos dejemos manipular por los poderes temporales. Que seamos un signo
profético de Dios que llame a todos a vivir como hermanos y a trabajar para que
nadie sea humillado, perseguido o destruido por quienes nos proclamamos como
hijos de Dios, pues Dios no nos llamó para ser signos de muerte, sino de vida
que haga que la salvación y el amor de Dios llegue a todos los hombres.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, la gracia de vivir en un verdadero servicio a Dios, amándolo no sólo de
rodillas en su presencia, sino sirviéndolo amorosa y fraternalmente en nuestros
hermanos, especialmente en los más necesitados. Amén.
3-12.
Una palabra eterna
(Lucas 21, 33)
Leemos en el Evangelio de Lucas esta expresión del Señor: El cielo y la tierra
pasarán, pero mis palabras no pasarán (Lucas 21, 33) Permanecerán porque fueron
pronunciadas por Dios para cada hombre, para cada mujer que viene a este mundo.
Jesucristo sigue hablando, y sus palabras, por ser divinas, son siempre
actuales. Toda la Escritura anterior a Cristo adquiere su sentido exacto a la
luz de la figura y de la predicación del Señor. Él es quien descubre el profundo
sentido que se contiene en la revelación anterior. Los judíos que se negaron a
aceptar el Evangelio se quedaron como con un cofre con un gran tesoro adentro,
pero sin la llave para abrirlo. Desde siempre la Iglesia ha recomendado su
lectura y meditación, principalmente del Nuevo Testamento, en el que siempre
encontramos a Cristo que sale a nuestro encuentro. Unos pocos minutos
diariamente nos ayudan a conocer mejor a Jesucristo, a amarle más, pues sólo se
ama lo que se conoce bien.
Cuando en el Evangelio de la Misa leemos hoy que el cielo y la tierra pasarán,
pero no sus palabras, nos señala de algún modo que en ellas se contiene toda la
revelación de Dios a los hombres: la anterior a su venida, porque tiene valor en
cuanto hace referencia a Él, que la cumple y clarifica; y la novedad que Él trae
a los hombres, indicándoles con claridad el camino que han de seguir. Jesucristo
es la plenitud de la revelación de Dios a los hombres. Cuántas veces hemos
pedido a Jesús luz para nuestra vida con las palabras -Ut videam!, Que vea,
Señor- de Bartimeo: o hemos acudido a su misericordia con las del publicano: ¡Oh
Dios, apiádate de mí que soy un pecador! ¡Cómo salimos confortados después de
ese encuentro diario con Jesús en el Evangelio!
Cuando la vida cristiana comienza a languidecer, es necesario un diapasón que
nos ayude a vibrar de nuevo. ¡Cuántas veces la meditación de la Pasión de
Nuestro Señor, ha sido como una enérgica llamada a huir de esa vida menos
vibrante, menos heroica! No podemos pasar las páginas del Evangelio como si
fuera un libro cualquiera. Su lectura, dice San Cipriano, es cimiento para
edificar la esperanza, medio para consolidar la fe, alimento de la caridad, guía
que indica el camino... (Tratado sobre la oración). Acudamos amorosamente a sus
páginas, y podremos decir con el Salmista: Tu palabra es para mis pies una
lámpara, la luz de mi sendero (Salmo 118, 105)
Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones
Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre
3-13.
Señales de la proximidad del Reino
Fuente: Catholic.net
Autor: Ignacio Sarre
Reflexión:
Nos interesan mucho los pronósticos. Ponemos atención al reporte del clima para
saber si saldremos o no al campo. A los aficionados, el de la Liga de fútbol. A
los empresarios, el de la Bolsa de valores. ¡Qué previsores! Nos gusta saber
todo con antelación para estar preparados.
Jesucristo ya lo había constatado hace 2000 años, cuando no había ni
telediarios, no existía el fútbol, ni mucho menos la Bolsa de Valores. Pero los
hombres de entonces, ya sabían cuándo se acercaba el verano, porque veían los
brotes en los árboles.
Nuestra vida se mueve entre una historia (el pasado) y un proyecto (el futuro).
La invitación del Señor es a estar preparados para lo que nos aguarda, con
atención a los signos de los tiempos. A aprender de las lecciones del pasado,
con optimismo y deseo de superación. Pero, sobre todo, a vivir intensamente el
presente, el único instante que tenemos en nuestras manos para construir. No lo
podemos perder lamentándonos por los errores del pasado y, menos aún, temiendo
lo que puede llegar en el porvenir. El mejor camino para afrontar el futuro es
aprovechar el momento presente. Seamos previsores, ¡invirtamos y apostemos hoy
por la vida eterna!
3-14. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004
Ap 20,1-4.11 - 21,2: Y se les dio el poder de
juzgar
Sal 83, 3-6a.8a: Esta es la morada de Dios con las personas
Lc 21, 29-33: Sepan que el Reino de Dios está cerca.
En el Apocalipsis se nos presenta la derrota del mal por etapas sucesivas:
primero, la caída de la Gran Babilonia, luego la primera derrota del mal,
simbolizado por el diablo o Satanás que es encadenado por un período de mil
años; luego una segunda derrota del mal ahora para siempre, ya no por la lucha
de los justos, sino por el poder de Dios, y finalmente, el advenimiento del
Reino de Dios, la Nueva Jerusalén.
El texto que leemos hoy como primera lectura se sitúa en la primera derrota del mal, cuando el diablo es encadenado por mil años. La “Gran Babilonia” ha caído, el demonio ha sido derrotado y atado. Sin embargo, queda la raíz del mal, que sólo puede ser arrancada por la acción purificadora de Dios. Sólo entonces se produce el juicio final, el triunfo final de Dios y de quienes tienen su nombre en la frente. El juicio es entonces entregado en primer lugar a los mártires, a quienes resistieron hasta la muerte, como el obispo Valdivieso, como San Romero de América, sin dejar de luchar y de dar testimonio de la verdad de Dios. También el juicio es entregado a todos los que no adoraron a la Bestia ni a su imagen, y no aceptaron la marca en su frente o en su mano; revivieron y reinaron con Cristo mil años. A quienes no sucumbieron a las seducciones de la Bestia, del poder, del dinero injusto, de la opresión, de la violencia en cualquier de sus manifestaciones, de los múltiples rostros de la opresión de género, raza, culturas.
Durante los tiempos oscuros de la Historia, los opresores parecen eternos, todopoderosos, pero las Escrituras -y entre ellas el Apocalipsis- nos incitan a no caer en la impotencia, en la desesperanza.
Los muertos también serán juzgados según sus obras por la justicia de Dios. Quienes no aparece inscritos en el libro de la Vida, son arrojados al lago de fuego, en donde desaparecen para siempre.
Finalmente se cumple la promesa hecha por boca de Isaías (65,17) finalmente la humanidad contempla Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva - porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron.
No es una vuelta nostálgica al pasado, al Paraíso perdido, sino a la Nueva Jerusalén, el Reino de Dios construido en alianza con la Humanidad, luego de haber caminado por la Historia, cayendo y levantándose, avanzando... La Alianza entre Dios y la Humanidad se consuma finalmente en las bodas místicas del Creador con la Creación entera.
3-15. Fray Nelson Viernes 26 de Noviembre de 2004
Temas de las lecturas: Los muertos fueron juzgados
conforme a sus obras. Vi que descendía del cielo la nueva Jerusalén * Cuando
vean que suceden estas cosas, sepan que el Reino de Dios está cerca .
1. El diablo encadenado
1.1 El Apocalipsis no cesa de asombrarnos. Cada capítulo y cada página
desenvuelven nuevas imágenes y recursos descriptivos que, aunque ya presentes en
el conjunto de la Escritura, aquí adquieren un tono especialmente enérgico y
majestuoso. He aquí una escena portentosa: un Ángel encadena a Satanás por mil
años, aunque luego quedará en libertad por breve tiempo.
1.2 Los estudiosos de la Biblia intentan encontrar un sentido a esa cifra de mil
años. En general hoy podemos hablar de un consenso en un punto: no se trata de
mil vueltas de la tierra alrededor del sol. El Libro Santo no está hablando del
año 1000, ni del año 1100. Ni seguramente alude a una cifra que tengamos que
empezar a contar a partir de algún "gran" acontecimiento, que equivaldría a la
caída de una "Babilonia".
1.3 El diablo encadenado no es un pobre diablo. La Biblia no dice que esté
inactivo, sino que está encadenado, lo cual bien puede y quizá debe entenderse
en el sentido de un poder que no es ilimitado y que queda sujeto a un mandato
particular de quien le encadena, es decir, Dios. Bien puede pensarse que es la
situación en que vemos desenvolverse la historia humana que conocemos: el
demonio no logra lo que quisiera, pues, si pudiera, extinguiría por completo la
noticia sobre Cristo; sin embargo, sí logra objetivos, entorpeciendo, por decir
lo menos, el anuncio de la gracia.
1.4 El tiempo de encadenamiento termina. Esto indicaría, si la interpretación
que seguimos es correcta, que al final de los tiempos habrá un tipo de
confrontación inédito para nosotros; algo que no conocíamos y que reclamará una
gracia singular, como puede entenderse quizás de las palabras que dijo el Señor
Jesús: "Y si aquellos días no fueran acortados, nadie se salvaría; pero por
causa de los escogidos, aquellos días serán acortados" (Mt 24,22). Esto
indicaría un tipo de combate espiritual que rebasa lo que podemos imaginarnos.
2. Un Juicio y un Reino Compartidos
2.1 No podemos dejar pasar por alto un versículo elocuente de la primera
lectura: "vi unos tronos, y a los que se sentaron en ellos se les dio poder para
juzgar... y reinaron con Cristo mil años" (Ap 20,4). He aquí que los que mueren
con Cristo y son vivificados por Cristo, ahora juzgan e incluso ¡reinan!
Ponderemos lo que esto significa. Dios ha dicho: "Yo soy el Señor, ése es mi
nombre; mi gloria a otro no daré" (Is 42,8). ¡Y ahora vemos a creaturas humanas
que juzgan y reinan! No hay contradicción, sin embargo: la gracia no es una
simple declaración externa de benevolencia de Dios hacia los pecadores; es ante
todo transformación de nuestro ser por Él y con Él.
2.2 Esto significa participación en su propio ser y obrar, como ya enseñó
audazmente Pedro en su carta, que por las promesas de Dios llegamos a ser
"partícipes de la naturaleza divina" (2 Pe 1,4). Es también lo que contemplamos
en el quinto misterioso glorioso del Santo Rosario: María, la Madre de Jesús,
reina. No reina en lugar de Cristo, sino con Él. Y a eso estamos llamados
nosotros también. Al fin y al cabo, más que siervos ya hemos sido llamados
amigos (cf. Jn 15,15). Amigos que comparten un mismo Pan y un mismo Cáliz.
3-16.
Comentario: Rev. D. Albert Taulé i Viñas
(Barcelona, España)
«El Reino de Dios está cerca»
Hoy Jesús nos invita a mirar cómo brota la higuera, símbolo de la Iglesia que se
renueva periódicamente gracias a aquella fuerza interior que Dios le comunica
(recordemos la alegoría de la vid y los sarmientos, cf. Jn 15): «Mirad la
higuera y todos los árboles. Cuando ya echan brotes, al verlos, sabéis que el
verano está ya cerca» (Lc 21,29-30).
El discurso escatológico que leemos en estos días, sigue un estilo profético que
distorsiona deliberadamente la cronología, de manera que pone en el mismo plano
acontecimientos que han de suceder en momentos diversos. El hecho de que en el
fragmento escogido para la liturgia de hoy tengamos un ámbito muy reducido, nos
da pie a pensar que tendríamos que entender lo que se nos dice como algo
dirigido a nosotros, aquí y ahora: «No pasará esta generación hasta que todo
esto suceda» (Lc 21,32). En efecto, Orígenes comenta: «Todo esto puede suceder
en cada uno de nosotros; en nosotros puede quedar destruida la muerte,
definitiva enemiga nuestra».
Yo quisiera hablar hoy como los profetas: estamos a punto de contemplar un gran
brote en la Iglesia. Ved los signos de los tiempos (cf. Mt 16,3). Pronto
ocurrirán cosas muy importantes. No tengáis miedo. Permaneced en vuestro sitio.
Sembrad con entusiasmo. Después podréis recoger hermosas gavillas (cf. Sal
126,6). Es verdad que el hombre enemigo continuará sembrando cizaña. El mal no
quedará separado hasta el fin de los tiempos (cf. Mt 13,30). Pero el Reino de
Dios ya está aquí entre nosotros. Y se abre paso, aunque con mucho esfuerzo (cf.
Mt 11,12).
El Papa Juan Pablo II nos lo decía al inicio del tercer milenio: «Duc in altum»
(cf. Lc 5,4). A veces tenemos la sensación de no hacer nada provechoso, o
incluso de retroceder. Pero estas impresiones pesimistas proceden de cálculos
demasiado humanos, o de la mala imagen que malévolamente difunden de nosotros
algunos medios de comunicación. La realidad escondida, que no hace ruido, es el
trabajo constante realizado por todos con la fuerza que nos da el Espíritu
Santo.
3-17.
Reflexión:
Apoc. 20, 1-4. 11-21, 2. Y llegará el final de todo. Y cada uno será juzgado
conforme a sus obras. Finalmente el diablo o Satanás será vencido, al igual que
la muerte. Y junto con ellos serán arrojados de la presencia de Dios todos los
que obraron el mal. En cambio, para aquel que haya perseverado fiel hasta el
final recibirá la corona de la Vida, siendo parte de la Novia que se desposará
con el Cordero inmaculado, para permanecer eternamente con Él en la Gloria del
Padre. El Señor nos quiere como fieles testigos suyos a pesar de las
persecuciones o burlas de los demás. El Señor nos ha enviado a proclamar su
Palabra, especialmente a través de la propia vida que la haya encarnado en uno
mismo, y nos haya convertido en un Evangelio viviente del Padre. No podemos
llamarnos hijos de Dios mientras llevamos la marca del pecado en el corazón. Si
somos de Dios dejémonos sellar por el Espíritu Santo, de tal forma que, a partir
de esa presencia suya en nosotros, podamos manifestarnos auténticamente como
hijos de Dios, destinados a la Vida eterna.
Sal. 84 (83). ¿Realmente anhelamos vivir para siempre con Dios? En el fondo de
nuestro corazón, aún los que no creen en la otra vida, todos deseamos la
salvación y no la condenación. Los que, por la fe en Jesucristo, tenemos la
certeza de la Vida Eterna, hemos de desear permanecer para siempre con Él. Pero
este deseo no se nos puede quedar únicamente en la cabeza. Es necesario ponernos
en camino. Muchos hermanos nuestros han alcanzado ya la salvación y, dichosos
ellos porque viven ya en la Casa del Padre, alabándolo para siempre. La muerte y
la resurrección de Cristo, y su Glorificación a la diestra del Padre, son para
nosotros el camino que hemos de seguir para llegar a donde Él nos ha precedido.
Que el Señor, que va delante nuestro, nos haga encontrar en Él la fuerza
necesaria para caminar cada vez con más vigor, hasta lograr nuestra plena unión
con Él, pues nuestra vocación mira a la posesión de los bienes definitivos.
Lc. 21, 29-33. El Señor Jesús, mediante su muerte y resurrección, a quienes lo
aceptamos como Salvador y Camino que nos conduce al Padre, nos ha hecho parte de
su Reino, pues, efectivamente, el Reino de Dios ya está dentro de nosotros. A
partir de ese momento Pascual de Cristo, Él confió a su Iglesia el mensaje de
salvación. Y la Iglesia vive jalonada hacia el momento en que el Reino de Dios
llegue a su plenitud, el día de la manifestación final de nuestro Salvador
Jesucristo. Día a día nos hemos de esforzar, con la Gracia divina y con la
Fuerza del Espíritu Santo, en ir perfeccionando, en ir llevando hacia una mayor
madurez el Reino de Dios entre nosotros. Ojalá y los frutos sean cada vez más
maduros. Una mayor madurez en el amor, en la fraternidad, en la paz, en la
misericordia. Cuando esto se vaya haciendo realidad entre nosotros sabremos que
el Señor está cada vez más cerca, pues nosotros nos estaremos identificando con
Él, hasta llegar a ser conforme a la imagen del Hijo de Dios. Entonces, por
medio de la Iglesia, Jesús continuará siendo el Dios-con-nosotros, siempre
preocupado de pasar haciendo el bien a todos para conducirlos al encuentro con
su Dios y Padre, Dios y Padre nuestro.
El Hijo de Dios, hecho uno de nosotros, y convertido en Pan de Vida eterna,
viene hoy a nuestro encuentro. Su Victoria es nuestra victoria. Su Paz, es
nuestra paz. Su Misericordia se ha manifestado sobre nosotros, pues nos ha amado
y perdonado, sin importarle lo negro que pueda haber sido nuestro pasado. El
cielo nuevo y la tierra nueva se han de iniciar ya desde ahora en nuestro propio
interior, pues lo antiguo, la maldad, el pecado, deben desaparecer de nosotros.
Sólo Dios ha de vivir y reinar en nuestros corazones. Los frutos de nuestras
buenas obras, que proceden de Dios, el único bueno, deben manifestar que el
Señor no sólo está cerca, sino dentro de nosotros convertidos en templos santos
para Él. La Eucaristía, que estamos celebrando, nos abre a la presencia y al
amor de Dios en nosotros. No sólo lo recibimos como un acto de piedad, sino como
un serio compromiso de entrar con Él en una nueva y definitiva Alianza, de tal
forma que en adelante ya no vivamos para nosotros mismos, sino para Aquel que
por nosotros murió y resucitó.
No podemos conformarnos con anunciar el Evangelio sólo con los labios. El
verdadero profeta debe convertirse también en el constructor de los cielos
nuevos y de la nueva tierra. No basta con denunciar el pecado que hay en el
mundo. Mientras no pongamos todo nuestro empeño, como colaboradores de la gracia
divina, en hacer surgir un mundo renovado en Cristo, que sea más fraterno, más
justo, más solidario y misericordioso, que nos ayude a vivir en la paz, no
podremos llamarnos realmente testigos del Señor. El anuncio del Evangelio debe
ser acompañado por el sacrificio de quienes lo anuncian. Mientras el grano de
trigo no caiga en tierra y muera, no puede ser fecundo. Debemos humillarnos;
hemos de bajar hasta la realidad del hombre que sufre, o que vive encadenado al
pecado. Ahí lo hemos de dar todo, con tal de ganar a todos para Cristo. Y no
hemos de tener miedo, sino un gran amor, que ha de ser lo único que debe mover
la acción pastoral de la Iglesia; pues nadie nos quita la vida; nosotros la
damos libremente por el bien de todos. Cuando, identificados con Cristo, subamos
a nuestra propia cruz para entregarlo todo por el bien de nuestros hermanos,
estaremos subiendo, junto con Cristo, a nuestra glorificación junto a Él a la
diestra del Padre Dios.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre, la gracia de trabajar esforzadamente por su Reino,
sabiendo que hemos de ser, ya desde ahora, los constructores del mismo hasta
que, al final, llegue su plenitud en la Gloria del Padre. Amén.
Homiliacatolica.com
3-18. 26 de Noviembre
204. Una palabra eterna
I. A punto de concluir el ciclo litúrgico, leemos en el Evangelio de la Misa
esta expresión del Señor: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no
pasarán (Lucas 21, 33) Permanecerán porque fueron pronunciadas por Dios para
cada hombre, para cada mujer que viene a este mundo. Jesucristo sigue hablando,
y sus palabras, por ser divinas, son siempre actuales. Toda la Escritura
anterior a Cristo adquiere su sentido exacto a la luz de la figura y de la
predicación del Señor. Él es quien descubre el profundo sentido que se contiene
en la revelación anterior. Los judíos que se negaron a aceptar el Evangelio se
quedaron como con un cofre con un gran tesoro adentro, pero sin la llave para
abrirlo. Desde siempre la Iglesia ha recomendado su lectura y meditación,
principalmente del Nuevo Testamento, en el que siempre encontramos a Cristo que
sale a nuestro encuentro. Unos pocos minutos diariamente nos ayudan a conocer
mejor a Jesucristo, a amarle más, pues sólo se ama lo que se conoce bien.
II. Cuando en el Evangelio de la Misa leemos hoy que el cielo y la tierra
pasarán, pero no sus palabras, nos señala de algún modo que en ellas se contiene
toda la revelación de Dios a los hombres: la anterior a su venida, porque tiene
valor en cuanto hace referencia a Él, que la cumple y clarifica; y la novedad
que Él trae a los hombres, indicándoles con claridad el camino que han de
seguir. Jesucristo es la plenitud de la revelación de Dios a los hombres.
Cuántas veces hemos pedido a Jesús luz para nuestra vida con las palabras –Ut
videam!, Que vea, Señor- de Bartimeo: o hemos acudido a su misericordia con las
del publicano: ¡Oh Dios, apiádate de mí que soy un pecador! ¡Cómo salimos
confortados después de ese encuentro diario con Jesús en el Evangelio!
III. Cuando la vida cristiana comienza a languidecer, es necesario un diapasón
que nos ayude a vibrar de nuevo. ¡Cuántas veces la meditación de la Pasión de
Nuestro Señor, ha sido como una enérgica llamada a huir de esa vida menos
vibrante, menos heroica! No podemos pasar las páginas del Evangelio como si
fuera un libro cualquiera. Su lectura, dice San Cipriano, es cimiento para
edificar la esperanza, medio para consolidar la fe, alimento de la caridad, guía
que indica el camino... (Tratado sobre la oración). Acudamos amorosamente a sus
páginas, y podremos decir con el Salmista: Tu palabra es para mis pies una
lámpara, la luz de mi sendero (Salmo 118, 105)
Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones
Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre
3-19. Señales de la venida del Reino
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Clemente González
Reflexión
La parábola de la higuera se sitúa prácticamente al final del discurso de Jesús
sobre las señales del fin universal. Hace aproximadamente dos mil años que
Cristo pronunció estas palabras, y no pueden ser más actuales. No hace falta
detenerse demasiado en dicho discurso para encontrar rápidamente el paralelismo
entre lo que Cristo nos describe y lo que nosotros vivimos en la actualidad.
Ante tanta adversidad el mensaje de Cristo es, como siempre, esperanzador: "el
Reino de Dios está cerca". Somos pues, hijos todos de la misma generación,
descendientes de Adán y Eva, los expulsados del paraíso. Pero hijos
principalmente de Dios, que nos dignifica a través de su Hijo Jesucristo y que
nos muestra ya la higuera que retoña, es decir, el Reino naciente en cada
corazón que le ama.
El tiempo ha demostrado la autenticidad de las palabras de Nuestro Señor: "El
cielo y tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán". Esta sorprendente
expresión de Jesús está cargada de un profundo significado: nada perdura en el
tiempo, sólo Él es eterno, sólo Él puede decir "siempre".
Por eso, nos equivocamos si centramos nuestra vida en lo estrictamente pasajero,
material y efímero. Debemos anclarnos en Cristo, con Él no damos pasos en falso.
Desde luego, y estamos avisados, la senda es estrecha y espinada, y cuesta
transitarla, pero vamos acompañados y guiados por el Maestro. Este pasaje nos
llama a volver a la frescura del Evangelio, a buscar la autenticidad del mensaje
cristiano, seguros de que no pasa, jamás se desfasa, ni es atemporal. A veces,
nuestros prejuicios nos empujan a quedarnos en lo más superficial de lo que
conforma nuestra fe; nos ocupamos con demasiada frecuencia de lo externo;
estamos estancados en nuestra dimensión más horizontal, olvidándonos de que es
la vertical la que nos conduce a las alturas.
El Señor nos advierte: "mis palabras no pasarán", es nuestra responsabilidad no
perder más el tiempo, el tiempo es un regalo de Dios de valor incalculable.
Utilizarlo de cara a Él, obedeciendo su santa voluntad. He ahí la tarea del
cristiano y lo único que puede darnos la felicidad.
3-20. 34ª Semana. Viernes
Y les dijo una parábola: «Observad la higuera y todos los árboles. Cuando ya
echan brotes, al verlos, conocéis por ellos que ya está cerca el verano. Así
también vosotros cuando veáis que sucede todo esto, sabed que está cerca el
Reino de Dios. En verdad os digo que no pasará esta generación hasta que se
cumpla todo esto. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán». (Lc
21, 29-33)
I. Jesús, profetizas que la destrucción de Jerusalén va a suceder en esa misma
generación. Muchos de tus apóstoles serían gente joven entre veinte y treinta
años; cuando cuarenta años más tarde los romanos destruyen Jerusalén y el templo
desde el que te habían oído esta profecía, se acordarían de tus palabras. Sin
embargo, la destrucción de Jerusalén no es el fin del mundo; es sólo un símbolo:
porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin del mundo no es
inmediato [233].
Jesús, también es cierto que no pasará esta generación hasta que llegue el fin
de los tiempos. En este caso, generación tiene un sentido más amplio: la
generación de los creyentes, la Iglesia. Porque generación también significa
estilo de vida y cultura. En este sentido dicen los salmos: ésta es la
generación de los que buscan al Señor [234]; es decir, éste es el pueblo de los
que creen en Dios, el pueblo escogido.
Jesús, Tú sabes que, durante la historia, habrá muchos cambios: lo que está de
moda hoy, es considerado antiguo mañana, y se olvidará pasado mañana. El cielo y
la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Todo pasa, pero tu palabra
permanece. Y no te refieres a tu palabra escrita -la Biblia- porque hay libros
más antiguos que también han llegado hasta nosotros. Te refieres a tu palabra de
vida: a tu enseñanza y a los medios que has dejado para vivirla. Tu palabra
«viva y eficaz» se mantiene a lo largo de los siglos en tu Iglesia. La Iglesia
tiene la misión -con la ayuda del Espíritu Santo- de custodiar fielmente tu
doctrina y tus Sacramentos.
II. «Carga sobre mí la solicitud por todas las iglesias», escribía San Pablo, y
este suspiro del Apóstol recuerda a todos los cristianos -¡también a ti!- la
responsabilidad de poner a los pies de la Esposa de Jesucristo, de la Iglesia
Santa, lo que somos y lo que podemos, amándola fidelísimamente, aun a costa de
la hacienda, de la honra y de la vida [235].
Jesús, aunque has prometido que la Iglesia permanecerá hasta el final de los
tiempos, y que siempre contará con tu ayuda para custodiar tu palabra, Tú
cuentas con la fidelidad de los cristianos de cada generación para que pongan en
práctica tus mandamientos y extiendan tus enseñanzas por toda la tierra. En
concreto, esperas de cada uno y de cada una que seamos santos: que sepamos
ofrecerte nuestro trabajo y nuestro descanso especialmente en la celebración de
la Santa Misa.
Los laicos, consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, están
maravillosamente llamados y preparados para producir siempre los frutos más
abundantes del Espíritu. En efecto, todas sus obras, oraciones, tareas
apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo diario, el descanso
espiritual y corporal, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de
la vida, si se llevan con paciencia, todo ello se convierte en sacrificios
espirituales agradables a Dios por Jesucristo, que ellos ofrecen con toda piedad
a Dios Padre en la celebración de la Eucaristía uniéndolos a la ofrenda del
cuerpo del Señor. De esta manera, también los laicos, como adoradores que en
todas partes llevan una conducta sana, consagran el mundo mismo a Dios [236].
Jesús, Tú pides a cada cristiano -a mí- que ame a la Iglesia como a una madre,
puesto que la Iglesia me ha dado la vida espiritual con el Bautismo, y me
sustenta con los Sacramentos y con la doctrina cristiana. Y no sólo debo
quererla, sino también sentir -como San Pablo- el peso de la Iglesia: la
responsabilidad de colaborar para que cumpla su misión fielmente. Ayúdame a amar
a tu Iglesia fidelísimamente, aún a costa de la hacienda, de la honra y de la
vida.
[233] Lc 21, 9
[234] Ps 24, 6.
[235] Forja, 584.
[236] Catecismo, 901.
Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo VI, EUNSA
3-21. CLARETIANOS 2004
Queridos amigos y amigas:
Recuerdo aquellos primeros libros de Religión cuando la asignatura engrosó el
currículo de las marías. El que yo manejaba terminaba con imágenes y textos
sobre el cielo nuevo y la tierra nueva. Y mira que es difícil explicar que se
refiere a un mundo donde el espacio y el tiempo no cuentan porque todo lo llena
la contemplación de la santidad de Dios. Tenía que repetir: “Que sí, que las
leyes del espacio y del tiempo a las que nos acostumbramos no cuentan en ese
mundo, ni siquiera la fe y la esperanza, porque ya no existe este mundo, camino
para el otro”. Claro está, esto mismo dicho con otras palabras, comparaciones y
hasta acompañados de músicas de aquí abajo.
Siguiendo el Apocalipsis, no seamos como los niños a quienes tocan canciones y
no bailan, “arrojemos el Dragón de nuestra soberbia al abismo para que no pueda
extraviarnos” antes que se cumplan los mil años que necesitamos para entender
este misterio del cielo nuevo y la tierra nueva donde el mar entrega a sus
muertos y éstos vuelven a la vida para reinar con Cristo. Se refiere a los que
han muerto por el testimonio de Jesús. Muramos con Él.
Yo quiero ver el cielo nuevo y una tierra nueva cuando este primer cielo y
primera tierra pasen y el mar ya no exista. Yo quiero ver la ciudad santa, la
nueva Jerusalén, que descenderá del cielo, enviada por Dios, arreglada como una
novia que se adorna para su esposo. Quizá viendo lo pueda explicar mejor a mis
alumnos, aunque para entonces no les hará falta ningún rollo.
Y mientras llegue el momento, me conformo con ser “el gorrión que ha encontrado
una casa, tus altares, Señor”. Si me pilla la nueva tierra en tu cielo, estaré
en el lugar indicado y en el tiempo oportuno. “Dichosos los que viven en tu
casa, alabándote siempre. Dichosos los que encuentran en ti su fuerza: caminan
de baluarte en baluarte” y no se perderán un rinconcillo para edificar su morada
en la nueva tierra.
Pero, ¿cómo va a ser posible tener carné de la nueva ciudadanía sin aprender la
sabiduría de la higuera o de cualquier árbol que echa sus brotes cuando es el
tiempo oportuno? El reino de Dios está cerca. El cielo y la tierra pasarán, y
para quien esté bien amarrado en su carne y en su alma a las palabras de Jesús,
a punto de caramelo, no pasará de largo el cielo nuevo y la nueva tierra.
Vuestro hermano en la fe:
Miguel A. Niño de la Fuente, cmf.
cmfmiguel@yahoo.es