VIERNES DE LA SEMANA 32ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Sb 13, 1-9

1-1.

El capítulo 13 del libro de la Sabiduría (primer siglo a. de J.C.) es uno de los que más abundantemente ponen de manifiesto la erudición helenística del autor. A la manera griega, ve en la belleza del mundo un valor religioso (v. 3), piensa que el dinamismo de la creación puede dejar al descubierto a su Autor (v. 4). Pero sigue fundamentalmente fiel a su fe judía y quizá no sea inútil ver cómo ambas culturas, judía y griega, confirman al autor en su fe en la existencia de Dios.

a) La fe judía en la existencia del Creador está marcada por la lucha que el yahvismo mantiene contra las concepciones sacralizantes de la naturaleza. Para Canaán y Babilonia, la naturaleza revela un Dios que la tiene a su merced mediante la fecundidad que la envía o la niega. Ritos mágicos permiten participar en esa fecundidad; y los mitos la explican mediante la hierogamia misteriosa de los dioses y de las diosas.

Para Israel, por el contrario, el mundo ha sido creado merced a una iniciativa libre y amorosa de Dios, que ha sido inmediatamente secularizada, si así puede decirse: los relatos del Génesis afirman, en efecto, la creencia en un Dios creador, pero al mismo tiempo afirman la certidumbre de que el mundo ha sido confiado por Dios al hombre, su visir. Dios es efectivamente el autor del mundo, pero no a la manera de los dioses creadores del Oriente, que lo alienan con su manera de dirigirlo. El Dios creador es en Israel más trascendente al mundo que los dioses orientales, pero la religión no es por eso menos pura; desacralizada y desmitificada, es la relación libre del hombre-visir al Dios a quien reconoce. La creación es considerada, además, por el juicio como el primer acto de un Dios que dirige la historia hasta la salvación mediante una serie de intervenciones gratuitas que suponen la colaboración del hombre.

La relación del hombre con su Creador no está ya condicionada por las leyes naturales de fecundidad y su explicación mitológica, sino por la relación libre y gratuita de Dios y de su visir en el mundo.

Para la Biblia, "ignorar a Dios" (v. 1) no es necesariamente negarse a creer en su existencia, sino rechazar ese diálogo personal y libre que la doctrina judía de la creación postula entre Yahvé y el hombre.

b) El concepto que los griegos se forman del mundo es bastante diferente del de los judíos y el autor parece reprochárselo.

No condena tanto la idolatría -los mejores de entre los griegos no caen en esa aberración-, sino que apuntan más bien a sus especulaciones intelectuales. Los griegos no son tampoco ateos: tienen un sentido del misterio de las cosas y buscan a Dios a su manera.

¿Qué reproche se les puede hacer entonces? El de no haber podido pasar de su conocimiento de las cosas visibles al conocimiento del Ser por excelencia (v. 1). El autor supone, pues, que es posible pasar de lo visible a lo invisible y reprocha a los griegos filósofos el no haber recorrido hasta el final el camino que hubiera debido llevarles hasta Dios.

Pero el autor no dice cómo habrían debido comportarse los griegos para pasar de la naturaleza creada al Dios creador: se tiene la impresión de que su condena del pensamiento griego es un tanto somera. Por otra lado, los pocos argumentos utilizados, como el de la hermosura de la creación (v. 3), eran conocidos y utilizados por los filósofos contemporáneos pero sin aplicarlos necesariamente a la noción de un Dios trascendente. Se limitaban, en efecto, a extraer de ellos la idea de un demiurgo organizador de una materia preexistente o la de un principio inmanente a la creación.

Se concibe por tanto que el autor se sienta orgulloso de que su fe judía le proporcione la idea de un Dios personal y transcendente, pero nos quedamos a media ración cuando afirma la posibilidad de un conocimiento natural de Dios sin indicar el camino que lleva a ese conocimiento.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUÍA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VIII
MAROVA MADRID 1969.Pág 244


1-2.

Esta página es testimonio de la erudición helenística del autor de la Sabiduría, que capta la ciencia de su época y encuentra en ella una razón suplementaria de "adorar".

La belleza de la creación revela al Creador.

-Fueron insensatos todos los hombres que ignoraron a Dios y que a través de los bienes visibles no fueron capaces de conocer a "Aquel que es", ni reconocieron al Artífice considerando sus obras.

La belleza del mundo tiene un valor religioso.

Y no será el descubrimiento más profundo de las ciencias modernas, lo que pueda reducir la belleza del universo. El cual resulta ser mayor y más complejo aún, desde la inmensidad del cosmos a lo infinitamente pequeño del átomo.

-El fuego, el viento, el aire sutil, la bóveda estrellada, la ola impetuosa...

Hay que saber detenerse ante esas maravillas.

Vivimos en medio de fenómenos extraordinarios que no vemos... habitualmente. Danos, Señor, una mirada nueva para contemplar "el fuego", "el viento", "la flor", "el niño", "la estrella", «la ola» del mar.

-Si quedaron encantados por su belleza, hasta el punto de haberlos tomado como dioses, sepan cuánto les aventaja el Señor de todos ellos pues fue el Autor mismo de la belleza quien los creó.

En todo tiempo los hombres han sido sensibles a la belleza: Esta era una verdadera pasión en los griegos, en la época del autor de la Sabiduría. El mundo moderno siente también inclinación a idolatrar la belleza, de hacerla un fin, de dejarse captar por su "encanto". Ayúdanos, Señor, a contemplarte, a Ti, fuente e inventor de todo lo que es bello. Tú fuiste el primero en tener la pasión de hacer cosas bellas.

-Y si fue su poder y su eficiencia lo que les sobrecogió, deduzcan de ahí, cuánto más poderoso es «Aquel que los formó», pues de la grandeza y hermosura de las criaturas, se llega, por analogía, a contemplar a su autor.

Es una de las más perfectas expresiones de síntesis entre:

- la filosofía griega, toda ella orientada ya hacia la lógica y la ciencia...

- y la teología tradicional, que admira a Dios como Creador...

Toda la civilización llamada «occidental» está en germen en tales actitudes de la mente.

De hecho fue en el marco de esa civilización, que se desarrollaron a la vez:

- la técnica industrial, que utiliza «el poder y la eficiencia» de las cosas...

- y una noción justa de Dios, a la vez presente y distinto de su creación.

Pensando en el prodigioso empuje de las ciencias HOY, te alabo, Señor. Lejos de sentir miedo, según una concepción pesimista de la existencia, ¡te «contemplo» en las maravillas del «poder y de eficiencia» del mundo!

-Con todo no son éstos demasiado censurables; pues tal vez se desorientan buscando a Dios: viviendo entre sus obras, se esfuerzan por conocerlas y las apariencias los seducen.

¡Tanta es la belleza que sus ojos contemplan!

¡Ah, Señor, cuán positiva es esta actitud! En lugar de censurar categóricamente «a los que se dejan seducir por la belleza» del mundo, se trata de comprenderlos primero, compartiendo su punto de vista, «tanta es la belleza que sus ojos contemplan».

Da, Señor, a todos los cristianos esa actitud de comprensión de su época, ese deseo de compartir con todos, creyentes y no-creyentes, las admiraciones, los entusiasmos, las actividades de los hombres de HOY.

Concédenos, Señor, que tengamos los unos respecto a los otros "esa indulgencia" que nos haga decir: "no son éstos demasiado censurables"... Su error no ha sido muy grande.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 388 s.


1-3. /Sb/13/01-10 /Sb/14/15-21 /Sb/15/01-06 IDOLOS/HOY:

Acabamos de leer unos fragmentos del largo discurso de la sabiduría sobre la idolatría.

Los escritos tardíos del judaísmo y los primeros del cristianismo contienen numerosas apologías del monoteísmo. Sorprende que apenas aborden el problema de fondo al hablar del culto a los ídolos. Como si la idolatría constituyese un sistema cerrado, que sólo tiene repercusiones en el campo religioso. «Son unos desgraciados, ponen su esperanza en seres inertes, los que llamaron dioses a las obras de sus manos humanas, al oro y la plata labrados con arte, y a figuras de animales, o a una piedra insensible, obra de mano antigua» (13,10). Se contentan con calificarlos de obras humanas, subrayando su origen o su inutilidad, como el niño que destripa un muñeco, lo destroza y lo tira a la basura.

No es ningún secreto que tras los dioses fenicios, egipcios o asirios laten valores nacionales; que en el célebre panteón, donde figuran todos los dioses conocidos en la antigüedad, confluyen las más diversas corrientes del pensamiento, de las culturas, de las aspiraciones sociales y de los temores más recónditos de las civilizaciones entonces conocidas. Los dioses personifican la guerra, el sexo, la paternidad y la maternidad, la riqueza y el poder; son símbolos de los valores nacionales, de todo lo que el hombre teme o quiere poseer o dominar. Adorar un ídolo es aceptar una determinada escala de valores. El hombre moderno ha destripado los ídolos o los ha colocado en museos, sin caer en la cuenta de que está fabricando otros al divinizar el sexo, el dinero, la supremacía nacional, la casta familiar, el deporte y todo aquello en lo que, de una forma supersticiosa, ha puesto su esperanza.

Jesús, Sabiduría del Padre, nos revela el alcance de esta máxima: «Conocerte a ti es justicia perfecta, y acatar tu poder es la raíz de la inmortalidad» (15,3). En lugar de limitarse a consolidar el monoteísmo a base de mandamientos, Jesús declara dichosos a todos los que renuncian comunitariamente a dar valor al dinero, elimina de raíz todo principio de autoridad y de primacía en su grupo, recuerda que los pequeños y los sencillos son los que más fácilmente pueden "entrar en el reino". La sociedad moderna está plagada de ídolos, forjados también por manos humanas: el cine, la televisión, las revistas, la propaganda, ciertos objetos de consumo, las ideologías seductoras y las promesas de un bienestar paradisíaco contribuyen a crear en la masa silenciosa la nueva idolatría del hombre moderno. La comunidad cristiana, robustecida y confortada por la experiencia del Espíritu y alertada por el mensaje de Jesús, es la instancia critica que puede ayudar al hombre a darse cuenta de la vaciedad de sus ídolos y a descubrir la perla auténtica, por cuya posesión se puede renunciar a todos los demás valores, por seductores que sean.

J. RIUS CAMPS
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 410 s.


2.- 2 Jn 4-9

2-1.

Vivimos hoy en una época de revisión, de contestación y de mutación. "Todo cambia", dicen. Y por comparación, tenemos a menudo la ilusión de que los períodos pasados eran tranquilos y estables.

Ahora bien, los primeros escritos del Nuevo Testamento las Cartas de los Apóstoles, nos muestran que, desde el comienzo, la Iglesia ha vivido un cúmulo de movimientos peligrosos para la Fe auténtica. Una de las preocupaciones de Pablo y también de Pedro y de Juan, es afrontar firmemente las «herejías», las «falsas ideas».

-Muchos seductores han salido al mundo que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne mortal: éste es el seductor y el Anticristo.

Lo que se debate es la verdad de la «encarnación» de Dios... «Jesús venido en carne mortal». Los grupos aquí apuntados son gentes altamente «espirituales», que siguiendo a algunos filósofos griegos desprecian la «materia» y la «carne». Se han hecho de Dios una cierta idea de orden racional e intelectual, y encuentran chocante la encarnación de Dios. Quizá encontramos aquí la ocasión de renovar nuestra propia fe en este misterio: «¿por qué, de hecho, ha querido Dios venir en carne mortal? Después de dos mil años, deberíamos aun interrogarnos sobre ello. No es normal que pronunciemos: «se encarnó de María Virgen» así... como la cosa más natural...

¿Por qué «Dios se encarnó»? Es una cuestión capital de nuestra fe. Detengámonos a contemplarla. Tratemos de contestar en lo más íntimo de nosotros mismos... y elevemos a Dios la oración que nos sugiere este misterio de amor.

Sí, Tú, Señor, has venido a habitar entre nosotros. Gracias.

Sí, Tú has tomado nuestra condición de hombres hasta la muerte. Gracias.

Sí, Tú has querido vivir nuestras alegrías y nuestras penas, de cerca, desde la intimidad.

Sí, Tú nos has salvado de nuestros pecados, cargando sobre Ti nuestras faltas.

-El que no permanece en la doctrina de Cristo, no posee a Dios.

Dios es inaccesible. No hay otro camino para encontrarle que el que pasa por Jesús.

Jesús es el único que nos revela al verdadero Dios. A través de la «carne» de Jesús, «poseemos a Dios». Esto quiere decir dos cosas:

--la vida de Jesús, los actos y las palabras de Jesús, en el evangelio...

--los actos y las palabras de Jesús hoy, en los «sacramentos»... La «carne» de Jesús, su «Cuerpo» dado en el sacramento por excelencia, es el único medio verdadero de alcanzar a Dios. Dios invisible ha dado un «signo» de su presencia. La eucaristía es este signo, sensible, carnal, por así decirlo que nos hace encontrar a Dios.

Yo, que me quejo, tan a menudo, de no llegar a alcanzar a Dios, ¿tomo, acaso, «el camino»?: «Yo soy el Camino», decía Jesús. El camino del encuentro con Dios: el evangelio meditado... Ia eucaristía comida..., también el gesto tan útil de ponerse de vez en cuando ante el tabernáculo, en silencio... o bien el paso que consiste en imaginarnos la Presencia que está detrás del rostro de nuestros hermanos en la calle, en el trabajo, en familia...

Encontrar a Dios en una «encarnación de Dios», en Jesucristo.

-He tenido el gozo de encontrarme entre los que viven en la verdad, según el mandamiento del Padre... No es un mandamiento nuevo, sino aquél que recibimos desde el principio: "Amaos los unos a los otros." Para Juan, todo eso guarda relación.

"El que no ama, no conoce a Dios. Dios es Amor. Y a Dios se le encuentra cuando se ama".

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 388 s.


2-2. /2Jn

Esta carta está dirigida a la «señora elegida» (v 1), es decir, a una comunidad cristiana relacionada con otros grupos o comunidades: «la hermana elegida» (13), desde la que se escribe. El autor se presenta como «el anciano», o también «el presbítero», título que describe la autoridad o el papel de responsabilidad respecto a la comunidad.

Probablemente, el autor coincide con el de 1 Jn, ya que hay una gran proximidad en el contenido: en el fondo, 2 Jn no es más que un resumen de todo 1 Jn. Eso no quiere decir que haya sido escrito después. Muy bien podría ser un resumen o compendio previo que, una vez ampliado, haya dado lugar a 1 Jn. El contexto histórico en que se escribe parece ser el mismo que el de 1 Jn.

La estructura del escrito es muy sencilla: hay una introducción, muy semejante a la de las cartas paulinas: autor, destinatarios, saludo y acción de gracias (1-4). Después se pasa a una breve exposición de los puntos más importantes: el mandamiento del amor (5-6), la advertencia contra los seductores que niegan que Jesús haya venido en la carne (7-8); estos seductores son considerados como «avanzados» porque no se mantienen en la enseñanza del Mesías (9). El autor prohíbe cualquier clase de trato con estos seductores (10-11). La carta concluye con una breve despedida (12-13).

La dureza del rechazo de los seductores nos sorprende: «Si os visita alguno, no le recibáis en casa ni le deis la bienvenida, pues el que le saluda se hace cómplice de sus malas obras» (10-11). Tal vez esta dureza sólo se puede comprender si tenemos en cuenta la unión que se hace entre el mandamiento del amor y la cristología en 1 Jn. De hecho, esta unión aquí no se esboza, pero hay que tenerla presente: «el que se mantiene en la enseñanza posee al Padre y al Hijo» (9); mantenerse en la enseñanza es amar con un amor que viene de Dios, ya que «el que confiesa que Jesús es el hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios» (1 Jn 4,16), o bien «todo aquel que cree que Jesús es el Mesías ha nacido de Dios» (1 Jn 5,1). Creer y amar están íntimamente entrelazados en 1 Jn. Quizá a la luz de este desarrollo resulte más comprensible el rechazo de los seductores que, según eso, no están en verdadera comunión con los creyentes de la «señora elegida». Un gesto de acogida sería entonces demasiado ambiguo. Esta carta nos puede hacer pensar hasta qué punto nuestra ortodoxia se queda demasiado teórica y lejana de nuestra ortopraxis. O quizá hasta qué punto fe y amor están íntimamente unidos también para nosotros.

ORIOL TUÑI
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 628 s.


3.- Lc 17, 26-37

3-1.

A medida que el año litúrgico se acerca a su fin, nuestro pensamiento se orienta también hacia una reflexión sobre el «fin» de todas las cosas. «Todo lo que se acaba es corto». A medida que Jesús subía hacia Jerusalén, su pensamiento se orientaba hacia el último fin. Cada vez que a algo le llega «su fin», deberíamos ver en ello un anuncio y una advertencia. Cuando muere uno de nosotros, es un anuncio de nuestra propia muerte...

Cuando arde un gran inmueble es un signo de la profunda fragilidad de todas las cosas...

Cuando un maremoto se lleva todas las gentes de un poblado, es el signo brutal de lo que pasa todos los días, en el fondo, y que acabamos por no ver... Cuando un accidente de coche causa la muerte a toda una familia es lo que, por desgracia, el tiempo -dentro de veinte, de cincuenta años- habrá hecho también.

En la lectura de hoy, Jesús nos propondrá que descifremos tres hechos históricos que considera símbolos de todo «Fin»: el diluvio... la destrucción de una ciudad entera, Sodoma... la ruina de Jerusalén...

-En tiempo de Noé...En tiempo de Lot... Lo mismo sucederá el día que el Hijo del hombre se revelará...

En nuestro tiempo... Una salida de fin de semana... o bien en primavera... o durante el trabajo... o en plenas vacaciones...

-Comían... Bebían... Se casaban... Compraban... Vendían... Sembraban... Construían... ¡Mirad! ¡Todo marcha bien! La vida sigue su curso normal.

Estamos en una sociedad de «consumo»... de «producción»..., como decimos hoy. El hambre, la sed, el sexo, la afición por los negocios, quedan satisfechos. Comidas. Comercio. Trabajo. Amor. Tarea. Dormir. Y se llega a no ver nada más allá de todo esto.

Una encuesta hecha en Francia da como resultado que el cuarenta por ciento de franceses afirman «no haber nada después de la muerte». Y el treinta y ocho por ciento afirman que «ante la muerte piensan, sobre todo, en disfrutar al máximo de los placeres de la vida».

Sin encuesta científica, Jesús ya había observado en su época, ese mismo frenesí de «vivir», esa despreocupación bastante generalizada.

-Entonces llegó el diluvio, y perecieron todos...

Pero el día que Lot salió de Sodoma llovió fuego y azufre del cielo y perecieron todos... La vida no es una bagatela, una excursión placentera, una «diversión» agradable, como dice Pascal.

Gravita una amenaza que, en la boca de Jesús, se repite como un refrán: «y perecieron todos...»

Jesús evoca dos elementos -el agua y el fuego- que permiten al hombre darse cuenta de su pequeñez y experimentar su impotencia: ante la inundación y el incendio, todos los medios de defensa son a menudo bastante irrisorios, a pesar de los esfuerzos realizados.

-Aquel día, si uno está en la azotea y tiene sus cosas en casa, que no baje por ellas. Jesús evoca un peligro de tal modo inminente, urgente, «que no puede perderse ni un minuto» ¡Inútil ir a buscar el equipaje! Hay que partir con las manos vacías, huir, salvarse.

-Aquella noche estarán dos en una cama, a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán.

Jesús sigue repitiendo que hay que estar «siempre a punto» .

El lugar y la hora se desconocen: una sola cosa es cierta, ninguno de nosotros se escapará. «Dios mío, ¿será esta noche?», canta el Padre Duval.

Cada día es el día del juicio.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 280 s.


3-2. JUICIO/VIGILANCIA

El juicio se desvela en forma de sorpresa (17, 26-32). Como en tiempos de Lot y de Noé, los hombres siguen ocupados en los grandes afanes de la vida: fortuna, diversión, comida, sexo, clan familiar, negocios. El quehacer de ese trabajo es absorbente, de tal forma que se olvida la dimensión de profundidad: Dios que viene desde el fondo, Dios que llama y quiere convertirnos a la auténtica verdad de nuestra vida. Ante esta llamada pueden darse dos tipos diferentes de fracaso: el de aquéllos que están demasiado ocupados en sus cosas y simplemente prefieren no escuchar (como los habitantes de Sodoma); o el de aquéllos que escuchando en principio la llamada sienten la nostalgia del mundo que abandonan retornando hacia lo antiguo (la mujer de Lot).

La venida del reino establece en el mundo sus propias fronteras. Los judíos suponían que la salvación se inclinaría hacia los hombres de su pueblo y mientras tanto los gentiles sufrirían la condena. La palabra de Jesús destruye esa confianza. Salvación y condena responden a la hondura radical de cada una de las vidas de los hombres. Por eso habrá dos en una misma cama: dormirán marido y mujer como formando un mismo sueño, envueltos en sus mismos ideales, llenos de las mismas esperanzas, virtudes y defectos; pues bien, el juicio pasará precisamente por el medio de esa cama, separando la actitud y la verdad de cada esposo. Lo mismo sucede con los criados que trabajan en el campo; o con las siervas que muelen en el cuarto más profundo de la casa: aparentemente han compartido unos valores y unos fallos; pues bien, el juicio les espera; en la hondura de su vida son distintos (17, 34-35).

Ante una existencia semejante es necesario profundizar hasta las mismas raíces de la vida. Precisamente allí es donde se viene a decidir el juicio. Dios no se ocupa de apariencias, ni la vida de los hombres se realiza simplemente en esa altura. Lo que importa es la actitud, la decisión fundamental, aquella hondura en que se viene a decidir el verdadero valor de la existencia. Teniendo esto en cuenta, el texto nos recuerda dos verdades importantes, una de carácter más judío (17, 37) y otra de sentido ya cristiano (17, 33).

La verdad judía ofrece una formulación enigmática: "Donde está el cadáver se reunirán los buitres" (17,37). La frase se concibe como respuesta a la interrogación de aquéllos que preguntan por el "dónde" del juicio. Con las palabras que parecen de un refrán antiguo Jesús ha respondido "en todas partes". Allí donde esté el cadáver (es decir, allí donde se encuentre el hombre) bajarán los buitres (vendrá el juicio de Dios a cada uno). Esta verdad ya la sabían los judíos; la iglesia vuelve a repetirla.

Esa verdad está atestiguada en todos los estrados de la tradición evangélica: "El que pretenda guardarse su vida la perderá; el que la pierde la recobrará" (17, 33; cfr. Lc 9, 24; Mc 8, 35, etc.). Perder la vida significa entregarla como Cristo y con Cristo por los otros; recobrarla en el sentido y la verdad de nuestra Pascua. Desde aquí comprendemos que en el fondo todo el juicio de Dios sobre los hombres se identifica con la presencia y el influjo de la muerte y resurrección de Jesús sobre la historia.

COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA NT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 1381 s.


3-3.

1. (Año I) Sabiduría 13,1-9

a) Los paganos tenían que haber reconocido a Dios a través de la naturaleza creada: ésta es la tesis que desarrolla el libro de la Sabiduría. Y lo hace en medio de una sociedad helenista, como la de Alejandría.

Pero han sido necios y vanos: se han quedado en lo creado, sin dar el salto al Creador. Se han dejado encandilar por la hermosura y la grandeza de las cosas, y tienen por dioses al fuego, a la bóveda estrellada, al agua impetuosa, a las lumbreras celestes.

De la hermosura y del vigor de lo creado tenían que haber pasado a calcular "cuánto más poderoso es quien los hizo". El cosmos es bueno. Pero tendrían que haber descubierto a su Señor. Éste es el fallo de los que han llegado a una religión naturalista, adorando al sol y a la luna o a los grandes ríos. Aquí no leemos el otro ataque, más fuerte, que hace el autor contra otra clase de increyentes: los que se han construido con sus propias manos ídolos de piedra o de madera y los adoran. A los anteriores de algún modo los disculpa, porque el cosmos es en verdad admirable. Pero los idólatras son más necios y vanos, porque adoran la obra de sus manos.

b) Es el mismo razonamiento que en el NT hace san Pablo, en su carta a los Romanos (Rm 1 ,18-32), que hemos leído hace pocas semanas: a pesar de que Dios se nos ha manifestado en la creación, no le han sabido reconocer y, "jactándose de sabios, se volvieron estúpidos".

Nosotros ya hemos dado ese salto y confesamos en nuestro Credo: "Creo en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra". Si tenemos tiempo, hoy podemos leer los números 279-301 del Catecismo, en donde desarrolla este primer artículo de fe.

No debemos perder la capacidad de admirar la hermosura y grandeza de la creación.

Tanto en sus grandes dimensiones como en las pequeñas (el macrocosmos y el microcosmos), es admirable lo que Dios ha hecho. Como dice la Plegaria Eucarística IV, todo lo ha hecho "con sabiduría y amor".

Los ecologistas tienen toda la razón para admirar y defender la naturaleza. Los cristianos, además, sabemos ver a Dios en todo lo creado, en el fondo de los mares y en el vigor de las montañas, en la anatomía humana y en los caprichosos colores de una flor o de una mariposa, en la grandeza de los espacios cósmicos y en la estructura de un pequeño animalito. Debemos enseñar a nuestros hijos y a nuestros educandos a ver la mano de Dios en la hermosura de la naturaleza. La evolución puede haber venido durante millones de años, a partir del "bing bang": pero detrás de toda esa maravilla, que la ciencia todavía está descubriendo con sorpresas nuevas, está la mano poderosa y amable de Dios. Tenemos que saber "leer el cosmos en cristiano" y gozarnos de él, porque para nosotros lo creó.

Con el salmo podemos decir convencidos: "el cielo proclama la gloria de Dios, el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra".

1. (Año II) 2 Juan 4-9

a) A san Juan se le atribuyen tres cartas. La primera, la más larga, la leemos por entero en el tiempo de la Navidad. Hoy escuchamos un resumen de la segunda, y mañana de la tercera.

La de hoy, cuyo comienzo no hemos leído en misa, va dirigida a Electa (Elegida), nombre que es difícil saber si se refiere a una señora cristiana o a una comunidad del Asia Menor. Pero lo que sí entendemos muy bien son las dos consignas que le transmite:

- la caridad, "el mandamiento que tenemos desde el principio, amarnos unos a otros",

- la verdad, porque "han salido en el mundo muchos embusteros", y "el que no se mantiene en la doctrina de Cristo, vive sin Dios".

b) Estas dos consignas siguen conservando toda su validez.

Nos hace bien recordar el mandamiento del amor, que siempre nos cuesta. Nos puede más el egoísmo que la entrega y la intransigencia que la tolerancia con los demás. Cuando a Jesús le preguntaron cuál era el mandamiento más importante, contestó que el del amor: amar a Dios y amar al prójimo. Según la carta de Juan, "éste es el mandamiento que debe regir nuestra conducta". Podemos detenernos un momento y contestar con sinceridad a esta pregunta: ¿de veras amamos?

También lo de permanecer en la sana doctrina tiene plena actualidad. Se ve que es viejo eso de que "han salido en el mundo muchos embusteros", porque ya se queja Juan de ello. No hemos mejorado mucho, porque también ahora nos envuelven ideologías y mentalidades que, clara o sutilmente, pueden minar los fundamentos de nuestra fe y desfigurar el evangelio de Jesús. Tenemos que aceptar la invitación de Juan -"¡estad en guardia!"- para que sepamos defender nuestra identidad en medio de este mundo tan pluralista.

Serenamente nos ha hecho decir el salmo: "dichoso el que camina en la voluntad del Señor... te busco de todo corazón, no consientas que me desvíe de tus mandamientos".

2. Lucas 17,26-37

a) Si ayer nos anunciaba Jesús que el Reino es imprevisible, hoy refuerza su afirmación comparando su venida a la del diluvio en tiempos de Noé y al castigo de Sodoma en los de Lot.

El diluvio sorprendió a la mayoría de las personas muy entretenidas en sus comidas y fiestas. El fuego que cayó sobre Sodoma encontró a sus habitantes muy ocupados en sus proyectos. No estaban preparados.

Así sucederá al final de los tiempos. ¿Dónde? (otra pregunta de curiosidad): "donde está el cadáver se reunirán los buitres", o sea, en cualquier sitio donde estemos, allí será el encuentro definitivo con el juicio de Dios.

b) Lo que Jesús dice del final de la historia, con la llegada del Reino universal podemos aplicarlo al final de cada uno de nosotros, al momento de nuestra muerte, y también a esas gracias y momentos de salvación que se suceden en nuestra vida de cada día.

Otras veces puso Jesús el ejemplo del ladrón que no avisa cuándo entrará en la casa, y el del dueño, que puede llegar a cualquier hora de la noche, y el del novio que, cuando va a iniciar su boda, llama a las muchachas que tengan preparada su lámpara.

Estamos terminando el año litúrgico. Estas lecturas son un aviso para que siempre estemos preparados, vigilantes, mirando con seriedad hacia el futuro, que es cosa de sabios. Porque la vida es precaria y todos nosotros, muy caducos. Vale la pena asegurarnos los bienes definitivos, y no quedarnos encandilados por los que sólo valen aquí abajo. Sería una lástima que, en el examen final, tuviéramos que lamentarnos de que hemos perdido el tiempo, al comprobar que los criterios de Cristo son diferentes de los de este mundo: "el que pretenda guardarse su vida, la perderá, y el que la pierda, la recobrará".

La seriedad de la vida va unida a una gozosa confianza, porque ese Jesús al que recibimos con fe en la Eucaristía es el que será nuestro Juez como Hijo del Hombre, y él nos ha asegurado: "el que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día".

"Los creó su Señor, el autor de la belleza" (1ª lectura I)

"El mandamiento que tenemos desde el principio: amarnos unos a otros" (1ª lectura Il)

"El que pretenda guardarse su vida, la perderá, y el que la pierda, la recobrará" (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 281-284


3-4.

2Jn 1, 4-9: El amor fraterno es la verdadera fe en Cristo

Lc 17, 26-37: Los signos del juicio de Dios

Para muchos contemporáneos, de izquierda y de derecha, Jesús no pasaba de ser un personaje pintoresco, un peligroso charlatán o un místico despistado. Alguna parte del pueblo lo consideraba profeta, igual que Juan Bautista y todos los antiguos profetas de Israel. Pero, para algunos pocos, Jesús era el Mesías.

Las aspiraciones políticas nacionalistas le impedían a la mayoría de los israelitas ver en el hombre de Nazaret, al ungido enviado de Dios. Por tanto, no le daban mayor importancia. Era uno de los tantos predicadores que abundaban en ese tiempo.

Las valoraciones fueron cambiando en la medida en que un grupo de personas, sus discípulos, fueron descubriendo en su persona, obra y palabra los rasgos del Mesías esperado. Ese insospechado descubrimiento los llevó a afirmar su fe en esa persona por encima de las ortodoxas tradiciones de su pueblo. Incluso, los movió a cambiar radicalmente su estilo de vida. Ellos esperaban un liberador nacional de Israel; sin embargo, se percataron de que el significado de Jesús era universal. Bajo esta nueva perspectiva, se lanzaron a proclamar la buena nueva de Dios por todo el mundo conocido.

El mensaje de Jesús que nos relata este pasaje de Lucas, apunta a una actitud que habían asumido ciertos grupos en Israel. Saduceos, zelotas, fariseos, esenios... consideraban que el mantenimiento de las estructuras teocráticas o la reestructuración de éstas, les garantizaría un paulatino despliegue del poder o por lo menos el mantenimiento de la nación. Jesús los contradice abiertamente, y para ello apela a dos historias conocidas por todos. La historia del diluvio universal y la destrucción de Sodoma y Gomorra.

En las dos narraciones, la partida del justo, sea Noé o Lot, desencadena la catástrofe final. Acontecimiento del cual ninguno escapa. Ahora bien, "lo mismo pasará con el Hijo del Hombre", con la desaparición de Jesús. Pues, en el justo esas naciones tuvieron una alternativa de salvación como en su momento la tuvo todo el pueblo con Jesús. Desaparecido el justo, lo único que queda es la catástrofe.

Jesús sabía perfectamente que su propuesta era la única alternativa frente al Imperio. Las demás opciones (nacionalistas, teocráticas y violentas) sólo apuraban el trago amargo. No eran verdaderas alternativas frente al imperio, sino sólo endurecimiento de viejas y anquilosadas perspectivas políticas.

Por eso, ante la obstinada actitud de su contemporáneos, Jesús les advierte: Ni porque compartan la misma cama ni el mismo trabajo se salvarán. La destrucción es inminente y si ustedes se endurecen en sus posiciones negándose a ver otro futuro que la continuación de su presente, están condenados a la destrucción.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-5. CLARETIANOS 2002

¿Cuántas veces hemos oído que uno de los dramas de nuestro tiempo es el divorcio entre la fe y la cultura? Los puentes los tienden las personas que saben descubrir a Dios en los entresijos del saber, personas de la talla de San Alberto Magno. Creo que hoy existen, pero no son muy conocidas, apenas aparecen en los medios de comunicación social. Tal vez el conocimiento de nuestros hermanos del pasado nos aliente a vivir su síntesis en nuestro tiempo. ¿Por qué, a veces, tenemos tanto temor a dialogar con los hombres y mujeres de ciencia, a leer algunos libros "desestabilizadores", a dar razón de nuestra esperanza? ¿Qué "sorpresa" puede depararnos la búsqueda profunda de la realidad si no es el encuentro humilde con el fundamento de toda la realidad?

El evangelio de hoy nos habla del día de la manifestación del Hijo del Hombre usando un lenguaje apocalíptico. La verdad es que hoy no estamos acostumbrados a hablar así. Y no sólo eso: a muchas personas esta manera de hablar (con sus imágenes, sus exhortaciones a la vigilancia, etc.) les inspira temor. Da la impresión de que "el día del Hijo del Hombre" se produce "por la espalda", con nocturnidad y alevosía, para fastidiar al mayor número posible de seres humanos, para coger "in fraganti" a todos.

No hace falta ser un exegeta para comprender que una tal interpretación no cuadra con el núcleo de la predicación y de la vida de Jesús. Dios no es un sádico que busque atemorizar a sus hijos o sorprenderlos en sus momentos más débiles. Las alusiones de Jesús a los tiempos de Noé o de Lot tienen un objetivo claro: hacer ver que el encuentro con él (el "día del Hijo del Hombre") no es más de lo mismo, introduce una novedad radical, divide nuestra vida en un "antes" y en un "ahora". No podemos seguir a Jesús (que es la novedad) y vivir como antes. En otras palabras: no podemos echar el vino nuevo de la fe en Jesús en los odres viejos de nuestra autosuficiencia.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


3-6. 2001

COMENTARIO 1

LA MANIFESTACIÓN DEL HOMBRE SERÁ UN DESASTRE

PARA LOS «PASOTAS»

Mediante dos comparaciones, los discípulos son invitados a la vigilancia: a los vividores, a los que solamente viven al día y pasan de todo, a los que pueden llegar a creer que el hecho de rechazar a Jesús no tendrá consecuencias, les sucederá como a los contemporáneos de Noé y de Lot. La situación se convertirá en catastrófica para todos los que no han hecho la opción por este Mesías rechazado y humillado.

La llegada del Hombre será tan imprevista como el fulgor del relámpago: nadie podrá preverla. Como en tiempos de Noé y de Lot, los cálculos y las cábalas de los fariseos son completa­mente inútiles; los que se pasan a la clandestinidad, con el fin de organizar un levantamiento en el desierto, son unos farsantes. Jesús invita a no hacer caso de nadie. Sólo la vigilancia tiene sentido.



PERSEVERANCIA EN LA OPCION POR JESUS

EN EL MOMENTO DEL DESASTRE FINAL

Lucas compara la situación descrita hasta ahora con el desas­tre de Jerusalén durante los sucesos de los años 66-70 y con la condición en que quedó la mujer de Lot (Gn 19,26). El aferra­miento a las cosas terrenales, a los valores del pasado, conducirá al desastre. La caída de Jerusalén fue la consecuencia histórica de haber rechazado al Mesías; el desastre final, la de haber rechazado a Jesús y los valores que él encarnaba (vv. 31-33). Compartir un mismo reposo o un mismo trabajo no asegura la misma suerte a los hombres. El fin de los que serán abandonados a su suerte es la de los cadáveres después del asedio (17,34-37).


COMENTARIO 2

Afrontar la vida de forma irresponsable es una forma de inconsciencia que puede tener consecuencias funestas para la vida.

Jesús nos invita a hacer memoria de las intervenciones de Dios en el pasado y desde ese recuerdo dar consistencia y solidez a la propia vida. La irresponsabilidad frente a los designios de Dios llevó a los contemporáneos de Noé y de Lot a una muerte funesta. A diferencia de ellos, los seguidores de Jesús deben comprender el tiempo presente como ámbito de realización de la salvación para sí mismos y para los demás.

El tiempo entendido como oportunidad de salvación nos aleja de la despreocupación y de una vida “light” al que parecen conducirnos los valores vigentes en este momento de la historia. La exhortación a la huida de ese ámbito puede parecer un alarmismo excesivo. Y sin embargo, en ella reside la única forma en enfrentar los acontecimientos que debemos vivir. Como nos muestra el ejemplo de la mujer Lot, volver la mirada atrás abandonando el seguimiento de Jesús nos coloca en el peligro de la frustración y del fracaso.

El tiempo es un don de Dios. Pero por su misma naturaleza está ligado a una tarea que debemos realizar. Para responder adecuadamente a ese don y a esa tarea, se exige de nosotros un compromiso en el que estamos obligados a empeñar toda nuestra fuerza y nuestra actuación. Sobre el grado de ese compromiso está presente la mirada divina sobre nuestra vida. La libertad que nos ha sido concedida no es ilimitada y debe adecuarse al querer de Dios acerca de la historia de los hombres.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-7. 2002

Hay quien no se da cuenta del desastre hasta que no se le cae la casa encima. Y aún entonces todavía piensa que habría que cortar el gas y apagar la luz del cuarto de baño y recoger los platos que estaban sucios en el fregadero. Mientras tanto la casa es ya sólo un montón de ruinas. Y no hay nada que pueda salvarse. Eso que nos pasa con las cosas, también nos pasa con nuestra vida. Preocupados por minucias, nos despistamos de lo que es más importante, de lo que nos afecta en lo más hondo. Nos quedamos en la superficie y no llegamos a tocar lo que es verdaderamente más importante.
Jesús nos invita en el Evangelio de hoy a tomarnos en serio lo único que tenemos: la vida. Y en la vida este momento presente del que disponemos ahora. Unos minutos más tarde puede suceder cualquier cosa. Pero la vida es como la arena de la playa. Si la pretendemos guardar egoístamente para nosotros se nos escapa entre los dedos. Sólo hay una forma de disfrutarla y gozarla: compartiéndola con los hermanos. Compartiendo "los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de las personas de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren" (Gaudium et Spes, 1). Porque el día del Hijo del Hombre está pronto y tendremos que dar cuenta de lo que hemos hecho con nuestra vida y con la de nuestros hermanos.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-8. ACI DIGIATL 2003

26. Véase Gén. 7, 7; S. Mateo 24, 37.

29. Véase Gén. 19, 15 - 24.

32. Estas palabras nos muestran que si la mujer de Lot (Gén. 19, 26) se convirtió en estatua (el hebreo dice columna) de sal, no fue por causa de curiosidad sino de su apego a la ciudad maldita. En vez de mirar contenta hacia el nuevo destino que la bondad de Dios le deparaba y agradecer gozosa el privilegio de huir de Sodoma castigada por sus iniquidades, volvió a ella los ojos con añoranza, mostrando la verdad de la palabra de Jesús. "Donde está tu tesoro, allí está tu corazón" (Mat. 6, 21). La mujer deseaba a Sodoma, y Dios le dio lo que deseaba, convirtiéndola en un pedazo de la misma ciudad que se había vuelto un mar de sal: el Mar Muerto. Con el mismo criterio dice Jesús de los que buscan el aplauso: "Ya tuvieron su paga" (Mat. 6, 2, 5 y 16). Y al rico epulón: "Ya tuviste tus bienes" (16, 25). Es decir, tuvieron lo que deseaban y no desearon otra cosa; luego no tienen otra cosa que esperar, pues Dios da a los que desean, a los hambrientos, según dice María, en tanto que a los hartos deja vacíos (1, 53; cf. S. 80, 11 y nota).

33. Véase 9, 24; Mat. 10, 39; Marc. 8, 35; Juan 12, 25; Mat. 24, 40 s.; I Tes. 4, 15.

36. Este versículo falta en los mejores códices.

37. Cuerpo y cadáver son dos voces parecidas en griego. Ambas se encuentran en las variantes. Véase Mat. 24, 28, donde el Señor aplica esta expresión a la rapidez y al carácter visible de su segunda venida. Cf. v. 24 y nota: "Porque, como el relámpago, fulgurando desde una parte del cielo, resplandece hasta la otra, así será el Hijo del hombre, en su día".

Ahora Jesús habla con los discípulos y alude a su segunda venida, que será bien notoria como el relámpago (Mat. 24, 23; Marc. 13, 21; Apoc. 1, 7). Antes de este acontecimiento se presentarán muchos falsos profetas y será general el descreimiento y la burla como en tiempos de Noé y de Lot (Gén. 7, 7; 19, 25; II Pedr. 3, 3 ss.). No cabe duda de que nuestros tiempos se parecen en muchos puntos a lo predicho por el Señor.


3-9. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Viernes14 de noviembre de 2003
Diego de Alcalá, Humberto

Sab 13, 1-9: Crítica a la idolatría
Salmo responsorial: 18, 2-5: frase
Lc 17, 26-37: El Día del Hijo del Hombre

Continuamos analizando el 'pequeño apocalipsis' de Lc (17, 20-37). Hemos visto la presencia del Reino de Dios ya ahora entre nosotros (vv. 20-21) y la presencia de Cristo resucitado ya ahora entre nosotros (vv. 22 - 25). Dijimos que esta presencia es el hecho escatológico más importante en todo el N.T.

Ahora nos toca ver la segunda parte del discurso apocalíptico a los discípulos: 17, 26-36. Tenemos primero dos analogías del AT aplicadas al Día de Jesús (vv. 26-30), luego las actitudes que debemos tener ante este Día (vv. 31-36) y finalmente la pregunta sobre el 'cuándo' (v. 37).

El texto habla primero de 'los días del Hijo del Hombre' (v. 26) y luego se refiere al 'Día en que el Hijo del Hombre se manifestará" ('apokaluptetai' v. 30). Es el día del 'apocalipsis' de Jesús. No se habla en el texto de la Venida o de la Parusía de Jesús, sino de su manifestación apocalíptica. Yo pienso que 'el Día del Hijo del Hombre' es en realidad la Parusía de Jesús, pero esta experiencia de la manifestación o Parusía de Jesús ya se vive durante todo el tiempo presente, por eso el plural 'los días'. Las dos analogías, que están en estricto paralelo, de los días de Noé y de los días de Lot, sugieren también dos momentos: los días antes del diluvio y de la destrucción de Sodoma, y el día mismo del diluvio y de la destrucción. También ahora vivimos los días del Hijo del Hombre, cuando comemos, bebemos, nos casamos, compramos, vendemos, plantamos, construimos, y el día mismo de la Parusía del Hijo del Hombre. En realidad no podemos separar tanto la vivencia actual del Cristo resucitado y el día final de su Parusía.

Luego el texto habla de las actitudes que tenemos que tener en el Día de la Parusía de Jesús (vv. 31-35). Dos ejemplos: el que esté en el terrado , no baje; el que esté en el campo, no vuelva (v. 31). Luego se recuerdan dos cosas: la mujer de Lot (que miró para atrás) y lo que ya les había dicho Jesús (cf. Lc 9, 24): "Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará" (v.33). Se dan a continuación dos situaciones que sucederán 'aquella noche' (la noche de la Parusía): dos en un mismo lecho: uno tomado - otro dejado; dos mujeres moliendo juntas: una tomada - otra dejada. El sentido general de la actitud a tener es claro: no volver atrás, no mirar para atrás, no guardar la vida, sino perderla; no todos estarán listos, partirán los que están preparados; uno se quedará durmiendo y otro trabajando, no es una partida de todos por parejo. El v. 36 es claramente una adición.

El v. 37 plantea una pregunta de los discípulos: "¿Dónde Señor?". Siempre en los discursos apocalípticos, ayer, hoy y siempre, surge este tipo de preguntas: dónde, cuándo, cómo... Jesús no responde. Ningún discurso apocalíptico responde este tipo de preguntas. Son además innecesarias: hay que estar preparados siempre y en todo lugar. El cómo, es pura curiosidad. Jesús aquí cita un dicho popular. Es una respuesta indirecta: donde aparezca el Hijo del Hombre ahí estarán sus discípulos. Jesús mismo es el DONDE. No se nos da una CRONO-logía, sino una ESCATO-logía. Es decir: no se revela la lógica del tiempo, sino la lógica de lo último y más fundamental en nuestra historia.


3-10. DOMINICOS 2003

Miremos al cosmos, veamos a Dios

Hubo quienes, fascinados por la belleza del cosmos, tuvieron por dioses al fuego, al viento, al agua, al aire, a la bóveda estrellada.
¡Cuánto más grande que ellos es el Autor de la belleza! (Sabiduría)

Los textos litúrgicos de ayer eran un canto a la sabiduría, a la luz, a la sal que mantiene en buen estado de conservación los seres y dones de la naturaleza y de la gracia.

Hoy vamos a subrayar la necesidad de saber mirar con sabiduría todas las cosas, pues en ellas habla Dios, y por ellas hay que buscarlo. Podemos hacerlo inspirándonos en un himno litúrgico que es mirada sobre las cosas con espíritu de fe y amor a la creación:

Autor del cielo y del suelo,
que por dejarlas más claras,
las grandes aguas separas,
pones un límite al cielo.

Tú que das cauce al riachuelo
y alzas la nobe a la altura,
tú que en cristal de frescura
sueltas las aguas del río
sobre las tierras de estío,
sanando su quemadura,

danos tu gracia, piadoso,
para que el viejo pecado
no lleve al hombre engañado
a sucumbir a su antojo.

Hazle en la fe luminoso,
alegre en la austeridad,
y hágale tu claridad
salir de sus vanidades.

Dale, Verdad de verdades,
el amor a tu verdad. Amén.

 

Palabra y signos

Libro de la Sabiduría 13, 1-9:

“Hubo hombres vanos por naturaleza que ignoraron a Dios y fueron incapaces de conocer al creador partiendo de las cosas buenas que están a la vista..., y tuvieron por dioses al fuego, al viento, al aire leve, a la bóveda estrellada, a las lumbreras celestes, regidoras del mundo.

Si ellos, fascinados por su hermosura, los creyeron dioses, sepan cuánto los  aventaja su Señor, pues los creó el autor de la belleza...

Por la magnitud y belleza de las criaturas, se percibe, de algún modo quién les dio el ser que poseen.

A decir verdad, a estos hacedores de dioses poco se les puede echar en cara, pues  querían encontrar a Dios, aunque anduvieron extraviados...”

He aquí  reflejada la actitud de un verdadero ‘sabio’. No tiene todavía la iluminación de la fe que nos vendrá con la palabra de Jesús, pero busca a Dios a través de los signos y huellas que ha ido dejando por las cosas ‘colmándolas de hermosura’.

Evangelio según san Lucas 17, 26-37:

“Jesús dijo a sus discípulos: Como sucedió en los días de Noé, así será en los días del Hijo del hombre: comían, bebían y se casaban, hasta que Noé entró en el arca; entonces llegó el diluvio y acabó con todos...

Así sucederá el día en que se manifieste el Hijo del hombre: aquel día si uno está en la azotea y tiene sus cosas en casa, que no baje por ellas; si uno está en el campo, que no vuelva... El que pretenda guardar su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará...”

La primera lectura nos llevaba  a descubrir a Dios por sus huellas en las criaturas, utilizando nuestro ingenio. Ahora, la palabra de Jesús nos pide que proyectemos la mirada hacia el futuro, hacia el momento definitivo de nuestra existencia, el momento sin retorno en que toda esperanza acaba.

 

Momento de reflexión

El misterio de nuestro encuentro con Dios.

El libro de la Sabiduría fue escrito desde la fe. El autor había encontrado a Yhavé en la naturaleza, en la historia de Israel, en la conciencia de pueblo elegido y amado de Dios.

Quizá nosotros, los que leemos esta página, también hayamos encontrado al Señor, dejándonos sorprender desde nuestra infancia familiar, desde el sufrimiento, desde el sentido de la vida, desde la confianza en que una justicia acabará reinando en la historia y en el más allá...

Pero hay muchos que todavía no lo han encontrado, y hemos de orar por ellos. La razón no demuestra quién es Dios, dónde está, cómo gobierna. Solamente advierte que con lo que descubrimos a ras de tierra tenemos muy corta explicación de las cosas, de la vida, de la esperanza.

A nosotros nos alumbra el don de la fe, que nos pone en manos de Dios Padre y de Cristo su Hijo... Y ese don no lo hemos merecido ni lo hemos conquistado, ni lo hemos razonado: los hemos recibido como gracia.

¡Dios sea bendito por el don de la fe! ¡Concede, Señor, este don a todos los redimidos por Cristo!

Apocalipsis en el Evangelio.

El texto tomado del capítulo 17 de san Lucas habla en lenguaje apocalíptico, aludiendo, por una parte, a los días cruciales de Noé y del diluvio, y, por otro, a los días cruciales del encuentro final de los hombres con Dios... En ambos tiempos, estamos implicados Dios, amor creador y juez misericordioso, y nosotros.

Y es tan grave y serio el asunto que bien podemos encarecer la importancia de todo lo que nos jugamos nosotros, peregrinos por la tierra, en busca de morada perpetua en Dios.

Funesta imprudencia será la nuestra si pasamos la vida jugando, malgastándola, como si nosotros mismos fuéramos árbitros de nuestra existencia. Somos criaturas y nada más. Seamos inteligentes de verdad manteniéndonos en la doctrina de Cristo, Verdad y Vida.


3-11. CLARETIANOS 2003

Queridos amigos y amigas:
La lectura de la Sabiduría nos habla de esa posibilidad de conocer, a través de las obras de Dios a su autor. Esa posibilidad parece cada vez más difícil, para los hombres de hoy, por obra de la ciencia. La Ciencia nos ha ayudado a conocer mejor la realidad, ha purificado de supersticiones o de visiones simplistas muchos de los elementos tradicionales del mundo religioso.

Y esto sin duda es bueno, es justo. Pero nos ha hecho pagar un precio. La ciencia tiene una mirada lineal, superficial sobre la realidad y parece como si hubiera matado en nosotros la capacidad para leer entre líneas, parece como si nos hubiera incapacitado para realizar una de las actividades más típicas del hombre, la capacidad para hacer de realidades de nuestro mundo símbolo de realidades más profundas. Y el símbolo es algo decisivo. No permite dar el ‘salto’ hacia realidades mas profundas o transcendentes, utilizando algo de nuestra vida cotidiana que se convierte en símbolo de eso que no podemos atrapar. Si la bandera (aunque sea un trozo de tela) es símbolo de la nación, un anillo el símbolo del amor entre el hombre y la mujer, la creación es símbolo del amor derrochador de Dios y la cruz símbolo de la profundidad y de la ‘locura’ del amor de Cristo por nosotros, se comprende hasta qué punto, en nuestra experiencia cristiana, necesitamos de estos símbolos, y por qué la liturgia está llena de realidades y gestos simbólicos.

Sin embargo y precisamente por esta incapacidad del hombre de hoy para la mirada profunda –como nos dice el Evangelio, describiendo perfectamente el actual estilo de vida secularizado, sin horizonte religioso: “comían, bebían, se casaban, compraban, vendían...”, se hace necesario un signo manifiesto, que no requiera iniciación ni mirada profunda: el signo por excelencia: el amor recíproco vivido entre los creyentes se convierte en el signo decisivo para que muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo reconozcan a ese Dios que parece haber desaparecido de su horizonte: “En esto reconocerán que sois discípulos míos: si os amáis los unos a los otros”. Si hoy puede decirse que nuestra cultura necesita una terapia de choque para reconocer el rostro de Dios creo que esta es la vía, el símbolo decisivo, para que incluso los que ya no reconocen al Creador por su obra, reconozcan al Dios cercano, vivo entre los creyentes.

Vuestro hermano en la fe.

Carlos García Andrade cmf. (garciaandr@tiscali.it)


3-12. 2003

LECTURAS: SAB 13, 1-9; SAL 18; LC 17, 26-37

Sab. 13, 1-9. Busquemos sinceramente a Dios, pues Él sale al encuentro de quien lo busca con sinceridad. En nuestro camino hacia Él nos encontraremos con toda su creación, en la que Él imprimió su sello. Ojalá y no nos detengamos en las criaturas de Dios, confundiéndolas con su Creador. Actualmente muchos piensan en el influjo de los astros y de toda la naturaleza sobre el hombre. Ciertamente vivimos en un universo en que todo está en una constante interrelación; nosotros hemos de aprovechar al máximo todas las capacidades y posibilidades de aquello que, desde el principio, el Creador puso al servicio del hombre. Sin embargo esto no puede llevarnos a elevar a la categoría de Dios lo que ha sido creado para servirnos. Más bien, a través de todo lo creado hemos de llegar a reconocer a Aquel que es el origen y la Causa primera de todo lo creado: Dios. Por medio de Cristo, Dios se hizo Dios-con-nosotros para que no sólo llegáramos a la conclusión de que Dios existe, sino para que, poseyendo la misma vida y el Espíritu de Dios en nosotros, podamos entrar en una auténtica relación con Él; más aún: lleguemos a ser sus hijos y, junto con Cristo, seamos herederos de la Gloria del Padre.

Sal. 18. La creación entera proclama la Gloria de Dios de modo incesante. Quien contempla la creación está contemplando el amor que Dios nos tiene preparándonos una digna morada. Ojalá y no sólo disfrutemos de los dones de Dios, sino que entremos en una relación de amor y de fidelidad a Él. Y si toda la creación nos habla del poder, de la armonía y de la hermosura de Dios, ojalá y nosotros, creados a su imagen y semejanza, nos convirtamos en un lenguaje a través del cual se llegue a conocer su santidad, su justicia, su paz, su bondad, su alegría, su amor y su misericordia.

Lc. 17, 26-37. Si el Señor tarda en llegar, esperémoslo constantemente con gran amor, porque ciertamente Él vendrá con gran poder y majestad; pero no nos quiere encontrar embotados por las cosas pasajeras, sino vigilantes, como el siervo bueno y fiel a quien el Amo confió el cuidado de todas sus posesiones y de los habitantes de su casa. No nos quedemos sólo comiendo, bebiendo, casándonos, comprando, sembrando, construyendo, etc. Es cierto que no podemos detener el trabajo ni el avance tecnológico y científico. Pero para quienes hemos puesto nuestra fe en Cristo eso no lo es todo, sino que estamos llamados a perder, constantemente, nuestra vida en favor de los demás. Entonces, cuando sea el final, conservaremos nuestra vida eternamente escondida en Dios; ahí donde Cristo nos aguarda después de haber padecido por nosotros.

Esperamos alegres la venida de nuestro Salvador. Él llega a nosotros en cada Eucaristía que celebramos. Contemplando a Cristo llegamos a conocer el amor que Dios nos tiene. Por eso elevamos agradecidos a Él nuestra alabanza y le reconocemos como el Señor de nuestra vida. ¡Ojalá y alcancemos a interpretar los signos del amor y de la salvación, que Dios nos ha manifestado por medio de su Hijo, hecho uno de nosotros! Aceptarlo a Él y reconocerlo como nuestro Dios, como Camino, Verdad y Vida es no perder la oportunidad de que Aquel que es el esperado como Juez al final del tiempo, llegará para nosotros como Pastor Misericordioso para llevarnos, sobre sus hombros, de retorno a la Casa del Padre.

Esforcémonos constantemente por construir la ciudad terrena conforme a la orden inicial dada por el Creador al hombre: Domina la tierra y sométela. Pero no nos olvidemos que quienes creemos en Cristo, hemos sido convocados por Él para participar de su Vida y para ser enviados a construir, entre nosotros, el Reino de Dios. Sabiendo que el Señor se acerca a nosotros en cada hombre y en cada acontecimiento de la vida, sirvámosle con amor hasta que Él vuelva para dar a cada uno lo que corresponda a sus obras. Que no nos angustie la cercanía, o no, de la venida del Señor; que más bien nos preocupe entregar nuestra vida por Cristo y por su Evangelio: amando, sirviendo, socorriendo, alimentando, visitando, consolando a nuestros prójimos que viven desprotegidos. Esforcémonos también por construir un mundo más en paz y más fraternalmente unido por el amor. Entonces estaremos ciertos de que, al final, seremos de Dios y estaremos con Él eternamente.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de esperar, alegremente, la venida del Señor al final de nuestra vida para hacernos partícipes de los bienes eternos, reservados a quienes Él ama y le viven fieles. Amén.

www.homiliacatolica.com


3-13. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

2 Jn 1.3-9: Los que viven según la verdad
Salmo responsorial: 118
Lc 17, 26-37: Los que no ven las señales del Reino

Jesús deja de lado a los que son incapaces de ver el Reino por causa de su ceguera y se dirige una vez más a sus discípulos y les dice que muchos buscarán señales en vano. Correrán rumores sobre tiempos y lugares en los que acaecerá el Reino, pero los discípulos no deben dejarse engañar. Porque cuando venga el Hijo del hombre traerá consigo una catástrofe irrevocable para una generación que no está preparada. El día que trae la salvación para los creyentes, traerá el juicio y la destrucción para los incrédulos. Esta generación incrédula se entregará a la impiedad como ocurrió en los días de Noé y Lot.

Así como el juicio cayó sobre los despreocupados del tiempo de Noé, del mismo modo caerá sobre los hombres y mujeres del tiempo de Jesús. Ocupados en sus asuntos mundanos no comprenden ni aceptan la acción de Dios sobre el mundo. Sin embargo, Lucas escribe su evangelio en una fecha en la que la espera entusiasta de Jesús resucitado ha decaído. La esperanza puede perder su objetivo y los creyentes tenían el riesgo de caer en la desesperanza y la rutina. Por eso Lucas, teniendo como horizonte su comunidad, recoge en este texto las palabras de Jesús que él actualiza para animar a los cristianos a vivir en la tensión de la espera, pero sin expectativas apocalípticas. Es verdad que vendrán muchos charlatanes o falsos profetas que confundirán la vida de la comunidad con falsas revelaciones sobre la venida de Cristo, pero esto no nos debe apartar del camino del seguimiento. Los creyentes, nos dice Lucas en el evangelio de hoy, debemos continuar viviendo todas las exigencias de la conversión, aunque no parezca que la venida del Señor esté próxima. Debemos ser como el administrador fiel (Lc. 12, 41-44), o el servidor vigilante (Lc. 12, 19-21.35-40), siempre dispuestos a dar cuenta de la vida y sus trabajos cuando vuelva el dueño. De ahí la advertencia que supone para todos nosotros el anuncio del día del Hijo del Hombre, que será un día de juicio exigente; por eso, tenemos que estar preparados porque él llegará a la hora menos pensada.


3-14. DOMINICOS 2004

Amémonos unos a otros

En la liturgia de la palabra de este día se hace presente el estilo apocalíptico que a veces utiliza la Escritura Sagrada. Es tono apocalíptico el de la carta de Juan a la ‘señora elegida’, que es el alma fiel, y es la Iglesia, y es la comunidad humana responsable de su futuro.

Me alegra, dice el apóstol, saber que tus hijos viven en autenticidad; yo quiero encarecerte que se mantengan fieles hasta el final en el mandamiento del amor, porque quien ama, siguiendo los mandamiento de Dios, tiene vida eterna.

No perdamos el tiempo gastando la vida sin amor, sin preocuparnos del bien de los demás. La piedra de toque en que se probará nuestra fortaleza en la fidelidad es el amor.


La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Segunda carta de Juan, 4-9:
“Señora elegida: Me alegré mucho al enterarme de que tus hijos proceden con autenticidad, según el mandamiento que el Padre nos dio. Pero tengo algo que pedirte, señora. No pienso que escribo para mandar algo nuevo; escribo sólo para recordaros el mandamiento que tenemos desde el principio: amarnos unos a otros. Y amar significa seguir los mandamientos de Dios.

Como oísteis desde el principio, este es el mandamiento que debe regir vuestra conducta...

Todo el que se propasa y no se mantiene en la doctrina de Cristo, vive sin Dios; y quien permanece en la doctrina, vive con el Padre y con el Hijo”.


Evangelio según san Lucas, 17, 20-26:
“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Como en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre... Aquel día, si uno está en la azotea y tiene sus cosas en casa, que no baje por ellas. Si uno está en el campo, que no vuelva... El que pretenda guardar su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará...”


Reflexión para este día
Quien pierda su vida la recobrará.
Esa expresión forma parte del fragmento evangélico de Lucas, de tono apocalíptico. La historia legendaria de Noé nos advierte que el reinado del pecado, de la injusticia, del egoísmo, se soporta de momento con paciencia, pero que, al final, es simbólicamente pasto de las llamas y de las aguas que todo lo destruyen.

Pues, algo parecido hemos de pensar del fin de nuestra historia personal y colectiva sobre la tierra: El tiempo, medido en jornadas de días, quedará eclipsado; la luz que inunda los espacios se apagará; el aliento de vida se extinguirá sin remedio... Entonces cada uno recordará, quiera o no quiera hacerlo, la doctrina que enseñó y el ejemplo de vida que dio, el amor que derramó con generosidad a los más necesitados, la protección que dio a quien le suplicó que fuera su refugio en el peligro, la ofrenda que hizo de sus dones, en bien de la humanidad, o el despilfarro con que fue malgastando los denarios de inteligencia, piedad, honestidad...


3-15.

Reflexión

En el final de este discurso sobre el fin del mundo, Jesús insiste en el hecho de que será algo inesperado, algo que sucederá de un momento a otro sin que nadie haya sido avisado. Si esto será así, entonces ¿por qué vivir asustados con todos los vaticinios sobre este final? Nosotros creemos que lo que Dios ha querido decir de manera universal para el hombre está contenido en la Revelación, y en ésta nos dice que NADIE, ni siquiera el mismo Jesús en su humanidad, ha querido revelar cuando será. Imaginemos por un momento qué pasaría si efectivamente se supiera cuándo. Mucha gente, viviría una vida de libertinaje y sólo se prepararía en la víspera o, al contrario, viviría en un continuo pánico. De esta manera el Señor nos invita a vivir siempre preparados. Quien ama a Jesús, vive siempre preparado, pues para él la vida es Cristo y la muerte una ganancia.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-16.

Comentario: Rev. D. Enric Prat i Jordana (Sort-Lleida, España)

«Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará»

Hoy, en el contexto predominante de una cultura materialista, muchos actúan como en tiempos de Noé: «Comían, bebían, tomaban mujer o marido» (Lc 17,28); o como los coetáneos de Lot que «(…) compraban, vendían, plantaban, construían» (Lc 17,28). Con una visión tan miope, la aspiración suprema de muchos se reduce a su propia vida física temporal y, en consecuencia, todo su esfuerzo se orienta a conservar esa vida, a protegerla y enriquecerla.

En el fragmento del Evangelio que estamos comentando, Jesús quiere salir al paso de esta concepción fragmentaria de la vida que mutila al ser humano y lo lleva a la frustración. Y lo hace mediante una sentencia seria y contundente, capaz de remover las conciencias y de obligar al planteamiento de preguntas fundamentales: «Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará» (Lc 17,33). Meditando sobre esta enseñanza de Jesucristo, dice san Agustín: «¿Qué decir, pues? ¿Perecerán todos los que hacen estas cosas, es decir, quienes se casan, plantan viñas y edifican? No ellos, sino quienes presumen de esas cosas, quienes anteponen esas cosas a Dios, quienes están dispuestos a ofender a Dios al instante por tales cosas».

De hecho, ¿quién pierde la vida por haberla querido conservar sino aquel que ha vivido exclusivamente en la carne, sin dejar aflorar el espíritu; o aún más, aquel que vive ensimismado, ignorando por completo a los demás? Porque es evidente que la vida en la carne se ha de perder necesariamente, y que la vida en el espíritu, si no se comparte, se debilita.

Toda vida, por ella misma, tiende naturalmente al crecimiento, a la exuberancia, a la fructificación y la reproducción. Por el contrario, si se la secuestra y se la recluye en el intento de poseerla codiciosa y exclusivamente, se marchita, se esteriliza y muere. Por este motivo, todos los santos, tomando como modelo a Jesús, que vivió intensamente para Dios y para los hombres, han dado generosamente su vida de multiformes maneras al servicio de Dios y de sus semejantes.


3-17. Fray Nelson Viernes 12 de Noviembre de 2004

Temas de las lecturas: Quien permanece fiel a la doctrina, vive con el Padre y el Hijo * Lo mismo sucederá el día en que el Hijo del hombre se manifieste.

1. Amar y Obedecer
1.1 Hoy san Juan nos ofrece una definición de amor: "El amor consiste en comportarse según sus mandamientos" (2 Jn 7). Literalmente: que caminemos según sus mandamientos. Amar no es lo que yo piense que es amor, ni lo que yo sienta o diga sobre el amor. El amor está ligado a la obediencia, como ya habíamos escuchado en el Evangelio: " Si me amáis, guardaréis mis mandamientos" (Jn 14,15).

1.2 ¿Por qué este lenguaje suena tan extraño en nuestros oídos? ¿Por qué nuestro tiempo mira al amor como una experiencia de "libertad" y a la obediencia como una experiencia de "privación de amor"? ¿Por qué pensamos a menudo que cuando amamos no obedecemos y cuando obedecemos no amamos? Tal vez por un terrible malentendido en torno a la voluntad. Nuestro tiempo mira la voluntad como un absoluto que puede ser doblegado desde fuera, cosa que sucede en la "obediencia" pero que sólo tiene sentido cuando se goza en lograr su meta.

1.3 Según este modo de pensar, obediencia significa sometimiento y capitulación, renuncia a la propia meta, traición a la propia ruta. Amor, en cambio, quiere decir satisfacción del deseo, logro del propio objetivo. Es evidentre que, así entendidos, no caben juntos el amar y el obedecer.

2. Las obediencias que sí aceptamos
2.1 Sin embargo, hay obediencias que sí aceptamos. Obedecemos las leyes de tránsito, las prescripciones médicas, las indicaciones de un instructor en el gimnasio. No nos sentimos violentados cuando hacemos algo que el doctor nos ha mandado, ni cuando un agente de policía nos orienta en una ciudad extraña. Y estas son obediencias.

2.2 Podemos decir que obedecemos gustosos cuando sabemos que la obediencia nos hará bien, o dicho de manera más breve: obedecemos cuando nos sentimos amados. Lo duro de obedecer no es obedecer sino obedecer cuando no se siente amor.

2.3 Mas "él nos amó primero" (1 Jn 4,19). Antes de pedir nuestra obediencia nos pidió recibir su amor. Y quien ha conocido la verdad y dulzura de ese amor siente que de esa fuente sólo viene el bien. Es entonces cuando amor y obediencia se abrazan felizmente y cuando también descubrimos que no podemos decir que amamos si no es en el ámbito del amor genuino, el amor verdadero que él nos ha dado. De modo que obedecer no es otra cosa sino permanecer en su amor (cf. Jn 15,9). Por fuera de ese amor el amor no es amor. Obedecer es ser fiel a la lógica y al estilo del amor que merece su nombre, el que Cristo nos dio en la Cruz y nos renueva en el altar eucarístico.


3-18.

Reflexión:

Jesús, el día del Hijo del Hombre es el día de tu segunda venida, al final de los tiempos. En ese día Tú te manifestarás al mundo, y el universo entero se transformará dando lugar a un cielo nuevo y una tierra nueva (2 Pe 3, 13). Los que estén unidos a Ti con una vida de justicia y santidad participarán en esta definitiva etapa de la Iglesia y del mundo, también llamada la Jerusalén celestial, en la cual no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, por que el mundo viejo ha pasado.

Jesús, ¿cuándo y dónde ocurrirá esta transformación universal? Y me respondes: Acerca de aquel día y hora nadie sabe, ni los ángeles de los Cielos, ni el Hijo, sólo el Padre (Ap 21, 4). Lo único que sabemos es que vendrá por sorpresa, como ocurrió en los días de Noé y de Lot, y que tendrá efectos desiguales para los hombres: uno será tomado y el otro dejado.

Jesús, no me has revelado esta verdad para intranquilizarme o para que me despreocupe de un mundo que, en definitiva, se transformará al final de los tiempos. Me has descubierto esta realidad para que tenga una visión más profunda de las cosas y del sentido de mi misma vida. La espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo de la nueva familia humana, que puede ofrecer ya cierto esbozo del siglo nuevo (Mt 24, 36).

Aquel conocido tuyo, muy inteligente, buen burgués, buena persona, decía: «cumplir la ley, pero con tasa, sin pasarse de la raya, lo más escuetamente posible». Y añadía: «¿pecar?, no; pero darse, tampoco». Causan verdadera pena esos hombres mezquinos, calculadores, incapaces de sacrificarse, de entregarse por un ideal noble (Catecismo, 1049).

Jesús, la tentación más peligrosa no es la del pecado. El pecado se descubre a sí mismo y puede dar lugar al arrepentimiento y a una vida de mayor piedad. El verdadero peligro es la tibieza: esa actitud mezquina del que no hace nada malo, sin querer comprometerse tampoco a hacer nada bueno. Ésta es una tentación peligrosa, porque no se detecta fácilmente, e incapacita a la persona para amar a Dios.

Quien pretenda guardar su vida la perderá; y quien la pierda, la conservará viva. Jesús, si quiero guardar mi vida para mí, egoístamente, no sólo saldré perdiendo en mi vida eterna, sino también ya aquí, en la tierra. Porque la felicidad en la otra vida se corresponde con la felicidad en ésta: el que, por no saber darse a los demás, no tiene capacidad de amar y ser feliz aquí, se autoexcluye de la felicidad eterna en el Cielo.

Jesús, el pensamiento sobre el final del mundo y sobre tu segunda venida gloriosa me debe dar un poco más de perspectiva sobre el valor de las cosas y de los acontecimientos. Todo ha sido creado por Ti y volverá a Ti en el futuro. Mientras tanto, me has dado la libertad de usar mi vida en beneficio propio o para el bien de los demás. Que sepa entregarme de veras, sacrificándome día a día, por amor, al servicio de los qué, me rodean y, sobre todo, al servicio de Dios.

Comentario realizado por Pablo Cardona

Una Cita con Dios, Tomo VI, EUNSA


3-19. 12 de Noviembre 1004

190. El sentido cristiano de la muerte

Viernes de la Trigésima Semana del Tiempo Ordinario

I. San Pablo escribe a los primeros cristianos de Tesalónica: Porque vosotros sabéis muy bien que como el ladrón en la noche, así vendrá el día del Señor (1 Tesalónica). Es una llamada más a la vigilancia, a no vivir de espaldas a esa jornada definitiva –el día del Señor- en la que por fin veremos cara a cara a Dios. En algunos ambientes no es fácil hoy hablar de la muerte. Sin embargo es el acontecimiento que ilumina la vida, y la Iglesia nos invita a meditarlo; precisamente para que no nos encuentre desprevenidos. El modo pagano de pensar y de vivir lleva a muchos a vivir de espaldas a esta realidad, en lugar de verla como lo que en realidad es, la llave de la felicidad plena; se la ve como el fin del bienestar que tanto cuesta amasar aquí abajo. Para el cristiano, la muerte es el final de una corta peregrinación y la llegada a la meta definitiva, para la que nos hemos preparado día a día (C. POZO, Teología del más allá), poniendo el alma en las tareas cotidianas. Con ellas y a través de ellas, nos hemos de ganar el Cielo.

II. Antes del pecado original no había muerte, tal y como hoy la conocemos con ese sentido doloroso y difícil con que tantas veces la hemos visto, quizá de cerca. Pero Jesucristo destruyó la muerte e iluminó la vida (2 Timoteo 1, 10), y gracias a Él, adquiere un sentido nuevo; se convierte en el paso a una Vida nueva. En Cristo se convierte en “amiga” y “hermana”. La muerte de los pecadores es pésima (Salmo 33, 22), afirma la Sagrada Escritura; en cambio, es preciosa, en la presencia de Dios, la muerte de los santos (Salmo 115, 15).

Serán premiados por su fidelidad a Cristo, y hasta en lo más pequeño –hasta un vaso de agua dado por Cristo recibirá su recompensa (Mateo 10, 42). Sus buenas obras lo acompañan.

III. La muerte nos da grandes lecciones para la vida. Nos enseña a vivir con lo necesario, desprendidos de los bienes que usamos que habremos de dejar; a aprovechar bien cada día como si fuera el único; a decir muchas jaculatorias, a hacer muchos actos de amor al Señor y favores y pequeños servicios a los demás, a tratar a nuestro Ángel Custodio, a vencernos en el cumplimiento del deber, porque el Señor convertirá todos nuestros actos buenos en joyas preciosas para la eternidad (LEÓN X, Bula Exsurge Domine). Y después de haber dejado aquí frutos que perdurarán hasta la vida eterna, partiremos. Entonces podremos decir con el poeta: “-Dejó mi amor la orilla y en la corriente canta. –No volvió a la ribera que su amor era el agua” ( B. LLORENS, Secreta fuente).

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


3-20. 32ª Semana. Viernes 2004

I. Jesús, el día del Hijo del Hombre es el día de tu segunda venida, al final de los tiempos. En ese día Tú te manifestarás al mundo, y el universo entero se transformará dando lugar a un cielo nuevo y una tierra nueva [188]. Los que estén unidos a Ti con una vida de justicia y santidad participarán en esta definitiva etapa de la Iglesia y del mundo, también llamada la Jerusalén celestial, en la cual no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, por que el mundo viejo ha pasado [189].

Jesús, ¿cuándo y dónde ocurrirá esta transformación universal? Y me respondes: Acerca de aquel día y hora nadie sabe, ni los ángeles de los Cielos, ni el Hijo, sólo el Padre [190]. Lo único que sabemos es que vendrá por sorpresa, como ocurrió en los días de Noé y de Lot, y que tendrá efectos desiguales para los hombres: uno será tomado y el otro dejado.

Jesús, no me has revelado esta verdad para intranquilizarme o para que me despreocupe de un mundo que, en definitiva, se transformará al final de los tiempos. Me has descubierto esta realidad para que tenga una visión más profunda de las cosas y del sentido de mi misma vida. La espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo de la nueva familia humana, que puede ofrecer ya cierto esbozo del siglo nuevo [191].

II. Aquel conocido tuyo, muy inteligente, buen burgués, buena persona, decía: «cumplir la ley, pero con tasa, sin pasarse de la raya, lo más escuetamente posible». Y añadía: «¿pecar?, no; pero darse, tampoco». Causan verdadera pena esos hombres mezquinos, calculadores, incapaces de sacrificarse, de entregarse por un ideal noble [192].

Jesús, la tentación más peligrosa no es la del pecado. El pecado se descubre a sí mismo y puede dar lugar al arrepentimiento y a una vida de mayor piedad. El verdadero peligro es la tibieza: esa actitud mezquina del que no hace nada malo, sin querer comprometerse tampoco a hacer nada bueno. Ésta es una tentación peligrosa, porque no se detecta fácilmente, e incapacita a la persona para amar a Dios.

Quien pretenda guardar su vida la perderá; y quien la pierda, la conservará viva. Jesús, si quiero guardar mi vida para mí, egoístamente, no sólo saldré perdiendo en mi vida eterna, sino también ya aquí, en la tierra. Porque la felicidad en la otra vida se corresponde con la felicidad en ésta: el que, por no saber darse a los demás, no tiene capacidad de amar y ser feliz aquí, se autoexcluye de la felicidad eterna en el Cielo.

Jesús, el pensamiento sobre el final del mundo y sobre tu segunda venida gloriosa me debe dar un poco más de perspectiva sobre el valor de las cosas y de los acontecimientos. Todo ha sido creado por Ti y volverá a Ti en el futuro. Mientras tanto, me has dado la libertad de usar mi vida en beneficio propio o para el bien de los demás. Que sepa entregarme de veras, sacrificándome día a día, por amor, al servicio de los qué, me rodean y, sobre todo, al servicio de Dios.

[188] 2 Pe 3, 13.
[190] Ap 21, 4.
[191] Mt 24, 36.
[192] Catecismo, 1049.
[193] Surco, 12.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo VI, EUNSA


3-21. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

Se nos vuelve a recordar hoy la importancia del amor y de la opción fundamental por la vida en Dios.

¿Hay algo más importante en el ser humano que el amor? Desde que nacemos hasta que nos vamos es lo más esencial que tenemos. Nuestra esencia está marcada por él, no podemos olvidarnos que somos imagen y semejanza de Dios y lo llevamos marcado en lo más profundo de nuestro ser. Es el que hace que guiemos todos y cada uno de nuestros acontecimientos de nuestra vida.

Por otra parte, lo que nos caracteriza como cristianos es nuestra opción. El Evangelio nunca es impuesto, siempre es una elección libre para orientar nuestra vida. No se trata de seguir unas normas o unas leyes. El estilo de vida que tomamos es nacido desde una opción y una vez que somos capaces de entender lo que significa vivir desde el mensaje de Jesús. Hay una enorme diferencia entre ser bueno y ser cristiano. Buenos hay muchos hombres y mujeres, pero realmente el que opta por una vida cristiana tiene en su ser interno una decisión diferente, que radica más allá de hacer cosas bien. Nace de la experiencia con Dios y de encontrar su proyecto de vida para toda la humanidad, de luchar porque se haga presente en la historia y su motivación va más allá de hacer las cosas humanamente.

Por eso es distinto, por eso no son cosas pasajeras o para un momento concreto de la historia de la persona. Ser cristiano implica toda la vida, y va más allá de unas prácticas o manifestaciones. La permanencia en Dios tiene que ver mucho con el encuentro que hemos de tener personal y continuo para hacer de esta tierra un mundo donde habite el plan de Dios y pueda ser disfrutado por todos. A nosotros nos toca ese trabajo hoy y sólo lo haremos cuando estemos unidos a la Vid, desde la raíz, desde lo más íntimo y profundo.

Que Dios nos bendiga y seamos bendición para muchos.

Vuestra hermana en la fe:

Maria Jesús Arija
mjarija@jesusa.jazztel.es