JUEVES DE LA SEMANA 33ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- 1M 2, 15-29

1-1.

"Sacrificad y os veréis honrados con muchas dádivas" Es extraño: el mundo en que habitamos está poblado de ídolos.

Unos erigen en ídolos a los objetos de sus deseos; engañándose, se olvidan de que los objetos del deseo humano no tienen más que un vínculo simbólico con la felicidad, cuya búsqueda moviliza toda la existencia. El camino se convierte entonces en meta, y las etapas en fin. Otros, para promover un valor aislado de los demás y absolutizado -la verdad, el conocimiento, el arte...-, ejercen sobre ellos mismos y sobre los demás una tiranía que los transforma en propagandistas fanatizados, en inquisidores y hasta en terroristas. Y otros, con pretensiones más modestas, practican en la rutina diaria furtivas genuflexiones ante esos ídolos hechos a su medida que son el dinero, el prestigio, el placer, el poder.

"Sacrificad y os veréis honrados con muchas dádivas".

CR/ATEOS: ¡Cuántos dioses a imagen de nuestros temores, de nuestras aspiraciones, de nuestras infidelidades...! "¡El Cielo nos guarde de abandonar la Ley!" En adelante, esta súplica forma parte de nuestra vida, a la vez como una experiencia cuyos frutos podemos juzgar y como una exigencia nunca cumplida. En el seno de este mundo humano sembrado de fetiches, nuestra fe nos encarga una tarea, la de denunciar a cada uno de ellos, diciéndole: "Tú no eres Dios". Sí, tenemos vocación de ateos. De los primeros cristianos no se decía que fueran hombres edificantes y virtuosos: se les acusaba de ser inmorales, porque no sacrificaban a la religión del emperador... ¡porque eran ateos! Nuestra fe es iconoclasta, porque tiene la vocación de denunciar los falsos absolutos, de relativizar los fanatismos, de criticar las componendas alienantes de lo cotidiano.

"Sacrificad y os veréis honrados con muchas dádivas". Nuestra fe denuncia las ilusiones: la felicidad estará en las contemplación y en el silencio. Combate sin tregua por liberarnos.

Es preciso que muera el ídolo que fascina y estrecha la mirada, para que viva el verdadero nombre de Dios. Cuando se disipa el ídolo, espejismo de un absoluto sustitutorio, entonces aparece el Verbo, imagen del Invisible, único acceso al Padre. Y nuestro deseo coincide con el de Dios: "¡Cuánto me gustaría reunir a todos mis hijos!".

Dios único y verdadero,
Tú nos llamas hijos tuyos;
desenmascara nuestros apegos engañosos
y denuncia nuestras ilusiones.

Reúnenos mediante tu palabra:
que nos sea dulce
adherirnos a Ti
por los siglos de los siglos.

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
SEMANAS XXII-XXXIV T.O. EVANG.DE LUCAS
SAL TERRAE/SANTANDER 1990.Pág. 201


1-2.

El mártir no es un fanático. No es un exaltado. Nos sentiríamos inclinados a considerar esos relatos como unas páginas de fanatismo religioso. Tanto más porque los creyentes de esa época se expresan muy fácilmente en términos de «guerra santa»... la fe y la política están muy ligadas... se toman las armas para convertir a los demás o para defenderse... Pero no juzguemos demasiado de prisa. Su intransigencia es también una fidelidad a un mensaje recibido.

No es una defensa de "sí", de "sus tradiciones", de «sus costumbres» -aun cuando, a menudo, lo parezca-: los resistentes al Helenismo de Antíoco no son dueños del mensaje que transmiten... no aseguran sólo su salvación personal... son «testigos» . Este es el sentido del término griego «mártir».

Cuando nos toque defender la integridad de la fe, ayúdanos, Señor, a no defender sutilmente nuestras «posiciones personales», "nuestras maneras de ver", «nuestros hábitos de pensar»... ni, lo que aún es peor, las ventajas humanas que la Fe nos depara.

Colócanos, Señor, en la humildad. Haznos receptores de tu mensaje.

-Harto ya de las artimañas del poder real que se esfuerza en apartar a los judíos de la Fe, Matatías, jefe de una importante familia sacerdotal convoca a los fieles a la "resistencia" y predica la «guerra santa».

En efecto, el combate por la verdad y la justicia tomó en aquel tiempo esa forma «violenta»...

Todavía HOY, algunos cristianos afirman que ellos también se ven acorralados a esta misma violencia para conseguir la justicia.

La violencia, la guerra, no pueden ser un fin en sí mismas.

Sería llegar a ser uno «verdugo» y «asesino»... después de haber censurado a los que lo son. Pero se comprende que ciertas situaciones puedan llegar hasta estas situaciones difíciles y ambiguas. Ayúdanos, Señor, a entendernos los unos con los otros. Ayúdanos, Señor, a descubrir el sentido de tu bienaventuranza: «felices los artífices de la paz». A los partidarios de la «violencia» dales vivirla con el sentido y las revisiones que impone el evangelio... A los partidarios de la «no-violencia» dales vivirla con el sentido y las revisiones que impone el evangelio.

Danos a todos, a la vez el sentido de la Justicia y de la Verdad... y el sentido del Amor y de la Paz...

-Si cumples el decreto del rey, recibirás plata, oro y muchos regalos.

El compromiso con las situaciones de injusticia conduce a esos chantajes, a esos despropósitos. ¡El dinero! Corruptor de las conciencias.

-Aunque todas las naciones que forman el imperio del rey le obedezcan hasta apartarse cada uno del culto de sus padres... Yo, mis hijos y mis hermanos nos mantendremos en la alianza de nuestros padres. El cielo nos guarde de abandonar la Ley y los preceptos. Incluso si hay guerra santa, la motivación es «religiosa».

Se trata de una fidelidad interior a Dios... «mantenerse en la Alianza». Permanecer aliado de Dios. Hacer su voluntad.

Y esto a pesar de la presión general dominante: «Aunque todos abandonen a Dios...»

¿Cuál es la situación equivalente, en mi vida?

-Y dejando en la ciudad cuanto poseían, huyeron él y sus hijos a las montañas.

Es la prueba decisiva de que ellos no defienden ventajas adquiridas. Huyen al monte. Abandona la vida cómoda. Por fidelidad a Dios.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 398 s.


1-3. /1M/02/15-28   /1M/02/42-50   /1M/02/65-70

El pasaje de hoy narra los comienzos de la revuelta macabea. Todo empieza cuando un inspector real llega a Modín, lugar de residencia del sacerdote Matatías. El pueblo, situado a unos 30 kilómetros de Jerusalén, ha escapado durante cierto tiempo al control policial; pero finalmente se presenta un emisario real y obliga a hacer un sacrificio, probablemente el conmemorativo del día natalicio del rey (2 Mac 6,7). Invita de manera especial a Matatías por su ascendiente sobre los demás; pero éste se niega rotundamente. Entonces un judío, para evitar posteriores represalias contra el lugar, intenta cumplir las órdenes del rey; Matatías lo mata y mata también al inspector real. El autor aprueba este acto comparándolo con el de Fineés, nieto de Aarón, quien mató a un israelita unido contra la ley con una madianita (Nm 25,7-8). Esta acción supone el paso de la resistencia pasiva a la lucha abierta. Matatías hace una llamada general para irse a la montaña, ya que la situación de Modín, en el terreno ondulado pero no montañoso del Sefelá, era favorable para el ejército real.

Al grupo de Matatías se suman, entre otros, los asideos que parecen formar ya en esta época un partido religioso más o menos estructurado. Son los "piadosos", los que han permanecido fieles a las tradiciones patrias, mientras muchos judíos se han relajado en lo que respecta a la observancia de la ley. Se cree que son los antepasados de los fariseos y los esenios. Entre todos forman un verdadero ejército, no suficiente para enfrentarse abiertamente con el real, pero sí para hacer una auténtica guerra de guerrilla.

Pero Matatías, que ya es anciano al comienzo de la revuelta no puede resistir demasiado tiempo esa vida. En sus labios moribundos se pone una especie de testamento espiritual semejante al de Jacob (Gn 49,1-33). El anciano pasa revista a la historia de Israel resaltando la virtud característica de sus principales personajes para demostrar que Dios no abandona a los que luchan por él; acaba con una exhortación al coraje (pasaje que se ha omitido en nuestro texto). Por último designa a sus sucesores. Curiosamente, no nos habla del hijo mayor, Juan; designa a Simón como consejero y encomienda al tercero, Judas, la dirección militar.

J. ARAGONES LLEBARIA
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 418 s.


2.- Ap 5, 1-10

2-1.

-Vi en la mano derecha «del que» está sentado en el trono, un libro escrito por el anverso y el reverso, y «sellado» con siete sellos...

La clave de la interpretación de este símbolo del "libro cerrado y sellado" se encuentra en Ezequiel 2, 9-lO: «lo tiene en su mano derecha», él es el dueño, lo tiene «en sus manos»... «un libro sellado», sólo El conoce el secreto de la historia...

El libro de la historia del mundo, el libro de la creación, de la redención, el libro del tiempo... ¡está en la mano de Dios! Evoco mi propia historia y la historia contemporánea: las grandes mutaciones actuales, los cambios de civilizaciones y de culturas, las evoluciones de la Iglesia...

-«¿Quién es digno de abrir el libro y de soltar los sellos?» Nadie era capaz de ello ni en el cielo ni en la tierra. Y yo lloraba mucho porque no se había encontrado a nadie digno de abrir el libro ni de leerlo.

Juan se lamenta y llora mucho, en nombre de la Iglesia perseguida de su tiempo, que se pregunta por el significado de los acontecimientos que está sufriendo.

También nosotros nos sentimos a veces trastornados: ¿quien podría decirnos el sentido de lo que estamos viviendo? ¿qué significa tal acontecimiento? ¿a donde nos llevará todo esto? ¿cuál es el porvenir de mis hijos, de mi oficio, de la Iglesia?

-Uno de los ancianos me dijo: «No llores. El león de la tribu de Judá ha triunfado, el retoño de David podrá abrir el libro de los siete sellos...»

«De pie, delante del trono había un Cordero, como degollado: el cordero recibió el libro...»

Estas dos imágenes contradictorias están superpuestas:«el león es el símbolo del Mesías» (Génesis 49, 9-12), término "cifrado" perfectamente comprensible para todo conocedor de la Biblia... «el cordero» es también símbolo del Mesías, según todo el Nuevo Testamento.

En efecto, Cristo, que fue inmolado y que venció, es el único ser capaz de decirnos el significado de lo que vivimos. La historia de la humanidad tiene su única y definitiva significación en Cristo Jesús: El es en verdad la clave de la historia del mundo. Sin El, el mundo no tiene sentido. Sin El, la creación entera es como un libro «escrito en el anverso y reverso» pero indescifrable, ilegible, incomprensible.

-«Tú eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado: y con tu sangre compraste para Dios hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación... »

La humanidad no camina hacia el anonadamiento, la muerte, las catástrofes, sino hacia la «salvación», el «rescate», la «vida para Dios, junto a Dios» de hombres venidos de todos los horizontes, razas y culturas.

El Cordero derramó su sangre por la humanidad. No hay un más grande amor.

-Y de esos hombres de toda raza... has hecho de ellos, para nuestro Dios, un Reino de Sacerdotes que reinarán sobre la tierra.

¡He ahí el sentido! Hombres «reyes», que «reinen sobre la tierra», que «dominen la tierra y la sometan»... Hombres «sacerdotes» que alaben a Dios y «ofrezcan, en todo lugar, una ofrenda a Dios», su vida ofrecida, entregada a Dios. Y todo esto tiene su origen en el sacrificio de Jesús.

¿Es éste el sentido de mi vida?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 398 s.


3.- Lc 19, 41-44

3-1. D/A/DEBILIDAD.

Jerusalén ha conocido la visita salvífica de Dios en Jesús. Pero la ha rechazado. Ya no se le ofrece otra oportunidad. Yo sólo queda que se manifiesten las consecuencias de este rechazo, ya sólo queda la destrucción como herencia. Jesús llora por su ciudad. Son lágrimas de compasión. Y lágrimas de impotencia. Ha hecho todo lo posible por la paz de la ciudad (cf. 13. 34-35).

El poder de Dios se ha hecho amor y debilidad en Jesús. Pero ese poder ha chocado contra la dureza del corazón humano. Dios prefiere "llorar de impotencia en Jesús antes que privar al hombre de su libertad" (Stöger). Este llanto es todavía llamamiento, aunque inútil también, a la conversión. Aceptar a Jesús es el camino para la paz. Rechazarlo es la ruina. Sólo en él está la salvación (cf. Hch 4. 12).

COMENTARIOS BIBLICOS-5.Pág. 568


3-2. JERUSALÉN. LLAMADA-RECHAZO. JESÚS. PATRIOTISMO.

Rechazando a Cristo, al ignorar el verdadero sentido de su paz mesiánica, Jerusalén se ha convertido en una simple ciudad de la tierra. Ha perdido el carácter de signo salvador y se define exclusivamente en función de un extremismo político, representado en su lucha contra Roma. Por eso ha sucumbido en la guerra del 70 d. de C.

Esta sentencia no se ha cumplido inmediatamente. El rechazo de Jerusalén ofrece una larga historia; ha recibido la palabra de Jesús, el testimonio de los primeros cristianos, el mensaje de S. Pablo (Hch 21ss). Todo ha sido en vano. Jerusalén termina estando sola abandonada de Dios y de la Iglesia. De esa forma, la vieja ciudad de la esperanza del A.T. y del camino de Jesús hacia su Padre, se ha venido a convertir en un montón de ruinas.

Desde ahora la salvación se desliga de sus viejas raíces palestinas y se encuentra en el camino de Jesús que desde el Padre envía sus discípulos al mundo.

Estas palabras de Jesús contra Jerusalén, con su posible fondo histórico y su recuerdo de meditación eclesial, constituyen una de las metas de la obra de S. Lucas. Donde la salvación se ha preparado y ofrecido de un modo más intenso, la ruina y el rechazo vienen a ser más dolorosos. Subiendo hacia su Padre, en medio de la tierra, Jesús llora sobre el fondo de las ruinas de su pueblo muerto (19. 41). Son pocas las imágenes más evocadoras que ésta. Teniéndola en cuenta podemos fijar dos conclusiones generales:

a)Como un hombre que ha surgido a la existencia desde el fondo de esperanza y crisis de Israel, Jesús ama a su pueblo. Le ama de una forma violenta y dolorosa, de tal modo que el rechazo de los suyos constituye una de las bases de su pasión sobre la tierra.

Este dolor puede tomarse como fuente de consuelo para aquéllos que sufren de igual forma por la suerte de sus propios pueblos.

b)Una muerte o destrucción puede tener varios sentidos. Para la Iglesia, la muerte de Jesús, aceptada en un ámbito de obediencia, se ha convertido en fundamento de gloria y salvación. Por el contrario, la caída de Jerusalén, interpretada a la luz de su rechazo, se ha convertido en reflejo de una condena. Toda muerte puede recibir estos sentidos: lleva con Cristo a la Pascua o con Jerusalén hacia el fracaso.

COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA NT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 1392


3-3.

Un Evangelio como éste ha mantenido el antisemitismo de muchos cristianos y de la misma Iglesia a lo largo de los siglos. El horror que despertaron los campos nazis terminó, sin duda, con él; pero cabe preguntarse si la fe no tenía algo que hacer en este terreno.

Conmovidos por la odiosa persecución de los judíos, los cristianos no razonan quizá suficientemente su emoción en nombre de su fe y del sentido que hay que dar a la permanencia del pueblo judío al lado del cristianismo.

Si es verdad que la Iglesia de Jesucristo es "el Israel de los últimos tiempos", si es verdad que los apóstoles eran todos judíos así como la mayor parte de los miembros de las primeras comunidades cristianas, es igualmente cierto que el pueblo judío, tanto en sus representantes como en sus estructuras, rechazó la salvación mesiánica que le ofrecía Jesús de Nazaret. ¿Por qué? Porque Israel no entró en esa conversión suprema que Jesús exigía de él para convertirlo en instrumento de su misión universal; porque no renunció a sus "privilegios" de pueblo elegido o, más exactamente, a la idea falsa que él se hacía de dicha elección.

Siendo así que su elección era tan solo una elección en Jesús de Nazaret, mediador de la salvación de la humanidad, el pueblo judío vio ahí una cualificación para reivindicar de Dios un puesto aparte en el Reino que iba a venir. Y la observancia de la ley le parecía que era un título para la salvación, siendo así que la ley, en cuanto tal, solo podía conducir a la muerte.... El pueblo judío rechazó a Jesús por no haber llevado la pobreza hasta esperar todo de Dios salvador, comprendida esta cualidad de ver que quien solo podía ofrecerle la salvación era el Verbo encarnado.

Sin embargo, la permanencia del pueblo judío a través de los siglos va a plantear necesariamente un problema fundamental a la conciencia de la Iglesia. Ya San Pablo se pregunta por el destino de este pueblo que es el suyo; en la carta a los romanos manifiesta su convicción de que el pueblo judío se convertirá cuando todas las naciones hayan entrado en la Iglesia. En efecto: la entrada efectiva de todas las naciones en la Iglesia volverá el signo eclesial de salvación tan convincente que un pueblo tan fiero de su originalidad indestructible como es el pueblo judío cederá ante la magnitud de la bondad divina. Pero, como contrapartida, la Iglesia se encuentra constantemente ante la exigencia de ser plenamente fiel a su propio misterio que San Pablo definió como el misterio de la reconciliación de los judíos y de las naciones, alcanzada en la sangre de Cristo. La existencia del pueblo judío es para la iglesia una especie de invitación a esta fidelidad esencial a la ley de la caridad universal. En la medida en que muestra el verdadero aspecto de su catolicidad y su diversidad multiforme es reconocida como tal, ella está realmente disponible para dialogar con el pueblo judío.

Por el contrario, en la medida en que la Iglesia se encierra en sí misma y limita sus horizontes ligándose demasiado exclusivamente a tal o cual universo cultural, ella se cierra a este diálogo y germina en ella el antisemitismo, porque la única manera de crearse una conciencia tranquila es entonces suprimir al testigo que molesta.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUÍA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VIII
MAROVA MADRID 1969.Pág 265


3-4.

-Jesús se acercaba a Jerusalén, y al verla...

El viaje hacia Jerusalén se está acabando.

Desde Jericó Jesús ha hecho ya los veinte kilómetros de cuesta. Llegado a Betania, El mismo organizó el modesto triunfo de los ramos (Lucas, 19, 29-4O).

En el marco mismo de ese acontecimiento se sitúa la escena relatada por Lucas, Marcos y Mateo.

Desde las alturas de Betania, se domina el espléndido paisaje de Jerusalén.

La magnífica ciudad está allí extendida a nuestros pies... las casas apiñadas unas contra otras sobre el rocoso espolón que limitan el valle de Cedrón y la Geena... las sólidas murallas que protegen la ciudad, dicha «inexpugnable»...

El Templo del Dios viviente, en el centro de Jerusalén, resplandeciente con sus columnas de mármol, y el techo de oro fino.

Era en ese lugar de su camino donde los peregrinos llenos de entusiasmo entonaban el Salmo 121: «Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor, Ya están pisando nuestros pies, tus umbrales, Jerusalén: Jerusalén, ciudad bien construida, maravilla de unidad... Haya «paz» en tus muros y en tus palacios, días espléndidos. Por amor de mis hermanos y amigos, diré: «¡La paz contigo!». Por amor de la casa del Señor, nuestro Dios, yo os auguro la felicidad» . Esto es lo que Jesús oye cantar a su alrededor.

-Jesús lloró...

Le contemplo. Contemplo las lágrimas en su rostro y su apretar los labios para retenerlas, sin lograrlo.

Esas lágrimas manifiestan la impotencia de Jesús.

Trató de «convertir» Jerusalén, pero esa ciudad, en conjunto, le resistió, y lo rechaza: dentro de unos días Jesús será juzgado, condenado, y ejecutado...

-¡Si también tú, en ese día, comprendieras lo que te traería la «paz» !

Era el deseo del Salmo. Era el nombre mismo de Jerusalén: «Ciudad de la Paz».

Jesús sabe que el aporta la expansión, la alegría, la paz a los hombres.

Pero se toma en serio la libertad del hombre y respeta sus opciones: más que manifestar su poder, llora y se contenta con gemir... «Si comprendieras...»

-Pero, por desgracia, tus ojos no lo ven.

La incredulidad de Jerusalén, es símbolo de todas las otras incredulidades...

La incredulidad de aquel tiempo, símbolo de la incredulidad de todos los tiempos...

Jerusalén está ciega: no ha «visto» los signos de Dios, no ha sabido reconocer la hora excepcional que se le ofrecía en Jesucristo.

Jerusalén crucificará, dentro de unos días, a aquél que le aportaba la paz.

No reconociste el tiempo de la visita de Dios ¡Admirable fórmula de ternura!

Era el tiempo de la «cita» de amor entre Dios y la humanidad. Esa visita única, memorable, se desarrollaba en esa ciudad única en toda la superficie de la tierra.

«Y Jerusalén, ¡tú no compareciste a la cita!»

Pero ¿estoy yo, a punto HOY para las «visitas» de Dios? De cuántas de ellas estoy ausente también por distracción, por culpa, por ceguera espiritual!... por estar muy ocupado en muchas otras cosas.

-Días vendrán sobre ti en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos, y no dejarán en ti piedra sobre piedra.

Cuando Lucas escribía eso, ya había sucedido: en el 70, los ejércitos de Tito habían arrasado prácticamente la ciudad... esa hermosa ciudad que Jesús contemplaba aquel día con los ojos llenos de lágrimas...

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 290 s.


3-5.

1. (Año I) 1 Macabeos 2,15-29

a) La ruptura tenía que llegar y sobrevino con una explosión repentina, causada por la desfachatez de algunos apóstatas y el celo religioso del fiel Matatías y sus hijos.

La escena es dura:

- la tentadora oferta a Matatías, hombre de prestigio,

- su firmeza admirable: "aunque todos obedezcan al rey, yo y mis hijos viviremos según la alianza de nuestros padres: ¡Dios me libre de abandonar la ley y nuestras costumbres!";

- no es de extrañar que, animados por esta actitud tan decidida, se encendiera la indignación de aquel grupo de fieles al ver cómo un judío se adelantaba y ofrecía el sacrificio idolátrico delante de todos;

- le matan, derriban el sacrílego altar y, a continuación, Matatías con sus hijos y otros seguidores "se echaron al monte"; uno de sus hijos, Judas Macabeo ("Macabeo" = "martillo"), capitaneará a partir de ahora la guerra contra los enemigos del pueblo y de su fe.

Hay una interesante noticia adicional: "muchos bajaron al desierto para instalarse allí, porque deseaban vivir santamente según su ley". Seguramente a estos grupos pertenecen los restos de las cuevas de Qumrán descubiertos hace algunos decenios. Son los que quisieron seguir fieles a la Alianza, a pesar de que oficialmente se habían introducido normas más conformes al estilo helénico de vida, muchas de ellas contrarias a la ley de Moisés.

b) Nosotros no reaccionaremos con esa violencia, matando a los que nos amenazan o a los que se alejan de la fe. Hemos aprendido de Jesús la resistencia no violenta. Pero sí tendríamos que dejarnos interpelar por estos judíos que supieron resistir a la tentación y conservaron su identidad en un ambiente paganizado.

En la página de hoy ya se ve que el problema no era el tema de la carne. Esta vez se trata de ofrecer sacrificios a los falsos dioses y de seguir las costumbres de los paganos, contrarias a las que Dios había ordenado en su Alianza: "aunque todos apostaten de la religión de sus padres, nosotros viviremos según la alianza de Dios y nuestras costumbres".

Jesús nos dijo que estaremos en el mundo, pero sin ser del mundo. Vivimos en una sociedad que en algunos casos se muestra de nuevo claramente paganizada. Tenemos que defendernos y seguir fieles al evangelio de Jesús: "no obedeceremos las órdenes del rey desviándonos de nuestra religión a derecha ni a izquierda". No ofreceremos incienso ni libaremos sacrificios en honor de los falsos dioses que se nos ofrecen continuamente.

Un joven que camina contra corriente, una familia que no quiere seguir tras los mismos falsos dioses que la mayoría, unos religiosos que dan ejemplo de un estilo evangélico de vida en medio de un mundo indiferente y hasta hostil, no lo tendrán fácil. Pero podrán confiar en la misma fidelidad divina que daba ánimos al salmista: "al que sigue buen camino, le haré ver la salvación de Dios... ofrece al Dios un sacrificio de alabanza, cumple tus votos al Altísimo, e invócame el día del peligro: yo te libraré y tú me darás gloria".

1. (Año II) Apocalipsis 5,1-10

a) La solemne liturgia de ayer no estaba completa. El autor del Apocalipsis escenifica muy bien la entrada en escena de Cristo.

¿Quién abrirá los sellos del libro de la historia? ¿quién será capaz de interpretarlo? La respuesta apunta al "león de Judá" que ha vencido, "el vástago de David". El vidente descubre entonces delante del trono a un Cordero, que ha sido degollado, pero ahora vive y está de pie. A este Cordero, Cristo Jesús, el triunfador de la muerte, se le da el libro para que lo abra, y entonces los cuatro seres y los veinticuatro ancianos le rinden homenaje entonando himnos de gloria.

Es lógico que también el salmo tenga tono de victoria: "cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles", con un estribillo tomado del himno del Apocalipsis: "nos hiciste para nuestro Dios reyes y sacerdotes".

b) Cristo es el centro de toda la liturgia. De la del cielo y de la de la tierra. Él es el Sacerdote y el Maestro y la Palabra y el Cantor y el Orante y el Templo. Él da sentido a la historia: abre los sellos del libro que resulta misterioso para los demás. Tiene los siete cuernos del poder y los siete ojos de la sabiduría.

Unidos a él rezamos y alabamos al Padre y le elevamos nuestras súplicas, que concluimos siempre diciendo: "por Cristo Nuestro Señor". Unidos a él, somos también nosotros mediadores y sacerdotes: "has hecho de ellos una dinastía sacerdotal". Hoy podemos cantar con más sentido la aclamación del Santo, y las súplicas en que llamamos a Cristo "Cordero de Dios". En el momento en que se nos invita a participar de la comida eucarística, que es anticipo y garantía del banquete festivo del cielo, el "banquete de bodas del Cordero", se nos dice: "Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo".

El himno de los veinticuatro privilegiados, "Eres digno de tomar el libro", lo cantamos en Vísperas una vez por semana. Tendríamos que imitar el entusiasmo de esa asamblea de los salvados en el cielo, rindiendo homenaje a Jesús Salvador.

Sería bueno leer hoy una breve página del Catecismo (nn. 1136-1139). Se pregunta: "¿quién celebra?", y responde: el "Cristo total", no sólo nosotros, los que nos reunimos aquí abajo para la Eucaristía o para Vísperas, sino todos los salvados, unidos a Cristo. Para ello comenta precisamente este pasaje del Apocalipsis y se recrea describiendo la gran asamblea de los bienaventurados. Los que celebramos aquí abajo, "participamos ya de la liturgia del cielo, allí donde la celebración es enteramente comunión y fiesta".

2. Lucas 19,41-44

a) Jesús lloró una vez por la muerte de su amigo Lázaro. Hoy nos lo describe Lucas llorando por Jerusalén, previendo su ruina. Después del largo camino desde Galilea a la capital, en vez de prorrumpir en cantos de gozo -"¡qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor!"-, a Jesús se le saltan las lágrimas.

Su ciudad preferida no ha sabido "comprender en este día lo que conduce a la paz", "no reconociste el momento de mi venida", y no sabe que se acerca la gran desgracia. La destrucción que, en efecto, le acarrearon las tropas de Vespasiano y Tito el año 70.

b) ¿Qué resumen podría hacer Jesús de nuestra historia? ¿tendría que lamentarse porque tampoco nosotros hemos "reconocido el momento de su venida"? ¿o nos alabaría porque le hemos sido fieles?

Todos podríamos aprovechar mejor las gracias que nos concede Dios. Ayer se nos decía lo de las monedas de oro que deben producir beneficios. Hoy se nos pone delante, para escarmiento, la imagen de un pueblo que no ha sabido abrir los ojos y comprender el momento de la gracia de Dios.

Dentro de pocos días iniciaremos un nuevo año con el Adviento. Una y otra vez se nos dirá que hemos de estar vigilantes, porque Dios viene continuamente a nuestras vidas, y es una pena que nos encuentre dormidos, bloqueados por preocupaciones sin importancia, distraídos en valores que no son decisivos.

¿Dejaremos escapar tantas oportunidades como nos pone Dios en nuestro camino, oportunidades que nos traerían la verdadera felicidad? No pensemos tanto en si Jesús lloraría hoy por la situación de nuestro mundo. Pensemos más bien en si cada uno de nosotros le estamos correspondiendo como él quisiera, o le estamos defraudando.

"Dios nos libre de abandonar la ley y nuestras costumbres" (1ª lectura I)

"Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos" (1ª lectura II)

"¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz!" (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 302-306


3-6.

Ap 5, 1-10: El cordero que congrega a todos los pueblos

Lc 19, 41-44: Una ciudad que no reconoce a Dios

El evangelio de Lucas nos viene indicando desde el comienzo del camino el progresivo acercamiento de Jesús a Jerusalén. Los conflictos de igual modo han venido creciendo y están a punto de estallar.

Luego de lo que se puede considerar una "entrada triunfal", Jesús se acerca a la ciudad y llora por ella. Jerusalén se ha convertido en el centro religioso, político y militar que domina y margina a las ciudades periféricas. En la ciudad de Dios no hay lugar para los pobres. Cientos de pobres deambulan por las calles desempleados y hambrientos. El templo edificado para dar culto al Dios verdadero, se había convertido en el centro mercantil de la nación. Allí se guarda, como en un banco, el tesoro que sustenta las fortunas de los poderosos. Jerusalén pues, había traicionado el propósito de ser una ciudad santa y se había convertido en la guarida de todos los opresores.

Ante esta situación, Jesús pronuncia su famosa profecía: todo lo que los dirigentes habían hecho por mantener el templo y el sistema teocrático se iba a ir al suelo de un momento a otro. La mentalidad beligerante de los nacionalistas tarde o temprano los conduciría a una guerra. La política de los dirigentes estaba orientada a mantener el sistema vigente pero no hacia el bien común. Esta situación no era sino el presagio de un gran desastre. Treinta años después de la muerte de Jesús la ciudad fue totalmente destruida por el ejército romano. Los judíos perdieron la guerra contra el imperio por sus divisiones internas.

Hoy, asistimos a un crecimiento vertiginoso de las ciudades. También presenciamos y participamos de los muchos esfuerzos que las fuerzas vivas de la sociedad y de la iglesia realizan para convertir la ciudad en un lugar vivible. La polución, la violencia, el desempleo y el caos vehicular amenazan con convertir los centros urbanos en lugares de interminables luchas fratricidas. Las comunidades cristianas se deben comprometer desde su contexto concreto a dar soluciones, sugerencias y alternativas que hagan viable la vida urbana.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-7. 2001

COMENTARIO 1

LAS LÁGRIMAS DE JESÚS SOBRE LA CIUDAD SAGRADA

Terrible profecía contra la ciudad santa, que tendría que servir de escarmiento y toque de atención para todos los pretendidos lugares sagrados. Estas «piedras» son inútiles, vacías de sentido, pues «no tienen ojos», no son humanas ni están abiertas al plan de Dios en la historia del hombre. La ciudad sagrada ha quedado a merced de las ambiciones de los poderosos. Las armas y fortificaciones, en que confiaba, se han revelado insuficientes en esta lucha desigual dentro de una misma escala de valores. ¡Siempre habrá uno más fuerte, que se preparará para la guerra espacial o de las galaxias! La «oportunidad» era el reconocimiento de un Me­sías dispuesto a trastornar todos los valores y falsas seguridades del hombre. Jesús «llora» por el gran fracaso del pueblo escogido, un fracaso histórico, amargo, porque están en juego tantas vidas humanas. ¡Cuántos ayatolás no ha tenido la historia del hombre! Y, como siempre, ¡en nombre de Dios!


COMENTARIO 2

La palabra profética de condena toca toda realidad que se ha cerrado al mensaje de Dios. La condena de Jerusalén, como la condena de las ciudades del lago, más que un anuncio es la constatación de que toda sociedad construida al margen de la Palabra de Dios y que rechaza a sus enviados ya está en vías de su destrucción.

El ofrecimiento de la paz, suma de todos los bienes para realizar la propia existencia en dignidad puede ser libremente aceptada o libremente rechazada. Pero de su aceptación o rechazo depende la posibilidad o no de la vida en plenitud.

Esta vida está ligada siempre a las visitas de Dios. Repetidas veces en el curso de la historia ese Dios se ha acercado a la ciudad, a sus dirigentes y a su pueblo. Repetidas veces también aquellos han arrastrado al pueblo en su rebelión contra Dios.

Pero en la última visita, en la persona de Jesús, la culpabilidad ha llegado hasta límites intolerables. El rey investido de todo poder en un lugar lejano no es aceptado en la ciudad capital y como al final de la parábola de las monedas su sentencia no puede ser otra que "en cuanto a mis enemigos que no me quisieron como rey, tráiganlos para acá y mátenlos en mi presencia" (Lc 19,27).

Leyendo años después la palabra profética de condena a la luz de los acontecimientos sucedidos en el año 70, Lucas nos invita a una visión profética capaz de descubrir el sentido de cada hecho histórico desde la perspectiva del juicio divino.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-8. 2002

El evangelio de hoy ofrece una escena que sólo transmite el evangelio de Lucas. Esta escena se sitúa en la ladera del monte de los Olivos, junto a Jerusalén. La vista que se tiene de la ciudad es espléndida. Lo que aparece en primer plano es la silueta imponente del templo y la puerta dorada que da al este. En ese escenario magnífico, después de haber hecho un recorrido en borrico desde Betania, Jesús contempla la magnificencia de la ciudad y prorrumpe, llorando, en una lamentación. Aunque algunos han calificado esta lamentación como un vaticinio "post eventu", hay muchas probabilidades de que sea atribuible al Jesús histórico.
Se ha querido ver en la referencia a la paz una alusión al nombre de la ciudad. Según algunas etimologías populares, Jerusalén significaría "ciudad de la paz". El vaticinio de Jesús resulta paradójico. La que estaba llamada a ser símbolo de paz será escenario de devastaciones y guerras. Se dice que la ciudad de Jerusalén ha sido "tomada" más de 20 veces en la historia, siempre debido a guerras religiosas…
En el marco teológico de Lucas, si Jesús llora sobre Jerusalén es porque para Lucas existe una continuidad entre el judaísmo y el cristianismo. Jesús no ha venido a destruir el viejo pueblo sino a reconstruirlo. En el tercer evangelio no hay propiamente una entrada triunfal en la ciudad de Jerusalén. El contacto con ella se establece a través de esta contemplación desde el monte de los Olivos.
Jesús llora sobre Jerusalén... No es la única vez que Jesús llora. El Evangelio no parece ser de la teoría de los que dicen que "los hombres no lloran". O quizá es que Jesús no corresponde al cliché típico del varón de la cultura machista. Jesús tiene sentimientos y no los oculta, no se avergüenza de llorar.
La ciudad santa no logra "conocer el camino que conduce a la paz", está ciega. Como ciudad y como ciudad capital se ha convertido en el centro de la explotación económica de la población, siguiendo un camino que en vez de acercar aleja la paz. La ciudad será destruida, por no haber querido reconocer en la venida de Jesús la ocasión para cambiar y convertirse en constructora de verdadera paz, siguiendo el llamado de Jesús.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-9. ACI DIGITAL 2003

41. El Señor no tuvo reparo en llorar por el amor que tenía a la Ciudad Santa, y porque veía en espíritu la terrible suerte que vendría sobre ella por obra de sus conductores. Véase 13, 34 s.; 23, 28 - 31.

44. Véase 21, 6; Mat. 24, 2; Marc. 13, 2.


3-10. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Jueves 20 de noviembre de 2003
Félix de Valois, Octavio, Edmundo

1 Mac 2, 15-29: "No obedeceremos las órdenes del rey…"
Salmo responsorial: 49, 1-2.5-6.14-15
Lc 19, 41-44: Jesús lloró por Jerusalén

Jesús llega finalmente a Jerusalén, después de un largo viaje, donde instruyó con profundidad y tiempo a sus discípulos. Ese viaje en Lucas es una larga catequesis de Jesús a los Doce, interpretado también por Lucas como una catequesis a la Iglesia posterior. Al acercarse a Jerusalén y al verla, Jesús lloró por ella. Este texto está en continuidad con Lc 13, 34-35. Son dos textos proféticos sobre y contra Jerusalén. El texto de hoy es propio de Lc. El texto anterior de Lc 13, 34-35 está en paralelo con Mt 23, 37-39 y pertenece por lo tanto a la fuente Q.

El texto describe la destrucción de Jerusalén, sucedida de hecho el año 70 d.C., en términos tan reales, lo que nos hace pensar que fue escrito después de esa fecha. Pero el contenido profético es muy propio de Jesús. Jesús llora realmente sobre Jerusalén. Son lágrimas proféticas de compasión, pero también de indignación. Son ésas las lágrimas de las que habla el profeta Isaías: "Enjugará el Señor Yahveh las lágrimas de todos los rostros" (Is. 25, 8. Véase Ap 21, 4). Jesús supo llorar y sabía bien por qué lloraba. Son lágrimas de profeta.

Jesús dice llorando: "Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz". El mensaje de paz, literalmente 'las cosas para la paz', es el evangelio del Reino de Dios que propone Jesús. Si Jerusalén escuchara el evangelio de Jesús no sufriría su destrucción. Históricamente Jerusalén escuchó el 'evangelio' de los nacionalistas zelotas, que era un mensaje violento y opresor, que desencadenó la guerra que destruyó en definitiva a Jerusalén en tiempos del emperador Tito. El evangelio de Jesús, según Lucas, habría salvado la ciudad santa.

En forma semejante al v. 41, dice el texto en el v. 44: "no has conocido el tiempo de tu visita". Jerusalén no supo discernir el ‘kairós’ de Dios, que se le ofrecía en Cristo.

Hoy quizás también nos preguntamos si Jesús no lloraría con indignación profética al ver 'nuestra ciudad': nuestro mundo actual y también nuestra Iglesia. Tampoco hoy somos capaces de conocer lo que nos traería la paz y no sabemos discernir el kairós de Dios. Nuestros ojos no están llenos de esas lágrimas proféticas de Jesús. Especialmente deberíamos llorar al ver nuestra Iglesia-ciudad-templo, igual y por los mismos motivos por los cuales Jesús lloró al ver la ciudad de Jerusalén y al templo en su centro.


3-11. DOMINICOS 2003

Lección de Matatías

Los ejemplos seducen
En la lectura de hoy volvemos del segundo al primer libro de los Macabeos, y nos encontramos con la tragedia que sobreviene al sacerdote Matatías, hijo fiel a Yhavé y su Ley, en los días y persecución de Antíoco Epífanes. Los halagos, ofertas, promesas, ardides de toda especie, tratan de hacerle sucumbir, por más hombre fuerte que se manifiesta: “Tú y tus hijos seréis amigos del rey, os premiarán con oro y plata y otros muchos regalos”. Matatías respondía: ¡Dios me libre de abandonar la lñey y nuestras costumbres”.

Y en un momento de arrebato, por ver que un judío, a vista de todos, iba a sacrificar sobre el ara de Modín, como mandaba el rey, “tembló de cólera, y en un arrebato de santa ira, corrió a degollarlo sobre el ara..., mató al funcionario real que obligaba a sacrificar, derribó el ara..., invitó a que la gente le siguiera, y se echó al monte dejando en el pueblo cuanto tenía”.

ORACIÓN:

Señor, Dios nuestro, te suplicamos fortaleza de espíritu para que sepamos mantenernos en fidelidad a nuestra fe y en paciente perseverancia para no dejarnos arrastrar por impulsos de ira o venganza contra nuestros hermanos. Amén.


Palabras de paz, no de ira
Primer libro de los Macabeos 2,15-29:
“{Frente a los decretos antirreligiosos de Antíoco..., se levantó Matatías, hijo de Juan, hijo de Simeón, sacerdote... Viendo las abominaciones cometidas en Judá y en Jerusalén, dijo: “¡Ay de mí! ¿Por qué nací yo, para ver la ruina de mi pueblo?... Matatías y sus hijos rasgaron sus vestiduras, se vistieron de saco e hicieron gran duelo.

En tanto llegaron a la ciudad de Modín los delegados del rey, forzando a la apostasía mediante la ofrenda del incienso. Muchos israelitas les obedecieron, mientras que Matatías y sus hijos se mantuvieron apartados.

Los enviados del rey halagaron a Matatías..., y él respondió: “Aunque todas las naciones que formen el imperio abandonen el culto de sus padres y se sometan a vuestros mandatos, yo y mis hijos y mis hermanos viviremos en la alianza de nuestros padres....”

El celo de la casa de Dios y de su ley pueden generar en los hombres, radicalizándose, actitudes violentas. Éstas, aunque tengan un origen comprensible, no proceden de la aplicación prudente de la ley misma, sino de las pasiones no dominadas. Aprendamos de la experiencia de Matatías.

Evangelio según san Lucas 19, 41-44:
“En aquellos días, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, dijo llorando: ¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz!. Pero no; está escondido a tus ojos. Llegará un día en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra, porque no reconociste el momento de mi venida”.

La lección profética de Jesús se cumplió muchas veces en Israel. La falta de paz interior en las personas, en las familias, en la sociedad, acaba siendo un desorden que sólo genera tormentas de sangre y odios. La virtud hace lo contrario.


Momento de reflexión
Viviremos en la alianza de nuestros padres.
Los dos libros de los Macabeos fueron compuestos para exaltar el espíritu de fidelidad de los buenos israelitas a su Dios, a su alianza, a su Ley.

Y cada capítulo, como vamos viendo esta semana, es relato de una acción sorprendente por la grandeza de alma con que actúan los diversos personajes en escena. Recojamos, pues, el mensaje: hay que ser fieles al Señor y a sus mandamientos.

Y, después, hagamos discernimiento de lo que debemos hacer en conformidad con el Espíritu que alienta en la letra de estas historias y relatos bíblicos.

Jesús lloraba sobre Jerusalén.
Jesús, poseído firmemente por la conciencia y misión que había asumido, nos busca a todos con su palabra y con sus gestos de amor misericordioso.

Cuando él llora sobre Jerusalén, llora por todos los redimidos que no mostramos voluntad de ser sus discípulos en la verdad y en el amor, y nos ve profundamente desagradecidos a su amor.

Si no valoramos el momento de gracia en que vivimos, perdemos continuamente la oportunidad de hacernos hijos del Padre, hermanos de los hombres, voz de la naturaleza, mano amiga de los necesitados.


3-12. CLARETIANOS 2003

Queridos amigos y amigas:

Este pasaje se sitúa en la sección del ministerio de Jesús en Jerusalén, que es el destino de su larga peregrinación. Tras la entrada mesiánica viene esta “lamentación por Jerusalén”. Jesús llora sobre la ciudad. Algunos detalles del texto:

Contraste entre la alegría de la escena anterior y el llanto de Jesús. Festivamente es aclamado Mesías a la entrada en la ciudad, Jesús llora de pena por la ciudad.

Juego con el nombre de Jerusalén que teológicamente significa “visión de paz”.

La expresión “vendrán días” es de tenor apocalíptico y el texto está lleno de reminiscencias proféticas.

Evoca la ruina de Jerusalén que puede hacer alusión a la del año 587 o a la del año 70 de nuestra era, de la cual no describe ninguno de sus rasgos característicos.

La profecía está llena de realismo.

El motivo del llanto de Jesús es la destrucción de la ciudad, que Jesús contemplaría en visión profética. Pero esa realidad histórica sería el signo de algo más profundo: Jerusalén no reconoce en este día la presencia en ella de su salvador. Ese es el gran contraste. Ese es el misterio. Los representantes religiosos de la ciudad rechazan al Mesías de la paz. No reconocen que es su momento decisivo, que es su gran oportunidad. No conocen el tiempo de la visita de la gracia. Rechazan a su salvador. Esa es la gran paradoja: lo tienen delante y no lo ven. Le es enviado y no lo reconocen. Está oculto a sus ojos, es decir, como si Dios ocultase la salvación cuando los hombres la rechazan.

El motivo del llanto de Jesús no es simplemente la suerte de la ciudad con toda su belleza y esplendor; no está pensando sólo en el sufrimiento de su habitantes; está pensando en la negativa humana a recibir la gran liberación. Pero Jesús sabe también que ese poder de rechazar no va impedir el amor salvador de Dios. Simplemente la historia de la salvación seguirá otros caminos.

Vuestro hermano en la fe.

Bonifacio Fernández cmf. (boni@planalfa.es)


3-13. 2003

LECTURAS: 1MAC 2, 15-29; SAL 49; LC 19, 41-44

1Mac. 2, 15-29. Quien quiera ser fiel al Señor no puede quedar esclavo de lo pasajero; y por salvar su vida no puede vivir adulando a los poderosos. La Palabra de Dios ha de ser proclamada con toda valentía; y el anuncio de la misma no puede hacerse sólo con los labios, sino, de un modo especial, con una vida intachable. Cristo, mediante su muerte, dio muerte en nosotros al pecado y a la misma muerte. La vida de quienes creemos en Él debe ser una continua lucha contra el espíritu de maldad que se ha posesionado del mundo. No podemos satanizar nuestro mundo; pero no podemos cerrar los ojos ante tantas manifestaciones de maldad en el mismo, como son las guerras, la corrupción de inocentes, la distribución ilícita de enervantes, el crecimiento de vicios que embotan las mentes de las personas desde su más tierna edad. Si quienes creemos en Cristo no somos capaces de luchar para que el Evangelio de Dios llegue a todos y la fe en Cristo libere al hombre de sus males, ¿qué sentido tiene creer en el Señor? ¿A qué somos capaces de renunciar por el Reino de Dios entre nosotros? ¿Acaso queremos creer en Cristo de un modo hipócrita, arrodillándonos ante Él mientras continuamos esclavos de nuestra maldad? Seamos sinceros con la fe que profesamos. No queramos diluir la Palabra de Dios para ganar favores, oro, plata y muchos regalos de los poderosos. Seamos fieles al Señor, aun cuando por ello tengamos que caminar con las manos vacías de bienes pasajeros, pero con el corazón lleno de Aquel que, siendo nuestro Padre, nos dice como a san Ignacio de Antioquía: ¡Ven a Mi!

Sal 49. El Señor nos llama a juicio. Él nos confió el anuncio de su Palabra y nosotros no podemos defraudarlo. Él ordena que congreguen ante Él a quienes sellaron sobre su altar su Alianza. No podemos proceder en la presencia de Dios como hojas que mueve el viento al retortero. Nuestros pasos van, con seguridad y firmeza, tras las huellas de Cristo. Por eso, a pesar de las críticas, persecuciones, burlas y amenazas de muerte, hemos de vivir fieles al Señor. Dios ha hecho con nosotros una Alianza: Hacernos hijos suyos por nuestra unión en la fe a su único Hijo, Jesús. Dios vela por nosotros como un Padre. Nosotros escuchamos su voz y, tanto la ponemos en práctica, como la anunciamos desde nuestra experiencia personal con el Señor. No sólo demos culto al Señor y pensemos que ya con eso hemos cumplido con nuestro compromiso de fe; cumplamos con amor sus enseñanzas y proclamémoslas tanto con las palabras, como con las obras, que nos hagan ser un signo del amor de Dios para los demás, especialmente para con los pecadores, los pobres y desvalidos. Entonces podremos decir que en verdad Dios nos librará cuando lo invoquemos; y nosotros, con una vida así, le daremos gloria agradecidos.

Lc. 19, 41-44. Ojalá y hoy aprovechemos la oportunidad que hoy Dios nos da, y que nos puede conducir a la paz. Ojalá y escuchemos hoy la voz del Señor y no endurezcamos ante Él nuestro corazón. No cerremos nuestros ojos ante el gran amor misericordioso que el Señor nos ha manifestado. Pues Él, a pesar de que éramos pecadores, dio su vida por nosotros. Y con eso nos está manifestando cuánto nos ama. No podemos quedarnos con la mirada sólo puesta en las cosas pasajeras; no dejemos que ellas emboten nuestra mente ni nuestro corazón. Abramos los ojos ante la vocación a la que Dios nos llama; contemplemos a su Hijo que, después de padecer por su fidelidad amorosa al Padre Dios y a nosotros, ahora vive para siempre, reinando sentado a la diestra del mismo Padre Dios. Hacia allá se encaminan nuestros pasos. Si creemos en Cristo, nos hemos de hacer uno con Él; hemos de vivir conforme a su Vida en nosotros; y hemos de actuar dejándonos conducir por su Espíritu, que habita en nosotros como en un templo. Mientras aún es tiempo; mientras aún es de día, trabajemos esforzadamente para que el Reino de Dios llegue a su plenitud entre nosotros, antes de que se apaguen nuestros ojos y que, ya no habiendo más oportunidad, en lugar de ser parte de la Construcción de la Jerusalén celeste, nos derrumbemos irremediablemente por no haber aprovechado el día y el año de Gracia del Señor en nosotros.

En esta Eucaristía el Señor se nos convierte en una nueva oportunidad que nos da para unirnos a Él. Él no quiere que sólo nos quedemos contemplándolo; Él quiere hacer su morada en nosotros para que seamos convertidos en un instrumento de su amor para todos los hombres. Por eso hemos de escuchar su Palabra con actitud de discípulos fieles, que no sólo entienden el mensaje de Dios, sino que son los primeros en vivirlo. La Iglesia de Cristo, unida a su Señor, no sólo es consciente de su presencia entre nosotros; es consciente, también, de que el Señor la ha convertido en presencia suya en el mundo. Por eso la Comunión de Vida con el Señor, fortalecida día a día en la Celebración Eucarística, debe hacer resplandecer a la Iglesia con la misma luz de Cristo para todos los pueblos. No seamos de aquellos que, habiéndose acercado a la luz, continúan en sus maldades y pecados, convirtiéndose en ocasión de escándalo para los demás. Si vivimos nuestra unión con el Señor seamos luz para nuestros hermanos, como Él lo es para con nosotros.

¿Trabajamos constantemente por erradicar el mal en el mundo? Si hemos tomado ese compromiso de Cristo como nuestro, no podemos actuar con violencia tratando de hacer que los demás se unan a Cristo y le permanezcan fieles por la fuerza. Erradicar el mal que hay en el mundo significa que la Iglesia de Cristo vive, cada día de un modo más perfecto, el mensaje de salvación que su Señor le ha confiado. Y lo vive en los diversos ambientes en que se desarrolle la existencia de los diversos miembros que la conforman. Así va actuando con el silencio efectivo de quien se ha convertido, por la presencia del Espíritu Santo en su interior, en fermento de santidad en el mundo. Ojalá y nuestro compromiso con el Señor vaya un poco más allá, preparándonos adecuadamente para colaborar en las diversas acciones pastorales y de catequesis en sus diversos niveles, para que no sólo demos testimonio con nuestra vida, sino para que, con nuestras palabras, colaboremos para que el anuncio del Evangelio y la profundización en el mismo, haga que el Señor sea cada vez más conocido, para ser cada vez más amado. Así, realmente, todos podremos aprovechar la oportunidad que Dios nos da para alcanzar la perfección en Cristo.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivirle fieles y de proclamar su Nombre a todas las naciones mediante nuestras palabras y, sobre todo, mediante una vida y conducta intachables. Amén.

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3-14. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Ap 5, 1-10: El libro y los siete sellos
Salmo responsorial: 149
Lc 19, 41-44: Jesús lloró por Jerusalén

Hemos llegado al final del camino, Jerusalén es una realidad, se presenta con toda su majestuosidad y poderío. La comunidad lucana debió de recordar, transmitir y conservar con lujo de detalles el acontecimiento que marcó el desenlace final de la vida y la predicación de Jesús. La gente acompaña a Jesús; tienen una mezcla de sentimientos, ideas y expectativas que no saben cómo se van a resolver, pero siguen los pasos del Maestro que se va ha enfrentar con las autoridades religiosas y políticas de la capital. Dadas las expectativas mesiánicas del pueblo judío, la entrada de Jesús en la ciudad, llena de peregrinos para la fiesta de la Pascua, debió llamar la atención, aunque en términos políticos fuera un hecho sin gran trascendencia. Jesús entró en Jerusalén evocando el simbolismo que se había construido con relación al Mesías en los textos del Antiguo Testamento, donde se profetizaba que sería un rey pacífico. Al parecer, la popularidad que Jesús tenía entre la gente los llevó a proclamarlo con gritos y consignas como el Mesías esperado.

Jesús, lleno de compasión, lloró por la ciudad que se extendía ante sus ojos por causa de la destrucción y la devastación inminentes. Las autoridades judías y los jefes religiosos, al rechazar a Jesús, rechazaban el camino que conduce a la salvación, la paz y la libertad. Las expresiones “si al menos en este día conocieras los caminos de la paz” y “porque no has reconocido el tiempo ni la visita de tu Dios”, indican la naturaleza de la misión de Jesús. Sin embargo, las autoridades judías estaban espiritual y políticamente ciegas; de ahí la esterilidad de su respuesta al llamado de Dios en su hijo Jesús. Mientras la gente y los discípulos gritaban de alegría, el corazón de Jesús se consternaba por el juicio inminente de la ciudad.


3-15. Fray Nelson Jueves 18 de Noviembre de 2004

Temas de las lecturas: El cordero fue sacrificado y nos redimió con su sangre * ¡Si comprendieras lo que conduce a la paz! .

1. "¡Ha Vencido!"
1.1 Con una imagen de dimensiones épicas la primera lectura nos deja ver un aspecto profundo de la victoria de Cristo: sólo él puede "leer" la historia del designio de Dios para el mundo. Dicho con otras palabras, no podemos encontrar sentido final para el universo ni para nuestra propia vida sin Cristo.

1.2 Para muchas personas la vida es como un libro sellado. Para muchas, lo mismo que en el texto que hemos oído hoy, no hay más remedio que el llanto: todo parece sellado, arcano, lejano, incomprensible. Cuando el dolor, la tragedia o lo irremediable nos visitan tendemos a pensar que nada queda sino la tristeza de un destino que se nos escapa.

1.3 Pero, así como sucedió en aquella lectura, es motivo de inmenso gozo ver que Cristo tiene algo que decir cuando todos callan y sabe iluminar aun en medio de la más espesa noche. Su secreto está a la vista: él es aquel que viene lavado en su propia Sangre, en la que se resumen todas nuestras preguntas y reproches a la vida. Ya él ha cruzado el angustioso río del absurdo y fue más grande que los torrentes del caos y de la muerte. ¡Ha vencido, aleluya!

2. Jesús Llora
2.1 Hay un misterio de augusta belleza en la imagen de Cristo con los ojos colmados de llanto. El evangelio de hoy nos presenta, a lo lejos, la ciudad santa que no conoció el tiempo de la visita de Dios, y a nuestro Señor arrasado en lágrimas de amor, de un amor no correspondido.

2.2 El nombre de "Jerusalén" se interpreta comúnmente como "visión de paz". Y a ello parece aludir Jesucristo cuando exclamó con el corazón entristecido: "¡Si en este día comprendieras tú lo que puede conducirte a la paz!" ¿A qué se refería Nuestro Señor? ¿Había una paz posible para aquella ciudad asfixiada por el Imperio Romano y recalentada por las iras de sus hijos descontentos? Cristo pensaba que sí.

2.3 "No aprovechaste la oportunidad que Dios te daba", dice el Señor. ¡Qué palabras tan duras! ¡Cuánto habrán de doler estas palabras pocos años después, cuando en el año 70 se desfogue la crueldad del emperador Tito contra ella! No podemos callar que esto es lección para nosotros. ¿Qué hacemos con las oportunidades que Dios nos da?

2.4 Más en las palabras de Cristo no hay tanto el anuncio de un castigo como la semilla de algo nuevo; algo que tenía que nacer sobre las ruinas de la ciudad antigua. Nosotros, como Pablo, aunque lloramos por el destino aciago que sufrió y sufre Jerusalén en el actual Estado de Israel, exclamamos con viva convicción: "Pero la Jerusalén de arriba es libre; ésta es nuestra madre" (Gál 4,26).

2.5 Y con los ojos todavía húmedos elevamos nuestra mirada con el Apocalipsis a los cielos, y una voz profunda y enamorada nos dice: "vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, preparada como una novia ataviada para su esposo". Entonces entendemos que el Novio, Cristo, un día podrá olvidar sus lágrimas de hoy.


3-16.

Comentario: Rev. D. Blas Ruiz i López (Ascó-Tarragona, España)

«¡Si tú conocieras en este día el mensaje de la paz!»

Hoy, la imagen que nos presenta el Evangelio es la de un Jesús que «lloró» (Lc 19,41) por la suerte de la ciudad escogida, que no ha reconocido la presencia de su Salvador. Conociendo las noticias que se han dado en los últimos tiempos, nos resultaría fácil aplicar esta lamentación a la ciudad que es —a la vez— santa y fuente de divisiones.

Pero mirando más allá, podemos identificar esta Jerusalén con el pueblo escogido, que es la Iglesia, y —por extensión— con el mundo en el que ésta ha de llevar a término su misión. Si así lo hacemos, nos encontraremos con una comunidad que, aunque ha alcanzado cimas altísimas en el campo de la tecnología y de la ciencia, gime y llora, porque vive rodeada por el egoísmo de sus miembros, porque ha levantado a su alrededor los muros de la violencia y del desorden moral, porque lanza por los suelos a sus hijos, arrastrándolos con las cadenas de un individualismo deshumanizante. En definitiva, lo que nos encontraremos es un pueblo que no ha sabido reconocer el Dios que la visitaba (cf. Lc 19,44).

Sin embargo, nosotros los cristianos, no podemos quedarnos en la pura lamentación, no hemos de ser profetas de desventuras, sino hombres de esperanza. Conocemos el final de la historia, sabemos que Cristo ha hecho caer los muros y ha roto las cadenas: las lágrimas que derrama en este Evangelio prefiguran la sangre con la cual nos ha salvado.

De hecho, Jesús está presente en su Iglesia, especialmente a través de aquellos más necesitados. Hemos de advertir esta presencia para entender la ternura que Cristo tiene por nosotros: es tan excelso su amor, nos dice san Ambrosio, que Él se ha hecho pequeño y humilde para que lleguemos a ser grandes; Él se ha dejado atar entre pañales como un niño para que nosotros seamos liberados de los lazos del pecado; Él se ha dejado clavar en la cruz para que nosotros seamos contados entre las estrellas del cielo... Por eso, hemos de dar gracias a Dios, y descubrir presente en medio de nosotros a aquel que nos visita y nos redime.


3-17.

Reflexión:

Apoc. 5, 1-10. ¿Cuál es la voluntad de Dios sobre nosotros? ¿Quién puede conocer los caminos de Dios, si Él mismo no nos los da a conocer? Podríamos esforzarnos, con nuestras solas luces, en querer conocer los designios divinos. Pero esto no puede efectuarse mediante el esfuerzo humano realizado en cualquier forma, por muy sublime que esta sea, sino únicamente mediante la Revelación que del Padre Dios nos ha hecho su propio Hijo. Efectivamente nadie conoce a Dios sino Aquel que procede de Él y ha venido al mundo para revelárnoslo. Él es el que ha roto los sellos que nos impedían conocer el amor de Dios, pues mediante su Muerte y Resurrección nos compró para Dios, de tal forma que ya no vivamos para nosotros mismos, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó. Por eso hemos de servir a Dios con una vida intachable; este debe ser nuestro culto agradable a Dios, pues Él nos ha llamado para que seamos su Pueblo Sacerdotal, que le sirva con un corazón intachable por el amor a Él y por el amor a nuestro prójimo.

Sal. 149. Alegrémonos porque el Señor se ha levantado victorioso sobre nuestro enemigo, y a nosotros nos ha hecho partícipes de su Victoria, liberándonos de la esclavitud al pecado y a la muerte. Por eso toda nuestra vida se ha de convertir en un nuevo cántico al Señor. No podemos llamar Padre a Dios sólo con los labios, mientras nuestro corazón permanezca lejos de Él. Si así fuera entonces estaríamos elevando al Señor un cántico de hipocresía. Por eso pidámosle al Señor que nos conceda vivir alegres en su presencia y proclamando nuestra alabanza tanto en el templo como en la vida ordinaria. Que por medio de la Iglesia el mundo entero encuentre el camino de la Paz y de la alegría que ha de brotar de vernos y amarnos como hermanos. Vivamos como personas que, en Cristo, se han levantado victoriosas sobre el pecado y la muerte. No nos digamos personas de fe sólo con los labios. Si en verdad creemos en Cristo Jesús convirtamos toda nuestra vida en una continua alabanza del Nombre de nuestro Dios y Padre.

Lc. 19, 41-44. Hemos conocido el amor que Dios nos tiene en que, siendo aún pecadores, Él nos envió a su propio Hijo para salvarnos del pecado y hacernos hijos de Dios. Jerusalén: Ciudad de Paz. Sus ojos estuvieron ciegos y no pudo reconocer lo que realmente le podía conducir a la paz: creer en Aquel que el Padre Dios envió como salvador nuestro. Y a Cristo le duele la perdición de los suyos, pues Dios los puso en su mano para que los salvara a todos; y nadie se perderá, excepto el hijo de perdición, aquel que se cierre al amor de Dios, aquel que rechace al Enviado del Padre como único camino que nos conduce a la Paz. Mientras aún es tiempo el Señor nos invita a volver a Él, para que sea nuestra la paz y la alegría eternas. Pero esa paz y esa alegría que proceden de Dios deben ser realidades vividas ya desde ahora, pues no podemos encaminarnos hacia la Gloria junto a Cristo manifestándonos como destructores de la vida y de la paz entre nosotros. Tratemos, pues, de ser totalmente leales a nuestra fe, que decimos haber depositado en Cristo Jesús. Ojala y escuchemos hoy su voz; no endurezcamos ante Él nuestro corazón.

El Señor se ha acercado a nosotros, de un modo especial mediante la Eucaristía que estamos celebrando. Él nos contempla con gran amor. Que no nos contemple con tristeza porque sólo vengamos a alabarlo con los labios, mientras nuestro corazón permanezca lejos de Él. Él nos considera sus amigos y nos ha revelado todo lo que el Padre Dios le confió; nada ha guardado bajo sello, sino que nos ha manifestado el amor del Padre, amor que ha llegado hasta el extremo de entregar su vida para que nosotros tengamos vida, y no sólo vida en abundancia, sino Vida eterna. Él nos ha comprado por su Sangre, de tal forma que ya no vivamos para nosotros, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó. Veamos, pues, a qué precio hemos sido rescatados. No vivamos, pues, como esclavos del pecado, sino como hijos de Dios, libres de todo aquello que empaña en nosotros la presencia del Señor. Que nuestra Eucaristía nos haga vivir como personas que no sólo disfrutan del amor y de la paz de Dios, sino que trabajan para que también se hagan realidad en el corazón de todas las personas.

La Iglesia es ahora la Enviada de Dios al mundo para santificarlo, para liberarlo de la esclavitud al pecado y a la muerte. Nuestro testimonio de Cristo nos ha de llevar a preocuparnos del bien de nuestro prójimo en todos los aspectos. Sin embargo también, y de un modo principal, ese hacerle el bien a nuestros semejantes debemos entenderlo como la preocupación de trabajar para que llegue a ellos la paz, que sólo proviene de aceptar la persona, las enseñanzas y las obras de Jesucristo. Evangelizar a los demás debe significar entregarles a Cristo como salvación para cada uno de aquellos a los que hemos sido enviados. No podemos conformarnos con trabajar promoviendo una más justa distribución de los bienes temporales para que todos disfruten de una vida más digna; si al final no propiciamos en los demás un encuentro con Cristo como Salvador y Santificador de toda la humanidad, habremos fallado en la misión que se nos ha confiado, y entonces habrá motivos para que Cristo nos reclame el que nosotros seamos los responsables de haber mantenido ciegos a los demás en aquello que realmente podía haberlos conducido a la paz.

Que el Señor nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la Gracia de trabajar constantemente por su Reino, hasta lograr que Él realmente viva en todos y cada uno de nosotros, e impulse nuestra vida hacia nuestra plena realización en Él. Amén.

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3-18.

Reflexión

La única cosa que no puede ser perdonada, dirá Jesús en otro lugar, es el pecado contra el Espíritu Santo, que no es otra cosa que la resistencia a la conversión. Al ir terminando el año litúrgico, la Iglesia nos invita a revisar nuestro estado de conversión. Ha pasado ya un año desde el pasado Adviento (inicio del año litúrgico). Podríamos decir que hemos aprovechado las oportunidades de crecer espiritualmente que Dios nos ha dado durante este año; oportunidad realizada en esa visita silenciosa que ha hecho semana tras semana en la Eucaristía, en su Palabra, en la presencia de los amigos, de los pobres, etc. Jesús lloró por la incapacidad de conversión de Jerusalén… Tomémonos unos minutos para evaluar nuestra respuesta… aún hay tiempo.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-19.

Jesús llora sobre Jerusalén

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Clemente González

Reflexión

Jesús llora por Jerusalén. Y profetiza una realidad que seguimos contemplando hoy. Existe división, existen enfrentamientos, existe desencuentro, existen guerras. A lo largo de todo el Antiguo Testamento la tierra prometida ha sido un punto de referencia, una esperanza y hasta cierto punto la garantía de un pueblo. Sin embargo, no es suficiente para la salvación, la tierra no deja de ser un lugar y sus miembros los responsables de lo que en ella sucede.

El pasaje de hoy parece sorprendente. Por un lado Jesús profetiza una realidad negativa de este mundo y por otro llora por el presente y el futuro de un pueblo. Jesús ama su tierra, ama a su pueblo y sufre por lo que no ve en él. El enfrentamiento es consecuencia de no entender lo que conduce a la paz, de obstinarse en creer que la paz global no es el resultado de la paz con uno mismo. Quizás, cuando Jesús llora, esta teniendo presente todas las guerras que se sucederán en el tiempo, todo el dolor que el hombre se produce a sí mismo. Y es que el hombre, la criatura que Dios ama con ternura, puede destruirse a sí mismo.

Podemos pensar en la guerra como en algo lejano en el espacio y en el tiempo, algo ajeno a nuestra realidad cotidiana. Y algo por lo que no podemos hacer mucho. Sin embargo nosotros podemos ser ángeles de paz o demonios de guerra. Porque la guerra en definitiva es el odio, es el rencor, el tomarse la justicia por su mano. Cuando no perdonamos una falta de caridad que han tenido con nosotros, cuando guardamos y recordamos el mal que nos han hecho, no estamos entendiendo lo que conduce a la paz.

Porque el hombre tiene un sentido de la justicia limitado y sobretodo imposible de realizar de modo exclusivamente horizontal. Porque nosotros somos limitados y vamos a fallar muchas veces, vamos a herir, aun sin intención, y vamos a ser heridos. No podemos aplicarnos un sentido de la paz irrealizable. La paz es fruto del amor y del perdón, de la comprensión y de la lucha por mejorar y amar sin medida. Jesús llora porque nos obstinamos en no aceptar las normas flexibles del amor.


3-20. 18 de Noviembre

196. Las lágrimas de Jesús

I. Jesús contempla la ciudad de Jerusalén, y llora sobre ella (Lucas 19, 41), pues ve cómo quedaría destruida más tarde la ciudad que tanto amaba, porque no conoció el tiempo de su visitación. San Juan nos deja constancia en otra ocasión de esas lágrimas de Jesús, que pueden ser tan consoladoras para nuestra alma: llora por la muerte de su amigo Lázaro. Los judíos presentes exclamaron: Mirad cómo le amaba (Juan 11, 33-36). Jesús –perfecto Dios y hombre perfecto (Símbolo Atanasiano)- sabe querer a sus amigos, a sus íntimos y a todos los hombres, por los que dio la vida. Hoy podemos contemplar la delicadeza de Sus sentimientos, y comprender que Él no es indiferente a nuestra correspondencia a esa oferta de amistad y de salvación. No es indiferente cuando lo visitamos en el Sagrario; no es indiferente ante nuestro esfuerzo diario por vivir la caridad, ni por servirle en medio del mundo…. Tantas veces se hace el encontradizo con nosotros! No dejemos de tratar a Jesús que nos espera. En Él se encuentra el fin de nuestra vida.

II. La vida cristiana no consiste en detenernos en difíciles especulaciones teóricas, ni en la mera lucha contra el pecado, sino en amar a Cristo con obras y sentirnos amados por Él. Cristo vive ahora entre nosotros: le vemos con los ojos de la fe, le hablamos en la oración, nos escucha continuamente; no es indiferente a nuestras alegrías y pesares. Con manos humanas trabajó, con mente humana pensó, con voluntad humana obró, con corazón de hombre amó. Nosotros también los hemos llenado de aflicción por nuestros pecados, por las faltas de correspondencia a la gracia, por no haber correspondido a tantas muestras de amistad. Si no amamos a Jesús no podemos seguirle. Y para amarle debemos conocerle meditando frecuentemente el Evangelio: le vemos cansado del camino (Juan 4, 4), sediento, hambriento. Cómo te haces entender, Señor! Te nos muestras como nosotros, en todo, menos en el pecado: para que palpemos que contigo podremos vencer nuestras malas inclinaciones y nuestras culpas.

III. El llanto de Jesús sobre Jerusalén encierra un profundo misterio. Mirándole a Él, hemos de aprender a querer a nuestros hermanos los hombres, tratando a cada uno como es, comprendiendo sus deficiencias cuando las haya, siendo siempre cordiales y estando siempre disponibles para servirles. De Cristo hemos de aprender a ser muy humanos, disculpando, alentando, haciendo la vida más grata y amable a los que comparten el mismo hogar, el mismo trabajo; sacrificando los propios gustos cuando entorpecen la convivencia, interesándonos sinceramente por su salud y por su enfermedad. Y principalmente nos preocupará el estado de su alma para ayudarles a caminar hacia Cristo que los ama. Hoy le pedimos a Nuestra Señora un corazón semejante al de su Hijo, lleno de misericordia.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


3-21. 33ª Semana. Jueves

Y cuando se acercó, al ver la ciudad, lloró sobre ella, diciendo: «¡Si conocieras también tú en este día lo que te lleva la paz!; sin embargo, ahora está oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti en que no sólo te rodearán tus enemigos con vallas, y te cercarán y te estrecharán por todas partes, sino que te aplastarán contra el suelo a ti y a tus hijos que están dentro de ti y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de la visita que se te ha hecho». (Lc 19, 41-44)


I. Jesús, eres el verdadero Dios: creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible. Sin embargo, no eres un ser lejano, inalcanzable, al que sólo se puede servir o admirar, pero no imitar. No: Tú eres, a la vez, verdadero hombre; y te alegras, te entristeces y conmueves ante sucesos que puedo entender y aplicar a mi propia vida. Mas: mi conducta no es una gota intrascendente, perdida en un océano de heroísmo y villanías; mi comportamiento tiene un valor inmenso, porque -en cierto sentido- afecta a Dios.

Jesús, Tú no lloras por los muros del templo ni por las murallas de la ciudad, que -en cumplimiento de tu profecía- los romanos destrozaron hacia el año 70.
Tú lloras -y aquí esta la trascendencia- porque aquellas gentes no han sabido reconocerte como Mesías; porque no saben lo que les lleva a la paz. Tú lloras.
Y eres Dios. ¿Cuántas veces te he hecho llorar con mi comportamiento egoísta?
Porque si mi falta de generosidad y la ceguera espiritual que produce mi egoísmo te hacen sufrir así, yo no necesito más argumentos para cambiar de conducta.

Jesús, Tú sabes bien qué es lo que me lleva a la verdadera paz y a la verdadera
alegría: el reconocerte como Mesías y amarte sobre todas las cosas. Pero no te impones a la fuerza: te muestras sólo a quien quiere conocerte. El problema es que conocerte y amarte es un proceso que dura toda la vida, y que requiere una constante lucha interior contra mis inclinaciones egoístas y mi soberbia. Ésta es la gran paradoja cristiana: sólo el que lucha encuentra la paz; sólo el que pierde su vida la encontrará.

II. A veces, cara a esas almas dormidas, entran una ansias locas de gritarles, de sacudirlas, de hacerlas reaccionar, para que salgan de ese sopor terrible en que se hallan sumidas. ¡Es tan triste ver cómo andan, dando palos de ciego, sin acertar con el camino!

-Cómo comprendo ese llanto de Jesús por Jerusalén, como fruto de su caridad perfecta [209].

Jesús, Tú lloraste sobre Jerusalén por el amor que tenías a tu pueblo -fruto de tu caridad perfecta-, al ver la dureza de esos corazones que se cerraban ciegamente a la luz de la gracia. De la misma manera lloras de nuevo cada vez que un alma se aleja de Ti. ¿Y yo? ¿Me conmuevo también al ver tantas personas que se apartan del camino que lleva a la paz? ¿Tengo esa alma sacerdotal, esa vibración apostólica, esa sed de almas, que es propia de quien trata de imitar, tu caridad perfecta?

Jesús, si la vida espiritual de las personas que me rodean no me importa para nada, o no las amo, o no te amo, o las dos cosas a la vez. ¿Cómo quedarme tranquilo cuando es tan triste ver cómo andan, dando palos de ciego, sin acertar con el camino? Pensar así no es soberbia, porque yo no me merezco el don de la fe que he recibido gratuitamente; es caridad: porque quiero que los demás -¡el mundo entero!- llegue a conocer el verdadero camino que conduce a la
paz: el camino, la verdad y la vida.

Tú, por tanto, que deseas ser útil a las almas del prójimo, primero acude a Dios de todo corazón y pídele simplemente esto: que se digne infundir en ti aquella caridad que es el compendio de todas las virtudes, ya que ella te hará alcanzar lo que deseas [210].

Jesús, aumenta mi caridad para que yo también me conmueva ante tanta gente que no te conoce, o que conocen -a lo más- una caricatura de la fe. Y que esa mayor caridad no se quede en sentimientos más o menos piadosos, sino que se convierta en acciones de apostolado incesante con aquellas personas que conviven conmigo: en mi familia, en mi trabajo, en el lugar donde vivo.

[209] Surco, 210.
[210] San Vicente Ferrer, Tratado de la vida espiritual, 13.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo VI, EUNSA


3-22. PARROQUIA S. ROQUE [carmelo@netcoop.com.ar]

Hoy, la imagen que nos presenta el Evangelio es la de un Jesús que «lloró» (Lc 19,41) por la suerte de la ciudad escogida, que no ha reconocido la presencia de su Salvador.

Conociendo las noticias que se han dado en los últimos tiempos, nos resultaría fácil aplicar esta lamentación a la ciudad que es —a la vez— santa y fuente de divisiones.

Pero mirando más allá, podemos identificar esta Jerusalén con el mundo .

Si así lo hacemos, nos encontraremos con una comunidad que, aunque ha alcanzado cimas altísimas en el campo de la tecnología y de la ciencia, gime y llora, porque vive rodeada por el egoísmo de sus miembros, porque ha levantado a su alrededor los muros de la violencia y del desorden moral, porque lanza por los suelos a sus hijos, arrastrándolos con las cadenas de un individualismo deshumanizante. En definitiva, lo que nos encontraremos es un pueblo que no ha sabido reconocer el Dios que la visitaba (cf. Lc 19,44).

Sin embargo, nosotros los cristianos, no podemos quedarnos en la pura lamentación, no hemos de ser profetas de desventuras, sino hombres de esperanza. Conocemos el final de la historia, sabemos que Cristo ha hecho caer los muros y ha roto las cadenas: las lágrimas que derrama en este Evangelio prefiguran la sangre con la cual nos ha salvado.

Dice san Ambrosio, que Él se ha hecho pequeño y humilde para que lleguemos a ser grandes; Él se ha dejado atar entre pañales como un niño para que nosotros seamos liberados de los lazos del pecado; Él se ha dejado clavar en la cruz para que nosotros seamos contados entre las estrellas del cielo... Por eso, hemos de dar gracias a Dios, y descubrir presente en medio de nosotros a aquel que nos visita y nos redime.


3-23. CLARETIANOS 2004

Si al menos comprendieras lo que conduce a la paz...

Una inquietud del corazón de muchas personas es la paz. ¡Hay tanta violencia, conflictos y guerras que se dan en nuestro pequeño planeta azul! Para unos es un tema electoral; para otros, ocasión de poder y para muchos, preocupación honda mezclada con cierto sentimiento de impotencia. Si supiéramos lo que conduce a la paz…

Un viejo proverbio africano dice: los tambores de guerra son tambores de hambre.

Cuántos nos vamos acostumbrado a ver con naturalidad imágenes de hambre! Realmente es dramático contemplar la inhumana vida de tantas personas que sufren hambre. Clama desde lo el centro de la tierra lo injusto de su vida y de su muerte.

El camino que conduce a la paz ¿no habría de pasar necesariamente por poner nuestra creatividad, inteligencia y esfuerzo en encontrar caminos de justicia y de reconciliación?

Muchos son los que en su lamento se preguntan ¿quién podrá abrir y desvelar este misterio de muerte y transformarlo en vida y salvación?

Como enviados de Jesús no podemos permitir que nuestra torpeza para perdonar edifique trincheras para con nuestros enemigos, que nuestra forma de vida sea cómplice de tantas muertes….

Estamos llamados a continuar el camino del cordero degollado y decirle a los abatidos una palabra de aliento. Estamos llamados a construir de verdad el Reino.

“Paz a los hombres de buena voluntad

Para construir esta paz es inútil
tomar las armas.
Aprendamos a amar al otro
con todo nuestro corazón.

Para amar al otro,
aprendamos a comprenderlo

Para comprender al otro,
aprendamos a conocerle

Conocer, comprender y amar al otro
son las únicas armas a utilizar

Para conducirnos a la paz,
una paz como esta,
no tiene más que un solo precio:
El equilibrio del mundo”
(Poema de una congolesa)

Loli Almarza
dalmarzaes@yahoo.es