MARTES DE LA SEMANA 26ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Za 8, 20-23

1-1.

El universalismo forma parte, HOY, de las aspiraciones de muchos hombres. Toda visión demasiado estrecha de la humanidad, está destinada al fracaso. Hay que tener amplitud de miras.

-Así habla el Señor del universo: «He aquí que afluirán los pueblos y habitantes de muchas ciudades.

El universalismo forma parte del alma de Israel.

Inmersos entre paganos, durante su largo destierro, los Judíos más fervorosos adquirieron conciencia de que su Fe iba destinada a todos los hombres. Y expresaban esta convicción anunciando que todos los pueblos irían un día, en peregrinación, a Jerusalén.

-Y los de una ciudad irán a otra diciendo: «Ea, vamos a implorar al Señor; vamos a buscar el rostro del Señor del universo. En cualquier caso, yo voy.

Al límite, el proselitismo no es ni siquiera necesario. Entre los paganos hay una especie de emulación mutua. El verdadero Dios es atrayente. Entran ganas de visitar esa ciudad, Jerusalén, donde se le adora.

Nuestra vida cristiana, ¿hace también reflexionar a nuestros contemporáneos? ¿Manifiestan éstos deseos de saber el secreto que nos anima? En lo más profundo de nuestras vidas, ¿hay una alegría que les intriga? Y en nuestros corazones ¿hay un amor universal, humanamente inexplicable ?

-Pueblos numerosos y naciones poderosas vendrán a Jerusalén a implorar al Señor del universo y a buscar su rostro.

No se trata pues de una unidad política. No de la capital de un imperio terrestre: al contrario, ¡unos poderosos van hacia lo pequeño! Esa reunión de la humanidad es únicamente religiosa, está suscitada por la fe.

Si pensamos en ello, ¿no es verdad que, a pesar de las apariencias, hay millones de hombres muy diversos, íntimamente unidos en la misma búsqueda del rostro de Dios?

Siendo fiel a la oración, cada día, me uno a esa multitud de hombres y mujeres que contemplan el rostro de Dios y comulgan con el mismo soplo.

-En aquellos días, diez hombres de todas las lenguas de las naciones asirán por la orla del manto a un judío diciendo: «Vamos con vosotros porque hemos sabido que Dios está con vosotros».

Jesús también repetirá que «la salvación viene de los judíos». (Jn, 4, 22). Pero, al mismo tiempo, hará que estalle todo particularismo y proclamará un amor universal sin fronteras. La verdadera entrada de los paganos en el pueblo de Dios será la Iglesia de Pentecostés. Históricamente es un hecho innegable.

J/PERSONALIDAD: Y un judío contemporáneo, A. Chouraqui, antiguo alcalde de Jerusalén, sabe reconocer esa función única de Jesús: «Más que por la substancia de su enseñanza, la singularidad de Jesús se sitúa en el extraordinario poder de su personalidad natural y sobrenatural: ésta proporciona un fundamento suficiente a la edificación de un universalismo que no era extraño al genio de Israel, ciertamente, pero que Israel no tuvo nunca la fuerza o la audacia de afirmar así. Jesús prevé que la era de las naciones ha pasado y que la gran obra de Israel deberá ser en adelante la de realizar la unidad universal del género humano". En cuanto a mí ¿cuál es mi concepción? ¿Vivo encerrado en pequeños clanes, en capillitas o ghettos? ¿Respiro ampliamente el aire del mundo entero? ¿Cuál es mi dinamismo misionero? ¿Soy un cristiano para mí mismo? ¿Presento un rostro atrayente de mi fe?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 310 s.


2.- Jb 3, 1-3.11-17.20-23

2-1.

Job abrió la boca y maldijo su día: «¡Perezcan el día en que nací, y la noche que declaró: "Un varón ha sido concebido!" ¿Por qué no morí en el seno materno?»

Después de la primera aceptación del sufrimiento... cuya admirable expresión leímos ayer... he ahí, ahora, el grito de dolor y de rebeldía:

Job es aquí el eco, en todas las lenguas, de todos los hombres del mundo que sufren mucho y dicen: ¿para qué vivir? ¿por qué he nacido? Desea la muerte.

Notemos, sin embargo, que Job no formula directamente ninguna maldición contra Dios; en términos patéticos, maldice el día de su nacimiento.

¿Sé yo escuchar las quejas y lamentos de los hombres muy probados? ¿Sé llevar a la oración mis propias pruebas? A Dios, no le asombran nuestros gritos. Los gritos de Job, como los de tantos salmos, forman parte de la Biblia, libro sagrado; son palabras divinas a través de expresiones humanas. "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"

-En la muerte descansan los exhaustos. ¿Para qué dar la luz a un desdichado, la vida a los que están amargados, a los que ansían la muerte que no llega y la buscan con avidez más que un tesoro?

«Buscar con avidez la muerte, como se busca un tesoro.» «La muerte, en la que descansan los exhaustos.»

No hay que juzgar esas palabras de Job. Por doquier en nuestro planeta, en este momento multitudes humanas están gimiendo con quejas equivalentes. Sufrimiento de los incurables, de los que sufren larga enfermedad, de los hambrientos, de los abandonados...

Señor, escucha este inmenso gemido que sube de la tierra y prolonga el lamento de Jesús en agonía «hasta el fin del mundo». Señor, que este sufrimiento, unido al de Cristo, sea un sufrimiento redentor: que germine con este amor que a veces surge de un corazón anonadado.

Y... haz Señor, que muchos hombres se pongan generosamente al servicio de toda esa humanidad sufriente, para curar, consolar y amar: que el amor germine y crezca para con todos los afligidos.

-¿Por qué dar vida a un hombre que ve cerrado su camino y a quien Dios tiene cercado?

El libro de Job es el libro de los «¿por qué?».

La pregunta dirigida a Dios: ¿por qué razón existe la desgracia? Pero es también la pregunta que el hombre se plantea a sí mismo.

Interrogar es propio del hombre reflexivo: el simple hecho que un "por qué" se deslice en el núcleo de la rebeldía es suficiente para probar que la existencia no se reduce al mal. Si el hombre plantea "preguntas", muestra que es capaz de tomar perspectiva... que imagina que podría ser de otro modo... muestra que hay en él el dinamismo de la vida y de la felicidad.

De otra parte, si el hombre "pregunta" a Dios, aunque sea con dureza, es porque reconoce su Existencia. Si Dios no existiera, no cabría hacerle pregunta alguna... nadie pregunta a la nada. Con la nada por delante los "por qué" no estarían tan sólo "sin respuesta" sino que no tendrían tampoco objeto.

Jesucristo es la única respuesta de Dios a todos esos "por qué".

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 310 s.


2-2. /Jb/03/01-26

Aquí comienza el drama. Hasta ahora hemos leído una historia edificante; a partir de este momento se nos presenta el problema del hombre entero enfrentado ante el sufrimiento.

Pero el autor no tiene prisa: avanza poco a poco y, como gran poeta, se complace en imágenes brillantes.

La primera reacción de Job no hace honor a su fama tradicional de persona paciente, pero es muy humana. Hemos visto que ha perdido todo, incluso la fama; por eso clama desde el fondo de su postración. Sólo más tarde la recuperará. Pero antes, el autor quiere presentarnos la desgarradora cuestión: ¿Por qué da Dios la vida a los desdichados? Job maldice el día que lo vio nacer, ya que, de no haber existido ese día, él no habría venido a la vida. Los vv 10-12 se inspiran en /Jr/20/14-18: "Maldito el día en que nací... Maldito el que dio la noticia a mi padre: 'Te ha nacido un hijo', dándole un alegrón... ¿Por qué no me mató en el vientre? Habría sido mi madre mi sepulcro; su vientre, preñado por siempre».

Aunque las palabras de Job no alcanzan tanta altura poética, el pensamiento es el mismo: a un ser desgraciado le habría valido más no nacer. Pero no se trata sólo de esto: la muerte lo iguala todo y cuidará de nivelar las diferencias. Las palabras de Job son, al propio tiempo, un clamor contra todas las injusticias del mundo. Es cierto que hay un Dios que hace justicia; pero esto aquí abajo, más que verse, se adivina. Job ve a un Dios demasiado exigente que lo acorrala por todas partes y que, al parecer, sólo se preocupa de atormentarle.

El primer sentimiento del hombre es, por tanto, pensar que es mejor no nacer: así se ahorraría el hombre muchas penas. No ha llegado aún la teología, sólo está presente el sentimiento del hombre, y el autor ni siquiera pasa por alto las expresiones escandalosas.

Desea que nos demos cuenta de cómo se enfrentó él también con el escándalo y el dolor. Dostoiewski, para mayor claridad, nos presenta el sufrimiento de un niño: no cabe la menor duda de que los niños son inocentes. El autor del libro de Job, de una manera semejante, trata de mostrarnos un Job inocente. He aquí el núcleo del drama: un inocente que sufre. ¿Qué sentido tiene esto? ¿Dónde está el Dios justo? A estas cuestiones irá respondiendo el libro. De momento, la solución es la de uno que no conoce al Dios de Job.

J. MAS BAYÉS
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 297 s.


3.- Lc 9, 51-56

3-1.

Ver Lc 09, 51-62


3-2.

En el plan de Lucas, con el pasaje que leemos hoy comienza una nueva parte de su evangelio, que irá hasta el capitulo 18-4.

-Primero Jesús comenzó su ministerio en Galilea.

-Luego, sube a Jerusalén para morir allí y resucitar...

-Como se acercaba el tiempo en que Jesús fuese llevado de este mundo...

La fórmula es solemne.

El texto griego es aún mucho más penetrante: "Como se iban cumpliendo los días de su asunción..." Esta muerte que se va acercando no es un azar, es un "cumplimiento". Y ¡es también un "levantamiento" una ascensión! Todo el misterio pascual, su fase sombría y su fase luminosa es evocada aquí.

-...se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén.

Lucas subraya que es una decisión muy deliberada. Jesús quiere ir hasta el fin, hasta el cumplimiento de su destino... y lo hace con "resolución".

La marcha hacia Jerusalén, ciudad de su pascua, es una partida memorable. Para Lucas, Jesús ya no regresará más a Galilea, su pequeña patria.

"Mi vida, nadie la toma, soy Yo quien la da." Contemplo ese instante decisivo en el corazón de Jesús.

Señor, ayúdanos en las decisiones valientes que a veces hemos de tomar.

-Envió mensajeros por delante; yendo de camino entraron en una aldea de Samaría para prepararle alojamiento, pero se negaron a recibirlo porque se dirigía a Jerusalén.

Los judíos fieles consideraron cismáticos a los Samaritanos cuando éstos construyeron un templo rival al de Jerusalén en la cumbre del monte Garetzim. Despreciados por los judíos, se tomaban su revancha ocasionando toda clase de molestias a los peregrinos que atravesaban su país para subir a Jerusalén.

Jesús no evita pasar por esa tierra en la que un racismo y un desprecio recíproco hacía estragos. Jesús quiere a todos los hombres.

-Ante ese rechazo, los discípulos Santiago y Juan le propusieron: "Señor ¿quieres que ordenemos que caiga fuego del cielo y acabe con ellos?" Era el castigo que Elías infligió a sus adversarios (2 Reyes 1, 10). El espíritu de poder está siempre ahí, en el corazón de los hombres. Y lo que es peor que todo: ¡que es de ese modo, como nosotros nos imaginamos el comportamiento de Dios! Esos pobres discípulos creían ser los intérpretes de Dios, y ¡cuán seguros estaban de poseer la verdad! Creían disponer del "fuego divino" para juzgar a esos Samaritanos. Fácilmente, también nosotros tenemos quizá deseos de ese género: que Dios intervenga y destruya de una vez a sus enemigos, que muestre su Poder.

-Jesús se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea.

El espíritu de Jesús es un espíritu de no violencia, de misericordia.

Jesús pide a sus discípulos que respeten los plazos de la conversión: el descubrimiento de la verdad es lento, muy lento, en el corazón del hombre.

Jesús nos da aquí la verdadera imagen de Dios. El, que siendo Todopoderoso, no interviene como potentado para doblegar a los que le están sujetos o a sus enemigos, sino que, humildemente, pobremente, espera la conversión, a la manera de un padre o de una madre.

-"Y se marcharon a otra aldea." Como hacen los pobres cuando se les despide.

Contemplo a Jesús marchándose hacia otra aldea...

Señor, me interrogo sobre mis impaciencias... Ante mis propios pecados, mis propios fracasos, ante los rechazos de los demás, ante las lentitudes o los retrasos de la Iglesia...

Danos, Señor, tu divina paciencia.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 202 s.


3-3.

1. (Año I) Zacarías 8,20-23

a) Con dos oráculos más terminamos la breve lectura del profeta Zacarías.

Esta vez no sólo anuncia el bienestar del pueblo en su vuelta a Sión, sino que afirma el carácter universal de la salvación que Dios tiene programada: "vendrán pueblos incontables y numerosas naciones a consultar al Señor en Jerusalén". O sea, todos se habrán enterado de que la Palabra salvadora, la Verdad plena, está en Jerusalén, y correrán a porfía a "consultar" al Dios verdadero.

"Diez extranjeros agarrarán a un judío por la orla del manto": o sea, le pedirán insistentemente que les diga cómo se va a Jerusalén y que les admita en el grupo de los que rinden culto a su Dios.

b) Nosotros, escuchando estas palabras, nos damos cuenta de que no se trataba, en los planes de Dios, de Jerusalén en su sentido geográfico: ya entonces los planes de Dios eran "católicos", universales. Pero que en Jesús lo empezaron a ser más plenamente.

La nueva Jerusalén es la Iglesia de Jesús. Si de los judíos se podía decir: "Dios está con vosotros", mucho más de nosotros, porque él nos ha enviado al que se llama en verdad "Dios-con-nosotros". Si iban a subir los pueblos a consultar la Palabra de Dios a Jerusalén, mucho más desde que ha venido el que es la Palabra viviente de Dios, Jesús. Por descristianizada que nos parezca nuestra generación, en los planes de Dios todos están destinados a la fe y a la salvación.

Pero queda en el aire el interrogante: ¿somos en verdad, los que formamos la Iglesia, un signo tan lúcido de la presencia de Dios, una comunidad tan atractiva a la que da gusto acudir a "consultar con Dios" y a escuchar su Palabra? Los que nos ven actuar, ¿se sienten atraídos y nos tiran de la manga para que sin falta les dejemos juntarse con nosotros en nuestra vida de fe?

Todos los cristianos debemos ser "misioneros", preocupados de que cuantos más mejor escuchen la Palabra de Dios y se enteren de sus planes de vida. Empezando por los que tenemos más cerca en la familia o en la sociedad.

También nuestro mundo de hoy, a veces sin saberlo explícitamente, anda a la búsqueda de los valores que le den la felicidad. ¿Encuentran en nosotros la luz que les oriente? ¿les resultamos creíbles en nuestro testimonio de fe? ¿se cumple en la Iglesia lo que el salmo decía poéticamente de Sión: "contaré a Egipto y a Babilonia entre mis fieles", hasta el punto de sentirse todos orgullosos, porque "uno por uno todos han nacido en ella"? Seguro que tendremos que mejorar nuestra imagen para que todo esto deje de ser utopía.

1. (Año II) Job 3,1-3.11-17.20-23

a) Empieza el drama en la vida de Job. Ayer se nos presentaba como modelo admirable de paciencia. Pero hoy, ante unas calamidades aún mayores -la enfermedad de la lepra, la hostilidad de sus familiares y amigos- Job sufre una crisis profunda en su fe en Dios.

También influye la presencia de los tres amigos que le vienen a consolar, pero que en realidad le van a hacer de "abogados del diablo", sugiriéndole dudas y atacándole. Job estuvo siete días en silencio, acompañado de estos amigos, hasta que finalmente prorrumpe en el grito tremendo de rebelión que leemos hoy.

Se le ha derrumbado todo: el apoyo de los suyos, su fe, su concepto de la bondad de Dios. Y se formula una y otra vez la gran pregunta: "¿por qué?". El grito de Job es desgarrador. Maldice el día en que nació, preferiría morir: "muera el día en que nací... ¿por qué no perecí al salir de las entrañas de mi madre? ¿por qué dio luz a un desgraciado, al hombre que no encuentra camino porque Dios le cerró la salida?".

b) FE/ESCANDALO: Ya no hay en Job la paciencia de ayer. Ahora la crisis le invade.

Una crisis muy humana: la cadena de los "por qué" que siguen estando en nuestros labios tantas veces. Una crisis que le lleva a maldecir su propia vida y a rebelarse contra Dios, que le parece caprichoso e injusto, al castigar a un inocente.

Es un grito que no es sólo de Job. Es el grito de Jeremías, en una crisis semejante: "maldito el día en que nací... oh, que no me haya hecho morir desde el seno materno, ¿para qué haber salido a ver pena y aflicción?" (Jr 20,14-18). En el origen de la crisis de Jeremías está la misma pregunta: "Tú llevas siempre la razón, Yahvé, pero voy a tratar contigo un punto de justicia: ¿por qué tienen suerte los malos?" (Jr 12,1).

Es el grito de Jesús en la cruz, en el colmo del dolor y la soledad: "Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". Es el grito de los que han sufrido y siguen sufriendo injustamente.

La pregunta que seguimos planteando cuando vemos la desgracia de los niños o de los inocentes, mientras que, en apariencia, los malvados se salen con la suya y Dios parece bendecirles. ¿Por qué?

Los cristianos tenemos un dato nuevo: la muerte y resurrección de Jesús Pero también nos sigue costando dar con la clave para la respuesta a esta misteriosa pregunta.

Cuando nos toque vivir días tan oscuros como los de Job, hagamos nuestro el salmo de hoy: "Señor, Dios, de día te pido auxilio, de noche grito en tu presencia, mi alma está colmada de desdichas, me has colocado en lo hondo de la fosa". El Sábado Santo fue todo oscuridad para Jesús. Pero amaneció la mañana de la resurrección.

¿Sabemos convertir en oración nuestra duda? ¿sabemos fiarnos de Dios como hará en definitiva Job, y sobre todo Jesús, a pesar de que no entendamos el porqué de tantas cosas en la vida?

2. Lucas 9,51-56

a) Los estudiosos afirman que en este pasaje empieza toda una larga sección, propia de Lucas, a la que llaman "el viaje a Jerusalén". En Lc 9,51 se nos dice que "Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén", y este largo viaje durará diez capítulos del evangelio, hasta Lc 18,14.

Ha llegado para Jesús la hora "de ser llevado al cielo". Ha terminado su predicación en Galilea, y todo va a ser desde ahora "subida" a Jerusalén, o sea, hacia los grandes acontecimientos de su muerte y resurrección. De paso va a ir adoctrinando a sus discípulos sobre cómo tiene que ser su seguimiento.

El primer episodio en el camino les pasa cuando tienen que atravesar territorio samaritano y no les reciben bien (porque los samaritanos no pueden ver a los judíos, sobre todo si van a Jerusalén). La reacción de Santiago y Juan es drástica: ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo para que acabe con ellos? Se repite la reacción del profeta Elías, que hace bajar fuego del cielo contra los sacerdotes del dios Baal. Jesús, una vez más, les tiene que corregir, y duramente: "no sabéis de qué espíritu sois".

b) Una primera interpelación de este pasaje es, para nosotros, la decisión con que Jesús se dirige a cumplir la misión para la que ha venido. Sabe cuál es su camino y se dispone con generosidad a seguirlo, a pesar de que le llevará a la cruz.

¿Somos conscientes de dónde venimos y a dónde vamos, en nuestra vida? Nuestro seguimiento de Cristo ¿es tan lúcido y decidido, a pesar de que ya nos dijo que habremos de tomar la cruz cada día e ir detrás de él?

También podemos dejarnos interrogar sobre nuestra reacción cuando algo nos sale mal, cuando experimentamos el rechazo por parte de alguien: ¿somos tan violentos como los "hijos del trueno", Santiago y Juan, que nada menos que quieren que baje un rayo del cielo y fulmine a los que no les han querido dar hospedaje? ¿reaccionamos así cuando alguien no nos hace caso o nos lleva la contra? La violencia no puede ser nuestra respuesta al mal.

Jesús es mucho más tolerante. No quiere -según la parábola que él mismo les contó- arrancar ya la cizaña porque se haya atrevido a mezclarse con el trigo. El juicio lo deja para más tarde. De momento, "se marcharon a otra aldea". Como hacía Pablo, cuando le rechazaban en la sinagoga y se iba a los paganos, o cuando le apaleaban en una ciudad y se marchaba a otra.

Si aquí no nos escuchan, vamos a otra parte y seguiremos evangelizando, allá donde podamos. Sin impaciencias. Sin ánimo justiciero ni fiscalizador. Sin dejarnos hundir por un fracaso. Evangelizando, no condenando: "porque el Hijo del Hombre no ha venido a perder, sino a salvar".

"Queremos ir con vosotros, pues hemos oído que Dios está con vosotros" (1ª lectura I)

"De noche grito en tu presencia, me has colocado en lo hondo de la fosa: llegue hasta ti mi súplica, Señor" (salmo II)

"El Hijo del Hombre no ha venido a perder a los hombres, sino a salvarlos" (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 120-124


3-4. 2002

COMENTARIO 1

JESUS SE DECIDE A ENCARARSE CON LA INSTITUCION JUDÍA

Dándose cuenta Jesús de que los Doce, que él había elegido como los representantes del nuevo Israel, se negaban rotundamente a aceptar que el Mesías tuviese que fracasar, ve llegado el momento de atajar el problema de cara, ya que de otro modo no logrará nunca hacerlos cambiar. El comienzo de la nueva sección es muy indicativo: "Cuando iba llegando el tiempo de que se lo llevaran" (9,5 la). Esta determinación temporal sirve para relacionar la decisión que toma acto seguido con el doble éxodo que emprenderá de inmediato fuera de la institución judía (muerte) y hacia el Padre (ascensión). De hecho, el término griego empleado por Lucas (lit. "Cuando se iban a cumplir los días de su arrebatamiento") es un término técnico: tan pronto dice relación con el arrebatamiento de Elías (4Re [2Re LXX] 2,9.10.11; Eclo 48,9; 49,14; 1Mac 2,58) como con la ascensión de Jesús al cielo (Hch 1,2.11.22).

Con una serie de determinaciones análogas, Lucas irá indicando el acercamiento progresivo de este momento histórico (18,35; 19,11.29.37.41; 22,1.7.14), la hora de la muerte de Jesús, que acaeció figuradamente el día de la Pascua judía, figura del Exodo definitivo del Mesías fuera de Jerusalén. Por eso continúa: "Cuando iba llegando el tiempo de que se lo llevaran, también él decidió irrevocablemente ir a Jerusalén" (9,51b). La frase contiene una referencia clarísima a una actitud semejante narrada en el Antiguo Testamento. Literalmente dice que "también él (Jesús evidentemente) plantó cara a la situación encaminándose hacia Jerusalén".

En el libro del profeta Ezequiel, en la versión griega llamada de los Setenta, hallamos una serie de expresiones análogas, en las que Dios invita al profeta a encararse con una serie de situaciones (once pasajes). En concreto, el pasaje a que aquí se hace referencia es Ez 21,7: "Por eso profetiza, hijo de hombre, y planta cara a Jerusalén, fija la mirada contra su santuario y profetiza contra la tierra de Israel. " (El original hebreo contiene algunas variantes: "Hijo de hombre, gira tu cara contra Jerusalén y haz gotear tu palabra contra el santuario y profetiza contra la tierra de Israel".)

Jesús, como en otro tiempo Ezequiel, toma la decisión irrevocable de encararse con la institución judía simbolizada aquí por el término sacro "Jerusalén", término que empleaban los judíos y, casi de forma exclusiva, los escritores del Antiguo Testamento. (Cuando Lucas quiere designar simplemente la ciudad de Jerusalén, como lugar geográfico, se sirve del término "Jerosólima", término neutro empleado exclusivamente por los paganos y por los otros evangelistas, si exceptuamos el logion de Mt 23,37.)

FRACASO ESTREPITOSO DE LOS MISIONEROS ENVIADOS A SAMARIA

"Envió mensajeros delante de él" (lit. "delante de su cara o persona") (9,52a). Los mensajeros que envía Jesús tienen que realizar una misión precursora en Samaría, semejante a la que había llevado a cabo Juan Bautista en el país judío: "Habiéndose puesto en camino, entraron en una aldea de samaritanos para prepararle (la acogida de la gente)" (9,52b). Judíos y samaritanos eran enemigos mortales. Era necesario, por tanto, que los mensajeros preparasen convenientemente los ánimos de los Samaria nos, a fin de que éstos recibieran a Jesús de buen grado. Si los misioneros les anuncian que Jesús se dirige a Jerusalén para plantar cara a la institución judía, no hay duda de que será bien recibido. Precisamente lo que no podían soportar era que el Mesías fuese el rey destinado por Dios como caudillo del pueblo judío y que desde Israel debiese dominar a los demás pueblos. Si ahora resulta que aquel de quien habían oído decir que era un gran profeta o hasta puede que el Mesías, no iba a Jerusalén a tomar el poder, sino a hacer frente al sistema teocrático judío, los samaritanos le darán masivamente la bienvenida.

"Pero como él se dirigía en persona a Jerusalén, (los samaritanos) se negaron a recibirlo" (9,53). ¿Qué les han contado los mensajeros? Literalmente han ido proclamando con aires triunfalistas que "su persona se dirigía a Jerusalén", ¡para coronarse rey de los judíos! Jesús les había dicho que "iba a plantar cara a la institución encaminándose hacia Jerusalén", ellos silencian lo más importante y dicen simplemente que "su cara / persona se encamina a Jerusalén". No es extraño que le cierren todas las puertas. La misión precursora de los misioneros ha sido un fracaso rotundo.

Un filtrado parecido del mensaje, según las conveniencias de cada uno o de un grupo o comunidad determinada, lo hacemos con frecuencia. Cuanto más fanáticos seamos y más cerrados estemos sobre nosotros mismos, más filtros interpondremos entre la Palabra que nos quiere interpelar y el mensaje que dejamos rezumar. "Profeta" es precisamente aquel mensajero "por cuya boca habla" Dios o el Señor Jesús. Y lo es cuando el contenido de la palabra que pronuncia no es lo que él piensa, sino aquello que, desde lo más profundo, experimenta de manera irresistible que debe comunicar.

SED DE VENGANZA

"Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le propusieron: "Señor, si quieres, decimos que caiga fuego del cielo y los aniquile"" (9,54). Santiago y Juan, en representación del grupo de los Doce, después de haber comprometido con sus tejemanejes el viaje de Jesús a través de Samaria, lanzan ahora el grito al cielo y claman venganza. La propuesta que le hacen, la formulan con palabras del libro de los Reyes, donde se dice que Elías, en un caso parecido en que el rey Ocozías de Samaría le envió unos mensajeros pidiéndole que acudiese para librarlo de la muerte con que Dios lo había castigado por culpa de su idolatría, "hizo bajar fuego del cielo" que consumió a los cincuenta hombres que había enviado (4Re [2Re] 1,1-14 LXX). Piden, por tanto, a Jesús que actúe al modo de Elías y se vengue de la mala acogida de los samaritanos. No les basta con tergiversar el mensaje, sino que exigen un castigo en nombre de Dios contra sus enemigos mortales.

"Jesús se volvió y los increpó" (lit. "conminó", como si estuviesen endemoniados) (9,55). De hecho, están "poseídos" por una ideología que les impide actuar como personas sensatas: están repletos de odio, de intolerancia religiosa y de exaltación nacionalista. Jesús "se vuelve": esto quiere decir que él no se había inmutado y que proseguía su camino, mientras que los discípulos se habían quedado atrás, esperando la venganza del Mesías contra aquellos canallas samaritanos. El conjuro que les lanza debía ser sonado. "Y se marcharon a otra aldea" (9,56).


COMENTARIO 2

Este episodio evangélico, nos presenta el viaje de Jesús, hacia Jerusalén, la ciudad que era el centro del poder político y religioso del judaísmo. El viaje se vuelve conflictivo al pasar por Samaria.

Lucas, como Marcos, enfatiza la decidida voluntad con que Jesús emprendió ese viaje, aún con la oposición de los Doce, que, según Marcos, protestaron por esta decisión y lo siguieron a regañadientes (Mc 10, 32). Seguir a Jesús, no es un viaje fácil; puede convertirse en un "viaje sin retorno", y aunque tiene como meta el encuentro definitivo con el Padre, no se puede olvidar -como Jesús nunca lo olvidó- el duro y cruel trance de la cruz. A medida que Jesús se acerca a la hora definitiva de la cruz, los seguidores del Maestro, más que acercarse al punto de vista de Jesús, parecen alejarse de él. Los apóstoles entran en una confusión mental de incomprensión, miedos y dudas.

La actitud de Santiago y de Juan pone en evidencia que los apóstoles no han entendido plenamente a Jesús. Ellos, por su intolerancia, no encuentran otro camino para tratar a los samaritanos sino el camino de la violencia. Jesús los reprende y les pide enérgicamente que se comporten de acuerdo al proyecto que Él mismo les ha enseñado.

La actitud de Santiago y Juan sigue estando presente en muchas religiones del mundo. Por todos los medios los seres humanos a lo largo de la historia hemos buscado la forma de acabar con los que piensan, actúan o viven de forma diferente.

Solamente, por poner algunos ejemplos de esta intolerancia tan cruel, patrocinada muchas veces por la religión, pensemos un momento en la relación entre católicos y protestantes durante cuatro siglos; o la relación entre cristianos y musulmanes. No podemos olvidar esta cruel historia de intolerancia y de irrespeto que hemos tenido unos con otros. Pero frente a esta cruda realidad, la intervención de Jesús sigue siendo válida hoy: "¿Acaso no saben de qué espíritu son?". Los cristianos estamos llamados a comportarnos con la misma altura y responsabilidad con que se comportó Jesús de Nazaret. Estamos obligados a ser respetuosos con los demás y hacer posible la paz entre las religiones, que traerá como fruto la paz universal. Y para la paz entre las religiones, primero debe haber diálogo entre las religiones, y, antes aún, debe haber un "intradiálogo" en cada religión (R. Panikkar).

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-5. Martes 30 de septiembre de 2003
 
Zac 8, 20-23: Yahveh fuente de salvación
Salmo responsorial: 86, 1-7
Lc 9, 51-56: De paso por Samaría hacia Jerusalén

Jesús se pone en camino con sus discípulos hacia Jerusalén, viaje que terminará con los acontecimientos de su pasión, muerte y resurrección. Esta caminata está marcada fuertemente por el contenido de las enseñanzas que Jesús le imparte a sus discípulos.

La decisión de ir a Jerusalén no es casual, sino deliberada. “Como ya se acercaba el tiempo en que sería llevado al cielo, Jesús emprendió resueltamente el camino a Jerusalén”. La decisión pone de relieve la resolución de Jesús de hacer la voluntad del Padre. El viaje lleva a Jesús al destino establecido por el plan salvífico de Dios, y en esto Él es plenamente consciente de su destino; de esto ya les ha hablado a sus discípulos cuando les ha anunciado la pasión.

Para ir de Galilea a Jerusalén, la ruta más directa es la que pasa por Samaría. El relato refleja la ancestral hostilidad existente entre galileos y samaritanos. Los peregrinos que iban a Jerusalén para las grandes fiestas de Israel, evitaban el paso por Samaría, utilizaban el camino de la costa o el valle del río Jordán. Para Jesús, que tiende la mano a todos, ésta es una buena oportunidad para anunciar a los samaritanos su evangelio. Por eso Jesús envía mensajeros para que preparen su paso por esta tierra, pero no lo consiguen, porque los samaritanos los rechazan, debido al destino del viaje, la rival Jerusalén. Obviamente, los samaritanos desconocían la razón real del viaje de Jesús a Jerusalén, la cruz.

Santiago y Juan se llenaron de rabia por este rechazo y querían desquitarse, y preguntaron a Jesús si los exterminaban haciendo bajar fuego sobre ellos. Jesús los reprendió, y después se fueron a otro pueblo. Jesús practica una vez más la tolerancia. Sabe que las rivalidades históricas de su pueblo no se remedian generando más odio y muerte. Jesús no vino a destruir sino a redimir. La actitud de Jesús con sus discípulos es un llamado para que los cristianos depongamos el odio, el resentimiento y la venganza, y construyamos espacios de dialogo y concertación que permitan construir la paz entre los pueblos.

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3-6. DOMINICOS 2003

Lecturas de la lección continua

Profeta Zacarías 8, 20-23:

“Así dice el Señor de los ejércitos a su mensajero:’Todavía vendrán pueblos y habitantes de grandes ciudades, y se dirán mutuamente: Vayamos a implorar al Señor, a consultar al Señor de los ejércitos...’

Vendrán pueblos incontables...a consultar al Señor de los ejércitos en Jerusalén y a implorar su protección... Aquel día diez hombres de cada lengua extranjera agarrarán a un judío por la orla del manto, diciendo: ‘Queremos ir con vosotros...’

Resulta desbordante el entusiasmo del profeta. Contempla a Jerusalén como punto de encuentro de todas las gentes en torno al templo y al Dios de Israel, y queda deslumbrado. ¿Será verdad algún día tanta belleza, sin exaltación lírica? Tristemente no.

Evangelio según san Lucas 9, 51-56:

Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante.

De camino entraron en una aldea de Samaría para prepararle alojamiento, pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, le preguntaron. ¿Quieres que mandemos bajar fuego del cielo?... Él se volvió y les regañó, y dijo: No sabéis de qué espíritu sois. El Hijo del hombre no ha venido a perder a los hombres sino a salvarlos”.

Aquí tenemos muchos puntos de meditación: indicación de cómo se preparaban los viajes de Jesús; rechazo de los samaritanos porque ellos suben a otro templo y monte; opción de Cristo por la entrega hasta el final; falso espíritu de los discípulos que no sintonizan con la grandeza del Maestro; misión de salvación, no de condenación de los hombres. Cada cual se detendrá en el que prefiera hoy.


3-7. 2003

Zac. 8, 20-23. El reconocimiento del Dios único, revelado a nuestros antiguos Padres, hará que finalmente todos acepten lo que Jesús, nuestro Señor, había indicado a la Samaritana: La Salvación viene de los Judíos. En torno a Dios y su Mesías se reunirán todas las naciones como un sólo pueblo que alabe su Nombre y le haga ofrendas agradables. No sólo tomaremos por el borde el manto de Jesús para ir con Él a glorificar al Padre Dios; sino que nos revestiremos de Él, de su dignidad de Hijo para participar de la Gloria que le corresponde como a Hijo unigénito del Padre. Finalmente aquella dispersión de la humanidad iniciada en Babel, ahora regresa a su unidad no en torno a un edificio que se elevaría para contemplar a Dios, sino en torno a Jesús que nos hace no sólo contemplar, sino participar de la misma vida divina. Procuremos que la Iglesia de Jesús se convierta, realmente, en signo de unidad para todos porque nuestro lenguaje, lenguaje de amor, sea el mismo en todas las naciones. Así, amándonos, podremos en verdad hacer que quienes no crean en Dios puedan decir: vayamos al Dios de los cristianos, pues nos gustaría amar como ellos se aman y vivir guiados y protegidos por el Dios que los guía y protege a ellos.

Sal. 86. Habiendo Dios escogido a Israel como Pueblo suyo y ovejas de su rebaño, el Señor mismo lo convierte en signo de salvación para todos los pueblos. Esa salvación no se limita a las naciones que, por lo menos, no hayan sido totalmente hostiles a Dios y a su Pueblo, sino que está abierta incluso a quienes les hicieron daño y les persiguieron como Egipto y Babilonia. Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad, para que seamos libres, hijos y no esclavos. Por medio de la Iglesia el Señor ha hecho realidad este plan de salvación por el que quiere manifestar su amor misericordioso a todas las naciones. No importan los grandes pecados de los hombres, lo que importa es que vuelvan al Señor y hagan de su vida una continua alabanza de su Nombre, reconociendo que el Señor es la fuente de nuestra salvación, y que, fuera de Él, no puede encontrarse otro nombre ni otro camino que nos conduzca a la plena unión con Dios.

Lc. 9, 51-56. Jesús nos dirá: Yo no he venido para condenar al mundo, sino para salvarlo; pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido. Y para hacer eso una realidad, porque nos ama y para Él valemos más de lo que nos imaginamos, lo contemplamos hoy iniciando su camino hacia Jerusalén, desde donde, después de padecer por nosotros, será elevado y glorificado junto a su Padre Dios. Mediante la obra de salvación realizada por el Hombre-Dios el Señor, siempre fiel, cumplirá sus promesas hechas a Jerusalén: desde ahí llegará la salvación al mundo entero. Quienes hemos sido hechos depositarios de la salvación de Dios para proclamar la Buena Nueva a todas las naciones, y llevar la Luz y la salvación que Dios ofrece a todos los hombres, no podemos excluir a nadie de esa oferta que Dios nos ha confiado. No importa el que alguien nos rechace, se comporte mal con nosotros, nos persiga y ponga en riesgo nuestra vida por Cristo; el Señor nos pide orar por los que nos persiguen y maldicen, no nos indica que hagamos bajar fuego contra ellos para hacerlos desaparecer. Finalmente somos portadores de la Vida y del Amor que proceden de Dios, y no de la muerte ni del egoísmo que proceden del Maligno y ofuscan la mente de los hombres para quitarles la paz y destruir entre ellos el amor fraterno.

Quienes celebramos la Eucaristía, celebramos el amor de Dios, que ha salido a buscarnos para ofrecernos sus perdón y su Vida. Quienes hemos respondido a este llamado de Dios y estamos en torno a Él para escuchar su Palabra y hacerla nuestra, para entrar en comunión de vida con Él, hacemos nuestro también el compromiso de dejar a un lado aquellos signos de destrucción y de muerte que tal vez nos habían dominado. Es necesario hacer que la Iglesia sea más creíble en su fe por el amor que manifieste hacia aquellos que, incluso levantándose en contra de ella, han tomado por caminos de persecución, de maldad, de destrucción y de muerte. Tomar nuestra cruz de cada día y tomar la firme determinación de seguir a Cristo hacia Jerusalén, significa no sólo hacer nuestra la salvación que Él nos ofrece, sino convertirnos en un signo verdadero de salvación para todos. Por eso jamás podremos condenar a nadie, pues somos signos de Cristo, que vino a dar su vida en rescate por la humanidad de todos los tiempos y lugares, de todas la condiciones y culturas. Así como Él nos reúne como hermanos en la Eucaristía sin distinción de personas, así nos quiere a todos como hermanos en el seno de su Iglesia, y así nos quiere ver reunidos por un mismo amor y un mismo Espíritu en la Casa eterna del Padre Dios.

Quien se dedique a condenar aplastando y haciendo gala de su poderío, en lugar de salvar y sanar las heridas que ha causado el pecado, la pobreza y la enfermedad, no recibirá la bienaventuranza de Dios, sino una fuerte recriminación de Aquel que nos envió a buscar a la oveja perdida, no para maltratarla, sino para cargarla amorosamente sobre nuestros hombros y llevarla de vuelta al redil. No podemos hacer caer fuego del cielo para quienes se oponen a nuestros pensamientos o intereses. El verdadero profeta no puede sólo denunciar, sino proponer caminos que den soluciones más humanas a los problemas y retos que la vida nos presenta. Quien sólo denuncia y no tiene la capacidad de encontrar los caminos de paz para una mejor convivencia, terminará asesinando y apoderándose de lo que no le pertenece. Jesús pudo haberle permitido a Santiago y a Juan que hiciesen bajar fuego del cielo sobre los samaritanos, para después pasar y hospedarse en esa tierra como si fuera suya, sin quien alguien de esa región pusiera en riesgo su vida ni le criticara por encaminarse hacia Jerusalén. Pero Él nos da ejemplo de que quien posee su Espíritu sabrá amar a sus mismos enemigos y dar su vida por ellos para que rectifiquen sus caminos y, unidos en un solo pueblo, construyan un mundo más fraterno y más capaz de convertirse en un inicio del Reino de Dios entre nosotros. Quien actúa de un modo distinto y se levanta contra su prójimo, si dice que es cristiano, está manifestando, con esas actitudes y con esas obras equivocadas, que no conoce ni ama a Dios, pues no sabe qué clase de Espíritu es el que ha recibido.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber trabajar denodadamente por construir un mundo más justo, más fraterno, más solidario, guiados únicamente por el Amor que Dios ha infundido en nosotros, y que nos ha de llevar a dar, si es necesario, nuestra propia vida sembrada como consecuencia de nuestro trabajo a favor del Evangelio de Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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3-8. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

Job 3,1-3, 11-17,20-23 ¿Por qué dio luz a un desgraciado?
Salmo responsorial: 87Llegue hasta ti mi súplica, Señor.
Lc 9, 51-56: Él se volvió y los increpó.

El texto de hoy se inserta dentro de la sección del evangelio en la que Lucas cuenta las incidencias durante el camino de Jesús hacia Jerusalén. Esta sección consta de tres partes: a) preámbulos del viaje (9,51-10,24); b) parte central (10,25-18,30) y c) subida a Jerusalén (18,31-19,46). El centro de toda la sección está en 13,31-35, escena en la que Jesús llora por la ciudad y la denuncia por su infidelidad:
31En aquel momento se acercaron unos fariseos a decirle:
-Vete, márchate de aquí, que Herodes quiere matarte.
32El les contestó:
-Vayan a decirle a ese don nadie: "Yo, hoy y mañana, seguiré curando y echando demonios; al tercer día habré acabado". 33Pero hoy, mañana y pasado tengo que proseguir mi camino, porque no cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén.
34¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la clueca a sus pollitos bajo las alas, pero no han querido! 35Pues miren, su casa se les quedará vacía. Y les digo que no volverán a verme hasta el día que digan: "¡Bendito el que llega en nombre del Señor! (118,26)"
En los preámbulos (9,51-10,24), Jesús nombra a los setenta discípulos, de origen samaritano, que se constituyen como un grupo alternativo al de los doce; en la parte central (10,25-18,30), Jesús instruye a sus discípulos y a las multitudes sobre las características del reinado de Dios y los previene contra sus adversarios, los fariseos; esta sección es como un largo camino-éxodo, semejante al de Israel por el desierto (Dt 10,1-18,14); la subida a Jerusalén (18,31-19,46) comienza con la tercera y última predicción de Jesús de la muerte-resurrección, hecha a los Doce, y termina con la entrada de Jesús en la ciudad y la denuncia del templo, como “cueva de bandidos”.

Esta denuncia del templo provocará la confrontación final de Jesús y su muerte, pues al terminar Jesús de denunciar el templo, el evangelista comenta:

19, 47Todos los días enseñaba en el templo. Por su parte, los sumos sacerdotes y los letrados trataban de acabar con él, y lo mismo los notables del pueblo, 48pero no encontraban modo de hacer nada, porque el pueblo entero lo escuchaba pendiente de sus labios.
La sentencia está ya, por tanto, dictada; sólo queda ejecutarla. El enfrentamiento de Jesús culmina en su muerte; pero su éxodo, ese viaje hacia Jerusalén, no acaba en la cruz, como prueba de su fracaso, sino en la tierra prometida de la resurrección, al tercer día, que evidencia el triunfo de Dios en Jesús. Este camino de Jesús hacia la muerte es el paso definitivo hacia la vida, que confirma que Dios estaba con él, llenando de razón su existencia y negando la sinrazón de los líderes del sistema judío que habían convertido el templo en una cueva de bandidos (palabras que son cita de Jeremías 7,11; cf. Is 56,7), lugar adonde iban a encontrar seguridad y refugio quienes llevaban una vida en desacuerdo con la verdadera voluntad de Dios: el servicio y la entrega a los demás por amor.

Comentario:
Ahora Jesús decide ponerse en camino hacia Jerusalén, donde llegará a chocar con la ortodoxia del templo y sus prácticas tan alejadas del bien del hombre. Debiendo atravesar para ello la región de Samaría, envía mensajeros por delante para preparar su llegada, pero éstos no son acogidos por los samaritanos, al ver que se dirigen a Jerusalén. Era tradicional la enemistad entre judíos y samaritanos. La reacción de los discípulos no se hace esperar.

Santiago y Juan, apodados por Jesús en el evangelio de Marcos “hijos del trueno”, esto es, violentos, piden a Jesús que caiga un rayo y aniquile a quienes no los han acogido, aludiendo al libro segundo de los Reyes donde el profeta Elías, movido por el celo de Yahvé, consigue de este modo acabar con los enviados del rey Ocozías por dos veces. Este rey, que se había caído por el mirador de palacio y se había malherido, había enviado unos mensajeros a consultar a Belcebú, dios de Ecrón, para ver si se curaba de sus heridas, en lugar de consultar al Dios de Israel. Elías no dudó en fulminar con un rayo a sus enviados, mostrando de este modo su celo por el Dios de Israel. Santiago y Juan parecen más discípulos de Elías que de Jesús, que no está por estos métodos violentos. El plan de Dios que lleva a cabo Jesús no se realiza por la violencia y la fuerza, sino por la debilidad, esto es, por la aceptación del fracaso, del sufrimiento y del rechazo de la gente. Pero esto no hará a Jesús dimitir de su proyecto de ir a Jerusalén donde será asesinado por orden de las autoridades políticas y religiosas. En esta escena queda patente cómo las ideas de Jesús y de sus discípulos son divergentes y cómo sus planes distan tanto como el cielo de la tierra. Samaritanos y discípulos se sitúan en el terreno de la violencia y de la venganza; Jesús y el Padre en el de la persuasión, del sufrimiento, del diálogo y del perdón. Frente a la estrategia de amor de Dios sin límite, los discípulos desean recurrir al poder divino, al que precisamente el hijo del Hombre ha renunciado. Tiempo tardarán los discípulos en adoptar este método divino, y cuando lo adopten tendrán que someterse también como Jesús a la persecución y a la muerte por parte de quienes ostentan el poder religioso y político. De ese modo quedará también patente en ellos el amor de Dios a los hombres, un Dios de vida y de amor. El comienzo del viaje de Jesús hacia Jerusalén anticipa el final de Jesús en la cruz y la persecución y el rechazo que los discípulos sufrirán por parte de los judíos en los comienzos del cristianismo. Para ello deben estar preparados quienes quieran anunciar el evangelio en un mundo hostil que entiende más de odio, rencor y venganza que de amor y de perdón.


3-9.

Comentario: Rev. D. Llucià Pou i Sabaté (Vic-Barcelona, España)

«Volviéndose, les reprendió»

Hoy, en el Evangelio, contemplamos cómo «Santiago y Juan, dijeron: ‘Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?’. Pero volviéndose, les reprendió» (Lc 9,54-55). Son defectos de los Apóstoles, que el Señor corrige.

Cuenta la historia de un aguador de la India que, en los extremos de un palo que colgaba en sus espaldas, llevaba dos vasijas: una era perfecta y la otra estaba agrietada, y perdía agua. Ésta —triste— miraba a la otra tan perfecta, y avergonzada un día dijo al amo que se sentía miserable porque a causa de sus grietas le daba sólo la mitad del agua que podía ganar con su venta. El trajinante le contestó: —Cuando volvamos a casa mira las flores que crecen a lo largo del camino. Y se fijó: eran flores bellísimas, pero viendo que volvía a perder la mitad del agua, repitió: —No sirvo, lo hago todo mal. El cargador le respondió: —¿Te has fijado en que las flores sólo crecen a tu lado del camino? Yo ya conocía tus fisuras y quise sacar a relucir el lado positivo de ellas, sembrando semilla de flores por donde pasas y regándolas puedo recoger estas flores para el altar de la Virgen María. Si no fueses como eres, no habría sido posible crear esta belleza.

Todos, de alguna manera, somos vasijas agrietadas, pero Dios conoce bien a sus hijos y nos da la posibilidad de aprovechar las fisuras-defectos para alguna cosa buena. Y así el apóstol Juan —que hoy quiere destruir—, con la corrección del Señor se convierte en el apóstol del amor en sus cartas. No se desanimó con las correcciones, sino que aprovechó el lado positivo de su carácter fogoso —el apasionamiento— para ponerlo al servicio del amor. Que nosotros también sepamos aprovechar las correcciones, las contrariedades —sufrimiento, fracaso, limitaciones— para “comenzar y recomenzar”, tal como san Josemaría definía la santidad: dóciles al Espíritu Santo para convertirnos a Dios y ser instrumentos suyos.


3-10. Martes, 28 de setiembre del 2004

¿Para qué dar a luz a un desdichado?

Lectura del libro de Job 3, 1-3. 11-17. 20-23

Job rompió el silencio y maldijo el día de su nacimiento. Tomó la palabra y exclamó:

¡Desaparezca el día en que nací
y la noche que dijo: «Ha sido engendrado un varón»!
¿Por qué no me morí al nacer?
¿Por qué no expiré al salir del vientre materno?
¿Por qué me recibieron dos rodillas
y dos pechos me dieron de mamar?
Ahora yacería tranquilo,
estaría dormido y así descansaría,
junto con los reyes y consejeros de la tierra
que se hicieron construir mausoleos,
o con los príncipes que poseían oro
y llenaron de plata sus moradas.
O no existiría, como un aborto enterrado,
como los niños que nunca vieron la luz.
Allí, los malvados dejan de agitarse,
allí descansan los que están extenuados.

¿Para qué dar a luz a un desdichado
y la vida a los que están llenos de amargura,
a los que ansían en vano la muerte
y la buscan más que a un tesoro,
a los que se alegrarían de llegar a la tumba
y se llenarían de júbilo al encontrar un sepulcro,
al hombre que se le cierra el camino
y al que Dios tiene acorralado por todas partes?

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 87, 2-8

R. ¡Que mi plegaria llegue a tu presencia, Señor!

¡Señor, mi Dios y mi salvador,
día y noche estoy clamando ante ti:
que mi plegaria llegue a tu presencia;
inclina tu oído a mi clamor! R.

Porque estoy saturado de infortunios,
y mi vida está al borde del Abismo;
me cuento entre los que bajaron a la tumba,
y soy como un hombre sin fuerzas. R.

Yo tengo mi lecho entre los muertos,
como los caídos que yacen en el sepulcro,
como aquéllos en los que Tú ya ni piensas,
porque fueron arrancados de tu mano. R.

Me has puesto en lo más hondo de la fosa,
en las regiones oscuras y profundas;
tu indignación pesa sobre mí,
y me estás ahogando con tu oleaje. R.

EVANGELIO

Se encaminó decididamente hacia Jerusalén

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 9, 51-56

Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén y envió mensajeros delante de Él. Ellos partieron y entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén.

Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: «Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?» Pero Él se dio vuelta y los reprendió. Y se fueron a otro pueblo.

Palabra del Señor.

Reflexión:

Job 3, 1-3. 11-17. 20-23. Hay momentos a los que nunca quisiéramos llegar; pero se dan. Días de dolor, de sufrimiento, de angustia, de enfermedad, de desgracia. Entonces quisiera uno refugiarse en el seno materno y volver a la tierra de la que fuimos formados. Pero aún en los momentos más arduos de nuestra vida, no podemos claudicar cobardemente. Debemos continuar trabajando, arduamente, por un nuevo orden de cosas y por una humanidad que se revista de Cristo. El momento en que nuestro cuerpo regrese a la tierra de la que fue formado y nuestro espíritu vuelva a Dios, que lo dio, sólo Él lo sabe; a nosotros sólo corresponde aprovechar este tiempo de gracia que Él nos concede. Démosle gracias al Señor por la vida que nos concede y agradezcámosle el que nos conceda identificarnos a su propio Hijo, pues Él, desde nosotros, hoy sigue padeciendo y dando su Vida para que todos tengan la misma oportunidad de lograr el descanso eterno, después de haberle sido fieles, aún en los momentos de persecución y de muerte.

Sal. 87 . No permita Dios que nos separemos de Cristo. Aún en medio de nuestras fragilidades y de la diversas tentaciones a que continuamente somos sometidos, pidámosle al Señor que nos dé la firmeza necesaria para que nada ni nadie pueda arrancarnos de su mano. El Señor nos pide que oremos y estemos vigilantes para no caer en tentación. Él nos ama y es misericordioso para con nosotros y no dejará que suframos la corrupción, pues, aun cuando tengamos que padecer la muerte, tenemos la esperanza cierta de llegar a poseer los bienes eternos, pues esto es aquello por lo que el Hijo de Dios nos mostró su amor muriendo y resucitando por nosotros. Dios está siempre dispuesto a perdonarnos y a hacernos experimentar las pruebas de su amor. Acudamos a Él llenos de confianza pues ni sus oídos ni su corazón están cerrados para nosotros.

Lc. 9, 51-56. Débiles, como niños; celosos de lo suyo, como los que se han apegado a sus logros y a sus tradiciones. Cuando uno vive tras de estos criterios inmaduros, pareciera que le da culto a Dios, pero al rechazar a su prójimo está manifestando que realmente no le pertenece a Cristo. Y deteniéndonos a contemplar a los que viven sin Dios, aún cuando estén bautizados, no podemos condenarlos. El juicio sólo le pertenece a Dios; a nosotros nos corresponde amar. Y ese amor no debe llevarnos sino a trabajar por la salvación de los demás. Pues el camino de Aquel que vino, no a condenarnos sino a salvarnos, es el mismo camino que debe seguir su Iglesia. Amemos de corazón a nuestro prójimo, siendo capaces de darlo todo, con tal de salvarlo, no por nuestro poder, sino por el Poder de Dios, que actúa en nosotros. Tomemos, pues, la firme determinación de ir a la Gloria del Padre. Tal vez muchos nos cierren las puertas, nos critiquen y se burlen de nosotros, nos persigan y nos silencien para siempre. Pero recordemos que no hay otro camino para llegar a la gloria sino pasando por nuestro propio calvario, llenos de amor y llenos de confianza en Aquel que nos ha amado y que nos quiere tras sus huellas, cargando nuestra cruz de cada día, hasta llegar a donde Él, nuestra Cabeza y principio , nos ha precedido.

El Señor se ha hecho uno de nosotros; y Él a nadie de nosotros rechaza. Es Él el que nos ha convocado, en este día, en torno a Sí mismo sin guardarnos rencor, pues Él a nadie quiere condenar. Su amor se manifestó en esto, en que siendo aún pecadores, Él entregó su vida por nosotros. Y en este día estamos celebrando el Misterio de su Amor por nosotros. El Señor quiere alojarse hoy en nosotros. Ojalá y no le cerremos la puerta impidiéndole el paso a nuestra vida. No vengamos sólo a platicar con Él mediante la oración; es necesario que Él vaya con nosotros a nuestra vida cotidiana para que, en medio de nuestras actividades diarias, Él pueda, por medio nuestro, hacerse presente en aquellas circunstancias que necesitan ser purificadas de pecado o de signos de muerte. Sólo teniendo a Cristo con nosotros podremos, en verdad, ser fermento de santidad en el mundo.

El Señor ha constituido a su Iglesia en Ministro de su perdón, de su Gracia y de su amor. Somos portadores de vida y testigos de un mundo nuevo. En nuestro mundo hay mucho dolor y sufrimiento provocados por las injusticias sociales; hay pandemias provocadas por la inmadurez de muchas personas que se han dejado dominar por quienes provocan el hedonismo y sólo tienen en su mente el afán de lucro, queriendo mercar con las personas y después con la enfermedad. Muchos valores han desaparecido y la persona se ha reducido a un ser que busca afanosa e inútilmente su felicidad y su seguridad en la posesión desmesurada de cosas pasajeras. Nuestra sociedad en lugar de caminar hacia su madurez se va deteriorando en muchos sectores azotados por la pobreza y por la falta de auténticos valores. No podemos levantarnos en contra de las masas hambrientas y faltas de todo, que se rebelan desesperadas por no poder llevar una vida digna. Hay problemas muy graves que no se solucionan con la persecución y la muerte. Es necesario repensar nuestra economía; es necesario volver la mirada hacia la realización de una verdadera justicia social. No seamos ocasión de que los demás maldigan el día de su nacimiento y nos maldigan también a nosotros a causa de su sufrimiento provocado por el fuego que hemos arrojado sobre ellos para consumirlos con nuestro egoísmo, con nuestras injusticias, con nuestra avaricia y con nuestro desmedido afán de poder. Si somos realmente de Cristo y si Él habita en nosotros, no nos quedemos en una fe sólo de rodillas ante Él; salgamos al encuentro de nuestro prójimo para devolverse su dignidad humana y su dignidad de hijo de Dios en Cristo Jesús, aún a costa de entregar nuestra vida por él.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de sabernos amar como hermanos, buscando siempre el bien de todos sin jamás provocar que el mal dañe a los demás, antes bien procurando que quienes han sido deteriorados por el pecado o por los signos de muerte encuentren el camino que los conduzca a Cristo, nuestro Salvador, y en quien somos renovados como criaturas llenas de verdad y de amor. Amén.

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3-11.

Reflexión

Cuando se va siguiendo el camino de Jesús, se da uno cuenta que no todos reaccionan positivamente ante el anuncio de la Salvación. El egoísmo y la envidia son fuertes opositores para que el Reino se implante en los corazones. Por desgracia después de dos mil años este problema persiste: no todos aceptan la invitación para dejar que Jesús haga morada en ellos. El evangelio de hoy nos ayuda a descubrir cual debe ser nuestra actitud para con aquellos que aun no han dejado que el Reino sea una realidad en su vida. Mientras que Juan y Santiago (los hijos del trueno) buscan acabar con ellos, Jesús los reprende, pues él no busca la muerte del pecador sino que se arrepienta y viva. Tú también, anuncia a Jesús, prepara su camino, y si no aceptan tu mensaje, ámalos, y perdónalos… pues el amor es la llave que abre todas las puertas... principalmente las del corazón que es precisamente a donde tiene que entrar el mensaje del Evangelio.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-12. He venido a salvar a los hombres

Fuente: Catholic.net
Autor: P . Clemente González

Reflexión

Podemos llamar a este pasaje “el evangelio del perdón sincero”. Cristo manda a sus apóstoles a prepararle el camino, para avisar a la gente de ese pueblo que iba a parar allí.

Pero esas personas de Samaría, en lugar de descubrir a Cristo entre el grupo de viajeros, sólo se fijaron en que “tenían intención de ir a Jerusalén”. En ese tiempo los samaritanos no se hablaban con los demás judíos que bajaban a Jerusalén. ¡Qué ofensa para Cristo! Por eso los apóstoles le preguntan si quiere que pidan que les caiga fuego del cielo. Esta propuesta de los apóstoles molestó más a Cristo que la ofensa recibida por el pueblo. ¿No vino Cristo a predicar el perdón? ¿No vino Cristo a morir por amor a toda la gente de ayer, de hoy y de siempre, para salvarnos y llevarnos al cielo? ¿Cómo, pues, iba a permitir que una pequeña ofensa mereciera un castigo así de grande? No. Y dice el Evangelio que Cristo les reprendió enérgicamente.

Por tanto, aprendamos de Cristo a perdonar. Pero a perdonar de corazón. Sí, nos cuesta, pero si pedimos ayuda a Cristo, nuestro corazón se liberará de un peso enorme, respirará paz, la paz que sólo Cristo da a los que se la piden y luchan por conseguirla y mantenerla.

Perdonemos hoy a aquel que nos ofenda, a ejemplo de Cristo, que murió en esa Cruz y se ofreció como víctima al Padre tanto por los que le iban a amar como por los que le iban a crucificar.


3-13.

28 de Septiembre

143. Camino de jerusalén

Martes de la Vigésima Sexta Semana del Tiempo Ordinario

I. Cuando en una ciudad de samaritanos, no recibieron a Jesús porque daba la impresión de ir a Jerusalén, (Lucas 9, 52-56) los Apóstoles se enojaron profundamente. Santiago y Juan le propusieron a Jesús: ¿Quieres que mandemos que caiga fuego del cielo y los consuma? El Señor aprovecha la ocasión para enseñarles que es preciso querer a todos, comprender incluso a quienes no nos comprenden. Muchos pasajes del Evangelio nos señalan los defectos de los apóstoles aún sin limar, y cómo van calando en su corazón las palabras y el ejemplo del Maestro. Dios cuenta con el tiempo, y con las flaquezas y defectos de los discípulos de todas las épocas. Más tarde, San Juan escribirá: El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es caridad. Sin dejar de ser él, el Espíritu Santo fue transformando poco a poco su corazón. Para nosotros, que tenemos tantos defectos, es un estímulo lleno de esperanza ver a San Juan, quien por su humildad, llegó a la santidad.

II. Desde Pentecostés, el Espíritu Santo no ha cesado de actuar en el alma de los discípulos de Cristo de todas las épocas, para llevarlos a la santidad. Sus inspiraciones son a veces rápidas como el rayo; otras veces actúa directamente moviendo al bien, inspirando, sugiriendo. Otras lo hace a través de los consejos de la dirección espiritual, de un acontecimiento, de la actitud ejemplar de una persona, de la lectura de un libro bueno. San Juan no cambió en un instante. Ni siquiera después de las palabras de Jesús. Pero no se desanimó ante sus errores, puso empeño, permaneció junto al Maestro, y la gracia hizo el resto.

III. Nosotros no debemos desanimarnos por nuestros errores y flaquezas. Para combatir con eficacia en la vida interior, debemos conocer bien nuestro defecto dominante, el que en cada uno de nosotros tiende a prevalecer sobre los demás y, como consecuencia, se hace presente en la manera de opinar, de juzgar, de querer y de obrar: (R. GARRIGOU-LAGRANGE, Las tres edades de la vida interior) la vanidad, la pereza, la impaciencia, la falta de optimismo, la tendencia a juzgar mal... No subimos todos por el mismo camino hacia la santidad: unos han de fomentar sobre todo la fortaleza; otros la esperanza o la alegría. Debemos preguntarnos en donde tenemos puestos nuestros deseos, qué es lo que más nos preocupa, qué no hace perder la paz o la alegría, y cuál tentación se presenta con más frecuencia. Nos ayudará sobremanera vivir el examen particular en un punto concreto. En María, encontraremos siempre la paz y el gozo, para caminar tomados de su mano hasta el Señor.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


3-14. 26ª Semana. Martes

Y cuando estaba para cumplirse el tiempo de su partida, Jesús decidió firmemente marchar hacia Jerusalén. Y envió por delante unos mensajeros, que entraron en una aldea de samaritanos para prepararle hospedaje, y no le acogieron, porque daba la impresión de ir a Jerusalén. Al ver esto, sus discípulos Santiago y Juan dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?». Y volviéndose, les reprendió. Y se fueron a otra aldea. (Lc 9, 51-56)

I. Jesús, en tu camino hacia Jerusalén, envías a unos mensajeros, para que preparen el lugar donde vas a pasar la noche. Pero en esta aldea, no te acogieron porque daba la impresión de que ibas a Jerusalén. ¿Qué pensarían aquellos mensajeros, camino de vuelta para explicarte la negativa de los samaritanos? Es una situación un poco decepcionante. Aquella gente no sabía lo que hacía: no habían querido acoger al Maestro que podía haber hecho tantas cosas buenas para la aldea. Esta situación ocurre frecuentemente en el apostolado, cuando -como mensajeros que somos de ti- intentamos que otros te acojan. Y oímos las excusas más absurdas: no tengo tiempo, en otra ocasión...

Como Santiago y Juan, puedo tener la tentación de decir: Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y les consuma? Jesús, si quiero ser un verdadero apóstol, un mensajero de tu palabra divina, he de aprender de la paciencia y caridad con la que tratas a los que no te entienden, e incluso, a los que te odian y te clavan en la cruz: aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón [52].

La paciencia es la que nos recomienda y guarda para Dios; modera nuestra ira, frena la lengua, dirige nuestro pensar, conserva la paz, endereza la conducta, doblega la rebeldía de la pasión, reprime el tono de orgullo, apaga el fuego de los enconos, contiene la prepotencia de los ricos, alivia la necesidad de los pobres, protege la santa virginidad de las doncellas... Mantiene en humildad a los que prosperan, hace fuerte en las adversidades y manso frente a las injusticias y afrentas. Enseña a perdonar luego a quienes nos ofenden y a rogar con constancia e insistencia cuando hemos ofendido. Nos hace vencer en las tentaciones, nos hace tolerar las persecuciones, nos hace consumar el martirio. Es la que fortifica sólidamente los cimientos de nuestra fe; levanta en alto nuestra esperanza. Nos lleva a perseverar como hijos de Dios, imitando la paciencia del Padre [53].

II. Comprendo tu impaciencia santa, pero a la vez has de considerar que algunos necesitan pensárselo mucho, que otros irán respondiendo con el tiempo... Aguárdalos con los brazos abiertos: condimenta tu impaciencia santa con oración y mortificación abundantes. -Vendrán más jóvenes y generosos; se habrán sacudido su aburguesamiento y serán más valientes. ¡Cómo los espera Dios! [54].

Jesús, por un lado es bueno tener cierta impaciencia santa, que es consecuencia de una vibración apostólica, de mis ganas de que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad [53]. Pero he de dejar que cada persona siga su propio ritmo, su propio proceso de conversión y de encuentro contigo.
Algunos necesitan pensárselo mucho; otros irán respondiendo con el tiempo.

Lo que sí está en mis manos para acelerar al máximo esas etapas, es apoyar a mis amigos con oración y mortificación abundantes. Apostolado no es sólo hablar a mis amigos de Dios, sino también hablar a Dios de mis amigos, encomendarles; pedirte -Jesús- por aquel problema que uno puede estar pasando, por la necesidad de otro, o más gracia para un tercero que tiene miedo a entregarse más. Si me comporto así, vendrán los frutos. Y mis amigos te acogerán en sus vidas, y Tú los cambiarás y harás de ellos otros apóstoles. Y si no son esos amigos, serán otros, más jóvenes y generosos, más valientes.

En el Evangelio de hoy, te quedas a las puertas de la aldea a la espera de lo que te digan tus mensajeros. Y cuando escuchas la negativa, no te enojas contra ellos, pero tampoco te quedas parado. Y se fueron a otra aldea. Así buscas a las almas: te quedas a la puerta y pides permiso -tal vez mediante un mensajero, un apóstol-. Y si te cierran la puerta, te diriges a otro, y a otro. Por que te hacen falta apóstoles: ¡cómo los espera Dios!

[52] Mt 11, 29.
[53] San Cipriano, Tratado sobre la paciencia, 20.
[54] Surco, 206.
[55] 1 Tm 2, 4.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo VI, EUNSA


3-15. CLARETIANOS 2004

Queridos hermanos y hermanas,

Ayer resumíamos el mensaje de las lecturas en la palabra humildad. Hoy se trata de rebeldía, aunque no agota ésta toda su profundidad. Pero vayamos por partes.

El “santo Job” se transforma en irreverente y profano cuando desvela su profundo desgarro interior. ¡Maldice hasta el día de su nacimiento! El salmista da, si cabe, un paso más, se encara directamente con Dios, él es la causa de todas sus desgracias. Y el Evangelio muestra desde el lado divino este mismo sentimiento: la ira del Hijo de Dios contra dos de sus discípulos que no comprenden el sentido del viaje que han emprendido hacia Jerusalén.

Mas, ¿cómo es posible que tales textos formen parte de nuestras escrituras sagradas, cuando rayan con lo blasfemo? ¿En qué se parece todo esto a la confianza en el Señor, al agradecimiento por la vida, o a la ternura de Dios? No, no hay parecidos. Tampoco es pertinente ofrecer respuestas sacadas de contexto.

En este día las lecturas nos acercan a donde la vida muestra su vertiente más dura, la incomprensión, el abandono, el dolor.

Una lección podemos extraer: la rebeldía, no es de increyentes o de quienes maldicen (¡estos textos pertenecen a nuestros escritos sagrados!), forma parte, mejor, ha de formar parte de nosotros mismos. Hemos de comprender su significado sin que ello nos lleve a rechazarla o relegarla al ámbito de lo sacrílego, lo mismo que Job o los discípulos tuvieron que pasar por esa experiencia para llegar a conocer el verdadero rostro de Dios.

Porque la alegría verdadera sólo puede nacer del dolor.

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