MIÉRCOLES DE LA SEMANA 32ª DEL TIEMPO ORDINARIO
1.- Sb 6, 2-12
1-1.
El autor del Libro de la Sabiduría se adjudica ficticiamente la personalidad del Rey Salomón. Al poner sus reflexiones en labios de ese Rey se permite dar buenos consejos a las «autoridades» de su tiempo. Lo que es siempre válido para todos los que tienen «responsabilidades».
-Oíd, oh reyes, y entended; aprended, soberanos de la tierra. Estad atentos los que gobernáis multitudes y estáis orgullosos de mandar...
Guardada toda proporción, lo que se dirá aquí es verdad para todo hombre o mujer: cada uno de nosotros tiene una parte de responsabilidad sobre uno u otro punto.
En primer lugar, una actitud de humildad: aceptar «instruirse», «oír», "atender". No considerarse perfecto.
Preocuparse de ir adquiriendo siempre una nueva competencia.
-El Señor es quien os ha dado el poder...
Las antiguas tradiciones judías veían en los reyes davídicos a los representantes de Dios... pero nunca se habían atrevido a afirmar que ¡los reyes paganos detentaban también el poder de Dios! Ya algunos profetas habían presentado a algunos jefes paganos como «instrumentos» de los que Dios podía servirse accidentalmente -Ciro, por ejemplo, en Isaías-. Aquí el autor de «La Sabiduría» va mucho mas lejos.
Toda responsabilidad viene de Dios, el cual ¡«pedirá cuentas»!
-Dios examinará vuestra conducta y escrutará vuestras intenciones.
En lugar de aplicar esto a los demás, procuro considerar mis propias responsabilidades desde este ángulo.
Ayuda, Señor, a todo hombre a responder de lo que Tú esperas. Ayúdame a «aceptar mis responsabilidades» bajo tu mirada, pensando que las decisiones que tomaré te interesan, que las examinas y que me pedirás cuenta de ellas.
Te ruego, Señor, especialmente, por todos aquellos que, en la ciudad temporal tienen responsabilidades más graves: jefes de estado, responsables económicos, jefes de partidos políticos, responsables sindicales, responsables municipales, responsables de barrio, jefes de equipo de todas clases.
Te ruego, Señor, muy especialmente por aquellos que en la Iglesia tienen responsabilidades más graves: el Papa, los Obispos, los presidentes de conferencias episcopales, los sacerdotes, los responsables de movimientos y servicios de Iglesia.
Te ruego por los responsables de ese nuevo «poder» que es la opinión pública: los periodistas, los organizadores de emisiones de radio y televisión...
-Si no habéis gobernado rectamente, ni observado la ley, ni caminado siguiendo la voluntad de Dios, terrible y repentino se presentará ante vosotros. Porque para los «dominadores» habrá un juicio implacable. Los "humildes", en efecto, merecen excusa y compasión, pero los «poderosos» serán juzgados «poderosamente» .
El autor usa aquí de la sabiduría popular que, de instinto, lo siente así.
-El Señor de todos, ante nadie retrocede; no hay grandeza que se le imponga.
Es verdad que la gran tentación de los jefes es creer que son amos absolutos y ¡que no tienen a nadie por encima de ellos!
De hecho, saben muy bien que su poder no viene ni de su «genealogía», ni de su audacia personal, ni de su «grandeza».
Dios, concebido como garantía absoluta de la rectitud de las relaciones humanas en la ciudad: todos estamos sometidos al mismo dueño imparcial y justo.
NOEL
QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 384 s.
2.- Tt 3, 1-7
2-1.
A través de las Epístolas Pastorales -a Timoteo y a Tito- vemos como Pablo instituye una jerarquía en la Iglesia: unos «episcopes», unos «presbyteros», y unos «diakonos». Son los encargados de administrar las «iglesias locales» y cuya misión esencial es la de enseñar: deben enseñar la «buena doctrina», una doctrina que lleve a unas actitudes prácticas. Escuchemos a san Pablo.
-Hijo muy querido, recuerda a los fieles que deben vivir sumisos a los dirigentes, a las autoridades, obedecerles...
Sucede a veces que se ha presentado a los primeros cristianos como a unos revolucionarios empeñados en socavar las instituciones del Imperio romano. De hecho, una verdadera revolución interior está en marcha, una renovación de la sociedad antigua...; pero esto se hará por la renovación de las mentalidades y no por la «toma del poder», o por actuaciones de carácter político.
Pablo, y ninguno de los demás apóstoles no cayeron nunca en la trampa que el mundo tiende a la Iglesia... de todo tiempo... para conducirla a un terreno estrictamente humano -una sociedad como tantas otras, un grupo de presión como los otros «partidos» de la sociedad-. Jesús había ya resistido a esa misma tentación: «dad al César lo que es del César.»
Pablo, en una fórmula equivalente, dice que hay que respetar los poderes de la sociedad civil.
-Estar disponibles para cualquier buena acción...
Para Pablo, el Estado es el encargado del «bien común».
Y los cristianos han de ser, en el mundo, unos ciudadanos ejemplares: estar dispuestos a toda buena acción.
Fórmula admirable.
¿Cómo podríamos ser testigos del "amor de Dios a los hombres" a la vez que les despreciamos o nos distanciamos, rehusando participar en los actos colectivos que nuestros hermanos organizan? En nuestros barrios, en nuestras empresas, en las escuelas, en las asociaciones de toda clase... ¿están los cristianos "disponibles"?
-No injuriar a nadie, no ser discutidores, sino benévolos, mostrándonos amables con todos los hombres...
Pablo invita a Tito a recordar continuamente esas cosas a los fieles: que los cristianos sean y se muestren buenos y conciliadores respecto de los no cristianos... -y también entre ellos, ¿por qué no?- ¡Señor, si esto fuera verdad! ¡Señor, concédenos esta gracia!
Los cristianos: seres «bienhechores»... seres «benévolos»...
¿Cómo traduciríamos, HOY, esos términos? Por... Serviciales. Generosos. Atentos. Afables. Obligados. Comprometidos en el servicio de los demás. Complacientes, amables.
Según nuestro temperamento y nuestro medio social estas palabras son «atrayentes» o «repelentes». Lo que cuenta es la actitud que suponen. Y, en cualquier grupo humano, nadie se engaña.
-Pues también nosotros fuimos, en algún tiempo, insensatos, desobedientes, aborrecibles... Pero, cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador y su amor a los hombres, El nos salvó. No por actos meritorios nuestros, sino según su misericordia. Por el agua del bautismo nos regeneró, y nos renovó en el Espíritu Santo.
La gracia -la acción de Dios-, significada y otorgada en particular por el bautismo, se halla en el origen de nuestra regeneración interior, el cristiano, que era un hombre como todos, viene a ser un «ser nuevo»... El compromiso del cristiano en el mundo es una exigencia de su bautismo.
NOEL
QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 384 s.
3.- Lc 17, 11-19
3-1.
3-2.
-Yendo camino de Jerusalén, atravesó Jesús Samaría...
No olvidemos jamás ese contexto.
Jesús está en camino. Va caminando.
Es su último viaje. Va «hacia Jerusalén» donde matan a los profetas. «No conviene que un profeta muera fuera de Jerusalén» (Lucas 13, 33)
El camino de cruz, el camino de Jesús, ha comenzado desde hace ya mucho tiempo.
Contemplo a Jesús subiendo hacia Jerusalén, libremente, conscientemente, voluntariamente, sabiendo donde va.
-Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron hacia El diez leprosos. Le pararon a distancia y le gritaron...
La legislación de Moisés era rigurosa: «El leproso debe desgarrar sus vestidos, dejar los cabellos desgreñados, flotar al viento, cubrir su barba y gritar: «¡impuro!, ¡impuro!» (Levítico 13, 45)
Esos pobres entre los más pobres respetan pues la Ley: gritan a distancia. Evoco la escena.
-«¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!»
Uno de los grandes clamores de toda humanidad sufriente .
Una plegaria que repetimos, con frecuencia en la misa.
«¡Señor, piedad!»
Que no tenga yo jamás miedo de clamar al Señor, de apelar a su misericordia.
En la Biblia, la lepra es a menudo el símbolo del pecado, el mal que desfigura. No es inútil apelar a esa imagen que afecta nuestra sensibilidad, para mejor comprender lo que es el pecado, para Dios.
-Al verlos, Jesús les dijo: «Id a presentaros a los sacerdotes.» Era también la Ley (Levítico 14, 2)
De paso, es un hermoso ejemplo de sumisión de Jesús a las autoridades de su país.
Mientras iban de camino quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a voces.
Se echó, el rostro contra el suelo, a los pies de Jesús, dándole las gracias.
«Alabar a Dios a voces» «Darle gracias»
Actitud esencial del que ha sido «salvado». Actitud principal del que participa en la «eucaristía», en griego «acción de gracias»
Ayúdame, Señor, a saber reconocer tus beneficios... Ayúdame a orar con mis alegrías, mis horas felices, con las gracias que recibo de ti.
Cada noche, examinar cómo he pasado el día para darte las gracias. Ir a la eucaristía con el corazón rebosante de gozo por las maravillas de Dios. Y estar dispuesto, durante el acto litúrgico, a glorificar a Dios «de viva voz».
Me imagino al leproso curado, sus gritos de alegría, sus gestos...
-Ahora bien, era un «Samaritano»...
Un nuevo detalle a inscribir en el dossier del racismo. El hombre despreciado, la raza desdeñada... está más cerca de la verdadera Fe que el que cree estar en la buena religión.
Una vez más -según la parábola de buen samaritano, (Lucas 10, 30) Jesús pone como ejemplo a los que eran mal vistos por los judíos fieles. Algunos paganos, por sus cualidades humanas auténticas, pueden estar más cerca de Dios que algunos fieles. A través de esos hechos evangélicos, adivinamos la apertura del evangelio a naciones y países hasta aquí apartadas del pueblo de Dios.
-¿Y los otros nueve? ¿Sólo este extranjero ha vuelto para dar gracias a Dios?
Ruego por todos los «samaritanos», los extraños a nuestra fe... y también por todos los fieles que no saben alabar a Dios.
NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 276 s.
3-3
1. (Año I) Sabiduría 6,2-12
a) Ya desde el principio, el libro de la Sabiduría iba dirigido sobre todo a los gobernantes: "amad la justicia, los que regís la tierra", leíamos el lunes; y hoy les dice: "oíd, reyes y entended; aprended, soberanos de los confines de la tierra". Son los que más necesitan sabiduría para tomar decisiones justas.
Se les dan unas advertencias muy claras: que "han recibido el poder del Señor" y que el juicio sobre su actuación será más exigente que para los demás: "él examinará vuestras obras y sondeará vuestras intenciones... un juicio implacable espera a los que mandan".
El salmo les encarga a los gobernantes que "protejan al desvalido y al huérfano, que hagan justicia al humilde y al necesitado". Si no lo hacen, si cometen o consienten injusticias, no escaparán del juicio de Dios: "aunque seáis dioses, moriréis como cualquier hombre; caeréis, príncipes, como uno de tantos".
b) Ante Dios, origen de todo poder, no hay autoridad ni grandeza que valga, todos somos pequeños.
También en el ambiente de una familia, de una comunidad o de la Iglesia, el que tiene autoridad debe recordar que se juzgarán sus acciones con mayor rigor. Es lo que también enseñaba Jesús, en sus parábolas sobre los criados y los administradores que esperan la vuelta de su señor: a los criados se les juzgará, pero sobre todo recibirán mayor castigo los que tienen responsabilidad, si es que se dejan llevar por sus caprichos y cometen injusticias o se emborrachan de poder y de tiranía.
A los gobernantes políticos y a los eclesiásticos, además de otros criterios de sabia administración, les va bien que les recuerden que su autoridad deriva de Dios, como dijo Jesús a Pilato: "no tendrías ninguna autoridad ni no la hubieras recibido de Dios". Y que tendrán que dar cuenta a Dios. Esto les urgirá a que vayan actuando según la sabiduría de Dios, y no por propio interés.
1. (Año II) Tito 3,1-7
a) Esta vez las recomendaciones que hace Pablo a Tito y a la comunidad de Creta se refieren a los deberes sociales.
Se tiene que notar la distinción entre el "antes" y el "después" de la conversión a la fe de Cristo. Antes, el panorama que pinta tan vivamente Pablo no es muy recomendable: éramos insensatos y obstinados, "íbamos fuera de camino", porque éramos "esclavos de pasiones y placeres de todo género" y "nos pasábamos la vida fastidiando y comidos de envidia y nos odiábamos unos a otros".
Pero ahora que creemos en Cristo Jesús debe cambiar nuestra imagen en medio de la sociedad. Por eso Tito les debe recomendar a los suyos: "que se sometan al gobierno y a las autoridades", que se dediquen "a toda forma de trabajo honrado", "sin insultar ni buscar riñas", y que sean "condescendientes y amables con todo el mundo".
b) ¿Cómo tenemos que actuar los cristianos en medio de la sociedad? Para que sea creíble nuestro testimonio, tenemos que empezar por ser intachables ciudadanos de este mundo.
Sigue siendo útil que se nos recuerde lo que tenemos que evitar: pasarnos la vida fastidiando a los demás, en medio de riñas e insultos, o comidos de envida, insoportables para nuestra familia o comunidad, odiándonos unos a otros. Todo eso es vivir según criterios de egoísmo personal, sin ninguna clase de solidaridad con los demás ni sensibilidad social, "esclavos de pasiones y placeres de todo género".
Se nos proponen metas muy concretas de convivencia humana: que nos dediquemos honradamente al trabajo, que obedezcamos las leyes sociales y a las autoridades, que seamos amables con todos, serviciales con la familia de al lado, con las personas que conviven con nosotros. Así imitaremos a Jesús, el que se entregó por todos, y será válido nuestro testimonio, porque ese lenguaje de la servicialidad lo entienden todos.
El motivo del cambio es que ha venido Jesús. Ayer decía Pablo que "ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos". Hoy lo expresa así: "ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre", y "según su misericordia nos ha salvado, con el baño del segundo nacimiento y la renovación por el Espíritu Santo". El sacramento de la iniciación cristiana baño y donación del Espíritu- es la razón profunda de nuestro cambio de estilo. Pero detrás del cambio moral está la gracia, la salvación, la bondad, el amor de Dios. No tanto unas normas impuestas bajo penas de castigo.
El salmo nos hace cantar: "tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida". Por eso debemos también nosotros repartir bondad en torno nuestro.
2. Lucas 17,11-19
a) De los diez leprosos curados, sólo uno, y extranjero, vuelve a dar gracias a Jesús.
La breve oración de los diez había sido modélica: "Jesús, maestro, ten compasión de nosotros". Pero luego nueve de ellos, se supone que judíos, no regresan. Sólo un samaritano, que era mal visto por los judíos: "los otros nueve ¿dónde están? ¿no ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?".
La lección que da Jesús va dirigida a sus paisanos: los del pueblo elegido son, a veces, los que menos saben agradecer los favores de Dios, mientras que hay extranjeros que tienen un corazón más abierto a la fe.
b) Nosotros empezamos nuestra celebración eucarística con una súplica parecida a la de los leprosos: "Señor, ten piedad". Y hacemos bien, porque somos débiles y pecadores, y sufrimos diversas clases de lepra. La oración de súplica nos sale bastante espontánea.
Pero ¿sabemos también rezar y cantar dando gracias? Los varios himnos de alabanza en la misa -el Gloria, el Santo- y tantos salmos de alegría y acción de gracias, ¿nos salen desde dentro, reconociendo los signos de amor con que Dios nos ha enriquecido? ¿sólo sabemos pedir, o también admirar y agradecer?
Hay personas que nos parecen alejadas y que nos dan lecciones, porque saben reconocer la cercanía de Dios, mientras que nosotros, tal vez por la familiaridad y la rutina de los sacramentos -por ejemplo del perdón que Dios nos concede en la Reconciliación- no sabemos asombrarnos y alegrarnos de la curación que Jesús nos concede.
Debemos cultivar en nosotros un corazón que sepa agradecer, a las personas que nos rodean y que seguramente nos llenan de sus favores, y sobre todo a Dios.
"Desead mis palabras, ansiadlas, que ellas os instruirán" (1ª lectura I)
"Sin insultar ni buscar riñas, sean amables con todo el mundo" (1ª lectura II)
"¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?" (evangelio)
J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 274-277
3-4.
Tit 3, 1-7: Dios nos salva por pura misericordia
Lc 17, 11-19: El hombre agradecido retorna a su Señor
Los leprosos eran en la época de Jesús los seres más despreciables. Estaban proscritos y permanecían completamente aislados. Vivían en cavernas a las orillas de los camino y comían lo que los peregrinos le arrojaban. Eran considerados impuros y no aptos para vivir en sociedad. No se podían acercar a nadie, bajo riesgo de morir si incumplían las prescripciones. Prácticamente, no eran considerados seres humanos.
Jesús permite que un grupo de leprosos se le acerque. Rompe con este gesto la mentalidad segregacionista que divide el mundo en puros e impuros, sacros y profanos. Jesús afronta solo la escena. Los discípulos se ausentan ante tamaño grupo de leprosos proscritos. La petición de los leprosos es simple: haz algo por nosotros. Jesús los remite a los sacerdotes, que era la institución encargada de decidir quién es puro y quién impuro. De camino, todos quedan curados, pero únicamente uno se regresa.
El leproso que retorna a Jesús sabe que quien le ha dado la sanación vale más que la institución a la que ha sido remitido. Reconoce a Jesús por encima de otras instancias de Israel. El leproso entiende que Jesús lo ha reintegrado a la comunidad humano, no importando que como leproso y extranjero fuera un doble marginado. Frente a Jesús se postra y reconoce al hombre de Galilea que ha sido su redentor.
Jesús en seguida encara a la aldea por su actitud: solamente el leproso extranjero ha mostrado tener una fe verdadera. Unicamente el que ha regresado reconoce que en medio del pueblo, Dios ha puesto una instancia superior. La fe del hombre enfermo y marginado es la que le permite ser completamente redimido. Los otros nueve han corrido detrás de sus opresores, sólo el extranjero se ha puesto a los pies de su Liberador.
SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO
3-5. CLARETIANOS 2002
El autor de la carta a Tito está obsesionado con el centro de la fe. En el fragmento de hoy repite casi literalmente la frase cumbre de ayer: "Ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre, no por las obras de justicia que hayamos hecho nosotros, sino que según su propia misericordia nos ha salvado". Desde esta novedad podemos encontrar pistas para orientar nuestra vida presente, incluyendo la relación que debemos mantener con las autoridades. El criterio que aquí se nos ofrece es de respeto y acatamiento: "Recuérdales que se sometan al gobierno y a las autoridades". Al principio, los cristianos procuraron presentar la fe como compatible con la lealtad a la autoridad imperial romana. Esta es la postura que domina en las cartas de Pablo y en el evangelio de Marcos. Incluso se piden oraciones por las autoridades civiles "para que llevemos una vida feliz y sosegada" (1 Tim 2,1-2).
El tono se endurece, sin embargo, cuando comienzan las persecuciones. La primera carta de Pedro y el Apocalipsis representan una postura más crítica. Para 1 Pe, el estado es una institución humana, algo creado (1 Pe 2,13). La obediencia civil no debe ser servidumbre sino servicio a Dios en libertad (2,16). Mucho más duro es el tono del Apocalipsis. Llama al imperio romano y al emperador "monstruo", "bestia" (capítulo 13). Roma es la gran prostituta de Babilonia (17,18).
Lucas nos pinta hoy un cuadro lleno de contrastes. La historia tiene lugar en un territorio herético (entre Samaría y Galilea). Los personajes son gente proscrita (un grupo de leprosos). El protagonista es doblemente maldito (por ser samaritano y por ser leproso). Sobre este telón de fondo destaca mucho más la actitud del leproso samaritano que "vuelve" para dar gracias a Jesús por su curación. Jesús alaba esta actitud ("Tu fe te ha salvado"), que es una actitud de "vuelta".
¿Habéis caído en la cuenta de que a Lucas le
encanta subrayar la "vuelta" de sus personajes (el hijo pródigo, los discípulos
de Emaús, el leproso curado)? En estas "vueltas" veo representadas las
experiencias de muchos amigos y conocidos. De niños recibieron la fe en el seno
de sus familias. Durante la juventud, muchos se alejaron de lo que consideraban
un residuo infantil. Es probable que hayan vivido en tierra de nadie durante
diez, veinte, treinta años. A veces, la vida los ha colocado de nuevo en
situaciones extremas en las que han proferido una súplica rescatada del baúl de
la infancia: "Jesús, maestro, ten compasión de mí". Volver a creer al cabo de
muchos años de duda o de increencia es recorrer el camino que va de la
autosuficiencia a la gratitud. Estas "vueltas" no tienen quizá el ímpetu de las
primeras experiencias de fe, pero están enriquecidas por la profundidad y la
humildad.
Gonzalo (gonzalo@claret.org)
3-6. 2001
COMENTARIO 1
JESÚS INICIA LA TRAVESÍA QUE CULMINARÁ EN EL CALVARIO
«Sucedió que, yendo camino de Jerusalén, también él, Jesús, se puso a atravesar
por entre Samaria y Galilea» (17,11). Nuevo escenario: la tierra de nadie, como
quien dice, que discurre 'por entre Samaria' (región intermedia, heterodoxa) 'y
Galilea' (región del Norte), camino de 'Jerusalén' (capital de la Judea, región
del Sur, designada con el nombre sacro, en representación de la institución
judía política y religiosa). La expresión 'también él' es anafórica, es decir,
hace referencia a otro personaje que, como Jesús, inició una 'travesía' que ha
quedado grabada en la memoria de los oyentes. Lucas emplea con frecuencia esta
expresión. Recordad la escena de Marta y María: «Sucedió que, mientras ellos
(los discípulos) hacían camino, también él, Jesús, entró en una aldea» (10,38).
Jesús inicia, pues, una nueva travesía histórica en dirección a 'Jerusalén', la
capital y punto neurálgico de la tierra prometida. (De hecho, la 'travesía'
culminará en el templo, con la denuncia de la institución religiosa del
judaísmo: 19,45-46.) Es probable que Lucas haga referencia ya sea al paso del
mar Rojo, por obra de Moisés (Ex 14), ya sea a la travesía del Jordán, antes de
entrar en la tierra prometida, por obra de Josué (= Jesús, en griego: Jos 3): en
una y otra travesía se subraya un 'atravesar por entre' dos cosas. Según eso,
Jesús emprendería ahora la última 'travesía' en el marco del 'camino' que lo
llevará al futuro de la tierra prometida, 'Jerusalén'/el templo. Según se ha
dicho al comienzo de este 'camino', Jesús se encamina hacia allí con el fin de
encararse con la institución judía y denunciar la mentalidad idólatra de Israel.
LA «ALDEA», FIGURA DE LA MENTALIDAD CERRADA
Y NACIONALISTA
La travesía, por lo que dice el texto, la inicia Jesús solo: «Yendo camino de
Jerusalén, también él se puso a atravesar... » (17,11). Evidentemente, se trata
de un artificio literario. Lo menos que se puede decir es que Lucas quiere
centrar la atención sobre la persona de Jesús. (Una función semejante a la de
los focos en un escenario.) Pero hay más. En el versículo siguiente se insiste
en este singular: «Y al entrar él en una aldea, le salieron al encuentro diez
individuos leprosos» (17, la). Por lo que se ve, los discípulos, que hasta ahora
lo acompañaban durante el viaje, se han escabullido.
Lo bueno del caso es que, en la secuencia siguiente, serán mencionados al lado
de los fariseos, encontrándose ambos grupos en la misma 'aldea' que los
'leprosos', pues no hay nueva composición de lugar y, por tanto, no hay cambio
de escenario. Sorprende que los 'leprosos', figura de los marginados por la
teocracia de Israel, no vivan fuera de la 'aldea'; al contrario, desde allí
'salieron al encuentro' de Jesús y «se pararon a lo lejos», delimitando
escrupulosamente la esfera de la vida, en que se mueve Jesús, de la suya, llena
de impureza y de muerte. Como habitantes que son de esta 'aldea', participan de
su mentalidad: en oposición a la 'ciudad', la 'aldea' es en el lenguaje figurado
de los evangelistas el reducto de la ideología nacionalista y fanática de
Israel.
Por otro lado, a pesar de habitar en la 'aldea', propiamente no son considerados
ciudadanos, sino que se les mantiene marginados en el ghetto de los 'leprosos',
por alguna razón que tiene que ver con la mentalidad allí imperante. Finalmente,
el término 'aldea' está precedido de un indefinido, «cierta aldea», típica forma
de dar representatividad a un personaje individual o colectivo. La «lepra» está
íntimamente relacionada con esta 'aldea' indeterminada en la que 'entra' Jesús
(v. 12a) y de la que los invita a salir (v. 14a) y, al volver el samaritano (v.
15), a irse de allí definitivamente (v. 19b).
SAMARITANO Y LEPROSO, DOBLEMENTE MARGINADO
Más adelante Lucas nos dará a conocer la diversa condición de los diez
'leprosos' (un nuevo artificio literario, destinado a crear 'suspense'). Así,
del único de los diez que regresa, puntualizará: «y éste era samaritano»
(17,16b); y más adelante: «¿No ha habido quien vuelva para agradecérselo a Dios,
excepto este extranjero?» (17,18). Esto quiere decir que los otros nueve eran
'galileos' (¡la 'aldea' se encuentra 'entre Samaria y Galilea'!) y 'auctóctonos',
de raza judía. El grito que lanzan a Jesús es muy revelador: «¡Jesús, jefe, ten
compasión de nosotros!» (17,13). Lucas es el único evangelista que emplea el
término «jefe/caudillo» (seis veces: 5,5; 8,24.45; 9,33.49 y aquí); hasta ahora
siempre lo ha puesto en boca de los discípulos, quienes, por otro lado, evitan
llamarlo «maestro» cuando se dirigen a Jesús. Nótese que los 'diez leprosos'
quedan 'limpios' (lit. 'libres de impureza') al salir precisamente de la aldea.
(Jesús no los toca, ni los libra directamente del yugo de la impureza: cf.
5,13). Eso corrobora que la impureza les afecta porque comparten la mentalidad
que allí impera, mientras que al salir se ven libres de ella. Decir de un
'samaritano' que es un 'leproso' no tendría nada de extraño: lo es, por su
condición de heterodoxo, a los ojos de los judíos. Decirlo de un 'galileo'
significa que, por su mal comportamiento, ha quedado moralmente manchado e
impuro a los ojos de los judíos ortodoxos.
Por otro lado, el grupo constituido por los diez leprosos es un grupo mixto (9
galileos + 1 samaritano), unidos todos ellos por una misma 'suerte': ser
'leprosos' a los ojos de la institución religiosa. A partir del momento en que
todos ellos aceptan someterse a las reglas del juego de la institución judía («Id
a presentaros a los sacerdotes», 17,14a, tal como prescribía la Ley), dejan de
ser marginados («Mientras iban de camino, quedaron limpios», 17,14b). Los nueve
'galileos' continúan haciendo camino hacia Jerusalén, con el fin de 'presentarse
a los sacerdotes': la institución judía les abrirá de nuevo las puertas y los
reintegrará al pueblo de Israel. El 'samaritano', en cambio, se ha quitado de
encima una marginación, la moral, pero le queda la étnica. Por esto es capaz de
darse cuenta de que Jesús es el único que lo puede liberar definitivamente de
toda mancha o impureza legal, ya que simplemente no cree en nada de todo esto:
«Uno de ellos, dándose cuenta de que había quedado curado, se volvió alabando a
Dios a grandes voces y se echó a sus pies rostro a tierra, dándole las gracias:
éste era samaritano» (17,15-16).
«LEPROSO» DISCIPULO QUE SIGUE CREYENDO
EN LA VALIDEZ DE LA LEY
Todos esos trazos que hemos aducido sólo tienen una explicación plausible: los
'diez leprosos' que, a pesar de comulgar con la mentalidad de la 'aldea', son
considerados 'impuros', representan el grupo de los discípulos de Jesús. Estos,
por más que le hayan prestado su adhesión personal, siguen creyendo en la
validez de la Ley de lo puro e impuro y, en el fondo, en las prerrogativas de
Israel, apoyadas por la Ley, a manera de Constitución de un pueblo teocrático.
El hecho de sentirse 'leprosos' hace que puedan convivir juntos en la
marginación judíos y samaritanos. Tienen una Ley común (el Pentateuco), si bien
no la observan al pie de la letra, a diferencia de los judíos ortodoxos. La
mayoría («nueve») seguirá aferrada a la mentalidad nacionalista de Israel; pero
una pequeña parte («uno», «samaritano», «extranjero») se ha distanciado
definitivamente de ella y ha comprendido cuál era el alcance de su compromiso
con Jesús al saltarse olímpicamente la Ley a la que hasta ahora se sentía
obligado, pero que, al no poder observarla, lo declaraba impuro, «leproso».
Los discípulos israelitas han quedado puros por el mero hecho de haberse
reintegrado a la institución, convencidos de que Jesús compartía aún los
principios constitutivos de Israel (lo han visto entrar en la 'aldea' y les ha
ordenado 'presentarse a los sacerdotes') Como quiera que suspiraban por ser
reconocidos, lo han interpretado como mejor les convenía. Jesús pretendía que
se liberasen ellos mismos de las ataduras que los retenían, como 'leprosos',
dentro de la 'aldea'; que no viviesen divididos, dándole la adhesión a él y
compartiendo al mismo tiempo la mentalidad de la institución que él iba a
denunciar. Pero en vano. No pudieron seguir en el camino que lo conducía al
fracaso en Jerusalén y se quedaron atrapados en la aldea. Ahora bien: los judíos
ortodoxos les pasaron factura y los marginaron. Momentáneamente han quedado
limpios, pero volverán a las andadas. Hasta que no se den cuenta, como el
samaritano, de que la única forma de evitar toda clase de 'lepra' es dejar de
creer en la Ley que divide el mundo en sagrado y profano, puro e impuro, buenos
y malos, observantes y pecadores, no se zafarán de la poderosa y omnipresente
influencia de la institución judía.
EL «LEPROSO» SE HA CURADO EL SOLO
La última frase de la pequeña secuencia no hace sino remachar el clavo. Esta
secuencia tiene dos partes: en la primera (vv. 12- 14a) son presentados los diez
leprosos como un conjunto; en la segunda (vv. 14b- 19) se centra la atención en
el de origen samaritano. Este representa, dentro del grupo de discípulos, la
fracción de creyentes que, por su pasado, no ha comulgado nunca del todo con la
institución y que, por tanto, a pesar de las presiones ambientales, conseguirá
distanciarse de ella: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado» (17,19). Estaba
postrado en la 'aldea', por haber creído por unos momentos en la validez de la
Ley: Jesús lo invita a levantarse; permanecía allí inmovilizado, incapaz de
seguir a Jesús hacia Jerusalén: Jesús lo invita a salir, a hacer también él su
éxodo personal; estaba enfermo, con el corazón dividido por su doble adhesión, a
Jesús y a su pasado nacional: su adhesión total a Jesús lo ha salvado ahora
definitivamente.
COMENTARIO 2
De nuevo nos encontramos aquí con una escena en que hombres aparentemente
religiosos están más alejados de la verdadera piedad que otros que, a simple
vista y en la consideración general, parecen ser adversarios del plan de Dios.
Los diez leprosos han experimentado por igual en su vida el paso salvador de
Dios. Pero nueve de ellos, y precisamente aquellos que pertenecen a la realidad
salvífica de Israel, poseedores de su Ley y partícipes de su culto, han sido
conducidos por la preocupación de realizar los pasos legales prescritos. Y se
han olvidado de la obligación religiosa principal: dar gloria a Dios en voz
alta.
Por el contrario, alguien que no pertenecía a esa realidad salvífica se
convierte en pregonero de las maravillas de Dios realizadas en su propia vida.
Él no está atrapado en las prescripciones legales respecto a Templo y
sacerdotes, y esta aparente falta de piedad lo conduce a la piedad auténtica de
quienes saben descubrir la presencia de Dios como una gracia y un don.
Atrapados en reglamentos, leyes y convicciones que determinan el ámbito
religioso, también nosotros estamos expuestos al riesgo de olvidar que la única
actitud exigida ante el Dios de la gracia es aquella que brota de un corazón
agradecido.
El leproso samaritano curado nos señala el auténtico camino del acercamiento a
Dios. La fe que lo ha salvado debe hacerse presente en toda vida cristiana que
siempre debe estar pronta a correr a los pies de Jesús para dar gracias y
glorificar a Dios.
1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
3-7. 2002
En una sencilla narración evangélica encontramos
las claves de lo que debe ser la vida del cristiano. Las podemos definir en tres
sencillas palabras: misericordia, fe y agradecimiento. La misericordia es una de
las actitudes que los evangelistas nos presentan más habitualmente en Jesús.
¡Cuántas veces sintió piedad ante los necesitados y enfermos! Hoy a veces parece
que sentir piedad ante otra persona significa rebajarla. No es eso lo que hace
Jesús. Su piedad no rebaja sino que libera, levanta a las personas. Jesús siente
piedad porque siente como suyo el dolor o el sufrimiento de la persona que tiene
ante sí.
La fe hay que entenderla como la capacidad de acoger la presencia de Dios cerca
de nosotros. Varias veces a lo largo del Evangelio dice Jesús que a los que
acaba de curar que ha sido su fe, la de ellos, la que les ha curado. Es como si
la fe lograse unificar la persona y unirla de tal modo a Dios que le diese el
poder de hacer verdaderos milagros. Y el agradecimiento como respuesta de
corazón a lo que se ha recibido gratis. Fruto de ese agradecimiento ante el don
de Dios es la misericordia, la compasión, que experimenta el cristiano ante el
hermano o la hermana pobre o necesitado. Y la cadena vuelve a empezar, porque el
cristiano que se deja llevar por esa misericordia se hace testigo de la
presencia de Dios para sus hermanos y hermanas.
Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
3-8. ACI DIGITAL 2003
18. Gloria a Dios: Una vez más hace resaltar Jesús que la gloria de Dios consiste en el reconocimiento de sus beneficios. La alabanza más repetida en toda la Escritura dice: "Alabad al Señor porque es bueno, porque su misericordia permanece para siempre" (S. 135, 1 ss., etc.). Sobre el "extranjero", véase 9, 53 y nota: "Mas no lo recibieron, porque iba camino de Jerusalén". Los samaritanos y los judíos se odiaban mutuamente. Jesús, cuya mansedumbre contrasta con la cólera de los discípulos, les muestra en 10, 25 ss.; 17, 18 y Juan 4, 1 ss. cómo hay muchos samaritanos mejores que los judíos.
3-9. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO
Miércoles 12 de noviembre de 2003
Josafat, Millán de la Cogolla
Sab 6, 2-12: La Sabiduría la encuentran los que la buscan
Salmo responsorial: 81, 3-4.6-7
Lc 17, 11-19: Los 10 leprosos
Empieza una nueva etapa en el camino a Jerusalén,
por eso Lucas da noticias sobre el viaje (como lo hizo al comienzo de cada etapa
en 9, 51 /13, 22 y más adelante en 18, 31): 'Y sucedió que, de camino a
Jerusalén'. No se trata de una historia en el aire: 'érase un una vez…', Aquí
tenemos 'un camino'. Lucas gusta de presentar la vida cristiana y el movimiento
de Jesús como un camino. Y no es un camino cualquiera, sino un camino hacia
Jerusalén, donde Jesús enfrentará su Pascua.
Estamos entrando en territorio de samaritanos. Samaría para los judíos es tierra
extranjera e impura. Para Lucas es territorio de misión. La situación es todavía
más terrible, porque salen al encuentro de Jesús 10 leprosos. Los leprosos no
podían entrar en ningún pueblo ni acercarse a ninguna persona. Un leproso
sanado, tenía que presentarse a los sacerdotes, para que certificaran su
curación y hacer sacrificios de acción de agracias y purificación. Jesús por eso
envía a los 10 leprosos a los sacerdotes como si ya fuera un hecho su sanación.
Mientras iban de camino quedaron limpios de la lepra. Uno sólo volvió donde
Jesús, glorificando a Dios en alta voz. Los otros 9 quedaron enredados con los
sacerdotes. Sólo uno se encuentra con Jesús, los otros 9 quedan presos de la
institución. Cumplen la ley, pero no dan gracias a Dios y no se encuentran con
Jesús.
El que vuelve donde Jesús era un samaritano, que Lucas llama además
'extranjero'. Al comienzo del viaje, cuando Jesús afirmó su voluntad de ir a
Jerusalén, envió mensajeros delante, que entraron en un pueblo de samaritanos.
Pero en dicha ocasión, no lo recibieron, porque tenía intención de ir a
Jerusalén. Jesús reprende a los discípulos que quieren destruir con fuego a los
samaritanos (Lc 9, 51-56). En 10, 29 -37 tenemos la conocida parábola del Buen
Samaritano. En Hch 8 tenemos la misión de Felipe a los samaritanos, y
posteriormente la visita de Pedro y Juan donde ellos. En la obra de Lucas, por
lo tanto, Samaría y los samaritanos son valorados positivamente.
Al samaritano que vuelve a dar gloria a Dios, Jesús le dice 'tu fe te ha
salvado'. No lo salvó los ritos que cumplió con los sacerdotes, sino la fe. No
lo salvó la ley, sino la fe. El samaritano no sólo es sanado, sino que también
recibe el Evangelio de la Gracia. Posiblemente también se hizo discípulo de
Jesús y misionero, pues le dice: 'levántate y vete'.
3-10. DOMINICOS 2003
“Oíd, reyes, y entended... Estad atentos los que gobernáis multitudes y estáis orgullosos...El poder lo habéis recibido del Altísimo, y él examinará vuestras obras y sondeará vuestras intenciones...
Si no habéis gobernado rectamente, si no habéis guardado la ley ni caminado siguiendo la voluntad de Dios, Él caerá sobre vosotros con dureza y con sorpresa...
A vosotros, gobernantes, se dirigen mis palabras para que aprendáis sabiduría y no caigáis en el error, porque sólo los que guardaren santamente las cosas santas serán reconocidos santos...”
La Sabiduría es maestra de vida y lo mismo habla a sabios que ignorantes, a señores que a esclavos, a poderosos que a necesitados de ayuda. Quien no sabe conducirse como hijo de Dios tiene ante sí un horizonte terrible.
“En aquel tiempo, yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba por entre Samaria y Galilea... Vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos, y a gritos le decían: Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.
Jesús, al verlos, les dijo: Id a presentaros a los sacerdotes. Mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos..., era un samaritano. [Los otros siguieron su camino].
Jesús, al recibirlo, tomó la palabra y dijo: ¿No han quedado limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?...”
Esos otros nueve podemos ser nosotros. Lo somos cuando nos hacemos olvidadizos de los dones de gracia y naturaleza, cuando somos perdonados y volvemos a pecar, cuando nos ayudan los hermanos y luego no les correspondemos, cuando tenemos palabras buenas no llegamos a las obras.
Nos encarece la Sabiduría al decir que los gobernantes, cuando asumen responsabilidades, han de saberse llamados a actuar con el poder de Dios y en fidelidad a Él; sin atribuirse a sí mismos el dominio sobre los demás, como si éstos fueran inferiores o esclavos. Lo contrario sería indigno. Por eso, han de prever que ante Dios serán juzgados y premiados, o castigados, por el grado de fidelidad a la verdad y a los hombres, no por sus caprichos.
Esa idea socio-religiosa de que el ‘poder del gobernante’ sea don de Dios más bien que otorgamiento de los hombres, no es hoy bien recibida. Hoy vemos a los gobernantes como unos más del pueblo, de la nación. Es el pueblo quien les confiere poderes especiales para que tomen la dirección del mismo, con discernimiento, y siempre sujetos a revisión.
En su ejercicio, por tanto, han de considerarse responsables ante Dios, ante los ciudadanos, ante la verdad, sin rehuir ninguna de esas facetas de responsabilidad. Tarea delicada y difícil, pero buen servicio a los demás.
Todos, como los diez, somos personas colmadas de debilidades, enfermedades y miserias, pero también poseemos dones que compartir. Por ambos lados, estamos obligados a ayudarnos mutuamente en las necesidades, y también a ser agradecidos por cada gracia, mano amiga, alivio o consuelo, luz y esperanza, pan y apoyo que recibimos.
3-11. CLARETIANOS 2003
Queridos amigos y amigas:
El episodio que narra el evangelio de los leprosos no puede menos de evocar esa
escena tan común del niño que, habiendo recibido un regalo, queda tan fascinado
por él que tienen que intervenir su padre o su madre para indicarle: “¿Qué se
dice?”, para que agradezca el don. A nosotros nos suele pasar lo mismo. Estamos
acostumbrados a elevar nuestras peticiones a Dios cuando nos encontramos en
situación de necesidad, pero, con frecuencia, nos cuesta actuar con igual
rapidez y consciencia, a la hora de dar gracias a Dios por los dones que nos
confía. Nos cuesta reconocer el don de Dios como tal don. Jesús lo pudo
comprobar en los signos que hacía, que buscaban no sólo liberar de sus males a
la persona en cuestión, sino también suscitar la fe pero que, probablemente, en
bastantes casos, ni siquiera se dio la oportunidad como en este episodio.
Y es que, para ser agradecidos, es preciso que tengamos una relación con Dios previa, que nos permita apreciar el carácter de búsqueda de encuentro, de establecer o de estrechar una relación que siempre se da escondido tras el regalo. De hecho, resulta muy significativa la respuesta de Jesús al samaritano: “Tu fe te ha salvado”, pues comprueba esta intencionalidad en el milagro de Jesús.
Más aún. Los dones de Dios no suelen ser inocuos. Todo don comporta una responsabilidad. Lo pone de relieve la lectura de la Sabiduría, donde se recuerda a los grandes de la tierra que el don recibido del gobierno, de la autoridad, incluye toda una responsabilidad, una exigencia mayor. Un pensamiento como éste nos debería llevar a tomar conciencia de los talentos que el Señor nos ha dado, de los dones que hemos recibido y que, quizá entendemos sólo como cualidades nuestras, sin percibir su destino de ponerlos al servicio de los demás. Si este es nuestro horizonte, entenderemos nuestros éxitos sólo como obra nuestra, quizá hasta nos envaneceremos y no percibiremos que nuestra misma existencia es pura gracia.
Cuando S. Pablo decía “El que se gloría, que se
gloríe en el Señor” no estaba proponiendo un mero principio ascético de
humildad. Buscaba que todo en nuestra vida, sea ocasión para crecer en la
relación con Dios y nada nos aparte de él. Como reza el refrán popular: “Sólo
nos acordamos de Sta. Bárbara cuando truena”.
Vuestro hermano en la fe.
Carlos García Andrade cmf. (garciaandr@tiscali.it)
3-12. 2003
LECTURAS: SAB 6, 1-11; SAL 81; LC 17, 11-19
Sab. 6, 1-11. San Agustín, en su Sermón sobre los pastores, nos dice: Por una
parte soy cristiano y por otra soy obispo. El ser cristiano se me ha dado como
un don propio; el ser obispo, en cambio, lo he recibido para vuestro bien.
Consiguientemente, por mi condición de cristiano debo pensar en mi salvación, en
cambio, por mi condición de obispo debo ocuparme de la vuestra. Hoy el Señor en
su Palabra se dirige a quienes se les ha confiado el poder en cualquier nivel
para que lo ejerzan escuchando la Palabra de aquel que los escogió para ese
ministerio. Entonces, en el día del juicio no serán condenados, pues realizaron
el bien y condujeron a los demás, no conforme a los propios criterios, sino
conforme a los criterios de Dios. El nivel más cercano del ejercicio de la
autoridad es el de los padres respecto a sus hijos en la familia. Ojalá y no se
les descuide sino se les oriente y eduque para que, desde la familia, pueda
surgir un mundo más integrado, más fraterno y más justo.
Sal. 81. El ejercicio de la autoridad pública no es para
echarse sobre los bienes de los gobernados, sino para defender sus derechos y
esforzarse para que todos gocen de una vida digna. Por eso las autoridades están
obligadas a proteger al pobre y al huérfano; a hacer justicia al humilde y al
necesitado; a defender al desvalido y al pobre, y a librarlos de la mano del
malvado. Al final, al que mucho se le dio, mucho se le pedirá; y a quien mucho
se le confió, se le exigirá mucho más. Por eso, si alguien aspira al poder, debe
meditar sobre la madurez y la capacidad que tiene para servir a los demás y para
procurar el bien de los más desprotegidos.
Lc. 17, 11-19. Muchos, nosotros mismos, hemos sido objeto de la misericordia y
de los dones Divinos. De un modo especial hemos recibido el perdón gratuito y
total de nuestros pecados. Así Dios nos ha manifestado, hasta el extremo, su
amor y su misericordia. Sin importarle nuestras grandes miserias y pecados que
nos mantenían al margen del Reino de Dios y lejos de la presencia del Señor, Él
ha tenido misericordia de nosotros, y ha salido a nuestro encuentro como el
pastor busca a la oveja descarriada. Él nos ha perdonado y nos ha recibido como
a hijos suyos, revistiéndonos de la dignidad de su Hijo Jesucristo. Pero ¿hemos
sido agradecidos con Dios? Sólo lo seremos cuando mediante nuestra vida y
nuestras obras nos convirtamos en una continua glorificación de su Santo Nombre.
¡Cómo no ofrecerle a Dios un corazón lleno de gratitud por el amor, por la
misericordia y por el perdón que, a manos llenas, nos ha ofrecido por medio de
su Hijo Jesús! El Poderoso no se hizo presente entre nosotros para destruirnos,
sino para socorrer a los pobres, levantar a los decaídos y perdonar a los
culpables. Así, el más grande entre nosotros se hizo el último de todos y el
servidor de todos. ¡Mirad, pues, qué amor tan grande nos ha tenido el Señor! Él
se acercó a nosotros como el Buen Samaritano; y no sólo sanó nuestras heridas,
sino que pagó con su sangre para que la Vida que Él ha recibido de su Padre
Dios, sea también vida nuestra. Por eso celebremos con amor y gratitud esta
Acción de Gracias, pues el Señor no sólo nos ha dado la salud corporal, sino la
salvación y la Vida eterna.
Quienes creemos en Cristo no sólo debemos ser conscientes de que nuestra fe en
Él nos ha salvado, sino que, estando Él en nosotros y nosotros en Él,
continuamos en la historia su obra de salvación hasta el final de los tiempos. A
nosotros corresponde acercarnos a quienes han sido marginados a causa de sus
enfermedades, pobrezas, edad o cultura. A ellos hemos de llegar con el mismo
amor de Cristo, para ayudarles a vivir con mayor dignidad en el aspecto humano y
en su vida de fe. Nuestra mejor forma de manifestarle al Señor nuestra gratitud
por todo lo que ha hecho por nosotros, es trabajando por su Reino. Y ese
trabajo, convertido especialmente en testimonio de vida, nos ha de manifestar
ante todos como personas que viven y caminan haciendo el bien a todos en todo
tiempo y lugar. Por lo cual no puede limitarse a unas horas de apostolado al día
o a la semana, sino que debe ser un continuo testimonio del Señor que se ha de
dar en los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra vida, de tal forma
que nos convirtamos en motivo de paz, de alegría y de amor fraterno para cuantos
nos traten.
Que el Señor nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, la gracia de vivir comprometidos en el amor a Dios, protegiendo al pobre
y al huérfano, haciendo justicia al humilde y al necesitado, y defendiendo al
desvalido y al pobre. Así manifestaremos que en verdad somos hombres con una fe
firmemente asentada en Cristo Jesús, Señor nuestro. Amén.
www.homiliacatolica.com
3-13. Curación de diez leprosos
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Juan Gralla
Lucas 17, 11-19
En aquel tiempo, yendo Jesús de camino a Jerusalén, pasaba por los confines
entre Samaría y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez
hombres leprosos, que se pararon a distancia y, levantando la voz, dijeron:
¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros! Al verlos, les dijo: Id y presentaos
a los sacerdotes. Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios.
Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; y
postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un
samaritano. Tomó la palabra Jesús y dijo: ¿No quedaron limpios los diez? Los
otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino
este extranjero? Y le dijo: Levántate y vete; tu fe te ha salvado.
Reflexión:
¡Cuánto se agradece cuando una persona se detiene en la carretera para ayudarnos
cuando nuestro coche se ha averiado! “Jamás me había visto antes, sabía que muy
probablemente no nos volveríamos a encontrar para que yo le agradeciera este
favor... y sin embargo, tuvo el detalle de detenerse para hacerlo.” Parece
obligado que ante este hecho, brote del corazón la gratitud.
Pero suele suceder que las personas que saben agradecer las cosas grandes, son
las que también lo hacen ante pequeños detalles, que podrían pasar inadvertidos.
A quien le cede el paso en medio del tráfico, al que sabe sonreír en el trabajo
los lunes por la mañana, a la persona que atiende en la farmacia o en el
banco... Son felices porque les sobran motivos para decir esa palabra que para
otros es extraña y humillante.
Quien la pronuncia con sinceridad, al mismo tiempo llena de alegría a los demás,
y crea “el círculo virtuoso” de la gratitud, en el que cada uno cumple su deber
con mayor gusto y perfección.
Y si estas personas agradecen a los hombres los pequeños favores y detalles,
¡cuánto más a Dios que es quien a través de canales tan variados nos hace llegar
todo lo bueno que hay en nuestra vida! ¡Gracias!
3-14. Como una flor exótica
Fuente: Catholic.net
Autor: P Sergio Córdova
Reflexión
Un muchacho pobre vendía mercancías de puerta en puerta para pagar su escuela. Y
resultó que un día, después de una jornada entera de trabajo, se encontró con
los bolsillos y el estómago vacíos. Rendido por la fatiga, decidió pedir comida
en la siguiente casa que tocara. Pero sus nervios lo traicionaron cuando una
linda jovencita salió a abrirle la puerta. Sólo fue capaz de pedirle un poco de
agua. La chica miró su aspecto. Parecía hambriento. Y, en vez de agua, le trajo
un gran vaso de leche. Él lo bebió despacio, y después le preguntó: “¿Cuánto le
debo, señorita?”. “No me debes nada –contestó ella—. Mi madre siempre nos ha
enseñado a no aceptar nunca un pago por una caridad”. El joven le dijo:
“Entonces, te lo agradezco de todo corazón”. Cuando el joven se fue de la casa,
se sintió un poco reestablecido físicamente y, sobre todo, notó que había
aumentado su fe en Dios y en la bondad de los hombres. Había estado a punto de
rendirse y de abandonarlo todo. Este joven se llamaba Howard Kelly.
Años después, la muchacha enfermó gravemente. Los doctores del lugar estaban
confundidos porque se trataba de una enfermedad bastante rara, y decidieron
mandarla a la capital para que la vieran los mejores especialistas. Uno de los
médicos que la atendió se interesó mucho del caso y prometió hacer todo lo
posible para salvar su vida. Después de una larga lucha contra la enfermedad,
por fin, ganó la batalla.
El doctor pidió a la administración del hospital que le enviaran la factura
total de los gastos para aprobarla. Y después le envió la cuenta a la enferma.
La chica tenía mucho miedo abrirla porque sabía que las consultas,
intervenciones quirúrgicas y medicinas de su tratamiento habían sido sumamente
costosas, y ella no tenía aquella cantidad. Sólo con las ganancias del resto de
su vida podría pagar todos aquellos gastos. Finalmente dio un hondo suspiro y
abrió el sobre. La factura decía: “Totalmente pagado desde hace muchos años...
con un vaso de leche. Firmado: Dr. Howard Kelly”. Lágrimas de alegría inundaron
los ojos de la muchacha y, con el corazón rebosante de felicidad, dio gracias a
Dios y al doctor Kelly por tanta caridad y benevolencia.
Conmovedora historia, que nos habla de la bondad de esos dos jóvenes. Pero
también de la grandeza de la gratitud. No hubiese sido posible ese milagro sin
una sincera gratitud en el corazón de estas personas.
La gratitud no es sólo un gesto de cortesía y de buena educación en las
relaciones sociales. No consiste sólo en decir “gracias”, de labios para afuera,
a quienes nos han hecho un favor o nos han prestado un buen servicio. La
verdadera gratitud es una virtud humana y cristiana sumamente hermosa, que brota
desde lo más profundo del corazón. Es la respuesta de las personas nobles ante
los beneficios que reciben, porque saben que no se merecen ese servicio de que
han sido objeto; reconocen la gratuidad de las atenciones de los demás y se
sienten deudoras, desde el fondo de su alma, hacia aquellos que les han mostrado
su bondad y benevolencia. Están convencidas de que, si las han ayudado, es por
la bondad de esas personas y no porque ellos se lo merecen. Por eso, la
gratitud, si es sincera y auténtica, va siempre acompañada de una grandísima
humildad y sencillez interior, y sólo se da en las almas grandes y generosas.
Por eso es tan admirable encontrarse con una persona verdaderamente agradecida.
Pero, precisamente por eso, también es una virtud muy rara. Alguien ha dicho que
la gratitud es como una hermosa flor exótica, como el lirio que florece en los
pantanos, y que es capaz de nacer en medio de un muladar. O como esas bellas
orquídeas, que brotan en la soledad de los bosques tropicales.
Nuestro Señor también se sorprendió ante la ingratitud de los hombres y se
maravilló al constatar que muy pocos saben ser agradecidos. El Evangelio de hoy
nos cuenta la historia de los diez leprosos que fueron curados por Jesús. De los
diez que recibieron la gracia prodigiosa de su curación, sólo volvió uno a darle
las gracias. “¿No eran diez los curados? –preguntó extrañado nuestro Señor—. Y
los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar
gloria a Dios?”. Los otros nueve, que pertenecían al “pueblo escogido”, tal vez
consideraron que se les debía aquel favor, y no supieron reconocerlo como un don
gratuito de parte de Jesús. O fue tan grande su despiste y su descuido que no se
acordaron luego de venir a dar las gracias, como aquel samaritano.
Realmente, para ser agradecidos, necesitamos ser humildes. “Uno de ellos –nos
narra el evangelista— viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a
grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias”. Una
persona orgullosa o autosuficiente es incapaz de estos gestos de reconocimiento.
Sólo quien se siente indigno de tan gran beneficio, puede también sentirse
deudor, y dar gracias a Dios por tamaña bondad y misericordia.
¿Somos nosotros personas agradecidas? ¿Sabemos reconocer y dar gracias a Dios
nuestro Señor, desde lo más profundo de nuestro corazón, todos los dones y
beneficios que nos concede a cada rato? ¿Estamos de verdad convencidos de que no
merecemos tanta bondad de parte de Dios, y que todo lo que tenemos es sólo
porque Él es inmensamente generoso con nosotros? ¡Cuántas veces sucede que, en
vez de darle gracias por lo que tenemos, nos quejamos por aquello de lo que
carecemos! O, en lugar de sentirnos inmensamente felices por lo que nos regala,
nos quejamos amargamente porque debería concedernos también otras cosas.
Yo no creo que actuamos así por malicia. Lo que pasa es que somos a veces tan
descuidados en nuestro trato con Dios que, en vez de valorar y de agradecer sus
dones, nos comportamos como hijos caprichosos, pensando que todo se nos debe por
nuestra cara bonita. “Todo es gracia” –nos dice san Pablo— y no se debe nada a
nuestros méritos. Si Dios nos diera sólo aquello que se nos debe en justicia,
seríamos unos pobres desgraciados y unos pordioseros toda la vida.
Ojalá que de hoy en adelante seamos más agradecidos con Dios nuestro Señor y con
todas aquellas personas que nos hacen algún favor. Pero conscientes de que la
gratitud, si es genuina, nos debe llevar también a compartir con los demás las
cosas que Dios nos regala con tanta generosidad.
3-15. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004
Tit 3, 1-7: Cambio de vida
Salmo responsorial: 22
Lc 17, 11-19: Curación de los 10 leprosos.
El texto de la curación de los 10 leprosos está cargada de elementos
significativos. El comienzo de este episodio nos recuerda que Jesús sigue su
camino hacia Jerusalén como lugar de destino del largo camino que él está
recorriendo. Las alusiones implícitas y explícitas a Jerusalén son como señales
que marcan la dirección o, mejor dicho, el sentido del camino. Para los
destinatarios del evangelio son como un recordatorio de que Jesús se dirige
hacia la ciudad donde va a entregar la vida y va a resucitar.
Jesús llega a una aldea que está situada entre Samaría y Galilea y le salen a su
encuentro diez leprosos, uno de ellos es samaritano, jamás los judíos trataban a
los samaritanos. Este episodio lo transmite sólo Lucas y está muy en consonancia
con algunas de las notas más características de su teología: la preferencia de
Jesús por los pobres, el tema de la conversión, los paganos que pasan de ser
últimos a ser los primeros.
Como era costumbre en aquel tiempo, todos los leprosos eran separados de la vida de la comunidad y arrinconados en un lugar especial, no podían establecer ningún contacto o relación con los que estaban limpios y cuando iban por la calle se anunciaban sonando una campana y gritando “impuro, impuro”. Por eso, los leprosos se mantienen a distancia y piden a Jesús con gritos, que en realidad son una súplica, la curación. (Lv. 13, 46). Según la ley, el día que estuvieran curados tenían que presentarse ante un sacerdote para que éste comprobara su curación y les permitiera reintegrarse a la vida normal (Lv. 14), pudiendo participar en las celebraciones cultuales y en la vida de la comunidad.
En este sentido, el milagro de Jesús no significa sólo una curación física, sino una restauración en la vida social de la comunidad. Aquí es donde está el centro del relato, en el regreso de un extranjero que tuvo bastante fe para reconocer la bondad de Dios que actuaba en Jesús.
El detalle del samaritano agradecido es muy importante: el más marginado, por ser leproso y extranjero, es el que ve que está curado. ¿Los otros nueve no lo vieron?. Claro que sí. Cómo no se iban a dar cuenta de que habían sido liberados de la marginación a la que estaban condenados. Lo que sucede en este caso es que el samaritano vive una experiencia de fe que se expresa en su personal adhesión a aquel que le ha devuelto la vida. Su experiencia de fe genera como fruto la conversión (se vuelve) y los gritos de alabanza a Dios y la acción de gracias a Jesús son el reconocimiento del amor de Dios que lo ha salvado.
La fe es la capacidad de contemplar nuestra vida y el devenir del mundo con los ojos de Dios. Para un creyente cualquier cosa que le suceda en la vida es un milagro, un signo de la presencia cercana de Dios. Acostumbrémonos a ver nuestra vida desde la mirada tierna de Dios y desde la certeza de estar en sus manos. Entre los cristianos, ésta ha de ser la única visión de la vida: la lectura creyente de la realidad.
3-16. DOMINICOS 2004
Si tenemos conciencia de que Dios es Dios y Padre,
es amor y providencia, y nos regala la vida y sus dones, lo menos que podemos
hacer es vivir agradecidos. Hoy el Evangelio nos habla de diez leprosos que
tenían vida, pero la tenían muy sufrida y limitada. Y la querían brillante como
la luz, limpia como un cuerpo sin llagas o úlceras. Por eso clamaban al Corazón
misericordioso de Jesús.
Lo raro fue que —al verse curados, más dueños de sí mismos y mejor dotados- se
olvidaron dl benefactor y no tuvieron ni la delicadeza de darle gracias, como
Jesús esperaba.
Hagamos cada día nuestra reflexión: contamos con la vida por unas horas, bendito
sea quien nos la da, y quien haga a los demás igualmente felices.
La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Carta de san Pablo a Tito 3, 1-7:
“Querido hermano: Recuerda a tus fieles que se sometan al gobierno y a las
autoridades; que les obedezcan; que estén dispuestos a toda forma de trabajo
honrado, sin insultar ni buscar riñas; que sean condescendientes y amables con
todo el mundo.
Recuerda que antes nosotros, con nuestra insensatez y obstinación, íbamos fuera
de camino; éramos esclavos de pasiones y placeres... Pero todo cambió cuando
apareció la bondad de Dios y su amor al hombre..., cuando Dios derramó sus dones
copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo nuestro Salvador...”
Evangelio según san Lucas 17, 11-19:
“En aquel tiempo, yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y
Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, diez leprosos... le gritaban: Jesús,
maestro, ten compasión de nosotros. Al verlos, les dijo: Id a presentaros a los
sacerdotes.
Y mientras iban de camino quedaron limpios... Sólo uno se volvió alabando a Dios
a grandes gritos... Era un samaritano. Entonces Jesús tomó la palabra y dijo:
¿No han quedado limpios los diez?. Los otros nueve ¿dónde están?...”
Reflexión para este día
Apareció la bondad de Dios sobre nosotros.
Hagamos nuestras estas palabras de Pablo al describir el cambio que se operó en
él y que se opera en todos los que de verdad conocen a Cristo y le siguen. En
otro tiempo, cuando vivíamos y trabajábamos movidos por intereses carnales,
meramente culturales o sociales-económicos, nuestra perspectiva era muy
limitada, estaba condicionada por el “hombre exterior” que se tiene a sí mismo
como centro de referencia. Y en esas circunstancias éramos iguales a muchos
seres humanos que buscan librarse de compromisos sociales, de honradez laboral,
de frenos y programas que restringen la libertad personal porque daña a otras
libertades.
Pero cuando hemos conocido que Dios es padre, amor, meta de nuestra existencia,
y que cuida de nosotros en el camino hacia El, todo ha sufrido una
transformación profunda. Sabemos por qué y para qué estamos en este suelo, desde
el que miramos a los hombres, a la naturaleza y al cielo, con ojos agradecidos,
con las manos creadoras puestas en servicio para los demás, con acrecentada
capacidad de amar y de sufrir, con esperanza firme de regresar al hogar y
corazón del que salimos.
3-17. Fray Nelson Miércoles 10 de Noviembre de 2004
Temas de las lecturas: Andábamos perdidos, pero
Cristo nos salvó por su misericordia * ¿No ha habido nadie, fuera de este
extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?.
1. Una distinción sutil pero necesaria
1.1 Hay un cierto orgullo que uno puede sentir cuando el mensaje del Evangelio,
más allá de su carga de cruz y paradoja, se impone y triunfa. Cuando, por
ejemplo, vemos a un Francisco de Asís dando la espalda a los privilegios y
halagos del mundo sólo por seguir la lógica de Cristo, sentimos que el mundo
mismo queda derrotado y tiene que postrarse ante el poder de la gracia. Es fácil
sentirse de orgulloso de eso.
1.2 Y es fácil también sentir algo de orgullo cuando la radicalidad del
Evangelio se vuelve intransigencia ante el mundo, como cuando Jesús manifiesta
su impresionante independencia o da muestras de una libertad maravillosa. Ante
Pilato, ante Herodes o ante Caifás, gente a la que todo el mundo temía y ante la
que todos temblaban, Cristo muestra una pasmosa franqueza, desprovista de todo
adorno y casi de toda urbanidad.
1.3 Esos orgullos pueden desorientarnos sobre una verdad fundamental: una cosa
es evitar el servilismo y otra cosa moverse en el ámbito de la grosería; una
cosa es ser franco y otra ser agresivo; una cosa es ser radical y otra ser
rígido; una cosa es manifestar la soberanía de Dios y otra pretender que uno no
obedece a nadie; una cosa es ensalzar a Dios y otra negar el honor debido a los
seres humanos. Estas son distinciones delicadas, casi sutiles, pero muy
necesarias, si lo que queremos es favorecer la obra de la evangelización. Ni la
grosería, ni la altivez, ni la petulancia son ayudas para la tarea de difusión
de la Buena Nueva.
2. La Iglesia y las Relaciones Públicas
2.1 O dicho con otras palabras: hay un sentido válido y cristiano para las
"relaciones públicas" en la Iglesia. Solemos asociar diplomacia con hipocresía y
decencia con disimulo. Es un terreno resbaloso y ambiguo en el que un cristiano
radical no quisiera hallarse, pero decididamente la vida nos lleva no por donde
nosotros quisiéramos sino por donde debiéramos.
2.2 Este contexto nos permite entender las recomendaciones que Pablo, el radical
Pablo, termina ofreciendo en la carta a Tito: "que respeten plenamente a las
autoridades que gobiernan; que les obedezcan y estén dispuestos a hacer el bien;
que no calumnien a nadie, que sean pacíficos, amables y siempre bondadosos con
todo el mundo". Interesante ver esta recomendación de la "amabilidad". En griego
dice "epiekëis", de donde viene la famosa "epiqueya"de los mediavales, que puede
implicar también: modestos, humildes, mansos, pacientes.
2.3 Se trata de la frontera entre una persona humanamente acogedora y abierta, y
una persona sufrida y generosa. Lo humano no riñe con lo cristiano. Vista desde
fuera, esta virtud es plenamente humana; es la cualidad propia de las personas
con quienes es agradable vivir porque son comprensivos, descomplicados y
sencillos; vista desde dentro, es mucho más que buenas maneras: es el fruto
maduro de un corazón que, por amor, sabe sufrir a la obra de Cristo y que, por
amor, sabe esperar el momento de la gracia.
3. La Eucaristía, prenda de la herencia
3.1 En efecto, la razón profunda de esa "epiqueya" es la comprensión del tamaño
de la sala del banquete, y de la grandeza del don que todos heredamos. Tenemos
paciencia porque hubo Uno que nos tuvo paciencia, nos dio de sus dones y nos
llamó a colaborar en la obra bendita de anunciar ese misterio de su propio y
característico amor.
3.2 La paciencia no es simple aguante; es nuestro aporte específico a la
difusión del don que se nos dio, que nos llenó de gozo y nos hizo mensajeros de
la gracia. La amabilidad no es simple urbanidad; es nuestro modo de mantener
obstinadamente abiertas las puertas de la salvación para que todos reciban la
herencia que el Heredero, Jesucristo, nos concedió en la hora espantosa y noble
de la Cruz.
3-18.
Comentario: Fray Conrad J. Martí i Martí OFM
(Barcelona, España)
«Postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias»
Hoy, Jesús pasa cerca de nosotros para hacernos vivir la escena mencionada más
arriba, con un aire realista, en la persona de tantos marginados como hay en
nuestra sociedad, los cuales se fijan en los cristianos para encontrar en ellos
la bondad y el amor de Jesús. En tiempos del Señor, los leprosos formaban parte
del estamento de los marginados. De hecho, aquellos diez leprosos fueron al
encuentro de Jesús en la entrada de un pueblo (cf. Lc 17,12), pues ellos no
podían entrar en las poblaciones, ni les estaba permitido acercarse a la gente
(«se pararon a distancia»).
Con un poco de imaginación, cada uno de nosotros puede reproducir la imagen de
los marginados de la sociedad, que tienen nombre como nosotros: inmigrantes,
drogadictos, delincuentes, enfermos de sida, gente en el paro, pobres... Jesús
quiere restablecerlos, remediar sus sufrimientos, resolver sus problemas; y nos
pide colaboración de forma desinteresada, gratuita, eficaz... por amor.
Además, hacemos más presente en cada uno de nosotros la lección que da Jesús.
Somos pecadores y necesitados de perdón, somos pobres que todo lo esperan de Él.
¿Seríamos capaces de decir como el leproso «Jesús, maestro, ten compasión de mi»
(cf. Lc 17,13)? ¿Sabemos recurrir a Jesús con plegaria profunda y confiada?
¿Imitamos al leproso curado, que vuelve a Jesús para darle gracias? De hecho,
sólo «uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios» (Lc 17,15).
Jesús echa de menos a los otros nueve: «¿No quedaron limpios los diez? Los otros
nueve, ¿dónde están?» (Lc 17,17). San Agustín dejó la siguiente sentencia:
«‘Gracias a Dios’: no hay nada que uno puede decir con mayor brevedad (...) ni
hacer con mayor utilidad que estas palabras». Por tanto, nosotros, ¿cómo
agradecemos a Jesús el gran don de la vida, propia y de la familia; la gracia de
la fe, la santa Eucaristía, el perdón de los pecados...? ¿No nos pasa alguna vez
que no le damos gracias por la Eucaristía, aun a pesar de participar
frecuentemente en ella? La Eucaristía es —no lo dudemos— nuestra mejor vivencia
de cada día.
3-19. Reflexión:
Tit. 3, 1-7. La vida de fe en Cristo Jesús se manifiesta a través de una vida
recta, de amor y respeto hacia los demás. ¿Qué nos aprovecha el discutir sobre
tal o cual cosa? ¿No será mejor dar testimonio de la presencia de la Vida de
Jesús en nosotros y de su Espíritu mediante nuestras buenas obras? Es verdad que
hemos de dar razón de nuestra fe; pero esa razón debe estar precedida por
nuestras buenas obras; entonces tendremos autoridad para hablar acerca de la
salvación, de la verdad, del amor, de la justicia, de la paz. Mediante nuestra
fe en Cristo y mediante el Bautismo hemos sido regenerados, liberados de nuestra
antigua condición de pecadores. Si esto es verdad en nosotros demos frutos de
bondad. Entonces Dios nos reconocerá como suyos y, junto con Cristo, seremos
coherederos de la vida que a Él le corresponde como a Hijo unigénito del Padre.
Sal. 23 (22). Dios nos ama como un Padre lleno de bondad por nosotros. A pesar
de que vivíamos lejos, Él salió a nuestro encuentro para manifestarnos su amor.
No fueron simples palabras, sino sus obras, su entrega llena de amor por
nosotros para librarnos del pecado y de nuestros diversos males, para
convertirse en nuestra protección y defensa en medio de los grandes peligros que
a veces nos han acechado, lo que nos ha hecho entender que realmente nadie nos
ha amado como Él lo ha hecho. Por eso nosotros nos dejamos amar por Él, nos
confiamos en Él, creemos en Él y nos dejamos conducir por Él. Esta fe nos ha
llevado a las fuentes tranquilas del Bautismo, para ser perdonados, para recibir
la paz y ser transformados en hijos de Dios. Esta fe nos lleva a sentarnos a la
Mesa que ha preparado para nosotros convirtiéndose Él mismo en Pan de Vida
eterna para cuantos crean en Él. Esta fe nos impulsa a dar testimonio de lo
misericordioso que ha sido el Señor para con nosotros, procurando que otros más
vengan, lo conozcan, experimenten su amor y abran su vida y corazón a su
presencia; y para ello aceptamos la Unción en nuestra cabeza con el Perfume del
Espíritu Santo. Siendo nosotros testigos del amor de Dios, sabiendo que Él es el
que realiza su obra de salvación en nosotros y, por medio nuestro en los demás,
tenemos la esperanza cierta de llegar algún día a la Casa del Señor para vivir
en ella eternamente. Dios sea bendito por siempre por todo eso.
Lc. 17, 11-19. ¿Hasta dónde llega nuestra fe en Cristo? ¿Qué buscamos cuando nos
arrodillamos ante Él? Hoy se nos habla de la curación de diez leprosos; pero
sólo uno de ellos, además de la curación, recibió la salvación. Finalmente esto
es lo que más nos ha de interesar encontrar en Cristo Jesús. No podemos
convertir nuestra fe en buscar sólo la satisfacción de nuestros intereses
temporales, sean económicos, materiales, o de salud. Ya el Señor nos dirá en
otra parte: "Busquen primero el Reino de Dios y su Justicia, y lo demás vendrá a
Ustedes por añadidura." Porque, efectivamente: "¿De qué le sirve al hombre ganar
el mundo entero, si al final pierde la Vida?" Dios vela siempre por nosotros, y
jamás se olvidará de aquellos que creó por amor y que sigue amando a pesar de lo
rebelde que pudiésemos serle. Después del gran amor que Él nos ha tenido hasta
entregar su Vida por nosotros, para que seamos perdonados y tengamos Vida
eterna, ¿sabemos ser agradecidos con Él, no sólo reconociéndolo como Dios,
arrodillándonos ante Él y dándole gracias, sino haciendo que su Vida y su
Espíritu no caigan en nosotros como en saco roto?
El Señor nos ha llamado para estar con nosotros en esta Celebración del Memorial
de su Misterio Pascual. Nosotros venimos a Él cargados de miserias. Hay muchas
cosas que nos preocupan e inquietan en la vida. Nuestro corazón tal vez se
encuentra entristecido porque el mal y la desgracia se han cernido sobre
nosotros. ¡Cómo quisiéramos que Dios remediara todos nuestros males! Y Dios
puede hacerlo, pues en su mano está nuestra vida y nosotros confiamos en Él.
Pero, ¿realmente su entrega para el perdón de nuestros pecados y para que
tengamos vida eterna es eficaz en nosotros? ¿Qué hemos venido a buscar en el
Señor en este día? ¿Sólo buscamos sus dones, o lo buscamos a Él? ¿Nuestra
satisfacción y nuestra felicidad están en recibir lo pasajero o en tener a Dios
con nosotros? Dios quiere convertirse en Huésped de nuestra Vida. Teniéndolo a
Él nuestra existencia cobrará un nuevo sentido. Ojalá y teniendo a Dios con
nosotros iniciemos un auténtico trabajo por hacer desaparecer todo aquello que
ha deteriorado el corazón de la humanidad, y no nos quedemos sólo en solucionar
lo externo, que aun cuando muchas veces nos es necesario, sin embargo, si nos
amáramos realmente como hermanos, a la altura de como Cristo nos ha amado a
nosotros, hace tiempo que ya se habrían solucionado muchas otras cosas.
¡Cuántas veces utilizamos a los demás para lograr nuestros propios intereses!
Esto, más que ser una lealtad a ellos, manifiesta nuestro egoísmo, nuestra
hipocresía y nuestra podredumbre interior. Muchos se acercan a los poderosos
para brillar a costa de ellos, para levantarse y lograr puestos importantes para
padrinazgos calladamente amasados en un corazón ávido más de poder que de
servicio. Los que nos hemos encontrado con Cristo no podemos buscar sólo sus
favores. La vida de fe vivida a fondo no es para vanagloriarnos, sino para
convertirnos en siervos del Evangelio de la Gracia, sabiendo que al final no
será nuestro el aplauso humano, pues sólo somos siervos, que han hecho lo que
deberían hacer. Esto nos debe llevar a una auténtica apertura a Dios, como
discípulos y como siervos: Habla Señor, tu siervo escucha para meditar tu
Palabra en el corazón y ponerla en práctica. Si buscamos a Cristo, queriendo
encontrar en Él palabras de vida, seamos los primeros en beneficiarnos de ese
Don para poder después transmitir ese Evangelio y esa Vida a los demás. Cristo
nos quiere libres de todo lo que nos ha deteriorado y nos ha puesto al margen de
Dios y del prójimo. Él no nos quiere separados, sino unidos a Él como hijos y
unidos a nuestro prójimo como hermanos. Si en verdad la salvación de Dios ha
llegado a nosotros manifestemos nuestra fe mediante obras de un auténtico amor
activo que nos haga portadores del amor y de la salvación de Dios a toda la
humanidad.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre, la gracia de sabernos dejar amar y perdonar por Él, para
que, llenos de una Vida renovada en Cristo, colaboremos con todo nuestro ser en
la construcción del Reino de Dios entre nosotros. Amén.
Homiliacatolica.com
3-20. Reflexión
Me parece que una de las cosas que se han ido perdiendo en nuestros días es el
valor de la gratitud. Sólo piensa ¿cuántas veces al día dices “gracias”? Vivimos
en un mundo tan mecánico que se nos olvida que detrás de la mayoría de los dones
o beneficios que recibimos está alguna persona a la que seguramente le haría
mucho bien recibir un “gracias”. No importa que lo que él otro hizo por ti lo
haya hecho por obligación. Agradecer ensancha el corazón y nos introduce a la
esfera de Dios quien, siendo Dios, se dio por nosotros. No dejemos que nuestras
prisas, el mecanicismo, la distracción o la soberbia nos ganen. Aprendamos a
decir: Gracias. Verás, que de la misma manera que ese “gracias” a Jesús le
cambio la vida al samaritano, así será sin lugar a dudas en nosotros si sabemos
agradecer, pues todo en esta vida es DON que hay que agradecer.
Que pases un día lleno del amor de Dios.
Como María, todo por Jesús y para Jesús
Pbro. Ernesto María Caro
3-21.10 de Noviembre
187. Virtudes de convivencia
Miércoles de la Trigésima Segunda Semana del Tiempo Ordinario
I. El Evangelio de la Misa de hoy (Lucas 17, 11-19) muestra la decepción de
Jesús ante unos leprosos curados, que no volvieron para dar las gracias. La
gratitud es señal de nobleza y constituye un lazo fuerte en la convivencia con
los demás, pues son innumerables los beneficios que recibimos y también los que
proporcionamos a otros. Jesús no fue indiferente a las muestras de educación y
de convivencia normales que expresan la calidad y la finura interior de las
personas. Jesús, con su vida y su predicación, reveló el aprecio por la amistad,
la afabilidad, la templanza, el amor a la verdad, la comprensión, la lealtad, la
laboriosidad, la sencillez. Tan importantes considera las virtudes humanas, que
llegará a decir: si no entendéis las cosas de la tierra, ¿cómo entenderéis las
celestiales? (Juan 3, 12) Cristo, perfecto Dios y Hombre perfecto (Símbolo
Atanasiano), nos da ejemplo de esas cualidades que debe vivir a todo hombre:
bene omnia fecit (Marcos 7, 37), ¡todo lo hizo bien!. Lo mismo se ha de poder
afirmar de cada uno de nosotros, que queremos seguirle en medio del mundo.
II. Las virtudes humanas hacen más grata y fácil la vida cotidiana: familia,
trabajo, tráfico... ; disponen el alma para estar más cerca de Dios y vivir las
virtudes sobrenaturales. El cristiano sabe convertir los múltiples detalles de
estos hábitos humanos en otros tantos actos de la virtud de la caridad, al
hacerlos también por amor a Dios. La caridad transforma estas virtudes en
hábitos firmes, con un horizonte más elevado. La gratitud, recuerdo afectuoso de
un beneficio recibido; en muchas ocasiones sólo podremos decir gracias, o una
expresión parecida que comunica ese sentimiento del alma. También la amistad que
hacen posible el desinterés, la comprensión, la colaboración, el optimismo, la
lealtad. El respeto, que es delicadeza, valorar a otro, es imprescindible para
convivir. Hagamos hoy un examen sobre cómo estamos viviendo estas virtudes
humanas por amor a Dios.
III. Muchas otras virtudes son necesarias para la convivencia: la afabilidad, la
benignidad, la indulgencia ante los pequeños defectos, la educación y urbanidad
en palabras y modales, la simpatía, la cordialidad, el elogio oportuno que está
lejos de la adulación, la alegría, el optimismo. El saludo de María llenó de
alegría el corazón de su anciana prima Isabel. Podríamos empezar por el saludo
amable con quienes nos encontramos. El Señor espera que hagamos un apostolado
eficaz, que comuniquemos a los demás el don más grande que
tenemos: la amistad con Él.
Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones
Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre
3-22. Curación de diez leprosos
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Juan Gralla
Reflexión:
¡Cuánto se agradece cuando una persona se detiene en la carretera para ayudarnos
cuando nuestro coche se ha averiado! “Jamás me había visto antes, sabía que muy
probablemente no nos volveríamos a encontrar para que yo le agradeciera este
favor... y sin embargo, tuvo el detalle de detenerse para hacerlo.” Parece
obligado que ante este hecho, brote del corazón la gratitud.
Pero suele suceder que las personas que saben agradecer las cosas grandes, son
las que también lo hacen ante pequeños detalles, que podrían pasar inadvertidos.
A quien le cede el paso en medio del tráfico, al que sabe sonreír en el trabajo
los lunes por la mañana, a la persona que atiende en la farmacia o en el
banco... Son felices porque les sobran motivos para decir esa palabra que para
otros es extraña y humillante.
Quien la pronuncia con sinceridad, al mismo tiempo
llena de alegría a los demás, y crea “el círculo virtuoso” de la gratitud, en el
que cada uno cumple su deber con mayor gusto y perfección.
Y si estas personas agradecen a los hombres los pequeños favores y detalles,
¡cuánto más a Dios que es quien a través de canales tan variados nos hace llegar
todo lo bueno que hay en nuestra vida! ¡Gracias!
3-23. 32ª Semana. Miércoles 2004
Y sucedió que, yendo de camino a Jerusalén, atravesaba los confines de Samaria y
Galilea; y, cuando iba a entrar en un pueblo, le salieron al paso diez leprosos,
que se detuvieron a distancia y le dijeron gritando: «Jesús, Maestro, ten piedad
de nosotros». Al verlos, les dijo: «Id y presentaos a los sacerdotes». Y sucedió
que mientras iban, quedaron limpios. Uno de ellos, al verse curado, se volvió
glorificando a Dios a gritos, y fue a postrarse a sus pies dándole gracias. Y
éste era samaritano. Ante lo cual dijo Jesús: «¿No son diez los que han quedado
limpios? Los otros nueve ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria
a Dios sino sólo este extranjero? Y le dijo: Levántate y vete: tu fe te ha
salvado». (Lc 17, 11-19)
I. Jesús, la escena de hoy es similar a otras muchas del Evangelio: alguien está
enfermo, te pide ayuda con fe y Tú le curas. Es una muestra más de tu
misericordia para quien pide con fe. La petición de estos leprosos es una buena
jaculatoria que puedo repetir a menudo: Jesús, Maestro, ten piedad de mí. Sin
embargo, hoy me revelas un aspecto más íntimo de Ti mismo, abriéndome una
pequeña ventana del corazón paternal de Dios.
De los diez leprosos que curas, Jesús, sólo uno vuelve a darte las gracias: Y
fue a postrarse a sus pies dándole gracias. No te enfadas, pero sí te entristece
la falta de agradecimiento de los otros leprosos: ¿No son diez los que han
quedado limpios? Los otros nueve ¿dónde están? Te duele que no se den cuenta de
lo mucho que les amas, ni siquiera después de haber hecho tanto por ellos.
Jesús, Tú también has hecho mucho por mí. Mi vida, mis virtudes, mi familia:
todo te lo debo a Ti. ¿Cómo me voy a olvidar de darte las gracias? Gracias,
Jesús, por todo lo que tengo y lo que soy; por todo, incluso por aquellas cosas
de las que no me doy cuenta ni sé apreciar; más aún, gracias incluso por lo que
me falta o me hace sufrir. Porque, dice San Pablo, para aquellos que aman a Dios
todas las cosas son para bien [180].
¿Qué cosa mejor podemos traer en el corazón, pronunciar con la boca, escribir
con la pluma, que estas palabras, «Gracias a Dios»? No hay cosa que se pueda
decir con mayor brevedad, ni oír con mayor alegría, ni sentirse con mayor
elevación, ni hacer con mayor utilidad [181].
II. Acostúmbrate a elevar tu corazón a Dios, en acción de gracias, muchas veces
al día. -Porque te da esto y lo otro. -Porque te han despreciado. -Porque no
tienes lo que necesitas o porque lo tienes. Porque hizo tan hermosa a su Madre,
que es también Madre tuya. -Porque creó el Sol y la Luna y aquel animal y
aquella otra planta. -Porque hizo a aquel hombre elocuente y a ti te hizo
premioso... Dale gracias por todo, porque todo es bueno [182].
Jesús, ¿cómo puedo serte más agradecido? Primero, con mis obras: cuando alguien
está realmente agradecido a otro se vuelca en detalles con aquella persona y se
ofrece para todo en lo que pueda servirle. De la misma manera, si realmente
estoy agradecido por todo lo que has hecho por mí, es lógico que intente
servirte y darte gracias durante el día. Y todo lo que haga por Ti me parecerá
pequeño e insuficiente para pagarte lo mucho que me has dado: tu misma vida.
Jesús, me has dado un medio especialísimo para darte gracias: la Santa Misa o
«Eucaristía», que significa precisamente, acción de gracias. Asistiendo a la
Misa me uno a tu entrega y muerte en la cruz; y es ahí, pasmado ante semejante
muestra de amor, donde puedo y debo darte gracias con más intensidad. Gracias,
Padre, porque has entregado a tu hijo queridísimo para salvarme de mis pecados;
gracias Espíritu Santo porque has convertido el patíbulo de muerte en Sacramento
de vida eterna; gracias Jesús porque te has dejado clavar libremente en la cruz
por mí.
Finalmente, tras recibirte en la Comunión es bueno dedicar unos minutos a la
acción de gracias. No puedo acostumbrarme, Jesús, a recibirte en la Comunión.
Es tan inmerecido y sublime el regalo que me haces viniendo a mi pobre morada
que debería pasarme el resto del día dándote gracias.
[180] Cfr. Rom 8, 28.
[181] San Agustín, Epist., 72.
[182] Camino, 268.
Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo VI, EUNSA
3-24. San Bruno de Segni (hacia 1123) obispo
Comentario sobre el evangelio de Lucas 2,40; PL 165, 428
Purificados de la lepra del pecado
“Mientras iban de camino quedaron limpios.” (Lc 17,14) ¡Que los pecadores
escuchen estas palabras y hagan el esfuerzo de comprenderlas! Al Señor le es
fácil perdonar los pecados. A menudo, el pecador recibe el perdón antes de
mostrarse al sacerdote. En realidad, es curado en el instante mismo en que se
arrepiente. No importa el momento en que se convierte, el hecho es que pasa de
muerte a vida... Que se acuerde, no obstante, de qué conversión se trata. Que
escuche lo que dice el Señor: “Volved a mí de todo corazón, con ayunos, lágrimas
y llantos; rasgad vuestro corazón, no vuestras vestiduras.” (Jl 2,12) Toda
conversión se realiza en el corazón, en el interior.
“Uno de ellos, al verse curado, volvió alabando a Dios en alta voz.” (Lc 17,15)
En realidad, este hombre representa a todos aquellos que han sido purificados en
las aguas del bautismo o bien curados por el sacramento de la penitencia. No
siguen ya al demonio sino que imitan a Cristo, le siguen glorificando al Señor y
dando gracias permaneciendo en su servicio... “Jesús le dice: Levántate, vete;
tu fe te ha salvado.” (Lc 17,19) Grande es el poder de la fe, porque “sin ella
es imposible agradar a Dios.” (cf Hch 11,6) “Abraham creyó a Dios y ello le fue
tenido en cuenta para alcanzar la salvación.” (Rm 4,3) Es la fe la que salva, la
fe la que justifica, la fe que cura al hombre en el alma y en el cuerpo.
3-25. CLARETIANOS 2004
Queridos amigos y amigas:
¿Cómo podremos pagar a Dios tanto bien como nos ha hecho? Quizá lo primero que
se me viene a la cabeza es hacer un repaso a mi vida y ver la mano de Dios tan
presente en mi historia. Reconocer las posibilidades que me han sido dadas, os
invito a hacer lo mismo…Cada momento, cada situación de aprender, de vivir, de
sentir… cada una de las experiencias propiciadas que nos han hecho crecer y
reconocer cada instante en que nos hemos puesto, como los leprosos, a los pies
del Señor para que él nos sanase de las dolencias que la misma vida nos ha
traído y que nos impedían seguir nuestro rumbo y camino hacia el horizonte
marcado. ¿Qué ha supuesto cada sanación? ¿Una vida para cantar y contar a los
otros la grandeza de Dios para con su pueblo?
Las dolencias de la humanidad hacen que las personas no vivan desde su condición
de hombre y mujeres libres para ofrecer lo que son y lo que tienen. Nos
encontramos con millares de enfermedades y enfermos a nuestro alrededor, pero la
enfermedad que tiene el mundo es la falta de amor. El mundo necesita medicina
que le cure las penas que tiene. Nosotros, desde la experiencia de enfermos,
curados por el Maestro, tenemos en nuestras manos la capacidad de devolverle al
mundo lo mejor de sí mismo. Quizás desde la sencillez de repartir sonrisas, paz
a nuestro lado, de buscar la justicia donde parece que se ha perdido y restaurar
en el ser humano su condición de hijo, no de esclavo, es como podemos ayudarnos
a encontrar la felicidad que se nos antoja perdida.
Pero y yo ¿cómo podré pagar al Señor tanto bien como me ha hecho? reconocer la
acción de Dios en mi vida es ponerme con él a sanar un poquito a este mundo que
parece que tiembla del frío del desamor…
Sólo el amor transforma, sólo el amor devuelve la serenidad y la confianza, sólo
el amor es el que hace cambiar los rostros de dolor…Sólo Dios, que es amor, es
el que no cambia con el tiempo…las otras cosas….se nos van perdiendo con el
camino.”El Señor es mi pastor…nada me falta”
Que Dios nos bendiga y seamos bendición para muchos.
Vuestra hermana en la fe:
Maria Jesús Arija
mjarija@jesusa.jazztel.es