LUNES DE LA SEMANA 33ª DEL TIEMPO ORDINARIO
1.- 1M 1/11-16.43-45.57-60.65-67
1-1. /1M/LIBRO:
Este libro relata la «resistencia».
Después de doscientos años de ocupación persa, Palestina está ahora ocupada por el Imperio Macedonio -norte de Grecia-. A la muerte de Alejandro Magno que conquistó por las armas su inmenso Imperio, los judíos son sometidos al Reino griego de Egipto. En 198 pasan a depender de la autoridad de los griegos de Siria. Bajo esa dinastía Antíoco IV Epifanes (175-163) quiere imponer a todos sus súbditos la cultura griega, que le parece ser la única verdaderamente humana.
Algunos judíos se dejan seducir y asimilar...
Otros bajo la dirección de la Familia de los Macabeos se sublevan. Será ésta época de «mártires», de ahí que este libro se denomine también Libro de los Mártires.
Señor, cuán importante es para nosotros, hombres de fines del siglo xx, saber que la Fe ha sido siempre vivida inmersa en la Historia, en medio de los acontecimientos, en el centro de situaciones políticas y culturales.
¿Cuál es el contexto de mi Fe, HOY?
¿Cuáles son las grandes corrientes de pensamiento que nos marcan, incluso sin que nosotros lo sepamos? Ayúdanos, Señor, a mirar cara a cara a nuestro "tiempo".
-Entre los nobles que se repartieron la sucesión de Alejandro, surgió un renuevo pecador, Antíoco Epifanes, hijo de Antíoco el Grande...
El creyente reacciona según esta primera fórmula.
La historia profana no es solamente profana, se juega en ella un misterio de "gracia y de pecado". En mi "empresa"... en mi "periódico"... en los "acontecimientos" de todas clases... ¿sabré leer e interpretar los "signos de Dios"?
-En aquellos días surgieron de Israel unos hijos rebeldes, que sedujeron a muchos diciendo: "concertemos alianza con los pueblos paganos que nos rodean..."
Se trata del conocido fenómeno de "colaboración" con el ocupante. En profundidad es la tentación tan corriente de «asimilación y de contaminación» de la Fe con la no-Fe.
«No te pido que los retires del mundo, sino que los preserves del maligno», decía Jesús.
Es esencial para nuestra Fe que sea encarnada, que esté inmersa en el corazón del mundo pagano: es una "situación de contacto", providencialmente favorable a la "misión". Dios no quiso nunca que su pueblo fuese un pueblo protegido, encerrado en sus fronteras: los creyentes dentro... los paganos fuera... Dios quiso, y esto es un hecho, que los creyentes fuesen «dispersados» -la diáspora de los judíos primero-, sembrados, encarnados, testigos, fermento, en medio de los no-creyentes.
¿Siento nostalgia de una "cristiandad" bien protegida? ¿Acepto la responsabilidad y el riesgo del contacto?
¿Por qué estoy en contacto con tanta gente que no comparte mi Fe? ¿Se debe esto al plan de Dios, o al puro azar?
-Se les permitió adoptar las costumbres paganas: levantaron un gimnasio en Jerusalén, disimularon su circuncisión, sacrificaron a los ídolos, violaron el Sábado, quemaron los libros de la Ley...
¡He aquí la provocación! ¡Hay que elegir! Ya no se puede vivir entre dos aguas, mitad «a lo judío» y mitad «a lo pagano». Es la opción radical. Hay unos gestos exteriores, visibles que descubren la pertenencia o no pertenencia a tal tendencia. Claro está que esos "gestos" exteriores no son lo esencial, lo que cuenta es el corazón. Pero los ritos traducen el corazón y la Fe. ¿Qué sentido doy a los ritos?
-Pero muchos israelitas resistieron... Y prefirieron morir antes que...
NOEL
QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 392 s.
1-2. /1M/01/01-25:
Los libros de los Macabeos no suelen presentar dificultades de interpretación. Narran la historia de un breve período de la vida de Israel (del 175 al 135 a. C.) que, por otra parte, todos los pueblos han vivido: la resistencia contra el dominio extranjero. La única diferencia está en que nuestros libros insisten mucho en el carácter religioso de la lucha y en el auxilio que Israel recibe de Dios. El título que se les ha dado proviene de Judas, tercer hijo de Matatías (1 Mac 2,4), y parece significar "designado por Dios" y no "martillo", como se ha dicho a menudo.
El libro primero de los Macabeos empieza haciendo una presentación del imperio de Alejando Magno y de la muerte del rey (323 a. C.), que iba a crear la situación política en que se desarrollan nuestros hechos. Al parecer, Alejandro no dividió el reino durante su vida; pero los generales, una vez proclamados reyes diecisiete años más tarde (306 a. C.), se consideraron sucesores directos de él. El autor hace seguidamente un salto de ciento treinta y un años, y nos sitúa en septiembre del año 175, fecha en que Antíoco sucede a su hermano Seleuco; unos años más tarde toma el nombre de Epífanes (dios manifiesto), que sus súbditos cambian pronto en epimanes (loco).
El poder central favorecía la cultura helenística para fomentar la unidad religiosa y social del reino. Muchos judíos contemplaban con simpatía la helenización de Palestina y la consideraban como un signo de cultura y modernización. Entre ellos destacaba Jasón, que había comprado el gran sacerdocio (2 Mac 4,7-20). Pero el helenismo encerraba graves dificultades para los judíos, entre otras la construcción de gimnasios, donde jugaban desnudos, con el correspondiente escándalo para la moral tradicional. Más aún: como los griegos despreciaban la circuncisión, los judíos la disimulaban con una operación quirúrgica, lo cual equivalía a la apostasía.
Antíoco atacó a su sobrino Tolomeo VI de Egipto, que acababa de cumplir catorce años. Durante este tiempo corrió la voz de que había muerto, y Jasón, cabeza del partido pro-egipcio, se apoderó de la ciudad. Al regresar victorioso, Antíoco expolió el templo. Nosotros estamos viviendo un fenómeno parecido al que provocó el helenismo entre los judíos: en nombre de una nueva cultura, nos invaden ideas y maneras de vivir ajenas a la mentalidad cristiana. Y, como los judíos, podemos aceptarlas indiscriminadamente o rechazarlas en bloque, en lugar de hacer una selección y, sobre todo, una cristianización.
J. ARAGONES LLEBARIA
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las
Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 413
1-3. /1M/01/41-61
Para someter al pueblo judío, que, pese a las simpatías que el helenismo había suscitado en algunos, se oponía al intento dominador de Antioco, éste edificó una fortaleza en el interior de la ciudad para tener una especie de quinta columna. Y consiguió su propósito, al menos en parte: muchos se vieron obligados a abandonar la ciudad y el templo. Para llevar a cabo su propósito de erradicar el separatismo judío, el rey comenzó por revocar el decreto de su padre, que concedía a Judá regirse por sus leyes y costumbres. La disposición, aunque era universal, tenia consecuencias más graves para el yahvismo debido a sus especiales características: la supresión de todo culto en el único templo de Jerusalén, la abolición del sábado y demás fiestas, la construcción de lugares de culto idolátrico, el uso de animales impuros en los sacrificios, la prohibición de la circuncisión, signo de la alianza, etc. Para las naciones paganas significaba sólo añadir un nuevo culto a los muchos que ya practicaban.
El 7 de diciembre del año 167 a. C. Ilegó al máximo la profanación del templo: instaló un altar idolátrico encima del altar de los holocaustos. En otras partes se da como fecha de este acontecimiento el 25 del mismo mes; es posible que se trate de un error de la tradición manuscrita o bien un día es el de la colocación del altar y otro el de su inauguración con motivo de una fiesta, probablemente el natalicio del rey (v 62). Toda Palestina se paganizó; en las plazas de las ciudades se construyeron altares, y se ofrecía incienso a las divinidades colocadas en las puertas de las casas.
Todo se hacia en nombre de la unidad del reino. No era la primera vez -y, por desgracia, tampoco sería la última- que se cometía un feroz absolutismo en nombre de la unidad. Como si la unidad fuera uniformismo. O como si la unidad justificara egoísmo en cualquier nivel: social, eclesial, familiar... Es la excusa de la unidad que tantas veces se ha utilizado para ahogar la libertad humana.
J. ARAGONES LLEBARIA
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las
Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 415
2-1.
Durante las dos últimas semanas del año litúrgico, la Iglesia nos presenta textos que evocan el "fin de los tiempos". El Apocalipsis de san Juan es dado aquí en esta perspectiva.
Notemos ya, desde el comienzo de esta lectura que no hay que buscar informaciones concretas sobre el «fin del mundo», como se ha hecho a veces: las imágenes de catástrofes cósmicas, abundantes en el Apocalipsis han conducido a un verdadero contrasentido. En el lenguaje moderno corriente, el término «apocalíptico», ha venido a ser sinónimo de «catastrófico». Y no es éste completamente su verdadero sentido. La palabra «apocalipsis» quiere decir «revelación»: es la primera palabra del libro, como veremos enseguida.
Este contrasentido viene del hecho que no sabemos ya leer esos textos, cuyos símbolos eran familiares a los lectores del tiempo de san Juan. Para comprender la «Revelación», el «Apocalipsis», hay que entrar sencillamente en el juego del autor, y traducir de nuevo en «ideas teológicas» los «símbolos concretos» usados por san Juan. El Apocalipsis es un mensaje cifrado, que hay que descifrar: los objetos, los colores, las cifras tienen una significación simbólica. Y las catástrofes cósmicas forman parte de ese lenguaje cifrado. De otra parte, el mismo san Juan se esforzó en darnos la equivalencia de algunos símbolos: una «estrella» representa un «ángel», un «candelabro» significa «una iglesia particular» (Ver Apocalipsis 1, 20)... el color «blanco del lino» representa «las buenas acciones de los fieles» (Ver Apocalipsis 19, 8)
-Revelación de Jesucristo.
Es la primera palabra.
Hay muchas cosas que no veo y que no puedo ver: ante el gran poder de Dios, el hombre es un pobre. Hay que aceptar el hecho de "recibir", de acoger una revelación.
Un "apocalipsis" es, ante todo, el hecho de «levantar el velo» (re-velar) que cubría ciertas realidades. Sólo Dios es capaz de revelar ciertas cosas, sólo de El conocidas.
Señor, al empezar la lectura de ese libro misterioso quiero estar en actitud de disponibilidad: consiento a dejarme iluminar por Ti. Reconozco que soy un ciego, y que no sé ver aquello que es esencial.
-El que tiene las siete estrellas en su mano derecha, y que camina en medio de siete candelabros de oro...
Las siete estrellas, lo hemos visto, simbolizan los Ángeles de las iglesias. En lugar de hablar de modo abstracto, Juan habla como un "visionario". Ve las iglesias «en la mano derecha» de Dios: esto quiere decir que Dios tiene las iglesias locales en su poder. La «mano», en aquella época, y para todo el mundo oriental, era el signo del poder. Creo Señor que la Iglesia continúa HOY estando en tu mano.
-Al ángel de la iglesia de Efeso, escribe esto...
El Apocalipsis comienza por «siete» mensajes personales, dirigidos a siete «parroquias» de la época -o mejor a «diócesis»-. Son unas «comunidades locales», todas ellas situadas en Asia Menor, en la Turquía actual.
Señor, ayúdanos a implantarnos humildemente en algún sitio; existe un lugar, una iglesia en la que recibo la Palabra de Dios y la Eucaristía.
-Conozco tu conducta, tu trabajo y tu perseverancia...
Pero tengo en contra que has abandonado tu amor primero... Conviértete... Invitación a progresar... a encontrar de nuevo los entusiasmos de la juventud..
NOEL
QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 392 s.
2-2. /Ap/02/01-11
Los capítulos segundo y tercero contienen las cartas a las siete Iglesias de Asia Menor (la actual Turquía), a las que se dirige el Apocalipsis. Todas las cartas tienen el mismo esquema literario: Orden de Cristo -al que se aplican los diversos títulos gloriosos del capítulo primero- para que Juan escriba a una Iglesia determinada; alusiones a los méritos y deficiencias de ésta; exhortación a la lucha y a la esperanza en la victoria final. Las siete Iglesias son presentadas según el trayecto que recorrería un viajero que saliese de Efeso y volviese luego a ese punto de partida. Los ángeles de Efeso y de Esmirna son los primeros en recibir las palabras del Señor Jesús.
El Viviente conoce profundamente su situación, tanto la paciencia mostrada en los sufrimientos por el nombre de Cristo, en el caso de Efeso, como la tribulación y la pobreza -la verdadera riqueza (v 9)-, en el caso de Esmirna. Los adversarios que se han infiltrado en las comunidades las han forzado a consolidarse en la auténtica fe recibida de los apóstoles (la Iglesia de Efeso había sido fundada por Pablo) y a rechazar a los falsos enviados. A causa de las calumnias, algunos hermanos serán encarcelados para ser probados en su fidelidad.
Sin embargo, en las dos comunidades hay cosas que no marchan bien: se ha abandonado la caridad de antes, urge una conversión. Mantenerse en la rutina y en la tibieza podría provocar el rechazo por parte del Señor (v 5). En cambio, la fidelidad hasta la muerte traerá consigo la victoria definitiva sobre ésta. (La «segunda muerte» -v 11- parece aludir a la muerte eterna, en oposición a la «primera muerte» o «pecado mortal»). El vencedor, el creyente que persevere hasta el fin, participará eternamente de la vida del Viviente El fruto del árbol y la corona son los símbolos de esa vida.
El Espíritu, pues hace una llamada a comunidades cristianas ya veteranas. «El que tenga oídos, que oiga» (vv 7 y 11) es una invitación a desentrañar las palabras de la profecía, a abrirse totalmente a ellas. Porque la palabra del Señor descubre las cosas ocultas y es exigencia de conversión constante.
A. PUIG
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las
Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 586 s.
3. Lc 18, 35-43
3-1.
Ver paralelo DOMINGO 30B
3-2.
El Evangelio de este día cuenta cómo Jesús, después de anunciar su Pasión y resurrección curó a un ciego dentro del contexto de una subida a Jerusalén.
La incredulidad de los apóstoles es un tema frecuente en los anuncios de la Pasión y de la subida a Jerusalén. Jesús padece esta falta de fe de los suyos que "no comprenden" (Mc 8, 31-33; cf. Lc 2, 41-50). Según esto, cabe preguntarse si Lucas no hace seguir el anuncio de la Pasión del relato de la curación del ciego con el fin de procurar una enseñanza sobre la necesidad de la fe. Mateo y Marcos sitúan este episodio más lejos, después de dos incidentes más (Mt 20, 29-34). Mateo ni siquiera hace alusión a la fe y menciona dos ciegos en donde Lucas solo cita uno.
La intención de Lucas está tanto más clara en cuanto que une el episodio del ciego al hecho de que los apóstoles no comprenden nada de las palabras de Jesús (v. 34) y es el único en hacer notar esto. El es el único asimismo que menciona la frase "todo lo que ha sido escrito por los profetas" (v. 31). No se podía decir mejor que la ceguera de los apóstoles lleva precisamente a no entender las Escrituras a propósito del Hijo del hombre y de su necesidad de subir a Jerusalén.
Poseemos una réplica luminosa de este pasaje en el episodio de los discípulos de Emmaús, en donde Lucas hace notar que después de la explicación de las Escrituras ("¿no era necesario que Cristo padeciese...?") y de la fracción del pan, "sus ojos se abrieron" (Lc 24, 26-31).
La doctrina de esta perícopa se concreta de esta manera. Cristo debe subir a Jerusalén para cumplir la ley y los profetas; pero, para comprender este misterio pascual hay que abrir los ojos de la fe para poder entender las Escrituras. Los medios humanos son inadecuados; hay que "dejarse conducir" (v. 40) por otro para descubrir la luz.
Las peregrinaciones a Jerusalén ocupan un gran puesto en la vida de Jesús. Si se prescindiera de ellas, no se entendería su ministerio público. Las "subidas" sucesivas de Jesús a Jerusalén son necesarias para entender su obra. Lucas concibe su Evangelio como una subida progresiva a Jerusalén en donde se consumará el sacrificio de la cruz. Para San Juan, las peregrinaciones de Jesús a Jerusalén forman la trama misma del relato evangélico (Jn 1, 13; 5, 1; 7, 1-14; 10, 22-23; 11, 15).
No debe extrañarnos esta situación. La intervención histórica de Jesús descubre su originalidad en el centro mismo del itinerario espiritual de Israel. Jesús, como miembro del pueblo escogido, sube a Jerusalén. Se trata, tanto para él como para todos los hijos de Abraham, de cumplir una obligación ritual que es esencial en la religión judía. Pero Jesús, al cumplir esa obligación en la forma en que lo hizo, inaugura la nueva religión fundada en su persona.
Al subir a Jerusalén, el hombre judío quiere manifestar el contenido de su fe en Yahvé. Dentro de este mismo rito, Jesús encarna su itinerario de obediencia hasta la muerte de cruz: sube a Jerusalén para morir de amor por los hombres. Al entregar su vida por obediencia a la voluntad del Padre, Jesús funda la religión del amor universal; se convierte en el prójimo de todos los hombres y los atrae a todos hacia él.
Al mismo tiempo, el rito se hace caduco, pues al ser realizado por Jesús, la peregrinación a Jerusalén pierde su significación.
Nace un nuevo templo: el cuerpo de Cristo. Se consuma el régimen de la ley: ha llegado el momento de una religión en espíritu y en verdad. Jesús supera definitivamente la solución pagana del "espacio sagrado". De ahora en adelante ya no hay ciudades santas. El centro espiritual de la humanidad es el cuerpo de Cristo resucitado.
La obediencia amorosa de Cristo, hasta entregar su vida, inaugura en El un Reino que no es de este mundo. En toda su vida terrestre fue el peregrino de la Jerusalén celestial. Así será también la Iglesia, cuerpo de Cristo. Ella peregrina en esta tierra continuamente en marcha hacia su realización perfecta más allá de la muerte.
La Iglesia convoca a todo miembro suyo a ser aquí abajo un peregrino del Reino. Este peregrinar lo invita a dar su vida entera por la construcción del Reino. No le espera ninguna ciudad santa sino solo la familia del Padre.
Esta tarea exige al cristiano que renueve constantemente su fe y su caridad.
Ser peregrino del Reino es, en definitiva, "seguir a Jesús". Y Jesús nos invita a que le sigamos precisamente en aquellos pasajes evangélicos en que se trata de su subida a Jerusalén.
Solamente Jesús trazó la ruta de la obediencia hacia el Reino; si lo seguimos, los cristianos seremos fieles a nuestra condición de peregrinos.
A lo largo de su viaje por esta tierra, a la Iglesia le gusta recordar a la comunidad creyente su situación aquí abajo. Este peregrinar propuesto a los cristianos afecta a toda su vida.
Exige ante todo un resurgimiento teologal.
MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUÍA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VIII
MAROVA MADRID 1969.Pág
253
3-3. FE/VISION
Se ponía todos los días en el mismo lugar, como un complemento pintoresco entre otros muchos de la calle, sin molestar a nadie.
En su mundo cerrado aparece de pronto una presencia: "Es Jesús el Nazareno". El hombre se pone en pie: "¡Señor, que vea!".
Como Dios es Luz, ha inventado los ojos de Jesús para mirar nuestro mundo como nunca lo había podido mirar nadie, con una verdad y una intensidad que son a la vez inexorables para con la mentira y misericordiosas para con la debilidad, "¡Ten compasión de mí" Y como Jesús es la Luz del mundo, inventa unos ojos para ese mendigo ciego: Ve. Tu fe te ha salvado".
Un proverbio árabe dice: "Ven a mi con tu corazón y yo te daré mis ojos". Ven a mí con tu corazón, nos dice Jesús. "¡Ten compasión de mí!" Tenemos que ir a Jesús con nuestro corazón, con nuestro coraje de ver, de verlo todo, de no parpadear ante la realidad, la de nosotros mismos, la del mundo. Tenemos que atrevernos a ver nuestras tinieblas: la fe es ante todo una prueba y un grito: "¡Ten compasión de mí!" Porque ¿cómo no hacer aquella constatación dramática de un hombre de teatro: "Por la mañana abría los ojos ciertamente con un verdadero placer por ver la luz del día; me levantaba y, al cabo de pocos minutos, como un manto de plomo, el cansancio aplastaba mis hombros... Es como si en pleno día estuviera viendo la noche, la noche mezclada con el día, el sol negro de la melancolía" (F. Ionesco, Journal en miettes)? "Ven a mí con tu corazón..." Sólo un grito puede subir de nuestros labios ante lo que estamos viendo: "¡Ten compasión de nosotros!" "Yo te daré mis ojos": sólo los ojos del Resucitado pueden hacernos huir de la desesperación y ver el mundo con una mirada distinta. Sólo la luz puede deslumbrarnos hasta el punto de llegar a irradiar la realidad entera. "Ve...": la mirada a la que nos abre Jesús no es una mirada cualquiera: si nos atrevemos a mirar la realidad cara a cara, es porque ella nos ha sido revelada como salvada.
Luz nacida de la luz,
Jesús, Hijo del Dios vivo,
¡ten compasión de nosotros!
Arráncanos de nuestras tinieblas,
danos a vivir tu salvación.
Deslúmbranos con tu misericordia
y enséñanos a mirar nuestro mundo
como Tú lo ves por los siglos de los siglos.
DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
SEMANAS XXII-XXXIV
T.O. EVANG.DE LUCAS
SAL TERRAE/SANTANDER 1990.Pág.
193
3-4.
La impotencia humana y su humilde fe viene gráficamente expresadas en el ciego del evangelio de hoy. Es la imagen de Adán, cegado por la culpa. Es la imagen de la Iglesia, llamada del paganismo, en el que vivía pobre y pecadora, ciega para la verdadera gloria de Dios. En ella no había nada más que sed de luz, ansia por el "Dios desconocido". Se sienta en el camino y espera su salud. En el camino, pues "la Verdad misma dice: Yo soy el camino" (S. Gregorio Magno, segunda homilía sobre los Evangelios). Y no espera en vano; Cristo viene; sí, viene por el camino del sufrimiento, que ha de servirle para redimirnos. "Mirad que vamos a Jerusalén y se va a cumplir todo cuanto los profetas escribieron del Hijo del hombre. Será entregado a los gentiles, escarnecido, azotado, escupido y, en habiéndolo azotado, lo matarán. Y resucitará al tercer día" (Lc/18/ 31-33). Sí, Cristo viene. El mismo es el camino que conduce al Padre. Cristo viene; es la luz por la que clama la Iglesia. Toda sabiduría humana enmudece ante El; la pobre humanidad no redimida todavía hase olvidado por completo de todas las hermosas palabras de sus poetas y filósofos. Su única exclamación es: "¡Compadécete de mí!" La conducen a Jesús... Así lo ordena El; y nadie va a Jesús si el Padre no le atrae... La conducen, pues, a Jesús; El es quien dice: "Yo soy la luz del mundo". "¿Qué quieres que te haga?", le pregunta. No pide más que: "Señor, ¡que vea!". Sabe bien que El solo es la luz, y así lo cree y confiesa. En efecto, ha oído la llamada de "¡Despiértate tú que duermes, álzate de entre los muertos y Cristo te iluminará!" (Ef/05/14). Nada juzga tan preciso como la vista; con la luz le vendrá también todo lo demás. "Ve", le dice el Señor, "tu fe te ha salvado".
BAU/ILUMINACION: Aquí tenemos la verdadera imagen del Bautismo. Lo que el Señor hace al ciego, le acontece a la Iglesia entera. Viene del paganismo y está ciega. Se dirige a Cristo y El le da la luz. Los primitivos cristianos, al Bautismo lo llamaban "iluminación". El que ha de ser bautizado no tiene necesidad más que de creer en Cristo y desearle. La fe salva al hombre, ve y se pone a seguir a Cristo. Y el hecho de que le siga es precisamente porque lo ve.
La luz celestial está operante en él y no le permite ver otra cosa como necesaria, sino el seguir a Cristo.
Aparece ahora netamente la relación con la historia de Abraham.
De hecho, el retorno del hombre caído a la vida y a la salud de Dios no es posible de no hacerse por el camino de Cristo, y este camino es el de la fe y de la obediencia, como lo fue el de Abraham. No en vano la Iglesia ha pedido incesantemente desde el primer día del año litúrgico: "¡Muéstrame, Señor, tus caminos; adiéstrame en tus sendas!" (/Sal/024/04). Y las dos cosas se realizan hoy: ve el camino y se le da fuerza para andarlo. Se ve ya a sí misma marchando por el camino de Cristo, resucitada de la oscuridad de la muerte y de la ceguera del pecado a la vida y a la luz de Dios.
Estamos en domingo, día de la resurrección de Cristo. Por eso, en la imagen de la curación del ciego, la Iglesia contempla su propia resurrección y vocación a la vida de Cristo, la resurrección de todos sus hijos en el Bautismo. Todos han sido iluminados, es decir, han recobrado la vista merced a la fe en Cristo. Ahora, en el sacrificio de Cristo en el altar, por el cual sus hijos son salvados y recobran la vista, vuelve a sentir realmente la Iglesia su vocación e iluminación; los llama al altar del Señor para que den gracias por la maravilla de su Bautismo.
EMILIANA LÖHR
EL AÑO DEL SEÑOR
EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITURGICO I
EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962.Pág. 182 ss.
3-5.
Lucas concibió el plan de su evangelio como una «subida a Jerusalén», la ciudad santa donde tendrá lugar el sacrificio de Jesús y su glorificación... la ciudad de la que pronto volverá a salir la buena nueva para difundirse por toda la tierra...
No olvidemos que esa subida de Jesús a Jerusalén corresponde a la época de la fiesta de la Pascua: grandes multitudes recorren los caminos con Jesús, son peregrinos que van a celebrar la «liberación de Israel».
Jericó es la última ciudad etapa, a veinte Kms. tan sólo de Jerusalén. Jesús hará en ella dos «signos»:
-curar a un ciego
-convertir un «recaudador de impuestos»...
-Cuando se acercaban a Jericó, había un ciego sentado a la vera del camino, pidiendo limosna.
Ese encuentro, aparentemente «casual», en el desarrollo del relato de Lucas, se sitúa inmediatamente después del «último anuncio de la Pasión» (Lucas 18, 3/-34), Lucas acaba de subrayar la ceguera de los apóstoles: «Pero ellos, los Doce, no entendieron nada. Esa palabra -el anuncio de la Pascua: muerte y resurrección- permanecía para ellos velado, y no sabían qué quería decir Jesús.»
También nosotros somos como ciegos a la vera del camino.
Igual que los apóstoles, no vemos claro... Es necesario que el Señor mismo nos dé unos «ojos nuevos» para llegar a ser capaces de entender el significado de la «subida a Jerusalén». ¡Señor, concédenos la fe... aparta el velo que nos impide ver las cosas como Tú las ves !
Lucas nos dará la réplica exacta de ese pasaje en el relato de los peregrinos de Emaús: cuando Jesús les habrá explicado de nuevo que «era preciso que Cristo sufriera» ... sus ojos se abrieron... (Lucas 24, 26-31)
-Al oír que pasaba gente...
Son peregrinos, que cantan sin duda los «cánticos de las subidas», los Salmos 120 a 134, según la tradición.
El ciego sentado está oyéndolos.
-...Preguntó qué era aquello.
Es el ciego, el que toma la iniciativa.
-Le explicaron: «Está pasando Jesús, el Nazareno.» «Nazôreano», título raramente empleado por los otros evangelistas, y que Lucas usará ocho veces en los Hechos de los Apóstoles. La multitud identifica a Jesús más sencillamente como «Jesús de Nazaret», en patués arameo...
-Empezó a gritar diciendo: «¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mi!»
En vez de repetir el título sencillo que acaba de oír, el ciego pasa de inmediato a una profesión de fe: «Hijo de David», título mesiánico, anunciado a María el día de la concepción de Jesús (Lucas 1, 32): «el Señor Dios le dará el trono de David, su padre». De modo que muchos vieron las obras de Jesús y permanecieron ciegos sobre su verdadera identidad. Pero el Mesías, anunciado por los profetas, es ciertamente aquel que «cura a los ciegos» (Isaías 35, 5; Lucas 4, 18) ¡y son esos «videntes interiores», los pobres, los que ven justo!
Jesús se paró y mandó que se lo trajeran.
Acepta ese título de realeza, cuyo uso había prohibido antes (Mateo, 9, 30) . Ahora que su Pasión está cerca, todas las esperanzas políticas y nacionales que no quiso asumir, cuando todo el mundo le empujaba a ellas, han quedado atrás: se dirige a Jerusalén, no para tomar el poder, sino para morir.
-Jesús le dijo: «Recobra la vista. Tu fe te ha salvado.» Y en el acto recobró la vista, y siguió a Jesús bendiciendo a Dios.
¡Concédeme, Señor, que yo también te siga hasta la cruz y hasta la Pascua!
NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 284 s.
3-6.
1. (Año I) 1 Macabeos 1,11-16.43-45.57-60.65-67
a) Durante esta semana, la penúltima del Año Litúrgico, leemos una selección de los dos libros de los Macabeos.
En el siglo II antes de Cristo, en concreto a partir del año 175, hubo en Israel un gran conflicto político, cultural y religioso. Con los reyes sirios seléucidas, que dominaron el territorio en aquella época, y sobre todo con Antíoco IV Epífanes, se desató una fuerte persecución religiosa. No sólo prohibió el culto judío, sino que profanó el Templo y el altar, y obligó a aceptar las costumbres helénicas.
A bastantes judíos les agradó el cambio, por el prurito de imitar a las naciones vecinas y de adoptar un estilo de vida que les parecía más moderno, y apostataron de su fe. Mientras que otros, capitaneados por los hermanos Macabeos, se mantuvieron fieles a la Alianza y, después de una hostilidad de guerrillas y hasta de guerra en toda forma, lograron humillar a Antíoco, devolver la libertad al pueblo y restaurar el culto verdadero en el Templo de Jerusalén.
Los dos libros de los Macabeos no son dos relatos sucesivos, sino paralelos, y por eso los leemos un poco mezclados. La lectura de hoy nos narra la diversa reacción de los israelitas ante la orden de adoptar la religión oficial pagana. Fue un tiempo difícil: "una cólera terrible se abatió sobre Israel".
b) La tentación secularizante sigue existiendo: también los cristianos de ahora podemos dejarnos encandilar por la idea de "hacer un pacto con las naciones vecinas", lo cual políticamente es recomendable. Pero si se refiere como aquí, a adoptar las costumbres paganas, en contra del estilo que Yahvé exigía a su pueblo y del que Cristo nos ha enseñado a nosotros, nos lleva a la pérdida de nuestra identidad y de nuestros mejores valores.
El pecado de los judíos apóstatas no fue la aceptación o no de la cultura helénica, sino que "se acomodaron a las costumbres de los gentiles, apostataron de la alianza santa, se juntaron a los paganos y se vendieron para hacer el mal" y "ofrecieron sacrificios a los ídolos y profanaron el sábado".
Podemos ser modernos, y asumir todos los progresos de la ciencia y de la cultura. Pero lo que no tenemos que perder es nuestra fe y nuestro estilo cristiano de vida. Ahí está nuestro testimonio: ser fuertes, luchar contra corriente. Los judíos fieles lo fueron con todas las consecuencias: "prefirieron la muerte antes que contaminarse con aquellos alimentos y profanar la alianza santa, y murieron". En sus labios pone el salmo la queja: "sentí indignación ante los malvados que abandonan tu voluntad; los lazos de los malvados me envuelven, pero no olvido tu voluntad... ya se acercan mis inicuos perseguidores, están lejos de tu voluntad".
Los alimentos o la circuncisión o el sábado, no son lo importante: lo importante es la alianza de la que eran signos esos elementos externos. Y es la alianza -para nosotros la Nueva Alianza en Cristo- la que hay saber conservar a pesar de las instancias contrarias de este mundo.
1. (Año II) Apocalipsis 1,1-4; 2,1-5
Durante las dos últimas semanas del Año Litúrgico, antes del Adviento, la lectura que nos va a acompañar es el Apocalipsis, el último libro del NT y, por tanto, de la Biblia. Apocalipsis significa en griego "revelación". Los libros "apocalípticos" tiene unas características muy especiales, y usan un lenguaje misterioso, lleno de imágenes y símbolos, no fáciles de entender. Se nos hablará de dragones y caballos, de trompetas y cataclismos cósmicos, del simbolismo de los colores y de los números, y sobre todo de la lucha entre la Bestia y el Cordero.
El autor se llama a sí mismo Juan, pero es dudoso que se trate del mismo Juan al que se atribuye el cuarto evangelio y las cartas. Estas visiones las tuvo, dice él, en la isla de Palmos (por eso se le llama "el vidente de Palmos"), y precisamente en "el día señorial", el día del Señor, el domingo. Lo cual acentúa el carácter "pascual" de todo el libro, con la clave de la lucha, la muerte y la resurrección del Cordero, que acaba triunfando contra el mal y la muerte. Se nos hablará de luchas cruentas en la tierra y liturgias gozosas en el cielo.
Probablemente se escribe este libro a fines del siglo I, y por tanto la clave en que hay que interpretarlo es la situación que pasa la Iglesia en esta época, duramente perseguida por el emperador Domiciano (81-96), y marcada también por crisis internas de cansancio, herejías y divisiones. Así se puede entender la dramática batalla que se libra entra el dragón y el Cordero, entre el mal y el bien. El libro transmite un claro mensaje de esperanza, porque la Bestia fracasa estrepitosamente y el Cordero triunfa, asociando a toda la comunidad eclesial en su alegría.
a) La primera parte de la lectura de hoy es el inicio del libro, "la revelación que Dios ha entregado a Jesucristo para que muestre a sus siervos lo que tiene que suceder pronto". Cristo, por medio de un ángel, se la comunica al "siervo Juan", el cual, "narrando lo que ha visto, se hace testigo de la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo".
A los que iniciamos hoy esta lectura con fe, se nos felicita ya desde la primera página: "dichosos los que escuchan las palabras de esta profecía y tienen presente lo que en ella está escrito".
Pero en seguida, el Apocalipsis pasa, en los capítulos 2 y 3, a transcribir siete cartas a otras tantas Iglesias del Asia Menor. Hoy leemos la dirigida a la comunidad cristiana de Éfeso, a la que "la voz del cielo" alaba por su entereza -"has sufrido por mí y no te has rendido a la fatiga"- y además por haber sabido discernir quiénes eran los falsos profetas en su seno. Pero le recrimina que "ha abandonado el amor primero".
b) La revelación de Dios, su plan de salvación, nos ha sido manifestada en Cristo Jesús, y luego, ya desde hace dos mil años, a través de su comunidad la Iglesia, que la va difundiendo por el mundo. Nosotros también, una vez evangelizados, nos convertimos en evangelizadores. Cada uno según la misión recibida en la comunidad, todos tratamos de transmitir a otros la Buena Noticia del triunfo de Cristo sobre el mal.
El Apocalipsis nos va a ayudar a interpretar la historia desde los ojos de la fe, a no perder nunca la confianza, a tener una visión pascual de los acontecimientos, por penosos que sean, y por duras que sean las dificultades internas y externas: porque el Cordero vencerá e invitará a bodas a su Esposa la Iglesia.
La primera carta de las siete dirigidas a las Iglesias del Asia puede ser que nos retrate a nosotros. Seguro que en nuestra vida hemos sufrido por Cristo, hemos demostrado nuestro aguante y ha habido períodos en que no parecía cansarnos el trabajar por el bien. Seguro, también, que hemos tenido momentos de lucidez para discernir quiénes son verdaderos apóstoles y quiénes no.
Pero tal vez merecemos también el reproche que el ángel dedica a los Efesios: "has abandonado el amor primero". La perseverancia nos cuesta a todos, y más en medio de un mundo que no nos ayuda a seguir los caminos de Jesús. Cada uno sabrá en qué ha decaído y, por tanto, en qué ha de recapacitar en estos últimos días del año y en el Adviento próximo. Que resuene dentro de nosotros la invitación del vidente: "recuerda de dónde has caído, conviértete y vuelve a proceder como antes". "¡Vuelve!".
El salmo primero nos invita a una renovada fidelidad: "dichoso el que no sigue el consejo de los impíos ni entra por la senda de los pecadores, sino que su gozo es la ley del Señor... el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal". Exhortaciones que van acompañadas por un estribillo insistente y esperanzador, tomado del Apocalipsis: "al que venciere le daré a comer del árbol de la vida".
2. Lucas 18,35-43 a)
La curación del ciego está contada por Lucas con detalles muy expresivos.
Alguien explica al ciego que el que está pasando es Jesús. Él grita una y otra vez su oración: "Jesús, hijo de David, ten compasión de mí". La gente se enfada por esos gritos, pero Jesús "se paró y mandó que se lo trajeran". La gente no le quiere ayudar, pero Jesús sí. El diálogo es breve: "Señor, que vea otra vez", "recobra tu vista, tu fe te ha curado". Y el buen hombre le sigue lleno de alegría, glorificando a Dios.
b) Nosotros no podemos devolver la vista corporal a los ciegos. Pero en esta escena podemos vernos reflejados de varias maneras.
Ante todo, porque también nosotros recobramos la luz cuando nos acercamos a Jesús.
El que le sigue no anda en tinieblas. Y nunca agradeceremos bastante la luz que Dios nos ha regalado en Cristo Jesús. Con su Palabra, que escuchamos tan a menudo, él nos enseña sus caminos e ilumina nuestros ojos para que no tropecemos. ¿O tal vez estamos en un período malo de nuestra vida en que nos sale espontánea la oración: "Señor, que vea otra vez"?
También podemos preguntarnos qué hacemos para que otros recobren la vista: ¿somos de los que ayudan a que alguien se entere de que está pasando Jesús? ¿o más bien de los que no quieren oír los gritos de los que buscan luz y ayuda? Si somos seguidores de Jesús, ¿no tendríamos que imitarle en su actitud de atención a los ciegos que hay al borde del camino? ¿sabemos pararnos y ayudar al que está en búsqueda, al que quiere ver? ¿o sólo nos interesamos por los sanos y los simpáticos y los que no molestan?
Esos "ciegos" que buscan y no encuentran tal vez estén más cerca de lo que pensamos: pueden ser jóvenes desorientados, hijos o hermanos con problemas, amigos que empiezan a ir por malos caminos. ¿Les ayudamos? ¿les llevamos hacia Jesús, que es la Luz del mundo?
"Prefirieron la muerte antes que profanar la alianza santa" (1ª lectura I)
"Has abandonado el amor primero: vuelve a proceder como antes" (1ª lectura II)
"Señor, que vea otra vez" (evangelio)
J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 290-294
3-7.
Ap 1, 1-4; 2, 1-5a: Dichosos los que escuchan este mensaje profético
Lc 18, 35-43: La ceguera impide el seguimiento de Jesús
La situación del ciego era sumamente precaria. Estaba impedido por un defecto que no le permitía percibir la realidad, sino que lo limitaba a escuchar lo que ocurría. Estaba sentado a la orilla del camino, totalmente marginado del devenir humano. Además, pedía limosna como cualquier menesteroso. Sin embargo, es un hombre atento a los pocos signos que alcanza a percibir.
El ciego escucha el rumor que produce el avance de Jesús a Jerusalén. Sus discípulos van haciendo el camino con él y tratan de seguir adelante sin hacer caso al hombre postrado. Jesús se detiene al escuchar el clamor y pide que traigan al ciego, a pesar de la oposición de los discípulos.
Los discípulos quieren callar al ciego por varias causas. Su lamento era inoportuno e interrumpía la marcha. El nombre con el que el ciego llama a Jesús se presta para malos entendidos: "Hijo de David" era un título mesiánico que Jesús no reivindicaba para sí y que podía representar un peligro ante las autoridades de Jerusalén. Y, por último, era costumbre de los discípulos y apóstoles alejar a Jesús de la multitud.
La actitud de Jesús le da un giro a la situación: envía por el ciego y lo escucha. El ciego entonces no pide limosna, sino la restitución de sus sentidos. Jesús le da la vista, reconociendo en el hombre una fe transformadora de la realidad. Pasó de ser un marginado a ser un hombre en una nueva situación. Cuando el ciego percibe la realidad en todo su
En la actualidad nosotros nos hallamos en una situación similar a la del ciego. Estamos atentos a los signos de la realidad pero no la percibimos completamente. Muchas veces nos sentamos a la orilla de camino sin saber qué hacer, aunque reconociéndonos como seres humanos necesitados. La parábola, entonces nos muestra que urgimos, como el ciego, ser curados por Jesús, recuperar nuestra visión de la realidad para poder seguirle. El evangelio nos invita a que clamemos a Jesús para que el nos ayude a ver la realidad y a seguir su camino.
SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO
3-8. CLARETIANOS 2002
Acudo por primera vez a la llamada de este rincón de la Palabra. Mi actitud es de oyente y servidor. Espero escuchar bien para servir bien. Ya sabéis, un oído en la Palabra y otro en el Pueblo (cfr. Mons. Enrique Angelelli). Es pensamiento de alguien que supo escuchar la Palabra, ser su servidor y morir mártir.
Entramos en una semana salpicada de memorias libres y obligatorias. La de hoy es libre, pero puede que a alguien le interese por eso mismo: La Dedicación de las basílicas de San Pedro y San Pablo. Podéis motivarla desde la perspectiva de los templos o bien recordando la figura de estos dos grandes apóstoles.
Por si fuera poca la curiosidad antes de proseguir, hoy comenzamos a leer el Libro del Apocalipsis. No voy a distraeros con más enlaces. Son tan interesantes, que puede que no sigáis leyendo mi comentario.
El Apocalipsis nos ofrece una oportunidad más para descubrir su belleza. Otra ocasión para dejarnos contagiar por su horizonte dichoso, que alienta-consuela nuestro peregrinar, sobre todo cuando le invaden oscuridades.
El texto de hoy comienza con el prólogo a todo el libro. Prólogo que llama dichosos a los lectores del Apocalipsis. Probemos esta dicha. Y continúa con la carta a la iglesia de Éfeso con una hermosa exhortación: ¡Vuelve al amor primero! El esfuerzo, la entereza, la prueba... son reconocidos por Dios, pero... ¡ay si se enfría el amor primero! Faltará calor a la entrega. Se llenará de rutina el esfuerzo. Flaqueará la entereza. Quedará cegado el corazón humano... Y no hay mayor ceguera.
Por eso, desde el borde de nuestro camino, a
tientas, os invito a gritar con el ciego de Jericó: "¡Jesús, hijo de David, ten
compasión de mí!". Gritad fuerte. Gritemos fuerte. Con todo el ímpetu que
necesitemos. Cuantas más veces mejor. Con la valentía de quien quiere ver.
Atrevámonos a querer ver, por primera vez o de nuevo. Sólo así, con los ojos
claros y limpios del corazón, podremos reconocerle a Él y el camino de su
seguimiento. Sólo así podremos mantener vivo el amor primero.
Luis Ángel de las Heras, cmf (luisangelcmf@yahoo.es)
3-9. 2001
COMENTARIO 1
EL CONCEPTO DE MESÍAS / SUCESOR DE DAVID
HA CEGADO A LOS DISCÍPULOS
Nos encontramos a las puertas de Jericó. (Jericó fue la primera estación,
después del paso del Jordán, en la conquista de la tierra prometida.). La
inminencia de la subida a Jerusalén, todo un símbolo para un peregrino judío, se
expresará a continuación con los hitos concretos que se irán enumerando. El
«camino» es el camino de Jesús (entrega / servicio / amor), no el que proponía
el tentador. Los discípulos están que arden, no pueden seguirle los pasos y se
han quedado a la «vera del camino», donde no germina la semilla del mensaje (cf.
8,5.12), obcecados por sus reivindicaciones nacionalistas, llenas de odio y de
rencor, ávidos de venganza: «había un ciego sentado a la vera del camino»
(18,35). Se trata de un personaje representativo («un» / lit. «cierto»). No
está, sin embargo, inactivo: «pidiendo limosna». Esto quiere decir que no está
satisfecho, sino que tiene necesidad de los demás. Los satisfechos y seguros de
sí mismos se pasean por las plazas ampulosamente y con tonos graves de voz.
Oye que pasa una multitud: son los discípulos que siguen a Jesús sin dificultad,
ya que han aceptado de lleno su proyecto y lo comparten. Le explican que «Está
pasando Jesús el Nazoreo» (18,37), el retoño de Jesé (cf. Is 11,1) natural de
Nazaret, pero sin connotaciones nacionalistas (cf., en cambio, 4,34; 24,19:
«Nazareno»). El mendigo, empero, necesita, para realizar los proyectos que lo
han dejado en la cuneta, de un hombre poderoso: «Jesús, hijo de David, ten
compasión de mí» (18,38.39: la repetición recalca las convicciones del ciego:
está convencido de que Jesús es el «hijo/sucesor de David», el Mesías davídico,
triunfador y guerrero. «Los que iban delante lo conminaban a que se callara»
(18,39): son los que van más aprisa porque han comprendido a fondo los planes de
Jesús; lo conminan como si fuese un endemoniado, pues está poseído por una
ideología contraria al plan de Dios. Jesús se detiene y ordena que le traigan al
ciego. «¿Qué quieres que haga por ti?»: quiere que tome conciencia de lo que se
siente falto. «¡Señor, que recobre la vista!» (18,40-41). Ya no se dirige a él
como sucesor de David (se lo han sacado de la cabeza los otros discípulos), sino
como Señor, título mesiánico de Jesús resucitado. Gracias a su fe/adhesión a
Jesús (v. 42: la de antes) recobra la vista (vuelve a ver como al principio) y
puede seguir a Jesús (cf. 5,11). El ciego es figura de los Doce, que, después de
detenerse, vuelven a andar. «Todo el pueblo» de Israel alaba a Dios porque el
nuevo Israel continúa haciendo camino (18,43).
COMENTARIO 2
El discípulo está llamado a testificar los "numerosos milagros que ha visto"
realizarse por la acción de Jesús. De ellos brota para él una doble exigencia:
la alabanza a Dios y el reconocimiento de la compasión como característica
principal de la persona y la acción de Jesús.
Con multitud de personajes del evangelio de Lucas, la glorificación de Dios debe
impregnar la vida de quien ha elegido el camino del seguimiento. A lo largo de
ese camino se puede a cada momento contemplar las maravillas o milagros de Dios
en la propia vida y en la vida de los demás. Y desde esa contemplación debe
brotar la glorificación de Dios como práctica constante e ineludible.
Gracias a esa actitud contemplativa, el discípulo está llamado también a
continuar la obra de la misericordia divina, patente en la vida y práctica de
Jesús. Sólo gracias a ella se puede anunciar la Buena Noticia del rey que vuelve
después de haber recibido la investidura real. El Reino que ha sido inaugurado
con ese retorno tiene como ley fundamental la de la misericordia, única forma de
reconocimiento de ese Rey que ha sido investido de ese poder.
Por otra parte se presenta ante todos la opción entre ceguera y visión. Entre el
reconocimiento o no del "Hijo de David". Y esta opción lleva consigo la voluntad
de escoger el lugar en que cada uno quiere ubicarse. Al margen del proyecto de
Jesús y de su causa, o en el camino indicado por él a sus seguidores.
1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
3-10. 2002
El evangelio narra, según la versión de Lucas la
curación de un ciego. En su camino hacia Jerusalén, Jesús llega a Jericó. Antes
de entrar en la ciudad (en el caso de Marcos y de Mateo el hecho se produce al
salir de ella), encuentra a un hombre ciego sentado junto al camino. Este hombre
le llama con la invocación "hijo de David" y pide compasión. Jesús le devuelve
la vista. El suceso es ocasión para dar gloria a Dios.
Estamos claramente ante un relato de milagro, el cuarto y último de los
realizados por Jesús a lo largo de su viaje a Jerusalén. La curación del ciego
expresa la realización del programa que Jesús presentó en la sinagoga de Nazaret
al aplicarse el texto de Is 61. Él ha venido, en efecto, a "dar vista a los
ciegos".
El ciego de Jericó es un relato muy sintético y simbólico de una conversión. El
ciego, sin fe, clama por su curación. A pesar de las dificultades, grita más y
más, hasta que consigue ser atendido. La luz en los ojos, símbolo de la fe, le
proporciona una nueva forma de ver, de entender el mundo y a sí mismo (eso es la
fe), lo que le lleva eficazmente al seguimiento de Jesús: "en el mismo instante
comenzó a ver y seguía a Jesús, glorificando a Dios".
Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
3-11. ACI DIGITAL 2003
38. Cf. Mat. 20, 29 - 34; Marc. 10, 46 - 52. Llamando a Jesús "Hijo de David" confiesa el ciego que Jesús es el Mesías. De ahí la respuesta del Señor: "Tu fe te ha salvado" (v. 42). El ciego es una figura del pecador que se convierte pidiendo a Dios la luz de la gracia. "Quienquiera llegue a conocer que le falta la luz de la eternidad, llame con todas sus voces diciendo: Jesús, hijo de David, ten piedad de mí". (San Gregorio). Cf. Sant. 1, 5 ss.
3-12. SEVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO
Lunes 17 de noviembre de 2003
Isabel de Hungría
1 Mac 1, 11-16.43-45.57-60.65-67: "Muchos en Israel se mantuvieron firmes"
Salmo responsorial: 118, 53.61.134.150.155.158
Lc 18, 35-43: El ciego de Jericó
Iniciamos la cuarta etapa del largo viaje hacia
Jerusalén (18,31 - 19,44). Jesús revela a los Doce su pasión y resurrección,
pero éstos no entienden nada (18, 31-34). Se narra a continuación dos hechos
liberadores, de un mendigo y de un hombre rico. Estos dos personajes liberados,
están con contraposición con los Doce que no entienden nada. El relato del
mendigo sucede en el camino cerca de Jericó. El relato del hombre rico es en la
ciudad en una casa. Veamos ahora el primer relato (18, 35-43) cerca de Jericó.
Lo primero que se dice del ciego es que estaba junto al camino pidiendo limosna.
Los ciegos eran normalmente pobres y vivían de la caridad de la gente. Lo
segundo es que la gente increpa al ciego para que se calle, pero él sigue
gritando mucho más. Tercero tenemos la fe del ciego. La gente dice que pasa
Jesús el Nazareno y él lo llama dos veces: "Jesús, Hijo de David", que hace
alusión a la realeza de Jesús, como iniciador del Reino de Dios (según la
teología de Lucas). El grito del ciego preanuncia el grito de la multitud que lo
aclama al entrar a Jerusalén como el Rey que viene. Lo que salva al ciego es su
fe: "tu fe te ha salvado". El ciego recupera la vista, porque tiene fe. Jesús no
es como los magos, que sanan con ritos y acciones mágicas. Lo que libera al
ciego es su fe. La fe del ciego está en contraposición con la falta de fe de los
discípulos, que no entienden las palabras de Jesús que anuncia su muerte y
resurrección (18, 31-34). Por último se nos dice que "seguía a Jesús
glorificando a Dios". Seguir a Jesús es ser discípulo. Por eso podemos deducir
que el ciego ya sanado llega a ser discípulo de Jesús. De ciego limosnero ha
llegado a ser un sujeto que ve y sigue a Jesús como discípulo.
El grito del ciego nos recuerda el pasaje de la viuda insistente, en relación a
la cual Jesús dice que los elegidos claman a Dios día y noche (18, 7). El clamor
de la viuda y del ciego, representa el clamor de los pobres, que se hace cada
vez más insistente e impetuoso. La gente que rodea al ciego busca silenciarlo,
pero el ciego grita cada vez más fuerte. La sociedad busca también hoy silenciar
el grito de los pobres, éstos gritan cada vez más fuerte. Los pobres, igual que
el ciego, buscan a Jesús, crecen en su fe y finalmente llegan a ser sus
discípulos.
3-13. DOMINICOS 2003
”En aquellos días brotó un renuevo pecador, Antíoco Epifanes, hijo del rey Antíoco, que estuvo como rehén en Roma. Subió al trono el año ciento treinta y siete del imperio de los griegos.
Por entonces hubo unos israelitas sin conciencia que convencieron a muchos diciendo: Vamos a hacer un pacto con las naciones vecinas, pues desde que nos hemos aislado nos han venido muchas desgracias. Gustó la propuesta... y el rey les autorizó a adoptar la legislación gentil, y, acomodándose a costumbres gentiles construyeron en Jerusalén un gimnasio, disimularon la circuncisión, apostataron de la alianza santa, se juntaron a los gentiles y se vendieron para hacer el mal..., ofrecieron sacrificios a los ídolos y profanaron el sábado... El rey Antíoco mandó poner sobre el altar un ara sacrílega...
Pero hubo muchos israelitas que se resistieron, e hicieron el firme propósito de no comer alimentos impuros y prefirieron la muerte antes que contaminarse...”
Esa es la tragedia que dio origen a la rebelión de los Macabeos. La destrucción de las costumbres, tradiciones, sentido religioso-político de Israel, originó nuevo baño de sangre.
“Un día, cuando se acercaba Jesús a Jericó, un ciego, sentado al borde del camino, pedía limosna. Al oír que pasaba Jesús Nazareno..., gritó: ¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí! Los que iban delante le regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte: ¡Hijo de David, ten compasión de mí! Jesús se paró...: ¿qué quieres que haga por ti?... Señor, que vea otra vez. Jesús le contestó: recobra la vista; tu fe te ha salvado...”
La serenidad de este párrafo contrasta con la violencia del texto anterior. Jesús es amigo de la paz, es compasivo y misericordioso.
La Biblia recoge la historia y tradiciones de Israel, y también sus gestos ejemplares, para que nos sirvan de pauta en el buen vivir, huyendo del vivir deshonesto. Y en ese camino no pueden faltar, por desgracia, la sangre, las guerras, las profanaciones de lo sagrado, las miserias humanas.
El sentido del texto ofrecido como primera lectura nos hace contraponer el orden de lo teológico-sagrado-histórico al de lo político-gentil-histórico.
La tensión de lo político-mundano contra lo religioso llega a poner un ara sacrílega sobre el altar de Yhavé y a quemar incienso a los dioses lares; y de la tensión brota la confrontación violenta.
¿Aprenderemos alguna vez los humanos a ser personas humildes, solidarias, fraternas, hijas de Dios y amigos entre nosotros, para no originar guerras y baños de sangre?
En medio de las llagas que azotan a la humanidad, por nuestra causa, está siempre la dureza del grito de los pobres, enfermos, marginados, que piden amor y misericordia.
¿Podrán dar amor y misericordia los violentos, los explotadores del mundo, los menospreciadores de los débiles?
No lo harán. El amor y la misericordia son obra de corazones nobles, de hermanos que se sienten solidarios con los demás.
¡Hombre/mujer noble, abre tu corazón a la verdad en caridad!
3-14. CLARETIANOS 2003
Queridos amigos y amigas:
Los personajes del evangelio de hoy son el ciego, Jesús, la gente en camino con
Jesús hacia Jerusalén...
El ciego: Lucas omite su nombre; simplemente es un ciego y
mendigo a la entrada de Jericó. Del ciego se nos dice que oye, pregunta, que
empieza a gritar.... que grita mucho más fuerte. Lo que pide no es una limosna.
No pide una ayuda para comer. Va directamente a la raíz de su exclusión y su
condición: “Hijo de David, ten compasión de mi”. A la pregunta de Jesús “¿qué
quieres que te haga”? responde el ciego exponiendo su necesidad fundamental:
¡Señor, que vea!. Recobró la vista. Siguió al Hijo de David.
El personaje central de este relato milagroso es Jesús el Nazareno. Recibe
también el título de Hijo de David y Señor. Pasa y va camino de Jerusalén;
escucha los gritos del ciego; se para; lo manda traer, le pregunta: ¿Qué quieres
que te haga?. Lo cura con un lacónico mandato lleno de autoridad: “Ve. Tu fe te
ha salvado”. No se refiere explícitamente a la ceguera: muestra que el encuentro
confiado con él, resulta ser curativo, iluminador y salvador.
El tercer personaje de la narración es la gente que acompaña a Jesús. Informan
al ciego de lo que pasa; le increpan para que se calle; acercan el ciego a
Jesús. Son testigos de la curación. La ven y alaban a Dios uniéndose a la
alabanza del curado.
A través de esta narración, Dios nos habla a nosotros hoy; nos
sale al encuentro. ¿Qué palabra escuchamos? ¿Con qué personaje me identifico hoy
al escuchar la narración? ¿Qué palabras del texto me resuenan más dentro? ¿Qué
palabras o acciones necesito repetir hoy?.
Vuestro hermano en la fe.
Bonifacio Fernández cmf. (boni@planalfa.es)
3-15. 2003
LECTURAS: 1MAC 1, 10-15. 41-43. 54-57. 62-64; SAL 118; LC 18,
35-43
1Mac. 1, 10-15. 41-43. 62-64. El hombre de fe vive en el mundo sin ser del
mundo. Da testimonio de su fe en los diversos ambientes en que se desarrolla su
existencia. Vive como todos, pero diferente a todos. Colabora con todos los
hombres de buena voluntad en la construcción de un mundo más humano, más justo y
más fraterno. Lo que le cuesta al hombre de fe es no disimular que ha depositado
toda su confianza en Dios. No puede vivir con hipocresía, manifestándose como
hombre de fe y piadoso en el templo, y después vivir en sus asuntos temporales
como si no conociera a Dios, viviendo tras las injusticias y llevando una vida
escandalosa, disociando así su fe de su vida ordinaria. Hemos de vivir en su
totalidad nuestro compromiso con el Señor, aceptando todas las consecuencias que
nos vengan por haber creído en Él. Hemos de vivir en el mundo sin ser del mundo;
es decir: sin dejarnos envolver por actitudes contrarias a la fe, al amor a Dios
y al amor fraterno. Con nuestro ejemplo, con nuestras palabras, con nuestras
obras, con nuestra vida misma hemos de procurar que la Buena Nueva se vaya
encarnando en todos los ambientes y culturas, de tal forma que la humanidad
retome el rumbo del Reino del amor que Jesucristo inició entre nosotros. No
dejemos que la maldad levante su trono en nuestros corazones. Esforcémonos
denodadamente, guiados por el Espíritu Santo que habita en nosotros, para que el
Reino de Dios llegue a nosotros y no nos convirtamos en hombres malvados que
destruyen la vida y los auténticos valores en los demás.
Sal. 118. Vivimos inmersos en un mundo que trata de
avanzar constantemente hacia su plena realización, gracias al esfuerzo constante
de muchos que tienen una visión de un futuro mejor para toda la humanidad. Pero
no podemos negar, por otra parte, la presencia del mal en muchos que,
aprovechando los avances de la ciencia tratan de dañar las conciencias de las
personas. Quienes creemos en Cristo no podemos caer en las redes del Maligno,
pues no hemos sido llamados a unirnos con Cristo para convertirnos en signo de
muerte sino de vida. Por eso, no pudiendo cerrar los ojos ante una realidad que
se ha deteriorado en muchos aspectos y que amenaza con echar a perder los buenos
propósitos de los hombres de buena voluntad, quienes vivimos en comunión con el
Señor no podemos olvidar su Plan de Salvación, sino que hemos de trabajar,
guiados por el Espíritu de Dios, para que no sólo no desaparezcan, sino que se
incrementen entre nosotros la Verdad, el Amor y la Paz, que proceden de Dios, a
cuya imagen y semejanza hemos sido creados.
Lc. 18, 35-43. Yo he venido a este mundo para un juicio: para que vean los que
no ven y para que los que ven se queden ciegos. Poco antes del relato de este
día san Lucas nos ha narrado la tentativa fallida de un hombre importante que
quería seguir a Jesús, pero que da marcha atrás ante las exigencias del Reino:
Vende todo lo que tienes, reparte el dinero a los pobres y tendrás un tesoro en
los cielos. Después ven y sígueme. Pero él se marchó entristecido. Quien abre
sus ojos para lo pasajero y los cierra para el amor a Dios y el amor al prójimo,
ha quedado ciego para el Reino de Dios. Muchos han rechazado la invitación del
Señor a seguirle, pues su corazón se quedó esclavo del dinero, de los bienes
materiales, del poder, del placer. Pero hay otros que, sin tener lo que los
ricos tienen; más aún, reconociendo que ante Dios nada tienen en su interior, se
han querido llenar de Él y se han sentado a su Mesa para disfrutar de los Bienes
Verdaderos. Y así se han puesto delante los publicanos y las prostitutas, los
ciegos, los cojos, los lisiados y los pobres. El Evangelio de este día nos habla
de un ciego que, sanado por la Palabra Salvadora de Cristo, abre los ojos para
irse tras de Jesús. Si la Palabra de Cristo no logra convertirnos y hacernos
actuar como hijos de Dios, de nada nos servirá el acudir con frecuencia a la
oración, ni el escuchar la Palabra de Dios, pues, finalmente todo lo que el
Señor estuviese haciendo por nosotros sería un trabajo inutilizado por nuestras
maldades, a las que habríamos esclavizado nuestra vida. Si somos hombres de fe
dejemos que el Señor nos guíe por el camino del bien y vayamos tras sus huellas
hasta alcanzar la Gloria a la que Él nos ha llamado.
Nos acercamos a Jesús llenos de fe para suplicarle que nos haga contemplar su
Rostro y nos llene de su Luz. Entonces podremos caminar tras sus huellas.
Huellas que nos ha dejado especialmente en la Eucaristía, a la que acudimos no
sólo a adorarlo y a reconocerlo como Señor en nuestra vida, sino a aceptar el
compromiso de vivir conforme a su Evangelio, dando testimonio de Él con nuestras
obras. Es el Señor que se acerca a nosotros y que nos dice: ¿Qué quieres que
haga por ti? Ante esa pregunta no queramos responder pidiendo cosas
intranscendentes. Pidámosle que nos dé un corazón nuevo y un espíritu nuevo,
capaz de ayudarnos a convertirnos en un testimonio vivo del Amor y de la Verdad,
que es Dios, y que habita en nuestros corazones. Ante el Señor reconocemos
nuestras miserias, pero el Señor quiere perdonarnos; ojalá y aceptemos su perdón
y, libres de las tinieblas del pecado y de la muerte, vayamos tras de Cristo,
alabando su Nombre con nuestras buenas obras.
Quienes participamos de la Eucaristía y entramos en comunión de Vida con el
Señor, hemos de tener los ojos abiertos para contemplar su Rostro en nuestros
hermanos, para preocuparnos de hacerles siempre el bien. El ir tras de Jesús no
ha de ser sólo para vivir nuestra fe de un modo personalista, sino para vivirla
como testigos. A la Iglesia de Cristo, formada por nosotros, corresponde la
Misión de devolver la vista a quienes el pecado les ha enceguecido los ojos del
corazón y les ha embotado su mente. La proclamación del Evangelio de Cristo se
ha de hacer en todo momento, insistiendo a tiempo y a destiempo. Y, al proclamar
la Buena Nueva del Señor, no podemos dejar de pasar haciendo el bien a todos,
pues el anuncio del Evangelio, que no vaya acompañado de buenas obras,
difícilmente podrá conducir a la fe a quienes nos escuchen. El Espíritu Santo
debe llenar todo nuestro ser para que podamos no sólo ver, sino comprender la
voluntad de Dios sobre nosotros, y, siguiendo las huellas de Cristo, podamos
algún día, junto con Él, contemplar y disfrutar eternamente la Gloria del Padre
Dios.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, la gracia de ser fieles discípulos de su Hijo, dejándonos perdonar por
Él, permitiéndole que nos ayude a contemplar su vida para amoldarnos a ella, y
dejándonos conducir por su Espíritu para llegar a la Gloria, a la que nos llama
como término de nuestro camino como testigos por este mundo. Amén.
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3-16. El ciego de Jericó
Autor: P. Clemente González
Reflexión:
Era ciego pero tenía las ideas muy claras. Había oído hablar de Jesús de Nazaret,
el descendiente del rey David, que hacía milagros en toda Galilea. Y él quería
ver. Por eso, cuando le informaron que Jesús iba a pasar por allí, el corazón le
dio un vuelco y comenzó a gritar con todas sus fuerzas. ¡Era la oportunidad de
su vida! Cuando consiguió estar frente a frente con el Mesías no fue con rodeos;
le pidió lo que necesitaba: “¡Señor, que vea!”.
Muchos entendidos dicen que este es el modelo perfecto de oración. Primero,
buscó el encuentro con Jesús; luego, presentó la petición con toda claridad. Y
como tenía mucha fe...
Para rezar bien, es necesario acercarse a Dios, ponerse ante su presencia. Para
eso puede ayudar ir a una iglesia y arrodillarse ante el sagrario. ¡Allí está
Jesús! Luego, con humildad, suplicando su misericordia como hizo el ciego, le
hablamos y le decimos exactamente lo que nos pasa. Sin discursos, sin
palabrería. Hay que ir al grano: “Mira, Señor, lo que me pasa es esto...”.
Dios ya lo sabe, pero quiere que se lo digamos. Nos pregunta: “¿Qué quieres que
te haga?”. Entonces, nos escucha y nos lo concede, según nuestra fe.
Pero no acaba aquí el relato. Luego fue a comunicar esa experiencia a todo el
pueblo. Había nacido un apóstol. Y consiguió que aquella gente, al verlo,
alabara a Dios.
3-17. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO
Ap 1, 1-4; 2, 1-5: Mensaje a las siete Iglesias
Salmo responsorial: 1
Lc 18, 35-43: El ciego de Jericó
El camino que viene del norte hacia Jerusalén pasa por Jericó, la ciudad más
antigua de Palestina. La ciudad era de gran importancia para Jerusalén, porque
allí vivían los sacerdotes y los levitas que servían en el Templo. Jerusalén
estaba a una jornada de camino. Y cuando Jesús continuó su camino, acompañado
por sus discípulos y mucha gente que lo seguía, y que iban también a celebrar la
Pascua, saliendo de la ciudad se encontró con un mendigo ciego, sentado al lado
del camino, pidiendo limosna. Al pasar Jesús, grita fuertemente “!Jesús hijo de
David, ten compasión de mí!”, pero la multitud lo reprende. Sólo llamando a
Jesús persistentemente atrae la atención del maestro con sus gritos que imploran
misericordia. Después de cerciorarse de la petición del ciego, Jesús lo cura
devolviéndole la vista.
El tema central de este relato de curación es la revelación de Jesús como el Mesías de Israel, el que abriría los ojos a los ciegos. Por eso el ciego de Jericó se dirige a Jesús con el título mesiánico de Hijo de David que volveremos a escuchar en la entrada triunfal en Jerusalén (Lc. 19, 38). Contrasta la actitud del ciego con la ceguera de los discípulos, que lo proclaman Mesías de acuerdo a sus expectativas y a pesar de las instrucciones que les ha dado y de los criterios que les ha corregido, todavía no lo ven como lo que es en verdad. El ciego cree en la compasión de Jesús y una vez curado lo sigue como cualquier discípulo. El encuentro con Jesús ha transformado su vida, no solo su ceguera física. Esta profunda relación entre curación física y curación espiritual significa que abrir los ojos de un ciego lleva a abrir el corazón a la fe. Cuando decimos que Jesús es la luz del mundo afirmamos esta posibilidad de conversión en aquellos que lo aceptan como el horizonte absoluto de su vida. Ante la curación del ciego de Jericó el pueblo reconoce la presencia de los dones del Reino y alaba a Dios en acción de gracias.
3-18.
En aquel tiempo, sucedió que, al acercarse Jesús a Jericó, estaba
un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna; al oír que pasaba gente,
preguntó qué era aquello. Le informaron que pasaba Jesús el Nazareno y empezó a
gritar, diciendo: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!». Los que iban
delante le increpaban para que se callara, pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de
David, ten compasión de mí!». Jesús se detuvo, y mandó que se lo trajeran y,
cuando se hubo acercado, le preguntó: «¿Qué quieres que te haga?». Él dijo:
«¡Señor, que vea!». Jesús le dijo: «Ve. Tu fe te ha salvado». Y al instante
recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo,
alabó a Dios.
Palabra del Señor
Hoy, el ciego Bartimeo (cf. Mc 10,46) nos provee toda una lección de fe,
manifestada con franca sencillez ante Cristo. ¡Cuántas veces nos iría bien
repetir la misma exclamación de Bartimeo!: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión
de mí!» (Lc 18,37). ¡Es tan provechoso para nuestra alma sentirnos indigentes!
El hecho es que lo somos y que, desgraciadamente, pocas veces lo reconocemos de
verdad.
Así nos lo advierte san Pablo: «¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo
has recibido, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?» (1Cor 4,7).
A Bartimeo no le da vergüenza sentirse así. En no pocas ocasiones, la sociedad,
la cultura de lo que es “políticamente correcto”, querrán hacernos callar: con
Bartimeo no lo consiguieron. Él no se “arrugó”. A pesar de que «le increpaban
para que se callara, (...) él gritaba mucho más: ‘¡Hijo de David, ten compasión
de mí!’» (Lc 19,39).
¡Qué maravilla! Da ganas de decir: —Gracias, Bartimeo, por este ejemplo.
Y vale la pena hacerlo como él, porque Jesús escucha. ¡Y escucha siempre
La confianza sencilla de Bartimeo desarma a Jesús y le roba el corazón: «Mandó
que se lo trajeran y (...) le preguntó: «¿Qué quieres que te haga?» (Lc
18,40-41). Delante de tanta fe, ¡Jesús no anda con rodeos! Y... Bartimeo
tampoco: «¡Señor, que vea!» (Lc 18,41). Dicho y hecho: «Ve. Tu fe te ha salvado»
(Lc 18,42).
Resulta que «la fe, si es fuerte, defiende toda la casa» (San Ambrosio), es
decir, lo puede todo.
Él lo es todo; Él nos lo da todo.
Entonces, ¿qué otra cosa podemos hacer ante Él, sino darle una respuesta de fe?
Y esta “respuesta de fe” equivale a “dejarse encontrar” por este Dios que
—movido por su afecto de Padre— nos busca desde siempre.
Dios no se nos impone, pero pasa frecuentemente muy cerca de nosotros:
aprendamos la lección de Bartimeo y... ¡no lo dejemos pasar de largo!
3-19.
Reflexión:
Lc. 18, 35-43. Yo he venido a este mundo para un juicio: para que vean los que
no ven y para que los que ven se queden ciegos. Poco antes del relato de este
día san Lucas nos ha narrado la tentativa fallida de un hombre importante que
quería seguir a Jesús, pero que da marcha atrás ante las exigencias del Reino:
Vende todo lo que tienes, reparte el dinero a los pobres y tendrás un tesoro en
los cielos. Después ven y sígueme. Pero él se marchó entristecido. Quien abre
sus ojos para lo pasajero y los cierra para el amor a Dios y el amor al prójimo,
ha quedado ciego para el Reino de Dios. Muchos han rechazado la invitación del
Señor a seguirle, pues su corazón se quedó esclavo del dinero, de los bienes
materiales, del poder, del placer. Pero hay otros que, sin tener lo que los
ricos tienen; más aún, reconociendo que ante Dios nada tienen en su interior, se
han querido llenar de Él y se han sentado a su Mesa para disfrutar de los Bienes
Verdaderos. Y así se han puesto delante los publicanos y las prostitutas, los
ciegos, los cojos, los lisiados y los pobres. El Evangelio de este día nos habla
de un ciego que, sanado por la Palabra Salvadora de Cristo, abre los ojos para
irse tras de Jesús. Si la Palabra de Cristo no logra convertirnos y hacernos
actuar como hijos de Dios, de nada nos servirá el acudir con frecuencia a la
oración, ni el escuchar la Palabra de Dios, pues, finalmente todo lo que el
Señor estuviese haciendo por nosotros sería un trabajo inutilizado por nuestras
maldades, a las que habríamos esclavizado nuestra vida. Si somos hombres de fe
dejemos que el Señor nos guíe por el camino del bien y vayamos tras sus huellas
hasta alcanzar la Gloria a la que Él nos ha llamado.
Nos acercamos a Jesús llenos de fe para suplicarle que nos haga contemplar su
Rostro y nos llene de su Luz. Entonces podremos caminar tras sus huellas.
Huellas que nos ha dejado especialmente en la Eucaristía, a la que acudimos no
sólo a adorarlo y a reconocerlo como Señor en nuestra vida, sino a aceptar el
compromiso de vivir conforme a su Evangelio, dando testimonio de Él con nuestras
obras. Es el Señor que se acerca a nosotros y que nos dice: ¿Qué quieres que
haga por ti? Ante esa pregunta no queramos responder pidiendo cosas
intranscendentes. Pidámosle que nos dé un corazón nuevo y un espíritu nuevo,
capaz de ayudarnos a convertirnos en un testimonio vivo del Amor y de la Verdad,
que es Dios, y que habita en nuestros corazones. Ante el Señor reconocemos
nuestras miserias, pero el Señor quiere perdonarnos; ojalá y aceptemos su perdón
y, libres de las tinieblas del pecado y de la muerte, vayamos tras de Cristo,
alabando su Nombre con nuestras buenas obras.
Quienes participamos de la Eucaristía y entramos en comunión de Vida con el
Señor, hemos de tener los ojos abiertos para contemplar su Rostro en nuestros
hermanos, para preocuparnos de hacerles siempre el bien. El ir tras de Jesús no
ha de ser sólo para vivir nuestra fe de un modo personalista, sino para vivirla
como testigos. A la Iglesia de Cristo, formada por nosotros, corresponde la
Misión de devolver la vista a quienes el pecado les ha enceguecido los ojos del
corazón y les ha embotado su mente. La proclamación del Evangelio de Cristo se
ha de hacer en todo momento, insistiendo a tiempo y a destiempo. Y, al proclamar
la Buena Nueva del Señor, no podemos dejar de pasar haciendo el bien a todos,
pues el anuncio del Evangelio, que no vaya acompañado de buenas obras,
difícilmente podrá conducir a la fe a quienes nos escuchen. El Espíritu Santo
debe llenar todo nuestro ser para que podamos no sólo ver, sino comprender la
voluntad de Dios sobre nosotros, y, siguiendo las huellas de Cristo, podamos
algún día, junto con Él, contemplar y disfrutar eternamente la Gloria del Padre
Dios.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, la gracia de ser fieles discípulos de su Hijo, dejándonos perdonar por
Él, permitiéndole que nos ayude a contemplar su vida para amoldarnos a ella, y
dejándonos conducir por su Espíritu para llegar a la Gloria, a la que nos llama
como término de nuestro camino como testigos por este mundo. Amén.
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3-20. El ciego de Jericó
Autor: P Clemente González
Reflexión
Cada vez que Jesús llegaba a una población se armaba un gran revuelo. Mucha
gente tenía un deseo de conocerle por lo que habían oído de Él y otros lo hacían
por mera curiosidad. Al acercarse a Jericó se encuentra un ciego que pedía
limosna. Se sorprende al escuchar tanto ruido y se interesa por lo que pasa.
Alguien le dice: "Jesús, el de Nazaret, está pasando por ahí", y el ciego
comienza a gritar: "Hijo de David, ten compasión de mí". Con esto consiguió que
algunos se molestaran con sus gritos e intentaron que se callara. Pero insistía
más. Jesús se detiene y ordena que le traigan al ciego. Le pregunta: ¿Qué
quieres que haga por ti? "Señor, que vea", respondió. La reacción de Jesús es
inmediata: "Recobra la vista, tu fe te ha salvado". El ciego logra por su fe lo
que Cristo ofrece por su caridad.
Cuánto nos enseña el Señor en un solo hecho. En este pasaje se muestra una
persona que busca la solución a su problema físico. Solución que pasa por la fe.
Este hombre probablemente nunca había visto al Señor; habría oído mucho sobre
él. Esto le bastó para creer que Jesús era hijo de David y también para saber
que Jesucristo tenía un corazón tan grande que siempre se compadecía de aquellos
que sufrían. Cristo nunca coarta la libertad, sino que respeta profundamente a
cada ser humano. "¿Qué quieres que haga por ti?" El ciego responde sencillamente
con lo que tenía dentro del corazón: "Señor haz que vea", y Jesús se compadece
de inmediato. Lo hermoso del pasaje y lo que nos puede ayudar a reflexionar más
es la actitud del ciego una vez que deja de serlo, y es que "sigue a Jesús
glorificando a Dios". Qué maravilla de actitud, no sólo buscar a Jesús por
conveniencia o por curiosidad, sino buscarlo para tener un encuentro personal
con Él.
3-21. 15 de Noviembre 2004
193. El Señor nunca niega su gracia
I. Ocurrió –leemos en el Evangelio de la Misa (Lucas 18, 35-43)- que al llegar a
Jericó había un ciego sentado junto al camino mendigando. Este hombre es imagen
“de quien desconoce la claridad de la luz eterna”, pues en ocasiones el alma
puede sufrir también momentos de ceguera y de oscuridad. Muchas veces esta
situación está causada por pecados personales, cuyas consecuencias no han sido
del todo zanjadas, o por falta de correspondencia a la gracia. En otras
ocasiones, el Señor permite esta difícil situación para purificar el alma, para
madurarla en la humildad y en la confianza en Él. Sea cual sea su origen, si
alguna vez nos encontramos en ese estado, ¿qué haremos? El ciego de Jericó,
Bartimeo, el hijo de Timeo (Marcos 10, 46-52) nos lo enseña: dirigirnos al
Señor, siempre cercano para que tenga misericordia de nosotros, y como Bartimeo
decirle: ¡Ut videam!, ¡Que vea, Señor!
II. Si el Señor permite que nos quedemos a oscuras, incluso en cosas pequeñas;
si sentimos que nuestra fe no es firme, acudamos al buen pastor. Nadie, de
ordinario, puede guiarse a sí mismo sin una ayuda extraordinaria de Dios. La
falta de objetividad con que nos vemos a nosotros mismos hace imposible
encontrar los senderos seguros que nos llevan en la dirección justa. “El alma
sola sin maestro, que tiene virtud, es como el carbón encendido que está solo;
antes se irá enfriando que encendiendo” (SAN JUAN DE LA CRUZ, Dichos de luz y de
amor) ¡Cuántas veces Jesús espera la sinceridad y la docilidad del alma para
obrar el milagro! Nunca niega el Señor su gracia si acudimos a Él en la oración
y en los medios por los cuales derrama su gracia.
III. En quien nos ayuda vemos al mismo Cristo, que enseña, ilumina, cura y da
alimento a nuestra alma para que siga su camino. Sin ese sentido sobrenatural,
sin esta fe, la dirección espiritual quedaría desvirtuada. Se transformaría en
algo completamente distinto: en intercambio de opiniones, quizá. Este medio es
una gran ayuda cuando lo que realmente queremos es averiguar la voluntad de Dios
sobre nosotros e identificarnos con ella. No busquemos en la dirección
espiritual a quien pueda resolver nuestros asuntos temporales; nos ayudará a
santificarlos, nunca a organizarlos ni a resolverlos. No es ésa su misión. Si
seguimos bien este medio de dirección espiritual, nos sentiremos como Bartimeo,
que seguía en el camino a Jesús glorificando a Dios, lleno de alegría.
Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones
Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre
3-22. 33ª Semana. Lunes 2004
I. Aquel ciego de Jericó, llamado Bartimeo, estaba sentado junto al camino
mendigando como un día más: un día sin motivo, sin aliciente. ¡Cuántas jornadas
se había pasado allí: dejado, olvidado de todos, esperando el final de un día
largo e inútil; como los días anteriores y los futuros! Sin embargo, hoy es
distinto: algo ocurre, pues mucha gente va y viene deprisa por el camino. Es
Jesús que pasa, le contestan.
Jesús, a veces yo también estoy sentado a la vera del camino de mi vida, dejando
pasar las horas y los días sin hacer nada de provecho. Puede que, exteriormente,
me mueva mucho; sin embargo, espiritualmente estoy parado porque me falta visión
sobrenatural. Pero hoy tengo la oportunidad de cambiar, porque Tú pasas a mi
lado: es Cristo que pasa. ¿Cómo voy a desperdiciar esta ocasión única?
Jesús, hijo de David, ten piedad de mí. No pases de largo, sin dejar rastro:
necesito que me cures, que me transformes, que aumentes mi fe. Los que iban
delante le reprendían para que se callara. Cuántas veces Jesús, ante mis deseos
de mejorar en mi vida cristiana, encuentro muchas voces que me reprenden: ¿Para
qué complicarte la vida? ¿No te estarás pasando de la raya? ¿Por qué no esperar
a otra ocasión más propicia?
El descubrimiento de la vocación personal es el momento más importante de toda
la existencia. Hace que todo cambie sin cambiar nada, de modo semejante a como
un paisaje, siendo el mismo, es distinto después de salir el sol que antes,
cuando lo bañaba la luna con su luz o le envolvían las tinieblas de la noche.
Todo descubrimiento comunica una nueva belleza a las cosas y, como al arrojar
nueva luz provoca nuevas sombras, es preludio de otros descubrimientos y de
luces nuevas, de más belleza [198].
II. E inmediatamente comienza un diálogo divino, un diálogo de maravilla, que
conmueve, que enciende, porque tú y yo somos ahora Bartimeo. Abre Cristo la boca
divina y pregunta: «quid tibi vis faciam?, ¿qué quieres que te conceda? Y el
ciego: «Maestro, que vea». ¡Qué cosa más lógica! Y tú, ¿ves? ¿No te ha sucedido,
en alguna ocasión, lo mismo que a ese ciego de Jericó? Yo no puedo dejar de
recordar que, al meditar este pasaje muchos años atrás, al comprobar que Jesús
esperaba algo de mí -¡algo que yo no sabía qué era!-, hice mis jaculatorias.
Señor, ¿qué quieres?, ¿qué me pides? Presentía que me buscaba para algo nuevo y
el Rabboni, ut videam -Maestro, que vea- me movió a suplicar a Cristo, en una
continua oración: Señor, que eso que Tú quieres, se cumpla [198].
Jesús, Tú no me dejas nunca solo. Y al pasar por mi lado y oír mis súplicas, me
haces llamar. ¿Qué quieres que te haga? Tú, que eres el Rey del universo, has
venido para servir: para que el ciego vea, el cojo ande y el mudo pueda hablar.
Especialmente has venido para redimirme del pecado y darme tu gracia. ¿Qué
quieres que te conceda?
Jesús, que vea. Que vea lo que Tú quieres de mí; que vea las cosas y los
acontecimientos con fe, con visión sobrenatural; que vea mejor mis defectos,
para luchar contra ellos; que vea un poco más las cosas positivas de los demás y
un poco menos sus limitaciones; que vea el mundo con ojos apostólicos como los
tuyos, para sentirme corredentor contigo.
Y al instante vio, y le seguía glorificando a Dios. Jesús, yo he recibido en el
Bautismo algo más que la vista: la gracia divina. Desde entonces, tengo la
capacidad -si no cierro los ojos- de ver más allá; de entender con una
profundidad nueva el sentido de mi vida y del mundo. Ayúdame a seguirte cada día
más de cerca, dando gloria a Dios con mi esfuerzo por vivir por Él y para Él.
[198] F. Suárez, La Virgen Nuestra Señora, p. 80.
[199] Amigos de Dios, 197.
Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo VI, EUNSA
3-23.
El ciego con el que se encuentra Jesús camino a Jericó no tiene miedo de gritarle para que pueda ser curado de su impedimento físico. Aún cuando la gente le regañaba para que se callara, el seguía gritando en tanto reconocía que, quién pasaba por ahí era el único que podía devolver la luz a sus ojos.
Muchas veces el miedo me impide acercarme a Jesús o gritarle a
los cuatro vientos que le necesito. Me creo tan segura, tan llena de fe que me
importa mucho lo que diga la gente alrededor, que piense que soy loca o que
estoy fanatizada. El ciego, en sus insistencia recupera la vista, Jesús le dice
que ha sido su fe el que lo ha salvado. En ese poquito de tiempo ha sido
perseverante y no le ha importado lo que decían las demás personas a su
alrededor, tenía confianza. Esa es mi lección para el día de hoy, ser
perseverante y confiar en que Dios actuará en mi vida por medio de su Hijo
Jesús.
Dios nos bendice,
Miosotis
3-24.
Reflexión
Este pasaje es muy rico en contenido y enseñanza, sin embrago hoy quisiera sólo
destacar la actitud de los iban o estaban siguiendo a Jesús, quienes reprendían
al ciego para que se callara, impidiendo con esto que se acercara a él. Y me
pregunto, ¿cuántas veces nosotros, en lugar de ayudar a los demás para que se
acerquen a Jesús, somos precisamente el obstáculo para ello? Algunas veces
nuestro testimonio, nuestra preferencia por las cosas del mundo, nuestra falta
de compromiso cristiano, son elementos que pueden impedir que este mundo ciego
se acerque a Jesús y recobre la vista. Veamos en esta semana si nuestra vida
está siendo una verdadera invitación para los demás a acercarse a Jesús.
Que pases un día lleno del amor de Dios.
Como María, todo por Jesús y para Jesús
Pbro. Ernesto María Caro
3-25. Fray Nelson Lunes 15 de Noviembre de 2004
Temas de las lecturas: Recuerda de dónde has caído y arrepiéntete
* ¿Qué quieres que haga por ti? Señor, que vea.
1. Jesús se pronuncia sobre su Iglesia
1.1 El último libro de la Biblia es también el que acompaña la última parte de
nuestro año litúrgico. Se trata del "apocalipsis", como solemos llamarlo, o
también "revelación". Una palabra sobre el conjunto de la historia humana,
pronunciada en el contexto doloroso de la persecución.
1.2 El libro empieza con una serie de mensajes de Jesucristo a las comunidades
cristianas de la época. Esto tiene sentido, porque si el conjunto de la historia
humana debe comparecer ante Cristo, los que han sido elegidos por Cristo deben,
antes que nadie, escuchar su voz majestuosa y verdadera. En efecto, si algún
privilegio tiene el cristiano es que su Juez de mañana es hoy su Salvador. La
palabra que hoy le corrige mañana no le castiga.
1.3 Las comunidades de la época son llamadas aquí "iglesias". Los mensajes que
recoge el Apocalipsis no se dirigen a todas estas iglesias, sino sólo a un
conjunto de ellas, localizadas en lo que se llamaba Asia Menor y que hoy
corresponde a Turquía. Hoy, por ejemplo, hemos oído el mensaje a la iglesia de
Éfeso.
2. ¿Qué sabe Jesús de nosotros?
2.1 El Evangelio según san Mateo termina con una maravillosa promesa: "yo estoy
con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). Esta promesa
quedaría como algo sólo supuesto y abstracto si no fuera posible percibir el
paso, la voz y la fuerza de Cristo "todos los días". Pues bien, las profecías
del Apocalipsis a las iglesias son un modo de manifestar esa presencia. Cuando
Tomás dijo que no creería a menos que viera las señales de la crucifixión en los
miembros de Cristo no sabía que Cristo lo estaba escuchando (cf. Jn 20,25.27).
Jesús sabe de nosotros. Acompaña a los que predican (Mc 16,15-18) y, según vemos
en la lectura de hoy, está bien enterado del estado real y actual de los suyos.
2.2 A los efesios dice Cristo por medio del vidente: "conozco tu
perseverancia... pero debo reprocharte que dejaste enfriar el primer amor". La
Iglesia nos ofrece hoy este mensajes entre los siete porque es dolorosamente
típico de la existencia cristiana, tanto en lo personal como en lo comunitario.
Perseveramos, pero el amor se desgasta, se enfría, se descalifica. Y Jesús lo
sabe, y quiere que sepamos que lo sabe, porque su palabra tiene la virtud de
encender de nuevo en nosotros el amor que tuvo su comienzo en su propio corazón.
3. "Jesús, ten compasión de mí"
3.1 El evangelio de hoy nos ayuda a tomar la actitud de corazón que nos ayudará
a renovar al amor languidecido. Necesitamos de Cristo para amar a Cristo;
necesitamos de Cristo para servir a Cristo; necesitamos de Cristo para alabar a
Cristo. Y esa necesidad de la que el mismo Cristo nos hace conscientes tiene que
volverse súplica, clamor, insistente oración, como la de aquel ciego: "Jesús,
¡ten compasión de mí!".
3.2 Podemos apelar a la justicia de Cristo cuando nos sentimos buenos y a la
sabiduría de Cristo cuando nos sentimos sagaces; pero, ¿a qué apelaremos cuando
nos sentimos pobres, desvalidos, endeudados? Sólo a la misericordia de nuestro
Salvador.
3.3 esta es precisamente la mejor actitud para recibir la comunión. ¿Quién
presumirá de su inteligencia ante el misterio del altar, que desborda a toda
inteligencia? ¿Quién alardeará de pureza o virtud delante de la santidad misma?
Lo único nuestro que puede acercarnos al corazón de Dios es la humilde confianza
con la que dejamos sus manos libres para amarnos, restaurarnos y bendecirnos.
3-26.
Comentario: Rev. D. Antoni Carol i Hostench (Sant Cugat del
Vallès-Barcelona, España)
«Tu fe te ha salvado»
Hoy, el ciego Bartimeo (cf. Mc 10,46) nos provee toda una lección de fe,
manifestada con franca sencillez ante Cristo. ¡Cuántas veces nos iría bien
repetir la misma exclamación de Bartimeo!: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión
de mí!» (Lc 18,37). ¡Es tan provechoso para nuestra alma sentirnos indigentes!
El hecho es que lo somos y que, desgraciadamente, pocas veces lo reconocemos de
verdad. Y..., claro está: hacemos el ridículo. Así nos lo advierte san Pablo:
«¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te glorías
como si no lo hubieras recibido?» (1Cor 4,7).
A Bartimeo no le da vergüenza sentirse así. En no pocas ocasiones, la sociedad,
la cultura de lo que es “políticamente correcto”, querrán hacernos callar: con
Bartimeo no lo consiguieron. Él no se “arrugó”. A pesar de que «le increpaban
para que se callara, (...) él gritaba mucho más: ‘¡Hijo de David, ten compasión
de mí!’» (Lc 19,39). ¡Qué maravilla! Da ganas de decir: —Gracias, Bartimeo, por
este ejemplo.
Y vale la pena hacerlo como él, porque Jesús escucha. ¡Y escucha siempre!, por
más jaleo que algunos organicen a nuestro alrededor. La confianza sencilla —sin
miramientos— de Bartimeo desarma a Jesús y le roba el corazón: «Mandó que se lo
trajeran y (...) le preguntó: «¿Qué quieres que te haga?» (Lc 18,40-41). Delante
de tanta fe, ¡Jesús no se anda con rodeos! Y... Bartimeo tampoco: «¡Señor, que
vea!» (Lc 18,41). Dicho y hecho: «Ve. Tu fe te ha salvado» (Lc 18,42). Resulta
que «la fe, si es fuerte, defiende toda la casa» (San Ambrosio), es decir, lo
puede todo.
Él lo es todo; Él nos lo da todo. Entonces, ¿qué otra cosa podemos hacer ante
Él, sino darle una respuesta de fe? Y esta “respuesta de fe” equivale a “dejarse
encontrar” por este Dios que —movido por su afecto de Padre— nos busca desde
siempre. Dios no se nos impone, pero pasa frecuentemente muy cerca de nosotros:
aprendamos la lección de Bartimeo y... ¡no lo dejemos pasar de largo!
3-27. CLARETIANOS 2004
Dame, Señor, tu mirada
Qué molestos nos resultan los mendigos. Les solemos negar la mirada y en muchas
ocasiones hasta cambiamos de cera, si nos es posible. Suscitan en nosotros
desconfianza y cierto rechazo.
Nuestra mirada se ha especializado en detenerse en determinadas cosas y desechar otras. Hemos domesticado hasta nuestra forma de percibir. Hemos rutinizado nuestra forma de ver las personas y el mundo que nos rodea.
Cuando algo rompe el cliché que nos hemos fabricado, nos
desorienta y tendemos a negarle nuestra atención.
Se necesita cierta dosis de osadía e ingenuidad, de búsqueda de lo nuevo para
tener una actitud de permanente apertura a lo que la vida y las personas nos
ofrecen diariamente.
Pareciera que hemos puesto a nuestro corazón anestesia, no sea que nos duela o inquiete la realidad o las personas que hemos situado al margen de nuestra vida.
Creo que Jesús y su Evangelio quieren, entre otras cosas, provocar esta actitud de estar atentos a los pequeños signos, huellas, mensajes que la realidad y las personas nos transmiten diariamente.
Sin embargo, ¿no es cierto que hasta la lectura del Evangelio, en ocasiones adquiere tonos de algo sabido, acostumbrado?
Leer el Evangelio desde una perspectiva abierta a la realidad, dejando que se cuele en los entresijos de nuestra vida nos cuesta.
A Jesús sin embargo, lo solemos ver constantemente dejándose interpelar por las personas y los acontecimientos de cada día. Acogiendo con los cinco sentidos cuánto se cruza en su vida y releyéndolo desde su experiencia de Dios.
Se interesa por las historias, los nombres, las vidas de la gente, aunque como en este caso sea un mendigo. Rompe los clichés de su época y se acerca sin ningún rubor a los demás para hacerse su prójimo. Para tratarlo como sabe que a Dios le gustaría que lo tratara: como un ser humano, ni más ni menos. Una persona débil y necesitada pero un hijo de Dios al fin y al cabo.
Jesús, en verdad era un hombre-Dios apasionado por la vida, nadie le era indiferente, nada humano le era indiferente.
Es posible que en nuestro corazón alguna vez también brilló esa pasión honda por Jesús, por el Evangelio, por los demás y tal vez aún ahora siga existiendo ¿o no?
.Dejemos que Jesús se interese por nuestras necesidades y
pidámosle que siga vivificando nuestro amor primero. Que transforme nuestra
forma de mirar. Que hoy nuestro corazón rece como un susurro: “Dame, Señor; tu
mirada”.
Loli Almarza
dalmarzaes@yahoo.es