LUNES DE LA SEMANA 12ª DEL TIEMPO ORDINARIO
1.- Gn 12, 01-09
1-1.
Ver Gn 12, 1-4: CUARESMA 02A
1-2.
Durante tres semanas leeremos la historia de Abraham y de los primeros patriarcas. Es ciertamente una historia «novelada» cuyas bases históricas están sólidamente ancladas en la antigua civilización del Oriente Medio. Pero los narradores definitivos interpretaron los datos que tenían para «poner de relieve» el valor de algunos aspectos de la Fe. A través de esos relatos HOY también nos habla Dios, y es nuestra Fe, la nuestra, la que debe estar a la escucha. La vida de Abraham, primer creyente, y en particular su disponibilidad a la llamada de Dios, será quizá «nuestra historia», la nuestra, si queremos...
-Abraham vivía entonces en Caldea.
Es el medio más cultivado de la historia del mundo, en el que funcionan los más antiguos tribunales y Parlamentos conocidos de los historiadores, donde se elaboran las primeras legislaciones sociales, donde la agricultura llega al más alto grado de tecnicismo jamás logrado hasta entonces.
Un día el Señor le dijo: Vete de tu tierra y de tu patria y de la casa de tu padre...
Dios habla. Esta palabra no fue sin duda una palabra «exterior», debió ser probablemente «en su corazón» que Abraham oyó a Dios. Señor, ¿qué me dices HOY a mí? Alguna vez me quejo de no oír tu voz. Pero ¿sé escucharte? ¿Estoy dispuesto a hacer lo que Tú quieras pedirme? Por ejemplo me quedo un rato en silencio para revisar mi jornada de HOY: las personas, los trabajos, las responsabilidades que hay en mi vida... ¿Qué me dices, sobre ello, Señor?...
¡Ah, Señor! Cuando te pregunto concretamente sobre mi vida, tus palabras afluyen a mi conciencia.
-Partió Abraham como se lo había dicho el Señor.
El creyente es el que «responde» a Dios. Abraham abandona valientemente la brillante civilización para partir hacia lo desconocido del nomadismo. Deja una «casa» probablemente confortable de una ciudad civilizada para vivir, en adelante, «bajo la tienda», en los desiertos.
¿Cuál es mi respuesta a las invitaciones de Dios? No «la» de Abraham... sino «aquella que he oído yo» en el instante en que estaba exponiendo mi vida ante Dios. ¿Qué invitación me ha hecho Dios? Porque Dios no fuerza nunca.
Respeta nuestra libertad: «está a la puerta y llama». Podemos abrirle o rechazar su llamada. Ante mi jornada de hoy soy libre. Esto no quiere decir que puedo hacer «lo que me pase por la cabeza». No; pues hay cosas que Tú esperas de mí, Señor. Me las confías si yo sé escucharte.
Me dirás también otras durante el día. Pero se trata siempre de invitaciones.
-De campamento en campamento, Abraham llegó al Negueb, desierto al sur de Palestina.
Una marcha incesante, un itinerario, un camino... en búsqueda de Dios.
Nuestra vida humana ¿es también un ir adelantando en la búsqueda de Dios?
Este es un buen resumen de la vida de «fe», la vida de todo creyente:
- una llamada de Dios: Dios invita, tiene la iniciativa, desearía que...
- una respuesta del hombre: el hombre dice «sí» o «no» a Dios. Y Jesús decía «hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo...».
NOEL
QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 140 s.
2-1.
Los textos que leeremos esta semana representan un trozo de historia muy conocido, no sólo por la Biblia sino también por las crónicas victoriosas de los reyes de Asiria, de Babilonia y de Persia.
753 Fundación de Roma.
721 Toma de Samaria por Sargón II, rey de Asiria.
701 Primer sitio de Jerusalén por Senaquerib, rey de Asiria.
612 Los ejércitos babilónicos toman Nínive: el poder caldeo ocupa el lugar del poder asirio, en oriente medio.
600 Fundación de Marsella por los griegos.
597 Primera deportación masiva de judíos a Babilonia.
586 Toma de Jerusalén por Nabucodonosor, rey de Babilonia; destrucción total y sistemática de la ciudad y del Templo... y deportación de toda la población.
538 Los ejércitos persas, dirigidos por Ciro se apoderan de Babilonia, y el Edicto de Ciro permite a los «prisioneros y deportados» regresar a su país.
-El rey de Asiria invadió todo el país y puso sitio a Samaria durante tres años. El año noveno de Oseas, rey de Israel, el rey de Asiria tomó Samaria y deportó a los israelitas a Asiria.
¡Señor, cuántos sufrimientos evocan estas palabras! Basta evocar los bajorrelieves que se encuentran en todos los museos del mundo para imaginar el terror que por todas partes siembran los guerreros sanguinarios de Asiria: violar, degollar, empalar, quemar, deportar, hacen sus delicias y ¡les aportan una buena distracción entre dos cacerías de león! Las víctimas son los pequeños y humildes.
Los tiempos han cambiado mucho. Y los métodos han mejorado. Pero HOY ¿han cambiado mucho las cosas? Las «grandes potencias» se reparten las bombas atómicas, fabrican ingenios perfeccionados para matar, ¡ellos los usan y los venden a los demás! El problema de la guerra... El problema de la paz...
¿Qué plegaria me sugiere todo ello? ¿Qué acción es posible?
-Esto sucedió porque los israelitas habían pecado contra su Dios... Habían adorado a otros dioses...
El redactor del «Libro de los Reyes» se interroga sobre las causas del desastre que alcanzó el reino de Samaria.
Para él es muy simple: el desastre político y militar es la consecuencia del cisma que ha llevado el Norte a separarse del Sur y que ha sido el origen de los errores y de las idolatrías.
Esta interpretación de la historia es muy elemental. Las cosas no son tan sencillas. Y, a propósito del ciego de nacimiento, Jesús dirá claramente que la desgracia no es forzosamente un castigo (Juan 9, 3) como suele pensarse, demasiado a la ligera. Y Jesús repetirá esa misma idea a propósito de la «torre de Siloé» que al derrumbarse aplastó a dieciocho personas (Lucas 13, 4). Sin embargo, en este último pasaje hay una cierta amenaza: «si no hacéis penitencia, pereceréis de modo semejante».
Efectivamente, es necesario, interpretar la historia, pero con prudencia y discreción. Y sobre todo no aprovecharla para acusar a los demás... sino para una «reconsideración personal» para convertirse y hacer penitencia.
NOEL
QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 140 s.
2-2. /2R/17/01-18
La historia del reino de Israel llega a un final sin retorno con la destrucción de Samaría y la deportación de sus habitantes. El escritor sagrado se detiene a reflexionar largamente sobre este hecho, por la importancia que tiene en la historia de la alianza de Dios con su pueblo.
Dios, que había liberado a Israel de Egipto, ordenaba a su pueblo que no adorara otros dioses y que no se comportara como los otros pueblos que él había desposeído. Era una alianza sancionada con promesas de felicidad y con amenazas de desgracia. Pero, a pesar de tantas infidelidades de su pueblo, el amor y la paciencia de Yahvé habían ido difiriendo el cumplimiento de las amenazas y enviaba repetidamente a los profetas a que exhortaran al pueblo a convertirse y a mantenerse fiel al Señor. ¿Por qué al final acaba Dios con su inmensa paciencia? La reflexión del narrador profético ofrece el motivo: caminando tras la nada, los israelitas acabaron por llegar a ser nada a imitación de los pueblos que lo rodeaban. La alianza, que como decía el Deuteronomio, contenía unas leyes tan justas y sabias que todos los pueblos las tenían que admirar (Dt 4 6-8) debía transformar al pueblo, de manera que su comportamiento reflejara la bondad que Dios tenía hacia el pueblo en su totalidad, hacia los huérfanos, las viudas, los pobres, los forasteros. Cuando Dios le dio a Israel el país de los cananeos, su propósito no era hacerle un obsequio caprichoso, como quien regala un juguete a un niño mimado, sino darle lo que necesitaba para que pudiera crecer como un pueblo fiel a su Dios, imitador de la bondad de ese Dios a los ojos de todos los pueblos.
La idolatría, en cambio, además de convertirlo en adorador de la nada, abría el camino a todo tipo de egoísmos y opresiones, que hacían del pueblo una verdadera nada a los ojos de Dios y de los hombres. La resolución de Dios de poner fin a aquella farsa es la que Isaías anunció en el canto de la viña que, en lugar de dar buena uva, daba agraces (Is 5,1-7), o la que Jesús anunciaría más tarde con la parábola de la higuera que no daba fruto (Lc 13,6-7) ¿Por qué tenía que hacer inútil la tierra? Es un aviso que vale igualmente para el pueblo de Dios que somos nosotros.
G.
CAMPS
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las
Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 760 s.
3.- Mt 07, 01-05
3-1.
Ver Paralelo DOMINGO 08CDOMINGO 08C
3-2.
Existe el peligro, cuando te pones a juzgar a uno, de usar dos medidas: una para ti y otra para los demás: ves la paja del que tienes delante y no ves la viga que está en tu ojo (7,1-5). Se puede ser para con los otros más rígidos, más puntillosos, más impacientes que Dios mismo. Algunos fariseos lo eran. Pero lo eran también las primitivas comunidades cristianas, cuando Pablo se creyó en la obligación de escribir: "Nada juzguéis antes de tiempo, hasta que venga el Señor, que iluminará los escondrijos de las tinieblas y declarará los propósitos de los corazones" (1 Co 4,5). Por el mismo motivo, Mateo relatará más adelante la parábola de la cizaña, que crece en medio del grano, clara invitación a la tolerancia. El juicio pertenece a Dios, no a nosotros.
De cualquier modo, la rigidez y la hipocresía en el juzgar (después de todo, la crítica y el discernimiento son una obligación) son defectos que se pueden evitar si se tiene cuidado de comenzar la crítica por uno mismo. La lealtad de comenzar la crítica por uno mismo no es sólo algo coherente; es mucho más. Es la condición indispensable para ver con claridad y para valorar con equidad las cosas que nos rodean. Las palabras de Jesús lo dicen abiertamente: "Quita primero la viga de tu ojo y entonces verás claro para quitar la paja del ojo de tu hermano". Mirar a la casa propia es lo primero que se ha de hacer. En la conciencia de los propios límites y debilidades es donde se encuentra la medida justa (a saber, la tolerancia y la paciencia) para una crítica evangélica.
BRUNO
MAGGIONI
EL RELATO DE MATEO
EDIC. PAULINAS/MADRID 1982.Pág.
81
3-3.
-No juzguéis y no os juzgarán...
Los pasajes precedentes del Sermón de la Montaña que hemos meditado estas dos semanas, han dado a los discípulos de Jesús unos principios de conducta moral de una exigencia muy elevada. ¿Corren quizá el riesgo de considerarse personas aparte, perteneciente a un nivel superior de humanidad y desde el cual juzgan a los demás, en un nuevo reflejo farisaico? Pues bien, Jesús, a esos mismos, a los que acaba de pedirles tanta exigencia para sí mismos, ¡les pide de "no juzgar" a los demás! "¡No juzguéis!".
Jesús no pide que dejemos de apreciar las cosas y los hechos con objetividad. La "sosería", es insulsa. La "sal" da buen sabor. La "cólera" sigue siendo cólera y "todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal" (Mt 5, 22). La violencia, la escalada de la Ley del Talión han de romperse con dulzura y mansedumbre. Y también, según Jesús, hay que "juzgar adulterio el mirar a una mujer casada excitando su deseo por ella".
Todo esto subsiste: hay que tener y conservar un "juicio" justo. Sin embargo, Jesús dice: "¡no juzguéis!" No dice solamente:
"no juzguéis severamente..."
"no juzguéis injustamente..."
"no juzguéis calumniosamente..."
Dice de modo absoluto: "no juzguéis...". ¿Por qué?
-Porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis la usarán con vosotros.
1º La primera razón es que ¡todos nosotros tenemos necesidad del perdón y del juicio indulgente de Dios! Al hablar del perdón, Jesús ha comparado siempre nuestro propio comportamiento con el que Dios emplearía con nosotros. Si deseamos un juicio misericordioso de Dios sobre nosotros, hay que empezar por aplicar esta misma comprensión respecto a todos nuestros hermanos. Si soy severo con los demás ¿cómo puedo pedir a Dios que sea bueno conmigo?
-¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?
2º La segunda razón, para no juzgar, es que somos incapaces de "ver" verdaderamente en el corazón de los demás.
En nuestro propio corazón creemos ver claro, y encontramos toda clase de excusas para nosotros; pero somos incapaces de juzgar verdaderamente lo que ha llevado a tal persona a obrar de tal manera: su herencia, las influencias de su medio ambiente, de su educación... su carácter, el juego sutil de sus hormonas, sus intenciones profundas.
Nunca tenemos todos los datos de un problema cuando se trata de los demás. Sólo Dios conoce verdaderamente el corazón. El ideal, pues, ¿no sería tener un juicio justo y el más objetivo posible sobre las cosas y los actos humanos... y evitar todo juicio subjetivo sobre las personas?
-Hipócrita, sácate primero la viga de tu ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano.
Jesús nos conduce de nuevo a las exigencias con nosotros mismos. No predica un laxismo moral -no hay bien ni mal-: una viga es una viga.
Pero nos pide que procuremos ver más lo "positivo" que lo negativo. Señor, concédeme lucidez para que me dé cuenta de "mis" faltas. Señor, da a tu Iglesia, da a los cristianos, una gran exigencia consigo mismos y una gran bondad con los demás.
No permitas que pasemos el tiempo criticando a los demás, condenando y encontrándoles defectos. Líbranos de esta manía enfermiza y tan extendida: la crítica malévola.
NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 32 s.
3-4.
1. (Año I) Génesis 12,1-9
Los capítulos del 1 al 11 del Génesis, que leímos en las semanas 5ª y 6ª del Tiempo Ordinario, reflexionaban religiosamente sobre el origen del cosmos y del género humano.
Ahora, durante tres semanas, escuchamos la historia del pueblo predilecto de Dios, Israel, a partir de la vocación de Abrahán desde el capítulo 12 hasta el final del libro.
La historia de Abrahán, y la de los grandes patriarcas Isaac, Jacob y José, está aquí contada desde una clave claramente religiosa y, además, según varias tradiciones intermezcladas en el Génesis.
La lectura de otros libros históricos del AT nos ocupará nueve semanas (de la 12ª a la 20ª). En ellos, no sólo repasaremos la historia del pueblo de Israel, del que somos herederos, sino que nos veremos reflejados nosotros mismos en nuestra actuación, dejándonos juzgar por la voz de Dios.
a) Hoy escuchamos el relato de la vocación de Abrahán, allá en su tierra de Ur, en el país de Caldea, un pueblo de cultura bastante avanzada, con buenas técnicas de trabajo y una buena legislación social. Pero corrompido, como todos los demás, religiosa y moralmente.
Dios ha decidido formar un pueblo según su corazón, en medio de ese mundo pagano, para que conserve la religión monoteísta y atraiga la bendición sobre toda la humanidad. Para ello, Dios se fija en Abrahán, un hombre mayor ya, que parecería que tiene derecho a un descanso. Pero la orden es «sal de tu tierra». Tal vez esté relacionada esta salida con alguno de los fenómenos, que también existían entonces, de migraciones colectivas de pueblos buscando mejores condiciones de vida.
Abrahán responde con decisión, fiándose de lo que entiende como voz de Dios. Junto con su familia y sus posesiones, abandona Caldea y emprende el camino que Dios le indica, «sin saber a dónde iba» (Hb l 1,8). Está abierto al futuro. No se apaga al pasado. Tiene mérito su fe, porque Dios le promete dos cosas difíciles de creer: que le hará padre de un gran pueblo (a él que es ya mayor y su esposa, estéril) y le dará en posesión la tierra que le mostrará (abandona algo seguro por algo que en seguida se verá que es utópico).
No es de extrañar que Abrahán sea, tanto para los judíos como para los musulmanes y los cristianos, el prototipo del que creyó en Dios, en medio de dificultades sin cuento.
b) Abrahán se puede considerar como el representante de todas las personas a las que les ha tocado peregrinar, abandonando seguridades y lanzándose a aventuras en el servicio de Dios: misioneros, religiosos, cristianos comprometidos, voluntarios. Pero también, de los jóvenes que han dejado de ser niños y se enfrentan a la aventura de la vida. A todos nos toca alguna vez emprender nuevos caminos: «Sal de tu tierra».
En cada circunstancia nos toca dar a Dios nuestra respuesta. Aunque, a veces, sus llamadas no dejen de ser sorprendentes.
Una respuesta cultual, como hizo Abrahán levantando un altar a Dios e invocando su nombre: nosotros también lo hacemos con la oración, los sacramentos, la Eucaristía.
Y una respuesta vital, con la obediencia y un estilo de conducta según la voluntad de Dios. Como hizo María de Nazaret: «hágase en mí según tu palabra». Como hizo Jesús, que vino a cumplir la voluntad de su Padre. Aunque esta obediencia suponga éxodo, salida de nosotros mismos y de nuestras comodidades. Aunque implique dejar las cosas en las que estamos instalados y que nos resultan tan cómodas.
El salmo no va sólo por Abrahán. Va por todos nosotros, que nos sentimos llamados por Dios y ponemos nuestra confianza en él: «dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad... nosotros aguardamos al Señor, él es nuestro auxilio y escudo».
1. (Año II) 2 Reyes 17,5-8.13-15.18
a) Es trágico el final del reino del Norte, (Samaria), el que se separó del Sur después del reinado de Salomón. El año 721l antes de Cristo, después de tres años de asedio, el rey Salmanasar V conquista Samaria y deporta a sus habitantes a Asiria. El reino de Judá, el del Sur, va a quedar a salvo todavía durante más de un siglo.
El salmo nos da la clave para la interpretación religiosa de este triste final: «Oh Dios, nos rechazaste, estabas airado... hiciste sufrir un desastre a tu pueblo... tú nos has rechazado y no sales ya con nuestras tropas».
Aunque en la ruina de Israel seguramente intervinieron otros factores políticos, económicos y sociales, así como ineptitudes y ambiciones personales, el Libro de los Reyes la interpreta como castigo de Dios. Dios ha sido fiel a su Alianza, pero el reino de Samaria, cada vez más deteriorado en su vida social y religiosa, ha caminado hacia la ruina.
Abandonaron la religión verdadera, adoraron a dioses falsos, no hicieron ningún caso de los profetas que Dios les enviaba y procedieron según las costumbres de los paganos. Por eso ha venido el cataclismo: «el Señor se irritó contra Israel».
b) Aprendamos la lección. La infidelidad, el pecado, la flojedad en nuestra alianza con Dios, nos llevan a desastres más o menos calamitosos, a la ruina personal y a la comunitaria. La culpa no es de Dios, sino nuestra. No es que él sea rencoroso o vengativo.
Nosotros mismos elegimos, a veces, el camino más cómodo y ancho, pero que lleva a la ruina. Un camino torcido nunca lleva a la felicidad duradera.
Esto les pasa a los pueblos, cuando se dejan llevar por la corrupción y las ambiciones injustas. Y a las comunidades cristianas, cuando aflojan en la fidelidad a sus ideales. Y a las personas, cuando eligen el camino de lo superficial.
Se cumple de nuevo, y esta vez trágicamente, lo de los dos caminos del salmo. Si seguimos los caminos de Dios, tendremos vida; si preferimos los más cómodos de este mundo, nosotros mismos nos estamos condenando a la esterilidad y al fracaso. Y no se podrá decir que no hayamos tenido avisos. Los israelitas desoyeron a los profetas.
Nosotros tenemos a Cristo mismo y a la Iglesia que nos recuerda sus palabras: que el que edifica sobre arena se expone a derrumbes estrepitosos.
El salmo nos hace reconocer la culpa y pedir clemencia a Dios: «que tu mano salvadora, Señor, nos responda... restáuranos... auxílianos contra el enemigo, que la ayuda del hombre es inútil».
2. Mateo 7,1-5
a) Seguimos escuchando varias recomendaciones de Jesús, todavía en el sermón del monte. Esta vez, sobre el no juzgar al hermano.
Jesús no sólo quiere que no juzguemos mal, injustamente. Nos invita a no juzgar en absoluto. La comparación que pone es muy plástica: la brizna que logramos ver en el ojo de los demás y la enorme viga que no vemos en el nuestro. Claro que es exagerada, probablemente tomada de un refrán de la época: como era exagerada la diferencia entre los diez mil talentos que le fueron perdonados a un siervo y los pocos denarios que él no supo condonar.
El aviso es claro: «os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros». Si nuestra medida es de rigor exagerado, nos exponemos a que la empleen también contra nosotros. Si nuestra medida es de misericordia, también Dios nos tratará con misericordia. Es lo mismo que afirma aquella petición tan peligrosa del Padrenuestro: «perdónanos como nosotros perdonamos».
b) ¡Cuántas veces nos dedicamos a juzgar a nuestros semejantes! Juzgar significa meternos a fiscales y a jueces. Con frecuencia, lo hacemos sin tener en la mano todos los datos de su actuación y sin darles ocasión de defenderse, sin escuchar sus explicaciones.
Los defectos que tenemos nosotros no los vemos, pero sí la más pequeña mota en el ojo del vecino. Se nos podría acusar de ser hipócritas, como el fariseo que se gloriaba ante Dios de «no ser como los demás», sino justo y cumplidor.
Jesús nos enseña a ser tolerantes, a no estar siempre criticando a los demás, a saber cerrar un ojo ante los defectosde nuestros familiares y vecinos, porque también ellos seguramente nos perdonan a nosotros los que tenemos y no nos los están echando en cara cada día.
«Sal de tu tierra, hacia la tierra que te mostraré» (1ª lectura I)
«Volveos de vuestro mal camino» (1ª lectura II)
«No juzguéis y no os juzgarán» (evangelio)
«¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?» (evangelio)
J.
ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 62-66
3-5.
Primera lectura : 2º de Reyes 17, 5-8.13-15a.18 El Señor arrojó de su presencia a Israel y sólo quedó la tribu de Judá.
Salmo responsorial : 59, 3.4-5.12-13 Que tu mano salvadora, Señor, nos responda.
Evangelio : Mateo 7, 1-5 Sácate ese tronco de tu ojo.
En el llamado "Discurso Evangélico" aparece Jesús tomando una de las reglas básicas de convivencia practicadas por el pueblo. A pesar de lo elemental que parece esta norma es la que menos se cumple en la vida social. La aplicación que se le había venido dando estaba limitada sólo a la espiritualidad, o para hacer señalamientos a quienes eran considerados inmorales, mas su alcance no podía ser limitado para sacar partido a favor de intereses egoístas.
Jesús en este discurso está echando mano de su sabiduría humana y popular, de las reglas sabias que regulan la convivencia humana. No apoya estos dictámenes en razones superiores inspiradas en el Padre, tal como era su costumbre al hablar. Se trata de una serie de normas lógicas, muy humanas, que precisamente por lo sencillas que son, son de mucha altura, porque sin ellas no es posible establecer una convivencia humana. El querer de Dios lo muestra Jesús aquí apoyado sobre grandes logros éticos de la humanidad.
Nuestras comunidades no pueden olvidar que la vivencia del evangelio siempre se apoyará también sobre normas básicas de conducta humana. La novedad del evangelio consiste en que no va a hablar sobre temas que no sean conocidos a las personas; al contrario, aquellos logros de profunda humanidad son ratificados por el Dios encarnado; entonces el evangelio les da una calidad superior que lleva a la voluntad expresa del Padre.
Podemos notar como estas normas lógicas de convivencia, aplicables a una comunidad concreta, a pesar de que no parecen la gran revelación divina», significan en verdad que el evangelio tiene que empezar desde las convenciones culturales que subyacen en los diferentes grupos humanos, porque Dios es consecuente con las verdades de la sabiduría popular de todos los pueblos, pues todos buscan humanizarse.
SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO
3-6.
Gn 12, 1-9: Abraham obedeció al Señor
Sal 32, 12-13.18-20.22
Mt 7, 1-5: No juzguen a los demás
Este capítulo contiene una serie de advertencias de Jesús a sus discípulos. La primera de ellas es la de no juzgar, que no es simplemente tener una opinión, situación que difícilmente se puede evitar; la palabra significa juzgar duramente, actuar de juez, condenar. Jesús quiere impedir, por parte de sus discípulos, una actitud de orgullo, menosprecio y superioridad frente a los demás, que lleve a una postura farisea de condena y recriminación del pecado de los demás.
El ejemplo de la viga en el ojo propio es ilustrativo del no juzgar para no ser juzgados. Puede tratarse de un proverbio popular aplicado al evangelio. La aguda observancia de las faltas de los demás, combinada con la complacencia hacia el propio carácter, es el tema común de muchos proverbios en todas las culturas. Estos versículos no afirman, en modo alguno, que el principio de no juzgar signifique únicamente la invitación a ver la viga propia en el trato con los demás. Juzgar al prójimo significa hablar mal de él o juzgar mal; esto equivale a despreciar la ley del amor. Debemos ver, y a veces decir, lo que es condenable en una acción; pero no debemos juzgar la responsabilidad del otro ni sus intenciones, que sólo Dios conoce. De esta manera, el contenido del texto está puesto para resaltar que el que juzga pasa a ser juzgado, porque sólo a Dios corresponde juzgar a los hombres. El hombre, al hacerlo, se atribuye un poder que no es suyo.
En la práctica, esto puede plantear muchos problemas. ¿No nos llevaría a una tolerancia excesiva? ¿No podríamos corregir las fallas de los demás por no tener la suficiente autoridad moral para hacerlo?. El tema no se puede resolver sólo con estas palabras que nos transmite Mateo, porque Jesús plantea a lo largo de todo el evangelio, la corrección fraterna como algo posible y obligatoria al interior de la vida cristiana. Lo que sí queda claro es que Jesús no admitiría nunca que una persona corrija a otra considerándose perfecta; con orgullo y dureza.
SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO
3-7. DOMINICOS 2003
Del Éufrates al Jordán
Dios, que nos creó y nunca deja de querernos como a hijos, fue sembrando por
todas partes, para que las recogieran todos los pueblos y recibieran su luz,
semillas de verdad.
Son semillas que cayeron sobre la haz de la tierra:
Cayeron en los montes, y desde sus cumbres peladas nos invitan a los hombres a
cantar las alabanzas del Creador. Cayeron en tierras fecundas, y en ellas el
germinar de las mieses es para nosotros como un milagro de Dios bajo el nombre
de Naturaleza. Y cayeron, sobre todo, en el corazón de los hombres nobles; y
éstos, trabajando cada día, dirigiendo a los pastos sus rebaños, despertando en
la mañana a los niños que acostaron en la noche, y, dejándose sorprender por las
necesidades y los acontecimientos, se interrogan sin cesar y descubren que más
allá de los campos y montes y ríos y cosechas, hay un Dios creador y providente.
Hoy la liturgia nos presenta a uno de esos corazones nobles, el llamado Abrahán,
que vivía en familia, pastoreaba su rebaño, cultivaba algunos campos en la
ribera del Éufrates, se interrogaba sobre sí mismo, y miraba al cielo, fascinado
por las estrellas.
Un atardecer, ese hombre bueno y noble, justo y tierno, abierto y solidario,
creyó escuchar una voz que le decía:
¡Abrahán! ¡Abrahán! Quiero hacer de ti y de los tuyos un gran pueblo, te
bendeciré. Sal de tu tierra. Camina siguiendo la estrella que te iluminará, y yo
estaré contigo.
Abrahán, sorprendido, asustado, agradecido, confiado, creyó. Y, puesto en manos
de Dios, dio comienzo a una obra e historia que es nuestra Historia de
salvación. Así acontecía casi dos mil años antes de Jesucristo, en los campos de
Ur, en Mesopotamia, punto de partida de un camino que llevaba a Canaán,
Palestina.
Al recordarlo en la primera lectura, la Iglesia nos encarece la actitud de fe
ante Dios y la confianza ante su mensaje salvífico, pues sin actitud creyente
-desde lo hondo del corazón- no hay vida en el Espíritu.
La Palabra de Dios
Libro del Génesis 12, 1-9:
“El Señor dijo a Abrán: Sal de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre
hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré
famoso tu nombre, y será una bendición. Bendeciré a los que te bendigan,
maldeciré a los que te maldigan. Con tu nombre se bendecirán todas las familias
del mundo... Salieron en dirección a Canaán y llegaron a esa tierra..., hasta
Siquén..., y el Señor dijo a Abrahán: A tu descendencia le daré esta tierra...
Abrahán se trasladó, por etapas, hasta el Negueb”
Este relato es una composición por medio de la cual los israelitas se iban
comunicando -de generación en generación - el inicio de su historia, a partir de
un gesto de elección divina. Por pura gratuidad eligió Dios a Abrahán y su
descendencia como vehículo para mostrar su amor inagotable a los hombres, hasta
el extremo de enviar a su Hijo.
Evangelio según san Mateo 7, 1-5:
“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: No juzguéis y no os juzgarán¸
porque os van a juzgar como juzguéis vosotros. ¿Por qué te fijas en la mota que
tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?...
Sácate primero la viga del ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del
ojo de tu hermano”
Este texto nos lleva a una reflexión muy distinta de la anterior. No se trata de
la ‘elección divina’ sino de la actitud que los hombres debemos adoptar en
nuestra mutua valoración, y en el enjuiciamiento de nuestras conductas. Dios y
la elección están al fondo. Pero el interrogante se hace a nuestro juicio sobre
los demás.
Momento de reflexión
La bendición de Yhavé.
En el libro del Génesis, a partir del capítulo 12, la historia religiosa de la
creación deja su puesto a la historia de la salvación del hombre, por medio del
llamamiento de Abrahán y la constitución de su descendencia en ‘Pueblo Elegido’.
El mismo Dios que nos creó por amor, poniéndonos en el mundo como conciencias
pensantes y libres, es el Padre que ahora proyecta un plan de re-creación para
sacarnos de la esclavitud del pecado a la que nos entregamos por innumerables
infidelidades.
En ese camino, Abrahán es, por su actitud de fe, poniéndose en manos del Señor,
el primer eslabón de una cadena de hijos predilectos.
Jesús será el eslabón último, el último elegido, el Hijo por excelencia, el que
llevará a la consumación todo el proyecto divino.
En esa cadena de gracias, nosotros, los que vinimos a la existencia en el
atardecer de la historia, demos gracias al Padre y al Hijo, Jesucristo, por
habernos enriquecido con sus dádivas.
¿Veo la mota y no aprecio la viga en el ojo?
Es pobre nuestra condición de criaturas. Sabemos mirar a los demás y descubrir
fácilmente sus limitaciones y defectos, pero no sabemos ni queremos apreciar con
la misma agudeza -ni confesar con parecida sinceridad- los propios errores de
visión. La lección de Jesús está muy clara:
-Comienza analizando tu vida y reconoce tus propias limitaciones y miserias.
-Después, cumple con el deber fraterno de corregir a tu hermano, si se desvía
del camino de la Verdad y del Amor.
-Pero hazlo todo con amor sincero: sintiéndote tú mismo más frágil y pecador que
el hermano a quien corriges.
ORACIÓN:
Señor, danos la gracia de ser sinceros y veraces en la mirada que proyectamos
sobre los demás y sobre nosotros mismos, y haz que al descubrir las debilidades
ajenas descubramos también nuestras propias torpezas, que son muchas. Amén.
3-8. CLARETIANOS 2003
Los once primeros capítulos del Génesis forman una unidad dedicada al origen del mundo y de los hombres. A partir del capítulo 12 empieza el ciclo dedicado a la historia de los grandes patriarcas del pueblo de Israel. Este ciclo comienza con el breve relato de la vocación de Abrahán. Cuando se escribió, en pleno período monárquico, el autor (el famoso “yahvista”) quiso recordar al pueblo dos cosas: que el Señor seguía prometiendo su bendición y que el pueblo estaba llamado a ser fuente de bendición para todos los pueblos de la tierra.
¿Qué puede decirnos hoy? En el relato aparecen con
claridad:
Una exigencia: El Señor le pide a Abrahán que salga de su tierra y se ponga en
camino.
Una promesa: A cambio, Dios le promete un gran pueblo y una tierra.
La promesa resulta atractiva para un hombre del desierto. ¡Lástima que choque con dos imponderables: la esterilidad de Sara (mujer de Abrahán) y el hecho de que la tierra prometida tenga ya dueño! Esto crea una gran tensión dramática que acentúa el poder de Dios cuando todo parece indicar que su promesa es absurda.
A pesar de todo, Abrahán se pone en camino, se fía, cree. Por eso, aunque nos separen de él casi tres mil años, Abrahán es un símbolo para cada uno de nosotros.
Para muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo “lo de Dios” es increíble: por absurdo (en el caso de los más racionalistas) o por demasiado bonito para ser cierto (en el caso de los más sentimentales). Jamás empezaremos a ver mientras sigamos arrellanados en el sofá de nuestra comodidad. La promesa de Dios sólo se hace realidad cuando nos “ponemos en camino”.
El evangelio de Mateo nos presenta la parabolilla
de la mota y la viga. ¡Cómo se ve a través de ella que Jesús conocía nuestra
manera de funcionar! ¿Cuántos problemas surgen entre nosotros (en las familias,
comunidades, grupos, empresas, países) por el mero hecho de no percibir los
propios defectos? Las palabras de Jesús son una llamada al autoconocimiento.
Quien se conoce bien puede comprender mejor a los demás. ¿A que se os ocurren
muchos ejemplos tomados de la vida cotidiana?
Gonzalo (gonzalo@claret.org)
3-9. COMENTARIO 1
En esta sección del discurso se trata de criterios que han de tener vigencia en
la comunidad y a los que deben ajustarse los que pretendan pertenecer a ella.
Comienza con un severo aviso contra los que rompen toda relación con otra
persona, basándose en defectos que en ella encuentran. Dios interrumpe su
relación con aquel que la interrumpe con su prójimo (cf. 6,14s). Quien practica
la crítica implacable pierde toda lucidez. La viga en el propio ojo es la falta
de amor con que se juzga a los demás, que impide toda visión objetiva. Sólo con
amor se puede ayudar eficazmente.
Jesús previene contra la imitación («hipócritas») del espíritu fariseo, que
dictaminaba sobre la bondad o maldad de los hombres (cf. 6,2.5.16) según sus
criterios legalistas. Nadie puede ayudar al «malo» asumiendo la condición de
«bueno».
COMENTARIO 2
El ejemplo de la viga en el ojo propio es ilustrativo del no juzgar para no ser
juzgados. Puede tratarse de un proverbio popular aplicado al Evangelio. La aguda
observancia de las faltas de los demás, combinada con la complacencia hacia el
propio carácter, es el tema común de muchos proverbios en todas las culturas.
Estos versículos no afirman, en modo alguno, que el principio de no juzgar
signifique únicamente la invitación a no ver la viga propia en el trato con los
demás. Juzgar al prójimo significa hablar mal de él o juzgar mal; esto equivale
a despreciar la ley del amor. Debemos ver, y a veces decir, lo que es condenable
en una acción; pero no debemos juzgar la responsabilidad del otro ni sus
intenciones que sólo Dios conoce. De esta manera, el contenido del texto está
puesto para resaltar que el que juzga pasa a ser juzgado, porque sólo a Dios
corresponde juzgar a los hombres. El hombre, al hacerlo, se atribuye un poder
que no es suyo.
En la práctica, esto puede plantear muchos problemas. ¿No nos llevaría a una
tolerancia excesiva? No podríamos corregir las fallas de los demás por no tener
la suficiente autoridad moral para hacerlo. El tema no se puede resolver sólo
con estas palabras que nos transmite Mateo, porque Jesús plantea a lo largo de
todo el evangelio la corrección fraterna como algo posible y obligatorio al
interior de la vida cristiana. Lo que sí queda claro es que Jesús no admitiría
nunca que una persona corrija a otra considerándose perfecta; con orgullo y
dureza.
1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid
2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
3-10. Lunes 23 de junio de 2003
Gn 12,1-9: Vocación de Abrán
Salmo: 32, 12-13.18-20.22
Mt 7, 1-5 : Sácate primero la viga de tu ojo...
Este texto del sermón de la montaña ha sido con frecuencia mal interpretado. Jesús no invita a sus seguidores a tener una conciencia acrítica. Cuando dice “no juzguen y no serán condenados”, no desaconseja juzgar en el sentido de emitir un juicio crítico u opinión sobre alguien”. El verbo juzgar (en griego, krinein) se utiliza aquí en sentido jurídico y equivale a emitir un juicio condenatorio sobre una persona, basándose en los defectos que tiene; quien emite este tipo de juicio rompe la relación con la persona enjuiciada. Y Dios no quiere esto. Por eso, Jesús muestra el camino que hay que seguir y los criterios que han de tener vigencia en la comunidad cristiana que deben llevar en todo caso a la plena comprensión del otro. Cuando veas algo malo en otra persona, fíjate en tus propios defectos, dice Jesús; tal vez sean mayores que los suyos; el análisis crítico de tu realidad te ayudará a comprender la del prójimo. Sólo el amor comprensivo sana las heridas del alma. Pero esto no quiere decir que hagas caso omiso de los defectos del otro, ni que no le dirijas la palabra para invitarlo a cambiar. Con la conciencia de tu propia fragilidad, trata de curar y remediar la del prójimo; si no lo haces así, eres un hipócrita, alguien que va por la vida con una careta ocultando ante los demás quién es y desempeñando un papel que no le pertenece. El conocimiento de tus propios defectos –la viga de tu ojo-, además, te capacitará para poder sacar la mota del ojo de tu hermano. Ante la vista de tu realidad, puede que los defectos del prójimo sean poco más que una mota que molesta, pero en ningún caso impide la visión.
SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO
3-11. ACI DIGITAL 2003
1. Se prohibe el juicio temerario. S. Agustín
observa al respecto: "Juzguemos de lo que está de manifiesto, pero dejemos a
Dios el juicio sobre las cosas ocultas" (Luc. 6, 37; Rom. 2, 1). Hay en este
sentido una distinción fundamental entre el juicio del prójimo que nos está
absolutamente prohibido, y el juicio en materia de espíritu que nos es
recomendado por S. Juan, S. Pablo y el mismo Señor (7, 15; I Juan 4, 1; I Tes.
5, 21; Hech. 17, 11; I Cor. 2, 15).
2. Es la regla del Padre Nuestro (6, 12 ss.). Importa mucho comprender que
Cristo, al pagar por pura misericordia lo que no debía en justicia (S. 68, 5 y
nota), hizo de la misericordia su ley fundamental y la condición indispensable
para poder aprovechar del don gratuito que la Redención significa; esa
Redención, sin la cual todos estamos irremisiblemente perdidos para siempre.
Dedúcese de aquí, con carácter rigurosamente jurídico, una gravísima
consecuencia, y es que Dios tratará sin misericordia a aquellos que se hayan
creído con derecho a exigir del prójimo la estricta justicia. Bastará que el
divino Juez les aplique la misma ley de justicia sin misericordia, para que
todos queden condenados, ya que "nadie puede aparecer justo en su presencia" (S.
142, 2). Véase la "regla de oro" (v. 12) y la Parábola del siervo deudor (18, 21
ss.). S. Marcos (4, 24) añade a este respecto una nueva prueba de la generosidad
de Dios.
3-12.
Comentario: Rev. D. Jordi Pou i Sabaté (Sant Jordi
Desvalls-Girona, España)
«Con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis
se os medirá»
Hoy, el Evangelio me ha recordado las palabras de la Mariscala en El caballero
de la Rosa, de Hug von Hofmansthal: «En el cómo está la gran diferencia». De
cómo hagamos una cosa cambiará mucho el resultado en muchos aspectos de nuestra
vida, sobre todo, la espiritual.
Jesús dice: «No juzguéis, para que no seáis juzgados» (Mt 7,1). Pero Jesús
también había dicho que hemos de corregir al hermano que está en pecado, y para
eso es necesario haber hecho antes algún tipo de juicio. San Pablo mismo en sus
escritos juzga a la comunidad de Corinto y san Pedro condena a Ananías y a su
esposa por falsedad. A raíz de esto, san Juan Crisóstomo justifica: «Jesús no
dice que no hemos de evitar que un pecador deje de pecar, hemos de corregirlo
sí, pero no como un enemigo que busca la venganza, sino como el médico que
aplica un remedio». El juicio, pues, parece que debiera hacerse sobre todo con
ánimo de corregir, nunca con ánimo de venganza.
Pero todavía más interesante es lo que dice san Agustín: «El Señor nos previene
de juzgar rápida e injustamente (...). Pensemos, primero, si nosotros no hemos
tenido algún pecado semejante; pensemos que somos hombres frágiles, y
[juzguemos] siempre con la intención de servir a Dios y no a nosotros». Si
cuando vemos los pecados de los hermanos pensamos en los nuestros, no nos
pasará, como dice el Evangelio, que con una viga en el ojo queramos sacar la
brizna del ojo de nuestro hermano (cf. Mt 7,3).
Si estamos bien formados, veremos las cosas buenas y las malas de los otros,
casi de una manera inconsciente: de ello haremos un juicio. Pero el hecho de
mirar las faltas de los otros desde los puntos de vista citados nos ayudará en
el cómo juzguemos: ayudará a no juzgar por juzgar, o por decir alguna cosa, o
para cubrir nuestras deficiencias o, sencillamente, porque todo el mundo lo
hace. Y, para acabar, sobre todo tengamos en cuenta las palabras de Jesús: «Con
la medida con que midáis se os medirá» (Mt 7,2).
3-13. DOMINICOS 2004
No juzguéis y no os juzgarán
¡Qué fácilmente creemos comprender a los demás, juzgamos sus acciones y
aventuramos la solución de sus problemas! Y, a su vez, ¡qué importantes y
difíciles vemos nuestros asuntos personales y cuántos nos extraña que no nos
comprendan los demás!
Cuando hacemos juicios sobre los demás, los hombres nos creemos tan inteligentes
y perspicaces que nos atrevemos a prescribirles sus pautas de conducta; pero al
mismo tiempo tratamos de evitar la mirada hacia nuestro propio mundo interior
para no percibir la miseria interior que acumulamos. ¿No es esto verdad?
Pues hemos de saber que sólo quien se reconoce a sí mismo en toda su verdad –que
es riqueza y pobreza en tensión- esta en disposición de acometer un proyecto
personal de purificación y perfeccionamiento que le conduzca hacia la plenitud
de sus posibilidades como persona humana e hijo de Dios.
Quien vive en dispersión, sin concentrarse y abrazar la verdad, la justicia y el
amor, ése se pierde en su propia soledad, finitud, vida impulsiva, pasional.
Para alcanzar lo que parece casi inasequible en la vida es preciso interiorizar
los problemas y aprender a caminar con discernimiento.
Quien juzga sin discernimiento, fracasa.
La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Libro segundo de los Reyes 17,5-8,13-15:
En aquellos días, Salmanasar, rey de Asiria, invadió el país y asedió a Samaria
durante tres años. El año noveno de Oseas, el rey de Asiria conquistó Samaria,
deportó a los israelitas a Asiria y los instaló en Jalaj, junto al Jabor... Eso
sucedió porque, sirviendo a otros dioses, los israelitas habían pecado contra el
Señor su Dios, que los había sacado de Egipto...
El Señor había advertido a Israel y Judá:.. Volveos de vuestro mal camino...
Pero ellos no hicieron caso sino que se pusieron tercos, como sus padres, que no
confiaron en el Señor su Dios...”
Evangelio según san Mateo 7, 1-5:
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: No juzguéis y no os juzgarán.
Porque os han de juzgar como juzguéis vosotros; y la medida que uséis la usarán
con vosotros.
¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la
viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano ‘Déjame que te
saque la mota del ojo’, teniendo una viga en el tuyo?...”
Reflexión para este día
Coloquio con el Señor.
Señor Dios, Padre bondadoso, fuente de amor y misericordia, bendito seas por
siempre. Te damos gracias porque eres como eres, porque miras las cosas con tu
mente límpida, y porque amas a los hombres con infinito amor.
En la pupila de tos ojos no hay mota de fealdad, sombra de injusticia, niebla de
confusión; todo lo ves en su verdad. En tu corazón no cabe odio alguno, juicio
de desprecio, marginación de publicanos y pecadores. Todo él está lleno de amor,
compasión, misericordia. Tus entrañas son hogar de hijos, mesa de amigos, pan de
vida, aliento de segura esperanza para los pobres arrepentidos.
Enséñanos a no juzgar sin amar, a no despreciar con vileza, a movernos en la
vida con actitudes colmadas de generosidad y verdad, a sembrar el bien por
dondequiera que vayamos. No nos juzgues por nuestros méritos, que son deméritos;
revístenos de tu inmensa misericordia que llama, atrae, acoge y perdona.
3-14. CLARETIANOS 2004
Queridos amigos y amigas:
Voy a iniciar el comentario de hoy partiendo del texto del Evangelio. Las
semanas pasadas empezamos a meditar las enseñanzas de Jesús que se recogen en
los capítulos 5 y 6 de Mateo. Hoy leemos Mt 7, 1-5; es un texto que nos invita a
mirar a todos los hombres con misericordia.
Nadie de nosotros está sin defecto, y nuestros propios errores hacen que también nuestro juicio sea parcial cuando intenta juzgar a los demás. Por eso nos enseña la Biblia que el juicio sobre las personas sólo pertenece a Dios.
En mis visitas a la cárcel tengo que poner en práctica con cada detenido esta palabra de Jesús: “No juzguéis...”
Tengo que escuchar e intentar comprender a Julienne que me cuenta su gran desengaño cuando, estando en tránsitos en el aeropuerto de Zürich, entre los perfumes y cosméticos que traía para vender en España, la sorprendieron también con droga, que ella decía no haber colocado en su equipaje.
O María del Mar, que en una plaza de Barcelona se enamoró de un paquistaní. Se citaron en el aeropuerto de Zürich. Llegado el día del encuentro, el supuesto amigo le pidió que le llevara a España unos “documentos” muy importantes. Al pasar el control, le encontraron en el equipaje de mano, que los tales documentos se había convertido en 3 kilos de cocaína.
Y Robert, que tiene esparcidos cinco hijos por el mundo, en estas interminables horas de aislamiento en la celda de la cárcel no puede borrarlos de su memoria. Se desespera porque no puede comunicarse más que a través de cartas que tardan semanas en llegar. Y así podrían ir desfilando personas y más personas.
Jesús también dijo: “El que de vosotros no tenga pecado que tire la primera piedra” (Jn 8, 7). Resultó que, empezando por los más viejos, todos se fueron escabullendo de su presencia. Es la cruel ironía de la verdad desnuda del corazón: los que parecían columnas y defensa de la integridad moral, son los primeros en abandonar la confrontación porque no soportan la luz. No son capaces de comprender, por eso se escabullen.
Hablando un día a los chicos y chicas de
confirmación sobre mi actividad en la cárcel, una me preguntó:
¿No tienes miedo de hablar con ellos?
No, le contesté, ¿por qué voy a tenerles miedo?
Es que son muy malos.
Les comenté entonces las palabras de Jesús: “No juzguéis...” Se quedaron sorprendidos y no acababan de convencerse de que el cristiano que quiere ser fiel discípulo de Jesús, no puede ni debe juzgar y, menos, condenar a otras personas por malas que nos parezcan.
Vuestro hermano en la fe,
Carlos Latorre (carlos.latorre@claretianos.ch)
3-15. 2004. Comentarios Servicio Bíblico
Latinoamericano
Estudio de los textos
Prácticamente desde el comienzo del Tiempo Ordinario, se está realizando a
través de las primeras lecturas, una presentación de la historia del pueblo de
Israel. Se comenzó con los libros de Samuel y desde hace algunas semanas, con
los de Reyes que junto con Josué y Jueces forman los llamados por la Biblia
Hebrea “profetas antiguos”. Aunque algunos investigadores creen que estos libros
son un solo bloque junto al Deuteronomio, para otros están unidos al Pentateuco
por el uso común de algunas fuentes. Los acontecimientos que narran los dos
libros de Reyes están centrados en la figura de los reyes del pueblo judío y
abarcan desde la ascensión de Saúl al trono (ca. 1025 a.C.) hasta la caída del
reino del Sur (587 a.C.) y la relativa liberación por Evilmerodak, rey de
Babilonia, del rey cautivo Joaquín (561 a.C.). Todo ello se presenta como una
continuación lógica de lo acaecido a partir de la muerte de Moisés (Deut 24). En
realidad se trata, al menos en gran parte, de una selección y reinterpretación
de materiales llevadas a cabo por un redactor o redactores deuteronomistas, cuya
concepción de la historia está determinada por el exilio babilónico (situación a
la que se ha llegado debido a la infidelidad del pueblo).
El texto de la primera lectura de hoy pertenece al segundo libro de los Reyes
(la división de estos libros, al igual que ocurre con los de Samuel,
probablemente se deba a la extensión del rollo). La narración que hacen los dos
libros de Reyes parte de la historia del reinado de Salomón (1Re 1-11),
continúan con la división de los dos reinos describiendo el reinado de cada uno
de los reyes hasta su muerte (siguiendo una narración sincrónica de los
acontecimientos, no exenta de problemas, a partir de los modelos asirios que
datan del segundo milenio a.C.), llegan a la muerte del rey Ajab (con lo que
termina 1Re y comienza 2Re) y terminan con la respectiva destrucción de ambos
reinos. La actuación de los reyes es juzgada según el esquema teológico descrito
en Deut 12 (ley de la centralización del culto), de modo que son condenados los
que permitieron el culto fuera del templo. De todos los reyes sólo Ezequías (2Re
18, 3-5) y Josías (2Re 22, 2-23, 25), junto a David, reciben el elogio
incondicional de del redactor, unos seis son juzgados moderadamente y sobre el
resto, donde también hay que incluir a Salomón, se hace un juicio condenatorio.
Para su composición los mismos libros refieren algunas fuentes históricas como
los libros de los hechos de Salomón (1Re 11, 41), las crónicas de los reyes de
Israel (1Re 14, 19; 2Re 15, 31) y las crónicas de los reyes de Judá (1Re 14, 29;
2Re 24, 5), de los que actualmente no se tienen más noticias, aunque el análisis
de los textos revela el uso de distintas tradiciones reales (1Re 12, 1-19; 20,
1-34; 22; 2Re 9-10), tradiciones en torno al profeta Elías (1Re 17-19; 21; 2Re
1, 1-17), a Eliseo (2Re 2; 3, 4-27; 4, 1-8.15; 9, 1-10; 13, 14-21), a Isaías
(2Re 18, 13.17-20, 19) o a otros profetas (1Re 11, 29-39; 12, 21-24; 2Re 21,
7-15). Su composición se habría llevado a cabo en tres momentos distintos: antes
del exilio se habrían elaborado las introducciones y conclusiones de acuerdo a
modelos fijos (lugar, número de años de reinado, actitud religiosa, etc.),
durante el exilio se completaría la primera redacción con algunos detalles y se
añadiría lo referente a los últimos reyes y, en un período posterior, se
insertarían otras narraciones y leyendas.
2Re 17, 5-8.13-15.18 narra la caída del reino del Norte (722 a.C.). El contexto
de la narración detalla la elección del rey Oseas (ca. 731 a.C.) y cómo
Salmanasar V de Asiria (727-722 a.C.) lo sometió a tributo en un primer momento
hasta que invadió todo el país, expulsó a sus habitantes (a tal invasión y
deportación es a lo que se refiere el texto) y repobló la región con
extranjeros. El texto está dividido en dos partes. En la primera se narran los
acontecimientos históricos y luego se ofrecen las razones teológicas de los
mismos. Tal como señala la primera parte del texto, las tropas de Salmanasar
invadieron el territorio de Israel y lo asediaron durante tres años,
probablemente el Norte trató de ampararse en Egipto (como diez años antes había
hecho Pecaj de Israel comprometiendo al reino de Judá), pero las ayudas no
llegaron e Israel se convirtió en una provincia asiria. Luego sus habitantes
(27,000 según fuentes asirias) fueron deportados por Sargón II (ca. 720 a.C.) a
distintos lugares del imperio (algo habitual en estas conquistas). De este modo
se llagó al final del reino de Israel, un reino que duró unos 200 años y que
conoció 19 reyes pertenecientes a nueve dinastías distintas. Las causas de la
caída son muchas, tal vez las más importantes fueran la inestabilidad dinástica,
la presión de los reinos vecinos (dado que, como región natural, era mucho más
apetecible que el Sur), los errores políticos y la aparición del gran Imperio
Asirio. Sin embargo, para el redactor deuteronomista las causas fueron
distintas, tal como aparecen en la segunda parte del texto (a partir de aquí no
se vuelve a encontrar un texto parecido), donde se presenta una recapitulación
de su teología de la historia, que sirve tanto para el reino de Isarael como
para el de Judá. Según el redactor la situación a la que llega el reino de Norte
tiene cuatro causas principales: haber seguido las costumbres idolátricas de los
pueblos vecinos olvidándose del Dios que los sacó de Egipto, no escuchar el
mensaje de los profetas (relativo a la práctica de la Ley), haber rechazado los
mandatos del Señor y, finalmente, haber provocado la ira divina y el
consiguiente castigo.
Tras el texto de Reyes se nos presentan unos versículos, seguramente los más
significativos, del Salmo 59, (el 60 en la Biblia Hebrea). Este salmo contiene
14 versiculos (si se incluyen los dos primeros que forman el título, pero que
normalmente no son estudiados por considerarse añadidos posteriores y que dice:
“Del maestro de coro. Según El lirio del testimonio. A media voz. De David. Para
enseñar. Cuando luchó en Naharain y Armka de Sobá, y Joab, de vuelta derrotó a
Edom en el valle de la Sal: doce mil hombres”.). De estos 14 versículos aquí
sólo tenemos 5 (se han suprimido los que recogen un oráculo divino que también
aparece en Sal 108, 7-14) pero reflejan muy bien cómo está construido el salmo
en su totalidad. Se trata de una composición en primera persona plural
estructurada en cuatro partes, una de ellas es el oráculo referido (60, 8-10) y
arropando éste, otras dos, que forman un conjunto de imágenes bélicas hilvanadas
siguiendo el género “tefillah”, es decir, súplica motivada. Termina el salmo con
una declaración de confianza en el poder de Dios.
Las palabras de Sal 59, 3.4-5.12.13 reflejan una derrota militar interpretada
como abandono o rechazo de Dios, aunque lo realmente interesante es el modo como
aparece expresada. En sus palabras el lector puede admirarse con los
paralelismos (sinonímicos o antinómicos), tan típicos de la poesía bíblica. Se
parte de una afirmación rotunda, el rechazo de Dios que ha provocado la derrota,
a la que sigue la súplica, “restáuranos”. De ahí se pasa a describir con
imágenes muy expresivas el resultado de la venganza divina, recurriendo a la
fuerza que expresan determinadas catástrofes naturales, “has agrietado el país”,
o alusiones a la ira divina, “beber un vino de vértigo”, con las que se
transmite una profunda queja a la que se superpone la súplica, expresada con
estas mismas imágenes, “repara sus grietas”. De nuevo, a continuación, se vuelve
a recoger en paralelo una afirmación similar con la que se abría el salmo (“nos
has rechazado”, “no sales ya con nuestras tropas”), a la que se vuelve a unir
insistentemente la súplica (“auxílianos contra el enemigo”). Y al final, de
forma inesperada, un nuevo paralelismo que trasciende y eclipsa lo expuesto
anteriormente (“con Dios haremos proezas, él pisoteará a nuestros enemigos”),
una afirmación tajante de la confianza absoluta en Dios en el campo de batalla.
Son también interesantes algunos elementos como, por ejemplo, el verbo
“rechazar”, muy usado en Salmos y Lamentaciones (cfr. Sal 10, 44), la forma
verbal “restáuranos” que significa volver al lugar en el que se estaba
anteriormente (posible alusión a la vuelta del exilio, cfr. Is 58, 12), “beber
un vino de vértigo”, metáfora que habla del castigo de Dios (cfr. Is 51, 17-22),
o el paralelo final que supone la doctrina tradicional: la victoria la da el
Señor (cfr. Prov 21, 31).
El texto evangélico de este día está tomado de Mateo, evangelio que se comenzó a
leer hace ya dos semanas y continuará hasta la semana vigésimo primera. La obra
de este evangelista puede estructurarse en cinco partes: Presentación de Jesús
como Mesías, hijo de David (1, 1-4, 16), predicación de Jesús y anuncio del
reino de los cielos a Israel (4, 17-12, 50), predicación y anuncio del reino a
los discípulos (13, 1-16, 19), invitación de Jesús a sus discípulos a participar
de su mismo destino sufriente (16, 20-25, 46) y pasión-resurrección (26,1-28,
20). De aquí pueden extraerse algunas líneas de pensamiento que inspiraron al
compositor. Una de ellas es la progresión dinámica que arranca de la
presentación de Jesús perteneciente al pueblo judío, continúa con la llamada y
revelación a sus paisanos, y termina en la repulsa del pueblo y apertura a todas
las gentes. Otra de estas líneas que van surcando el evangelio es el anuncio y
llegada del reino de los cielos preparado desde la antigua alianza y cumplido en
la persona y obra de Jesús. Por último, se puede señalar también una línea
teológica opuesta al judaísmo y desplegada en tres vertientes, cristológica
(Jesús es el Hijo de Dios resucitado), eclesiológica (nuevo Israel que tiene la
tarea de anunciar la buena nueva) y moral (la enseñanza de Jesús está orientada
a la transmisión de una nueva Torah). El estilo que usa el primer evangelista es
típicamente judío tanto en el uso de recursos literarios (paralelismos,
quiasmos, inclusiones, agrupaciones numéricas, etc.) como en el tratamiento del
AT como referencia constante, tanto haggádica (narraciones) como halákica
(normativas), de hecho se hizo clásica una estructuración en cinco partes a
partir de los cinco grandes discursos (5, 1-7, 27; 9, 35-10, 42; 13, 3-52; 18,
3-34 y 23, 1-25, 46) en paralelo con el Pentateuco. Este primer evangelio fue
dirigido a una comunidad de segunda generación, enfrentada abiertamente al
judaísmo y compuesta por antiguos judíos y por llegados de la gentilidad. Pudo
haber sido escrito en Antioquía de Siria alrededor del año 80.
El texto de Mt 7, 1-5 se sitúa en la segunda parte del evangelio tal como lo
hemos dividido. Se trata de un discurso de Jesús que a su vez se inserta dentro
del gran discurso del sermón de la montaña que comienza en 5, 1y llega hasta 7,
27, donde se tratan multitud de temas (las bienaventuranzas, el cumplimento de
la Ley, la limosna, la oración, el ayuno, los verdaderos y falsos profetas,
etc.). Un paralelo del mismo se halla en Lc 6, 37-38.41-42. El contenido del
texto se presenta de forma unitaria, sin saltos, aunque con los mismos recursos
literarios que hallamos en otros pasajes: comienzo del discurso ex abrupto para
captar la atención del oyente, uso de imágenes encontradas y significados
contrapuestos, iluminación del mensaje con ejemplos extraídos de la vida
cotidiana, etc. Puede dividirse en dos partes, en primer lugar se presenta la
sentencia de Jesús ofreciendo su razón de ser y después se explica plásticamente
con el ejemplo de la viga y la mota en el ojo. Del conjunto conviene prestar
atención a algunos elementos, por ejemplo, el verbo “juzgar” está aquí empleado
peyorativamente, significa más bien “no condenar” para no ser juzgados por Dios
(en el texto griego lo que aquí encontramos es una oración final, no consecutiva
como puede deducirse de la traducción), de acuerdo también a otros textos
neotestamentarios (cfr. Rom 2 1; 14, 4-10; 1Cor 5, 12; Sant 4, 11). Es también
importante el término “juicio”, dado que alude a un juicio de tipo condenatorio,
probablemente esté presente alguna de las concepciones de la época relativas al
juicio para la salvación o la condenación eternas (con la muerte los difuntos
iban al sheol, lugar de los muertos, luego resucitarían para ser juzgados), lo
mismo habría que decir de acuerdo a “la medida” (cfr. Mc 4, 24). La “paja” es la
traducción de “un pedacito de madera”, haciendo juego con “viga”. En cuanto a la
acusación de “hipócritas” a los discípulos puede resultar problemática, dado que
es la única vez que es empleada referida a estos, tal vez se dijo originalmente
teniendo como interlocutores a los fariseos. Dos temas son los que
principalmente se están abordando dadas las características antes señaladas de
este evangelio: la autoridad de la ley y la comunidad de discípulos.
Comentario teológico
A los textos que hoy se nos presentan bien podríamos hacer un acercamiento
socio-histórico, para averiguar las razones que condujeron a la caída del reino
del Norte, o a qué se está refiriendo el Salmo 59, o qué tipo de presión
ejercería en la comunidad mateana la creencia en el juicio divino. Nuestro
cometido no es este, pero sí nos ayuda como punto de partida de nuestra
reflexión (como ya hemos podido ver en las indicaciones ofrecidas). Y aunque los
textos plantean el problema de la retribución, en conjunto nos llevan a una
reflexión en torno a la esperanza.
El texto del libro de los reyes parte de los fríos datos históricos del año
noveno de Oseas para transmitir su concepción de la historia. Selecciona algunas
actuaciones del reino del Norte y las presenta como un recuerdo (cuando Dios los
sacó de Egipto) que salta al presente (cuando se introduce el estilo directo) y
que es devuelto de nuevo, por la fuerza de la actualidad, al pasado (cuando se
retoma de nuevo el discurso histórico) donde llega, lógicamente, la voz del
Eterno. El interlocutor-lector prolongará aún más el repertorio de causas y
consecuencias cuando llega a formar parte de esta misma historia. Contra ésta se
alza la voz del salmista que ante la situación de abandono no deja de clamar a
Dios con insistencia, y manifiesta su total confianza en Él cuando piensa en el
futuro. Así, el terrible destino de un pueblo no es solo motivo, como ocurría
con la caída del reino de Israel, para exponer las poderosas razones divinas del
abandono a su suerte, ni una subliminal amenaza a los presentes, sino que se
convierte en ocasión para la fe. La historia no es la ocasión para demostrar la
omnipotencia ni el celo divinos, sino el ámbito del futuro donde Dios es
esperanza. La historia o sus resultados no se justifican acudiendo a Dios, se
convierten en oportunidad para descubrir su rostro esperanzador.
Del mismo modo reflexiona el relato evangélico, aunque bajo diferentes formas y
perspectivas. Aquí nos estamos moviendo en dos planos: la tierra y el cielo, el
hombre y Dios, el juicio presente y el juicio futuro, la condenación o salvación
terrenas y la condenación o salvación eternas. Con ello no solo se esclarece la
situación de la que se habla (el comportamiento moral del creyente), sino que se
desvela en profundidad el contenido del texto: la concepción de la historia
personal en relación con la divina, se trata de una misma historia que no limita
las acciones futuras de Dios (un nuevo recurso para corregir una situación
determinada en beneficio propio presente o futuro), sino que ensancha las
humanas hacia Dios. Por tanto, bajo el recurso literario del uso de contrarios,
nuestra reflexión a partir del texto es que para el creyente, en su actuación
moral, el objetivo del cielo es la tierra y el de la tierra el cielo, el
compromiso con Dios es el compromiso con las personas y éste con Dios y el
juicio no es juicio sino misericordia. Dice un cuento: A un discípulo que vivía
obsesionado por la idea de la vida después de la muerte le dijo el maestro:
“¿por qué malgastas un solo momento pensando en la otra vida?” “¿Pero acaso es
posible no hacerlo?”, respondió. “Sí”, volvió a decirle el maestro. “¿Y cómo?”,
preguntó de nuevo el discípulo. “Viviendo el cielo aquí y ahora”, dijo el
maestro. “¿Y donde está el cielo?”, interrogó el discípulo. “Aquí y ahora mismo”
respondió el maestro.
3-16. El juicio sobre los otros
Fuente: Catholic.net
Autor: Miguel Ángel Andrés Ugalde
Reflexión:
El día de hoy Cristo quiere ayudar a sacarnos la viga del ojo. Y lo hace de una
manera muy sencilla: No juzguéis al modo humano, “ojo por ojo, diente por
diente”, sino más bien como él nos enseñó en el Calvario. Perdonando a todos sin
excepción.
No juzga a los soldados que lo han golpeado, se han burlado de él y lo han
crucificado. Dice: Perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen. Tenía
razones para decir lo contrario, sin embargo, sabe encontrar una disculpa: hacen
esto, porque no me conocen.
Después, podría haber reclamado a san Juan, que se acercaba a la cruz, su
cobardía –le había abandonado-, su amistad tan débil –no había podido rezar con
él cuando lo necesitaba-, etc. Pero en todo eso no ve malicia, sino debilidad
humana y muestra de ello es que no reclama, sino que se apiada de su flaqueza y
le entrega a su madre.
Al final dice: “con el juicio con que juzguéis seréis juzgados”. Cristo nos
enseña a usar con los demás la medida con la que a nosotros nos gustaría que nos
midieran.
3-17.
Reflexión
Con este ejemplo, Jesús nos enseña como se ha de hacer y en que consiste la
“corrección fraterna”. La primera cosas que debemos entender es que nosotros
estamos llenos de defectos, muchas veces más grandes que nuestros propios
hermanos (tenemos una viga en el ojo). Esto nos ha de hacer humildes y no juzgar
a los demás por sus debilidades e imperfecciones (cualesquiera que estas sean)
pensando que nosotros somos mejores. Sin embargo, esto no quiere decir que no
los podamos ayudar, o que primero debemos resolver nuestros propios problemas
antes de poder empezar a ayudar a nuestros hermanos; significa, que la ayuda ha
de ser hecha, primero, sabiendo que no podemos ver bien (es decir que nuestro
juicio puede estar viciado por nuestro propio pecado) y segundo que la ayuda
debe ser hecha con mucha caridad (pensemos en lo delicado que debemos de ser
para ayudar a una persona a sacar una basurita del ojo… una de las partes más
sensibles y delicadas de nuestro cuerpo). Estos son los dos elementos que
debemos de tener en cuenta cuando verdaderamente queremos ayudar a nuestros
hermanos a ser mejores, a superar sus imperfecciones, sus faltas. Para resolver
nuestros problemas y superar nuestra debilidades necesitamos de la ayuda de los
demás… sin embargo esta ha de ser dada con mucha caridad, prudencia, paciencia y
delicadeza, pues en esto nos reconocerán verdaderamente como HERMANOS.
Que pases un día lleno del amor de Dios.
Como María, todo por Jesús y para Jesús
Pbro. Ernesto María Caro
3-18.
Cada situación con la que se enfrenta un hermano o
una hermana, sea un familiar, una amistad, alguien cercana a nosotros y con la
cuál tenemos que vivir es una oportunidad para revisar nuestro propio interior.
Una oportunidad para enfrentarnos a nosotros mismos y ver que Dios quiere sanar
en nosotros a través de las situaciones de los demás. Muchas veces nosotros nos
enfocamos, como dice el Evangelio de Hoy, en querer sacar al otro de situación
sin aprender primero a trabajar con los sentimientos y emociones que desata en
nosotros mismos. Por eso, Jesús nos invita a que, antes de querer sacar la viga
del ojo ajeno, tratemos de ver de que dimensión es la que tenemos en nuestros
propios ojos. Presentarla a Él y así recibir la sanación que necesitamos para
sobrellevar el proceso de la otra persona.
Dios nos bendice,
Miosotis
3-19. Fary Nelson Lunes 20 de Junio de 2005
Temas de las lecturas: Abrahán partió de allí, como le había dicho el Señor *
Sácate primero la viga que tienes en el ojo.
1. El Gran llamado
1.1 Atendamos a la primera lectura. Con estas palabras de Dios a Abraham algo
nuevo acontece en la Biblia. Los primeros once capítulos del Génesis, en efecto,
resultan imposibles de asir por la Historia no bíblica. Es decir: no podemos
hallar un rastro fiable, según los métodos de la historia que se apoya en
evidencia científica, para Adán, ni para Caín, ni para Noé, por decir algo. Esto
no significa que no haya habido un primer ser humano, al que podríamos llamar
"Adán", pero no podemos situar una evidencia, digamos arqueológica, que nos
señale "los huesos de Adán".
1.2 En el capítulo 12 del Génesis las cosas cambian. Contamos con evidencia
extrabíblica que nos permite incluso situar a Abraham en el conjunto de nuestra
"Historia Universal". Sabemos que vivió cerca del 1850 a.C. Estas coordenadas
producen un impacto muy fuerte cuando releemos las palabras del llamado de hoy:
Dios ha hablado al hombre. Esto sucedió en algún momento determinado, en un
lugar determinado, a una persona determinada.
2. Dejar la propia tierra
2.1 En un mundo como el nuestro, marcado por la movilidad, es difícil hacerse
una idea apropiada de lo que implicaban las palabras que Abraham escuchó de
Dios. En nuestra época recorremos cientos de kilómetros para hacer un negocio,
escuchar un concierto, visitar a un amigo, estudiar un postgrado, o simplemente
para pasear.
2.2 La tierra, para nosotros los occidentales, es un recurso, casi un recurso
más, que puede ser canjeado por dinero, y que de hecho está desconectado de
valores culturales o religiosos. Este pensamiento se ve reforzado por la
convicción intensa que tenemos a partir de los presupuestos liberales que de
hecho marcan nuestras naciones. Se supone que lo público es "neutro"; se supone
que públicamente no existe una religión, sino el derecho a manifestar, dentro de
ciertas condiciones, que se tiene una religión (entre muchas posibles). Este
presupuesto afecta directamente a la tierra, que es un bien "público" por
excelencia. En nuestro medio se deja la tierra por cualquier otro motivo, menos
por religión. O por lo menos se supone que así debería ser.
2.3 Para los antiguos semitas la situación era completamente distinta. Su
referencia de existencia era su familia, ampliada a la tribu o el clan. No
existían como miembros de un "país", ni como gobernados dentro de un "estado",
sino que miraban su ser defendido, posibilitado y prolongado básicamente por ese
entorno familiar ligado a unas condiciones de vida que se resumen en "una
tierra". Y esto era así incluso para los nómadas, porque ningún nómada era
simplemente un "vago". El nomadismo, más que un errar sin rumbo, era y es el
modo de aprovechar, para la ganadería y la recolección de frutos, terrenos o
pozos que en sí mismos no permiten establecerse.
2.4 La conclusión de todo esto es que el llamado que llega a Abraham tenía que
sonar a simple locura. O pura fe.
3. La Viga en el Ojo
3.1 ¿Cuál será la "astilla" o "paja" de que nos habla el Señor, y a qué
corresponderá la "viga" de su ejemplo?
3.2 Distintas versiones se han propuesto. Quizá la "viga" es mi orgullo, y la
"astilla" el pecado, cualquier otro pecado de mi hermano. Mi orgullo nubla
cualquier opinión que yo me haga sobre el estado de alma de mi hermano.
3.3 Quizá la viga es mi resistencia a convertirme, y la astilla, mis defectos
cuando los "proyecto" en mi hermano. Al fin y al cabo, la viga y la paja o la
astilla son de materias semejantes.
3.4 Quizá la viga es mi afán de buscar perfección que no tengo, y la astilla o
paja sean las imperfecciones que creo encontrar en otros.
3.5 Quizá la viga es lo que yo no acepto que me digan, y la astilla lo que
quiero decir de los demás.
3.6 O quizá todas estas interpretaciones son útiles y válidas.