MIÉRCOLES DE LA SEMANA 16ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Ex 16, 1-5.9-15

1-1.

VER DOMINGO 18B 


1-2.

-La asamblea de los hijos de Israel partió de Elim y llegó al desierto de Sin, el día quince del segundo mes después que salieron de Egipto.

Un mes y medio es un período corto; pero se hace interminable cuando se está en el desierto.

El desierto es el lugar de la «prueba»: en el vacío de todo en la pobreza, el peligro, el hambre... el hombre se enfrenta consigo mismo. No hay nada que lo distraiga de lo esencial: la vida, la muerte... sobrevivir... subsistir.

-En el desierto, toda la comunidad de los hijos de Israel empezó a murmurar contra Moisés y su hermano Aarón.

Ese conjunto abigarrado de fugitivos no tiene nada de un pueblo excepcional. Son unos contestatarios de Moisés y de Dios.

-«¡Ojalá hubiéramos muerto en Egipto, cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos! Nos habéis traído a este desierto para que muramos todos de hambre.» ¡No resulta fácil ser «hombres libres»!

Cuando la alegría de la gran fiesta de la Liberación ha terminado, es preciso ponerse de nuevo en camino y afrontar las dificultades.

¿No llegamos también nosotros a dudar, a veces, de haber sido llamados, a mirar hacia atrás y a envidiar a los que no son cristianos?

"El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás..." (Lc 9, 62).

Señor, enséñanos a ser fieles, día tras día.

DESIERTO/PRUEBA:

-El Señor dijo a Moisés: "Mira, Yo haré llover pan del cielo. El pueblo saldrá a recoger cada día la ración cotidiana, así lo pondré a prueba: Veré si obedece o no a mi ley."

MANA: El «manná», un alimento inesperado que permite sobrevivir en el desierto. El desierto, la prueba, permite al hombre experimentar la providencia divina: no contar tan sólo consigo mismo... sino confiar en otro. En profundidad, es la experiencia de la pobreza. De ese modo su duda, su desánimo, su murmuración puede convertirse en ocasión de progresar en la fe.

El autor de ese relato pone en evidencia dos significaciones religiosas:

1. El manná es justo lo suficiente para cada uno -un «omer», un medio litro por persona-; así, para Dios, no hay ni ricos ni pobres... todos son hermanos, que reciben igual ración. Es todo un ideal. ¡Si, de hecho, fuera así, Señor !

2. El manná es un alimento frágil, que hay que recoger cada día, que se echa a perder si se provisiona para el día siguiente. Jesús nos repetirá la lección, esta invitación a una confianza cotidiana: "el pan nuestro de cada día dánoslo hoy".

-El día sexto, la ración será doble a la de los demás días.

La «lección» teológica, es aquí evidente.

Se recuerda la gran ley del Sábado: para no tener que trabajar aquel día, cae doble cantidad y, excepcionalmente, se conserva bien. Jesús nos liberará de esa concepción estrecha del Sábado. Pero, libres de esos detalles, ¿sabemos vivir los domingos con gozo, expansión y apertura, tal como Dios quiere?

-Cuando vieron esto, los hijos de Israel se decían los unos a los otros: «¿Qué es esto?~ que en hebreo es «¿Mûn hû?»

Ese nombre interrogativo es también un símbolo: ante los dones de Dios, nos sentimos también, a menudo, desconcertados. Muchas cosas no son claras. «¿Qué es esto?» Si, por lo menos, nos formuláramos más a menudo esta pregunta, y a propósito de tantos «dones» como nos concede Dios sin que sepamos reconocerlos.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 192 s.


1-3. 

Las penalidades del pueblo en marcha por una geografía casi imposible hacen sentir el drama del desierto como la tragedia de una vocación y un destino que van más allá de los caminos ordinarios. Esto es lo que quiere describir nuestro texto cuando nos habla de un pueblo sediento, hambriento, cansado e inseguro, y cuando relata la respuesta de Dios a esta situación: el don del maná y de las codornices. El Dios de Israel es un Dios celoso; quiere obligar a su pueblo a apoyarse solamente en él, a poner su contento sólo en él.

El maná es un fenómeno característico de todo el sur del desierto del Sinaí: una excrecencia de una especie de tamarindo (tamarix mannifera), que todavía hoy sirve de alimento a los beduinos. En virtud de las circunstancias, nuestro relato lo considera como un alimento providencial, tal como lo manifiesta la pregunta de los israelitas, la cual, según una etimología popular, da origen al nombre del alimento: «¿Qué es esto?,> (v 15, en el original: man hu). Es la comida que en aquel momento únicamente podía dar Dios, es el pan que él «hace llover de lo alto de los cielos» (v 4).

Ciertos sectores de la tradición profética ven en el desierto el período de las relaciones más puras e ideales entre Yahvé e Israel: «Recuerdo tu cariño de joven, tu amor de novia, cuando me seguías por el desierto, por tierra yerma» (Jr 2,2).

Israel depende totalmente de Dios. Su historia únicamente puede ser historia de fe. El sustento cotidiano de la vida por parte de Dios exige una entrega sin caución. La cantidad de maná recogida sólo según las necesidades del día es una reafirmación de la necesidad de descubrir a Dios día tras día.

En la visión profunda del Deuteronomio, el maná tiene la finalidad de recordar a Israel su indigencia esencial, hacer que se comprenda como anaw como dependiente de Dios: "(Guárdate de olvidar a Yahvé) que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres: para afligirte y probarte, para hacerte bien al final. No digas: Por mi fuerza y el poder de mi brazo me he creado estas riquezas» (/Dt/08/16-17). La espiritualización de esta experiencia está bellamente formulada en Dt 8,3: el hombre no puede vivir sólo de pan terreno: «Te alimentó con el maná -que tú no conocías ni conocieron tus padres- para enseñarte que el hombre no vive sólo de pan sino de todo lo que sale de la boca de Yahvé». El salmo 78, que canta las maravillas del éxodo, llama al maná «pan de los fuertes».

J/PAN-DE-VIDA: Pero la gran reflexión sobre el tema del maná se encuentra en Jn 6. El pueblo pide una señal parecida a los milagros de Moisés. Jesús viene a significar que quien no comprende el valor divino del maná no comprende la apertura profética de los acontecimientos pasados en el desierto. Un maná bajado del cielo para satisfacer únicamente las necesidades físicas no es el auténtico maná. Jesús mismo es el auténtico maná, el pan bajado del cielo, que hay que recibir en una actitud espiritual que no halle en la humildad de la encarnación (conocían a su padre y su madre: v 42) el obstáculo de la suficiencia humana.

El pan que ofrece Jesús es el pan de todos y para todos.

El nos enseña que éste sólo puede alimentar cuando se multiplica también el pan de la tierra. Amar es compartir.

F. RAURELL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 232 s.


2.- Jr 1, 1.4-10

2-1. Jr/VOCACION:

Durante unas tres semanas, leeremos algunos hermosos pasajes del profeta Jeremías.

Vivió algo más de un siglo después de los tres profetas precedentes -Amós, Isaias, Miqueas-. Y desde entonces se encuentra metido por entero en el drama de los últimos sobresaltos del Estado Judío, entre 625 y 586, fecha de la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor, precedida de varias deportaciones.

Alma ultrasensible, inclinada a la interioridad a causa de su mismo sufrimiento, Jeremías está muy cerca de nosotros. Por su propia vida, nos dice que es posible guardar la fe en Dios cuando todo parece venirse abajo... que hay que guardar la esperanza en días mejores... que Dios es más grande y más fiel que todo, a pesar de todas las diferencias contrarias.

-El Señor me dirigió la palabra y me dijo: «Antes de haberte formado en el seno materno, te conocía. Antes que nacieses, te consagré.»

Notemos ya ahora la diferencia entre la vocación de Jeremías y la de Isaías. Aquí, no hay ninguna puesta en escena grandiosa. Ningún ruido, ningún grito: el silencio interior. Una palabra íntima, una convicción secreta: Dios se me ha adelantado, y ha sido el primero en amarme, ¡desde el seno de mi madre... y antes!

HOY se nos repite que no somos más que el fruto del azar, el encuentro, como el caer de los dados, de dos células... así, sin razón alguna, por nada.

Con Jeremías, creo, Señor, que he sido querido por Ti... y que Tú tienes un proyecto sobre mí. No me has suscitado a la existencia porque sí, sino para una tarea precisa que nadie más que yo puede cumplir.

-Te constituyo profeta de las naciones.

La misión de Jeremías es "universal", internacional. De hecho, sabemos por la historia que la misión de Jeremías fracasó viviendo él. Pero después, su influencia fue creciendo sin cesar: es el padre del judaísmo más puro, que florecerá pasada la prueba del Exilio. Al poner en evidencia las relaciones íntimas del alma con Dios, preparó la nueva Alianza en Jesús. El fue sin duda quien proporcionó los trazos de ese Servidor (Isaías 53) que es la más hermosa imagen de Cristo.

-Y dije: «¡Ah, Señor! No sé expresarme. No soy más que un muchacho.» Jeremías es un tímido. A diferencia de Isaías que se ofrecía de entrada, él, en cambio, duda, confiesa su debilidad, su incapacidad.

-El Señor contestó: «No digas: soy un muchacho. Irás adondequiera que Yo te envíe, dirás todo lo que te ordenaré. No les tengas miedo, que estoy contigo para salvarte, palabra del Señor.» Entonces alargó el Señor su mano, me tocó la boca y me dijo: "De tal modo, ¡he puesto mis palabras en tu boca!"

Jeremías será, verdaderamente, el hombre de la «palabra».

Ninguna debilidad cuenta ante esa llamada: necesitará «recibirlo todo» de Dios para poder decir algo válido.

Señor, toca mis labios, toca mi inteligencia y mi corazón, para que llegue a saber decir algunas palabras de Ti, a pesar de mi debilidad.

-Recuerda que hoy mismo te doy autoridad sobre las gentes y sobre los reinos, para extirpar y destruir, para abatir y derrocar, para reconstruir y plantar.

Jeremías tenía un alma sensible y tierna, hecha para amar, y fue encargado del tremendo papel de derrocar para plantar. Tuvo, sobre todo que transmitir, a grandes voces, mensajes de desgracia y de infortunio a los reyes, a los sacerdotes, a los falsos profetas, a todas las gentes.

Señor, danos la valentía de arriesgar nuestra vida por la verdad, por el amor, por una gran causa a la que dedicamos nuestra vida porque creemos que nos viene de Ti.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 192 s.


2-2. /Jr/01/01-19

Nos encontramos aquí con un clásico relato de vocación profética. Consta de un encabezamiento (vv 1-3), un diálogo vocacional (4-10.17-19) y dos visiones clarificadoras de la misión (11-12 y 13-15). A diferencia de la vocación de Isaías, en este relato todo resulta más sencillo. No se describe ninguna teofanía y la investidura de la misión no es tan solemne (cf. v 9). El diálogo, en cambio, entre Yahvé y el llamado a ser profeta es mucho más rico; y en él y en las visiones se expresa con claridad la tarea a la cual es llamado el profeta, las dificultades que él ve para llevarla a término y la superación de éstas mediante la experiencia de la fuerza de Yahvé, el cual también y, por modo especial, se compromete con el futuro del pueblo.

Ya desde el momento de la vocación vemos lo que serán la existencia y la actuación del profeta. La elección que Yahvé hace de Jeremías nace del deseo que tiene de comunicarse con los hombres. Este deseo de comunicación será la clave de la vida del profeta. El será la lengua de aquella comunicación apasionada de Yahvé con su pueblo y con todos los hombres. El profeta vivirá en su carne esta comunicación, en la cual se hallan mezclados el amor de Yahvé, su preocupación por su pueblo, la soberanía del propio Yahvé sobre la historia y los hombres, la infidelidad radical de éstos, el castigo que está a punto de venir sobre ellos.

Es la tensión en que vive el que quiere identificarse plenamente con el Señor de la historia y de los hombres, se deja conducir por su Espíritu y, al mismo tiempo, desea con pasión convivir con los demás hombres, sus hermanos, y quiere ayudarles a vivir una existencia realmente humana. Se mezclan, pues, en esta persona, los sentimientos de debilidad y de fuerza, de miedo y de seguridad, de egoísmo y de compromiso a favor de los demás, de soledad y de comunión. Esta tensión nunca desaparece del todo en la persona que se siente llamada a creer y a comprometerse en la salvación y en la liberación propia y ajena.

R. SIVATTE
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 773 s.


2-3. /Jr/01/04-10 /Jr/01/17-19

Hoy, festividad del nacimiento de san Juan, nada más apropiado que leer la narración de la vocación de Jeremías. Se prescinde de las visiones y se lee la parte del diálogo vocacional entre el profeta y Yahvé. Empieza con la afirmación de Yahvé de que es él quien escoge a su profeta; esto queda claro cuando dice: «Antes de formarte en el vientre te escogí, antes de salir del seno materno te consagré» (v 5). El profeta pone entonces sus dificultades, y es confortado y confirmado por Dios, que le promete su asistencia continuada, a pesar de anunciarle ya ataques y dificultades (6-10.17-19). Yahvé aparece, pues, como quien quiere, sea como sea, comunicar a su pueblo y a todas las naciones su voluntad y sus planes de salvación. El profeta es presentado como el instrumento, la boca de este Dios. Pero, al mismo tiempo, como una persona plenamente humana, llena de debilidad y de miedos y que necesita sentir la fuerza y la ayuda de Dios en su persona.

Gracias a eso empieza un camino de fidelidad a Yahvé y a sus hermanos que le conducirá a investigar y a anunciar la voluntad del Señor en cada momento. El profeta es, pues, la persona que sabe que sólo es profeta, instrumento, medio de Dios y que, al mismo tiempo, está llamado a no retroceder en su papel, a pesar de prever las dificultades y persecuciones que su deber le reportará. De ello tenemos un claro testimonio en el NT respecto al personaje del precursor, que fue muy consciente de su papel, importante y limitado, y que aceptó el riesgo de la persecución y de la muerte violenta con su predicación constante de la voluntad de Dios.

También el cristiano se siente llamado a ser hijo del Padre y a luchar para que todos los hombres lleguen a serlo. Sabe que tendrá obstáculos y que le puede costar la vida, pero es consciente también desde el momento de su vocación, de que Yahvé lo llama y le da fuerzas para cumplir la tarea encomendada.

Sólo esto da fuerza en la debilidad, seguridad en la inseguridad, vida en la muerte. Sólo siguiendo la vocación fielmente se vive integralmente, aunque exista el peligro de morir víctima del cumplimiento y del seguimiento de la vocación.

R. SIVATTE
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 835 s.


3.- Mt 13, 1-9

3-1. PARABOLA/QUÉ-ES

El evangelio de san Mateo es una reagrupación de varios conjuntos de temas tratados por Jesús. En primer lugar tenemos el "Sermón de la Montaña", que gira en torno de la verdadera justicia; luego el "discurso apostólico", que a su vez agrupa varias enseñanzas a los discípulos.

Vamos a abordar ahora un conjunto de "parábolas". Las "parábolas" son un "género literario": relatos concretos y llenos de imágenes, destinados a la mejor comprensión de una idea... Todos los detalles concretos no tienen el mismo valor. Interesa, sobre todo, captar la significación global.

-Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al lago...

Acudió tanta gente... que tuvo que subir a sentarse en una barca.

Si mi mente se presta a ello, puedo quedarme unos instantes contemplando esos gestos de Jesús... Un Jesús sencillo, un hombre como los demás hombres. Es el gran misterio de Dios, puesto a nuestro alcance: ese hombre que sale de su casa, camina, se sienta, se levanta, pone los pies en el agua del lago para subir a una barca... ese hombre dispuesto a hablar, es el Hijo de Dios. ¡Santificación de nuestros humildes gestos humanos! ¡Nada es pequeño!

-Les habló de muchas cosas en parábolas.

Jesús saca de la vida, del trabajo de las humildes gentes del campo, la mayor parte de sus comparaciones. Jesús es un buen observador y ha mirado con amor, a las gentes que encontraba a su paso.

-"Salió el sembrador a sembrar".

Ese pobre "sembrador" no tiene buena suerte, en apariencia. La parábola empieza contándonos tres fracasos, en escalada. La forma de cultivo elegida por ese sembrador, fracasa lamentablemente:

- en primer lugar los pájaros comen las semillas, antes de que germinen...

- luego la plantita es quemada por el sol, antes que pudiera crecer...

- por fin la planta que había logrado desarrollarse es sofocada por las malas hierbas...

¿Por qué nos cuenta Jesús esta serie de fracasos? Podría pensarse, cuando se llega a este punto de la parábola, que el trabajo del sembrador ha sido completamente inútil. Pues bien, todo ello es imagen del "Reino de Dios"...

Imagen de la cruz de Jesús...

A menudo tenemos nosotros la impresión de estar perdiendo el tiempo al tratar de vivir y proclamar el evangelio, y no ver ningún resultado.

¡Señor, contéstanos! ¡Señor, ilumínanos!

-Otros granos cayeron en tierra buena y dieron fruto; unos ciento; otros, sesenta; otros treinta.

He aquí un éxito sorprendente. El fracaso anterior es muy ampliamente compensado. Sí, a pesar de las apariencias contrarias, la cosecha divina será un hecho. Al fin de cuentas el Sembrador no quedará decepcionado: el Reino de Dios tiene asegurado el éxito final... ¡la Palabra de Dios no puede fallar porque Dios es Dios!

-¡Quien tenga oídos, que oiga! A menudo, sí, somos sordos y nuestros corazones están cerrados; no sabemos percibir suficientemente los signos del Reino de Dios, los signos que Dios trabaja en su obra, que la "mies crece" y que "la cosecha 100 por 1" está preparándose... a pesar de las apariencias contrarias.

Señor, danos tu modo de ver.

Señor, llévanos contigo para sembrar el buen grano.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 84 s.


3-2.

1. (Año I) Éxodo 16,1-5.9-15

a) El pueblo ya se ha olvidado de la victoria del Mar Rojo y de la fidelidad de Dios. Ahora le toca experimentar la dureza del desierto y empieza de nuevo a protestar.

El peor enemigo de Moisés, a la hora de conducir al pueblo hacia la libertad, es el pueblo mismo, no los egipcios al principio o los enemigos que encuentran en el camino.

Esta vez tienen hambre, porque el desierto es escaso en medios de subsistencia. Pero Dios, una vez más, se muestra cercano. Se sirve de dos fenómenos naturales que, por su oportunidad, fueron interpretados como actuaciones prodigiosas de Dios para con su pueblo. Una bandada de codornices que emigran y se ponen al alcance de los israelitas, y el maná, una especie de resina comestible de algún árbol o alguna clase de rocío alimenticio. El nombre le viene de la exclamación de los israelitas: «¿qué es esto?», que en su lengua suena: «man-hú»?

El salmo 77, que rezamos hoy, se hace eco del relato: «el Señor les dio pan del cielo... e hizo llover carne como una polvareda y volátiles como arena del mar». Dios siempre aparece dispuesto a ayudar a su pueblo.

b) Las diversas esclavitudes tienen también sus aspectos gratificantes. Y puede ser que, en nuestra vida, más o menos conscientemente, no queramos ser salvados. O que las personas a las que intentamos ayudar en su liberación ni siquiera sepan que necesitan ser salvadas. Más o menos como los israelitas, añoramos la «olla de carne» de Egipto y el pan «hasta hartarnos». Los ídolos, a pesar de la esclavitud, pueden resultar más interesantes. Porque el ponerse en marcha, y la aventura del desierto, y la incomodidad que lleva consigo la libertad, pueden infundir miedo.

También podemos reflexionar sobre nuestra capacidad de encajar las dificultades de la vida. ¿Cómo soportamos la dureza del camino? A todos nos pasa que, algunos días, todo nos sale mal y parece que se oscurece el sol y no sentimos ni la cercanía de Dios ni la de los demás. ¿Cómo reaccionamos: murmurando siempre, como el pueblo de Israel? ¿o sabemos ser fuertes ante las adversidades, sin culpar siempre a Dios, sin perder la confianza?

Para el camino de nuestro desierto tenemos un alimento especial. Fue el mismo Cristo quien relacionó la Eucaristía con el maná del desierto (Jn 6,31 ss). Los interlocutores de Jesús le dicen: «nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: pan del cielo les dio a comer». Y Jesús, que acaba de multiplicar los panes para dar de comer a la multitud, se presenta a sí mismo como el Pan: «en verdad os digo, no fue Moisés quien os dio el pan del cielo: es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo... Yo soy el pan de la vida. Y el pan que yo os voy a dar es mi carne por la vida del mundo».

El maná y las codornices que Dios nos regala para nuestro camino, hoy, son: su Palabra, la Eucaristía que es el Pan de vida (nosotros sí que podemos decir con el salmo 77: «nos dio pan del cielo»), y la ayuda de las demás personas que comparten nuestra vida y con las que hacemos camino en común.

1. (Año II) Jeremías 1,1.4-10

Durante más de dos semanas leeremos páginas del Libro del profeta Jeremías.

Jeremías era, cuando Dios le llamó a ser su profeta (hacia el año 627antes de Cristo), un joven que no había cumplido los veinte añas. Le tocó vivir unos tiempos difíciles y trágicos para su pueblo: los asirios, que ya se habían anexionado el reino del Norte (Samaria), intentaban hacer otro tanto con el del Sur (Judá, Jerusalén), cosa que conseguirían con un primer destierro de las personas más importantes y, luego, con el segundo y definitivo, de todo el pueblo, a Babilonia. Estamos en el siglo VII antes de Cristo, un siglo después de Isaías, de Amós y de Miqueas.

En dos frentes tuvo que luchar Jeremías, intentando hacer oír voz de Dios: la conversión religiosa de Judá (en la que colaboró con el joven rey Josías mientras vivió), y el aspecto político, tratando de convencerles de que era mejor pactar con los poderosos ejércitos del Norte que hacer alianzas con Egipto.

En ninguno de esos frentes tuvo mucho éxito. Su vocación profética le creó enemigos que le persiguieron continuamente, y también atravesó crisis personales, porque no siempre veía clara la cercanía de Dios en su vida.

a) El joven Jeremías era de Anatot, un pueblecito cercano a Jerusalén. Era de familia acomodada, de temperamento pacifico, más inclinado a la dulzura y a la amistad que a lo que tuvo que hacer: anunciar los castigos de Dios e invitar a unas medidas impopulares.

La llamada de Dios a Jeremías es muy sencilla, en contraste con la solemne teofanía que acompañó a la de Isaías. Jeremías se defiende, porque intuye en seguida que lo que Dios le pide va a acarrearle complicaciones: «Ay, Señor mío, mira que no sé hablar, que soy un muchacho». Pero Dios le responde con la frase de siempre: «no tengas miedo, que yo estoy contigo».

b) Ser profeta es siempre incómodo. Profeta no es el que anuncia cosas futuras. En la Biblia, profeta es aquella persona que habla en nombre de Dios, que ayuda a los demás a interpretar la historia desde los ojos de Dios.

A nosotros nos ha tocado ser cristianos en unos tiempos también difíciles (¿hay alguno que no lo haya sido?). En muchas regiones, estamos en medio de una sociedad secularizada y pluralista. No tendremos la misión de influir en las opciones militares o políticas de nuestro país. Pero sí, la de dar testimonio de los valores de Dios y del mensaje de Cristo en el ámbito de nuestra familia, de nuestra comunidad, de nuestra parroquia, de nuestra sociedad.

Nuestra voz profética -hecha más de testimonio vivencial que de palabras- debería ser valiente, comprometida. Si tenemos dificultades, sentiremos un gozo especial en recitar el salmo de hoy: «A ti, Señor, me acojo... sé tú mi roca de refugio, el alcázar donde me salve...

Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza desde mi juventud»...

2. Mateo 13,1-9

Desde hoy hasta el viernes de la semana siguiente vamos a leer el famoso capítulo 13 de san Mateo, el de las parábolas de Jesús: el sembrador y su semilla, el grano de mostaza, la levadura, el tesoro y la perla escondidos, la red que recoge peces buenos y malos.

Las parábolas son relatos inventados, pedagógicos, tomados muchas veces de la vida del campo o del ambiente doméstico, relatos fáciles de entender, porque se refieren a la vida de cada día. En labios de Jesús, contienen una intención religiosa y una lección para que sus oyentes comprendan las Iíneas-fuerza del Reino, con comparaciones llenas de expresividad.

Una intención que Mateo aplica a la comunidad que va a leer su evangelio, y que ya conoce las vicisitudes que se anuncian en estas parábolas.

a) La primera parábola es la del sembrador: Dios siembra con generosidad. La aplicación, en días sucesivos, se referirá más bien a la clase de terrenos, preparados o no, que acogen esta semilla. Pero, inicialmente, la página de hoy describe al sembrador mismo y la fuerza de la semilla que él siembra en terrenos diversos. Y a pesar de todas las dificultades (los pájaros o las piedras o las zarzas), su semilla al final produce fruto.

Aunque a veces la siembra parezca que ha sido inútil, Jesús nos dice que, a la larga, es fecunda y que no se pierde la semilla de Dios.

b) ¿Somos buenos sembradores? ¿tenemos fe en la fuerza interior de la semilla que sembramos, la Palabra de Dios, y confianza en que, a pesar de todo, Dios hará que dé fruto?

Dios es generoso en su siembra: generoso y universal. También los alejados y los que son víctimas de la secularización creciente de nuestra sociedad, y los que no han recibido formación religiosa, son hijos de Dios y están destinados a la salvación. Dios siembra en el corazón de todos. No va seleccionando de antemano los terrenos. Eso sí, no obliga ni fuerza a nadie a responder a su don.

Cuando Pablo estaba desanimado, porque los habitantes de Corinto, la ciudad pagana, no le hacían mucho caso, escucha la voz de Cristo que le dice: «No tengas miedo, sigue hablando y no calles, porque yo estoy contigo... yo tengo un pueblo numeroso en esta ciudad» (Hch l 8,9- l 0). Y, en efecto, Pablo se quedó en Corinto año y medio, «enseñando entre ellos la Palabra de Dios» o sea, sembrando en abundancia.

La comunidad cristiana -los pastores y los equipos de catequesis y las familias y todos los fieles- hemos recibido el encargo de que el mensaje de Cristo llegue a todos, a los campos preparados y también a los cubiertos de zarzas. La sociedad actual es claramente pluralista y tendremos que utilizar en nuestra «siembra» el lenguaje adecuado, para niños, jóvenes, mundo rural, ciudades, personas cultas o menos cultas. Lo importante es sembrar, porque la Palabra de Dios tiene una fuerza interior que germina y da fruto también en terrenos hostiles.

La parábola de hoy es una llamada a la esperanza y a la confianza en Dios. Porque la iniciativa la tiene siempre él, y él es quien hace fructificar nuestros esfuerzos. Nosotros tenemos que sembrar sin tacañería y sin desanimarnos fácilmente por la aparente falta de frutos.

«El Señor les dio pan del cielo» (salmo I)

«No les tengas miedo, que yo estoy contigo» (1ª lectura II)

«Tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza desde mi juventud» (salmo II)

«El resto cayó en tierra bueno y dio grano» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 174-179


3-3.

Ex 16, 1-5.9-15: He oído las quejas de mis hijos Sal 77

Mt 13, 1-9: La semilla va cayendo

Cada tipo de tierra recibe la semilla, la acoge en su seno y la hace crecer según sus propias posibilidades. Hay tierras mejores y peores. No se le puede pedir a la tierra mala que dé una buena cosecha. Eso ya lo sabe el sembrador. Lo mismo pasa con la Palabra de Dios que llega a nuestro corazón. Los seres humanos no somos todos iguales. No estamos cortados por el mismo patrón. Entre nosotros hay muchas diferencias: cultura, educación, inteligencia... Nosotros somos la tierra. Y tan diferente... En todos, de una forma o de otra, el sembrador-Dios dejará caer la semilla de la Palabra.

Luego, a cada uno se le pedirá según sus posibilidades. Hay muchas personas en el mundo que les ha tocado nacer en condiciones desgraciadas, incluso infrahumanas. ¿Cómo les va a pedir Dios que den el mismo fruto que otros a quienes ha tocado una mejor situación? Dios no condena a nadie ni pide a todos que den el cien por cien. Simplemente pide a cada uno lo que puede dar.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-4. CLARETIANOS 2002

La parábola del sembrador no pasa de moda, porque tampoco pasan de moda las crisis que pretende iluminar. Dejemos que afloren algunas de las preguntas que solemos hacernos: ¿Por qué si la Palabra de Dios es tan eficaz produce, en apariencia, tan poco fruto? ¿Por qué hay tantas personas que no se sienten atraídas por ella si siempre se ha dicho que la Palabra es "luz para nuestros pasos" y que "da vida"? ¿Por qué, después de un tiempo de entusiasmo, hay muchos que se descuelgan y pasan a engrosar el grupo de los alejados? Estas preguntas nos desconciertan. No acabamos de entender por qué hay mensajes que parecen llegar a las personas con más hondura que el mensaje de la Palabra.

Jesús vive en carne propia la experiencia de ver cómo se producen reacciones diferentes ante el anuncio del Reino de Dios. Hay un poco de todo. En la vida sucede lo mismo que en la siembra. La semilla puede ser de calidad suprema, pero el fruto no depende sólo de ella sino de las condiciones del terreno en el que caiga. No es lo mismo el borde del camino, que la zona pedregosa, o las zarzas, o la tierra buena. La tradición de la iglesia convirtió pronto esta parábola en una alegoría. Hizo una aplicación de cada terreno a las distintas condiciones humanas. Esto nos resulta muy conocido. El próximo viernes tendremos ocasión de leerlo con calma.

¿Cuántas veces nos hemos preguntado si éramos nosotros tierra buena o si, por el contrario, la nuestra era una tierra llena de pedruscos o de zarzas? Hay en nosotros una tendencia espontánea a moralizar todo, a preguntarnos si estamos a la altura de lo que el evangelio proclama. Y, sin embargo, en la parábola de Jesús hay un mensaje que va más allá. Jesús habla de un sembrador que "salió a sembrar" y fue esparciendo la semilla con sobreabundancia. Un sembrador tacaño se cuida mucho de no desperdiciar la semilla arrojándola a las piedras o a las zarzas. Pero Jesús no es un sembrador tacaño. La Palabra es lanzada en todas direcciones, a toda clase de personas. No es un alimento reservado a unos pocos privilegiados.

En nuestra iglesia somos a veces muy selectivos. Organizamos procesos catecumenales que van filtrando a las personas. Quizá es este un camino necesario para purificar las intenciones y para ir afinando las respuestas. Pero, al mismo tiempo, deberíamos sembrar por todas partes, a tiempo y a destiempo, porque donde menos pensamos la Palabra puede encontrar acogida.

Gonzalo Fernández , cmf (gonzalo@claret.org)


3-5. 2002

COMENTARIO 1


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vv. 1-9. Mt sitúa el discurso de las parábolas el mismo día de los su­cesos anteriores; quiere, por tanto, enlazarlo con ellos. De hecho, la mención del reinado de Dios que sufre violencia se halla en 11,12, y el tema central de las parábolas será precisamente el reinado de Dios. Puede decirse, por tanto, que el discurso (13,1-52) y la escena de Nazaret (13,53-58) terminan la sección.

«La casa» de la que sale Jesús representa el círculo de sus discípulos de la escena anterior (cf. 13,36). Su salida está en rela­ción con la del sembrador (3b). Sale a la orilla del mar, que es la frontera entre Israel y los pueblos paganos, el lugar donde ha­bía llamado a los primeros discípulos (4,18). La subida a la barca para enseñar («se quedó sentado», cf. 5,1) es paralela a la de Mc 4,1. La enseñanza comienza directamente con las parábolas (en Mc 4,12 hay dos comienzos de enseñanza). La parábola del sembrador o de los cuatro terrenos presenta mínimas diferencias de redacción con la de Mc 4,3-9.






COMENTARIO 2



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Se puede articular el pasaje según los personajes a quien se asignan las palabras. Al principio se trata de un relato del evangelista (vv. 1-3a), a continuación de la transmisión de las palabras pronunciadas por Jesús (vv. 3b-9).

El relato sirve de introducción a la parábola del sembrador, que sigue a continuación, pero también a todo el discurso parabólico (Mt 13, 1-53). En la parábola apocalíptica del final de éste (vv-49-50) se retomarán numerosos elementos de aquella introducción: “mar”, “playa”, “el sentarse” de algunos.

Este clima del discurso hace comprensible la extraña actitud de sentarse mientras la gente se queda de pie. Como en las imágenes apocalípticas de Dan 7, 16, Ap 7, 9-12 y otros pasajes se trata de escenas referidas al Juicio. Este carácter de revelación hace también comprensible el empleo del verbo “hablar” y no de “enseñar” u otro sinónimo.

Nos encontramos ante una revelación en el marco definitivo del fin de los tiempos. Se trata de un discurso marcadamente escatológico cuya finalidad principal consiste en colocar ante la necesidad urgente del discernimiento del hombre respecto al Reino de los cielos.

Esta urgencia en la decisión es retomada al final de la parábola del sembrador. Las palabras del v.9: “Quien tenga oídos, que escuche” tienen el sentido de una exhortación a asumir la sabiduría en un contexto de fuerte matiz escatológico, a semejanza de la conclusión de las cartas a las iglesias en Ap. 2, 1-3-22. Aquí cada individuo es colocado ante una decisión. Se prolongan así las exhortaciones proféticas y, sobre todo, la oración hebraica diaria de Dt 6, 4: “Escucha, Israel”.

La “salida” de Jesús de casa debe interpretarse como “salida” del sembrador a su tarea. Ante ella, se es invitado a recibir la palabra del Reino y hacerla fructificar en su vida. Se trata de aferrarse a la palabra “con toda el alma, con todas las fuerzas” para que pueda producir su fruto.

Junto a esa invitación, la parábola presenta los riesgos de no tomar en debida cuenta el significado de la aparición de Jesús en la historia humana. De la disposición de cada hombre puede depender el fracaso de las semillas. Si los terrenos de acogida no están suficientemente preparados el crecimiento es obstaculizado y frenado, impidiendo la fructificación. Los tres primeros casos son ejemplo de está trágica posibilidad que se presenta a la existencia humana.

Con este fin, Jesús nos habla de un terreno que se ha endurecido por el paso de hombres y animales en camino, de un rincón demasiado rocoso que impide el enraizamiento, de la amenaza que presenta la presencia de las espinas que sofocan el crecimiento.

Frente a Jesús, mensajero último de Dios, el hombre se ve obligado a tomar una decisión. La multitud, a la que Jesús habla, debe tomarla lo mismo que los discípulos.

Es imposible permanecer indiferente ante la presencia del sembrador de Dios. De la respuesta adoptada frente a El depende la vida del hombre y la suerte destinada a cada individuo.

Lo mismo que los contemporáneos de Jesús, cada uno deberá optar y de la elección tomada depende la esterilidad o la fecundidad de la propia existencia.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-6. DOMINICOS 2003

Libro del Éxodo 16, 1-5.9-15: pruebas en el desierto.
“Toda la comunidad de Israel partió de Elim, donde acampaba, y llegó al desierto de Sin, entré Elim y el Sinaí... La comunidad de los israelitas protestaba contra Moisés y Aarón: ¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto...! Nos habéis sacado a este desierto para matarnos de hambre.

El Señor dijo a Moisés: Yo haré llover pan del cielo; que el pueblo salga a recoger la ración cada día; lo pondré a prueba, a ver si guarda mi ley o no...

Por la tarde, una bandada de codornices cubrió todo el campamento. Y por la mañana había una capa de rocío alrededor de él... Es el pan que el Señor os da de comer”

Leamos el texto como un signo de Dios providente. Él da maná y carne, rocío y codornices, protección y ayuda, a un pueblo que salió pobre, vive pobre, siente su soledad en el desierto, y se interroga si de verdad Dios es su Dios. ¡En la niebla siempre se ve mal, incluso en el espíritu!

Evangelio según san Mateo 13, 1-9:
“Aquel día Jesús salió de casa y se sentó junto al lago. Acudió tanta gente que tuvo que subirse a la barca. Se sentó en ella, y la gente se quedó en la orilla, de pie, y se dedicó a hablarles mucho rato en parábolas, como la del sembrador: ‘Salió un sembrador a sembrar. De las semillas que arrojaba, un poco cayó al borde del camino, vinieron los pájaros y se las comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso..., y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: un ciento, un sesenta, un treinta por ciencia. El que tenga oídos, que oiga”.

La parábola es el vehículo que nos trae el mensaje de Jesús, para que lo oigamos y asimilemos en nuestra vida. Somos campo de cultivo y, según queramos labrarlo y recibir la lluvia del cielo así fructificaremos. Nadie nos puede sustituir.

Momento de reflexión
Vida probada y frutos de bendición.
Cuando leemos en la Biblia unos hechos muy distantes de nosotros en el tiempo y en el modo de vida, fácilmente podemos caer en la tentación de reconstruir muy superficialmente actitudes de vida muy distintos de los nuestros.

¿Cómo entendemos o tratamos de entender a los israelitas en el desierto su fidelidad o infidelidad, gratitud o ingratitud, conformidad o rebeldía, satisfacción o angustia?

Hagamos un esfuerzo para colocarnos a nosotros mismos en el lugar de la ‘comunidad de israelitas’ y revisemos nuestras conductas. También nosotros podemos ser fieles-infieles, agradecidos-desagradecidos, pacientes-rebeldes, según nos vayan las circunstancias. ¿No podríamos mejorar nuestra conducta?

Una parábola que nos invita al cambio.
Todo lo anterior se aplica en nuestra vida real de cada día. No hablemos de rocío, maná y codornices. Hablemos de nuestra convivencia, trabajo, justicia, amor, generosidad, egoísmo...

¿Somos tal vez menos pacientes, generosos, serviciales, solidarios, limpios de corazón, adoradores del Único Dios, que lo fueron los israelitas en el desierto? ¿Cuáles son los frutos de nuestro campo y cosecha? ¿Es fecundo nuestro corazón y da el ciento por uno en el amor, generosidad, fidelidad...?


3-7. Miércoles 23 de julio de 2003
Brígida

Ex 16, 1-5.9-15: El maná y las codornices
Salmo responsorial: 77, 18-19.23-28
Mt 13, 1-9:Parábola del sembrador

Para cosechar algo es necesario sembrar mucho.

Encontramos a Jesús sentado a la orilla del mar, quizás contemplando su inmensidad. Cuando se dan cuenta de que él está allí, acuden en masa y tiene que subirse a una barca para hablar. Este escenario es como el símbolo de lo que Jesús va a hacer: va a descubrir su interior, va a hablar desde el fondo, desde la vivencia que tiene del Padre; por ello, el lenguaje más apropiado es de las parábolas.

Hoy el texto trae la parábola del sembrador. No podemos olvidar que está de fondo la comunidad de Mateo. El escritor refleja aquí las actitudes de los miembros de su grupo. Encuentra grandes diferencias en cuanto a la respuestas y al compromiso. En la comunidad de Mateo hay muchos judaizantes, que, por estar atentos a las tradiciones de sus antepasados, hacen resistencia a la novedad del evangelio. Pero la parábola refleja también el fracaso: sólo una mínima parte de la semilla produjo fruto, y de esa mínima parte, la producción fue según la calidad.

Jesús es consciente de que para poder cosechar algo, es necesario sembrar mucho. El misterio del Reino se acomoda al misterio del ser humano. Aunque nos unamos en las causas, la pertenencia y el compromiso con el grupo va estar mediatizado por las motivaciones y los intereses individuales y colectivos. Cada uno da su propia respuesta y produce calidad en su vida interior de acuerdo con su propio ritmo. A veces queremos obligar a los demás a caminar y a producir según nuestro propio ritmo; eso es violentar la acción del Espíritu. La experiencia de la predicación del Reino y la respuesta humana enseñaron a Jesús que el Reino no se puede construir sin tener en cuenta la libertad y el fracaso. A veces es más el esfuerzo, el empeño, la fatiga… para obtener al final una respuesta cuantitativamente insignificante pero cualitativamente significativa.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


3-8. DOMINICOS 2004

Pongo mis palabras en tu boca

Los cristianos somos un pueblo de profetas, reyes y sacerdotes.
En nuestros labios debe de estar siempre la ‘palabra de Dios’.
Todas nuestras acciones se fraguan en el horno del Espíritu.

Desde la humildad de nuestra pobre condición humana, hoy hemos de sentir la cercanía de un profeta como Jeremías, llamado por Dios desde el vientre de su madre.

Jeremías es una persona colmada de ternura, rica en sensibilidad, huidiza de los hombres que trajinaban la maldad contra los otros, herida de Dios en lo más hondo de su ser.

Vivió en el siglo VI antes de Cristo, y profetizó para el pueblo elegido. Actuó mil veces, por ser fiel a Dios, contra su natural psicología de benignidad, y lanzó oráculos amenazantes contra los infieles a la Ley del Señor. En sus labios, la palabra de Dios era siempre palabra de amor, pero con frecuencia estaba acompañada de dolor y lágrimas, porque la verdad no podía ser traicionada, aunque hiciera sangrar al corazón humano.


La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Comienzo del profeta Jeremías 1, 1.4-10:
“Yo, Jeremías..., recibí esta palabra del Señor: Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré. Te nombré profeta de los gentiles.

Yo repuse: ¡Ay, Señor mío! Mira que no sé hablar, que soy un muchacho.

El Señor me contestó:... A donde yo te envíe irás, y lo que yo te mande lo dirás. No les tengas miedo (a los hombres), que yo estoy contigo para librarte...”

Evangelio según san Mateo 13, 1-9:
“Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Acudió tanta gente que tuvo que subirse a una barca. Se sentó, y la gente se quedó de pie a la orilla.

Les habló mucho rato en parábolas: Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco del grano cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra..., y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas..., y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: el ciento.., el sesenta...,el treinta. El que tenga oídos, que oiga”.


Reflexión para este día
Tierra buena, como la de Jeremías
En la primera lectura se insinuó deliciosamente que el amor divino nos cuida desde el seno materno y nos quiere para sí. No es poca suerte conocer ese rostro de Dios. Y en la segunda, el mismo Jesús nos enseña qué debemos hacer para complacer con nuestras obras a ese Dios Padre y Creador providente.

Notros, en la vida, gozando de libertad, tiempo, energía, y posibilidades, somos como un campo sobre el que cae la semilla lanzada por el sembrador. ¿Qué ilusiona al sembrador? Recibir cosecha abundante de los granos que esparce al aire. ¿Qué espera? Espera que la tierra, el agua, el sol, los abonos, la climatología, todos se confabulen para un éxito final. ¿Qué teme? Las inclemencias: que un trozo del solar sea pisoteado por los viandantes (por su aridez y pasiones); que un rincón se llene de zarzas que todo lo ahoguen cruelmente (con sus ambiciones); que la escasa humedad y superficialidad arenisca no soportarán pruebas de intemperie... ¿Qué pensará hacer? Visitará los campos, arrancará zarzas, regará las plantas... y abonará con mimo la mejor parcela para que sea inmensamente fecunda. Esa parcela es su amor, el que no le va a traicionar.


3-9. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

En la Palabra de hoy nos encontramos con el relato vocacional de Jeremías. El profeta nos cuenta de una manera sencilla, pero con detalle, su vocación: el Señor le habló, le indicó su misión, escuchó sus miedos y puso en él su confianza dándole autoridad. ¡Qué importante es ser conscientes de esta experiencia del “primer encuentro”, del ser llamados!

A menudo nos decimos unos a otros que los cristianos estamos viviendo tiempos difíciles, que nos encontramos muy a la intemperie en esta sociedad, que ser verdadero seguidor de Jesús es difícil,... Y es muy cierto. Pero, ¿acaso alguna vez la auténtica vida cristiana ha sido fácil? Me temo que no. Las personas que hoy admiramos como auténticas cristianas también han vivido la cruz, la duda, el sentirse incomprendidas y solas. ¿Qué les ha mantenido? La fidelidad a ese “primer encuentro”, el revivir cada día esa primera llamada, el alimentarla, el hacerla crecer. Por eso, releer a la luz de la Palabra nuestra historia vocacional puede ayudarnos a reforzar los pilares de esa primera llamada y poder decir cada día con el salmista En Ti confío, Señor, Tú eres mi fuerza.

En el Evangelio de hoy, Jesús nos presenta la parábola del sembrador. Esta primera parte de la parábola nos invita a dar gracias a Dios por haber puesto su semilla en cada uno de nosotros. El sembrador deja caer la semilla sabiendo que encontrará diferentes tipos de terreno. Sabe que en unos sitios crecerá con facilidad y que en otros tendrá que trabajar más para que la semilla dé fruto. Y sin embargo, realiza su labor con fe, con esperanza, con generosidad. No espera a encontrar el terreno perfecto, el que le produzca el máximo beneficio y con el mínimo costo. Tal vez, gracias a esa siembra generosa “a voleo” ha llegado la semilla a nosotros. Esto es motivo para dar gracias y, al mismo tiempo, invitación a ser sembradores generosos y confiados.

Vuestra hermana en la fe,
Miren Elejalde (Mirenelej@hotmail.com)


3-10.Miércoles, 21 de julio del 2004



Te había constituido profeta para las naciones



Lectura del libro de Jeremías

1, 1. 4-10



Palabras de Jeremías, hijo de Jilquías, uno de los sacerdotes de Anatot, en territorio de Benjamín.

La palabra del Señor llegó a mí en estos términos:

«Antes de formarte en el vientre materno, Yo te conocía; antes de que salieras del seno, Yo te había consagrado, te había constituido profeta para las naciones».

Yo respondí:

«¡Ah, Señor! Mira que no sé hablar,

porque soy demasiado joven».

El Señor me dijo:

«No digas: "Soy demasiado joven",

porque tú irás adonde Yo te envíe

y dirás todo lo que Yo te ordene.

No temas delante de ellos,

porque Yo estoy contigo para librarte

-oráculo del Señor-».

El Señor extendió su mano,

tocó mi boca y me dijo:

«Yo pongo mis palabras en tu boca.

Yo te establezco en este día

sobre las naciones y sobre los reinos,

para arrancar y derribar,

para perder y demoler,

para edificar y plantar».



Palabra de Dios.



SALMO RESPONSORIAL 70, 1-4a. 5-6b. 15ab. 17



R. ¡Mi boca anunciará tu salvación, Señor!



Yo me refugio en ti, Señor,

¡que nunca tenga que avergonzarme!

Por tu justicia, líbrame y rescátame,

inclina tu oído hacia mí, y sálvame. R.



Sé para mí una roca protectora,

Tú que decidiste venir siempre en mi ayuda,

porque Tú eres mi Roca y mi fortaleza.

¡Líbrame, Dios mío, de las manos del impío! R.



Porque Tú, Señor, eres mi esperanza

y mi seguridad desde mi juventud.

En ti me apoyé desde las entrañas de mi madre;

desde el seno materno fuiste mi protector. R.



Mi boca anunciará incesantemente

tus actos de justicia y salvación.

Dios mío, Tú me enseñaste desde mi juventud,

y hasta hoy he narrado tus maravillas. R.





EVANGELIO

Dieron fruto centuplicado



a Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Mateo

13, 1-9



Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a Él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa. Entonces Él les habló extensamente por medio de parábolas.

Les decía: «El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y éstas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta.

¡EI que tenga oídos, que oiga!»



Palabra del Señor.



Reflexión:



Jer. 1, 1. 4-10. Todos fuimos llamados a la vida porque, aún antes de nacer, Dios nos amó, y nos destinó a ser testigos suyos. El anuncio del Evangelio no se realiza sólo desde la ciencia humana. Antes que nada y por encima de todo está Dios, que es quien pone sus palabras en nuestro corazón y en nuestra boca, para que con su Poder destruyamos el mal y edifiquemos el bien. Efectivamente el auténtico profeta viene de la unión con Dios; desde esa experiencia habla como testigo de lo que ha experimentado del mismo Dios. El profeta de Dios no se pasa la vida anunciando calamidades, sino anunciando una vida que día a día se ha de renovar en Cristo Jesús. Por eso no sólo hay que arrancar y derribar, destruir y deshacer, sino también edificar y plantar. Esto no puede llevarnos a pensar que el trabajo realizado por los enviados anteriormente a nosotros haya sido inútil, y que todo empezará desde nuestra llegada. Ni siquiera las culturas, tal vez alejadas de Dios, deben ser despreciadas ni destruidas para edificar en ellas la fe, sino que sólo las hemos de purificar de todo aquello que les impide un encuentro auténtico con el Señor y un compromiso en la edificación del Reino de Dios entre nosotros. Esta es la vocación a la que ha sido llamada la Iglesia, que se va encarnando en los diversos pueblos y culturas para conducir a todos a la plena unión con Cristo Jesús.

Sal. 70. Puestos en manos de Dios lancémonos confiados y valientes a anunciar su Evangelio a todas las naciones, pues Dios velará siempre por nosotros. Teniendo a Dios de nuestra parte no vacilemos, pues el Señor siempre estará dispuesto a ponernos a salvo. Incluso cuando muramos por Él y por su Evangelio, Él, finalmente, nos librará de la muerte y nos llevará sanos y salvos a su Reino celestial. No confiemos en el Señor pensando equivocadamente que Él velará por nosotros cuando le demos culto y después nos dediquemos a nuestras fechorías. Dios nos quiere comprometidos en la realización del bien a favor de todos. Esto tal vez nos reporte momentos de desprecio, de angustia, de persecución y de muerte. Aceptando con amor las consecuencias de nuestro testimonio del Evangelio, no nos cansemos de proclamar siempre la justicia que procede de Dios y que Él ofrece a la humanidad entera; no nos cansemos de llevar la misericordia a todos para que encuentren en el Señor el perdón y la salvación. Sólo así podremos, finalmente, alabar al Señor eternamente, pues ya desde ahora nuestra vida se habrá convertido en una continua alabanza de su santo Nombre.

Mt. 13, 1-9. El Señor nos dice por medio del profeta Isaías: Como la lluvia y la nieven caen del cielo, y sólo regresan allí después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al que siembra y pan al que come, así será la Palabra que sale de mi boca: no regresará a mí vacía, sino que cumplirá mi voluntad y llevará a cabo mi encargo. Por la Palabra fueron creadas todas las cosas. Llegada la plenitud de los Tiempos, Dios nos envió a su Hijo (la Palabra), nacido de Mujer, para rescatarnos del pecado y de la muerte. Él no sólo anunció el Evangelio; Él es el Evangelio viviente del Padre, pues por Él no sólo hemos conocido, sino experimentado el amor de Dios. Pero esa Palabra no sólo debe ser escuchada con los oídos, sino con el corazón, pues está requiriendo de nosotros que la encarnemos y nos convirtamos en el Evangelio viviente del Padre a través de la historia. Ojalá y seamos ese buen terreno que está dispuesto a escuchar y a acoger la Palabra de Dios y a ponerla en práctica.

El Señor nos reúne en esta Eucaristía para pronunciar su Palabra Salvadora sobre nosotros. Él nos hace experimentar el amor que nos tiene hasta el extremo. Nosotros somos testigos de ese amor. Por eso el Señor nos quiere plenamente unidos a Él, de tal forma que, en su Nombre, vayamos y proclamemos las maravillas de su amor y de su misericordia a todos los pueblos. Renovemos nuestra confianza en el Señor; sepamos poner totalmente nuestra vida en sus manos para que Él realice su obra salvadora en nosotros y nos lleve a la misma perfección que le corresponde a Hijo unigénito de Dios. Nuestra Eucaristía se ha de convertir en un compromiso de amor fiel a Dios y a su Palabra, que nos haga ser la buena semilla que se siembre en el corazón de la humanidad entera para que todos lleguen a producir abundantes frutos de salvación. Quien ha perdido su relación con Cristo en lugar de hacer surgir hijos de Dios lo único que hará será convertirse en ocasión de maldad, de muerte y de esterilidad por su falta de buenas obras en favor de los demás. Vivamos, pues, nuestra unión fiel y amorosa a Dios.

Dios ha Creado a su Iglesia con gran amor, pues la ha hecho Esposa de su propio Hijo, Cristo Jesús. En Él tenemos la misión de sembrar la vida, el amor, la verdad, la santidad, la justicia, la paz, la alegría y la misericordia en la humanidad entera. Nuestra simiente no es de maldad, sino de bondad, pues procede de Dios mismo. Por eso aprendamos a ser los primeros en dejar que esa Semilla buena, que es la Palabra de Dios, produzca frutos abundantes en nosotros. Pero no nos quedemos egoístamente disfrutando de la fecundidad de la Palabra de Dios en nosotros. Vayamos, con el poder de Dios, a sembrarla en la humanidad entera. No importa que a veces parezcamos apenas unos muchachos temerosos, pues no vamos con nuestro poder, sino con la fuerza que nos viene del Espíritu Santo, que Dios ha infundido en nosotros. Y ese Espíritu no es de cobardía, sino de valentía sabiendo que la obra de salvación es la obra de Dios, y nosotros sólo somos colaboradores de la gracia. Ojalá y no defraudemos el amor y la confianza que Dios ha depositado en nosotros.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vivir como fieles testigos suyos, colaborando constantemente en la construcción del Reino de Dios entre nosotros fortalecidos por el Espíritu Santo, que Dios mismo nos ha concedido. Amén.

Homiliacatolica.com


3-11.

Comentario: P. Julio César Ramos SDB (Salta, Argentina)

«Una vez salió un sembrador a sembrar»

Hoy, Jesús —en la pluma de Mateo— comienza a introducirnos en los misterios del Reino, a través de esta forma tan característica de presentarnos su dinámica por medio de parábolas.

La semilla es la palabra proclamada, y el sembrador es Él mismo. Éste no busca sembrar en el mejor de los terrenos para asegurarse la mejor de las cosechas. Él ha venido para que todos «tengan vida y la tenga en abundancia» (Jn 10,10). Por eso, no escatima en desparramar puñados generosos de semillas, sea «a lo largo del camino» (Mt 13,4), como en «el pedregal» (v. 5), o «entre abrojos» (v. 7), y finalmente «en tierra buena» (v. 8).

Así, las semillas arrojadas por generosos puños producen el porcentaje de rendimiento que las posibilidades “toponímicas” les permiten. El Concilio Vaticano II nos dice: «La Palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo: los que escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino; después la semilla, por sí misma, germina y crece hasta el tiempo de la siega» (Lumen gentium, n. 5).

«Los que escuchan con fe», nos dice el Concilio. Tú estás habituado a escucharla, tal vez a leerla, y quizá a meditarla. Según la profundidad de tu audición en la fe, será la posibilidad de rendimiento en los frutos. Aunque éstos vienen, en cierta forma, garantizados por la potencia vital de la Palabra-semilla, no es menor la responsabilidad que te cabe en la atenta audición de la misma. Por eso, «el que tenga oídos, que oiga» (Mt 13,9).

Pide hoy al Señor el ansia del profeta: «Cuando se presentaban tus palabras, yo las devoraba, tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón, porque yo soy llamado con tu Nombre, Señor, Dios de los ejércitos» (Jr 15,16).


3-12. 2004. Comentarios Servicio Bíblico Latinoamericano

Aplicamos muchas veces la parábola del sembrador a la evangelización, a la misión apostólica: debemos sembrar la semilla de la Palabra, para que dé fruto. Recordemos que Jseús nunca aplica esta imagen de sembrar a la misión de sus discípulos. Nunca habla de enviarlos a sembrar... sino a cosechar. Es imporante caer en la cuenta. Para Jesús, es Otro quien ha sembrado antes de llegar nosotros siquiera a ver el campo... Nosotros llegamos a la hora de la cosecha, y resulta que la mies está a punto...

La parábola del sembrador no se refiere a la misión del evangelizador, sino a la respuesta de los evangelizados, o a nuestra propia respuesta. La respuesta es desigual. Las hay para todos los gustos. La semilla -el mismo tipo de semilla- da rendimientos muy diferente: la calidad de la tierra, la escasez o abundancia de agua, las eventuales espinas de las zarzas... producen la variación. La pregunta es: ¿cuál es nuestro rendimiento? ¿Cómo está la calidad de mi suelo? ¿Cuánto rendimiento doy con vida?


3-13.

El Evangelio de hoy
Mt 13, 1-9

Un día salió Jesús de la casa donde se hospedaba y se sentía la orilla del mar. Se reunió en torno suyo tanta gente, que él se vio obligado a subir a una barca, donde se sentó, mientras la gente permanecía en la orilla. Entonces Jesús les habló de muchas cosas en parábolas y les dijo: "Una vez salió un sembrador a sembrar, y al ir arrojando la semilla, unos granos cayeron a lo largo del camino; vinieron los pájaros y se los comieron. Otros granos cayeron en terreno pedregoso, que tenía poca tierra; ahí germinaron pronto, porque la tierra no era gruesa; pero cuando subió el sol, los brotes se marchitaron, y como no tenían raíces, se secaron. Otros cayeron entre espinos, y cuando los espinos crecieron, sofocaron las plantitas. Otros granos cayeron en tierra buena y dieron fruto: unos, ciento por uno; otros sesenta; y otros, treinta. El que tenga oídos que oiga".


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Reflexión

Dado que en unos días más Jesús mismo nos explicara el significado de esta parábola ya tan conocida por nosotros, quisiera que centráramos nuestra reflexión de hoy en el hecho de que Jesús se sentó para enseñarle a la gente. Una de las cosas que está perdiendo nuestra generación es la capacidad de estar a solas con Jesús, la capacidad de sentarse con Jesús a la orilla del lago y escuchar su enseñanza sin prisa. Nuestro mundo agitado nos mete en un torbellino de actividades en donde, si acaso dedicamos algo de nuestra jornada a la oración y la escucha del Señor en su palabra, la mayoría de las veces es a la carrera. Me gusta imaginarme esta escena en donde la gente sin prisa se sentó a la orilla del mar a escuchar con atención las palabras de vida que el Maestro les anunciaba. Quizás no puedas hacerlo todos los días, pero al menos de vez en cuando date tiempo para estar a solas con Jesús. Toma tu Biblia y sal a dar un paseo; busca un lugar tranquilo, y ahí en el silencio de tu corazón y sin prisas escucha la voz del maestro, escucha su palabra. Te aseguro que regresarás a tu casa lleno de vida y del amor de Dios.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-14.

El sembrador

Fuente: Catholic.net
Autor: P.Clemente González

Reflexión:

Hay hombres que han sobresalido por sus grandes discursos. Sin duda, hombres formados y con excelentes capacidades para la oratoria. Sin embargo, el mensaje más importante, el que trajo Jesucristo de parte de Dios, su Padre, no se construyó utilizando un vocabulario y unas estructuras gramaticales prodigiosas, sino con palabras sencillas: tierra, semillas, pájaros, sol...

Jesús utilizó las parábolas para explicar los grandes contenidos de su predicación. De esta manera no excluía a nadie, porque todos podían entenderle. ¿Todos? Bueno, sólo aquellos que tuvieran oídos para escucharle.

¿Quiénes pueden escuchar y entender a Cristo? Principalmente los que no tienen prejuicios, los que tienen un corazón sencillo, los que permiten que el Espíritu Santo les hable en lo más profundo del alma.

Por unos instantes, vamos a situarnos en la escena de este evangelio. Jesús se sentó junto al lago y acudió mucha gente.

¿Guardamos cada día unos momentos para acudir a ese “lago” para escuchar a Jesús? ¿Con qué frecuencia tomamos entre las manos las páginas del Nuevo Testamento? Es allí, en esa intimidad, en la que Jesús nos habla y nos desvela sus secretos. Es en la oración donde hace que las sencillas palabras impacten en nuestro corazón y nos transformen.


3-15.

Lo importante en la vida no es cuanto se da, sino simplemente dar. Jesús así lo pone de manifiesto cuando dice que una parte de la semilla cayó en tierra buena y dieron fruto, unas el cien por ciento, otras setenta y otras treinta. Jesús no entra en si la mejor cosecha fue la que dio más, sólo resalta el hecho de que toda semilla que cayó en tierra fértil dio frutos. Nosotros nos ofuscamos muchas veces en la cantidad de lo que damos. Queremos dar el cien por cien en lo que hacemos, sobre todo en las cosas que dedicamos enteramente en la labor de extensión del reino; y, ponemos la excusa de que si no podemos dar ese cien por cien no daremos nada. Al final, ese es el resultado, nos quedamos sin dar absolutamente nada y hacemos más lento el proceso de dar a conocer el reino de Dios a todas aquellas personas que lo necesitan.

Señor Jesús, te pido que mi deseo de querer dar el cien por cien no sea un obstáculo para la extensión del reino y que pueda dar lo que realmente puedo sin miramientos.

Dios nos bendice,

Miosotis


3-16. Fray Nelson Miércoles 20 de Julio de 2005
Temas de las lecturas: Haré que llueva pan del cielo * Algunos granos dieron el ciento por uno.

1. Una historia de protestas
1.1 Los israelitas no recorrieron el desierto como un camino de liberación sino como un camino de murmuración. Esto es importante tenerlo en cuenta porque nos hace entender que los problemas no se concentraban en una persona --el faraón--, ni en un lugar --Egipto--, ni en un sistema de gobierno --una cierta monarquía--.

1.2 El triste resumen es muy distinto: adonde van los humanos va la humanidad; adonde van los humanos, por consiguiente, van sus congojas, sus orgullos, sus codicias, su capacidad de mentir, el hedor de sus traiciones, el doloroso espectáculo de su ingratitud.

1.3 También es verdad lo contrapuesto: donde van los humanos va la esperanza, van la posibilidad del heroísmo y de la grandeza, de la santidad y de una generosidad capaz de conmover a sus mismos autores.

2. ¿Pan o Libertad?
2.1 La ocasión para esta murmuración de los hebreos es el alimento: en Egipto "nos sentábamos junto a las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos". No dicen, sin embargo: "éramos esclavos", porque esa esclavitud que es nuestra continua necesidad de alimentarnos nos puede hacer olvidar que tenemos otras esclavitudes. Pan o libertad: a veces no es fácil escoger. No seamos demasiado duros con aquellos israelitas.

2.2 De otro lado, notemos que cuando las cosas salían bien la gente cantaba sobre todo a Yahvé; cuando les salían mal, criticaban a los enviados de Yahvé. Esa es otra enseñanza: es fácil atribuir los bienes a Dios, que está "tan lejos" mientras fustigamos a sus enviados que están "tan cerca". Así resulta sencillo entrar en el estilo de la secta protestante que suele tomar como estilo de presentación ser una "fe sin iglesia". Es un engaño, pero como tantos otros engaños sirve para pescar incautos.

3. La Parábola más conocida del Evangelio
3.1 Hoy el evangelio nos ofrece la parábola quizá más conocida de todas: "salió un sembrador a sembrar...". Y hay algo interesante con esta parábola: se puede aplicar a sí misma, porque ella misma es una palabra, una semilla que ha llegado al campo de nuestra vida.

3.2 En efecto, solemos prestar atención a la semilla que quedo sembrada de manera "superficial" o a la que quedó "entre zarzas", porque la superficialidad y el atafago son realidades de las que podemos hacernos fácilmente conscientes. Yo quisiera que hoy destacáramos la triste suerte de las primeras semillas, las que cayeron al borde del camino, es decir: las que ni siquiera fueron siembra.

3.3 Creo que no pensamos suficientemente en todas las semillas que dejamos perder, en todas las palabras que ni siquiera oímos, en todos los sueños que abortamos, en todas las posibilidades que no alcanzamos a saludar.

3.4 Y nos falta pensar también, pienso, en todas aquellas ocasiones en que NO recibimos la Palabra de Dios solamente porque creemos que YA la hemos recibido... como de hecho suele suceder cuando el evangelio del día empieza diciendo: "Una vez salió un sembrador a sembrar..."