JUEVES DE LA SEMANA 23ª DEL TIEMPO ORDINARIO
1.- Col 3, 12-17
1-1.
-Puesto que habéis sido elegidos por Dios, santos y muy amados...
Repetir para mí sencilla y lentamente esas palabras. Gustar de su paz profunda. He sido «elegido» por Dios... soy su «muy amado»... No se trata aquí de sentimentalismos sino de un hecho histórico que compromete en concreto toda mi existencia.
-Revestíos pues de ternura entrañable y de bondad...
Es esto exactamente. La convicción de ser amado de Dios debe conducirnos inmediatamente a actuar tal como Dios actúa, es decir, con ternura y bondad.
-De humildad, tolerancia, paciencia.
Es de toda evidencia que de nuestra pertenencia a Cristo surge toda una moral; unas virtudes muy humanas, que hacen agradables las relaciones humanas y aportan bienestar y felicidad.
-Conllevaos mutuamente y perdonaos si uno tiene queja contra otro.
¿Cómo podría subsistir a la larga un grupo humano cualquiera si nadie fuese capaz de esa conllevancia mutua? Considero los grupos que más frecuento.
¿Cuál es mi actitud frente a ese punto esencial del evangelio? No mantener cerrados los ojos. Sería muy raro que yo no tuviera nunca nada que soportar a los que me soportan.
-Actuad como el Señor: El os ha perdonado, haced vosotros lo mismo.
El evangelio no ha inventado nuevos valores. El mismo perdón forma parte de toda vida en sociedad que quiera ser duradera. Pero el ejemplo de Cristo es un estímulo poderoso que puede darnos fortaleza de «llegar hasta el extremo» en el amor que perdona.
La experiencia prueba que, sin Cristo, ciertos perdones están por encima de lo humanamente posible.
Danos, Señor, lo que nos pides. Ven y perdona en mí como sólo Tú sabes hacerlo.
-Y por encima de todo esto, revestíos del amor que es el vínculo de la perfección.
Sólo el amor verdadero explica todo lo que precede.
La imagen usada aquí es la de un «vínculo» que permite a la gavilla mantenerse compacta. El amor ensambla y une entre si todas las cualidades humanas: sin amor, los más hermosos valores pueden degenerar en orgullo, suficiencia, fariseísmo.
-Y que la paz de Cristo reine en vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo «cuerpo»
Estamos más allá de todo moralismo y de todo juridicismo. Estamos a nivel de una experiencia vital: ¿cómo podría negarme a amar a tal persona... que es nada menos que un miembro del Cuerpo de Cristo y, por lo tanto, también uno de mis miembros puesto que formo parte del mismo Cuerpo?
-Vivid en la acción de gracias. Que la Palabra de Dios habite en vosotros... Cantad agradecidos a Dios en vuestros corazones con salmos, himnos y cánticos inspirados. Alegría. Entusiasmo. Acción de gracias. Cánticos.
-Y todo cuanto habléis o hagáis, hacedlo todo siempre en nombre del Señor Jesucristo, ofreciendo por su medio vuestra acción de gracias al Padre.
Todo. Todo. Cuanto se hace o se dice, ofrecerlo a Dios.
NOEL
QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 278 s.
2.- 1Co 8, 1-7.11-13
2-1.
En la antigüedad, la carne de consumo procedía de los santuarios: todo lo que no se utilizaba en el templo con fines cultuales se vendía en el mercado. Por eso se planteó la cuestión de si, al comer de aquella carne, no pactaría el cristiano con la idolatría. En su respuesta, Pablo distingue cuidadosamente el plano doctrinal del plano de la praxis. En teoría, es evidentemente imposible comprometerse con los dioses falsos, puesto que no existen. Por eso, lo mismo que Jesús había afirmado que lo que entra en el hombre no puede ensuciarlo, Pablo responde ahora que el cristiano es libre: "Todo me está permitido".
"Pero no todo me conviene", añade. En efecto, hay cristianos escrupulosos, convencidos de que obran mal cuando consumen carnes consagradas y que, si ven que otros las consumen, creerán que la idolatría es una cosa sin importancia. Por tanto, hay que tener en cuenta su situación. En último término, es la caridad la que debe imponerse y, para mantener buenas relaciones en la comunidad, hay que callar a veces ciertos derechos legítimos.
DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
SEMANAS XXII-XXXIV
T.O. EVANG.DE LUCAS
SAL TERRAE/SANTANDER 1990.Pág.
249
2-2.
Los problemas concretos que se planteaban a los primeros cristianos, residentes en el núcleo de una civilización pagana, eran, a menudo, muy complejos.
Por ejemplo, la carne que se compraba en las tiendas procedía de animales previamente «inmolados a divinidades paganas». ¿Tenían los cristianos derecho a comer de esos «idolotitos»? Cuando se come en casa, es fácil abstenerse. Pero ¿cuando se está invitado? ¿Había que hacer como todo el mundo y comer lo que se presentaba? ¿No era esto un compromiso con los ídolos? San Pablo contesta y podremos admirar el equilibrio de su respuesta:
1º libertad total respecto a las carnes ofrecidas.
2º tener en cuenta la conciencia de los demás.
-Respecto del comer lo «sacrificado a los ídolos», sabemos que el ídolo no es nada en el mundo y que no hay más Dios fuera del único Dios.
Razonamiento simple: esas carnes no han sido ofrecidas a «nada», porque los ídolos no son «nada»... por lo tanto se pueden comer sin reparo alguno. El hecho de haber sido presentadas a un bloque de piedra, o de haber recibido el incienso no modifica para nada las carnes.
Luego, libertad total. ¡El ídolo es sólo una estatua de piedra!
-No hay más que un solo Dios: el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos... y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros...
¡Qué libertad y qué certeza!
Ocasión de repetir su fe en el Dios único: lo restante no vale nada. Y esta certeza libera totalmente al hombre de cualquier tabú o interdicto sagrado: el mundo no es sagrado sino profano... sólo Dios es sagrado.
-Mas no todos tienen este conocimiento. Algunos comen la carne inmolada como tal carne ofrecida al ídolo.
Este es el caso de los paganos y también de algunos cristianos recientemente convertidos, y que "tienen miedo".
Efectivamente, es por todos conocido que en muchos problemas de conciencia, todavía hoy existe inmensas diferencias de apreciación moral: algunos consideran como un pecado, lo que para otros no lo es.
Ya en Corinto se oponían los «fuertes» que se consideraban totalmente libres, y los «débiles» que, para sentirse más seguros, defendían las posiciones más estrictas.
-Su conciencia que es «débil» se encontrará manchada.
En efecto, cuando uno cree cometer un pecado, lo comete: es una regla esencial de la conciencia... Hoy se insiste quizá demasiado sobre esta subjetividad, pero es una de las dimensiones capitales de la conciencia.
-Por consiguiente, si un alimento ha de causar la caída de mi hermano, -por quien murió Cristo- no comeré jamás carne, antes que causar la caída de mi hermano.
Finalmente, la caridad es el criterio último de juicio. Por mucho que yo sea totalmente libre personalmente y capaz de comer cualquier alimento, evitaré escandalizar a mis hermanos más débiles y, para ello, renunciaré incluso a lo que tengo derecho. «¡Ese hermano por quien murió Cristo!» Admirable fórmula: ¡qué respeto nos infundiría, si pensáramos más en ella!
No tengo derecho de aplastar o de desconcertar a los demás ni siquiera apelando a mis certidumbres.
NOEL
QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 278 s.
2-3. /1Co/08/01-13
El núcleo de la enseñanza de esta perícopa no presenta muchas dificultades, aparte de ciertas concepciones judías sobre los ángeles utilizadas por Pablo. En cambio, conviene recordar una vez más que en Corinto existe un grupo de cristianos que, en nombre de un conocimiento superior, crean dificultades dentro de la comunidad. Aquí se enfrenta Pablo con ese grupo, que creaba continuas divisiones entre los cristianos de la comunidad.
Podría parecer que el caso que trata Pablo en esta parte de la carta es una cuestión insignificante. Pero ya vimos que, para él, la unidad de la Iglesia es intocable. En todo caso, la enseñanza es pastoralmente ejemplar. Lógicamente, el que no cree en los ídolos no se siente afectado por cuanto se refiere a ellos. Para quien ha rechazado su existencia, no es posible creer que la carne de las víctimas sacrificadas a los ídolos en los templos sea otra cosa que carne. Sin embargo, en Corinto había cristianos que habían participado durante mucho tiempo en las prácticas paganas y que ahora, una vez que las habían abandonado, consideraban indigno comer tales alimentos o que otros los comieran. Son los débiles de que habla Pablo. Pero precisamente por eso hay que respetar su conciencia, cosa que no comprendían ni hacían los que se enorgullecían de poseer un conocimiento superior. El conocimiento envanece, la libertad puede ser causa de escándalo; sólo el amor construye. Así ocurre siempre.
Pero no debemos entender de forma simplista esa lección. El Apóstol que nos la da es el mismo que se enfrentó violentamente con Pedro cuando éste, en Antioquía, dejó de comer con los cristianos de origen pagano por respeto a los judeocristianos que acababan de llegar de Jerusalén. ¿No siguió Pedro la línea de conducta que Pablo enseña aquí? El problema reside siempre en no ponerse del lado de los poderosos y en saber discernir en cada caso quiénes son los realmente débiles.
Esta es una cuestión que interpela a la Iglesia constantemente.
A.
R. SASTRE
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las
Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 514 s.
3.- Lc 6, 27-38
3-1.
VER DOMINGO 07C
3-2.
En el pasaje de hoy Lucas resumió varios consejos importantes, dados por Jesús y que Mateo había agrupado en el sermón de la Montaña. Son unas actitudes evangélicas esenciales.
-A vosotros que me escucháis os digo: "Amad a vuestros enemigos.....
Estamos demasiado habituados a "saber", teóricamente, esas palabras.
Sin embargo, para Jesús, no se trata de algo intelectual ni teórico. Esos "enemigos" a los que se refiere los detalla en los ejemplos siguientes:
-Los que os odian. Los que os maldicen... Los que os injurian... Los que os pegan... El que te quita la capa... El que te roba...
Toda esa gente no son ideas, ni fantasmas irreales, sino personas de carne y hueso.
Hay que atreverse a buscar, a nuestro alrededor, las personas que más nos cuesta amar... Las que nos "dañan" de una u otra manera...
-Amadles... Hacedles bien... Deseadles el bien... Rogad por ellas... Dad... No reclaméis...
Todo esto no son ideas, ni sentimientos... sino actos reales, actitudes concretas. No, no es fácil vivir el evangelio... ¡no es "agua de rosas"!
-Tratad a los demás como queréis que ellos os traten.
Ponerse en el lugar de los demás.
¡Cuán difícil es esto, Señor! Ven a nosotros.
-Si amáis a los que os aman ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Si hacéis bien a los que lo hacen a vosotros... También los pecadores hacen otro tanto.
Si prestáis sólo cuando esperáis cobrar... También los pecadores se prestan unos a otros con intención de cobrar el equivalente.
Mateo tomaba como comparación a "los publicanos y a los paganos" (Mateo 5, 46-47).
Lucas, para no herir a sus lectores, paganos convertidos o paganos a convertir, traduce las palabras de Jesús a un lenguaje comprensible para ellos y habla de "pecadores": es exactamente el mismo pensamiento pero en un lenguaje más moderno.
Sí, el pensamiento esencial de Jesús es que nuestro "amor" ha de ser universal, liberándose de las comunidades naturales -la familia, el medio, la nación, la raza- en las cuales se ejerce casi espontáneamente. La solidaridad no es un bien en sí, hay que decirlo: también los pecadores, los malvados, los opresores, los egoístas... pueden establecer entre ellos solidaridades muy interesadas, orientadas en provecho propio y contra los demás.
El "amor sin fronteras" es muy exigente: más allá de todas las leyes psicológicas y sociales, por lo tanto muy naturales y reales, ¡nuestro amor debe alcanzar las dimensiones mismas de toda la humanidad, enemigos y adversarios comprendidos!
-Amad a vuestros enemigos, haced el bien sin esperar nada en cambio...
Es un amor desinteresado, gratuito.
-Así tendréis una gran recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque El es bueno con los malos y los desagradecidos. Sed misericordiosos, como Vuestro Padre es misericordioso.
Así, no se trata solamente de un rebasar "cuantitativo" -amar a más personas en todo el vasto mundo-, sino de un rebasar "cualitativo" -amar como Dios ama, imitando el amor infinito, y ser con ello un signo del amor del Padre que ama a todos los hombres, incluso a "sus enemigos"-.
-No juzguéis... No condenéis... Perdonad... Dad...
Dejo resonar en mí cada una de esas palabras, una a una, una después de otra.
Y las llevo a la oración.
NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 170 s.
3-3.
1. (Año I) Colosenses 3,12-17
a) Terminamos hoy la lectura de la carta a los Colosenses, con un hermoso programa de vida cristiana que Pablo les presenta a ellos y a nosotros.
La comparación es esta vez con el vestido, el "uniforme" que deberían vestir como "pueblo elegido de Dios, pueblo santo y amado". Este uniforme se refiere sobre todo a las relaciones de unos con otros en la vida de la comunidad: "la misericordia, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión, el amor, la paz".
El final parece una alusión clara a la Eucaristía: "celebrad la acción de gracias... la Palabra de Cristo habite entre vosotros... y todo lo que hagáis, sea todo en nombre de Jesús, ofreciendo la Acción de Gracias a Dios Padre por medio de él".
b) Es un programa elevado, pero concreto. En dos direcciones.
Para con las personas que encontremos a lo largo del día, se nos apremia a usar misericordia, a ser comprensivos, amables, a "sobrellevarnos mutuamente y perdonarnos cuando alguno tenga quejas contra otro". La razón es convincente: "el Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo". ¡Qué bien nos iría tomar como consigna para la jornada de hoy "el amor, que es el ceñidor de la unidad", y que "la paz de Cristo actúe de árbitro en nuestro corazón"!
Para con Dios, la otra gran dirección de nuestra vida, se nos invita a una apertura cada día mayor:
- ante todo a la escucha de su Palabra: "que la Palabra de Cristo habite entre vosotros":
- con una actitud de acción de gracias, que es la que llega a su expresión más densa en la Eucaristía: " celebrad la Acción de Gracias... cantad a Dios dadle gracias... ofreciendo la Acción de Gracias a Dios";
- con nuestra oración, que parece aquí aludir a lo que en la Iglesia se organizó desde el principio como Oración de las Horas por la mañana y la tarde: "cantad a Dios, dadle gracias de corazón con salmos, himnos y cánticos inspirados"; el salmo hace eco a esta oración: "alabad al Señor en su templo, alabadlo por sus obras magníficas... todo ser que alienta alabe al Señor";
- y, sobre todo, en la misma vida: "todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús".
No son cosas difíciles de entender. Es un cuadro muy completo de vida cristiana. Lo que pasa es que nos cuesta organizar nuestra jornada en esta clave tan espiritual. Pablo nos pone el listón bien alto para que vayamos madurando en la vida de fe. En esta maduración nos debemos ayudar fraternalmente: "enseñaos unos a otros con toda sabiduría, exhortaos mutuamente".
1. (Año II) 1 Corintios 8,1-7.11-13
a) Esta vez la consulta de los Corintios se refiere a los famosos "idolotitos", o sea, a las carnes inmoladas a los falsos dioses, a los ídolos ("comer lo sacrificado").
Aquellos cristianos estaban acostumbrados, antes de convertirse, a participar en banquetes cúlticos en honor de tal dios o tal diosa, comiendo carne gratis y celebrando fiesta con la comunidad de los adoradores del dios. ¿Pueden continuar haciéndolo?
La razón parece válida: como ya saben (¡la sabiduría de los griegos, otra vez!) que los tales dioses no existen, porque sólo existe un Dios, el Padre de Jesús, podrían comer tranquilamente esa carne, comprándola, por ejemplo, en las carnicerías o cuando asisten a una cena a la que han sido invitados. Este razonamiento lo saben hacer los "fuertes", los que ya están liberados de escrúpulos.
Pero hay otros hermanos que son más "débiles": y Pablo quiere que se respete a estos hermanos de conciencia más delicada, que se podrían escandalizar.
La "sabiduría" de los fuertes "llevará al desastre al inseguro, a un hermano por quien Cristo murió".
b) El criterio de la caridad para con los hermanos es más importante que el de la sabiduría, el del conocimiento, o incluso que el de los derechos propios.
En rigor, se podría comer carne inmolada a los ídolos en un contexto no sagrado. Pero si hay alguien a quien eso va a escandalizar, entonces debemos renunciar a nuestro derecho: "si por cuestión de alimento peligra un hermano mío, nunca volveré a comer carne, para no ponerlo en peligro".
Entre nosotros no será exactamente el caso de los "idolotitos" el que nos ponga en esta encrucijada, pero hay muchos otros en que mis "derechos" pueden chocar con la conciencia delicada de un hermano: maneras de hablar y de actuar que en sí tal vez no son reprobables, pero que pueden ocasionar el que otros se debiliten en sus convicciones.
Entonces vale el argumento de Pablo: "al pecar de esa manera contra los hermanos, turbando su conciencia insegura, pecáis contra Cristo".
Uno puede ser "progresista" en sus ideas y en sus costumbres. Pero la delicadeza para con la conciencia de los demás es una finura espiritual que se nos puede exigir como una de las maneras concretas de caridad fraterna. El respeto al hermano va por encima de nuestro "conocimiento" y nuestro "derecho". Estamos en el binomio central de la Carta: la "gnosis" (el conocimiento) y la "ágape" (la caridad). La opinión de Pablo es clara: "el conocimiento engríe, lo constructivo es el amor mutuo".
2. Lucas 6, 27-38
a) Si las bienaventuranzas de ayer eran paradójicas y sorprendentes, no lo son menos las exhortaciones de Jesús que leemos hoy: "amad a vuestros enemigos". La enseñanza central de Jesús es el amor.
Es como si la cuarta bienaventuranza ("dichosos cuando os odien y os insulten") la desarrollara aparte. El estilo de actuación que él pide de los suyos es en verdad cuesta arriba:
- amad a vuestros enemigos,
- haced el bien a los que os odian,
- bendecid a los que os maldicen,
- orad por los que os injurian,
- al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra,
- al que te quite la capa, déjale también la túnica...
La lista es impresionante. Y Jesús, con sus recursos pedagógicos de antítesis y reiteraciones, concreta todavía más: si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?; si hacéis el bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis?; si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis?
b) Esta página del evangelio es de ésas que tienen el inconveniente de que se entienden demasiado. Lo que cuesta es cumplirlas, adecuar nuestro estilo de vida a esta enseñanza de Jesús, que, además, es lo que él cumplía el primero.
Después de escuchar esto, ¿podemos volver a las andadas en nuestra relación con los demás? ¿nos seguiremos creyendo buenos cristianos a pesar de no vernos demasiado bien retratados en estas palabras de Jesús? ¿podremos rezar tranquilamente, en el Padrenuestro, aquello de "perdónanos como nosotros perdonamos"?
Jesús nos propone dos claves, a cual más expresiva y exigente, para que midamos nuestra capacidad de bondad y amor:
- "tratad a los demás como queréis que ellos os traten"; es una medida comprometedora, en positivo, porque nosotros sí queremos que nos traten así; y, en negativo, un aviso: "la medida que uséis la usarán con vosotros";
- "sed compasivos como vuestro Padre es compasivo"; cuando amamos de veras, gratuitamente, seremos "hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos".
Desde luego, los cristianos tenemos de parte de nuestro Maestro un programa casi heroico, una asignatura difícil, en la línea de las bienaventuranzas de ayer. Saludar al que no nos saluda. Poner buena cara al que sabemos que habla mal de nosotros. Tener buen corazón con todos. No sólo no vengarnos, sino positivamente hacer el bien. Poner la otra mejilla. Prestar sin esperar devolución. No juzgar. No condenar. Perdonar...
"Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro" (1ª lectura I)
"El conocimiento engríe, lo constructivo es el amor mutuo" (1ª lectura II)
"Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo" (evangelio)
J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 52-56
3-4.
1 Cor 8, 1b-7.11-13: El saber infla pero el amor edifica
Lc 6, 27-38: Amar a los enemigos
El amor a los enemigos ha sido una práctica olvidada, repudiada, manipulada y, en fin, mal interpretada. Algunos piensan que es algo absurdo, totalmente impracticable. Otros, que se trata de aguantar lo que los demás nos quieran hacer. Algunos más, la califican como un medio de manipulación. Pero la verdad es que únicamente la vida de Jesús nos muestra cómo se ama efectivamente al enemigo.
Este amor pasa primero por la fragua de la verdad. El que amemos a nuestros enemigos nos obliga a decirles la verdad. Nuestro amor no puede encubrir injusticias y desigualdades. Amar es andar en la verdad.
Es también un amor que no responde con agresión. Pues, es consciente que la violencia no es la medida con la que Dios juzga al mundo. Busca el camino de la alteridad, del diálogo, de la tolerancia. Sólo si reconozco al enemigo como persona, como ser humano puedo responder desde la misericordia de Dios a la crueldad ajena.
Amar a quien nos odia es la medida del verdadero amor. Porque quién sólo ama a quien le retribuye con los mismos sentimientos, no sobrepasa la medida del amor egoísta. Beneficiar a quien nos cause daño, bendecir al que nos maldice y ser generosos con los acaparadores es un modo de proceder que pone la lógica del mundo patas arriba. Porque esta acción no nace de la ignorancia y la ingenuidad, sino de la consciencia de que el Hombre Nuevo es superior a la mezquindades vigentes.
Por esto, las palabras de Jesús se convierte en una contradicción que nos pesa enormemente en el corazón. El no sólo pide que seamos buenos o que mejoremos nuestro modo de ser. Nos pide que nos abramos a Dios y cambiemos los harapos de nuestro egoísmo por el magnífico vestido de la generosidad.
SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO
3-5. CLARETIANOS 2002
"A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian". Estas palabras inevitablemente nos traen al recuerdo esa cadena de sentimientos que desata toda violencia y terrorismo. ¿Puede un cristiano palestino amar a un judío? ¿un estadonidense a un simpatizante de Bin Laden o a un irakí? ¿una mujer que sufre violencia a su acosador? ¿Qué podemos hacer los creyentes de hoy ante estas palabras de Jesús? ¿Suprimirlas del evangelio? ¿Borrarlas del fondo de nuestra conciencia? ¿Dejarlas para tiempos mejores?
Hablar de perdón en ciertas situaciones en que la rabia y venganza parecen más que justificadas puede parecer de personas que no tienen los pies sobre el suelo y provocar solo irritación en algunos. Sin embargo, ¡qué sería de un mundo en que se suprimiera el perdón y tuviesen curso legal el resentimiento y la agresividad! Si en algún momento no se produce una reacción de signo contrario, el mal tiende a perpetuarse. Por eso es necesario seguir hablando de perdón si queremos vernos libres de la deshumanización que generan el odio y la venganza. Ante la ofensa del 11-S o del terrorismo de ETA el deseo de revancha es sin duda la respuesta más instintiva. La persona necesita defenderse de la herida recibida, pero haciendo sufrir al agresor nunca se cura la propia herida. Lo decía hace ya mucho tiempo H. Lacordaire: "¿Quieres ser feliz un momento? Véngate. ¿Quieres ser feliz siempre? Perdona".
Fácilmente olvidamos que perdonar a quien más bien
hace es a nosotros mismos, pues nos libera del mal y nos da fuerzas para
comenzar de nuevo. Cuando Jesús invita a perdonar está invitando a seguir el
camino más sano y eficaz para erradicar de nuestra vida el mal. Por eso, en el
mandato evangélico del amor al enemigo, exponente diáfano del mensaje cristiano,
encontramos un signo claro de identidad como seguidores de Jesús. Es
precisamente este amor universal que alcanza a todos y busca realmente el bien
de todos sin exclusiones, la aportación más positiva y humana que podemos
introducir como creyentes en nuestros ambientes. Hay dos cosas que como
cristianos podemos y debemos recordar en medio de esta sociedad, aun a precio
del rechazo y la burla. Por un lado, amar al delincuente injusto y violento no
significa en absoluto dar por buena su actuación injusta y violenta. Por otra
parte, condenar de manera tajante la injusticia y crueldad de la violencia del
tipo que sea no debe llevar necesariamente al odio hacia quienes la instigan o
llevan a cabo. ¿Seremos capaces de abrir una pequeña senda de esperanza en este
sentido?
Teodoro Bahillo (tbahillo@teleline.es)
3-6. COMENTARIO 1
UNA REGLA DE ORO, VALIDA PARA TODOS
La segunda parte del discurso del llano va orientada a los oyentes, a todo el
pueblo. En primera instancia, Jesús invita a todos a un amor generoso y
universal (6,27-38), a fin de llegar a asemejarse del todo al Padre del cielo.
De no ser así, si actuamos como lo hacen los paganos y descreídos, ¡vaya gracia!
Si pagamos con la misma moneda, quiere decir que no hemos renunciado a sus
falsos valores. El hombre que se abre al amor se vuelve generoso como el Dios de
la creación; él mismo se fabrica la medida con la que será recompensado.
COMENTARIO 2
El presente texto está estructurado en dos partes. La primera (6,27-36), trata
del amor a los enemigos. La segunda (6, 37-38) es una invitación a no condenar a
nadie. Aquí nos centraremos sólo en la primera parte.
La primera unidad (6,27-36) compuesta de acuerdo a un conocido ritmo de retórica
semita, se apoya en las dos formulaciones repetidas al principio y al final:
"amen a sus enemigos" (27 y 35). Estas formulaciones no sólo dan unidad al texto
sino también se constituyen en punto de partida para luego ser ampliadas en cada
caso en forma de sentencias paralelas que permiten concretizar el significado
del amor a los enemigos.
Podemos extraer dos conclusiones de la presente unidad: La primera se centra en
la persona humana que actúa y cuya norma se define en la búsqueda del propio
bien: "traten a los demás como ustedes quieren que ellos les traten". La
segunda, se centra más bien en Dios, cuyo actuar se convierte en modelo,
paradigma, punto de referencia decisivo para el cristiano: "sean compasivos como
su Padre es compasivo".
Desde este análisis, se comprende cómo nuestro pasaje se sitúa en el centro
mismo del evangelio de Jesús, descubriendo el sentido de Dios y de la vida
humana.
Frente a cualquier ideología, el Evangelio nos ofrece un nítido y escalofriante
proyecto: "Amen a sus enemigos". Lo único absoluto y urgente lo constituye ahora
el hacer el bien, el perdonar, el amar sin medida, sin esperar respuesta, el
devolver con bien los males recibidos. Los primeros cristianos estaban tan
convencidos de esto que introdujeron en el lenguaje griego una palabra nueva
para expresarlo: "Agape". Mientras que en mundo griego el amor consistía en la
búsqueda de la plenitud personal, en el cristianismo consistía en el sacrificio
y en la entrega de la propia vida por los demás, teniendo como modelo el amor
(entrega y sacrificio) de Jesús. En el mundo griego, Dios no ama; se limita sólo
a ser la meta a la que aspiran los impulsos humanos. Contrariamente, para el
cristianismo, Dios es el Padre de Jesús, que ama de tal forma a la humanidad que
se entrega en la persona de su Hijo, se sacrifica en el intento de salvarlos.
1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
3-7.
Jueves 11 de septiembre de 2003
Col 3, 12-17:El amor la única clave de vida cristiana
Salmo responsorial: 150, 1-6
Lc 6, 27-38: El amor a los enemigos
El texto de hoy es un llamado a construir una nueva relación con Dios a partir
de un nuevo comportamiento con los demás. El primer mandamiento que Jesús dio a
sus seguidores fue el de no echar la culpa a los demás y el de superar el odio y
el rencor: “amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a
los que los maldicen, rueguen por los que los maltratan”.
Lucas nos dice que los seguidores de Jesús deben colocar el amor como única
clave de su vida, porque el amor debe sustituir al odio, la bendición a la
maldición, y la no violencia a la violencia. En el Antiguo Testamento el odio a
los enemigos era algo natural. Para Jesús, todo cambia radicalmente al unir
estrechamente el precepto del amor a los enemigos con el del amor al prójimo y
en este sentido, no es otra cosa que adoptar el comportamiento misericordioso de
Dios para crear unas nuevas relaciones entre los seres humanos “Sean compasivos
como es compasivo el Padre de ustedes”. Por lo tanto, ningún cálculo humano debe
orientar la práctica del amor auténtico y eficaz. Los seguidores de Jesús,
amando a los enemigos imitan la bondad de Dios del que han recibido el perdón de
sus pecados, y este amor es la respuesta agradecida al Dios de la misericordia.
El amor del discípulo no es un discurso demagógico, lleno de palabras huecas y
sin sentido, o un simple sentimiento afectivo; el amor del discípulo debe ser
una acción y una tarea, el amor debe ser eficaz, debe alcanzar incluso a
aquellos que no lo merecen, los enemigos, los que “te han hecho mal, los que te
odian, los que te golpean y los que te roban”.
Las palabras de Jesús suponen una nueva actitud, suponen la conversión y la
aceptación plena del contenido del Reino que él nos enseñó. Suponen construir un
nuevo modelo de sociedad porque no puede haber una comunidad auténtica sin la
justicia y el perdón necesario para re-establecer la comunidad. No obstante, el
perdón nunca puede servir de excusa para ocultar la ausencia de justicia.
SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO
3-8. ACI DIGITAL 2003
27. Véase Mat. 5, 44: "Mas Yo os digo: "Amad a
vuestros enemigos, y rogad por los que os persiguen". Como se ve, el amor al
enemigo no consiste en el simple hecho de renunciar a la venganza, sino más bien
en un acto positivo de perdón y benevolencia. Estas disposiciones han de tenerse
en el fondo del corazón e inspirar nuestras obras respecto del prójimo, de modo
que Dios vea nuestra intención, aunque el mismo prójimo no lo sepa.
29. Véase Miq. 2, 8 ss. .
31. Véase Mat. 7, 12 y nota: "Así que, todo cuanto queréis que los hombres os
hagan, hacedlo también vosotros a ellos; ésta es la Ley y los Profetas". Es la
regla de oro que Jesús nos ofrece para guía de nuestra conducta. Nótese su
carácter positivo, en tanto que el Antiguo Testamento la presentaba en forma
negativa (Tob. 4, 16; Luc. 6, 31; Hech. 15, 29).
35. Estas terminantes expresiones de la voluntad divina muestran cuán por encima
está la ley cristiana, de la justicia o equilibrio simplemente jurídico tal como
lo conciben los hombres. Es de señalar también la diferencia de matiz que existe
entre este texto y su paralelo de Mat. 5, 45; allí se muestra cómo la bondad del
Padre celestial devuelve bien por mal en el orden físico, dando su sol y su
lluvia también a sus enemigos los pecadores. Aquí se alude al orden espiritual
mostrando cómo El es bondadoso con los desagradecidos y los malos.
36. Otro paralelismo de gran importancia para el conocimiento de Dios,
señalaremos entre este texto y el correspondiente de Mat. 5, 48. Allí se nos
manda ser perfectos y se nos da como modelo la perfección del mismo Padre
celestial, lo cual parecería desconcertante para nuestra miseria. Aquí vemos que
esa perfección de Dios consiste en la misericordia, y que El mismo se digna
ofrecérsenos como ejemplo, empezando por practicar antes con nosotros mucho más
de lo que nos manda hacer con el prójimo, puesto que ha llegado a darnos su Hijo
único, y su propio Espíritu, el cual nos presta la fuerza necesaria para
corresponder a su amor e imitar con los demás hombres esas maravillas de
misericordia que El ha hecho con nosotros. Véase Mat. 18, 35 y nota: "Esto hará
con vosotros mi Padre celestial si no perdonáis de corazón cada uno a su
hermano". Aplicación de la quinta petición del Padre Nuestro.
37. Absolver es más amplio aun que perdonar los agravios. Es disculpar todas las
faltas ajenas, es no verlas, como dice el v. 41. Hay aquí una gran luz, que nos
libra de ese empeño por corregir a otros (que no están bajo nuestro magisterio),
so pretexto de enseñarles o aconsejarles sin que lo pidan. Es un gran alivio
sentirse liberado de ese celo indiscreto, de ese comedimiento que, según nos
muestra la experiencia, siempre sale mal.
38. Véase sobre este punto primordial Mat. 7, 2 y nota. ¡Medida rebosante!
Nótese la suavidad de Jesús que no nos habla de retribución sobreabundante para
el mal que hicimos, pero sí para el bien. Cf. Denz. 1014.
3-9. DOMINICOS 2003
Dios y sus dones
Toda la liturgia de hoy está impregnada del delicioso aroma de la caridad, del
amor, de la fraternidad, de la justicia, de la gratuidad. Virtudes que
ennoblecen al ser humano, hijo de Dios, y lo elevan sobre la tierra.
En ese clima espiritual, siempre deseable y nunca perfectamente logrado, el
primer actor es Dios, que puesto a amar, no encontró forma de amor más grande
que la de darse a sí mismo, viniendo a nosotros.
A su imagen, nosotros, conscientes de nuestra dignidad y responsabilidad,
conforme al plan divino de amor y salvación, hemos de mirarnos hacia dentro de
nosotros mismos, pero sin olvidar a los demás; hemos de cultivar nuestros
valores personales, pero volcándolos al mismo tiempo sobre los demás; hemos de
entender el bien de nuestra vida, haciéndola bien de los demás.
Optemos, pues por un género de vida espiritual en el cual haya silencio
interior, paz del corazón, equilibrio afectivo, conocimiento sapiencial... Pero
sin que ninguno de esos rasgos acalle la llamada a la solidaridad, al servicio,
al abrazo de los demás, hermanos nuestros.
ORACIÓN:
Danos, Señor, el don de la sabiduría que consista en entender y comprender la
palabra, la actitud, el momento vital de cada uno de nuestros hermanos, de
suerte que amándote a Ti, amemos a los otros, y amando a los otros volvamos
siempre a Ti. Amén.
Palabra y don
Carta de san Pablo a los colosenses 3, 12-17:
“Hermanos: Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro
uniforme la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la
comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas
contra otro. El Señor os ha perdonado; haced vosotros lo mismo. Y por encima de
todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de
Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón... Celebrad la acción de gracias; la
Palabra de Cristo habite entre vosotros con toda su riqueza; enseñaos unos a
otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias de
corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados...”
Tres planos de vida en gracia: el de las virtudes personales que ennoblecen el
alma el de la convivencia fraterna construida con amores y perdones mutuos, y el
de la alabanza divina que debe brotar de nuestro corazón agradecido a Dios.
Evangelio según san Lucas 6, 27-38:
“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos...: Amad a vuestros enemigos, haced
el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os
injurian. Al que te pegue en una melilla, preséntale la otra; al que te quite la
capa, dale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no
se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si
amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a
los que les aman... Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin
esperar nada; tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo...”
Fascinante esquema de vida en Cristo: plantar el árbol del bien y enraizarlo tan
profundamente en la mente y en el corazón que sus hojas, flores y frutos broten
como por necesidad y a porfía. La paradoja del amor toma cuerpo en la vida de
los santos haciendo el bien sin medida. ¡Qué difícil es poner límites al amor, y
qué difícil es también hacer cuanto el amor puro nos hace desear!
Momento de reflexión
El amor, ceñidor de la unidad consumada.
El párrafo tomado de la carta de san Pablo no precisa de comentarios sino de una
lectura reposada, repetida, meditada.
Cómo debe ser nuestra actitud interior, en calidad de miembros del pueblo
elegido? Actitud de misericordia entrañable, bondad, dulzura, comprensión.
Cómo ha de ser nuestra relación con los hermanos? Relación de tolerancia, perdón
mutuo, solidaridad, teniendo por modelo al Señor que nos perdona.
Cuál ha de ser la raíz y regla suprema de vida? El amor.
Y para que todo eso se mantenga firme en nuestra vida, busquemos la paz,
celebremos la amistad con Dios, ayudémonos fraternalmente, exhortémonos
mutuamente a hacer siempre el bien.
Amad incluso a vuestros enemigos.
El texto del Evangelio nos coloca al más alto nivel de un ideal que resulta
utopía por su belleza celestial. Más propio de ángeles que de hombres débiles y
pecadores. Cuatro pinceladas lo dicen todo:
Amad a vuestros enemigos. No basta amar a los amigos, hay que ir a los enemigos.
Haced el bien a los que os odian. Hay que mostrar amor y dar ayuda a quien nos
odia y no quiere darnos la mano.
Bendecid a los que maldicen. A palabra ofensiva, palabra de dulzura; al deseo de
mal, devolución de caridad.
Orad por los que os injurian. Hay que tener en la mente, cuando oramos, pidiendo
a Dios que ame más y más, a aquellos que nos han despreciado.
Esas cuatro pinceladas son cuatro expresiones que se reducen a una sola,
sencilla en su redacción y progresiva en su perfeccionamiento: vivir y obrar
siempre en caridad. Sea ésta la clave de nuestra existencia en condición de
personas e hijos de Dios.
3-10.
LECTURAS: COL 3, 12-17; SAL 150; LC 6, 27-38
Col. 3, 12-17. Formado nosotros el nuevo Pueblo elegido por Dios, demos
testimonio con nuestras buenas obras de que el Señor no sólo está en medio de
nosotros, sino que habita como huésped en el corazón de los creyentes. Por eso
hemos de comportamos a la altura de la fe recibida, de tal forma que seamos un
vivo reflejo del Señor en medio del mundo. Aprendamos, por tanto, a ser
misericordiosos, bondadosos, humildes, mansos, pacientes, capaces de soportar a
los demás y siempre dispuestos a perdonar a los que nos ofenden, como nosotros
hemos sido perdonados por Dios. Ciertamente, puesto que Dios es amor, es,
precisamente el amor lo que dará su auténtica perfección a la vida del
cristiano. Sin él nuestra vida quedaría muy lejos de convertirse en un signo del
Señor para los demás. Ese amor debe llevarnos a proclamar la Palabra de Cristo
de un modo eficaz, pues no sólo hablaremos con la Sabiduría que procede de Dios,
sino que toda nuestra vida se convertirá en una continua Acción de Gracias y
alabanza del Nombre del Señor. Por eso nuestras obras y nuestras palabras han de
ser hechas en el Nombre del Señor; es decir: démosle cabida al Señor en nosotros
para que, por medio nuestro, Él continúe pasando haciendo el bien a todos y
proclamando su Buena Noticia de amor y de misericordia en favor de todos.
Sal. 150. Nuestra vida toda se ha de convertir en una
continua alabanza del Nombre del Señor. Para eso hemos sido llamados a la vida;
para eso somos llamados a la Vida eterna. Tenemos una y mil razones para entonar
nuestra acción de gracias al Señor. No importa que a veces la vida se nos haya
complicado; el Señor siempre ha estado, está y estará a nuestro lado como Padre
y como fuerte defensor nuestro; por eso, hemos de reconocer la grandeza de su
amor y nos hemos de convertir, nosotros mismos, en un grito de alabanza
agradecido a su santo Nombre. Aleluya, alabado sea el Nombre del Señor, ahora y
por siempre. Amén. Aleluya.
Lc. 6, 27-38. Nuestra vocación en Cristo mira a hacer siempre el bien, nunca el
mal. Hemos de amar a nuestro prójimo como nosotros hemos sido amados por Dios en
Cristo Jesús, que por reconciliarnos con Dios entregó su vida por nosotros.
Cuando respondemos bendiciendo a quien nos maldice, cuando oramos por quienes
nos difaman, estamos propiciando una convivencia menos salvaje y, por lo menos,
más humana; ojalá logremos que sea más fraterna y entonces, como dice el profeta
Isaías: haremos de nuestras espadas arados, de nuestras lanzas podaderas; nadie
se levantará contra los demás, ni nos prepararemos más para la guerra, pues
caminaremos no conforme a nuestras miradas torpes y miopes, sino a la luz del
Señor.
En esta Eucaristía el Señor nos quiere fraternalmente unidos. Para lograrlo ha
dado su vida por nosotros, para que, quienes hemos sido rescatados al precio de
su sangre, no vivamos ya para nosotros mismos, sino para Aquel que por nosotros
murió y resucitó. Que su Palabra no sólo se pronuncie sobre nosotros sino que
habite, con toda su riqueza, en todo nuestro ser. Entonces podremos ser
auténticos testigos del Señor de tal forma que, tanto con nuestras palabras
como, especialmente con nuestras obras, contribuyamos para que los demás puedan
también encontrarse con Cristo, pues nuestro testimonio de vida concordará con
nuestras palabras. El Señor, que nos confía el anuncio de su Evangelio, nos
fortalece con su Cuerpo y con su Sangre, y nos da como amigo que nos acompaña,
su Espíritu Santo, que impulsa nuestra vida, para que nuestro testimonio de fe
sea dado con la Fuerza y valentía que nos viene de lo alto. Hagamos de nuestra
Eucaristía, no un momento vivido como una costumbre sin proyección hacia la
vida, sino como un compromiso que nos lleve a amar, a perdonar, a comprender a
nuestro prójimo, dando, incluso nuestra vida por él, aun cuando en algún momento
pudiera haberse opuesto a nosotros. Recordemos que el Señor nos envía a buscar y
a salvar a las ovejas descarriadas de su Pueblo.
No podemos en verdad decir que somos miembros del cuerpo del Señor, es decir, de
su Iglesia, cuando vivimos luchando unos contra otros, cuando nos convertimos en
motivo de escándalo o de sufrimiento para los demás. El Señor no llamó a su
Iglesia para condenar, sino para llamar a la reconciliación, para perdonar, para
proclamar la Buena Nueva del amor que nos une como hijos en torno nuestro único
Padre común: Dios. Pasemos haciendo el bien. Que por ningún motivo seamos
nosotros los que tengamos que ser soportados a causa de aborrecer, maldecir o
difamar a los demás. Si queremos que los demás nos amen y se preocupen de
hacernos el bien, hagamos lo mismo nosotros mismos primero con ellos, pues con
la medida con que los midamos seremos nosotros medidos. Jamás cerremos nuestro
corazón a alguna persona; aprendamos cómo Dios, a pesar de nuestras ingratitudes
y maldades, jamás nos ha retirado su amor para que hagamos lo mismo que nosotros
hemos recibido de Él.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Virgen María, nuestra Madre, la
gracia de saber amar con un corazón que, lleno de Dios, se convierta en signo de
unión y de paz para todos los pueblos. Amén.
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3-11.
Comentario...
«Sed compasivos como vuestro Padre»
Jesús ha pronunciado unas palabras hermosas que, en verdad, son muy duras: «Amad
a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os
maldicen, orad por los que os injurian»; y son duras, porque no es fácil
llevarlas a la práctica. Todo el mundo se resiente cuando le pisan y busca el
modo de resarcirse vistiéndolo con los mejores argumentos de que dispone. Muchas
veces no buscamos tanto restablecer la justicia como sentirnos satisfacernos de
ver humillado a quien nos ha ofendido. Jesucristo nos habla hoy del perdón como
expresión de amor, pero nosotros lo solemos ver como síntoma de debilidad. Es
fácil amar a quienes nos ama, en cambio, cuesta más amar al que nos ha
perjudicado. Sin embargo, dejar de amar y sentir odio y aversión nos perjudica,
pues nos hace vivir en un mundo más frío e inhumano y nos hace sufrir
interiormente.
«Tratad a los demás como queréis que ellos os traten», dice Jesús. Todo el mundo
quiere ser amado, comprendido, perdonado y acogido. Llevada a sus últimas
consecuencias, la regla de oro, reformulada por Jesús, nos pide amar y perdonar
a los enemigos. Han sido muchos los que nos han dejado un testimonio precioso
sobre la vivencia de esta recomendación del Maestro, especialmente en
situaciones extremas, que demuestran si verdaderamente somos o no buenos
discípulos de Jesús. Entre 1915 y 1916, hubo en Turquía una gran masacre de
armenios. Un joven fue asesinado a la vista de su hermana por un soldado turco;
ella pudo escapar saltando una tapia. Más tarde, esta muchacha trabajaba de
enfermera en un hospital, y llevaron a su sala al mismo soldado que había matado
a su hermano. Se desencadenó entonces en el corazón de la joven una batalla:
atenderlo o dejarlo morir. Deseaba vengarse, pero su fe cristiana le reclamaba
amor y perdón. Felizmente para el soldado y para ella misma, ganó el amor de
Cristo, y el infeliz criminal recibió las atenciones necesarias. Cuando el
hombre se recuperó, reconoció a la joven que había perseguido y le preguntó por
qué no lo había dejado morir. Ella respondió: «Porque yo sigo a Aquel que dijo:
'Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian'». El paciente se
quedó pensativo y finalmente dijo: «Yo no sabía nada de una religión así.
Explícame más sobre ella, porque la quiero conocer». El amor lo conquistó y ella
tuvo el gozo de llevarlo a los pies del Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo. Aquel individuo, que era imagen del hombre terreno, pasó a ser imagen del
hombre celestial.
Abrámonos al amor de Jesucristo, Dejemos que Dios ame y perdone a través de
nosotros, y seremos verdaderamente hijos del Altísimo. Tal vez no podamos
resolver los grandes conflictos mundiales, pero sí que podemos colaborar a
pacificar nuestras relaciones con personas allegadas si seguimos la propuesta de
Jesús. Una propuesta que Él selló con su vida y que ahora celebramos en la
Eucaristía.
3-12.
Comentario: Rev. D. Josep Miquel Bombardó i
Alemany (Sabadell-Barcelona, España)
«Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo»
Hoy escuchamos unas palabras del Señor que nos invitan a vivir la caridad con
plenitud, como Él lo hizo («Padre, perdónales porque no saben lo que hacen»: Lc
23,34). Éste ha sido el estilo de nuestros hermanos que nos han precedido en la
gloria del cielo, el estilo de los santos. Han procurado vivir la caridad con la
perfección del amor, siguiendo el consejo de Jesucristo: «Sed perfectos como es
perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5,48).
La caridad nos lleva a amar, en primer lugar, a quienes nos aman, ya que no es
posible vivir en plenitud lo que leemos en el Evangelio si no amamos de verdad a
nuestros hermanos, a quienes tenemos al lado. Pero, acto seguido, el nuevo
mandamiento de Cristo nos hace ascender en la perfección de la caridad, y nos
anima a abrir los brazos a todos los hombres, también a aquellos que no son de
los nuestros, o que nos quieren ofender o herir de cualquier manera. Jesús nos
pide un corazón como el suyo, como el del Padre: «Sed compasivos, como vuestro
Padre es compasivo» (Lc 6,36), que no tiene fronteras y recibe a todos, que nos
lleva a perdonar y a rezar por nuestros enemigos.
Ahora bien, como se afirma en el Catecismo de la Iglesia, «observar el
mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde fuera el modelo
divino. Se trata de una participación vital y nacida del fondo del corazón, en
la santidad, en la misericordia y en el amor de nuestro Dios». El Cardenal
Newman escribía: «¡Oh Jesús! Ayúdame a esparcir tu fragancia dondequiera que
vaya. Inunda mi alma con tu espíritu y vida. Penetra en mi ser, y hazte amo tan
fuertemente de mí que mi vida sea irradiación de la tuya (...). Que cada alma,
con la que me encuentre, pueda sentir tu presencia en mi. Que no me vean a mí,
sino a Ti en mí».
Amaremos, perdonaremos, abrazaremos a los otros sólo si nuestro corazón es
engrandecido por el amor a Cristo.
3-13. Fluvium 2004
El amor a todos que Dios espera
Posiblemente pueda sonarnos muy a sabido lo que hoy nos recuerda la Iglesia con
estas palabras de Nuestro Señor, que recoge el Evangelio según san Lucas de este
domingo. El amor–incluso a los enemigos– es, en efecto, una de las enseñanzas
más significativas del cristianismo. La rotundidad de esta doctrina se muestra
en los términos bien precisos de Jesús cuando la expone. A los que nos odian,
hemos de tratarlos bien; y si hablan mal de nosotros, no les responderemos con
la misma moneda. El colmo –bien gráficamente lo explica Jesús– está en presentar
la otra mejilla al que nos pega.
Por más conocida que sea esta enseñanza del Señor, reconocemos que se trata de
un deber con frecuencia pendiente. Nos cuesta no quedarnos en la queja interior,
en la protesta y en la rebeldía..., cuando recibimos ofensas. Nos cuesta cambiar
ese impulso a la venganza, que puede parecernos natural –tan espontáneo nos
sale–, por ver en quien nos ofende a otro destinatario de nuestro interés, de
nuestro trabajo, de nuestro cariño, aunque haya tal vez que corregirle. No
pensamos quizá que ese que nos molesta es otra criatura muy querida por Dios,
por quien Jesucristo dio su vida.
Debemos y queremos aprender de la vida de Nuestro Señor. Deseamos ir por el
mundo con esa actitud que nos enseña, mientras nuestra vida discurre entre los
hombres, ocupados en actividades diversas: familiares, profesionales, sociales
de todo tipo. ¡Que nos encomendemos, por eso, al Espíritu Santo! para descubrir
con su Luz, en cada persona que de algún modo nos molesta, si es tan sólo
distinta, o más bien equivocada o simplemente ignorante: pero siempre alguien
que, en cualquier caso, debe ser objeto de nuestro amor. Con frecuencia se
tratará de un hijo de Dios que, si mejora en su conducta, agradará más a ese
Padre que tenemos en común.
Considerando así las cosas, de las ofensas que recibimos y nos molestan queda
muy en segundo término el componente de agravio que pusiera haber en cada caso.
Valoramos primero y ante todo lo que pueda haber en esas acciones de pecado, de
ofensa a Dios; y luego el defecto de aquel, que desdice de un hijo de Dios, y le
impide ser feliz de verdad. Se trata de amar; ante todo a Dios que es nuestro
Padre, y no queremos que sea ofendido sino más y más amado. Por muchos buenos
cristianos que pueden y deben ser mejores, y también por otros que no lo son, a
juzgar por sus obras. A unos y a otros los amamos de verdad, procurando que
vivan más según Dios. Vivir según Dios, Creador nuestro, es el sentido de la
vida humana: que se cumpla en cada uno la voluntad de Dios Creador.
Ciertamente es una difícil tarea. Dios nos creó libres y, por el pecado,
tendemos a constituirnos –prescindiendo de Dios– en centro y criterio de nuestra
vida. Es por soberbia, por egoismo, por un afán desordenado –sin Él– de grandeza
personal, que es el origen de los demás defectos. Pero no es excesiva la
dificultad de vivir para Dios, ni un motivo para no proponer a otros la
santidad, esa vida que Nuestro Señor espera de los hombres.
¿Que vemos bastantes deficiencias en muchos? También ellos contemplan las
nuestras, porque tenemos defectos aunque tratemos de superarlos. Esas
imperfecciones, que reconocemos bien, no nos quitan, o no nos deben quitar, la
ilusión por mejorar y por agradar a Dios. Animemos también a nuestros amigos y
conocidos –que no son peores que nosotros– a encararse ilusionados contra eso
que les criticamos. Hemos de dar ese paso más en favor de ellos, a costa de
olvidar el rechazo interior por el desagrado que tiende a acabar en la crítica.
Como consecuencia, los defectos de los demás se convierten así en ocasión de
ayudarles a ser mejores y de felices verdad.
Queremos ser en esto como Nuestro Padre Dios, que es bueno con los ingratos y
con los malos. Como anima el Señor, amemos a los enemigos y hagamos el bien sin
esperar nada a cambio. Con más razón ayudaremos a los demás, si no son
propiamente enemigos aunque nos hayan herido, si tal vez sólo son diferentes y
tienen otros puntos de vista.
Mirando a María, recordamos que para Dios todos somos hermanos, hijos de esa
Madre nos quiere mucho a todos.
3-14. LA LOCURA DEL AMOR CRISTIANO
Fuente: Catholic.net
Autor: P . Sergio Córdova
En cierta ocasión surgió un altercado entre dos hombres, y comenzaron a
discutir. En el transcurso del pleito los ánimos se fueron calentando y se
cruzaron palabras no demasiado afectuosas, hasta que uno de ellos soltó un
bofetón a su interlocutor. Como éste era buen cristiano, le puso la otra
mejilla. Al otro le gustó ese gesto y no quiso desaprovechar la oportunidad.
Después, el que había recibido las dos “caricias”, se arremangó la camisa,
diciendo: “¡Hasta aquí llegó el Evangelio!”… y ya podemos imaginar lo que vino
después.
Bueno, dejando de lado el chiste, lo cierto es que nuestro Señor nos dejó en el
Evangelio unas enseñanzas y mandamientos muy desconcertantes, humanamente
hablando: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, orad por
los que os injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra;
al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que
se lleve lo tuyo, no se lo reclames.”. No es un lenguaje fácil de aceptar. Nos
sentimos tentados a pensar que eso sólo lo hacen los “mensos”, los débiles de
carácter o los que no tienen personalidad para defenderse y responder con fuerza
al agresor. ¡No es posible dejarse pisotear impunemente sin oponer resistencia!
El mensaje de nuestro Señor es paradójico. El mandamiento de la caridad y del
perdón que Cristo vino a traernos es una paradoja porque el criterio del mundo
es muy diferente. Y muchos no lo entienden porque exige una grandísima humildad
y una tonelada de dominio personal y de carácter para no dejarse arrastrar por
las propias pasiones de ira o de soberbia. Pero sobre todo exige una montaña de
amor y de bondad para no permitir que se encienda el odio y la venganza. Todas
las guerrillas y las acciones terroristas que estamos viendo hoy en los medios
de comunicación tienen su raíz aquí: en no saber perdonar. El perdón es una
palabra que no existe en el corazón de muchos hombres. Por eso no hay paz ni
diálogo para superar los conflictos, sino violencia, terror, armas y muertes.
Sigue siendo la lógica del “superhombre” y de la “voluntad de poder” que
Nietzsche proclamaba.
Pero el mensaje de Cristo está en abierto antagonismo a la mentalidad egoísta
del mundo: “Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Sed compasivos
como vuestro Padre celestial es compasivo; no juzguéis y no seréis juzgados; no
condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os
dará: os verterán una medida generosa, apretada, colmada, rebosante. La medida
que vosotros uséis la usarán con vosotros”.
Tsu-Kong preguntó en una ocasión a su maestro: “¿Existe un mandamiento al que se
deba obedecer en toda circunstancia?”. Y el maestro respondió: “Sí, y es éste:
ama a tu prójimo como a ti mismo. No harás a los demás lo que no quisieras que
te hicieran a ti”. Y luego añadió: “Hacer el bien a quien te hace el mal: es
ésta la bondad más alta del hombre con corazón. Pero pagar las acciones buenas
con malas es propio de malvados y de gente desalmada”. Esto lo enseñaba Confucio
seis siglos antes de Cristo. Una doctrina que en esto se acerca mucho al mensaje
de Jesús. Y es que la bondad y el respeto, antes que virtudes cristianas, son la
raíz de la verdadera humanidad.
Se suele decir que “el que a hierro mata, a hierro muere”. Y, efectivamente,
muchas veces la justicia humana –que en estos casos tiene muy poco de justicia y
mucho de venganza— reivindica las ofensas recibidas y paga las deudas con más
muertes. Pero también, y con mucha mayor razón, se verifica lo contrario: el que
siembra amor, cosecha amor. Y recoge el fruto multiplicado por mil. El que
siembra la alegría y el amor en el jardín de su hermano, la ve florecer
enseguida en el suyo.
Por desgracia, no siempre se recibe bien por bien. El primer ministro israelí,
Yitzhak Rabin (Jerusalén 1922—Tel Aviv 1995), premio Nobel de la paz en 1994,
fue asesinado por un violento activista de extrema derecha, Ygal Amir. Motivo:
por las negociaciones de paz que estaba llevando a cabo con Yasser Arafat y con
los palestinos. Era el 4 de noviembre de 1995. Poco antes del atentado, había
hecho esta declaración: “Hemos sido capaces de reconstruir pueblos y naciones, y
de hacer florecer el desierto, pero aún no hemos sido capaces de aprender a
perdonar y de vivir en paz”.
El mensaje de Cristo no es fácil. El perdón no nos sale espontáneamente de
dentro. Es una conquista ardua. Es necesario aprender a amar y a perdonar. Y en
ocasiones exige mucho heroísmo. Por eso la Iglesia venera como a santos a muchos
de sus hijos que han dado su vida perdonando a sus enemigos, incluso a sus
mismos verdugos. Jesucristo encabeza una larguísima lista de héroes y de
mártires. Y a lo largo de la historia de la Iglesia muchísimos cristianos han
seguido sus huellas: san Esteban, santa Inés, san Lorenzo, santo Tomás Moro, san
Pablo Miki, santa María Goretti y miles y miles más.
Ésta es la locura del amor cristiano. Éstos son los locos que han dado su vida
por Cristo. Pero son ellos los que han recibido la corona de gloria más
excelente y la dicha imperecedera de la felicidad eterna: “Así tendréis un gran
premio en el cielo y seréis hijos de vuestro Padre celestial, que es bueno con
todos, también con los malos e ingratos”. Y estos santos, a pesar de haber sido
víctimas de inhumanidad, han hecho el mundo un poco más humano. Gracias a ellos
podemos vivir con paz y esperanza.
Ojalá que también nosotros seamos “locos” por Cristo. Porque su mensaje –como
nos dice san Pablo— es “escándalo para los judíos y locura para los gentiles,
pero poder y sabiduría para los llamados” (I Cor 1, 23-24). Sólo los “locos”
pueden hacer algo por Cristo y por sus hermanos. Los “cuerdos” difícilmente
llegan al cielo.
3-15. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004
1 Cor 8, 1-7.11-13 Al pecar contra los hermanos,
turbando su conciencia insegura, pecáis contra Cristo
Salmo responsorial: 138 Guíame, Señor, por el camino eterno.
Lc 6, 27-38: Amen a sus enemigos
Tras las bienaventuranzas, en esta segunda parte del sermón de la llanura, Jesús
se dirige a todo el pueblo. Un sermón que se abre con la invitación de amar sin
hacer distinciones, hasta a los enemigos, o lo que es igual, amar como Dios ama.
El judaísmo ignora el amor a los enemigos como principio moral. Este imperativo
de Jesús es el único de los contenidos del sermón de la llanura que no tiene ni
paralelo claro ni analogía en la literatura de los rabinos de tiempos de Jesús.
Constituye una peculiaridad de su mensaje. Jesús supera así el principio de la
reciprocidad y de la represalia: hay que amar incluso cuando no sólo no se es
amado, sino odiado. Su doctrina se opone a la de los esenios que, por razones de
pureza ritual, exigían a los miembros de su secta un juramento de odio hacia los
malvados, para prepararse mejor al combate de los últimos tiempos.
La nueva actitud del cristiano hacia los enemigos
dará a estos la oportunidad de superar su agresividad. Cuando amamos a nuestros
enemigos, éstos dejan de serlo por nuestra parte, abriendo la posibilidad de que
ellos, a su vez, no nos consideren ya como tales, sino compañeros, haciendo
cambiar su actitud hacia nosotros. En este camino hacia el amor universal, el
cristiano da el primer paso y abre la puerta a la conversión al amor de su
enemigo.
Esta línea de amor sin distinciones se explicita en el resto del texto, según el
cual el cristiano debe estar dispuesto siempre a sorprender al otro con su
generosidad, dándole más de lo que pide, prestándole sin esperar recibir nada a
cambio, imitando la manera de actuar de un Dios bondadoso incluso con los
desagradecidos y malvados, con rostro de padre compasivo. A imagen de ese Dios
siempre misericordioso, el cristiano no se erige en censor de los demás y debe
esperar que la indulgencia practicada con el prójimo genere, a su vez,
indulgencia; el perdón, perdón, y la generosidad, otro tanto de generosidad.
De este modo el amor solidario hacia los demás se convierte en un camino de ida y vuelta, procurando felicidad no sólo a la persona amada, sino también a aquel que ama. Por lo demás, quien se abre al amor, se vuelve generoso como Dios y fabrica la medida con la que será recompensado, que no es otra sino la del amor de los demás, plataforma para la felicidad y la bienaventuranza.
3-16. CLARETIANOS 2004
Queridos hermanos y hermanas,
¿Cómo es posible leer el Evangelio de hoy y no pensar en lo que pasó el viernes
pasado en Osetia? ¿Cómo es posible tan sólo pensar en amar a los que han matado
a unas niñas, que podrían haber sido las mias, o a unos padres, que podrían
haber sido mi mujer y yo? ¿De dónde sacar la fuerza, la calma, la serenidad para
amar a los que tanto han despreciado y desprecian la vida humana? Y por otro
lado, ¿cómo explicar a unos niños asustados que lo que han visto en televisión
no va a pasar en su colegio?, ¿cómo nos está afectando tanta violencia en
nuestra vida diaria?
Hay preguntas que, en determinadas ocasiones, se quedan en el aire sin
respuesta, flotando sin parar, moviéndose de un lado para otro como buscando un
sitio donde poder por fin aterrizar, pararse y descansar. Tengo la sensación a
veces de que necesitamos descansar de tanto horror, de la maldad; necesitamos
poder bajar la guardia que nos impulsa a ver a los que son diferentes de
nosotros como enemigos. Necesito poder creer que con mi vecino de casa, con la
persona que viaja conmigo en el autobús, con el que está detrás de mi en la cola
de la caja del supermercado comparto el deseo de amarnos, no sólo de respetarnos
y tolerarnos.
Hay días (y el viernes fue uno de ellos) en los cuales se nos hace muy cuesta
arriba hacer lo que nos pide Jesús: "...No se conviertan en jueces de los demás,
y Dios no los juzgará a ustedes. No sean duros con los demás, y Dios no será
duro con ustedes. Perdonen a los demás y Dios los perdonará a ustedes...". En
esos días especialmente necesitamos recordar que Jesús nos pide realmente algo
excepcional, algo fuera de toda lógica humana, algo que no suele hacerse, algo
extraordinario ("...si sólo aman a la gente que los ama, no hacen nada
extraordinario...") y que si no somos capaces de hacerlo Él no será el que nos
abandone sino que nos amará aun más.
Equipo de CiudadRedonda
(ciudadredonda@ciudadredonda.org)
3-17. DOMINICOS 2004
La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Primera carta de san Pablo a los corintios 8, 1-7. 11-13:
“Hermanos: la ciencia hincha; el amor, en cambio, edifica. Si uno cree conocer
algo, es que aún no lo conoce como es debido. Mas si uno ama a Dios, ése es
conocido por él... No hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden
todas las cosas y para el cual somos. Y un solo Jesucristo, por quien son todas
las cosas... Lo malo es que no todos tienen ese conocimiento...”
Evangelio según san Lucas 6, 27-38:
Jesús dijo a sus discípulos: Amad a vuestros enemigos; haced el bien a los que
os odian; bendecid a los que os maldicen; orad por los que os injurian. Al que
te pegue en una mejilla, preséntale la otra; y al que te quite la capa, déjale
también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo
reclames. Tratad a los demás como queréis que os traten a vosotros.
Si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tendréis?... Amad a vuestros
enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada: tendréis un gran premio y
seréis hijos del Altísimo...
Reflexión para este día
Mide y obra con amor y así serás correspondido
La ciencia hincha, se construye altares para sí misma, se cree inmortal. Pero
tiene pies de barro, como los hombres. En cambio, el conocimiento enriquecido
con el amor hace cosas bellas en la vida y en la sociedad, y hace más feliz al
hombre que el mero saber.
La ciencia humana ‘endiosada’, ‘autosuficiente’, no moldea el corazón humano
para que éste viva la experiencia de ser feliz haciendo felices a los demás. En
cambio, la ciencia que nos hace servidores de los demás y admiradores del poder
creador de Dios, se siente feliz en su pequeñez, porque descubre el infinito en
el que se pierde deliciosamente.
Aprendamos, junto al saber humano, la sabiduría divina del amor que conoce a los
demás y los anima, que comprende a los demás y los perdona, que sabe de la
dignidad de los demás y les exige que sean fieles a lo que realmente son :
personas, hijas de Dios.
2-18.
Comentario: Rev. D. Jaume Aymar i Ragolta
(Badalona-Barcelona, España)
«Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo»
Hoy, en el Evangelio, el Señor nos pide por dos veces que amemos a los enemigos.
Y seguidamente da tres concreciones positivas de este mandato: haced bien a los
que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Es
un mandato que parece difícil de cumplir: ¿cómo podemos amar a quienes no nos
aman? Es más, ¿cómo podemos amar a quienes sabemos cierto que nos quieren mal?
Llegar a amar de este modo es un don de Dios, pero es preciso que estemos
abiertos a él. Bien mirado, amar a los enemigos es lo más sabio humanamente
hablando: el enemigo amado se verá desarmado; amarlo puede ser la condición de
posibilidad para que deje de ser enemigo. En la misma línea, Jesús continúa
diciendo: «Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra» (Lc
6,29). Podría parecer un exceso de mansedumbre. Ahora bien, ¿qué hizo Jesús al
ser abofeteado en su pasión? Ciertamente no contraatacó, pero respondió con una
firmeza tal, llena de caridad, que debió hacer reflexionar a aquel siervo
airado: «Si he hablado mal, di en qué, pero si he hablado como es debido, ¿por
qué me pegas?» (Jn 18,22-23).
En todas las religiones hay una máxima de oro: «No hagas a nadie lo que no
quieres que te hagan a ti». Jesús es el único que la formula en positivo: «Lo
que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente» (Lc 6,31).
Esta regla de oro es el fundamento de toda la moral. Comentando este versículo,
nos alecciona san Juan Crisóstomo: «Todavía hay más, porque Jesús no dijo
únicamente: ‘desead todo bien para los demás’, sino ‘haced el bien a los
demás’»; por eso, la máxima de oro propuesta por Jesús no se puede quedar en un
mero deseo, sino que debe traducirse en obras.
En un día tan importante para Cataluña como el 11 de septiembre, lleno de tantas
resonancias patrióticas, estará bien no olvidar las actitudes cristianas que han
de iluminar también nuestro talante cívico y político.
3-19. Jueves, 9 de setiembre del 2004
Hiriendo la conciencia del que es débil,
ustedes pecan contra Cristo
Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 8,
1. 4b-13
Hermanos:
Con respecto a la carne sacrificada a los ídolos, todos tenemos el conocimiento
debido, ya lo sabemos, pero el conocimiento llena de orgullo, mientras que el
amor edifica.
Sabemos bien que los ídolos no son nada en el mundo y que no hay más que un solo
Dios. Es verdad que algunos son considerados dioses, sea en el cielo o en la
tierra: de hecho, hay una cantidad de dioses y una cantidad de señores. Pero
para nosotros, no hay más que un solo Dios, el Padre, de quien todo procede y a
quien nosotros estamos destinados, y un solo Señor, Jesucristo, por quien todo
existe y por quien nosotros existimos.
Sin embargo, no todos tienen este conocimiento. Algunos, habituados hasta hace
poco a la idolatría, comen la carne sacrificada a los ídolos como si fuera
sagrada, y su conciencia, que es débil, queda manchada. Ciertamente, no es un
alimento lo que nos acerca a Dios: ni por dejar de comer somos menos, ni por
comer somos más. Pero tengan cuidado que el uso de esta libertad no sea ocasión
de caída para el débil.
Si alguien te ve a ti, que sabes cómo se debe obrar, sentado a la mesa en un
templo pagano, ¿no se sentirá autorizado, a causa, de la debilidad de su
conciencia, a comer lo que ha sido sacrificado a los ídolos? Y así, tú, que
tienes el debido conocimiento, haces perecer al débil, ¡ese hermano por el que
murió Cristo!
Pecando de esa manera contra sus hermanos e hiriendo su conciencia, que es
débil, ustedes pecan contra Cristo. Por lo tanto, si un alimento es ocasión de
caída para mi hermano, nunca probaré carne, a fin de evitar su caída.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 138, 1-3. 13-14b. 23-24
R. ¡Llévame por el camino eterno, Señor!
Señor, Tú me sondeas y me conoces
Tú sabes si me siento o me levanto;
de lejos percibes lo que pienso,
te das cuenta si camino o si descanso,
y todos mis pasos te son familiares. R.
Tú creaste mis entrañas,
me plasmaste en el seno de mi madre:
te doy gracias porque fui formado de manera tan admirable.
¡Qué maravillosas son tus obras! R.
Sondéame, Dios mío, y penetra mi interior;
examíname y conoce lo que pienso;
observa si estoy en un camino falso
y llévame por el camino eterno. R.
EVANGELIO
Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 6, 27-36
Jesús dijo a sus discípulos:
Yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigas, hagan el bien a los
que los odian. Bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman.
Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite el
manto no le niegues la túnica. Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo
no se lo reclames.
Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes. Si aman a
aquéllos que los aman, ¿qué mérito tienen? Porque hasta los pecadores aman a
aquéllos que los aman. Si hacen el bien a aquéllos que se lo hacen a ustedes,
¿qué mérito tienen? Eso lo hacen también los pecadores. Y si prestan a aquéllos
de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a
los pecadores, para recibir de ellos lo mismo.
Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio.
Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque
Él es bueno con los desagradecidos y los malos.
Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso.
Palabra del Señor.
Reflexión:
1Cor. 8, 1-13. No podemos hacer de nuestra fe algo meramente racional, pues esto
nos puede llevar a crearnos una religión meramente personalista, actuando
conforme a nuestras creencias y convicciones personales, sin importarnos si con
ello pisoteamos a los demás o los escandalizamos. La fe, además de ser una
respuesta personal al Señor, se vive en comunidad. Por eso, además de la
ilustración de nuestra fe no podemos perder de vista que en el fondo debe estar
el amor a Dios y el amor al prójimo. El amor al prójimo nos debe hacer
conscientes de su madurez en la fe, de tal forma que amoldemos nuestro actuar
evitando darle ocasión de escándalo. No podemos realizar algunas cosas que
siendo buenas para nosotros, pero no para él, pudieran conducirlo a actuar
mediante una conciencia no libertad sino de libertinaje. Para quienes creemos en
Cristo por encima de todo está la ley suprema del amor; de un amor que parte de
la realidad de nuestro prójimo para ayudarle a darle una respuesta de un amor
cada vez más maduro a Cristo; y nunca para deteriorarlo o para hacerlo perder el
rumbo en su peregrinar hacia la consecución de los bienes eternos.
Sal. 139 (138). Dios, nuestro Padre, conoce hasta lo más profundo de nuestro
ser. A Él le pedimos que nos ayude a corregir todo aquello que pueda desviarnos
de su presencia. Así manifestamos nuestro amor a Él pues queremos permanecer
fieles en su presencia. Dios no sólo nos ha formado llamándonos a la vida, sino
que nos ha amado de tal forma que nos ha elevado a la dignidad de hijos suyos.
Así, puestos en su presencia como hijos, en Él vivimos, nos movemos y somos.
Démosle gracias pues, a pesar de que muchas veces pudimos habernos apartado de
su presencia, Él jamás nos ha abandonado; más aún: ha salido como el buen pastor
para buscarnos hasta encontrarnos y, cargados amorosa y misericordiosamente
sobre sus hombros, nos ha devuelto al redil, a la casa paterna para que podamos
gozar nuevamente de su bondad sobre nosotros. Él sea bendito por siempre.
Lc. 6, 27-38. Amar a nuestro prójimo. Amarlo contemplando a Cristo en el amor
que Él nos ha tenido a nosotros. Amarlo siguiendo las huellas de Cristo. Tal vez
sólo entonces podremos decirnos cristianos, pues no lo seremos sólo por una fe
pronunciada con los labios, sino con una fe hecha vida en el amor que le debemos
a nuestro prójimo. Cristo, el Enviado del Padre, vino a buscar y a salvar todo
lo que se había perdido. Él nos invita a que seamos perfectos, siendo
misericordiosos como el Padre Dios es misericordioso, pues hace salir su sol
sobre buenos y malos, y manda su lluvia sobre justos y pecadores. Mientras aún
es tiempo, mientras aún caminamos por este mundo, el Padre Dios está dispuesto a
perdonarnos y a recibirnos nuevamente, con gran amor, en su Casa; y recibirnos
sin odios ni rencores, sino como a hijos amadísimos suyos. Este es el Camino del
Padre hacia nosotros. Y este es el mismo Camino que ha de seguir la Iglesia no
sólo en el anuncio del Evangelio al mundo, sino de la manifestación de Cristo al
mundo.
En la Eucaristía el Señor sale a nuestro encuentro para ofrecernos su perdón,
logrado a precio de la entrega de su propia vida. Hemos venido para ser testigos
de su amor hacia nosotros. No podemos quedarnos únicamente en el culto que le
tributamos, sino que hemos de hacer nuestro su amor y su perdón. Sólo a partir
de nuestro encuentro personal y comunitario con Él en la Eucaristía podremos
construir una iglesia no solamente santa, sino una Iglesia que, santificada por
Cristo, se convierta en signo del amor misericordioso de Dios en el mundo hasta
que todos sean santificados y lleguen a la perfección en Cristo Jesús. Así la
Eucaristía se convierte para nosotros en un auténtico compromiso de Comunión con
Cristo y de seguimiento de Él en su entrega para que el mundo tenga vida. No
podemos participar de la Eucaristía para después continuar mordiéndonos y
destruyéndonos. Unidos a Cristo hemos de aprender a perdonarnos y a amarnos como
hermanos, hijos del mismo Dios y Padre.
A partir de nuestro encuentro con Cristo hemos de ser constructores de Paz en el
mundo. Nuestra fe no sólo se ha de limitar a las acciones realizadas en el
templo o en la vida privada. Hemos de ser signo e instrumento de reconciliación
para todos. La misericordia de Cristo no puede manifestarla la Iglesia sólo
inclinándose ante los que padecen pobrezas y limitaciones, tratando de remediar
esos males; sino que debe también manifestarla a través del amor, que nos hace
vivir en la unidad y en la comunión fraterna. Cuando el egoísmo se apodera de la
persona es muy difícil que aprenda a perdonar; más bien serán los deseos de
venganza los que le muevan. Entonces en lugar de trabajar por la paz la irá
deteriorando cada vez más; en lugar de buscar la reconciliación con el hermano
que ha fallado encontrará caminos de venganza y destrucción. El Señor nos invita
a perdonarnos y a trabajar mutuamente por nuestra salvación. Si queremos un
mundo más justo y más en paz seamos los primeros en trabajar para que
desaparezca de entre nosotros la división y la guerra.
Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, la gracia de saber vernos y amarnos como hermanos, buscando estar en paz
unos con otros hasta alcanzar, juntos, la salvación eterna. Amén.
Homiliacatolica.com
3-20.
23ª Semana. Jueves
Pero a vosotros que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a
los que os odian; bendecid a los que os maldicen y rogad por los que os
calumnian. Al que te hiere en la mejilla preséntale también la otra, y al que te
quite el manto no le niegues tampoco la túnica. Da a todo el que te pida, y al
que toma lo tuyo no se lo reclames. Haced a los hombres lo mismo que quisierais
que ellos os hiciesen a vosotros. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito
tendréis?, pues también los pecadores aman a quienes los aman. Y si hacéis bien
a quienes os hacen el bien, ¿qué mérito tendréis?, pues también los pecadores
hacen lo mismo. Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir ¿qué mérito
tendréis?, pues también los pecadores prestan a los pecadores para recibir otro
tanto.
Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced bien y prestad sin esperar
nada por ello; y será grande vuestra recompensa, y seréis hijos del Altísimo,
porque El es bueno con los ingratos y con los malos. Sed misericordiosos como
vuestro Padre es misericordioso. No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis
y no seréis condenados. Perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará; echarán
en vuestro regazo una buena medida, apretada, colmada, rebosante: porque con la
misma medida que midáis seréis medidos. (Lc 6, 27-38)
I. Jesús, hoy me explicas una de las grandes verdades acerca del destino eterno
de los hombres: con la misma medida que midáis, seréis medidos. Es decir, en la
vida eterna seré juzgado de la misma manera con la que yo he juzgado a los
demás: se me dará según haya dado, y se me perdonará según haya perdonado.
Ahora, mientras te dedicas al mal, llegas a considerarte bueno, porque no te
tomas la molestia de mirarte. Reprendes a los otros y no te fijas en ti mismo.
Acusas a los demás y a ti no te examinas. Les colocas a ellos delante de tus
ojos y a ti te pones a tu espalda. Pues cuando me llegue a mí el turno de
argüirte, dice el Señor haré todo lo contrario: te daré la vuelta y te pondré
delante de ti mismo. Entonces te verás y llorarás [206].
Jesús, el Juicio que tendré al morir no es una venganza o un premio para
«nivelar» distintas suertes en la tierra. En el Juicio, Tú me harás ver cómo soy
en realidad, es decir, cuál es mi capacidad de amar, y me darás según esa
capacidad. Tú siempre llenas al máximo: una buena medida, apretada, colmada,
rebosante. Pero el que se presente con un corazón egoísta no tendrá capacidad de
recibir tu Amor.
En el fondo, Jesús, cuando soy generoso y hago el bien sin esperar nada por
ello, o cuando mido a los demás con misericordia, yo mismo quedo marcado con esa
medida. Porque mi caridad -mi amor- crece, y crece también mi capacidad de
recibir tu amor. Tú eres el que juzgas, pero soy yo el responsable de la medida
con la que seré medido.
II. Mira: tenemos que amar a Dios no sólo con nuestro corazón, sino con el
«Suyo», y con el de toda la humanidad de todos los tiempos... : si no, nos
quedaremos cortos para corresponder a su Amor [207].
Jesús, Tú elevas el nivel de lo que significa amar. Amar no es intercambiar
favores: si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito
tendréis? Ni siquiera es corresponder solamente al amor que otro me muestra: si
amáis a los que os aman, ¿qué mérito tendréis? Si sólo doy para recibir, ¿dónde
está la diferencia con los que no te conocen, pues también ellos hacen lo mismo?
Jesús, en la última cena dejas a tus apóstoles el mandamiento nuevo: que os
améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros [208]. He de
amar a los demás como Tú los amas, no sólo con mi corazón, sino con el Tuyo.
Esta es la diferencia cristiana: en esto conocerán todos que sois mis discípulos
[209].
Jesús, ayúdame a querer a todos, sin hacer distinciones, sin contar los favores
recibidos, sin esperar que me lo agradezcan. Y será grande vuestra recompensa, y
seréis hijos del Altísimo. ¿Qué mejor recompensa puedo esperar -ya aquí en la
tierra- que llegar a ser hijo de Dios? Gracias, Dios mío, porque me pagas con
tanto lo poco que soy capaz de hacer por los demás.
[206] San Agustín, Sermón, 17, 5.
[207] Surco, 809.
[208] Jn 13, 34.
[209] Jn 13, 35.
Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo V, EUNSA
3-21.
El amor hacia los enemigos
Fuente: Catholic.net
Autor: María Cruz
Reflexión:
En nuestra sociedad, amamos a los que nos aman; hacemos el bien a quienes nos lo
hacen y prestamos a quienes sabemos nos lo van a devolver. Una conducta muy
razonada, que no compromete en nada. Pero obrando así, ¿qué es lo que nos
distingue de los que no tienen fe?. Al cristiano se le pide un “plus” en su
vida: amar al prójimo, hacer el bien y prestar sin esperar recompensa, pues eso
es lo que hace Dios con nosotros, que nos ama primero para que nosotros le
amemos.
Tenemos que adelantarnos a hacer el bien, para despertar en el corazón de los
otros sentimientos de perdón, de entrega, de generosidad, paz y gozo; así nos
vamos pareciendo al Padre del cielo y vamos formando en la tierra la familia de
los hijos.
Señor, Dios Todopoderoso, rico en misericordia y perdón, mira nuestra torpeza
para amar, nuestra poca generosidad en la entrega y nuestra dificultad a la hora
de perdonar. Te pedimos nos concedas un corazón misericordioso que se compadezca
de las necesidades de nuestros hermanos.
3-22.
Reflexión
Con el inicio de su evangelio, San Mateo pretende poner bien claro que el origen
de Cristo es Divino y humano. Vine del linaje de David, pero al llegar a José,
dice: el esposo de María de quien nació el Cristo. Durante muchos años, la
herejía de los Docetistas, negaba que Cristo fuera verdaderamente humano. El
Concilio de Efeso (431) declaro solemnemente que María era la madre de Dios “Theotokos”.
Con ello ratificaba que Jesús había sido verdaderamente encarnado en el seno
purísimo de María y que era hombre como nosotros, sin haber perdido por ello la
naturaleza divina: Una sola persona con dos naturaleza: Humana y divina. Para
nuestra reflexión personal podríamos sacar algunas conclusiones extras de esta
declaración (que es sostenida por innumerables textos bíblicos). Si María es la
“verdadera madre de Dios”, por ser madre de Jesucristo, y si Jesucristo, por
nuestro bautismo, es “verdaderamente” nuestro hermano… ¿qué relación existe
entre María y mi persona? Es importante responder a esta pregunta, ya que en la
Biblia existen muchas personas, hombres y mujeres muy importantes pero ninguna
de ellas tiene una relación “filial” conmigo. Ahora bien, si has razonado
lógicamente habrás concluido que María es tu verdadera Madre, de la misma manera
que el Padre de Jesús es tu Padre (por adopción)… si es así, ¿amas
verdaderamente a María, y le das en tu vida el lugar que merece como tu
verdadera Madre? ¿Cómo le manifiestas a María que realmente tiene un puesto
importante en tu vida?
Que pases un día lleno del amor de Dios.
Como María, todo por Jesús y para Jesús
Pbro. Ernesto María Caro
3-23.
Jesús nos deja una tarea que, ante ojos humanos,
parece imposible. Amar a nuestros enemigos, hacer el bien a aquellas personas
que nos aborrecen, bendecir a quienes nos maldigan, orar por los que nos
difaman, no juzgar, no condenar, perdonar, dar hasta la túnica a aquellos que
sólo nos piden el manto, dar sin esperar nada a cambio. Para nosotros, si
miramos esto desde nuestra condición humana será difícil de lograrlo. El mundo
nos ha programado para que seamos todo lo contrario. Buscamos ser competitivos
en nuestros trabajos, admirados en la sociedad, parecer las más y los más
fuertes, que todo el planteamiento de Jesús no tiene cabida en nuestra manera de
ser y de comportarnos. Además, somos personas tan mutiladas, heridas,
traicionadas que se nos dificulta tratar a los demás como queremos ser tratados.
No tenemos claro lo que es una relación sana que no podemos demandarla. Sin
embargo, a la luz del Espíritu Santo podemos hacerlo. Jesús no espera que sea
algo que hagamos por nuestro esfuerzo, sino que nos dejemos transformar por el
Espíritu y así daremos esa medida generosa, apretada y rebosante que esperamos
recibir.
Señor me entrego ante ti para que, a tu Espíritu Santo me sane, me
transforme, me libere y me permita ser tan misericordiosa como tú eres
misericordioso.
Dios nos bendice,
Miosotis
3-24. San Isaac de Siria (hacia 600) monje de
Ninive (Iraq)
Discurso ascético, 81
“Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso.” (Lc 6,36)
No intentes distinguir al hombre digno del indigno. Considera a todos los
hombres iguales a la hora de servirlos y amarlos. Así los podrás llevar a todos
hacia el bien. El Señor ¿no se sentaba a la mesa con los publicanos y mujeres de
mala vida, sin apartar de su presencia a los indignos? Así, tú harás el bien y
honrarás igual al infiel y al asesino; con más razón porque él también es
hermano tuyo, ya que participa de la única naturaleza humana. He aquí, hijo mío,
el mandamiento que te doy: “que la misericordia siempre prevalezca en tu
balanza, hasta tal punto de sentir dentro de ti la misericordia que Dios siente
por el mundo.
¿Cuándo experimenta el hombre que su corazón ha alcanzado la pureza? Cuando
considere a todos los hombres buenos, sin que ninguno le parezca impuro o impío.
Entonces, aquel hombre es puro de corazón. (Mt 5,8)...
¿Qué es la pureza? En pocas palabras: es la misericordia del corazón para con el
universo entero. Y ¿qué es la misericordia del corazón? Es la llama que le
inflama de amor hacia toda la creación, hacia los hombres, los pájaros, los
animales, los demonios, hacia todo lo creado. Cuando piensa en ellos o cuando
los contempla, el hombre siente que sus ojos se llenan de lágrimas de una
profunda e intensa piedad que le colma el corazón y le hace incapaz de tolerar,
de escuchar, de ver la menor injusticia y la menor aflicción que alguna criatura
padezca. Por esto, la oración, acompañada de lágrimas, se extiende en todo
momento tanto sobre los seres desprovistos de la palabra como sobre los enemigos
de la verdad o sobre aquellos que perjudican a los demás, para que sean
guardados y purificados. Una compasión inmensa y sin medida nace en el corazón
del hombre, a imagen de Dios.