MIÉRCOLES DE LA SEMANA 26ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Ne 2, 1-8

1-1.

Continuamos en ese período que sigue al exilio. Hemos visto el retorno a Palestina de las primeras caravanas con Esdras. Hemos escuchado a los profetas Ageo y Zacarías que trataban de animar a los judíos expuestos a la difícil tarea de la reconstrucción de su templo y de su ciudad. He aquí un nuevo episodio.

-Yo, Nehemías, era entonces encargado real del vino. El año veinte del reinado de Artajerjes, en el mes de Nisán, tomé vino y se lo ofrecí al rey.

La corte del poderoso rey de Persia tiene todavía esclavos extranjeros. Nehemías es uno de ellos, encargado de la bodega real. No tiene derecho a la palabra, sólo tiene que asegurar el servicio. Pero es judío. Han llegado a sus oídos noticias de Jerusalén: allá las cosas van mal.

-Anteriormente nunca había mostrado tristeza ante él, pero aquel día el rey me dijo: «¿Por qué ese semblante tan triste? ¡Tú, no estás enfermo! ¿Acaso tienes alguna preocupación?»

Es así como se revelará una «vocación».

Nehemías será el gran animador de la reconstrucción de Jerusalén, siendo tan sólo un esclavo desgraciado a quien Dios viene a buscar en su trabajo habitual.

-Muy turbado dije: «¡Viva por siempre el rey! ¿Cómo no ha de estar triste mi semblante cuando la ciudad donde están las tumbas de mis padre está en ruinas y sus puertas devoradas por el fuego?"

Ese pobre servidor tiene un gran corazón. No sufre por preocupaciones personales. Sufre del sufrimiento de su pueblo. Como Moisés, educado en la corte del Faraón, Nehemías se ha formado según los usos de la corte de Persia. Ha tenido que adquirir una cierta competencia en la organización de una gran casa, una casa real. Se siente llamado a poner esta competencia al servicio de sus compatriotas.

Ayúdanos, Señor, a servir a nuestros hermanos con lo mejor de nosotros.

Apártanos de nuestras situaciones confortables para saber mirar y adoptar las preocupaciones de nuestros hermanos.

Después de todo, Nehemías, no tenía por qué sentirse desgraciado. ¡En palacio, estaba bien tratado! Quita de mi corazón, Señor, el gusto de ser feliz ¡yo solo! Que oiga, Señor, las llamadas que vienen del mundo.

Progresivamente llegan hasta mí los sufrimientos de mi familia, de mi ámbito de trabajo, de mi país, del universo lejano. Y oro. Me dejo interrogar por los acontecimientos.

-Invoqué al Dios del cielo y respondí al rey: «Si le place al rey, y si estás satisfecho de tu servidor, envíame a Judá, a la ciudad de las tumbas de mis padres... Y yo la reconstruiré.»

Con frecuencia, ante los sufrimientos del mundo, nos quedamos a nivel de la emoción. Nehemías va hasta la decisión. Es un inmenso viaje el suyo. Y el compromiso supondrá un grande y largo esfuerzo: no se reconstruye una ciudad con un golpe de varita mágica.

-Añadí aún: «Si le place al rey que se me den cartas para los gobernadores de la provincia que está al oeste del Eufrates... Asimismo una carta para el inspector de los parques reales para que me proporcione madera de construcción para las puertas de la ciudadela del Templo, las puertas de la ciudad y la casa en que yo me instalaré.»

La caridad se inscribe en un programa concreto a largo término.

-El rey me lo otorgó porque la protección de mi Dios estaba conmigo.

En los proyectos, aun los aparentemente más temporales, nunca falta, en la Biblia, esta referencia explícita a Dios, en la oración.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 312 s.


1-2. /Ne/01/01-11  /Ne/02/01-08  /Ne/LIBRO  

Judío de la diáspora con un cargo de confianza cerca del rey persa -era su copero-, Nehemías es también un judío de corazón. Vive intensamente el drama de sus hermanos, obligados a abandonar la restauración de la ciudad y del templo. Solidario y sensible, se aflige ante las dolorosas noticias que llegan de Jerusalén. Pero, realista y práctico, en el secreto de su corazón forja un plan de acción: irá al país y aglutinará alrededor de su persona los anhelos del pueblo. Entonces, mañoso y avisado, sabe llevar la conversación con el rey con vistas al necesario permiso.

Hombre de acción, Nehemías es también un hombre de oración. Ora al tener conocimiento de la desgracia de sus hermanos. Ora en las negociaciones con el rey. A lo largo de sus memorias, así como en los acontecimientos de la vida, tendrá continuamente la oración a flor de labios. Desde un principio, recién presentado el protagonista, ya aparece esta característica complementaria de su personalidad. Nehemías intercede, suplica, confiesa, y su oración lleva consigo implicaciones personales y colectivas, en la línea de una auténtica oración litúrgica (1,5-11). El yo y el nosotros cabalgan, se piden, se intercambian. Es un miembro del pueblo de Dios que ora y la oración personal resuena en el marco de la alianza entre Dios y su pueblo. Nehemías y el pueblo se identifican.

Solidaridad en el pecado, solidaridad en la confesión: «Confesando los pecados de Israel, nuestros pecados contra ti, porque yo y la casa de mi padre hemos pecado» (1,6). Y esta confesión se convierte así en conversión. Incluso en garantía de la futura reunión de los dispersados (1,8-9): el pecado separa y divide, levanta murallas, hostilidades, incomprensiones; la conversión, la santidad, al contrario, une, crea una especie de ósmosis, de intuición, de comprensión universal que se extiende a todos y en todas las situaciones. El final de la oración de Nehemías, con la petición del éxito para su gestión delante del rey (1 11), enseña cómo una oración por la comunidad puede acabar con una súplica particular y concreta. Cuando oramos, ni el yo se ha de convertir en un nosotros rutinario, masificado, despersonalizador, ni el nosotros en un yo egoísta, interesado, mezquino.

R. VIVES
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 279 s.


2.- Jb 9, 1-12.14-16

2-1.

¿Por qué el sufrimiento? ¿Por qué el sufrimiento del justo y del inocente? ¿El Todopoderoso no puede impedir el desamparo de los niños, las torturas que se infligen a los inocentes?

Dos amigos de Job fueron a "sermonearle". Esta es también una experiencia humana corriente: unos «buenos amigos» se acercan a vuestro lecho de dolor y tratan de "decirnos alguna buena palabra". ¡Qué fácil es hablar del sufrimiento cuando no se sufre! ¡Cuán irrisorias son esas palabras, corrientemente, incluso cuando parten de un buen sentimiento!

Pero el mismo Job vuelve cada vez a tomar la palabra.

-Bien sé yo en verdad que es así; ¿cómo podría un hombre tener razón ante Dios?

Job, no lo olvidemos, no tiene las luces de Cristo -redención, resurrección, vida eterna-. Sus búsquedas son humanas; en su imperfección, sus respuestas son admirables. La primera impresión de Job, es que a Dios, no se le piden cuentas. Esta verdad es esencial.

No es una respuesta total dado que no sabemos «por qué ha dejado Dios una creación con "arrugas"», una «obra inacabada», imperfecta.

Pero hay en ella un algo real: «es así»... el mal existe. ¡Es inútil huir! ¡Es inútil no querer verlo! ¡Es inútil refugiarse en la droga o no seguir preguntándose! Primero hay que mirar el mal de frente, es el primer paso.

-Quien pretenda litigar con Dios, no hallará respuesta ni una vez entre mil... ¿Quién le hará frente y saldrá bien librado?

Es la confesión de nuestra impotencia radical a comprenderlo todo. El hombre moderno, más que el antiguo, se siente perturbado por el mal, precisamente porque ha creído «haber llegado a ser dueño de todo». Creyéndolo todo explicado no admite ciertos dominios irracionales, unos puntos oscuros, unas enfermedades que se le resisten, o unas avalanchas destructoras. Job reconoce humildemente que la pretensión de saberlo y conocerlo todo es ridícula. ¿Es incomprensible el sufrimiento? Pero, ¡el universo tiene también otras incógnitas! Es el hombre tan pequeño. De "mil" problemas planteados, el hombre ha resuelto «algunos», pero subsiste el misterio, lo desconocido...

-Dios traslada los montes... Impera sobre el sol... Hizo las estrellas... Es autor de obras grandiosas, insondables, de maravillas sin número.

La Potencia divina es una de las reflexiones favoritas de Job. En efecto, si es verdad que hay «arrugas» en la creación... ¡también abundan y superabundan las maravillas! ¿Por qué oír sólo lo que chirría al rodar... y no ver todo lo que funciona a la perfección?

-¿Quién le dirá: «¿Qué es lo que haces?» ¡Cuánto menos podré yo defenderme!

Job se aferra, tenazmente, a su certeza: Dios es «sabio», Dios es «inteligente», Dios es «bueno», Dios es «poderoso»... y de ello ha dado muchas pruebas en su creación maravillosa.

Es verdad que tampoco comprendo «por qué» hay tanto mal en este mundo... pero quiero confiar en Dios. El sabe «por qué».

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 312 s.


3.- Lc 9, 57-62

3-1.

Ver Lc 9, 51-62


3-2. SGTO/CONDICIONES.

La narración ofrece tres posturas y tres puntos de vista de Jesús, frente a aquéllos que querían seguirle, poniéndole condiciones. Jesús exige una unión incondicional con él y una superación de todo lo natural. La tierra no es el espacio de Jesús. Él camina hacia la muerte y aquellos que quieran seguirle se apuntan al mismo destino. Jesús, encarnación del Amor, no tiene lugar en una tierra de odio, no tiene casa, ni ciudad, ni pueblo; ni siquiera tiene lo que poseen los animales. Él es la entrega total, el que camina a Jerusalén, el Hijo del hombre, cuya patria no es la tierra. (2 r 2. 1ss.).

Enterrar a los familiares muertos era una grave obligación del cuarto mandamiento para los contemporáneos de Jesús. A pesar de todo seguir a Jesús y el servicio al Reino está sobre todo, aun sobre los preceptos de la antigua Alianza. La cercanía del Reino exige la superación de todos los deberes, aun los más sagrados. (Lc 14. 25).

La urgencia del Reino es tal que ya no queda tiempo, ni para despedir a los familiares.

Para seguir a Jesús no se puede apartar la mirada de la meta y la meta es Jerusalén. No valen para el Reino los que dan importancia a lo que dejan. Solamente valen aquéllos que llenan su alma con su destino de servicio y de entrega. El seguir a Jesús exige el "en seguida" y el "totalmente". (Mt 4. 20; Ga 1. 16; 1 Co 9. 24ss.).

COMENTARIOS BIBLICOS-5.Pág. 527


3-3.

La existencia de Jesús se tipifica en forma de camino (9. 51).

Consiguientemente, la de sus discípulos tendrá que aparecer como seguimiento.

Sabemos por la perícopa anterior (9. 51-55) que seguir a Jesús no ofrece ningún tipo de ventaja o poder sobre los otros. Las tres pequeñas unidades que forman nuestro texto reasumen ese tema y muestran el riesgo y el valor del seguimiento de Jesús.

Frente al hombre confiado que supone que seguirle es como andar hacia una fiesta, Jesús puntualiza: "El Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza" (9. 57-58). Cada uno de los elementos de este mundo ha recibido un puesto dentro del conjunto. Tiene su lugar la roca, madriguera el zorro, nido los pájaros del campo...

Un general que se aventura en la batalla ofrece siempre recompensa a los soldados. El maestro garantiza un éxito al que viene a recibir sus clases. Sólo Jesús, que tiene el atrevimiento de llamar a todos, no ha ofrecido a nadie recompensa de este mundo. No promete hogar sobre la tierra, su camino desemboca en el Calvario.

Recordemos que la palabra con que se alude a Jesús es "Hijo del Hombre".

Precisamente allí donde ha desaparecido todo poder y toda fuerza es donde viene a revelarse el poder definitivo de Dios sobre la tierra (simbolizado en el Hijo del Hombre).

Las dos unidades siguientes (9. 59-60 y 61-62) ofrecen una misma estructura literaria y transmiten un mensaje semejante. El discípulo supone que es posible conciliar el seguimiento de Jesús con las obligaciones antiguas de este mundo: cuidarse del padre, estar a bien con la familia. La respuesta es tajante: el seguimiento presupone un sí absoluto, total, sin condiciones. La verdad del Reino y la verdad del mundo pertenecen a dos campos totalmente distintos y no pueden conciliarse en forma de elementos de una misma verdad universal más amplia.

Recordemos que en cada uno de estos casos el seguimiento alude simplemente a la vocación cristiana. Jesús ha convocado y convoca a todos los hombres, invitándoles a recibir el don del Reino y asumir su destino de fidelidad y sufrimiento. A quien se atreva a acompañarlo le ha ofrecido lo que tiene: el camino de la cruz, la propia soledad, el sufrimiento.

En esta perspectiva, el "deja que los muertos entierren a sus muertos" nos transmite una verdad consoladora. El Reino es más que la familia; el amor de Dios desborda todos los estratos del amor de unos hermanos o unos padres. Por eso, ante la exigencia de Jesús es necesario superar todos los planos de la vida del hombre sobre el mundo. Sólo cuando se haya descubierto este misterio, cuando el amor (y el sufrimiento) del Reino aparezca en su hondura transformante y salvadora se comprenderá el valor del padre y de la madre; no se les ofrecerá simplemente el cariño biológico o cerrado de una familia de este mundo, sino todo aquel misterio del amor fecundo y desprendido que Jesús quiso transmitirnos.

Algo semejante puede afirmarse del que toma el arado... y mira hacia atrás para despedirse de la familia. Tomar el arado presupone decidirse de una forma total, definitiva.

El Reino de Jesús no es una mezcla entre el sí y el no; por eso lo recibe el que se arriesga. Pues bien, desde ese riesgo del evangelio se debe reconquistar la auténtica familia, para amarla con todo el amor (y el sacrificio) que el camino de Jesús nos ha ofrecido.

COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA NT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 1315


3-4. VOCA/3-CASOS DISCIPULO/SGTO.

-Jesús subía hacia Jerusalén. Por el camino uno le dijo: "Te seguiré por doquiera que vayas".

Meditaremos tres casos de "vocaciones".

En el primero es el hombre mismo que se presenta y toma la iniciativa. Viene para proponer a Jesús: ¿me quieres contigo? Pero lo hace con cierta pretensión presuntuosa.

¡Está muy seguro de sé mismo! "Te seguiré por doquiera que vayas". Se cree fuerte, sólido, generoso.

-Jesús le respondió: "Las zorras tienen madrigueras y los pájaros, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza".

Es, evidentemente, una especie de puesta en guardia. Jesús advierte a ese hombre que para seguirle, no basta el entusiasmo. Es curioso ver como Jesús pone por delante la "dificultad" de seguirlo, en el mismo momento en que la aldea no ha querido recibirlo, en el mismo momento en que un hombre generoso se ofrece para seguirle, incondicionalmente.

Jesús pone en primer lugar la falta de confort, la pobreza de su situación. Seguir a Jesús es ser partícipe de su destino.

Esto subraya que Jesús es consciente de ir hacia su destino trágico en Jerusalén: ser discípulo de Jesús es estar preparado a ser rechazado como El lo estuvo, es no tener seguridad...

Señor, yo también quisiera siempre seguirte a donde Tú vayas... Pero ahora ya sé y la historia nos ha enseñado "dónde" ibas. Y el Gó1gota me espanta, te lo confieso.

Ciertamente que no podré seguirte si no me das la fuerza; pero tampoco me atrevo demasiado a pedírtela.

-A otro le dijo: "Sígueme".

En este segundo caso, es Jesús el que llama.

El hombre respondió: "Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre". Jesús le replicó: "Deja que los muertos entierren a sus muertos".

Esa réplica inverosímil suena como una provocación.

En Israel, dar sepultura era una obligación sagrada... y ¡es un acto sumamente natural en todas las civilizaciones! Esas palabras del evangelio, esas exigencias exorbitantes, nos sitúan ciertamente ante un dilema:

-o bien Jesús es un loco que no sabe lo que dice...

-o bien Jesús es de otro orden distinto al terrestre, más allá del humano...

Tratemos de entender esa dura palabra. El término "los muertos" tiene dos sentidos diferentes en la misma frase:

en uno de los casos tiene el sentido habitual, se trata de los "difuntos"... pero en el otro caso se refiere a los que todavía no han encontrado a Jesús, y Jesús se atreve a decir de ellos que están "muertos". ¡Ser discípulo, seguir a Jesús es haber pasado de la muerte a la vida! Es haber entrado en otro mundo, ¡que no tiene nada en común con el mundo habitual!

-Tú ve a anunciar el reino de Dios.

El discípulo sólo tiene una cosa a hacer, ante la cual desaparece todo lo restante: "anunciar el reino de Dios". Es radical, absoluto. Esto no admite retraso alguno.

-Otro le dijo: "Te seguiré, Señor; pero déjame primero despedirme de mi familia". Jesús le contestó: "EI que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios".

¿Quién es pues Jesús para pedir tales rompimientos? Y sin embargo Jesús nos ha pedido también que amemos a nuestros padres, y ha dado testimonio de un afecto delicado a su madre al confiarla a san Juan en el momento de su muerte .

Pero Dios, nos pide que renunciemos por El a todas las dulzuras familiares. Esto lo había ya exigido Elías a su discípulo. (1 Reyes 19, 19-21).

El servicio del Reino de Dios, ¿tendrá aún en adelante, hombres de ese temple?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 204 s.


3-5.

1. (Año I) Nehemias 2,1-8

a) Hoy y mañana leemos unos pasajes del libro de Nehemías. Este judío, que se quedó en Babilonia cuando empezaron a volver las primeras caravanas de repatriados, había llegado a ocupar un cargo bastante importante en la corte de los reyes persas: era el copero mayor. Lo que nos recuerda la historia de José en Egipto, y también la de Ester en la corte de Asuero.

Se ve que llegan noticias tristes de Jerusalén, por la desgana de algunos en la reconstrucción y por las dificultades que los pueblos vecinos -sobre todo los samaritanos- les ponen en el camino. Nehemias se muestra solidario de su pueblo y pide al rey que le permita volver a ayudar a su pueblo en la difícil tarea. Se ve que no sólo es una buena persona, sino que es emprendedor y sabe convencer a los que haga falta para conseguir sus propósitos. El rey le da facilidades, siguiendo la linea de tolerancia de la dinastía persa.

b) Es interesante que un laico, Nehemias, sienta esta preocupación por ayudar al pueblo en su reedificación, no sólo en el sentido material, sino también en el social y religioso.

Nehemias, laico, y Esdras, sacerdote, trabajarán juntos en la gran obra.

Podemos ver fácilmente el paralelo en nuestro tiempo. También ahora se puede decir que la situación no es nada halagüeña, ni en la Iglesia ni en la sociedad. Tal vez no será tan dramática como la que refleja el clásico salmo de Babilonia. Allí, después de una generación de lejanía de Jerusalén, el pueblo judío estaba a punto de olvidarse de la Alianza. Ya no sonaban los cantos en honor de Yahvé: "¿cómo cantar un cántico del Señor en tierra extranjera?". E incluso los ancianos se quejaban, poéticamente, de que se les podia "pegar la lengua al paladar", porque ya no iban a cantar más salmos, y que no les importaba que se les "paralice la mano derecha", porque ya no necesitarán tocar las citaras en el culto de Dios. Se estaba perdiendo, no sólo la identidad política, sino también la fe.

Pero entre todos, clérigos y laicos, pusieron manos a la obra y reedificaron Sión en todos los sentidos. En nuestra situación actual también hace falta la colaboración de todos, de los sacerdotes y religiosos, de las familias, de los catequistas, de los maestros, de los profesionales cristianos, incluidos los que están metidos en los medios de comunicación o -como en el caso de Nehemias- en la política. Se trata de salvar los valores humanos y cristianos fundamentales, para que las generaciones futuras tengan una sociedad mejor.

1. (Año II) Job 9,1-12.14-16

a) Job y sus amigos buscan respuesta a la pregunta sobre el mal que agobia a los inocentes, y no la encuentran.

Job no se atreve a pleitear contra Dios. Sus razones tendrá. Es el todopoderoso. Lo sabe todo y lo puede todo. ¿Cómo podremos nosotros encontrar argumentos contra él o pedirle cuentas?, "¿quién le reclamará: qué estás haciendo?". Nosotros no sabemos la respuesta, pero él sí que debe saberla.

Job está asustado ante Dios. No acaba de recibir respuesta. Sigue la búsqueda. Sus contertulios no le ayudan mucho. Más bien meten cizaña en su ánimo.

b) La situación puede pasarnos a nosotros mismos, o a conocidos nuestros a los que vemos sufrir en propia carne lo que parece una injusticia por parte de Dios: ¿porqué a mí? ¿porqué a esta persona inocente? ¿cómo lo permite Dios?

Juan Pablo II, en su carta "Salvifici Doloris" (1984), sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano, es el que mejor ha abordado este misterio. Sobre todo en su apartado tercero, "a la búsqueda de una respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento", que toma pie precisamente del libro de Job. ¿Será, como le dicen sus amigos, que estas desgracias son necesariamente castigo de sus pecados? ¿será una pedagogía divina, por el valor educativo que tienen las pruebas y el dolor? El libro de Job niega estos presupuestos como insuficientes, pero no llega a la clave verdadera. Como dice el Papa, "el libro de Job no es la última palabra de la revelación sobre este tema".

La respuesta la tenemos en Cristo, en su dolor asumido, en su solidaridad total, en su muerte inocente y en su resurrección. Dios nos ha querido salvar asumiendo él nuestro dolor, entrando hasta el fondo en el mundo de nuestro sufrimiento y dándole así un sentido redentor, de amor, desde la profundidad del sacrificio pascual de Cristo, el Siervo de Yahvé que se entrega por los demás voluntariamente, a pesar de ser inocente. Dios nos ha mostrado su amor precisamente a través de su dolor, solidario del nuestro. Nuestro dolor, entonces, se convierte en solidario del de Cristo. Con la misma finalidad: salvar al mundo.

Seguirá siendo una pregunta difícil de contestar. Seguirá doliendo. La oración del salmo no nos da la respuesta, pero sí fuerzas para vivir el misterio: "llegue hasta ti mi súplica, Señor, ¿por qué me rechazas y me escondes tu rostro? Pero yo te pido auxilio, por la mañana irá a tu encuentro mi súplica".

Jesús nos dio el ejemplo, entregándose en manos de Dios y caminando hacia su sacrificio: "no se haga mi voluntad sino la tuya. A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu".

2. Lucas 9,57-62

a) En el camino de Jesús se espeja nuestro camino. Hoy leemos tres breves episodios de "vocación" a su seguimiento, con situaciones diferentes y respuestas que parecen paradójicas por parte de Jesús.

A uno que le quería seguir, Jesús le advierte que no tiene ni dónde reclinar la cabeza: menos que los pájaros y las zorras, que tienen su nido o su madriguera. A otro le llama él, y no le acepta la excusa dilatoria de que tiene que enterrar a su padre: "deja que los muertos entierren a sus muertos". Al que le pide permiso para despedirse de su familia, le urge a que deje estar eso, porque sería como el que pone la mano en el arado y sigue mirando atrás.

b) Las respuestas no se deben tomar al pie de la letra, sino como una manera expresiva de acentuar la radicalidad del seguimiento que pide Jesús, y su urgencia, porque hay mucho trabajo y no nos podemos entretener en cosas secundarias.

Con su primera respuesta, nos dice que su seguimiento no nos va a permitir "instalarnos" cómodamente. Jesús está de camino, es andariego. Como Abrahán desde que salió de su tierra de Ur y peregrinó por tierras extrañas cumpliendo los planes de Dios.

Con la segunda, Jesús no desautoriza la buena obra de enterrar a los muertos. Recordemos el libro de Tobías, en que aparece como una de las obras más meritorias que hacía el buen hombre. A Jesús mismo le enterraron, igual que hicieron luego con el primer mártir Esteban. Lo que nos dice es que no podemos dar largas a nuestro seguimiento. El trabajo apremia. Sobre todo si la petición de enterrar al padre se interpreta como una promesa de seguirle una vez que hayan muerto los padres. El evangelio pone como modelos a los primeros apóstoles, que, "dejándolo todo, le siguieron".

Lo mismo nos enseña con lo de "no despedirse de la familia". No está suprimiendo el cuarto mandamiento. Es cuestión de prioridades. Cuando el discípulo Eliseo le pidió lo mismo al profeta Elías, éste se lo permitió (I R 19). Jesús es más radical: sus seguidores no tienen que mirar atrás. Incluso hay que saber renunciar a los lazos de la familia si lo pide la misión evangelizadora, como hacen tantos cristianos cuando se sienten llamados a la vocación ministerial o religiosa, y tantos misioneros, también laicos, que deciden trabajar por Cristo dejando todo lo demás.

Sin dejarnos distraer ni por los bienes materiales ni por la familia ni por los muertos. La fe y su testimonio son valores absolutos. Todos los demás, relativos.

"Déjame ir a Judá y reconstruiré la ciudad donde están enterrados mis padres" (1ª lectura I)

"Yo te pido auxilio, por la mañana irá a tu encuentro mi súplica" (salmo Il)

"El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios" (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 124-128


3-6.

Jb 9, 1-12.14-16: Un hombre cansado de vivir

Lc 9, 57-62: Los obstáculos del seguimiento.

Muchos de los que aspiraban a ser seguidores de Jesús nunca pasaban de la buena intención. La mayoría se rezagaban en el camino; les interesaba de alguna manera el llamado de Jesús, pero las preocupaciones inmediatas los confundían.

El primero se pone a pensar largo pues Jesús le pone en evidencias que él no le ofrece seguridades de ningún tipo. El seguidor de Jesús debe aprender a vivir más libre de las ataduras que los animales silvestres.

El segundo se pone a considerar el momento oportuno y este no corresponde con el llamado de Jesús. Este discípulo, que puede ser cualquiera de nosotros, le dice a Jesús que lo seguirá pero siempre y cuando sus progenitores hayan fallecido. Por lo tanto, el maestro debe esperar hasta que el padre haya muerto y el candidato de discípulo haya asegurado la herencia para que este disponible para el seguimiento. Jesús le contesta con una frase tajante: si usted se dedica a anunciar el evangelio abandone las preocupaciones de la herencia y ponga manos a la obra ahora mismo, que para mañana es tarde.

El tercero espera el reconocimiento de sus parientes, su apoyo, para afiliarse al grupo de discípulos. Jesús lo confronta poniéndole en evidencia como las exigencias y la urgencia del seguimiento no dan para que un ser humano adulto espere la aprobación de los demás para hacer lo que le corresponde.

Las exigencias dirigidas a los discípulos fueron efectivas en el pasado y hoy conservan todo su vigor. El llamado requiere decisión, entrega y responsabilidad. Sólo los seres humanos dispuestos a ser libres se incorporan a la comunidad de discípulos y emprenden el camino del Maestro.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-7. 2001

COMENTARIO 1

NUEVA LLAMADA DE DISCIPULOS, AHORA SAMARITANOS

La perícopa de 9,57-62 contiene la reacción de Jesús. Como sea que los discípulos judíos le llevan la contra y que algunos samaritanos que han comprendido su actitud quieren incorporarse al grupo, Jesús hace una nueva llamada de discípulos, ahora en territorio samaritano, precisando cuáles han de ser las actitudes del verdadero discípulo. La escena tiene forma de tríptico. En las tablillas laterales hay constancia de dos ofrecimientos («Te seguiré»), si bien condicionados; en el centro hay una llamada directa de Jesús («Sígueme»). El personaje central ha sido invi­tado por Jesús, en vista de sus disposiciones; los otros dos han tomado ellos mismos la iniciativa, en vista de las actitudes de Jesús. Lucas describe con estos tres personajes la constitución de un nuevo grupo (tres indica siempre una totalidad). Estos personajes, sin embargo, no tienen nombre. La situación que describe tiene más de ideal que de real. Hay una referencia implícita a la primera llamada de discípulos israelitas: Pedro, Santiago y Juan. También tres. Las condiciones que les impone ahora son más exigentes si cabe: les exige una ruptura total con el pasado: casa, familia y, sobre todo, padre, como portador de tradición.

Al personaje del centro lo invita él mismo porque sabe que ya ha roto con la tradición paterna (muerte del «padre», figura de la tradición que nos vincula con el pasado). Le pide que se olvide del pasado («enterrar») y que se disponga a anunciar la novedad del reino. Al primero, que se ha ofrecido espontánea­mente, le exige que no se identifique con ninguna institución («no tiene donde reclinar la cabeza»). Jesús nos quiere abiertos a todos y universales. La respuesta que da al tercero, quien también se ha ofrecido espontáneamente, se ha convertido en una máxima: «El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el reino de Dios. » La «familia» es figura, en este contexto, de Samaria: la opción por el reino universal rompe con cualquier particularismo.


COMENTARIO 2

Para ser instrumento apto en el anuncio del Reino de Dios hay que responder a las exigencias que ese anuncio supone. La naturaleza de dichas exigencias es tan amplia que pone en cuestión los valores que fueron predominantes en la vida antes del momento del llamado.

Posesión y deberes familiares, valores indispensables para la actuación humana, son puestos en cuestión y deben ser considerados bajo una nueva perspectiva. Desde la primacía que debe adquirir en la vida la tarea referida al Reino de Dios todo lo demás se convierte en relativo. Por consiguiente, todo otro valor en adelante debe ser considerado en relación a lo que señala este valor fundamental de la existencia creyente. De esta forma todos los antiguos valores de una existencia son relativizados y , por lo mismo, desde el Reino adquieren su exacta perspectiva.

La suerte del Hijo del Hombre que "no tiene donde reclinar su cabeza" puede ser asumida como plenitud de la existencia, más allá del vacío que comporta para el llamado el colocarse en situación de desventaja frente las aves del cielo y a los zorros del campo. Igualmente, los mismos deberes familiares son puestos en cuestión frente a los deberes que el anuncio del Reino comporta.

La palabra de Jesús "Tú, anda a anunciar el Reino de Dios" sigue resonando en los oídos de todo creyente. Ella le acompañará a lo largo de toda su vida y le impedirá el volver la vista atrás después de haberse decidido colocar su vida al servicio de esa Causa.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-8. 2002

Hoy en el mundo son millones los que nos decimos ser seguidores de Jesús y de su Causa; pero muchas veces cada uno interpreta y acomoda el mensaje de Jesús a su manera o de acuerdo a sus intereses. En el relato evangélico de hoy esto es muy claro. Nadie distinto de Jesús puede establecer las reglas del juego en el seguimiento de Jesús; solamente Él. Seguirlo equivale a conocer y aceptar el modo como debemos hacerlo. Sabemos que el seguimiento de Jesús, no fue ni es una realidad fácil. Es un camino que comporta consecuencias trascendentales para la vida y que muchas veces desemboca en un fin trágico, similar al de Jesús. No podemos declararnos sus seguidores si no nos confrontamos con el Evangelio y con las exigencias radicales que le siguen. Jesús, en la primera escena del relato (9, 57-56), pone de manifiesto la inseguridad que le espera a todo aquel que se disponga a seguirlo de verdad.
La segunda escena del relato (9, 59-60) nos presenta a uno que es llamado por Jesús, pero no es capaz de asumir la causa que Jesús le propone, porque los lazos de la carne y de la sangre son más fuertes. Para Jesús, el Reino de Dios es el absoluto de todo hombre y mujer y por lo tanto Dios no admite excusa alguna. Dios no es un agregado más a lo que el ser humano ya tiene o hace, sino el punto de partida para su existencia. Para Jesús, el seguimiento está relacionado con la vida, por eso hay que dejar atrás el mundo muerto, representado en la figura del padre que había muerto.
La tercera escena que nos presenta el evangelio (9, 61-62) se trata de un caso similar al anterior, pero en el que el hombre se presenta espontáneamente sin recibir una invitación explícita de Jesús. Este hombre pone una condición para poder seguirlo, pero Jesús la rechaza, porque sabe que el valor del Reino es mayor que el de cualquier relación existente en la historia. Jesús, no se opone al amor, a la familia, esto hay que entenderlo muy bien; Jesús, lo que deja bien en claro, es que no se puede anteponer nada, absolutamente nada, al valor del Reino.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-9. Miércoles 1 de octubre de 2003
 
Neh 2, 1-8: La misión del profeta
Salmo responsorial: 136, 1-6
Lc 9, 57-62:Condiciones para el seguimiento

Mientras iban de camino, se le presentan a Jesús tres candidatos que quieren seguirle. Se diría que Jesús hace todo lo posible para desanimarlos. Parece que su intención es más la de rechazar que la de atraer, desilusionar más que seducir. En realidad él no apaga el entusiasmo, sino las falsas ilusiones y los triunfalismos mesiánicos. Los discípulos deben ser conscientes de la dificultad de la empresa, de los sacrificios que comporta, y de la gravedad de los compromisos que se asumen con aquella decisión. Por eso el maestro le dice a los discípulos que tomen conciencia del riesgo que comparta esta aventura: “la entrega de la propia vida”.

Seguir pues a Jesús, exige:

- Disponibilidad para vivir en la inseguridad: “no tener nada, ni siquiera donde reclinar la cabeza”. No se pone el acento en la pobreza absoluta, sino en la itinerancia. El discípulo, como Jesús, no puede programar, organizar la propia vida según criterios de exigencias personales, de comodidad individual; su vida no puede estar amarrada por las estructuras o posesiones materiales.

- Ruptura con el pasado, con las estructuras sociales, políticas, económicas y culturales que atan y generan la muerte. Es necesario que los nuevos discípulos miren adelante, que anuncien el Reino, para que desaparezca el pasado y surja el proyecto de Jesús.

- Decisión irrevocable. Nada de vacilaciones, nada de componendas, ninguna concesión a las añoranzas y recuerdos del pasado, el compromiso es total, definitivo, la elección irrevocable.

Lucas, al contar estas exigencias radicales del seguimiento, al comienzo del viaje a Jerusalén quiere advertir a los discípulos sobre la seriedad del camino que van a emprender con Jesús.

Hoy como ayer, Jesús sigue llamando a hombres y mujeres que dejándolo todo, se comprometen con la causa del evangelio, y tomando el arado sin mirar hacia atrás, entregan la propia vida en la construcción de un mundo nuevo donde reine la justicia y la igualdad entre los seres humanos.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


3-10. ACI DIGITAL 2003

60. Los muertos que entierran a sus muertos son los que absortos en las preocupaciones mundanas no tienen inteligencia del reino de Dios (cf. I Cor. 2, 14). Ni este aspirante, ni los otros dos llegan a ser discípulos, porque les falta el espíritu de infancia y prefieren su propio criterio al de Jesús. Véase II Cor. 10, 5: "Y toda altanería que se levanta contra el conocimiento de Dios. (Así) cautivamos todo pensamiento a la obediencia de Cristo".


3-11. 2003

LECTURAS: NEH 2, 1-8; SAL 136; LC 9, 57-62

Neh. 2, 1-8. Nehemías ha sido informado por medio de Jananí de lo siguiente: El resto de los judíos que han quedado en su tierra se encuentran en gran estrechez y confusión. La muralla de Jerusalén está llena de brechas, y sus puertas incendiadas. Después de que Nehemías invoca al Señor, confiesa ante Él los pecados del pueblo, como si fueran suyos, pues se hace solidario del Pueblo al que pertenece; y entonces le recuerda a Dios el amor que siempre ha sentido por ellos, y le suplica que le conceda verse favorecido por el Rey de Babilonia: Artajerjes. Y Dios le concede lo que ha pedido, de tal forma que puede marchar hacia Jerusalén para reconstruir la ciudadela, y disponer de todo el material para llevar a cabo esa obra. Dios, por medio de Jesús, su Hijo hecho hombre, nos ha concedido todo lo que necesitamos para que nuestra vida deje de estar en ruinas, dominada por la maldad, que ha abierto brechas en nosotros y nos ha dejado a merced del pecado. Por medio de Cristo, el Hijo Enviado por el Padre, nuestra vida ha sido restaurada, hemos sido perdonados, y, sobre todo, hemos sido elevados a la gran dignidad de ser hijos de Dios y templos de su Espíritu. Si en nuestro camino por la vida sentimos que las fuerzas para continuar avanzando en el bien se nos debilitan, no dudemos en acercarnos a Dios, nuestro Padre, para pedirle que nos fortalezca y nos llene de su Espíritu, pues Él, ciertamente, está dispuesto a concedernos todo lo que le pidamos en Nombre de Jesús, su Hijo, nuestro Señor.

Sal.136. Hay más alegría en el Cielo por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión. Hay que hacer fiesta por el hijo que ha vuelto; por la oveja perdida, que ha sido encontrada. Y el Señor lucha a nuestro favor para levantarse victorioso sobre nuestro enemigo, la serpiente antigua o Satanás. ¿Cómo cantar y vivir alegres, cómo dejar de preocuparnos pensando que todo va bien cuando muchos hermanos nuestros continúan al margen de la salvación? Dios nos ha enviado a proclamarles el Evangelio, a llamarlos a la conversión, a hacerlos partícipes de la Vida que Él ofrece a todos. No podemos quedarnos sentados, sintiéndonos seguros porque nosotros hemos ya recibido esa Vida. Mientras haya un sólo pecador no podemos dejar de esforzarnos por anunciar la Buena Nueva del amor, del perdón y de la misericordia de Dios, hasta que en verdad la Victoria de Cristo sobre el mal se haga realidad en el corazón de todos los hombres.

Lc. 9, 57-62. Ya el Señor nos dice: Si uno de ustedes piensa edificar una torre, ¿no se sienta primero a calcular los gastos y ver si tiene para acabarla? No sea que, si pone los cimientos y no puede acabar, todos los que lo vean comiencen a burlarse de él, diciendo: Este comenzó a edificar y no pudo terminar. El seguimiento del Señor en la fe no es un juego. Quien se compromete con Él está empeñando toda su vida, de tal forma que debe amarle muy por encima de todas las cosas; y ha de entrar en Alianza con Él de tal forma que se lleve a efecto una auténtica vida de Comunión entre Dios y nosotros. Entonces no contará el dinero ni los bienes pasajeros como parte de nuestra felicidad; tampoco contará nuestra familia como parte de nuestra seguridad; tampoco los demás serán el punto de referencia de nuestros actos. Sólo Dios, sin nadie más en quien hacer nuestro nido, ni en quien reclinar nuestra cabeza. Sólo Dios, convertido en el único Padre nuestro, punto de referencia y fin de nuestros actos. Sólo Dios, hacia quien nos encaminamos continuamente. Si le hemos dicho sí y nos hemos echado a andar tras de Él, vivámosle con la fidelidad de quien ha aceptado un amor indivisible; con el amor de quien se alegra por tenerlo por Padre; con el esfuerzo de quien, alegremente, trabaja por sembrar en el corazón de todos la Vida que Él nos ha confiado para que todos disfruten de ella. Todo por Él y por su Reino, pues fuera de Él nada tiene sentido.

El Señor nos ha convocado en esta Eucaristía, llamándonos a seguirlo libres de toda atadura. Cuando se lleva a cabo la alianza mediante el sacramento del Matrimonio, se entrega, en amor, el corazón de un modo indivisible a quien, en adelante, será cónyuge toda la vida. El Señor, con quien hemos sellado una Alianza desde el día en que, por medio del Bautismo, hicimos nuestra su Vida y Él hizo suya la nuestra, nos quiere comprometidos en una fidelidad constante, puesta a toda prueba. Él, además de ser nuestro Redentor y Señor, es nuestro Maestro que nos ha escogido como discípulos suyos, para que, permaneciendo con Él, aprendamos a trabar constantemente por su Reino sin buscar intereses mezquinos. Mediante la Eucaristía renovamos con Él nuestro compromiso de no reclinar, de no apoyar sino en Él toda nuestra vida para que, guiados por su Espíritu Santo en nosotros, nos esforcemos constantemente en construir un mundo más recto, más justo, más fraterno.

Quienes hemos seguido a Cristo, depositando nuestra fe en Él, no podemos llegar ante los demás con doblez, de tal forma que al proclamarles el Nombre del Señor queramos sacar partido queriendo granjearnos a los poderosos para que nos den seguridad. Quienes en la difusión del Evangelio se ganan a quienes detentan el poder para asegurar la aceptación de la fe en el Señor, en lugar de proclamar el Nombre del Señor con toda la entrega personal que requiere el llegar a los demás por el camino arduo de la cruz, que nos hace cercanos a todos y dar la vida por ellos, lo único que estarían provocando sería un nuevo colonialismo de una fe impuesta indirectamente e incapaz de llegar a una auténtica madurez. Sólo en la cruz hemos de reclinar nuestra cabeza, cruz que significa amor sacrificial en favor de aquellos a quienes hemos sido enviados como discípulos de Quien se empolvó los pies y se vistió con la túnica de peregrino para hacerse cercanía del hombre, para ser en verdad Dios-con-nosotros. Quien ha puesto la mano en el arado, quien ha cargado su propia cruz y ha emprendido el camino tras las huellas de Cristo, no puede terminar como enterrador de muertos, sino como el que da Vida, la Vida que procede de Dios, dándola aún a costa de tener que padecer, y ser perseguido, y ser condenado a muerte. Quien vive entre lujos, quien piensa que el pertenecer a Cristo es vivir de Cristo como ocasión de negocios económicos, ha puesto la mano en el arado y ha vuelto no sólo la mirada, sino la vida hacia las esclavitudes del pecado. La Iglesia de Cristo no puede dejar de caminar en la pobreza, desembarazada de todo aquello que deja de identificarla con su Señor. Seamos fieles a la Alianza que hemos hecho con Él y hagamos, no sólo con palabras, sino con la vida, que su mensaje de salvación sea más creíble para quienes le buscan.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Virgen María, nuestra Madre, una auténtica vida de fe, para que, no sólo con los labios, sino con nuestras obras manifestemos que en verdad somos discípulos fieles de Cristo. Amén.

www.homiliacatolica.com


3-12.

Contemplar el Evangelio de hoy
Fra. Lluc Torcal (Monge de Poblet) 01/10/2003
© mim.e-cristians.net
Día litúrgico: Miércoles XXVI del tiempo Ordinario
Ref. del Evangelio: Lc 9,57-62
Texto del Evangelio: En aquel tiempo, mientras iban caminando, uno le dijo: «Te seguiré adondequiera que vayas». Jesús le dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». A otro dijo: «Sígueme». El respondió: «Déjame ir primero a enterrar a mi padre». Le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios». También otro le dijo: «Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa». Le dijo Jesús: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios».

Comentario: Fra. Lluc Torcal (Monge de Poblet)

«Sígueme»

Hoy, el Evangelio nos invita a reflexionar, con mucha claridad y no menor insistencia, sobre un punto central de nuestra fe: el seguimiento radical de Jesús. «Te seguiré adondequiera que vayas» (Lc 9,57). ¡Con qué simplicidad de expresión se puede proponer algo capaz de cambiar totalmente la vida de una persona!: «Sígueme» (Lc 9,59). Palabras del Señor que no admiten excusas, retrasos, condiciones, ni traiciones...

La vida cristiana es este seguimiento radical de Jesús. Radical, no sólo porque toda su duración quiere estar bajo la guía del Evangelio (porque comprende, pues, todo el tiempo de nuestra vida), sino —sobre todo— porque todos sus aspectos —desde los más extraordinarios hasta los más ordinarios— quieren ser y han de ser manifestación del Espíritu de Jesucristo que nos anima. En efecto, desde el Bautismo, la nuestra ya no es la vida de una persona cualquiera: ¡llevamos la vida de Cristo inserta en nosotros! Por el Espíritu Santo derramado en nuestros corazones, ya no somos nosotros quienes vivimos, sino que es Cristo quien vive en nosotros. Así es la vida cristiana, porque es vida llena de Cristo, porque rezuma Cristo desde sus más profundas raíces: es ésta la vida que estamos llamados a vivir.

El Señor, cuando vino al mundo, aunque «todo el género humano tenía su lugar, Él no lo tuvo: no encontró lugar entre los hombres (...), sino en un pesebre, entre el ganado y los animales, y entre las personas más simples e inocentes. Por esto dice: ‘Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza’» (San Jerónimo). El Señor encontrará lugar entre nosotros si, como Juan el Bautista, dejamos que Él crezca y nosotros menguamos, es decir, si dejamos crecer a Aquel que ya vive en nosotros siendo dúctiles y dóciles a su Espíritu, la fuente de toda humildad e inocencia.


3-13. Jesús, ¿Radical o intolerante?

Fuente: Catholic.net
Autor: P . Sergio A. Córdova

Lucas 9, 51-62

Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén, y envió mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada; pero no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén. Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?. Pero volviéndose, les reprendió y dijo: No sabéis de qué espíritu sois. Porque el Hijo del Hombre no ha venido a perder a los hombres, sino a salvarlos. Y se fueron a otro pueblo. Mientras iban caminando, uno le dijo: Te seguiré adondequiera que vayas. Jesús le dijo: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza. A otro dijo: Sígueme. Él respondió: Déjame ir primero a enterrar a mi padre. Le respondió: Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios. También otro le dijo: Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa. Le dijo Jesús: Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios.


Reflexión

Creo que nunca se había hablado tanto de “tolerancia” como en nuestros días. Aunque, si hemos de ser sinceros, aún hoy se cometen bastantes atropellos en muchos rincones del planeta a causa de la intolerancia religiosa, étnica, cultural, económica o social. Pero, no voy a entrar en este tema. Lo que se me ha hecho curioso es que en el Evangelio de este domingo, Jesús se nos presenta, extrañamente, casi como un “intolerante”…

Lucas nos narra el caso de tres jóvenes que pudieron ser discípulos de Jesús, y que quedaron en vocaciones frustradas por la respuesta dada por el Señor. Quien no lo conoce, podría tildarlo de duro, tajante, e incluso de intolerante. Ciertamente, desconcertante.

Mientras Jesús iba de camino, le salió al encuentro uno, que le dijo: “Maestro, te seguiré a dondequiera que vayas”. Parecía estar bien dispuesto y preparado para seguir a Jesús. Y, sin embargo, nos da la impresión de que nuestro Señor lo desanima: “Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos –le responde— pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”. Era como decirle que se lo pensara muy bien, que no era fácil su seguimiento, que habría muchas dificultades y renuncias, y que no cualquiera podía ir por ese camino. Pero, ¿no hubiese sido mejor que lo entusiasmara y le ofreciera una palabra de aliento? Seguramente, al oír una respuesta tal, aquel muchacho se habrá echado para atrás.

Enseguida se encuentra con otro, y lo invita Él personalmente: “Sígueme”. Es aquí Jesús quien toma la iniciativa. El joven le pide un poco de prórroga: “Déjame primero ir a enterrar a mi padre”. Jesús no condena los funerales. Obviamente, no es que el padre de este muchacho acabara de morir y tuviera que celebrarse un sepelio. No. Estas palabras significan otra cosa muy diversa: éste quería permanecer entre sus seres queridos hasta que sus padres murieran y entonces, después de sepultarlos, podría ser su discípulo.

Por supuesto que Jesús no admite dilaciones: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios”. La respuesta nos puede sonar bastante confusa. Los orientales son muy coloridos en su hablar y usan un lenguaje rico de imágenes. La palabra “muertos” cobra aquí un doble significado: a los primeros a los que se refiere Jesús son los muertos no en sentido físico, sino figurado –es decir, aquellos que no pertenecen al Reino, los muertos en su espíritu— y son los deben enterrar a los que ya han partido de este mundo, a los difuntos en el sentido real del término.

Finalmente, aparece en escena un tercer joven, que le dice: “Te seguiré, Señor, pero déjame primero despedirme de mi familia”. La petición que hace éste a Jesús nos parece muy razonable. ¿Qué tiene de malo que, antes de seguir a Cristo, se despida de sus seres queridos? Cualquiera de nosotros lo hubiera pedido. Más aún, quienes hemos seguido a Cristo por el camino del sacerdocio o de la vida religiosa, lo hemos hecho. El mismo Eliseo le hizo a Elías una idéntica petición cuando éste lo llamó a sucederlo en el ministerio profético. Y Elías se lo permitió (I Re, 19, 91-21).

Sin embargo, las palabras de nuestro Señor vuelven a ser duras y radicales: “El que echa la mano en el arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios”. Y también éste queda descartado.

¿No es Jesús un Mesías bastante radical e intolerante? Sin embargo, en este último caso, el Señor no está negando a nadie que “se despida” físicamente de los suyos. De lo que habla es de la actitud interior. Éste todavía estaba demasiado apegado a su familia y los afectos naturales lo tenían como “atado”, tanto que no le permiten seguir a Jesús. Son esas personas que jamás se deciden a romper con sus comodidades, sus afectos, sus seguridades, ni son capaces de renunciar a la compañía física de sus seres queridos. Y así frustran una vocación hermosa al seguimiento de Jesús.

El Señor no es intolerante, pero sí es exigente. Él conoce muy bien el corazón de los hombres y sabe lo que puede pedirnos. Si muchos reyes y generales, a lo largo de la historia, han pedido a sus súbditos o a sus soldados incluso el sacrificio supremo de la propia vida –y tantísimos lo han dado por su rey y por la patria— Jesucristo, el Rey de reyes, también puede pedirlo. Él quiere generosidad, decisión, totalidad en el amor. Las entregas a medias no sirven para nada. Además, el Señor advierte claramente a los que llama y les hace conocer las exigencias de su seguimiento. Quienes quieran alistarse en sus filas, deben ser conscientes de la dificultad de la empresa y de la gravedad de los compromisos que asumen con su decisión.

Pero, aunque sabe que su seguimiento es costoso, el Señor no engaña a nadie porque quiere entregas libres, conscientes y hechas por amor. No quiere mercenarios, cobardes ni traidores. Cristo exige una opción radical por Él y por su Reino, pues “si alguno quiere seguirlo y no toma su cruz, no es digno de Él” (Lc 9,23). Sus discípulos deben estar dispuestos a entrar por la vía estrecha del Evangelio (Mt 7, 13-14), a perder la vida por Él para salvarla (Lc 9,24), y a caer en tierra y morir para llevar mucho fruto (Jn 12,24). Cristo exige radicalidad, sí, pero nos promete una recompensa eterna y un premio sin comparación: “cien veces más en esta vida y la vida eterna” (Mt 19,29).

Francisco Pizarro, de camino al Perú, se vio ante un peligro inminente, y su tripulación se rebeló y exigió la vuelta. Pero el general se puso en medio de sus hombres, trazó una línea en tierra y les pidió una opción tajante: o seguir con él hasta la victoria, o echar marcha atrás como cobardes. Los pocos valientes que le siguieron fueron los conquistadores del imperio Inca. Hernán Cortés hizo otro tanto con sus tropas: mandó quemar las naves para que nadie pudiera huir.

Y si tantos hombres valientes se han convertido en héroes por un ideal noble, sí, aunque terreno, ¿Cristo no nos puede pedir eso mismo para la aventura más maravillosa y heroica, la de ganar a miles de almas para Dios y para la vida eterna? Muchos hombres y mujeres han sido mártires por el nombre de Cristo. Y nosotros, ¿qué seremos capaz de hacer por Él?


3-14. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

Job 9,1-12.14-16
Salmo responsorial: 87,10bc-11. 12-13. 14-15
Lc 9,57-62: El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.

Los discípulos tendrán que vencer no sólo la sed de venganza y de revancha o el deseo de poder manifestado reiteradas veces por ellos a lo largo del evangelio. Las exigencias de Jesús van más allá.
El evangelista presenta tres casos de aspirantes a discípulo, esta vez samaritanos. El primero y el tercero piden seguir a Jesús; el segundo es llamado por Jesús mismo.

El primero le promete seguirlo en su condición de maestro itinerante (adonde quiera que vayas). Seguir a Jesús evoca la idea de acompañarlo, de formarse, de colaborar con él; dada la calidad del maestro, esto no supone una actitud servil, una alianza ciega, una dependencia infantil o un mimetismo alienante. Jesús le recuerda, no obstante, que el trabajo del misionero es abnegado, pues no tiene ni siquiera, como las zorras o los gorriones, una madriguera o un nido donde cobijarse; llegado el caso, la abnegación y el desprendimiento radical son necesarios para ello. Jesús es un maestro itinerante, sin arraigo, sin techo. Su suerte no se asemeja ni siquiera a la de los animales más inquietos, las zorras y los gorriones, animales comunes. El discípulo debe encontrar su refugio en Dios y en la comunidad de discípulos.

El segundo pide seguir a Jesús, pero con una condición: enterrar primero a su padre, como pidió el profeta Eliseo a Elías en el libro primero de los Reyes (19,19-21). El lector, sea judío o griego, conoce el carácter imperativo que tiene en ambas culturas acompañar a los padres en la vejez hasta darles sepultura. El padre representa entre los judíos la tradición, el vínculo con el pasado y con la ley. Jesús invita al discípulo a abrirse al futuro con esa frase llena de ambigüedad: dejad a los muertos (los que están anclados en el pasado, en la ley y en la tradición) enterrar a sus muertos). El discípulo debe romper con ese vínculo para mirar a la tarea acuciante de anunciar el reinado de Dios. Seguir a Jesús requiere una adhesión inmediata y total, que exige una ruptura con el orden familiar y con la tradición religiosa.

El tercero se acerca a Jesús, pero le pide permiso para despedirse primero de su familia. Jesús se muestra más exigente que Elías con Eliseo; aquél le dio permiso para ir a despedirse de su familia y luego seguirlo; Jesús le responde con una frase proverbial con la que se indica que el seguimiento de Jesús requiere concentración y exclusividad; no hay lugar ya para añorar el pasado (poner la mano en el arado y mirar hacia atrás); hay que concentrarse en la tarea del reino, renunciando al núcleo familiar restringido, pues el reino universal rompe con el particularismo de lo familiar. La nueva comunidad no está atada por vínculos de sangre, sino por el amor que infunde el Espíritu.


3-15. 29 de Septiembre2004

144. Para seguir a Cristo

Miércoles de la Vigésima Sexta Semana del Tiempo Ordinario

I. En el Evangelio de la Misa de hoy, Jesús expone en breves palabras el panorama para los que quieren seguirlo: la renuncia a la comodidad, el desprendimiento de las cosas, una disponibilidad completa al querer divino. Las raposas tienen sus madrigueras y los pájaros del cielo sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar su cabeza, (Lucas 9, 57-62) dice el Señor. Pide a sus discípulos un desasimiento habitual: la costumbre firme de estar por encima de las cosas que necesariamente hemos de usar, sin que nos sintamos atados por ellas. Para los que hemos sido llamados a permanecer en el mundo, requerimos una atención constante para estar desprendido de las cosas. Una de las manifestaciones de la pobreza evangélica es utilizar los bienes como medios para conseguir un bien superior, no como fines en sí mismos. Tanto si tenemos muchos bienes, como si no tenemos ninguno, lo que el Señor nos pide, es estar desprendido de ellos, y poner nuestra seguridad y nuestra confianza en Él.

II. Nuestro corazón ha de estar como el del Señor: libre de ataduras. La verdadera pobreza cristiana es incompatible, no sólo con la ambición de bienes superfluos, sino con la inquieta solicitud por los necesarios. Uno de los aspectos de la pobreza cristiana se refiere al uso del dinero. Hay cosas que son objetivamente lujosas, y desdicen de un discípulo de Cristo, y no deberían entrar en sus gastos ni en su uso. El prescindir de esos lujos o caprichos chocará quizá con el ambiente y puede ser en no pocas ocasiones que muchas personas se sientan movidas a salir de su aburguesamiento. Los gastos motivados por el capricho son lo más opuesto a la mortificación aun si los pagara el Estado, la empresa o un amigo, y el corazón seguiría a ras de tierra, incapaz de levantar el vuelo hasta los bienes sobrenaturales. Pobres, por amor a Cristo, en la abundancia y en la escasez.

III. Un aspecto de la pobreza que el Señor nos pide es el de cuidar, para que duren, los objetos que usamos: la ropa, los instrumentos de trabajo..., no tener nada superfluo, no crearse necesidades. No quejarnos cuando algo nos falte, al mismo tiempo que luchamos para salir de la difícil situación, con la alegría profunda de quien se sabe en manos de Dios. La Virgen nos ayudará a no poner el corazón en nada caduco y a imitar a Cristo que se hizo pobre por nosotros.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


3-16. 26ª Semana. 2004
Mientras iban de camino, uno le dijo: «Te seguiré a donde quiera que vayas».
Jesús le dijo: «Las zorras tienen sus guaridas y los pájaros del cielo sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar su cabeza».

A otro le dijo: «Sígueme». Pero éste contestó: «Señor, permíteme primero ir a enterrar a mi padre». Y Jesús le dijo: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios». Y otro le dijo: «Te seguiré, Señor, pero primero permíteme despedirme de los de mi casa». Jesús le dijo: «Nadie que pone su mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios». (Lc 9, 57-62)

I. Jesús, el Evangelio de hoy me cuenta el caso de tres personas que se enfrentan ante la vocación. Los dos que llamas a seguirte dejándolo todo reaccionan con condiciones; y al que no llamas, ése quiere seguirte a donde quiera que vayas. Esta misma situación se sigue dando en la historia: a algunos que no tienen vocación, pero tienen buena voluntad, hay que frenarlos un poco; mientras que otros, sí tienen vocación, pero buscan excusas para no entregarse.

Jesús, Tú me has enseñado que hay una vocación universal -la llamada a la santidad, a la perfección cristiana- que se concreta en distintas vocaciones específicas. Desde el camino de los religiosos -con las muchas variantes que
hay- hasta el camino del matrimonio, verdadera vocación cristiana de apóstol.

Lo que esperas de mí, Jesús, es que no me tape los oídos a tu llamada, que busque sinceramente tu voluntad, que sea un alma de oración. Y que no ponga condiciones a lo que me pidas. Que no me engañe diciendo: de acuerdo, pero primero permíteme que acabe la carrera, o que encuentre trabajo, o que me case, o que disfrute de la vida un poco, o que... Nadie que pone su mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios.

El Señor, cuando prepara a los hombres para el Evangelio, no quiere que interpongan ninguna excusa de piedad temporal o terrena, y por eso dice: Sígueme y deja a los muertos que entierren a sus muertos [56].

II. Después del entusiasmo inicial, han comenzado las vacilaciones, los titubeos, los temores. -Te preocupan los estudios, la familia, la cuestión económica y, sobre todo, el pensamiento de que no puedes, de que quizá no sirves, de que te falta experiencia de la vida.

Te daré un medio seguro para superar esos temores -¡tentaciones del diablo o de tu falta de generosidad!-: «desprécialos», quita de tu memoria esos recuerdos.
Ya lo predicó de modo tajante el Maestro hace veinte siglos: «¡no vuelvas la cara atrás!» [57].

Jesús, al principio seguirte era sencillo. Rezar un poco más, ofrecer el estudio o el trabajo, ser más servicial... Pero, después del entusiasmo inicial, todo me parece más difícil: parece que no avanzo, las cosas cuestan más de lo previsto, y el mundo a mi alrededor sigue tan indiferente hacia Ti como al principio. Entonces, si me descuido, viene la tentación de que no puedo... o de que quizás no sirvo para ser apóstol tuyo.

Jesús, cuando aquel discípulo que te venía siguiendo en tus viajes por ciudades y aldeas, quiere volver con su familia, le respondes -tal vez con dolor, por la falta de generosidad de aquella persona-: ¡no vuelvas la cara atrás! No es que la familia no sea importante; es que aún más importante es servir a Dios. Y si Tú me pides abandonarlo todo y seguirte, nada -los estudios, la familia, o la cuestión económica- debe hacerme cambiar de parecer.

Jesús, Tú eres el primero que te ocupas de mi familia, y de que salga adelante en mi vida profesional. Por eso, cuando me pides algo, me das también las gracias necesarias para cumplir mis deberes familiares y profesionales, aunque a veces cueste y requiera un poco más de paciencia y sacrificio. En esos momentos, he de saber actuar con fe y esperanza. Ayúdame a serte fiel en lo que me vas pidiendo cada día. Te pido que nunca te abandone por miedo, cansancio o falta de generosidad.

[56] San Agustín, en Catena Aurea, vol. I, p. 493.
[57] Surco, 133.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo VI, EUNSA


3-17. Jesucristo te compromete.

Fuente:
Autor: Pedro García, Misionero Claretiano

Jesucristo nos dice en su Evangelio unas palabras que no nos dejan en paz como nos pongamos a meditarlas. Nos dice lo que ningún líder se atreve a formular:
- Quien no está por mí, está contra mí.
Si nosotros oyéramos estas palabras en una campaña electoral, replicaríamos sin más al candidato:
- ¡Cuidado! Nosotros, no estamos por usted, pero tampoco nos ponemos en contra.
Sencillamente, nos declaramos neutrales. Pertenecemos a los del voto indeciso, y nos inclinaremos al final por el que más nos convenga.

Jesucristo no admite esta razón. Es tajante desde un principio:
- ¿Sí o no? ¿Conmigo o contra mí? ¡A fiarse de mí, porque soy yo el que os conviene! Yo soy el único necesario. Todos los que han venido antes de mí son unos ladrones y salteadores...

En otras palabras, Jesucristo compromete, y lo hace y exige de manera definitiva. No quiere ni indecisos, ni cobardes, ni desleales.

El seguimiento de Jesucristo lleva dentro de sí lo que hoy llamamos una mística. O sea, una ilusión, un convencimiento, un ideal, una obsesión, que nos arrastra de modo irresistible a darle todo: hemos escogido a Jesucristo y no lo cambiamos por nadie ni por nada que se nos pueda prometer o dar por otros. Con Jesucristo nos basta. Con Jesucristo nos realizamos. Por Jesucristo gastamos nuestra vida. Por Jesucristo vivimos y por Jesucristo moriremos.
Esto no son sueños de románticos e idealistas. Esta es la realidad que se vive en la Iglesia. La vemos encarnada en toda clase de personas, en hombres y en mujeres de toda edad y condición, en ancianos y en niños, y sobre todo jóvenes, muchachos y muchachas que se dan a Jesucristo del todo cuando más les sonríe la vida. No hay líder que cuente con seguidores como Jesucristo.

Se me ocurre a este propósito un chiste de la Segunda Guerra Mundial. En plena euforia de las conquistas alemanas, y cuando ya Italia se había uncido al carro triunfador de Hitler, una multitud inmensa de soldados y camisas negras fascistas se congregó en la Plaza Venecia de Roma aclamando a Mussolini.

Sale el Duce al balcón central del palacio, y se dirige a la multitud enardecida:
- Tengo una honrosísima misión que confiar a un valiente. Será difícil. Correrá riesgos el elegido, pero se convertirá tal vez en un héroe de la Patria. ¿Hay algún valiente entre vosotros que quiera cumplir esta misión?...
- ¡Síiiiii!...
- ¿Quién quiere serlo?
- ¡Yoooooo!...
- ¡Muy bien! ¡Gracias por tantos valientes!

El encargo de esta misión va escrito en este papel que tengo en la mano. Como sois tantos los voluntarios, yo lo voy a lanzar al aire; el primero que lo recoja, que se presente en mi despacho, y él se lleva el honor y el amor de toda la Patria.

Mussolini echó a volar el papel, y se metió en su despacho. Al cabo de un rato aparece de nuevo en el balcón, y ve con asombro que el papel todavía volaba por el aire, pues, cuando caía, todos aquellos voluntarios tan valientes soplaban hacia arriba y ninguno se apoderaba del papelito misterioso...

Un cuento, que, desde luego, tiene mucha sustancia. Entre los voluntarios que le dicen a Jesucristo como aquel del Evangelio: Te seguiré adondequiera que vayas, ¿no hay más de uno que se dedica a lanzar soplidos al mensaje de Jesucristo, para que lo recojan otros, porque ellos saben retirarse prudentemente?... Si Jesucristo sigue diciendo: El que quiera venir en pos de mí, que tome su cruz y me siga, ¿no ve Él cómo muchos le dan tristemente la espalda?...

Pero, al llegar aquí, nos encontramos con los pesimistas que piensan que el Evangelio es rigor, tristeza, exigencia y nada más.
¡No! Eso no es cierto. El Evangelio da mucho más de lo que exige.

Nos pide desprendimiento y generosidad, pero nos da abundancia de paz, de amor, de libertad.
Nos quita el peso del mundo, y nos echa encima una carga que el mismo Jesucristo dice que es suave y ligera...

Nadie niega que Jesucristo atrae hoy como nunca, sobre todo a los jóvenes. Hartos de líderes que nos engañan, en Jesucristo no se ve trampa, y Jesucristo responde a tanta angustia como atenaza al mundo.

Pero algunos se tiran para atrás cuando se presenta un Jesucristo muy concreto, que por su Iglesia pide tantas cosas que el mundo de hoy rechaza.

Si no fuera por la moral sexual, o por el respeto exigido a la vida, o por los reclamos de la justicia social..., veríamos cómo nadie se apartaría de Jesucristo y de su Iglesia. Se apartan de Jesucristo cuando es su Vicario quien nos recuerda estos deberes en nombre del mismo Señor.

Si muchos se van detrás de otros líderes, es porque prometen mucho y no exigen nada.
Porque se contentan con una moral sin compromiso.
Porque todo se va en cantar y en aplaudir.
Porque suavizan de tal manera el Evangelio que le privan de todo vigor.

Sin embargo, Jesucristo sigue clamando: ¡O conmigo o contra mí! No quiero votos indecisos. No quiero que mi mensaje flote por los aires, sin que nadie lo recoja...
 


3-18.