SÁBADO DE LA SEMANA 23ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- 1Tm 1, 15-17

1-1.

-Esta es una palabra cierta y digna de ser aceptada sin reserva.

En medio de las desviaciones de todas clases, en medio de las múltiples semi-verdades que corren por el mundo en tiempo de san Pablo y en el nuestro, Pablo es consciente de que dirá una verdad «cierta y segura» que hay que recibir sin reticencia y sin reserva.

¿Cuál es pues esta noticia anunciada con tanta seguridad?

-Cristo Jesús ha venido al mundo para salvar a los pecadores.

Hubiera podido esperarse una fórmula sobre la existencia y la grandeza de Dios.

Ahora bien, para Pablo, lo más importante que pueda decirse es la bondad de Dios que «salva» a los pecadores.

¡Dios ama a los pecadores! ¡Jesús vino para ellos! Todo el evangelio, especialmente el de Lucas, no deja de repetirnos esta verdad, como si en ella hubiera algo un poco escandaloso, difícil de admitir. Es verdad que las filosofías y las religiones naturales no se forjaron nunca esa imagen de Dios.

"En efecto, dice Jesús, no he venido para los sanos, sino para los enfermos"., (/Lc/05/31.)

Contestaba así a la murmuración de los fariseos que se escandalizaban de verle aceptar la invitación de comer "con los pecadores". (Lucas, 15-1.)

-Y el primero, de los pecadores, soy yo.

Admirable humildad de ese «santo», de ese gran san Pablo.

Pero si Cristo Jesús me perdonó, fue para que en mí se manifestase primeramente toda su generosidad. Debía ser yo el primer ejemplo de todos los que habían de creer en El para obtener vida eterna.

EVOR/EXP-DE-D: No es para estar en primera fila que san Pablo habla tan a menudo de sí mismo. Es porque ha comprendido profundamente que ¡la transmisión de la fe no se halla en la línea del «profesor que sabe y que enseña a los demás»! El ministro del evangelio es un testigo que tiene que haber hecho personalmente la experiencia de la gracia de Dios y que la proclama como un mensaje de lo que antes ha sido vivido por él. ¡Toda la diferencia entre el predicador verdadero, que se compromete con sus palabras... y el charlatán que va barajando ideas aunque sean exactas!

¡Soy el mayor pecador! decía san Pablo; para poder decir:

¡Soy el primero en saber qué es ser perdonado!

¿Por qué se extrañan algunos cristianos cuando un sacerdote les dice que él también es pecador y que también se confiesa? ¿No sería quizá, porque, a pesar de todo, se tiene una falsa idea de Dios? Una idea racional y pagana.

En lugar de la que se reveló en Jesucristo: ¡un Dios que ama y salva a los pecadores!

-Al rey de los siglos, honor y gloria...

Esta fórmula, como las líneas siguientes es sin duda un himno litúrgico que las comunidades cristianas cantaban.

Muchos de ellos han sido musicados recientemente. (1 Tm 2, 5: 6, 15-16; 2 Tm 1, 9-10; 2, 8.)

-Al Dios único, invisible e inmortal, por los siglos de los siglos. Amén.

Esos títulos de Dios son poco habituales en el Nuevo Testamento. Quizá han sido sacados de fórmulas judías o griegas. Se ve que san Pablo, si bien cuidadoso de presentar el verdadero rostro de Dios, el que Jesús nos ha revelado; no duda en servirse de la cultura de su tiempo para proclamar y cantar su fe.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 282 s.


2.- 1Co 10, 14-22

2-1.

-Hermanos queridos, huid de la idolatría. Os hablo como a prudentes.

San Pablo es categórico: hay que abstenerse de cualquier compromiso con los "ídolos".

La idolatría, ha tomado HOY nuevas formas. ¿Cuáles?...

Señor, líbranos de nuestros ídolos. Señor, líbranos de nuestros falsos dioses.

En el fondo, apoyarse en un ídolo es hacerse vanas ilusiones: se nos quebrará en las manos. Relativizar las cosas relativas es, por el contrario, de "hombres prudentes". Sólo Dios es Dios.

-La copa que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?

Pablo opone los banquetes paganos a las cenas eucarísticas. Está claro que los primeros cristianos tenían la sensación de que Cristo estaba entre ellos: certidumbre de una "presencia". Por el pan y el vino que compartimos, ¡tú estás aquí, Señor, entre nosotros! Y comulgamos con tu Presencia.

El primer efecto de la misa es unirnos a Dios.

Por desgracia nos sucede a menudo que participamos en la misa de manera automática sin que nos percatemos verdaderamente de que Tú estás ahí.

-Porque, aun siendo muchos, somos un solo pan y un solo cuerpo.

El segundo efecto de la eucaristía es el de unirnos los unos a los otros.

"Siendo muchos, constituimos uno solo".

Es la gran ley del universo, porque es la gran realidad de Dios... ¡Tres que son uno!

Alegría de la pareja, alegría de las familias unidas, alegría de los lugares de trabajo donde hay un buen ambiente.

Esto debería ser progresivamente el proyecto, la esperanza y el esfuerzo de todo grupo humano, y de toda la humanidad.

Para lograrlo, en el núcleo de la humanidad, hay un «sacramento», un signo eficaz, actuante: la eucaristía. La eucaristía construye el cuerpo de Cristo. La eucaristía hace que todos seamos un solo cuerpo.

«Siendo muchos constituimos uno solo».

Un ideal preciso, concreto, capaz de suscitar acciones inmediatas. Un ideal que puede ser intentado siempre y en todas partes. Una inmensa fuente de alegría.

¿Con quién voy a intentar realizarlo HOY? Cuidado con las ilusiones y los sueños simplistas.

No es fácil realizar la unión: no se trata de oprimir o de imponerse el uno al otro.

¡Construir la unidad suprimiendo al otro es fácil! La verdadera unidad implica el respeto a las diferencias. La unión no suprime el pluralismo ni las diversidades: tiende, sin embargo a la reducción de las oposiciones estériles y sectarias.

-Pues todos participamos de un solo pan.

El rito del pan «partido» y repartido es todo un símbolo: comulgamos del mismo pan para expresar que recibimos al mismo Cristo. No hay un Cristo para unos y otro para los demás.

¿No hago, en verdad, más que uno con tal y cual?

¿Qué puedo hacer, HOY, para construir el Cuerpo de Cristo?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 282 s.


3.- Lc 6, 43-49

3-1. 

La vida moral se verifica en sus frutos. La idea viene de la corriente sapiencial en la que el justo es comparado a menudo a un árbol que da frutos plenos de sabor, mientras que los demás árboles se vuelven estériles. El justo da buenos frutos porque está regado por las aguas divinas; sus frutos serán particularmente abundantes en la era escatológica. En efecto, el cristiano, como rama del árbol de vida que es Jesús produce los frutos del Espíritu mientras que el judaísmo se convierte en un árbol estéril.

La imagen de la casa construida sobre la roca es fácil de comprender: el empresario impaciente se contenta con hacer reposar su casa sobre el mismo suelo o sobre la arena que recubre a la roca, sin preocuparse de cavar hasta ella. La imagen es similar a la de la semilla que penetra en la tierra o, al contrario, se queda en la superficie y muere (Lc 8. 5-8).

El evangelio recuerda, pues, que sólo puede haber eficacia en el campo de la fe cuando se deja lugar a la Palabra en lo más profundo de uno mismo. Los cristianos están invitados a profundizar su fe, a no conformarse con una fe sociológica o de motivaciones insuficientes.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VIII
MAROVA MADRID 1969.Pág. 52


3-2.

-No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. No se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimia uva de los espinos.

Jesús quiere recordarnos que es el "fondo" del hombre lo que permite juzgar sus actos.

La calidad del fruto depende de la calidad del árbol. El "corazón", es decir, "el interior profundo" del hombre es lo esencial.

Es necesario que los gestos exteriores correspondan a una calidad de fondo. Que, por ejemplo, nuestros gestos religiosos provengan de una "fe interiorizada".

Señor, transforma mi corazón, ese centro profundo de mi personalidad: hazlo "bueno" como se dice de un fruto ¡qué bueno es! como se habla de un buen pan, sabroso, gustoso agradable. Que mi vida sea verdaderamente un "buen fruto" del que los demás puedan alimentarse y gozarse.

Que el hombre sea bueno, este es el plan de Dios.

-El hombre "bueno", de la bondad de su corazón saca el "bien". El que es "malo", de la maldad de su corazón saca el "mal".

HOY... ¿qué voy a sacar del tesoro de mi corazón? ¿Es mi corazón un tesoro de bondad? ¿Qué personas esperan algún bien de mí, alguna alegría? Ayuda, Señor, a todos los hombres a dar cosas buenas a sus hermanos.

-Porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca.

Es la aplicación de la breve parábola precedente sobre el árbol y el fruto a la palabra del hombre.

-¿Por qué me invocáis "Señor, Señor", y no hacéis lo que os digo? Aplicación del mismo pensamiento a la oración.

Si queremos que nuestras oraciones sean válidas, nuestra vida entera ha de ser también válida. Es del fondo del ser, del hondón de la vida, de la voluntad que procura complacer a Dios... de donde salen las verdaderas plegarias.

Las oraciones que salen sólo de la punta de los labios no corresponden a nada.

¡Jesús prefiere los actos buenos a las palabras pías!

-Todo el que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone en obra...

Esa fórmula es muy matizada y completa para expresar la vida cristiana:

- la fe, concebida como una vinculación a la persona de Jesús...

- estar a la escucha de la Palabra de Dios...

- la práctica religiosa, como un poner en obra esa voluntad divina...

¿Me "acerco a Jesús"? ¿Cómo se traduce eso, concretamente? ¿"Oigo sus palabras"? ¿Cuál es mi esfuerzo o mi negligencia en este punto? ¿"Las pongo en práctica?" En mis jornadas, en mis comportamientos?

-Se parece a uno que edificaba una casa: cavó, ahondó y asentó los cimientos sobre roca; vino una crecida, rompió el río contra aquella casa y no se tambaleó porque estaba bien construida.

Jesús es una persona eficaz, que desea que nuestras vidas sean también eficaces: Dios quiere que nuestras obras sean logradas, que nuestra vida sea "sólida" Para Jesús, esa solidez no existe más que si "uno se acerca a El, si se le escucha y si se pone en obra lo que El dice." ¡La Fe, una solidez, una roca, unos cimientos que permiten construir!

-Por el contrario, el que las escucha y no las pone en práctica se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimientos.

Rompió contra ella el río y en seguida se derrumbó, y la destrucción de aquella casa fue completa.

Severa advertencia para los que "no practican".

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 174 s.


3-3.

1. (Año I) 1 Timoteo 1,15-17

a) Continúa Pablo recordando rasgos de su autobiografía, en forma de una acción de gracias a Dios por su benevolencia con él.

Su catequesis sobre Jesús se resume en esta afirmación: "Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores". Pero en seguida se lo aplica a sí mismo: "y yo soy el primero, y por eso se compadeció de mí''.

b) Cambiaría bastante nuestra postura para con los demás si recordáramos con sincera humildad que Cristo ha venido a salvarnos a nosotros, en primer lugar. No sólo a los que llamamos "pecadores", sino a nosotros, que somos los primeros.

Si los padres en relación con los hijos, o los hijos con los padres, y los educadores para con los jóvenes, y cada uno en su relación con los demás de la familia o de la comunidad, dijéramos desde lo más profundo del ser: "se compadeció de mí"', "en mí, el primero, mostró Cristo toda su paciencia", entonces sí podríamos presentarnos como modelos para los demás, porque seguramente lo haríamos, no con aires autosuficientes y farisaicos, sino con humildad de hermanos.

Lo haríamos con los mismos sentimientos del salmo de hoy: "alabad, siervos del Señor, alabad el nombre del Señor... el Señor, Dios nuestro, se abaja para mirar al cielo y a la tierra. Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre". No somos ricos, no somos poderosos, sino pobres y débiles. Así se sentía Pablo en su ministerio. Y así hizo lo que hizo, fiado más de Dios que de sí mismo.

Si nos sintiéramos "perdonados", como Pablo, estaríamos mucho más dispuestos a perdonar a los demás y a trabajar por ellos.

1. (Año ll) 1 Corintios 10,14-22

a) Continúa -y termina hoy- el tema de las "carnes sacrificadas a los ídolos". Hasta ahora se trataba de comer esas carnes cuando se compran en el mercado o cuando uno es invitado a casa de un amigo (cf. 1 Co 10, 25.27). En esos casos, según Pablo, se podría comer tranquilamente, excepto cuando eso pudiera escandalizar a un hermano.

Pero en el pasaje de hoy es otra la circunstancia: ¿se puede participar en banquetes sagrados, los que se organizan en honor de un dios o de una diosa? Aquí no entra ya la caridad para con el hermano débil, sino el peligro de idolatría para uno mismo. Porque participar en esos banquetes cúlticos conlleva casi necesariamente la comunión con lo que se celebra.

Son dos los argumentos que usa Pablo para que no vayan a esos banquetes:

- en el v. 16 se refiere a lo que podríamos llamar "dirección vertical": no podemos ir a honrar a un dios y a entrar en comunión con él, porque nosotros tenemos ya a Cristo Jesús, con el que entramos en comunión en la Eucaristía: "el cáliz de bendición que bendecimos, ¿no nos une con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no nos une con el Cuerpo de Cristo?";

- en el v. 17 añade un argumento "horizontal": ya tenemos una comunidad con la cual hacer fiesta, y no tenemos que ir a buscar otras comunidades con las que celebrar: "el pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan".

b) Pablo, gracias a esa consulta que le hicieron sobre los "idolotitos", nos dice qué es para él la Eucaristía.

Es, ante todo, unión con Cristo, con su Cuerpo y su Sangre. Por tanto, no podemos buscar otros dioses con los que entrar en comunión, cayendo en la idolatría como cayeron los israelitas en el desierto, con el famoso becerro de oro:"no podéis beber de las dos copas, la del Señor y la de los demonios (los dioses falsos), no podéis participar de las dos mesas, la del Señor y la de los demonios".

Pero es también unión con los demás hermanos de la comunidad. Precisamente porque comemos del mismo Pan, que es Cristo, vamos siendo un solo cuerpo y un solo pan, los de la comunidad.

Esto nos compromete. Comulgar con Cristo significa que hemos de evitar toda clase de idolatría, adorando a los dioses falsos que nos ofrece en abundancia nuestro mundo, valores humanos en los que sentimos la tentación de poner nuestra confianza y a los que dedicamos nuestro culto. Sería faltar al primer mandamiento ("no tendrás otro dios más que a mí'') y, según Pablo, es incompatible con nuestra fe y nuestra comunión con Cristo. La vida debe ser coherente con la Eucaristía. Sin encender una vela a Dios y otra al diablo.

A la vez, la Eucaristía nos debe hacer crecer en fraternidad. Ya que comemos del mismo Pan, y escuchamos la misma Palabra salvadora de Dios, luego debemos vivir unidos, creciendo en unidad fraterna a la vez que en fe y amor a Cristo Jesús. Sin buscar otras comunidades peregrinas con las que convivir o celebrar: la comunidad de Jesús, movida por su Espíritu, y alimentada con su Cuerpo y Sangre, es la comunidad en la que tenemos que poner nuestro tiempo y nuestro esfuerzo e interés.

2. Lucas 6,43-49

a) Las comparaciones que ponía Jesús, tomadas de la vida diaria, eran muy expresivas para transmitir sus enseñanzas. Hoy son dos: la del árbol que da frutos buenos o malos, y la del edificio que se apoya en roca o en tierra.

Los árboles se conocen por sus frutos, no por su apariencia. Las zarzas no dan higos.

Así las personas: "el que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal".

El futuro de un edificio depende en gran parte de dónde se apoyan sus cimientos. Si sobre roca o sobre tierra o arena. En el primer caso la casa aguantará embestidas y crecidas. En el otro, no. Lo mismo pasa en las personas, según construyan su personalidad sobre valores sólidos o sobre apariencias. Es como un comentario a las antítesis de las bienaventuranzas que Jesús nos dictó el miércoles de esta misma semana.

b) ¡Qué sabiduría y qué retrato tan exacto de nuestra vida nos ofrecen estas frases!

"Lo que rebosa del corazón, lo habla la boca". Cuando nuestras palabras son amargas, es que está rezumando amargura nuestro corazón. Cuando las palabras son amables, es que el corazón está lleno de bondad y eso es lo que aparece hacia fuera. Tenemos motivos de examen de conciencia, al final del día, si recordamos las varias intervenciones que hemos tenido durante la jornada.

Lo mismo con el otro símil de la construcción. A veces el edificio de nuestra personalidad -la fachada exterior- aparece muy llamativo y prometedor. Pero no hemos puesto cimientos, o los hemos puesto sobre bases no consistentes: el gusto, la moda, el interés. No sobre algo permanente: la Palabra de Dios. ¿Nos extrañaremos de que estos edificios -nuestras propias vidas, o las de otros, que parecían muy seguras- se "derrumben desplomándose"?

Siempre estamos a tiempo para corregir desviaciones. ¿Cómo tenemos el corazón? ¿es estéril, malo, lleno de orgullo? Entonces nuestras obras serán estériles y malignas.

¿Trabajamos por cultivar sentimientos internos de misericordia, de humildad, de paz?

Entonces nuestras obras irán siendo también benignas y edificantes. Tenemos que cuidar y examinar nuestro corazón, que es la raíz de las palabras y de las obras.

También podemos hacernos la pregunta de cómo construimos nuestro porvenir. Sea cual sea nuestra edad, ¿podemos decir que estamos poniendo la base de nuestro edificio en valores firmes, en la Palabra de Dios? ¿o en modas pasajeras y en el gusto del momento? ¿cuidamos sólo la fachada o sobre todo la interioridad?

"En mí, el primero, mostró Cristo toda su paciencia" (1ª lectura I)

"Aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo porque comemos todos del mismo Pan" (1ª lectura II)

"El que escucha mis palabras y las pone por obra, pone los cimientos sobre roca" (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 60-64


3-4.

1 Cor 10, 14-22: Con Dios o sin él

Lc 6, 43-49: De la abundancia del corazón habla la boca

Jesús está ubicado en las afueras de Cafarnaún. Su enseñanza se desplaza a las periferias, a los lugares de trabajo de los campesinos y empleados. El centro, la sinagoga, ha sido adversa para con él; por eso, el campo y el suburbio se convierten en el escenario de la acción de Dios.

El andar en la periferia lo hace sensible a la situación de los marginados. A éstos el aparato legal los ha dejado maltrechos y en su consciencia se minusvaloran. Sin embargo, Jesús reconoce en ellos los valores del Reino. El pueblo, los discípulos y toda la cohorte de enfermos, pecadores y menesterosos en medio de las inevitables ambigüedades de todos los seres humanos, rebosan de amor a Dios y al prójimo. Y esa actitud de sus corazones es la que Jesús valora en ellos. En medio de su pobreza, ignorancia y simpleza son capaces de dar los buenos frutos del Reino.

La palabra en ellos puede encontrar un terreno abonado, una tierra fértil donde los valores del Reino crecerán. Personas que han construido sobre la roca del amor y del servicio el edificio de su fe. Por eso, en el día de la tormenta no los vencerá el abatimiento ni la adversidad.

Hoy, Jesús nos convoca a ser casa construida sobre la roca de la solidaridad, árbol de excelentes frutos, corazón que rebosa misericordia. De lo contrario, nosotros y todas nuestras comunidades andaremos dando palos de ciego sin acertar a descubrir la verdadera dirección del Reino de la Vida.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-5. Sábado 13 de septiembre de 2003
JUAN CRISÓSTOMO

1 Tim 1, 15-17: Jesús salvación del pecador
Salmo responsorial: 112, 1-7
Lc 6, 43-49: Por los frutos los conocerán

El relato del evangelio de hoy está compuesto por dos unidades literarias. La primera la encontramos en 6, 43-45 y está conformada por una serie de imágenes que pretenden ilustrar una advertencia de Jesús a sus discípulos sobre la necesidad de ser coherentes en la vida. Que no bastan las palabras para ser sus seguidores, que lo que cuentan son las acciones y no las palabras. Las palabras de Jesús se dirigen al corazón, el lugar donde se construyen las buenas o malas intenciones en las personas, para pedirle que hable y actúe en coherencia consigo mismo. Según el evangelio, hay una relación estrecha entre el centro de la persona (corazón) y el comportamiento externo (acciones); por eso, “no hay árbol bueno que dé frutos malos, ni tampoco árbol malo que dé frutos buenos”. El corazón, que es la sede de las decisiones, es el lugar en el que se juega la salvación de la persona, porque de allí provienen el amor o el odio (cf. Mc 7, 14-23). De un buen corazón nacerá una praxis de amor.

El criterio fundamental desde donde, según las palabras de Jesús, se debe discernir la vida de un cristiano será sobre todo sus frutos”, porque “a cada árbol se le conoce por sus frutos”. Dos comparaciones sirven a Jesús para explicar la importancia de las acciones humanas. Por una parte, la calidad del fruto nos dice de la calidad del árbol, por otra el tipo de fruto nos dice de dónde procede. Lo mismo sucede con nuestra vida, si está unida a Jesús y a su evangelio dará frutos buenos.

La segunda unidad del relato la encontramos en 6, 46-49 y está compuesta por una pequeña parábola cuyo mensaje es claro y directo: poner en práctica las palabras de Jesús es el fundamento más sólido de la vida del creyente y por tanto, el mejor criterio para distinguir al verdadero del falso discípulo. La parábola esta construida sobre la imagen de dos hombres que construyen su casa, uno la cimentó sobre la roca y el otro la construyó sobre la tierra, sin cimientos. Los dos hombres son discípulos de Jesús, los dos han escuchado sus palabras, pero sólo uno las ha puesto en práctica. La parábola nos invita a escuchar la Palabra, pero sobre todo a hacer de esta Palabra acciones concretas de vida.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


3-6. ACI DIGITAL 2003

45. Es decir que, para hacer el mal, no necesitamos que otro nos lo indique; nos basta con dar de lo propio. En cambio, nada podemos para el bien si no imploramos al Padre que nos dé de su santo Espíritu. Confrontado también en el Evangelio de San Juan 15, 5:"Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. Quien permanece en Mí, y Yo en él, lleva mucho fruto, porque separados de Mí no podéis hacer nada".

"Cumplen su voluntad y no la de Dios cuando hacen lo que a Dios desagrada. Mas cuando hacen lo que quieren hacer para servir a la divina voluntad, aunque gustosos hagan lo que hacen, ello es siempre por el querer de Aquél por quien es preparado y ordenado lo que ellos quieren" (Denz. 196).

47. La fe firme que nunca vacila es la que se apoya sobre las palabras de Jesús como sobre una roca que resiste a las tormentas de la duda porque dice: "Sé a quien he creído" (II Tim. 1, 12: "Por cuya causa padezco estas cosas, mas no me avergüenzo, puesto que sé a quién he creído, y estoy cierto de que El es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel día").

Los que escuchan la Palabra y no la guardan como un tesoro demuestran no haberla comprendido, según Jesús nos enseña en San Mateo 13, versículos 19 y 23: "Sucede a todo el que oye la palabra del reino y no la comprende, que viene el maligno y arrebata lo que ha sido sembrado en su corazón: éste es el sembrado a lo largo del camino. Pero el sembrado en tierra buena, éste es el hombre que oye la palabra y la comprende: él sí que fructifica y produce ya ciento, ya sesenta, ya treinta".


3-7. DOMINICOS 2003

Palabra y frutos de verdad
Primera carta a Timoteo 1, 15-17:
“Querido hermano: Podéis fiaros y aceptar sin reserva lo que os digo: Que Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero. Y por eso se compadeció de mí: para que en mí, el primero, mostrara Cristo toda su potencia, y pudiera ser modelo de todos los que creerán en él y tendrán vida eterna.

Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén”.

Cuatro líneas de reflexión paulina: verdad de la fe en Cristo redentor; aplicación de la redención a sí mismo; valor de la propia vida como ejemplo; alabanza al Señor de la fe y vida.

Evangelio según san Lucas 6, 43-49:
“Decía Jesús a sus discípulos: No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto, pues no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. Quien es bueno, de la bondad de su corazón saca el bien; y quien es malo, de la maldad saca el mal. Lo que rebosa del corazón es lo que dice la lengua... El que viene a mí... se parece al que edifica sobre roca...”

Primera parte: planta buena, árbol bueno, vida buena, dan frutos buenos. Pues veamos los frutos de cada uno y sabremos si sus raíces, corazón, alma, son buenos. Segunda parte: la buena planta, árbol, vida, es la que se fundamenta en la roca de Cristo.



Momento de reflexión
Dios se compadeció de mí
En nuestra vida espiritual, cada uno habremos de comenzar reconociendo esta gran verdad: Dios ha sido grande, generoso, amigo, perdonador, redentor mío.

No tengo ni tenemos nada de que gloriarme: mi vida se construye sobre la roca de la fe que me pone al lado y en el corazón de Cristo redentor, y del Padre.

Dios se fía de nosotros, deposita en nosotros la semilla de eternidad, y nos invita a cuidar ese tesoro, que es gracia y amistad divina, como lo más grande que hay en nosotros mismos.

Cuidaré del árbol de vida.
En mí está la semilla. Dios la ha sembrado en mi campo. Él mismo quiere verla crecer, desarrollarse, fructificar. Sólo me pide que cuide el jardín, que arranque la cizaña, que escarde las hierbas malas.

¡Feliz de mí, si, cuando Dios mira su obra, que es mi vida, la encuentra hermosa, floreciente, capaz de acoger a los pájaros, de alimentar al mendigo, de alegrar la tarde sombría de algún corazón que sufre!

Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a cultivar la viña de tu Hijo.


3-8.

LECTURAS: TIM 1, 15-17; SAL 112; LC 6, 43-49

Tim. 1, 15-17. Cristo Jesús vino a este mundo a salvar a los pecadores. Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo; sino para que el mundo se salve por Él. El Señor ha venido al encuentro de los pecadores, ha buscado al hombre que ha fallado, como el pastor busca la oveja descarriada hasta encontrarla; Él ha venido a buscar todo lo que se había perdido para reunir en un solo pueblo a los hijos que había dispersado el pecado. Así, Dios quiere manifestarle su misericordia a todas las gentes. Cada uno de nosotros ha de abrir su corazón a esa oferta de perdón y misericordia que Dios nos hace por medio de Jesús, su Hijo. Siendo los primeros en experimentar ese amor misericordioso, podremos, con nuestro testimonio personal, servir de ejemplo para que otros alcancen también la salvación, pues los impulsaremos a un encuentro con el Dios de amor y de misericordia, no sólo con nuestras palabras, sino con nuestra vida misma. Por eso, con un corazón agradecido, elevemos nuestro cántico al Señor, que siendo eterno, inmortal, invisible y único Dios, ha puesto su mirada en nosotros y nos ha amado con la cercanía con la que como Padre Bueno, nos manifiesta como a hijos suyos; a Él sea dado todo honor y toda gloria ahora y para siempre.

Sal. 112. Bendito sea el Señor, nuestro Dios y Padre; pues, aun cuando es el Todopoderoso, eterno, inmortal e invisible; aún cuando es el Dios único, que está por encima de todos los dioses que ni son dioses, se ha inclinado para mirar cielos y tierra; más aún, ha puesto su mirada en la pequeñez de sus siervos y ha hecho grandes cosas en favor nuestro. Él ha derribado a los potentados de sus tronos y ha exaltado a los humildes. ¿Quién hay como el Señor? ¿Quién puede igualar al Dios y Padre nuestro? Dios quiera concedernos la Fuerza de lo Alto para que hagamos nuestro su amor, su bondad, su misericordia de tal forma que, caminando siempre en su presencia, podamos algún día sentarnos junto a Aquel que es el Jefe y Pastor de las ovejas adquiridas mediante la Alianza pactada con propia su sangre.

Lc. 6, 43-49. De la abundancia del corazón habla la boca. Cada árbol se conoce, si es bueno o malo, por sus frutos. Aquello que hacemos y hablamos manifiesta qué clase de gente somos. No basta llamar Señor, Señor, a Jesús para decir que somos sus discípulos. Si en verdad hemos asentado firmemente en Él nuestra vida, permanezcámosle fieles en el testimonio que demos a través de nuestro trabajo a favor del Evangelio tanto con nuestras obras como con nuestras palabras. Probablemente lleguen momentos muy arduos que quisieran desanimarnos en este trabajo. Sin embargo sólo una fe verdadera, sólo una esperanza intensa y sólo un amor ardiente al Señor podrá impedir que nos derrumbemos; pues ¿quién podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿El sufrimiento, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Pero Dios, que nos ama, hará que salgamos más que victoriosos de todas estas pruebas. Procuremos, con la ayuda de Dios, que nuestra fe no se nos quede en puras exterioridades, sino que lo que hagamos externamente sea consecuencia de haber aceptado al Señor en nuestra propia vida.

En esta Eucaristía estamos aceptando enraizar nuestra vida en Dios, de tal forma que su vida divina corra por todo nuestro ser; y, entrando en una verdadera comunión de vida con el Señor, podamos producir frutos abundantes de bondad. Ya Jesús nos decía: Nadie es bueno, sino sólo Dios. Nosotros, tan frágiles y muchas veces tan inclinados al mal, hemos de reconocer que toda bondad y todo don perfecto provienen de Dios. Por eso, si en verdad queremos darle un nuevo rostro a nuestro mundo, el rostro que procede de la verdad, de la bondad, del amor, de la justicia, de la misericordia, unamos nuestra vida al Padre de las luces y alejémonos de las tinieblas del error y del pecado. Al haber acudido a esta Eucaristía, hemos venido ante el Señor con la gran disponibilidad de hacer nuestra su vida, su Evangelio, su Misión, porque queremos, finalmente, ser un signo vivo del Señor en el mundo.

No cerremos nuestros ojos ante la realidad que nos rodea. Es cierto que el hombre ha avanzado mucho en la ciencia, en la técnica, en el confort; es cierto que hay muchas enfermedades que han sido dominadas; es cierto que nuestro mundo va cayendo cada vez más bajo el dominio del hombre, naciendo así un mundo hominado. Sin embargo, seamos conscientes de que el respeto por la vida se va deteriorando cuando, a causa de sistemas económicos equivocados, se acaba con los que no son considerados útiles a los intereses de la máquina productiva. Muchos aun no nacidos han sido blanco de manipulaciones genéticas y muchos fetos congelados se han almacenado para experimentos contrarios a la misma naturaleza, o para finalmente tirarse al bote de la basura como si la vida inicial no mereciera ser respetada. ¿Podremos llamar Señor, Señor a Jesús con toda lealtad cuando, con miradas egoístas y miopes, explotamos a los pobres, o destruimos la vida de un sólo ser y o de miles de seres humanos? No es la sonrisa en los labios, ni nuestros rezos lo que indica que somos hijos de Dios, sino nuestras obras que nacen de un corazón que lo ha aceptado con lealtad en la propia vida; pues de un corazón podrido y sin Dios no podrá surgir nada bueno, mucho menos un hijo de Dios.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Virgen María, nuestra Madre, que nos fortalezca para que seamos fieles testigos suyos, y no nos quedemos en una fe de vana palabrería. Amén.

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3-9. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

1 Cor 10, 14-22 Aunque somos muchos, formemos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan
Salmo responsorial: 115 Te ofreceré, Señor, un sacrificio de alabanza.
Lc 6, 43-49
¿Por qué me llamáis "Señor, Señor", y no hacéis lo que digo?

Continúa el evangelista con una serie de comparaciones para indicar quién es auténtico seguidor de Jesús y quién no. Es buen seguidor quien, como el árbol bueno, da frutos buenos, poniendo en práctica las palabras de Jesús, no el que lo invoca sin cumplir sus mandamientos. Para ser buen cristiano, hace falta dar tres pasos: primero, acercarse a Jesús, esto es, entablar con él una relación de proximidad, de cercanía, de empatía, segundo, tener una actitud de escucha atenta de sus palabras, para, en tercer lugar, llevarlas a la vida, haciendo de ellas la meta de nuestro comportamiento y relación con él y con los otros. Los frutos, las obras buenas, darán el veredicto de la bondad o maldad de cada uno de nosotros, la medida de la viga o de la mota del ojo propio o ajeno. El modo de actuar revela la realidad interior de cada uno. Al final no cuentan las palabras, sino las obras, o la obra, esto es: el amor, la única obra que justifica la existencia humana, el único mandamiento que la regula. Jesús no busca admiradores ni adoradores, sino seguidores. Quien está cargado de buenas obras, pisa tierra firme; se parece a esa casa que ni la fuerza del caudal de un río desbordado puede echar por tierra porque ha sido construida sobre roca. Y sólo está bien construida la vida del cristiano si se cimienta en el amor sin medida, sin límites, hasta el enemigo, para romper la dinámica de la represalia y el odio. La vida cristiana no se basa en la adhesión teórica al mensaje de Jesús, sino en la fidelidad al mismo día a día. El éxito del mensaje depende de la actitud que cada uno tome ante él.


3-10. CLARETIANOS 2004

Queridos hermanos y hermanas,

Cuando leo a mi hija el cuento de los tres cerditos (el primero que construye una casa de paja y el lobo la echa abajo, el segundo que la hace de madera y también viene destrozada y el cerdito sabio que contruye su casa con ladrillos y ahí el lobo se tiene que rendir) siempre me acuerdo del texto del Evangelio de hoy: la casa bien construida encima de la roca aguanta la inundación y no se hunde. Lo que más me gusta del cuento es la solidaridad que hay entre los cerditos; el cerdito de la casa de ladrillos podría haber echado en cara perfectamente a los otros dos que él se había sacrificado mucho para construir su casa, al contrario de los otros que por no cansarse habían hecho sus casas rápidamente y de mala manera y podría haberse vengado dejando a sus amigos en las garras del lobo.
Pero no, el tercer cerdito, además de ser previsor y atento, tenía un corazón de oro, él representa la síntesis del Evangelio de hoy: no sólo hay que escuchar y hacer lo que nos dice el Señor sino que hay que tener un corazón bueno. Si no queremos que nuestra fe se convierta en algo superficialmente muy bonito, aparentemente correcto y sin embargo profundamente frío e inexpresivo necesitamos cuidar mucho, muchísimo lo que hay dentro de nuestro corazón.
Jesús nos pide que haya bondad en nuestro corazón, pero ¿cómo se entrena el corazón para que esté repleto de bondad? Yo conozco un solo camino: amando. Si nos atrevemos a amar a los que nos rodean, si dejamos que el amor se manifieste en sus múltiples facetas (perdón, pasión, paciencia, entrega, ternura, escucha, empatía...) nuestro corazón será un "corazón bueno" del que saldrán buenos frutos.

Equipo de CiudadRedonda
(ciudadredonda@ciudadredonda.org)


3-11. DOMINICOS 2004

Primera Carta de san Pablo a los corintios 10, 14-22:
“Amigos míos: Vosotros no tengáis nada que ver con la idolatría. Os hablo como a gente sensata. Formaos vuestro juicio sobre lo que os digo.

El cáliz de nuestra acción de gracias, ¿no nos une a todos en la sangre de Cristo? El pan es uno, y nosotros también lo somos, aunque somos muchos. Todos formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan... Así, pues , vosotros no podéis beber de las dos copas: de la del Señor y de la de los demonios... ¿Vamos a provocar al Señor? ¿Es que somos más fuertes que él?”

Evangelio según san Lucas 6, 43-49:
“En aquel tiempo decía Jesús a sus discípulos: No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto... El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal. De lo que rebosa del corazón habla la lengua. ¿Por qué me llamáis ‘Señor, Señor’, y no hacéis lo que os digo? El que se acerca a mí escucha mis palabras y las pone por obra...”



Reflexión para este día
De lo que rebosa del corazón habla la lengua
A modo de sentencias de vida espiritual y de profunda psicología humana, los textos de la Escritura son un manantial de sugerencias que no debemos desaprovechar.

Retengamos siquiera tres:

Unidad. Todos formamos un solo cuerpo, una sociedad, una familia: la familia de los hombres e hijos de Dios. No la contaminemos ni destruyamos.

Un mismo pan. Eduquémonos todos en un mismo estilo de vida convivencial, y que en ella esté presente el respeto a la dignidad del otro y el amor que nos creó y recreó.

Fructifiquemos. No seamos troncos estériles, muertos en el jardín de la naturaleza y del Reino. Llenemos de amor y de justicia, de verdad y sinceridad, nuestro corazón y mente. Si lo hacemos, de nuestros labios brotarán palabras de fe, de esperanza, de confianza...

Imitemos a los misioneros y mártires, ellos, como nosotros, fueron movido por el Espíritu de Dios a través de la Palabra y de la gracia de los Sacramentos de nuestra fe, y fructificaron de verdad.


3-12. Edificar sobre roca

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Clemente González

Reflexión:

Cristo nos enseña que la Misericordia de Dios es más fuerte que la dureza del pecado. Podríamos pensar, leyendo superficialmente este pasaje, que tendrían razón los que piensan en la “predestinación eterna”, que si hemos nacido zarza no hay nada que hacer; por más que nos matemos trabajando por ser buenos, ¿para qué, si al fin y al cabo me condenaré? Soy árbol malo y no bueno. Estoy condenado a chamuscarme eternamente en el infierno.

Pero esto sería tan absurdo como haber venido el mismo Verbo de Dios al mundo y haber sufrido tremendamente por unos pocos afortunados. A Dios no le importa dejar 99 ovejas por una que se le escapa del redil; a Dios no le importa esperar toda una vida por el hijo que se le ha ido de su casa; a Dios no le importa llenar de besos y celebrar con fiesta grande al que parecía muerto por el pecado.

Nuestro Dios es un Dios de tremenda misericordia. Ya lo dice el mismo Cristo en el pasaje antes leído: ¿por qué me llamáis: "Señor, Señor", y no hacéis lo que digo? El vino para que el hombre tenga vida eterna en El. El nos enseña el camino. De nuestra parte está el hacerle caso o no.

Si eres un árbol malo, - pocos podemos gloriarnos de dar buenos frutos -, mira a Cristo, comienza a edificar sobre su roca, deja que El arregle las cosas, colabora activamente con la gracia. El lo hará todo, si le dejas. Y de zarza llegarás a ser deliciosa higuera. Darás frutos de salvación. Si Dios ya hubiera dispuesto quién se salva y quién no, habría mandado a sus ángeles a sacar la cizaña del trigo y a quemarla. Pero ha dejado el campo sin tocar porque espera tu respuesta a su amor. Está esperando que le des permiso para que edifique un grandioso palacio inamovible en la roca de su Corazón, y llegues a ser un delicioso árbol para los demás. ¿Podríamos ser tan obstinados en cerrar las puertas a un Dios que no se cansa de buscar a su oveja perdida?


3-13.

Comentario: P. Raimondo Sorgia Mannai, OP (San Domenico di Fiesole-Florència, Italia)

«Cada árbol se conoce por su fruto»

Hoy, el Señor nos sorprende haciendo “publicidad” de sí mismo. No es mi intención “escandalizar” a nadie con esta afirmación. Es nuestra publicidad terrenal lo que empequeñece a las cosas grandes y sobrenaturales. Es el prometer, por ejemplo, que dentro de unas semanas una persona gruesa pueda perder por lo menos cinco o seis kilos usando un determinado “producto-trampa” (u otras promesas milagrosas por el estilo) lo que nos hace mirar a la publicidad con ojos de sospecha. Mas, cuando uno tiene un “producto” garantizado al cien por cien, y —como el Señor— no vende nada a cambio de dinero sino solamente nos pide que le creamos tomándole como guía y modelo de un preciso estilo de vida, entonces esa “publicidad” no nos ha de sorprender y nos parecerá la más lícita del mundo. ¿No ha sido Jesús el más grande “publicitario” al decir de sí mismo «Yo soy la Vía, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6)?

Hoy afirma que quien «venga a mí y oiga mis palabras y las ponga en práctica» es prudente, «semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca» (Lc 6,47-48), de modo que obtiene una construcción sólida y firme, capaz de afrontar los golpes del mal tiempo. Si, por el contrario, quien edifica no tiene esa prudencia, acabará por encontrarse ante un montón de piedras derruidas, y si él mismo estaba al interior en el momento del choque de la lluvia fluvial, podrá perder no solamente la casa, sino además su propia vida.

Pero no basta acercarse a Jesús, sino que es necesario escuchar con la máxima atención sus enseñanzas y, sobre todo, ponerlas en práctica, porque incluso el curioso se le acerca, y también el hereje, el estudioso de historia o de filología... Pero será solamente acercándonos, escuchando y, sobre todo, practicando la doctrina de Jesús como levantaremos el edificio de la santidad cristiana, para ejemplo de fieles peregrinos y para gloria de la Iglesia celestial.


3-14. Sábado, 11 de setiembre del 2004

Aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo,
porque participamos de un único pan

Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 10, 14-22

Queridos míos, eviten la idolatría. Les hablo como a gente sensata; juzguen ustedes mismos lo que voy a decirles. La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan.

Pensemos en Israel según la carne: aquéllos que comen las víctimas, ¿no están acaso en comunión con el altar?

¿Quiero decir con esto que la carne sacrificada a los ídolos tiene algún valor, o que el ídolo es algo? No, afirmo sencillamente que los paganos ofrecen sus sacrificios a los demonios y no a Dios. Ahora bien, yo no quiero que ustedes entren en comunión con los demonios. Ustedes no pueden beber de la copa del Señor y de la copa de los demonios; tampoco pueden sentarse a la mesa del Señor y a la mesa de los demonios. ¿O es que queremos provocar los celos del Señor? ¿Pretendemos ser más fuertes que Él?

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 115, 12-13. 17-18

R. ¡Te ofreceré, Señor; un sacrificio de alabanza!

¿Con qué pagaré al Señor
todo el bien que me hizo?
Alzaré la copa de la salvación
e invocaré el Nombre del Señor. R.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
e invocaré el Nombre del Señor.
Cumpliré mis votos al Señor,
en presencia de todo su pueblo. R.

EVANGELIO

¿Por qué me llaman «Señor; Señor»,
y no hacen lo que les digo?

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 6, 43-49

Jesús decía a sus discípulos:

No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas.

El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de la abundancia del corazón habla su boca.

¿Por qué ustedes me llaman: "Señor, Señor", y no hacen lo que les digo? Yo les diré a quién se parece todo aquél que viene a mí, escucha mis palabras y las practica. Se parece a un hombre que, queriendo construir una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre la roca. Cuando vino la inundación, las aguas se precipitaron con fuerza contra esa casa, pero no pudieron derribarla, porque estaba bien construida.

En cambio, el que escucha la Palabra y no la pone en práctica se parece a un hombre que construyó su casa sobre tierra, sin cimientos. Cuando las aguas se precipitaron contra ella, en seguida se derrumbó, y el desastre que sobrevino a esa casa fue grande.

Palabra del Señor.

Reflexión:

1Cor. 10, 14-22. Mediante la participación en la Eucaristía nos unimos a Cristo, formando un sólo Cuerpo con Él. Así, en Cristo, nos unimos a Dios y somos hechos de su mismo linaje. Los que nos unimos a Cristo formamos la Comunidad de creyentes, la Iglesia, la cual se construye en torno a la Eucaristía. Debemos aprender a ser fieles al Señor, de tal forma que su vida no sólo se nos comunique, sino que se manifieste en nuestros comportamientos de cada día. De nada nos serviría participar de la mesa del Señor si después unimos nuestra vida al Malo, pues aun cuando no lo aceptemos de un modo directo, con nuestras malas obras estaríamos indicando que no es a Cristo sino al Demonio a quien nos hemos unido. Dejemos que el Espíritu del Señor nos vaya transformando día a día en una imagen cada vez más perfecta del Hijo de Dios, de tal forma que nuestra fe tanto se exprese con nuestras palabras, como con nuestras obras y con nuestra vida misma.

Sal. 116 (115). La celebración Eucarística es nuestra mejor acción de gracias por todos los beneficios que hemos recibido de Dios. Él ha sido misericordioso para con nosotros. Él jamás nos ha abandonado ni ha dejado de amarnos. Acudir a la celebración Eucarística manifiesta que en verdad amamos al Señor y vivimos con un corazón agradecido por habernos redimido del pecado y de la muerte, y habernos hecho hijos de Dios. Sin embargo nuestra gratitud debe ir más allá del momento en que le damos culto al Señor. Efectivamente toda nuestra vida debe convertirse en una continua alabanza del Nombre de Dios. Y esto será realidad en la medida en que seamos fieles a nuestros compromisos adquiridos en nuestro Bautismo, pues no podemos pretender ser hijos de Dios cuando, después de darle culto al Señor, viviéramos como si no lo conociéramos.

Lc. 6, 43-49. Mediante nuestros sentidos vamos llenando nuestro corazón de una serie de experiencias, que después aflorarán en nuestra vida diaria. En nuestro corazón el Señor quiere también hacer su morada; ojalá y no sólo vayamos a la fuente de Agua Viva, sino que nos llevemos el Manantial con nosotros para que nos transforme de pecadores en justos, y haga que nuestras obras sean hechas conforme a su Voluntad santísima. Ya el Señor decía a los judíos que no creían en Él: Si no quieren dar crédito a mis palabras, crean por mis obras pues ellas dan testimonio de que realmente yo vengo de Dios. ¿Podríamos nosotros decir lo mismo? Reconocemos nuestra fragilidad, que muchas veces nos ha llevado a abandonar los caminos de Dios y a quedarnos con un invocarlo sólo con los labios. La firmeza de nuestra fe se manifiesta en la medida en que no sólo llamamos Señor, Señor, a Jesús, sino en la forma en que escuchamos su Palabra, la meditamos en nuestro corazón, la ponemos en práctica y la anunciamos a los demás desde nuestra propia experiencia, como testigos y no como expertos conforme a los criterios de este mundo. Cuando anunciamos lo que vivimos estamos dando a conocer que Cristo está en el centro de nuestra vida y que nos hemos afianzado fuertemente en Él.

El Señor es el que edifica nuestra vida como una morada digna para Él. Sabemos nosotros la fuerza de nuestras palabras y de nuestras obras. Podremos aparentar ser personas rectas; sin embargo nuestras palabras y lo que hagamos manifestarán qué clase de personas somos realmente. Hoy el Señor nos reúne para alimentar nuestra vida, nuestro corazón, con su Palabra, que, como una buena semilla, es sembrada en nosotros para que produzca abundantes frutos de salvación. El Señor quiere que nos hagamos uno con Él en la participación de su Cuerpo y de su Sangre, y que seamos signo de unidad y no de división. Los que participamos de la Mesa del Señor no podemos vivir divididos a causa de nuestros egoísmos. El amor fraterno debe ser el primer fruto de nuestra unión a Cristo, pues quien odia a su hermano es un mentiroso cuando dice que ama a Dios. No nos convirtamos en destructores de la Iglesia, más bien construyámosla mediante una vida recta, que propicie la alegría y la paz entre nosotros.

Al paso del tiempo no podemos vivir a la deriva. Los que no tienen un rumbo definido en su vida no pueden decir que están extraviados o perdidos. ¿Qué somos actualmente? ¿Qué cimientos tiene nuestra vida? Puede ser que iniciemos muchas cosas y fácilmente las abandonemos no sólo por falta de una sana disciplina, sino porque no sabemos lo que realmente pretendemos. Contemplar hacia el horizonte y vernos realizados de alguna forma nos pone en camino; de lo contrario el futuro nos encontrará desprevenidos y nos derrumbaremos estrepitosamente en la decepción y en la depresión. El Señor no sólo nos quiere en diálogo llamándolo a Él Señor, y hermano a nuestro prójimo. Nos quiere cercanos unos a otros e identificados con Él. Mientras la Palabra de Dios no transforme nuestra vida, y mientras la palabra de nuestro prójimo no nos ponga en camino para remediar sus males no podemos decir que realmente vivimos con firmeza nuestra fe. Si hemos entrado en comunión de vida con el Señor no nos quedemos en una fe de labios para afuera; si somos hijos de Dios que sean nuestras obras las que manifiesten lo que realmente llevamos en nuestro corazón.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de saber escuchar su Palabra y ponerla en práctica, para que no sólo nos llamemos hijos de Dios, sino que lo seamos en verdad. Amén.

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3-15. Fray Nelson

Sábado 10 de Septiembre de 2005

Temas de las lecturas: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores * ¿Por qué me dicen "Señor, Señor", y no hacen lo que yo les digo?.

1. Dos veces "el primero"

1.1 En el breve texto de la primera lectura de hoy encontramos que Pablo se declara por dos veces "el primero". Se considera el primero entre los pecadores y el primero entre los signos de la misericordia de Dios, una especie de ejemplo que invita a la fe.

1.2 Y como Dios hizo de él un signo de misericordia, con eso mismo lo hizo un instrumento de misericordia a través del ministerio de la predicación. Aquel que ha sido compadecido no tiene más que predicar sino su propia historia. La compasión divina es tan poderosa, en efecto, que hace que nuestro pasado sea un lenguaje en el que ya no se lee ruina sino construcción maravillosa; ya no la herida sino el relato de su curación; ya no el hedor del pecado sino el penetrante y dulce aroma de la gracia.

1.3 Por eso, para aprender a ser predicadores de la gracia necesitamos aprender a ser conocedores de la desgracia, es decir: de nuestras desgracias distintivas, que no son otra cosa que nuestros pecados. Un predicador ajeno al tema del pecado es un predicador ausente del drama del dolor humano y de la epopeya del amor divino.

2. Hacer lo escuchado

2.1 La pregunta de Jesús en el evangelio de hoy no pierde actualidad: "¿Por qué me dicen: Señor, Señor; y no hacen lo que yo les digo?". El Génesis nos relata con primorosa belleza el poder que reside en la Palabra de Dios: "dijo Dios... y fue así" (Gén 1,6-7.9.11). Lo propio de la creación es precisamente eso: no hay ruptura, no hay solución de continuidad entre la palabra pronunciada y la obra realizada.

2.2 Cristo, en cambio, detecta ahora una situación diferente. Ahora sucede que Dios habla y nada sucede. Es ante todo una afrenta a Dios. Nuestra rebeldía es como un modo de decirle que él no es nuestro creador o nosotros no somos sus creaturas.

2.3 Hay otra cosa interesante en el texto de hoy. El mismo Señor nos hace ver que hay una continuidad entre el corazón y la boca, pues enseña que "la boca habla de lo que está lleno el corazón". Esto, que es verdad en el hombre, semejanza de Dios, es verdad de modo eminente en Dios, de quien el hombre ha sido hecho imagen. Es decir: la boca de Dios no habla otra cosa sino lo que tiene su corazón.

2.4 Es lo mismo que leemos en el evangelio de Juan: " Nadie ha visto jamás a Dios; el unigénito Dios, que está en el seno del Padre, El le ha dado a conocer" (Jn 1,18). Cristo, Palabra del Padre, es también la expresión del ser íntimo del Padre, de modo que nada más cabe conocer de Dios sino lo que podemos saber a través de Cristo y en Cristo.