LUNES DE LA SEMANA 10ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- 2Co 1, 1-7

1-1.

La segunda Epístola a los Corintios es muy "personal": Pablo habla mucho de sí mismo, se «abre»... Es una personalidad que tiene mucho de prodigiosa. A veces es tierno, a veces violento; audaz y tímido: un pobre hombre a quien las pruebas han debilitado y que a la vez está lleno de la misma fuerza de Dios.

-Yo, Pablo, que por voluntad de Dios soy apóstol de Cristo Jesús, os deseo gracia y paz de parte de Dios.

Incluso un simple saludo al comienzo de una carta, Ie es ocasión de revelar «lo que hace vivir», el «sentido que da a su vida». Es apóstol «por voluntad de Dios"... Saluda "de parte de Dios"...

Está tan lleno de Dios que, a cada instante y a propósito de las mil naderías de la vida cotidiana. Ese Dios-a-quien-ha-entregado-su- vida aparece en todo lo que hace: en las veinte primeras líneas de su epístola, contamos ya seis veces la palabra "Dios"... y cinco veces la palabra "Cristo "...

Señor, que no haga yo nada artificioso en mi propia vida: te pido humildemente que me ayudes a vivir de Ti de ese modo.

-Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo... Padre de las misericordias... y Dios de toda consolación...

He ahí ya cuatro maneras de nombrar a Dios. Esto nos recuerda al enamorado que halla diversos nombres para hablar de su amada.

¿Qué es Dios para mí?

¿Qué letanía de nombres podría yo aplicar de veras a Dios? Nadie puede ocupar mi lugar para ello, para dirigirme así a Dios. Puedo intentarlo, en el secreto de mi oración de HOY.

Mi Dios... Mi Amor... Mi Padre... El que me levanta... El que me perdona... El que me da vida...

-Que nos consuela en todas nuestras pruebas... Los sufrimientos de Cristo abundan para nosotros...

Cuando vamos descubriendo el afecto apasionado de Pablo a Dios nos sentimos inclinados a decir una vez más: "todo eso es muy hermoso pero no es para mí"... Ahora bien, al instante descubrimos a un pobre abrumado por las preocupaciones y "tribulaciones" -seis veces el término "prueba" o "sufrimiento", aparece en esas líneas-.

No. La Iglesia de Corinto no era una iglesia tranquila para el responsable de ella. Y la oración de Pablo no debió de ser muy fácil todos Ios días.

Señor,. ayúdame a valerme de todo incluso del sufrimiento, para unirme a ti. Que incluso el vacío y la sequedad que siento, lleguen a ser como una oración: la espera, el deseo...

"Como una tierra seca, sedienta, falta de agua... mi alma tiene sed de ti".

-La consolación.

Término pronunciado nueve veces en estas mismas líneas.

Leo de nuevo este pasaje dejándome penetrar por el encanto de la palabra "consolación". Pablo quiere que nos quedemos con esa idea que repite incansablemente.

¿Qué es la consolación?

- Una alegría...

Pero un gozo después de una pena... Una alegría conquistada o recibida. No la "alegría fácil" que viene sola, sino la que viene después de los riesgos, después del sabor amargo de las pruebas. Y por eso es mejor.

Así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación...

¡Qué sea así Señor, para todos los hombres que sufren!

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 116 s.


1-2. /2Co/01/01-14

Esta segunda carta de san Pablo a la comunidad de Corinto es una de las más personales que conservamos del Apóstol. En ella podemos decir que, fundamentalmente, nos ofrece toda una teología del ministerio apostólico, con un tono apasionado y un tanto polémico que, debido a las circunstancias, se manifiesta ya casi desde el comienzo.

Esta comunidad estaba marcada por la vida misma de la ciudad: una ciudad rica, activa, de fuerte comercio, inquieta y con todos los vicios -pequeños y grandes- que su misma situación social comportaba. Pero, además, llegaron allí «falsos misioneros» (10,1-12,3) que quisieron desvincular a la comunidad de su fundador lanzando contra él todo tipo de calumnias y acusaciones. Pablo recibió noticias de este hecho cuando estaba en Éfeso, durante su tercer viaje misionero. Decidió entonces visitar la comunidad, con la esperanza de que volviese la paz y la serenidad entre estos cristianos. Su presencia, sin embargo, fue un fracaso, porque no solamente la comunidad no se separó de los impostores, sino que, además, tuvo él que soportar afrentas y ofensas personales.

Pablo regresó a Efeso deshecho, con el corazón lleno de tristeza, pero su amor de padre (6,13) hizo lo imposible por no romper lazos. Envió a Tito a Corinto con una carta escrita con lágrimas y angustia de corazón (2,4) y también, seguramente, con severas advertencias (10,10), que si bien llenaron de tristeza a la comunidad (7,8), acabaron también por hacerla reaccionar. Cuando Tito encontró a Pablo y le comunicó el arrepentimiento y las buenas disposiciones de los corintios, el Apóstol se apresuró a escribirles esta carta que hoy comenzamos a leer.

Pablo encabeza el saludo reivindicando para sí un título de gloria y de gracia (12,5): «apóstol de Jesucristo por designio de Dios». Nadie puede ir y predicar si antes no ha sido escogido y enviado. Y él, Pablo, lo ha sido a pesar de sus muchas limitaciones y debilidades. Quien, en cambio, no ha recibido esta misión es como un lobo vestido de oveja (Mt 7, 15), un obrero estafador que buscando adictos acaba haciendo esclavos. La palabra de Dios, por el contrario, no crea partidos, sino que hace Iglesia: une y reúne a quien la escucha. Es siempre una invitación universal.

A. R. SASTRE
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 240 s.


2.- 1R 17, 1-6

2-1.

Durante tres semanas reemprenderemos las lecturas del Antiguo Testamento en la segunda parte del Libro de los Reyes. Este período de la Historia del pueblo de Dios cubre cerca de tres siglos, del año 935, fecha del cisma en dos reinos, al año 586, fecha de la destrucción de Jerusalén por el rey Nabucodonosor.

Asistiremos a la decadencia humana y religiosa del pueblo de Dios: la idolatría... las divisiones... las injusticias sociales... arruinan poco a poco las relaciones humanas en el interior del pueblo de Israel, y le hacen presa fácil de los grandes imperios vecinos.

Durante ese periodo los "profetas" intervienen como defensores de la Fe y de los que combaten para la justicia: oiremos las potentes voces de Elías, de Eliseo, de Isaías, de Amós.

-El profeta Elías, de Tisbé de Galaad, dijo al rey Ajab.

El rey Ajab es uno de esos reyes que se aprovechan del poder para amontonar riquezas prodigiosas a expensas del pueblo sencillo. Mientras sus súbditos viven en la miseria, bajo el yugo de impuestos demasiado onerosos, Ajab se acuesta en camas de marfil -cuyos restos se han encontrado en las excavaciones de su palacio-. Además Ajab construye un templo a Baal y empuja a sus súbditos a este culto idolátrico.

Es preciso mucho valor a un hombre, aun siendo profeta de Dios, ¡para ir a decir las verdades al rey!

Ayúdanos, Señor, a saber interpretar los «acontecimientos» de nuestro tiempo a la luz de nuestra Fe. Ayúdanos a tener la valentía de nuestras convicciones.

-«Vive el Señor Dios de Israel, a quién sirvo; no habrá estos años rocío ni lluvia...»

¡Amenazar de tal manera a un rey, seguro de sí mismo! A mí me falta la valentía necesaria para decir ciertas cosas. Me falta la valentía necesaria para comprometerme al servicio de mis hermanos o para aceptar ciertas responsabilidades colectivas.

-Le fue dirigida a Elías la palabra del Señor: "Sal de aquí y escóndete en el torrente de Kerit... Beberás agua del torrente y ordeno a los cuervos que te lleven allá el sustento".

Exponer la Palabra de Dios con valentía conduce, a veces, a esta soledad. De hecho, para Elías, era un medio de huir de la policía del rey. Se escondió en el matorral.

Señor, ayúdanos a saber llevar a cabo nuestras responsabilidades, incluso si esto nos lanza a la aventura y la inseguridad.

Para Elías, también, esto fue el comienzo de una vida de eremita solitario, en la que se ha visto el origen de la vida monástica: retirarse a un cierto desierto, para vivir solo con Dios. En el seno de un mundo que reniega de Dios para lanzarse a los "alimentos terrestres" y a los placeres de aquí abajo, el monje afirma con su vida que: "Dios solo basta".

La vocación religiosa de hoy debe saber revivificarse en esta fuente austera. La soledad y la oración de Elías son el comienzo de su ministerio y el tiempo de preparación a las funciones que en los textos siguientes le veremos ejercer. Guardadas todas las proporciones yo he de vivir también una parte de desierto y de soledad, unido a Dios, testigo de Dios.

Y el "cuervo de Elías" es el símbolo de este alimento que Dios da a los que se consagran a El: reciben su alimento de Dios.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 116 s.


3.- Mt 5, 1-12a

3-1. D/FELICIDAD:

Durante tres meses el evangelio de san Mateo guiará nuestro encuentro con Jesús.

Comenzamos en el capítulo quinto porque los cuatro primeros se leyeron en tiempo de Navidad y Cuaresma.

A diferencia de san Marcos, que relata principalmente "hechos" vividos por Jesús, san Mateo relata muchas "palabras" de Jesús, que agrupó en cinco grandes discursos:

1. Sermón de la montaña (5 a 7).

2. Consignas para la "misión,, (10).

3. Parábolas del Reino (13).

4. Lecciones de vida comunitaria (18).

5. Discurso escatológico (24 y 25).

-Dichosos... Dichosos... Dichosos... Dichosos... Dichosos... Dichosos... Dichosos...

Primera palabra de todas las frases con las que inicias tu primer sermón, Señor. La "felicidad" es el sujeto de tu homilía. y no me extraña, pues vienes a enseñarnos el proyecto del Padre y yo sé muy bien que Dios ha creado al hombre para la felicidad. Para un Padre, lo contrario sería incluso inverosímil e imposible. Sí, Dios puso a Adán y a Eva en un "paraíso" y el destino último de la humanidad es un "paraíso".

De otra parte, basta mirar a nuestro alrededor y en nuestro propio corazón para constatar que ¡la felicidad es la gran aspiración del hombre! Es una verdadera y ávida carrera.

Esto no me extraña, Señor, porque sé que ¡Tú eres dichoso, feliz! Dios está en la alegría.

Dios vive en el gozo.

Y la humanidad va hacia ti. . y yo voy hacia ti

-Los pobres... Los no violentos... Los afligidos... Los que tienen hambre y sed de justicia... Los misericordiosos... Los sinceros y limpios de corazón... Los que trabajan por la paz... Los perseguidos...

Tú ofreces a la humanidad no un consuelo sentimentaloide, lacrimoso, sino una promoción.

De una sola vez. Tú pones la felicidad por encima y más allá de las facilidades baratas.

No, Tú no propones alegrías fáciles ni falsas dichas.

La felicidad para ti es la del hombre que lucha, que crece, que no se deja abatir: ¡las bienaventuranzas comportan heroísmo y dificultad! ¡Ay! me conozco, Señor, y sé que a ninguna fibra de mi ser le agrada la "pobreza", la "aflicción", la "persecución"... ¿por qué hacer el fanfarrón ante ti? Sabes muy bien que no soy "limpio", ni "sincero", ni "pacífico", ni "misericordioso".

Pero me indicas aquí la línea esencial de la promoción del hombre.

Y es caminando en este sentido que el hombre adelanta y crece. Siguiendo esta linea, el hombre alcanzará su verdadera felicidad, la que nada podrá alterar.

-Porque suyo es el Reino de los cielos. .. Heredarán la tierra... Serán consolados... Serán saciados... Alcanzarán misericordia... Verán a Dios... Se llamarán hijos de Dios... Suyo es el Reino de los cielos...

Si Jesús hubiese sido un revolucionario en el sentido habitual de este término, hubiera prometido a los pobres una revancha sobre los ricos; pero no se coloca a este nivel, por lo que hace a la versión de Mateo. La transformación que Jesús propone, se sitúa a nivel del "corazón", a nivel de la personalidad profunda. Si bien es una revolución, una especie de inversión de los valores corrientes: ver a Dios... poseer el Reino de los cielos... ser hijos de Dios.

La solución total, la verdadera grandeza del hombre, su promoción esencial, que no niega otras grandezas de tipo social y humano, está en Dios.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 8 s.


3-2.

. (Año I) 2 Corintios 1,1-7

Durante dos semanas leemos en la Misa una selección de la segunda carta de Pablo a los cristianos de Corinto, la populosa ciudad griega donde él había fundado una comunidad, durante su prolongada estancia de los años 50-52. Esta carta la escribe hacia el 57 y refleja los problemas que a su corazón de apóstol le ocasionaba aquella comunidad.

Ya en la primera carta se trataban temas muy vivos: abusos, consultas, la marcha de las asambleas litúrgicas, las dudas sobre la resurrección. En la segunda se refleja otra serie de dificultades.

Esta carta de Pablo es muy personal. En ella se retrata muy vivamente a sí mismo, con sus problemas y alegrías. De principio a fin de la carta, presenta una apología encendida de su ministerio apostólico, porque algunos lo atacaban y, por tanto, se corría peligro de que llegaran a menospreciar u olvidar el evangelio que les había anunciado.

a) La carta comienza con un saludo de Pablo, que desea la gracia y la paz del Padre y del Señor Jesucristo «a la Iglesia de Dios que está en Corinto».

En seguida refleja las contradicciones que ha encontrado en esa comunidad: habla de luchas y sufrimientos. Pero las palabras que más veces aparecen son: «consuelo», «consolación», «aliento», «ánimo», «esperanza». Prevalece la confianza en Dios: en él ha encontrado Pablo la fuente de su fuerza. Aunque haya sufrido tribulaciones, «ha rebosado en proporción más el ánimo».

Más aun: como se siente confortado por Dios, a su vez quiera ser el animador y alentador de los Corintios: «repartiendo con los demás el ánimo que nosotros recibimos de Dios», «si sois compañeros en el sufrir, también lo sois en el buen ánimo». Esa es la misión de un apóstol.

El salmo destaca la bondad de Dios: «gustad y ved qué bueno es el Señor», «si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias». Ahí está la raíz de la esperanza de un apóstol: la confianza en Dios.

b) Seguramente, tampoco a nosotros nos resulta fácil la vida. Tenemos nuestras luchas particulares y experimentamos de diversas maneras el sufrimiento.

Imitando a Pablo, ¿se puede decir que prevalecen los ánimos en nuestra historia de cada día? ¿sabemos encontrar en Cristo Jesús la fuerza para seguir adelante? ¡Qué confianza en Dios demuestra Pablo cuando habla de él como «Padre de misericordia y Dios del consuelo: él nos alienta en nuestras luchas»!

En la vida nos toca experimentar consuelos y penas, pobreza y abundancia, éxitos y fracasos. Pues bien, tanto cuando nos toca sufrir como en los momentos de alegría, nos deberíamos sentir, como Pablo, unidos a Cristo: «si los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, gracias a Cristo rebosa en proporción nuestro ánimo». ¿Podemos rezar nosotros con el salmo: «me libró de todas mis ansias... gustad y ved qué bueno es el Señor»? Podríamos rezar hoy, serenamente, como oración personal, este hermoso salmo 33.

Pero hay otro aspecto: ¿sabemos ser animadores, repartidores de aliento, como Pablo? Ojalá podamos decir que vivimos «repartiendo con los demás el ánimo que nosotros recibimos de Dios»: confortados por la cercanía de Dios, confortar a los demás, en nuestra familia o en nuestra comunidad, porque seguramente están igual o peor que nosotros.

1. (Año II) 1 Reyes 17,1-6

Durante tres semanas leeremos, en los Libros de los Reyes, unas páginas muy agitadas de la historia del pueblo de Dios. Una historia que abarca desde el cisma que siguió a Salomón (hacia el año 935) hasta la destrucción de Jerusalén y el destierro (año 586). Malos tiempos. Tiempos de deterioro social y religioso. La lenta destrucción de un pueblo y de sus mejores valores por culpa, muchas veces, de reyes decadentes. Las páginas que leemos son como una meditación sobre la debilidad del pueblo elegido de Dios, infiel, olvidadizo y voluble.

Dios suscita en este tiempo profetas como Elías y Eliseo, defensores valientes de los derechos de Dios y también de los del pueblo. Profetas de fuego, sobre todo Elías, que subraya su predicación con signos milagrosos, para que el pueblo le haga caso.

a) Empezamos hoy la lectura del «ciclo de Elías», uno de los personajes principales de la historia de Israel. Su nombre significa «Yahvé es mi Dios». En la escena evangélica de la Transfiguración, aparece juntamente con Moisés acompañando a Jesús y hablando de lo que sucederá en Jerusalén. Elías es figura de Jesús, sobre todo por las contradicciones que sufrió debido a la valentía de sus denuncias.

Hoy se enfrenta a Ajab, un rey débil, manejado por su esposa Jezabel, fenicia, que ha empujado al pueblo a la idolatría. A la vez, es un rey que falta clamorosamente a la justicia social, aprovechándose del poder en beneficio propio.

Elías le anuncia una gran sequía, que, por otra parte, era frecuente en las tierras de Palestina. Pero él la interpreta como castigo a sus pecados. Hay una clara ironía en el relato, porque el dios fenicio Baal, al que se habían pasado muchos israelitas, era considerado precisamente como el dios de la lluvia y la fertilidad.

El tiene que huir, porque le persiguen. Se esconde junto a un torrente y hará vida de ermitaño, ayudado milagrosamente por Dios en ese tiempo de sequía y hambre.

b) Los cristianos siempre han tenido algo de profetas. Han vivido en medio de una sociedad a la que no le gusta oir palabras exigentes contra la idolatría o la injusticia.

Seguramente, nos toca sufrir, viendo cómo se van perdiendo ciertos valores y constatando la corrupción reinante en diversos niveles. La sequía es un símbolo: cuando se abandona el pozo del agua buena, Dios, aparecen la sed y la esterilidad, en nuestra vida personal y en la comunitaria. Un cristiano debe ser valiente y dar testimonio, como Elías, a pesar de las dificultades que supone ir contra corriente y mantener la fidelidad a los valores que nos ha enseñado Jesús.

Como eso no nos resultará fácil, el salmo nos dice dónde está la fuente de nuestra fuerza: «¿de dónde me vendrá el auxilio? el auxilio me viene del Señor... no permitirá que resbale tu pie... el Señor te guarda de todo mal...».

2. Mateo 5,1-12

Durante tres meses -de la semana X a la XXI del Tiempo Ordinario-, vamos a seguir diariamente el evangelio de Mateo, después de haber leído durante nueve semanas el de Marcos.

Empezamos en su capítulo 5, con el sermón de la montaña, porque los cuatro primeros -la infancia y la manifestación de Jesús, con la llamada de los primeros discípulos- los escuchamos ya en la Navidad y semanas siguientes.

El sermón de la montaña -capítulos 5-7 de este evangelio- es el primero de los cinco grandes «discursos» que Mateo reproduce en su evangelio, recogiendo así, para bien de sus lectores, las enseñanzas que Jesús dirigió a sus discípulos a lo largo de su ministerio.

Los otros serán el de la misión (cap. 10), las parábolas (cap. 13), las enseñanzas sobre la vida comunitaria (cap. 18) y el discurso escatológico (caps. 24-25).

a) Empezamos bien, con las bienaventuranzas, la «carta magna» del Reino. Jesús anuncia ocho veces a sus seguidores la felicidad, el camino hacia el proyecto de Dios, que siempre ha sido proyecto de vida y de felicidad. Como Moisés, desde el monte Sinaí, anunció de parte de Dios el decálogo de la Alianza a su pueblo, ahora Jesús, el nuevo y definitivo Moisés, en la montaña propone su nuevo código de vida.

Ahora bien: este camino que nos enseña Jesús es en verdad paradójico: llama felices a los pobres, a los humildes, a los de corazón misericordioso, a los que trabajan por la paz, a los que lloran y son perseguidos, a los limpios de corazón. Naturalmente, la felicidad no está en la misma pobreza o en las lágrimas o en la persecución. Sino en lo que esta actitud de apertura y de sencillez representa y en el premio que Jesús promete.

Los que son llamados bienaventurados por Jesús son los «pobres de Yahvé» del AT, los que no son autosuficientes, los que no se apoyan en sí mismos, sino en Dios. A los que quieran seguir este camino, Jesús les promete el Reino, y ser hijos de Dios, y poseer la tierra.

b) Todos buscamos la felicidad. Pero, en medio de un mundo agobiado por malas noticias y búsquedas insatisfechas, Jesús nos la promete por caminos muy distintos de los de este mundo. La sociedad en que vivimos llama dichosos a los ricos, a los que tienen éxito, a los que ríen, a los que consiguen satisfacer sus deseos. Lo que cuenta en este mundo es pertenecer a los VIP, a los importantes, mientras que las preferencias de Dios van a los humildes, los sencillos y los pobres de corazón.

La propuesta de Jesús es revolucionaria, sencilla y profunda, gozosa y exigente. Se podría decir que el único que la ha llevado a cabo en plenitud es él mismo: él es el pobre, el que crea paz, el misericordioso, el limpio de corazón, el perseguido. Y, ahora, está glorificado como Señor, en la felicidad plena.

Desde hace dos mil años, se propone este programa a los que quieran seguirle, jóvenes y mayores, si quieren alcanzar la felicidad verdadera y cambiar la situación del mundo. Las bienaventuranzas no son tanto un código de deberes, sino el anuncio de dónde está el tesoro escondido por el que vale la pena renunciar a todo. Más que un programa de moral, son el retrato de cómo es Dios, de cómo es Jesús, a qué le dan importancia ellos, cómo nos ofrecen su salvación. Además, no son promesa; son, ya, felicitación.

Pensemos hoy un momento si estamos tomando en serio esta propuesta: ¿creemos y seguimos las bienaventuranzas de Jesús o nos llaman más la atención las de este mundo? Si no acabamos de ser felices, ¿no será porque no somos pobres, sencillos de corazón, misericordiosos, pacíficos, abiertos a Dios y al prójimo?

Empezamos el evangelio de Mateo oyendo la bienaventuranza de los sencillos y los misericordiosos, y lo terminaremos escuchando, en el capitulo 25, el éxito final de los que han dado de comer y visitado a los enfermos. Resulta que las bienaventuranzas son el criterio de autenticidad cristiana y de la entrada en el Reino.

«Si recibimos aliento, es para comunicaros aliento» (1ª lectura I)

«Gustad y ved qué bueno es el Señor» (salmo I)

«El auxilio me viene del Señor» (salmo Il)

«Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 10-15


3-3.

Primera lectura : 1 de Reyes 17, 1-6 Elías sirve al Señor Dios de Israel.

Salmo responsorial : 120, 1-2.3-4.5-6.7-8 El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

Evangelio : Mateo 5, 1-12 Dichosos los pobres en el Espíritu.

Jesús, en su discurso de las bienaventuranzas, empieza a elaborar una especie de sermón evangélico que se extenderá hasta el capítulo 7º, en el cual desplegará su planteamiento definitivo sobre lo que es el Reino y hará unos señalamientos sobre cómo acelerar su advenimiento. En la primera y la última bienaventuranza existe una especie de inclusión que las vuelve complementarias, y el resto de ellas viene a ser una explicitación de las dos mencionadas. El principio y el fin de esta inclusión está dado en torno a que el pobre y los perseguidos por defender su causa son los sujetos en quienes se concreta el Reino de Dios.

Como un hombre comprometido con las realidades de su tiempo, Jesús no podía lanzar un proyecto de humanización que dejara intactas las estructuras sociales, es por lo que las bienaventuranzas de distinta manera harán alusión al problema de la tierra, el hambre, la injusticia, y todo lo concerniente al cambio de mentalidad que se ha de precisar para acceder al Reino. La puesta en práctica de estas bienaventuranzas va a tener como recompensa el hacer posible que el Reino de Dios sea disfrutable ya en esta tierra y no sólo en el más allá.

Lo interesante de las bienaventuranzas en Mateo es que aparece Jesús hablando a sus discípulos y el pueblo detrás, como una especie de garante. Con todo esto Él quiere legar a la comunidad de fieles la importancia del discipulado y el gran valor que tiene la opción por los pobres y el hecho de ser perseguido. Entonces, para todo seguidor que se haga pobre, por opción, y acoja como suya la causa de los pobres, Dios será su respaldo y su sustento, y sólo así se estarán dando señales en el mundo de lo que es el Reino de Dios. Sin olvidar que el Reino de Dios es una realidad escatológica que Dios es el que la trae y quien la inaugura.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-4.

2 Cor 1, 1-7: El nos consuela

Sal 33, 2-9

Mt 5, 1-12: La bienaventuranzas

Nos encontramos con el sermón de la montaña donde Jesús proclama la nueva ley, el evangelio del Reino de Dios. De esta manera el sermón se convierte en una nueva manera de ser y de vivir para los discípulos, que también era válida para todo el pueblo que escuchaba a Jesús. Es un discurso programático que delimita la postura cristiana frente a otras posiciones religiosas de la época. Antes de instruir a sus discípulos para la misión, antes de revelar el contenido doctrinal del Reino o de instruirles sobre los posibles problemas y tensiones comunitarias, Jesús expone la forma de vida que espera y exige de sus seguidores.

Según Mateo, Jesús pronuncia este discurso programático en una montaña. La montaña es el lugar donde se promulga la nueva ley; para Mateo es lugar de oración, de curaciones, de revelaciones y de enseñanza. Es probable que Mateo tenga como punto de partida para la elaboración de este relato la experiencia de Moisés en el Sinaí (Ex. 19, 12-21), donde se promulgó la ley de Israel. Esto no significa que el evangelista quiera establecer un contraste entre Jesús y Moisés colocando las bienaventuranzas como derogación de los mandamientos. El texto hace alusión a la historia fundamental de Israel: Dios habla de nuevo, por medio de Jesús, como habló en otro tiempo en el monte Sinaí por medio de Moisés.

El relato de las bienaventuranzas está construido magistralmente. La fórmula "porque de ellos es el Reino de lo Cielos" le da unidad a todo el relato. De igual manera las tres primeras bienaventuranzas tienen como destinatarios a los pobres: a los que sufren, a los que lloran, a los que tienen hambre y sed de justicia, de ello es el Reino de los cielos, es decir, de los oprimidos, miserables, sojuzgados y humillados, de los incapaces de hacer frente al opresor. Esta es la paradoja de las bienaventuranzas que hace felices a los que el mundo desprecia y arrincona, porque está construido en estructuras sociales y económicas que generan relaciones sociales injustas. La propuesta de Jesús, el Reino de Dios, es la alternativa para construir un mundo mejor desde lo pequeño, desde lo insignificante, desde lo que nunca ha contado en la sociedad. Es con la fuerza de los pobres, con su energía y resistencia y con su vigor en la confrontación, como el pueblo debe activar mecanismos selectivos y masivos de defensa de la vida en la construcción de una nueva sociedad.

De las enseñanzas de Jesús nace un camino de experiencia y unidad comunitaria. Los más grandes en la Iglesia son los más pequeños, aquellos que se encuentran entregados en las manos de los otros, como estuvo Jesús. Desde el reverso del poder, desde el lugar de los perdedores, puede edificarse y se edifica un tipo nuevo de unión comunitaria que se expresa y triunfa en el proyecto de Jesús.

De esta manera, en América Latina los verdaderos seguidores de Jesús debemos asumir la increíble y desconcertante novedad de las bienaventuranzas presentando el mensaje del evangelio como la nueva ley del Reino que invita a la justicia y a la libertad, corriendo, aún, el riesgo de entregar como Jesús y sus discípulos la propia vida por los demás. Hoy, en medio de tanta injusticia, violencia y muerte, se reactualiza el compromiso profético de anunciar la misericordia de Dios, de construir la paz y de denunciar las estructuras sociales que generan la muerte. Si nos unimos a los proyectos populares y a sus luchas reivindicativas, asumiendo esta tarea sin miedo, aún corriendo el riesgo de los insultos, las persecuciones y las calumnias, estemos alegres y contentos porque la recompensa será grande en el Cielo.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-5. CLARETIANOS

Queridos amigos y amigas:

Tras la cincuentena pascual, proseguimos el tiempo ordinario. Lo hacemos en la décima semana. Durante las dos próximas semanas vamos a leer en la primera lectura la segunda carta de San Pablo a los corintios. El evangelio de San Mateo nos acompañará durante casi tres meses, nada menos que hasta el 30 de agosto.

Es bueno que, al comienzo de un nuevo libro, nos informemos acerca de su plan de conjunto. Esto nos permitirá entender mejor cada parte. No todos disponemos de tiempo y de medios para un estudio a fondo, pero siempre podemos dar un nuevo paso. Por esa razón, os ofrezco algunos enlaces que nos proporcionan un acercamiento sencillo.

Os invito a recordar alguna experiencia de sufrimiento. Estos días, en España, estamos todavía conmocionados por el último atentado de ETA y por los muertos y heridos en el choque de trenes que se produjo cerca de Chinchilla (Albacete).

¿Qué sentimos cuando nos visita el dolor, cuando tenemos la impresión de que las cosas salen torcidas, cuando parece que la alegría dura tan poco en casa del pobre? ¿Cómo es posible que en la gran familia de Dios, que es la humanidad, haya tantos millones de personas que pasan hambre, que lloran, que son perseguidas? ¿A qué extraño plan responde tanta injusticia, tanta corrupción, tanta violencia? ¿De qué han servido dos mil años de cristianismo?

Contemplando a los pobres y excluidos de su tiempo, Jesús debió de sentir en carne propia el abismo que hay entre el sueño de Dios y la dura realidad de cada día. Debió de sentir a un tiempo la impotencia de quien apenas puede hacer nada y la tentación de quien sueña que Dios es un recurso mágico para resolver todo a golpe de deseo.

¿No sentimos esto mismo cada uno de nosotros? ¿No nos debatimos entre el “no hay nada que hacer” y el “que venga Dios y lo arregle”?
Mateo comienza el ministerio público de Jesús con la proclamación de las bienaventuranzas. Todos los detalles de este “discurso programático” son importantes:

Jesús contempla la muchedumbre (Al ver Jesús el gentío) que simboliza a toda la humanidad doliente. Y siente, como en tantas ocasiones, compasión. Hace suyos los sufrimientos de cada uno. Los entiende por dentro porque también él, desde el comienzo de su vida hasta el final, se siente atravesado por la tentación del sinsentido, de reducir a Dios a un poder mágico.

Sube a la montaña, se sienta y comienza a hablar. Todo nos hace pensar que lo que va a decir tiene el sello de su Padre.

El contenido es paradójico: todos los que sufren (por situaciones injustas o por incomprensión hacia su tarea) tienen dentro de sí la semilla de la felicidad. La tienen, no en virtud de su rectitud moral, de sus cualidades, de su resignación o de no sé qué extraña medida compensatoria. Son felices, sin comparación ninguna con cualquier otro ser humano (rico, satisfecho, potente), porque Dios se ha puesto de su parte. Son felices porque en el centro mismo de su dolor habita Dios, por difícil, paradójico y casi inhumano que resulte.

Escribo esto y experimento dos reacciones contrapuestas. La primera se parece mucho a la crítica marxista de la religión. Si no se entienden estas palabras de Jesús en su verdad, pueden ser utilizadas como justificación del orden establecido. Si se las acoge a la luz de su propia vida (esta es la segunda reacción), entonces, no solamente alimentan un gran coraje para luchar por la dignidad de todos los seres humanos sino que dan sentido a todo sufrimiento que se vive en comunión con el Cristo que sufre y muere.

No estoy seguro de haber entendido esto, pero sé que sí lo ha entendido Pablo cuando escribe a los corintios: Si los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, gracias a Cristo rebosa en proporción nuestro ánimo. O cuando más adelante remacha: Si sois compañeros en el sufrir, lo sois en el buen ánimo. Y también sé que lo han entendido y vivido muchos sufrientes que han hecho de la prueba un trampolín de fe, de alegría, de capacidad de lucha, de esperanza contra toda esperanza. En otras palabras, de felicidad.

¿Se puede vender esta “fórmula” en el supermercado de propuestas para estar bien y ser feliz? Se puede, pero no tendría ningún éxito de ventas. Seguimos empeñados en transitar otros caminos de rápida gratificación. Pero chocamos siempre contra la misma piedra. No deberíamos extrañarnos de nuestra profunda infelicidad.

Vuestro hermano en la fe:

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


3-6. DOMINICOS

Gracia y Paz para todos
Este buen deseo aflora en las lecturas que tomamos de la II Carta de san Pablo a los Corintios y del capítulo 5 del Evangelio según san Mateo.

Al desear gracia estamos mirando a la bondad y misericordia de Dios que nos quiere amigos e hijos suyos, y pedimos que a todos llegue este mensaje: Dios nos ama.

Al desear paz lanzamos nuestra mirada hacia todos los hermanos, peregrinos, que hacemos la ruta por la tierra y les damos la mano. Hagamos la ruta con sosiego interior, con discernimiento de lo que es nuestra condición de criaturas pensantes, responsables, tratando de que no malogren los dones de naturaleza y gracia que hemos recibido del Creador y Padre. Y hagámosla con la mente, corazón y voluntad abiertos a los demás, sintiéndonos solidarios en el bien, prontos al servicio, dignos en el respeto, felices en la felicidad de los demás.

Nada que sea humanamente razonable y bueno puede resultar o parecer extraño al hombre creyente, pues todo hijo de Dios ha de comenzar siendo hijo de hombre, plenamente, y, si así no fuere, estaría defraudando su condición integral de ser humano y de ser creyente. Y nada que sea divinamente razonable y bueno puede resultar o parecer perjudicial o innoble para el hombre. El mismo Dios que es eterna sabiduría y amor –misterio insondable- es la fuente de donde mana todo nuestro ser y vida. Acerquémonos, pues, al Señor, nuestro Dios, y gustemos de su bondad y amor.

ORACIÓN:
Señor, Dios nuestro, seas bendito por lo siglos. Tú eres nuestro aliento de vida, el misterio de verdad, amor, misericordia. Tú alimentas nuestra esperanza e iluminas nuestro destino. Haznos gustar la felicidad de vivir contigo, en tus manos, y con nuestros hermanos. Amén.

La Palabra de Dios
Segunda carta a los Corintios 1, 1-7:
“Pablo, apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, y el hermano Timoteo, a la Iglesia de Dios que está en Corinto... Os deseamos la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.

¡Bendito sea Dios, Padre de nuesro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios del consuelo! Él nos alienta en nuestras luchas hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás en cualquier lucha, repartiendo con ellos el ánimo que nosotros recibimos de Dios... Nos dais firmes motivos de esperanza, pues sabemos que, si sois compañeros en el sufrir, también lo sois en el buen ánimo”
Pablo y Timoteo, elegidos de Dios, nos desean gracia y paz, y confiesan que Dios Padre es fuente de amor, consuelo, misericordia. Quienes hayamos experimentado esa verdad, por fe, hemos de salir en busca de los demás para comunicársela. Y cuando encontremos a alguien que viva esa experiencia, debemos gozarnos en ello.

Evangelio según san Mateo 5, 1-12:
“En aquel tiempo Jesús, al ver el gentío, subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos. Y él se puso a hablar, enseñándoles:
Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados...”

He aquí la expresión paradójica de una gran verdad religiosa: no debemos entender que el rico, fuerte, dictador, poderoso, es el más feliz. Lo es quien se sienta más dueño de sí mismo en su dimensión espiritual y más amigo de todos.

Momento de reflexión
Grandes del gustar de Dios y gustar con los hombres: bienaventuranzas.

Afirmamos con frecuencia, y puede ser verdad, que el corazón del hombre ha sido creado para gozar de Dios, y que por ello anda inquieto entre las cosas y apetencias materiales. Así habla san Agustín, por ejemplo.

Pero ¿quién podría asegurar, desde la experiencia machacona de cada día, que esa verdad flota constantemente en el espacio humano? ¿No es más bien palpable que el corazón humano se deleita en gozos y placeres que tienen muy poco de ‘divino’?

Pues, a pesar de que es triste realidad humana hedonista, nosotros, si por principio religioso de fe nos reconocemos hijos y amados de Dios, hemos de considerar como lo más razonable y noble no volcarnos sobre placeres de la carne sino sobre el Corazón de Dios, sintiendo los latidos de su Corazón desde nuestro corazón.

Qué eso se ha de dar en nosotros, por exigencia de la gracia, al mismo tiempo que, por principio de naturaleza, nos sentimos atraídos por los halagos de la carne, del poder, del dinero, ya lo sabemos. Quiere decirse que en nosotros hay tensión interior continua entre el amor a Dios y el amor de concupiscencias terrenas. ¿Cómo armonizar la doble tensión? Obra de nuestro ingenio será moderar, relajar y explotar esa tensión, para saber vivir, al mismo tiempo, en el gozo de ser hijos de Dios y en el de ser hijos de hombre.

Lo conseguiremos si logramos persuadirnos, y en parte percibirlo con claridad, que nada verdaderamente humano contradice a lo divino, ni nada verdaderamente divino contradice a lo realmente humano. Lo cual significa que gustar de Dios y gustar de ser hombre no se logra cultivando cualquier tipo de felicidad sino la que es razonablemente viable en el ser integral humano.

Intentemos descubrir los rasgos de racionalidad en esas verdades que campean en la ‘bienaventuranzas’: Ser bienaventurado no consiste en decir que sufrir es gozar o que ser enfermo es ser sano sino en llenar de espíritu humano-divino los gozos y las adversidades, y en aceptar que ser feliz ha de ser compatible ineludiblemente con cierta dosis de sufrimiento y amargura. Lo demás es vivir fuera de la historia.


3-7.

Luego de los tiempos de Cuaresma y Pascua se reinicia la lectura continuada del Evangelio de Mateo con la proclamación del sermón de la montaña. Dicho pasaje forma parte de la unidad que comienza en 4, 23 y que se prolonga hasta el final del c. 9, donde el v. 35 reproduce con pocas variantes el versículo inicial del bloque.

Desde esta indicación, ofrecida por el evangelista, debemos considerar que el discurso de los cc. 5-7 se prolonga en acciones coherentes con lo expresado en los cc. 8-9. Frente a los fariseos que "dicen y no hacen" (Mt 23, 3b), Jesús lleva a cabo lo que dice y este es el fundamento más íntimo de su "autoridad", varias veces mencionada en esos capítulos.

Por tanto , las bienaventuranzas deben entenderse no sólo como un proyecto futuro sino como la forma en que Jesús ha realizado en sí mismo la auténtica felicidad. Ese carácter concreto se realiza también en sus discípulos como aparece a partir del v. 11 donde se cambia el "ellos" en un directo "ustedes" que concierne a la comunidad de los seguidores de Jesús.

Por tanto, la propuesta es más que una Ley, ya que es el instrumento eficaz en orden a crear un ámbito salvífico en la propia existencia, posible para la vida del discípulo, pero que debe alcanzar a toda la realidad humana representada simbólicamente en el pasaje por la presencia de una "multitud".

En lo más profundo se trata de definir la lógica del Reino de Dios , concretada en Jesús y que debe hacerse realidad en la vida de sus seguidores y, a través de ellos, en toda la historia humana.

La presencia de Dios a lo largo de la historia salvadora que sale al encuentro de las necesidades de bebida y alimento de sus fieles como en la historia de Elías (1 Re 17, 1-6) y la protección divina en los peligros que da origen al canto de confianza del salmista (Sal 120), se hace posible para todo ser humano que es capaz de asumir la vida y el proyecto de Jesús. Mateo, al traducir la ley fundamental proclamada por Jesús para su comunidad, tiene presente los dos peligros más graves que acechan a ésta en el momento en que escribe. Por ello se preocupa en poner de relieve las dificultades del externo ocasionadas por la persecución de la sinagoga y del Imperio. Pero también es consciente del peligro que significa la adopción de un proyecto basado en la acumulación de bienes, típica de la sociedad de intenso intercambio comercial de finales del siglo I, que liga la valorización propia a la posesión.

Por ello el "Reino de los cielos" se presenta en íntima unión con "los que eligen ser pobres" (v. 3) y con los "perseguidos por su fidelidad"(v.10) o por causa de Jesús (v. 11).

La auténtica autoestima del ser humano no puede alcanzarse por las medidas originadas en la búsqueda del mantenimiento de los privilegios de los poderosos, ni por la búsqueda de acumulación. Ni la aprobación del gobernante ni la aprobación social son capaces de colmar los vacíos de la existencia humana.

Las búsquedas humanas sólo pueden brotar de la primacía de Dios en la vida de los seres humanos y esto puede ser alcanzado sólo en la comprensión de una existencia realizada en el compartir la suerte de los que han sido marginados por los que controlan la riqueza y la fuerza de este mundo.

La vida en comunicación con Dios, "la mística" de cada integrante de la comunidad, debe traducirse por tanto en una "política" de identificación con los pobres y perseguidos a causa de la justicia con quienes se exige la propia "suerte echar" como señala una conocida canción ("Guantanamera", 3ª estrofa, letra de Martí y música de Joseíto). La "opción por los pobres" de la teología y la espiritualidad latinoamericanas (y hoy ya mundiales) era, es, eso: "Con los pobres de la tierra, quiero yo mi suerte echar", una alianza de lucha y de esperanza.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


3-8. 2001

COMENTARIO 1

vv. 7-8: Por el camino proclamad que está cerca el reinado de Dios, 8curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. De balde lo recibisteis, dadlo de balde.

Jesús añade ahora un aviso: la idea de lucro ha de estar ausente de esta actividad. Se hace, por tanto, con «limpieza de corazón» (5,8), sin segundas intenciones.

vv. 9-10: No os procuréis oro, plata ni calderilla para llevarlo en la faja; 10ni tampoco alforja para el camino, ni dos tú­nicas, ni sandalias, ni bastón, que el bracero merece su sus­tento.

La opción por la pobreza que ha hecho el discípulo (5,3) ha de ser bien visible. No deben llevar dinero alguno, tampoco pro­visiones (alforja), ni dos túnicas o sandalias, como la gente acomodada. La prohibición de llevar bastón simboliza la renuncia a toda violencia, incluso en defensa propia (cf. 5,39). El desprendi­miento absoluto del discípulo se funda en su confianza de que no faltará el sustento. Jesús los exhorta a la confianza que había de tener el discípulo en el Padre del cielo (6,25-34). La misión es un trabajo por el que se busca que reine la justicia del Padre (6,33); éste se ocupará de lo demás.

v.11: Cuando entréis en un pueblo o aldea, averiguad quién hay allí que se lo merezca y quedaos en su casa hasta que os vayáis. 12A1 entrar en una casa, saludad. 13Si la casa se lo me­rece, que la paz que le deseáis se pose sobre ella; si no se lo merece, vuestra paz vuelva a vosotros.

«Se merece» recibir al enviado quien está abierto al men­saje del reino, es decir, los que no se conforman con la situación existente. Los Doce enviados son mensajeros de paz (cf. 5,9) y trabajar por ella es su labor. Esto se refleja en su saludo. Hay, sin embargo, quienes rechazan este mensaje. En tal caso los enviados deben desentenderse de ellos con un gesto simbólico, usado al abandonar tierra pagana. Jesús anuncia un juicio que será más severo para los que no acogen el anuncio del reino, que para las ciudades paganas proverbialmente malditas.


COMENTARIO 2

Uno de los signos que debe acompañar a los discípulos es la solidaridad con los empobrecidos. La misma pobreza los hace más solidarios de los otros en el sentido más radical de la palabra. Tienen que pedir alojamiento, es decir, pedir posada y quedarse de esta forma en manos de aquellos que quieran recibirlos. La misma autoridad del Reino que transmiten los hace dependientes de los hombres: así viven a merced de la hospitalidad de los otros, como un signo de la presencia del Reino.

Nada tienen, nada pueden en sentido externo y, sin embargo, en su propia debilidad, son signo viviente del juicio de Dios sobre la tierra. Por eso, allí donde no los reciban, pueden sacudir el polvo de las sandalias, como queriendo decir: les estamos ofreciendo el camino de la salvación y no lo quieren, entonces esperen el juicio definitivo de Dios.

Así actúan los doce, enviados por Jesús como mensajeros del Reino de Dios. En esta fiesta en la que hacemos memoria de uno de ellos, San Bernabé, su vida ha de entenderse a la luz de lo que Jesús quiere anunciar y preparar por ellos, que es la nueva comunidad mesiánica, aquella familia de hombres y mujeres que cumplan la voluntad de Dios, superando y rompiendo todos los muros de la vieja casa de la ley judía.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-9. 2002

COMENTARIO 1


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vv. 1-2: Al ver Jesús las multitudes subió al monte, se sentó y se le acercaron sus discípulos. É1 tomó la palabra y se puso a enseñarles así:

Cada una de las bienaventuranzas está constituida por dos miembros: el primero enuncia una opción, estado o actividad; el segundo, una promesa. Cada una va precedida de la promesa de felicidad («dichosos»). El código de la nueva alianza no impone pre­ceptos imperativos; se enuncia como promesa e invitación.

De las ocho bienaventuranzas hay que destacar la primera y la última, que tienen idéntico el segundo miembro y la promesa en presente: «porque ésos tienen a Dios por rey». Cada una de las otras seis tiene un segundo miembro diferente y la promesa vale para el futuro próximo («van a recibir, van a heredar, etc.»). De estas seis, las tres primeras (vv. 4.5.6) mencionan en el primer miembro un estado doloroso para el hombre, del que se promete la liberación. La cuarta, quinta y sexta (vv. 7.8.9), en cambio, enuncian una actividad, estado o disposición del hombre favorable y beneficiosa para su prójimo, que lleva también su correspondien­te promesa del futuro.



v. 3: Dichosos los que eligen ser pobres, porque ésos tienen a Dios por rey.

«Los que eligen ser pobres » El texto griego se presta a dos interpretaciones: 1) pobres en cuanto al espíritu y 2) pobres por el espíritu. La primera, a su vez puede tener un sentido peyorativo («los de pocas cualidades») o bien el de «los interiormente despegados del dinero», aunque lo posean en abundancia Este último sentido está excluido por el significado del termino «pobres» ('anawim/'aniyim), por la explicación dada por Jesús mismo en la sección 6,19-24 y por la condición puesta al joven rico para seguir a Jesús y así entrar en el reino de Dios (19, 21-24).

En la tradición judía, los términos 'anawim/'aniyim designaban a los pobres sociológicos, que ponían su esperanza en Dios por no encontrar apoyo ni justicia en la sociedad. Jesús recoge este sen­tido e invita a elegir la condición de pobre (opción contra el dinero y el rango social), poniéndose en manos de Dios

El término «espíritu», en la concepción semítica, connota siempre fuerza y actividad vital. En este texto donde va articulado y sin referencia a una mención anterior, denota el «espíritu del hombre» (artículo posesivo). En la antropología del AT, el hombre posee «espíritu» y «corazón» Ambos términos designan su interiori­dad; el primero, en cuanto dinámica, su actividad en acto; el segundo, en cuanto estática, los estados interiores o disposiciones habituales que orientan su actividad (cf. 5,8). La interioridad del hombre pasa a la actividad en cuanto inteligencia, decisión o sentimiento. Dado que lo que Jesús propone es una opción por la pobreza, el acto que la realiza es la decisión de la voluntad. El sentido de la bienaventuranza es, por tanto, «los pobres por decisión», oponiéndose a «los pobres por necesidad». Es la interpretación que Jesús mismo propone en 6,24, la opción entre dos señores, Dios y el dinero. Transponiendo el nombre verbal «decisión» a forma conjugada, se tiene «los que deciden» o «eligen ser pobres».

Como se ve, además del sentido bíblico del término «pobres» y de los textos paralelos de Mt citados más arriba (6,19-24; 19,21-24), el significado de «espíritu» (acto) en la antropología semítica, con­trapuesto al de «corazón» (disposición/estado), basta para excluir la interpretación «pobres en cuanto al espíritu».

«Tienen a Dios por rey». El griego basileia no significa aquí «reino», sino «reinado» (cf. 3,2). «Suyo es el reinado de Dios» quiere decir que este reinado se ejerce sobre ellos, que sólo sobre ellos (ésos) actúa Dios como rey. La traducción requiere una fórmula que exprese el sentido activo de basileia.

Los efectos negativos de la opción por la pobreza (necesidad, dependencia) quedan neutralizados por la declaración de Jesús: «Dichosos». Cuando Dios reina sobre los hombres, se produce la felicidad. Esto significa que esos pobres no van a carecer de lo necesario ni van a tener que someterse a otros para obtener el sustento. La pobreza a la que Jesús invita significa una renuncia a acumular y retener bienes, a considerar algo como exclusivamente propio; estos pobres estarán siempre dispuestos a compartir lo que tengan. Así lo explica Jesús en los episodios de los panes (14, 13-23; 15,32-39).

Esta es la buena noticia a los pobres, el fin de su miseria, anun­ciado por Is 61,1 (cf. Mt 11,5).

La opción inicial que propone Jesús realiza lo prescrito por el primer mandamiento de Moisés. «No tendrás otros dioses frente a mí» (Dt 5,7). La idolatría que amenazaba a Israel en sus prime­ros tiempos se concreta en la posesión de la riqueza (cf. Mt 6,24). Por eso, el enunciado de esta bienaventuranza, como el de las que siguen, es exclusivo: porque «ésos», y no otros, «tienen a Dios por rey». Solamente los que han roto con el ídolo del dinero entran en el reino de Dios. La opción por la pobreza es la puerta de en­trada en el reino y la que incorpora a la nueva alianza.

En relación con la proclamación de Jesús: «Enmendaos, que está cerca el reinado de Dios», la opción propuesta por la primera bienaventuranza lleva a su perfección la metanoia o enmienda, pues quien elige ser pobre renunciando a acaparar riquezas, y con ello al rango y al dominio, excluye de su vida toda posibilidad de in­justicia.



v. 4: Dichosos los que sufren,

porque ésos van a recibir el consuelo.

Comienzan las tres bienaventuranzas que mencionan una si­tuación negativa del hombre y la correspondiente promesa de libe­ración. «Los que sufren»: el verbo griego denota un dolor profun­do que no puede menos de manifestarse al exterior. No se trata de un dolor cualquiera; el texto está inspirado en Is 61,1, donde los que sufren forman parte de la enumeración que incluye a los cau­tivos y prisioneros. En el texto profético se trata de la opresión de Israel, y el Señor promete su consuelo para sacar a su pueblo de la aflicción, del luto y del abatimiento.

«Los que sufren» son, por tanto, víctimas de una opresión tan dura que no pueden contener su dolor. Como en Is 61,1, el consue­lo significa el fin de la opresión.



v. 5: Dichosos los sometidos,

porque ésos van a heredar la tierra.

El texto de esta bienaventuranza reproduce casi literalmente Sal 37,11. En el salmo, los praeis son los 'anawim o pobres que por la codicia de los malvados han perdido su independencia económica (tierra, terreno) y su libertad y tienen que vivir sometidos a los poderosos que los han despojado. Su situación es tal que no pueden siquiera expresar su protesta. A éstos Jesús promete no ya la posesión de un terreno como patrimonio familiar, sino la de «la tierra» a todos en común (cf. Dt 4). La universalidad de esa «tierra» indica la restitución de la libertad y la independencia con una plenitud no conocida antes.



v. 6: Dichosos los que tienen hambre y sed de esa justicia, porque ésos van a ser saciados.

Las dos bienaventuranzas anteriores se condensan en ésta. «Los que tienen hambre y sed de la justicia (= de esa justicia).» El hambre y la sed indican el anhelo vehemente de algo indispensable para la vida. La justicia es al hombre tan necesaria como la comida y la bebida; sin ella se encuentra en un estado de muerte. La justi­cia a que se refiere la bienaventuranza es la expresada antes: verse libres de la opresión, gozar de independencia y libertad. Jesús pro­mete que ese anhelo va a ser saciado, es decir, que en la sociedad humana según el proyecto divino, «el reino de Dios», no quedará rastro de injusticia.



v. 7: Dichosos los que prestan ayuda,

porque ésos van a recibir ayuda.

Comienzan las bienaventuranzas que mencionan una actividad o estado positivos. «Los que prestan ayuda»: no se trata de misericordia como sentimiento sino como obra ( = obras de misericordia); es decir, de prestar ayuda al que lo necesita en cualquier terreno, en primer lugar en lo corporal (cf 25, 35s) Dios derramará su ayuda sobre los que se portan así



v. 8: Dichosos los limpios de corazón,

porque ésos van a ver a Dios.

La expresión «los limpios de corazón» está tomada de Sal 24,4, donde «el limpio de corazón» se encuentra en paralelo con «el de manos inocentes». «Limpio de corazón» es el que no abriga malas intenciones contra su prójimo; «las manos inocentes» indican la conducta irreprochable. En el salmo se explican ambas frases por «el que no se apega a un ídolo ni jura en falso a su prójimo» (LXX). En la primera bienaventuranza, Jesús ha identifi­cado al ídolo con la riqueza (5,3; cf. 6,24); es el hombre codicioso el que tiene una conducta malvada. Lo que sale del corazón y mancha al hombre se describe en Mt 16,19: los malos designios, que desembocan en las malas acciones. La limpieza de corazón, disposición permanente, se traduce en transparencia y sinceridad de conducta y crea una sociedad donde reina la confianza mutua.

A «los limpios de corazón» les promete Jesús que «verán a Dios», es decir, que tendrán una profunda y constante experiencia de Dios en su vida. Esta bienaventuranza contrasta con el concepto de pureza según la Ley; la pureza o limpieza ante Dios no se con­sigue con ritos ni observancias, sino con la buena disposición hacia los demás y la sinceridad de conducta. La conciencia de la propia impureza retraía de la presencia divina (cf. Is 6,5) y el co­razón puro era una aspiración del hombre (Sal 51,12). Para Jesús, el corazón puro no es sólo una posibilidad, sino la realidad que corresponde a los suyos. En el AT, el lugar de la presencia de Dios era el templo (Sal 24,3; 42,3.5; 43,3); su función ha cesado de exis­tir: Dios se manifiesta directa y personalmente al hombre.



v. 9: Dichosos los que trabajan por la paz,

porque a ésos los va a llamar Dios hijos suyos.

«La paz» tiene el sentido semítico de la prosperidad, tran­quilidad, derecho y justicia; significa, en suma, la felicidad del hombre individual y socialmente considerado. Esta bienaventuran­za condensa las dos anteriores: en una sociedad donde todos están dispuestos a prestar ayuda y donde nadie abriga malas intenciones contra los demás, se realiza plenamente la justicia y se alcanza la felicidad del hombre. A los que trabajan por esta felicidad promete Jesús que «Dios los llamará hijos suyos»; es decir, esta acti­vidad hace al hombre semejante a Dios por ser la misma que él ejerce con los hombres. Como cima de las promesas se enuncia la relación filial de los individuos con Dios, que incluye recibir la ayuda que él presta y tener la experiencia de Dios en la propia vida. El reinado de Dios es el de un Padre que comunica vida y ama al hijo. Cesa, pues, la relación con Dios como Soberano propia de la antigua alianza, sustituida por la relación de confianza, intimidad y colaboración del Padre con los hijos.



v. 10: Dichosos los que viven perseguidos por su fidelidad, porque ésos tienen a Dios por rey.

La última bienaventuranza, que completa la primera, expo­ne la situación en que viven los que han hecho la opción contra el dinero. La sociedad basada en la ambición de poder, gloria y ri­queza (4,9) no puede tolerar la existencia y actividad de grupos cuyo modo de vivir niega las bases de su sistema. Consecuencia inevitable de la opción por el reinado de Dios es la persecución. Esta, sin embargo, no representa un fracaso, sino un éxito («Dichosos») y, aunque en medio de la dificultad, es fuente de alegría, pues el reinado de Dios se ejerce eficazmente sobre esos hombres.

El hecho de que en la primera y última bienaventuranzas la promesa se encuentre en presente: «porque ésos tienen a Dios por rey», y las demás en futuro: «van a ser consolados», etc., indica que las promesas de futuro son efecto de la opción por la pobreza y de la fidelidad a ella. Se distinguen, pues, dos planos: el del grupo que se adhiere a Jesús y da el paso cumpliendo la opción propuesta por él, y el efecto de esto en la humanidad. En otras palabras, la existencia del grupo que opta radicalmente contra los valores de la sociedad provoca una liberación progresiva de los oprimidos (vv. 4-6) y va creando una sociedad nueva (vv. 7-9). La obra liberadora de Dios y de Jesús con la humanidad está vincu­lada a la existencia del grupo humano que renuncia a la idolatría del dinero y crea el ámbito para el reinado de Dios.

Aunque Jesús dirige su enseñanza a sus discípulos (5,2), las bienaventuranzas se encuentran en tercera persona, son invitacio­nes abiertas a todo hombre. La multitud que ha quedado al pie del monte, pero que escucha sus palabras (7, 28) puede considerarse invitada a aceptar el programa de Jesús. La nueva alianza no está destinada solamente a Israel, sino a la humanidad entera. Según la concepción de Mt, el Israel mesiánico comprende a todos los pueblos, que pasan a ser hijos de Abrahán (3, 9) Por eso la genealogía del Mesías no comenzaba con Adán, sino con Abrahán (1,2), pues con él se inició la formación de la humanidad según el proyecto de Dios: la integración de la humanidad en el pueblo del Mesías (1,21), el descendiente de Abrahán, será el cumplimiento de la promesa.

En las bienaventuranzas promulga Jesús el estatuto del Israel mesiánico y constituye el nuevo pueblo representado en este pasaje por los discípulos que suben al monte con él. De ahí que Mt, al contrario de Mc (3,13-19), no narre la constitución de los Doce, sino solamente su misión (10,1ss). El número Doce es el del Israel mesiá­nico, fundado con las bienaventuranzas o código de la alianza. «Los doce discípulos» (10,2) representan a todos los seguidores de Jesús, sea cual fuera su número.



vv. 11-12: Dichosos vosotros cuando os insulten, os persigan y os calumnien de cualquier modo por causa mía. Estad alegres y contentos, que grande es la recompensa que Dios os da; porque lo mismo persiguieron a los profetas que os han precedido.

Desarrolla Jesús para sus discípulos la última bienaven­turanza, la más paradójica de todas La persecución mencionada en 5,10 se explicita en insulto, persecución y calumnia por causa de Jesús. La sociedad ejerce sobre la comunidad una presión que tiene diversas manifestaciones más o menos cruentas. Busca desacreditar al grupo cristiano, presentar de él una imagen adversa, y puede llegar a la persecución abierta. El motivo de esa hostilidad no puede ser otro que la fidelidad a Jesús y a su programa. La reacción de los discípulos ante la persecución ha de ser de alegría. Tendrán una gran recompensa.

La locución del original («en los cielos») designa a Dios como agente (« desde los cielos»); él actúa como rey de los que viven perseguidos; ésa es su recompensa. Los discípulos toman en la historia el puesto de los profetas de antaño, pero, según este pa­saje, la acción profética es la vida misma según el programa propuesto por Jesús. La persecución no es, por tanto, motivo de depresión o desánimo; todo lo contrario, ella demuestra que la vida de los discípulos causa impacto en la sociedad ambiente, y éste es su éxito. Relacionando estas palabras de Jesús con el conjunto de las bienaventuranzas, puede afirmarse que la vida de la comunidad va produciendo la liberación prometida en los sectores oprimidos de la sociedad y a eso se debe la persecución de que es objeto.



COMENTARIO 2


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Luego de los tiempos de Cuaresma y Pascua se reinicia la lectura continuada del Evangelio de Mateo con la proclamación del sermón de la montaña. Dicho pasaje forma parte de la unidad que comienza en 4, 23 y que se prolonga hasta el final del c. 9, donde el v. 35 reproduce con pocas variantes el versículo inicial del bloque.

Desde esta indicación, ofrecida por el evangelista, debemos considerar que el discurso de los cc. 5-7 se prolonga en acciones coherentes con lo expresado en los cc. 8-9. Frente a los fariseos que “dicen y no hacen” (Mt 23, 3b), Jesús lleva a cabo lo que dice y este es el fundamento más íntimo de su “autoridad”, varias veces mencionada en esos capítulos.

Por tanto , las bienaventuranzas deben entenderse no sólo como un proyecto futuro sino como la forma en que Jesús ha realizado en sí mismo la auténtica felicidad. Ese carácter concreto se realiza también en sus discípulos como aparece a partir del v. 11 donde se cambia el “ellos” en un directo “ustedes” que concierne a la comunidad de los seguidores de Jesús.

Por tanto, la propuesta es más que una Ley, ya que es el instrumento eficaz en orden a crear un ámbito salvífico en la propia existencia, posible para la vida del discípulo, pero que debe alcanzar a toda la realidad humana representada simbólicamente en el pasaje por la presencia de una “multitud”.

En lo más profundo se trata de definir la lógica del Reino de Dios , concretada en Jesús y que debe hacerse realidad en la vida de sus seguidores y, a través de ellos, en toda la historia humana.

La presencia de Dios a lo largo de la historia salvadora que sale al encuentro de las necesidades de bebida y alimento de sus fieles como en la historia de Elías (1 Re 17, 1-6) y la protección divina en los peligros que da origen al canto de confianza del salmista (Sal 120), se hace posible para todo ser humano que es capaz de asumir la vida y el proyecto de Jesús. Mateo, al traducir la ley fundamental proclamada por Jesús para su comunidad, tiene presente los dos peligros más graves que acechan a ésta en el momento en que escribe. Por ello se preocupa en poner de relieve las dificultades del externo ocasionadas por la persecución de la sinagoga y del Imperio. Pero también es consciente del peligro que significa la adopción de un proyecto basado en la acumulación de bienes, típica de la sociedad de intenso intercambio comercial de finales del siglo I, que liga la valorización propia a la posesión.

Por ello el “Reino de los cielos” se presenta en íntima unión con “los que eligen ser pobres” (v. 3) y con los “perseguidos por su fidelidad”(v.10) o por causa de Jesús (v. 11).

La auténtica autoestima del ser humano no puede alcanzarse por las medidas originadas en la búsqueda del mantenimiento de los privilegios de los poderosos, ni por la búsqueda de acumulación. Ni la aprobación del gobernante ni la aprobación social son capaces de colmar los vacíos de la existencia humana.

Las búsquedas humanas sólo pueden brotar de la primacía de Dios en la vida de los seres humanos y esto puede ser alcanzado sólo en la comprensión de una existencia realizada en el compartir la suerte de los que han sido marginados por los que controlan la riqueza y la fuerza de este mundo.

La vida en comunicación con Dios, “la mística” de cada integrante de la comunidad, debe traducirse por tanto en una “política” de identificación con los pobres y perseguidos a causa de la justicia con quienes se exige la propia “suerte echar” como señala una conocida canción (“Guantanamera”, 3ª estrofa, letra de Martí y música de Joseíto). La “opción por los pobres” de la teología y la espiritualidad latinoamericanas (y hoy ya mundiales) era, es, eso: “Con los pobres de la tierra, quiero yo mi suerte echar”, una alianza de lucha y de esperanza.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-10. 2003

2 Cor 1, 1-7: Comienzo de la carta
Salmo: 33, 2-9
Mt 5, 1-12: Dichosos los que eligen ser pobres

Comienza hoy la lectura del Sermón de la Montaña en el evangelio de Mateo (caps. 5-7) que se prolongará hasta el día 26 de Junio. Al escribir su evangelio, Mateo se dirige a judíos que se han hecho cristianos- y haciendo un calco de la vida y obra de Moisés, lo organiza todo en torno a cinco grandes discursos, como si se tratase de los cinco primeros libros de la Biblia (el Pentateuco) atribuidos a Moisés. Si el momento más importante de la vida de Moisés fue cuando éste subió al Monte Sinaí y recibió de Dios las tablas de la ley o mandamientos, convirtiéndose en mediador de la alianza entre Dios y el pueblo (Éx 19.24), el más importante de la vida de Jesús será cuando suba “al monte" (Mt 5,1) para promulgar las ocho bienaventuranzas. Desde este momento, para Mateo la enseñanza de Jesús adquiere todo el valor que en la tradición judía se había dado a la Ley y, en particular, a los mandamientos de Moisés.

El tema central de las bienaventuranzas (Mt 1-1-12) es el anuncio del comienzo del reinado de Dios que, en palabras actuales, podemos formular como anuncio de “una sociedad alternativa”, formada por quienes se han sumado a la causa de Jesús. En esta nueva sociedad, Dios va a ejercer su realeza no sobre los pobres de espíritu o apocados, ni sobre los pobres en el espíritu, aquellos que teniendo bienes y, sin dejar de tenerlos, se sienten espiritualmente dsprendidos-despegados de ellos, ni sobre los pobres resignados que han caído en las garras de la pobreza y que, en el mejor de los casos, si creen en el más allá, abrigan la esperanza de que Dios cambie su suerte en el futuro. No. Dios va a reinar sobre los pobres por el espíritu –el espíritu para los judíos es la fuente de las decisiones. Dios va a reinar, por tanto, sobre quienes han decidido elegir la pobreza –que podemos llamar con palabras actuales “austeridad solidaria”- como resultado de una elección libre y de una decisión voluntaria de renuncia a los bienes materiales. Dios reinará sobre cuantos han elegido la pobreza como forma de vida para hacer posible la eliminación de las causas que provocan y producen la pobreza en el mundo. Mediante el uso del plural ("los pobres", "ésos"), el evangelista indica que el Señor no nos llama a una pobreza individual, ascética, que favorezca la santificación del individuo concreto, sino que lanza a todos una propuesta capaz de trasformar radicalmente la sociedad (Mt 13,33): Jesús invita a todos los creyentes a hacerse voluntariamente pobres para que ninguno lo sea .

Dios reina sobre cuantos deciden voluntariamente ser pobres (= no acumular dinero) y permanecer fieles a esta elección (Mt 5,3.10). Los efectos del reino son:

-para la sociedad: la liberación de todos los oprimidos y la restitución de su dignidad a los marginados mediante la eliminación de toda causa de injusticia (Mt 5,4-6);

-para la comunidad: el nacimiento de unas relaciones basadas en el amor que permiten, a su vez, una relación inmediata e íntima con el Padre (Mt 5,7-9);

-para todos: el alcance de la felicidad plena a pesar del desencadenamiento de una persecución violenta por parte de cuantos defienden los intereses del dios-dinero (Mt 5,10a).

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


3-11. ACI DIGITAL 2003

3. Pobres en el espíritu son, como observa Sto. Tomás, citando a San Agustín, no solamente los que no se apegan a las riquezas (aunque sean materialmente ricos), sino principalmente los humildes y pequeños que no confían en sus propias fuerzas y que están, como dice S. Crisóstomo, en actitud de un mendigo que constantemente implora de Dios la limosna de la gracia. En este sentido dice el Magnificat: "A los hambrientos llenó de bienes y a los ricos dejó vacíos" (Luc. 1, 53).

4. Los mansos tendrán por herencia el reino de los cielos, cuya figura era la tierra prometida. Cf. S. 36, 9; 33, 19.

8. Verán a Dios: "Los limpios de corazón son los que ven a Dios, conocen su voluntad, oyen su voz, interpretan su palabra. Tengamos por cierto que para leer la Santa Biblia, sondear sus abismos y aclarar la oscuridad de sus misterios poco valen las letras y ciencias profanas, y mucho la caridad y el amor de Dios y del prójimo" (S. Agustín).

10. Cf. S. 16.


3-12. 2004. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

1 Reyes 17,1-6: Vive el Señor, Dios de Israel, a quien sirvo.
Salmo 120: Alzo los ojos a los montes, ¿de dónde me vendrá el auxilio?
Mt 5,1-12: Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos.


Los textos sobre el profeta Elías recogen diversas historias populares que eran transmitidas de generación en generación. Son textos difíciles con elementos arcaicos en el ámbito religioso y cultural, los cuales no permiten una reconstrucción histórica de los acontecimientos. Estos textos, sin embargo, contienen una riqueza teológica innegable. Son relatos que fueron conservados en el pueblo de Israel como testimonios de una persona verdaderamente de Dios y servían para despertar la conciencia del pueblo y provocar en él acciones semejantes a las de Elías en defensa de la vida y de la Alianza.

En el texto de hoy Elías aparece repentinamente y de forma misteriosa. Sólo sabemos que viene de las áridas regiones de la Transjordania, desde la zona de Galaad. Se presenta ante el rey Ajab con un título que es al mismo tiempo una misión: “Vive el Señor, Dios de Israel, a quien sirvo”, literalmente en hebreo: “delante del cual estoy vertical, disponible”. Elías se define en función de Dios. Su mismo nombre Eliyahu es una profesión de fe: “Yavéh, él es mi Dios”.

Baal, la divinidad extranjera que el rey Ajab y la reina Jezabel habían implantado en Israel, había seducido a muchos pues era presentado por sus seguidores como el dios que daba el agua a los campos y la fertilidad a la tierra. Elías se presenta ante el rey proclamando la soberanía de Yahvéh sobre la naturaleza. Sólo el Dios de Israel es el Dios verdadero, el único que puede dar la lluvia y quitarla. Por eso Elías, el profeta de Dios, puede anunciar un período de sequía de dos años. Las palabras de Elías seguramente desataron la furia del rey, por lo cual el Señor ordena a Elías que vaya a esconderse al torrente Querit. El Señor le manda ponerse en camino y Elías hace tal como se lo ordena el Señor (vv. 4-5).

La idea central de los relatos de Elías es la del camino. El camino marca toda la vida del profeta. La intervención constante de la Palabra de Dios obliga al profeta a “salir” del lugar en el que se encuentra para “ir” a otro sitio, allí donde Dios quiere. Muchas veces resuena el mandato del Señor al profeta: “Vete de aquí”, “sal de aquí” (1 Re 17,3.9; 18,1.12.46; 19,7.11.15; 21,18; 2 Re 1,3.15; 2,2.3.5.6.11). Elías tiene que caminar. Siempre su respuesta es la misma: “Hizo según la palabra del Señor” (1 Re 17,5.10; 18,2.15; 19,8.13.19; 2 Re 1,4.15; 2,2.4.6).

Los textos bíblicos nos ofrecen la imagen de un ser humano que no se pertenece a sí mismo, un ser humano cuya vida es una despedida permanente, una peregrinación constante a la búsqueda de lo que Dios quiere de él. Elías vive en condición permanente de éxodo, hasta cuando será arrebatado al cielo (2 Re 2,11). Los dos grandes protagonistas del camino del profeta Elías son: por una parte, la Palabra, de la cual él se nutre en cada momento de su vida, tanto en los momentos de luz y de valentía como en los momentos de oscuridad, de confusión y de desánimo; por otra, el mismo Elías, que se abre y camina, a fin que la Palabra pueda tomarlo y llevarlo por caminos que él no siempre conoce y de los cuales no percibe todo el alcance.

Elías se esconde en el torrente Querit. Ahí, tal como le había prometido el Señor, “los cuervos le traían pan y carne por la mañana y por la tarde, y bebía agua del torrente” (1 Re 17,6). El profeta de Dios vive una experiencia espiritual fundamental. Por una parte, aprende a depender totalmente de Dios dejándose nutrir cotidianamente por él; por otra, rehace personalmente el camino de su pueblo en el desierto, el cual bebió agua de la roca (Ex 17) y recibió pan y carne de parte de Dios (Num 11). De esta forma Elías, en el Querit, es iniciado en los rudimentos del quehacer profético: docilidad y abandono en las manos de Dios y solidaridad existencial con la misma historia del pueblo.

El evangelio de hoy nos traslada al mismo inicio de la predicación de Jesús en el evangelio de Mateo. Jesús sentado, desde un monte, rodeado de sus discípulos y de las multitudes que le siguen, proclama los principios fundamentales del evangelio del Reino. El suyo no es un discurso moral, ni una simple página de catequesis doctrinal. Utilizando un género literario conocido en la literatura sapiencial del Antiguo Testamento, el macarismo (Sal 1,1; 32,12, Prov 3,3), Jesús inicia su ministerio proclamando el Reino como camino de felicidad para los seres humanos. Es un modo clásico en la Biblia que se utiliza para felicitar a alguien por causa de un don que ha recibido (Mt 13,16; 16,17) o para declarar dichosa a una categoría de personas por algún motivo particular (Mt 11,6; Lc 11,28).

Con las bienaventuranzas Jesús proclama quiénes son las personas que se encuentran en la situación más propicia para recibir el don del Reino de Dios. Dos clases de bienaventuranzas han sido agrupadas aquí por Mateo (y por Lucas en Lc 6,20-26). El primer grupo (Mt 5,3-9) gira en torno a la pobreza y el comportamiento de la persona; el segundo (Mt 5,10-12) en torno a la persecución a causa del evangelio, el cual proviene probablemente de otras circunstancias, seguramente en la última parte del ministerio de Jesús.

Las formulaciones de Mateo (Mt 5,1-12) y de Lucas (Lc 6,20-26), quienes nos ofrecen dos versiones de las bienaventuranzas, nos ayudan a remontarnos hasta el estadio profético en que Jesús en persona las pronunció. A ese nivel el objetivo de Jesús no fue indicar las virtudes necesarias para entrar en el Reino, sino proclamar públicamente quiénes eran las personas favorecidas –y por tanto felices– debido a la intervención salvadora definitiva de Dios. Jesús, en efecto, se presentó como el Mesías enviado a los pobres, los privilegiados de la acción liberadora de Dios (Mt 11,5). Las dos versiones, la de Mateo y la de Lucas, no alcanzan su verdadero sentido si no son puestas en relación con Jesús y el contexto original de la proclamación del Reino.

Lucas, en su versión de las bienaventuranzas, opone ricos a pobres como se opone el Reino que está por llegar con la situación histórica presente. Él subraya situaciones concretas para mostrar que el Reino de Dios desestabiliza la escala de valores que predomina entre los seres humanos (Lc 6,20.24: “¡Dichosos los pobres porque de ustedes es el Reino de Dios! ¡Ay de ustedes los ricos porque ya han recibido su consuelo!”).

Mateo, en cambio, en su interpretación de las bienaventuranzas muestra que la pobreza interior es la condición necesaria para entrar en el Reino. Mateo acentúa la dimensión exhortativa y describe las actitudes del justo (Mt 5,3: “Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos”). La primera bienaventuranza de Mateo resume todas las demás. Es dichoso quien vive la pobreza por decisión personal, como actitud de desprendimiento y dependencia de Dios.

Ser pobre de espíritu quiere decir ser pobre desde el espíritu, desde el corazón, desde el centro más profundo de la interioridad de la persona. Estos “pobres” pertenecen a ese grupo de hombres y mujeres que en todo tiempo han puesto toda su confianza en Dios en medio de las dificultades y pruebas de la vida, según las palabras del Salmo: “Yo soy pobre y necesitado, pero tú, Señor mío, cuidas de mí. Tú eres quien me socorre y me libra, Dios mío, no tardes!” (Sal 40,18).


3-13.

Comentario: Rev. D. Àngel Caldas i Bosch (Salt-Girona, España)

«Bienaventurados los pobres de espíritu»

Hoy, con la proclamación de las Bienaventuranzas, Jesús nos hace notar que a menudo somos unos desmemoriados y actuamos como los niños, pues el juego nos hace perder el recuerdo. Jesús temía que la gran cantidad de “buenas noticias” que nos ha comunicado —es decir, de palabras, gestos y silencios— se diluyera en nuestros pecados y preocupaciones. ¿Recordáis, en la parábola del sembrador, la imagen del grano de trigo ahogado en las espinas? Por eso san Mateo engarza las Bienaventuranzas como unos principios fundamentales, para que no las olvidemos nunca. Son un compendio de la Nueva Ley presentada por Jesús, como unos puntos básicos que nos ayudan a vivir cristianamente.

Las Bienaventuranzas están destinadas a todo el mundo. El Maestro no sólo enseña a los discípulos que le rodean, ni excluye a ninguna clase de personas, sino que presenta un mensaje universal. Ahora bien, puntualiza las disposiciones que debemos tener y la conducta moral que nos pide. Aunque la salvación definitiva no se da en este mundo, sino en el otro, mientras vivimos en la tierra debemos cambiar de mentalidad y transformar nuestra valoración de las cosas. Debemos acostumbrarnos a ver el rostro del Cristo que llora en los que lloran, en los que quieren vivir desprendidos de palabra y de hechos, en los mansos de corazón, en los que fomentan las ansias de santidad, en los que han tomado una “determinada determinación”, como decía santa Teresa de Jesús, para ser sembradores de paz y alegría.

Las Bienaventuranzas son el perfume del Señor participado en la historia humana. También en la tuya y en la mía. Los dos últimos versículos incorporan la presencia de la Cruz, ya que invitan a la alegría cuando las cosas se ponen feas humanamente hablando por causa de Jesús y del Evangelio. Y es que, cuando la coherencia de la vida cristiana sea firme, entonces, fácilmente vendrá la persecución de mil maneras distintas, entre de dificultades y contrariedades inesperadas. El texto de san Mateo es rotundo: entonces «alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos» (Mt 5,12).


3-14. 2004. Comentarios Servicio Bíblico Latinoamericano

Los textos sobre el profeta Elías recogen diversas historias populares que eran transmitidas de generación en generación. Son textos difíciles con elementos arcaicos en el ámbito religioso y cultural, los cuales no permiten una reconstrucción histórica de los acontecimientos. Estos textos, sin embargo, contienen una riqueza teológica innegable. Son relatos que fueron conservados en el pueblo de Israel como testimonios de una persona verdaderamente de Dios y servían para despertar la conciencia del pueblo y provocar en él acciones semejantes a las de Elías en defensa de la vida y de la Alianza.

En el texto de hoy Elías aparece repentinamente y de forma misteriosa. Sólo sabemos que viene de las áridas regiones de la Transjordania, desde la zona de Galaad. Se presenta ante el rey Ajab con un título que es al mismo tiempo una misión: “Vive el Señor, Dios de Israel, a quien sirvo”, literalmente en hebreo: “delante del cual estoy vertical, disponible”. Elías se define en función de Dios. Su mismo nombre Eliyahu es una profesión de fe: “Yavéh, él es mi Dios”.

Baal, la divinidad extranjera que el rey Ajab y la reina Jezabel habían implantado en Israel, había seducido a muchos pues era presentado por sus seguidores como el dios que daba el agua a los campos y la fertilidad a la tierra. Elías se presenta ante el rey proclamando la soberanía de Yahvéh sobre la naturaleza. Sólo el Dios de Israel es el Dios verdadero, el único que puede dar la lluvia y quitarla. Por eso Elías, el profeta de Dios, puede anunciar un período de sequía de dos años. Las palabras de Elías seguramente desataron la furia del rey, por lo cual el Señor ordena a Elías que vaya a esconderse al torrente Querit. El Señor le manda ponerse en camino y Elías hace tal como se lo ordena el Señor (vv. 4-5).

La idea central de los relatos de Elías es la del camino. El camino marca toda la vida del profeta. La intervención constante de la Palabra de Dios obliga al profeta a “salir” del lugar en el que se encuentra para “ir” a otro sitio, allí donde Dios quiere. Muchas veces resuena el mandato del Señor al profeta: “Vete de aquí”, “sal de aquí” (1 Re 17,3.9; 18,1.12.46; 19,7.11.15; 21,18; 2 Re 1,3.15; 2,2.3.5.6.11). Elías tiene que caminar. Siempre su respuesta es la misma: “Hizo según la palabra del Señor” (1 Re 17,5.10; 18,2.15; 19,8.13.19; 2 Re 1,4.15; 2,2.4.6).

Los textos bíblicos nos ofrecen la imagen de un ser humano que no se pertenece a sí mismo, un ser humano cuya vida es una despedida permanente, una peregrinación constante a la búsqueda de lo que Dios quiere de él. Elías vive en condición permanente de éxodo, hasta cuando será arrebatado al cielo (2 Re 2,11). Los dos grandes protagonistas del camino del profeta Elías son: por una parte, la Palabra, de la cual él se nutre en cada momento de su vida, tanto en los momentos de luz y de valentía como en los momentos de oscuridad, de confusión y de desánimo; por otra, el mismo Elías, que se abre y camina, a fin que la Palabra pueda tomarlo y llevarlo por caminos que él no siempre conoce y de los cuales no percibe todo el alcance.

Elías se esconde en el torrente Querit. Ahí, tal como le había prometido el Señor, “los cuervos le traían pan y carne por la mañana y por la tarde, y bebía agua del torrente” (1 Re 17,6). El profeta de Dios vive una experiencia espiritual fundamental. Por una parte, aprende a depender totalmente de Dios dejándose nutrir cotidianamente por él; por otra, rehace personalmente el camino de su pueblo en el desierto, el cual bebió agua de la roca (Ex 17) y recibió pan y carne de parte de Dios (Num 11). De esta forma Elías, en el Querit, es iniciado en los rudimentos del quehacer profético: docilidad y abandono en las manos de Dios y solidaridad existencial con la misma historia del pueblo.

El evangelio de hoy nos traslada al mismo inicio de la predicación de Jesús en el evangelio de Mateo. Jesús sentado, desde un monte, rodeado de sus discípulos y de las multitudes que le siguen, proclama los principios fundamentales del evangelio del Reino. El suyo no es un discurso moral, ni una simple página de catequesis doctrinal. Utilizando un género literario conocido en la literatura sapiencial del Antiguo Testamento, el macarismo (Sal 1,1; 32,12, Prov 3,3), Jesús inicia su ministerio proclamando el Reino como camino de felicidad para los seres humanos. Es un modo clásico en la Biblia que se utiliza para felicitar a alguien por causa de un don que ha recibido (Mt 13,16; 16,17) o para declarar dichosa a una categoría de personas por algún motivo particular (Mt 11,6; Lc 11,28).

Con las bienaventuranzas Jesús proclama quiénes son las personas que se encuentran en la situación más propicia para recibir el don del Reino de Dios. Dos clases de bienaventuranzas han sido agrupadas aquí por Mateo (y por Lucas en Lc 6,20-26). El primer grupo (Mt 5,3-9) gira en torno a la pobreza y el comportamiento de la persona; el segundo (Mt 5,10-12) en torno a la persecución a causa del evangelio, el cual proviene probablemente de otras circunstancias, seguramente en la última parte del ministerio de Jesús.

Las formulaciones de Mateo (Mt 5,1-12) y de Lucas (Lc 6,20-26), quienes nos ofrecen dos versiones de las bienaventuranzas, nos ayudan a remontarnos hasta el estadio profético en que Jesús en persona las pronunció. A ese nivel el objetivo de Jesús no fue indicar las virtudes necesarias para entrar en el Reino, sino proclamar públicamente quiénes eran las personas favorecidas –y por tanto felices– debido a la intervención salvadora definitiva de Dios. Jesús, en efecto, se presentó como el Mesías enviado a los pobres, los privilegiados de la acción liberadora de Dios (Mt 11,5). Las dos versiones, la de Mateo y la de Lucas, no alcanzan su verdadero sentido si no son puestas en relación con Jesús y el contexto original de la proclamación del Reino.

Lucas, en su versión de las bienaventuranzas, opone ricos a pobres como se opone el Reino que está por llegar con la situación histórica presente. Él subraya situaciones concretas para mostrar que el Reino de Dios desestabiliza la escala de valores que predomina entre los seres humanos (Lc 6,20.24: “¡Dichosos los pobres porque de ustedes es el Reino de Dios! ¡Ay de ustedes los ricos porque ya han recibido su consuelo!”).

Mateo, en cambio, en su interpretación de las bienaventuranzas muestra que la pobreza interior es la condición necesaria para entrar en el Reino. Mateo acentúa la dimensión exhortativa y describe las actitudes del justo (Mt 5,3: “Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos”). La primera bienaventuranza de Mateo resume todas las demás. Es dichoso quien vive la pobreza por decisión personal, como actitud de desprendimiento y dependencia de Dios.

Ser pobre de espíritu quiere decir ser pobre desde el espíritu, desde el corazón, desde el centro más profundo de la interioridad de la persona. Estos “pobres” pertenecen a ese grupo de hombres y mujeres que en todo tiempo han puesto toda su confianza en Dios en medio de las dificultades y pruebas de la vida, según las palabras del Salmo: “Yo soy pobre y necesitado, pero tú, Señor mío, cuidas de mí. Tú eres quien me socorre y me libra, Dios mío, no tardes!” (Sal 40,18).


3-15.

Reflexión

Durante este mes, y al reiniciar el tiempo ordinario, leeremos los capítulos 5, 6 y 7 de San Mateo los cuales contienen la síntesis de lo que es y representa el ser Cristiano. Mateo ha querido presentar esta enseñanza de Jesús (dicha muy probablemente en diferentes ocasiones y lugares) en una gran catequesis, para que ésta sea como lo fue para los Judíos “la Ley” que rija la vida del cristiano. Por ello nos presenta a Jesús, que como Moisés, sube al “monte” y desde ahí instruye al pueblo. La catequesis empieza con la palabra “bienaventurados” que puede ser también traducida como “Feliz” o “dichoso” o quizás como las tres juntas. La palabra en griego “Macario” significa una alegría profunda e interior que está relacionada con la paz y el gozo producido por el Espíritu Santo. Con esta interpretación, resulta paradójico, de acuerdo a los criterios humanos, el decir: Felices los que lloran, felices los pobres, felices los mansos, felices los perseguidos por ser cristiano, etc., sin embargo esta es una realidad, pues la verdadera felicidad, el gozo, la alegría, no están en donde el mundo nos las propone (fiestas, diversiones, etc.), sino en donde Jesús nos lo dice: Solo en él, en llevar una vida auténticamente cristiana. La felicidad que encontramos en el mundo es pasajera, la que nos ofrece Jesús y el Evangelio es total y duradera, diríamos, definitiva. Si verdaderamente quieres ser un “Macario”, lleno de la alegría, la paz y el gozo de Dios, esfuérzate todos los días por vivir de acuerdo al Evangelio.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-16.

Fuente: Catholic.net
Autor: Misael Cisneros

Reflexión:

En el número 1717 del Catecismo de la Iglesia Católica se dice de este pasaje evangélico: “las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana; son promesas que sostienen la esperanza en las tribulaciones”.

Entre las muchas riquezas que encontramos en este pasaje hay una que está presente en todos lo hombres y es su deseo y lucha por alcanzar la felicidad. Lo que encontramos en el fondo de las bienaventuranzas es el deseo natural de ser felices. Porque, ¿quién no quisiera la paz en este mundo o contar con un corazón limpio que ame a todos como Cristo amó o ser consolado cuando le asaltan las tribulaciones? Es una búsqueda continua la que se da en nuestro interior por alcanzar la felicidad en nuestras vidas. Pero démonos cuenta de que la felicidad no es algo que nos dejan un día por la ventana. Es una conquista diaria.

Las bienaventuranzas nos enseñan por tanto a buscar la felicidad no en las cosas sino en Cristo, en un esfuerzo por lograr la paz, la pureza de corazón, la humildad, la mansedumbre, la justicia, etc. En ellas descubrimos la meta de nuestra existencia y el fin último de nuestros actos.


3-17. DOMINICOS 2004

Dichosos los pobres en el espíritu

Pobre soy, Señor, pero tú eres mi auxilio y mi fortaleza.
Guárdame a tu sombra y haz que camine en la verdad.
Dime, como a Elías ,en la adversidad: enfréntate al mal.

El capítulo 16 del primer libro de los Reyes cuenta las infidelidades sucesivas de los reyes de Israel, en el reino del Norte, desde Basá (909-886 a.C.) hasta Ajab (874-852 a. C.). Ellos, aunque hubiera por medio un proyecto de ‘historia de salvación’, acusaban –como los demás- las flaquezas, tensiones y mezquindades de todos los hombres, pecadores. A Ajab, por ejemplo, el profeta Elías le denuncia por haberse contaminado con cultos idolátricos, olvidándose de Yhavé, Dios único y bueno, y le anuncia años calamitosos, sin lluvia ni rocío sobre los campos.

¡Gran atrevimiento el del profeta! ¿No sabía que el poder suele castigar a quienes lo denuncian? Por ese atrevimiento tendrá que huir –como profeta de infortunios- y esconderse y vivir a la orilla de un torrente, alimentado por unos cuervos que le llevan un mínimo de pan. ¡Dichosos los pobres que, sin consentimiento ni licencia de los poderosos, son amados de Dios!



La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Primer libro de los Reyes 17, 7-16:.
“En aquellos días Elías, el tesbita, de Tisbé de Galad, habló así al rey Ajab: ¡Vive el Señor, Dios de Israel, a quien sirvo! En estos años no caerá rocío ni lluvia, si yo no lo mando [con el poder de Yhavé].

[El rey se enfureció] y el Señor dirigió a Elías su palabra: márchate de aquí y vete hacia el oriente y escóndete junto al torrente Carit, que está frente al Jordán. Bebe del torrente y yo mandaré a los cuervos que te lleven allí la comida.

Elías hizo lo que le mandó el Señor y fue a vivir junto al torrente Carit... Los cuervos le llevaban pan por la mañana y carne por la tarde, y bebía del torrente” .



Evangelio según san Mateo 5, 1-12:
“Un día, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablarles, enseñándoles:
dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos;
dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra;
dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados;
dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados....;
dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos...”



Reflexión para este día
Historia de un profeta pobre que, desposeído de todo, defiende el honor de su Dios.
Como hemos dicho, el profeta Elías actuaba en el Reino el Norte, Israel, separado del Sur tras el reinado de Salomón. Su capital estuvo primero en Tirsa y luego en Samaría. El rey Ajab (año 874ss), se había casado con Jezabel de Tiro, pagana, y por su influencia el culto al Dios único, Yhavé, estaba contaminándose con extrañas creencias.

Elías, yhavista acérrimo, residente en Jordania, bramaba contra el idolatrismo. Su voz era de profeta denunciador de maldades. Pero era débil ante el poder, y, perseguido, hubo de huir al desierto y vivir en soledad, al amparo del Altísimo.

Allí comprendió una vez más con claridad que, para luchar contra las injusticias y purificar los corazones idolátricos, la propia fuerza no basta. Los pobres somos muy débiles frente a las grandes empresas humanas, si no contamos –con fe robusta- con la fuerza de lo alto en defensa del bien, de la verdad, del amor.

Seamos pobres de espíritu, y Dios nos haga ricos de espíritu. Seamos pobres y profetas, voces de justicia, verdad y amor, y contemos para ello con la única fuerza que nos mantiene: la del Espíritu. Trabajemos, como Elías y otros muchos discípulos del Señor, consumiendo nuestras fuerzas por el Reino y orando con fe.


3-18. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos, paz y bien.

Para comenzar un lunes, quizá sea demasiado fuerte encontrarse en el desayuno con las Bienaventuranzas. A lo mejor se nos atraganta el desayuno, si queremos ser serios y coherentes, y comenzar a vivir desde por la mañana según ese plan de vida.

Cualquier partido político –lo sabemos bien- presenta ya antes del primer día de la campaña electoral su programa, y trata de convencer de que es el mejor, y de que los demás partidos están a años luz de sus propuestas. Prometen el oro y el moro, para lograr su fin.

Jesús parece un mal político, porque promete mucho, pero ¿a cambio de qué? A cambio de sufrimiento, de humildad, de llanto, de hambre y sed de justicia... Ser bienaventurado, o sea, ser feliz o ser dichoso no es algo fácil. Más bien, lo sabemos por experiencia, es bastante complicado alcanzar ese nivel de felicidad que promete Jesús.

Entonces, ¿qué? ¿Cerramos el negocio, y nos dedicamos a vivir como podamos, sin más? Creo que no es la solución. Precisamente, desde la luz del Evangelio, sabemos que, a pesar de las dificultades, se puede ser feliz. El ejemplo de miles de santos, que vivieron según el plan de las Bienaventuranzas y fueron felices, lo prueba. También nosotros, en medio de las dificultades, seguimos teniendo esa esperanza, la promesa de Jesús de que seremos felices.

¿Y si piensas que no, que no llegas a los mínimos, que no puedes, que es mucho para comenzar la mañana? No te preocupes. Como dice el salmo, el auxilio me viene del Señor. Pídele a Dios que te las fuerzas para ser un buen vocero de las Bienaventuranzas.

Vuestro hermano en la fe,
Alejandro J. Carbajo Olea, C.M.F.
(alejandrocarbajo@wanadoo.es)


3-19. 2004

LECTURAS: 1RE 17, 1-6; SAL 120; MT 5, 1-12

1Re. 17, 1-6. Elías, profeta y signo de Dios en medio del Pueblo, manifiesta el enojo de Dios, porque lo han abandonado para irse tras Baal. Pero también es signo del Pueblo, que vuelve al desierto, a la soledad para iniciar no sólo un tiempo de reflexión, sino un nuevo retorno, no tanto hacia la tierra prometida, sino hacia Dios. Como el Pueblo en el Desierto, Elías será alimentado con pan por la mañana y con carne por la tarde, así como con agua que brota de entre las piedras del torrente de Kerit. El Señor nos pide a nosotros, su nuevo Pueblo, que no nos postremos ante los nuevos ídolos del poder, del tener, de la concupiscencia, sino que seamos unos constantes peregrinos hacia la posesión de los bienes definitivos. Esto no puede desligarnos de nuestros deberes diarios en la construcción de la ciudad terrena. Pero no hemos de olvidar que nuestra meta final está escondida con Cristo en Dios, hacia allá hemos de caminar, llenos de esperanza, tratando de que el Reino de Dios, y los valores del mismo, se vayan haciendo realidad, ya desde ahora, entre nosotros.

Sal. 120. Los que peregrinan, subiendo hacia el Santuario de Dios en Jerusalén, son protegidos y liberados de todo mal por Aquel que los contempla con amor y con agrado desde su santo Templo. Él ilumina el camino de sus peregrinos y no deja que den un paso en falso, pues es su guardián y nunca duerme. Nosotros, unidos a Cristo, cargando nuestra cruz de cada día, nos hemos echado a andar tras las huellas del Señor, hacia la consecución de los bienes eternos. No sólo tenemos la mirada puesta en Dios, de tal forma que hacemos nuestros su amor, su entrega, su misericordia y su generosidad; sino que tenemos la seguridad de que también el Señor nos contempla con amor y nos protege en nuestro peregrinar por este mundo hacia la casa del Padre. Con esta certeza de sabernos amados por Dios, nosotros debemos convertirnos en un signo del amor y de la protección del Señor para nuestro prójimo, de tal forma que la Iglesia de Cristo se convierta en Luz, y no en tinieblas ni en ocasión de tropiezo para los demás. Ojalá y cumplamos amorosa y fielmente con esta encomienda que el Señor nos ha confiado.

Mt. 5, 1-12. Jesús, no como un nuevo Moisés, sino como la Palabra Eterna del Padre, se dirige a nosotros para conducirnos por el camino del bien. Nos pide que nos sintamos pobres y necesitados de Dios, desprotegidos en su presencia, pero totalmente confiados en Él. Quiere que nos sintamos amados por Él y que, a partir de ese su amor misericordioso, nos convirtamos en un signo del mismo para con nuestros hermanos, de tal forma que les consolemos en sus tristezas, que hagamos nuestros sus dolores, su hambre, las injusticias de que son víctimas; y les remediemos esos males, pues Cristo quiere continuar su obra de salvación por medio nuestro. Sólo así haremos que reine entre nosotros la paz que brota de un auténtico amor fraterno. Si por ello nos persiguen y maldicen, llenémonos de gozo, pues nuestra recompensa no serán los halagos de los hombres, ni sus aplausos, sino el mismo Dios.

Celebramos la Eucaristía como el momento culminante del amor de Dios para con nosotros. El Memorial de la Pascua de Jesús nos habla de cómo el Señor entregó su vida para el perdón de nuestros pecados, y resucitó para darnos nueva vida. Así, quienes aceptamos el Don de Dios, somos elevados en Cristo a la misma dignidad que le corresponde como a Hijo unigénito del Padre. Adoptados en Cristo, no sólo llamamos Padre a Dios, sino que lo tenemos como Padre en verdad. Las Bienaventuranzas, que hoy hemos meditado, no son sólo un discurso programático de Cristo, sino que se convierten como en una Revelación autobiográfica de quien, teniéndolo todo, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza, y dio su vida para que Él pudiera presentarnos limpios de corazón ante su Padre Dios. ¿Habrá un amor más grande que el que Él nos ha tenido?

Las bienaventuranzas deben convertirse en la encarnación de la Palabra amorosa y misericordiosa de Dios en nosotros. Antes que nada hemos de ser conscientes de que la obra de salvación es la Obra de Dios en nosotros. Por eso, desprotegidos de todo, nos hemos de confiar totalmente en Dios, dispuestos en todo a hacer su voluntad con gran amor, pues el proyecto del Señor sobre nosotros, su plan de salvación, es el mejor y está muy por encima de cualquier otro que pudiésemos concebir nosotros. Revestidos de Cristo y transformados en Él, debemos continuamente preocuparnos del bien de los demás. Cristo nos ha dado ejemplo y va por delante de nosotros. Nosotros no sólo vamos tras sus huellas y ejemplo, sino que Él continúa actuando, continúa socorriendo, continúa consolando, continúa construyendo la paz, continúa perdonando por medio de su Iglesia, que somos nosotros. Si en verdad amamos al Señor, si en verdad somos sinceros en nuestra fe, trabajemos constantemente por su Reino, sin importar el que por ello seamos perseguidos, calumniados, o que seamos silenciados porque alguien, incómodo ante nuestro testimonio del Evangelio, que es Cristo, y sin querer convertirse a Él, termine con nuestra vida. Ante esas inconformidades de los demás, ante sus críticas y falsos testimonios, alegrémonos, pues, sabiendo que continuamos la Obra de salvación de Dios entre nosotros, estamos seguros de que nuestra recompensa será grande en los cielos. En cambio, preocupémonos en verdad cuando los demás nos aplaudan y nos alaben, pues así han sido siempre tratados los falsos profetas.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de sabernos dejar transformar, por obra del Espíritu Santo, en un signo real de Cristo, con todo su amor y su misericordia para con nuestro prójimo, hasta que algún día el Padre Dios nos reúna para siempre en el gozo eterno. Amén.

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3-20.

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Sergio Códova

Reflexión

La mayoría de los sistemas filosóficos de la antigüedad eran “eudemónicos”. Existían muchas y diversas escuelas de pensamiento con diferentes programas. Pero estas diferencias concernían a los diversos modos de alcanzar el fin común del ser humano: la “eudaimonía”. Todas coincidían en la búsqueda de la felicidad. Los estoicos la cifraban en la “ataraxia” o serenidad y quietud del alma frente a los reveses de la vida; los epicúreos la buscaban en un equilibrado placer; otros en el ejercicio de la razón o en el vivir “secundum naturam”.

Pero no sólo los filósofos se preocupaban de estos temas. Todas las religiones de la humanidad han buscado dar respuesta a este profundo interrogante del ser humano y han pretendido, por diversos caminos, hacer feliz al hombre en esta vida y asegurarle la felicidad y la paz en el más allá.

Santo Tomás de Aquino, el exponente y conciliador más elevado de la filosofía aristotélica y de la teología católica, no podía dejar de lado este tema fundamental. Al comenzar su tratado de moral, en la Suma Teológica, aborda en primer lugar la cuestión del fin último. Todo hombre busca, en su actuar, un fin último; y éste, en fin de cuentas, es la felicidad, la “beatitudo”.

Pero sólo la obtiene cuando alcanza la satisfacción plena de su naturaleza espiritual en el ejercicio máximo de sus facultades superiores. En definitiva, es feliz cuando posee a Dios totalmente y para siempre, el único Ser capaz de colmar todas las aspiraciones de su corazón, el único objeto digno de su inteligencia y voluntad (S.Th. I-II, q. 1-5).

El hombre, pues, ha sido creado por Dios para ser feliz, en esta vida y en la otra. “Y sólo en Él encontrará la verdad y la dicha que no cesa de buscar” –como nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica (C.I.C., n. 27)—.

Jesucristo conocía perfectamente el corazón del hombre, sus ansias y anhelos de eternidad, y era imposible que hiciera caso omiso de esta realidad tan fuertemente arraigada en el fondo de su ser. Y nos dio la clave para que llegáramos a ser felices.

Pero, a diferencia de los filósofos, de los políticos, de los sociólogos y de tantos otros personajes que se llaman a sí mismos “pensadores”, o que quieren pasar como “bienhechores de la humanidad” –y que tantas veces tienen una visión bastante miope y achatada de las cosas— nuestro Señor nos indicó un camino seguro, aunque arduo, para alcanzar la felicidad: el Sermón de la montaña. Abre su discurso con las “bienaventuranzas”, la solemne proclamación del proyecto de felicidad que Él nos traía.

El Papa Pablo VI decía que “quien no ha escuchado las bienaventuranzas, no conoce el Evangelio; y quien no las ha meditado, no conoce a Cristo”. Palabras fuertes, pero totalmente ciertas. El Sermón del monte es como la “Carta magna del Reino”, el núcleo más esencial del mensaje de Jesucristo.

“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos”. Cristo proclama dichosos a los pobres, a los mansos, a los que lloran, a los que sufren, a los pacíficos y a los misericordiosos, a los limpios de corazón, a los que tienen hambre y sed de justicia, y, en fin, a los que padecen persecución por Su causa. Es un programa desconcertante y en radical oposición a lo que nuestros políticos nos ofrecen a diario, deseosos de aplausos y amantes de halagos y de la aprobación popular.

Nos hemos acostumbrado a pensar –a fuerza de publicidad u obedeciendo a las propias tendencias e instintos de nuestra naturaleza caída— que la felicidad se encuentra en el placer, en el poder, en la riqueza, en los lujos y vanidades, en la honra o en la concesión a nuestro cuerpo de todos los goces posibles. Los epicúreos paganos se quedaban cortos. Hemos llegado a un hedonismo agudizado y sin fronteras.

Sin embargo, Cristo nos asegura que la verdadera alegría la encontraremos en la pobreza, en la humildad, en la bondad, en la pureza del corazón y en la paciencia ante el sufrimiento. ¡De veras que el Señor va siempre a contrapelo de la mentalidad mundana! Por eso hay tan pocos que lo entienden, lo aceptan y lo siguen. Pero es esto lo que da la auténtica paz al corazón. Y lo que transforma al mundo.

Son dichosos no los que no tienen nada, sino los que no tienen su corazón apegado a nada, a ningún bien de esta tierra. Por eso gozan de una total libertad interior y pueden abrirse sin barreras a Dios y a las necesidades de sus semejantes. Los mansos son los hombres y mujeres llenos de bondad, de paciencia y de dulzura, que saben perdonar, comprender y ayudar a todos sin excepción. Por eso pueden poseer la tierra.

El que es dueño de sí mismo es capaz de conquistar más fácilmente el corazón de los demás para llevarlo hacia Dios. Y vive feliz y en paz. En su corazón no hay lugar para la amargura.

Y por eso, porque vive en paz, puede repartir la paz entorno suyo. Como Francisco de Asís, que podía dialogar, sin armas en la mano, con el terrible sultán de los sarracenos, que hacía la guerra a los cristianos. Los pacíficos son también pacificadores. Porque son misericordiosos y rectos de corazón.

Y los que aceptan de buen grado la persecución por amor a Cristo y a su Reino son personas que viven en otra dimensión, que tienen ya el alma en el cielo. Y nadie es capaz de quitarles jamás esa felicidad de la que ya gozan. Han entrado ya en la eternidad sin partir de este mundo. Nada ni nadie puede perturbar su paz. ¡Ésos son los santos!

Estas bienaventuranzas son el fiel reflejo del alma de nuestro Salvador. Son como el retrato nítido de su Persona: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mt 11, 29). Él vivía lo que decía. Por eso predicaba con tanta autoridad y arrastraba poderosamente a las multitudes tras de sí.

Hoy en día el mensaje de Jesús en la Montaña sigue plenamente vigente. ¡Sólo se necesitan almas nobles, valientes y generosas que quieran ser auténticamente felices y quieran poner por obra su mensaje! Serán realmente dichosas. Y el mundo cambiará.


3-21. El camino de las Bienaventuranzas

I. Una inmensa multitud rodea al Señor esperando de Él la doctrina salvadora, que dará sentido a su vida. Las palabras de Cristo debieron causar desconcierto y hasta decepción pues constituían un cambio completo de las usuales valoraciones humanas. “Jesús les propone un camino distinto. Exalta y beatifica la pobreza, la dulzura, la misericordia, la pureza y la humildad” (FRAY JUSTO PÉREZ DE URBEL, Vida de Cristo): Bienaventurados los pobres de espíritu, los mansos, los que lloran… El conjunto de todas las Bienaventuranzas señalan el mismo ideal: la santidad. Cualesquiera que sean las circunstancias que atraviese nuestra vida, hemos de sabernos invitados a vivir la plenitud de la vida cristiana. No podemos decirle al Señor que espere hasta resolver nuestros problemas para comenzar de verdad a buscar la santidad. Sería un triste engaño no aprovechar esas circunstancias duras para unirnos más al Señor.

II. Las Bienaventuranzas nos enseñan que el verdadero éxito de nuestra vida está en amar y cumplir la voluntad de Dios sobre nosotros, aunque no le desagrada que pongamos los medios oportunos para evitar el dolor, la pobreza, la enfermedad o la injusticia. Bienaventurado significa dichoso, feliz. En todos los hombres existe una tendencia irresistible a ser felices, aunque muchas veces buscan la felicidad donde sólo hay miseria. El Señor nos señala los caminos para ser felices sin límites y sin fin en la vida eterna, y también para serlo en esta vida. Las Bienaventuranzas manifiestan una misma actitud del alma: el abandono en Dios. Ésta es una actitud que nos impulsa a confiar en Dios de un modo absoluto e incondicional, a no contentarnos con los bienes y consuelos de este mundo, y a poner nuestra última esperanza más allá de estos bienes, que resultan pobres y pequeños para una capacidad tan grande como es la del corazón humano.

III. El Señor quiere que estemos alegres. Pidámosle que transforme nuestra alma, que realice un cambio radical en nuestros criterios sobre la felicidad y la desgracia. Seremos necesariamente felices si estamos abiertos a los caminos de Dios en nuestra vida. Sabemos por experiencia que, muchas veces los bienes terrenos se convierten en males y en desgracia cuando no están ordenados según el querer de Dios. Sin el Señor, el corazón se sentirá siempre insatisfecho y desgraciado. Hoy es un buen día para reflexionar si cuando nos falta la alegría es porque no buscamos al Señor en nuestras acciones, y en quienes nos rodean. Pidámosle a la Virgen, causa de nuestra alegría, que siempre la busquemos junto a su Hijo.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


3-22. Fray Nelson Lunes 6 de Junio de 2005
Temas de las lecturas: Dios nos conforta para que nosotros podamos confortar a los demás en todos sus sufrimientos * Dichosos los pobres en el espíritu.

1. Sufrimiento y Consuelo
1.1 Ya que el dolor es un visitante permanente de la vida humana, aprendamos de la primera lectura de hoy que hay otro visitante que quiere frecuentar nuestra puerta: el consuelo. Y así, ya que sabemos lo que significa estar tristes, bueno es que tengamos dónde aprender que esa tristeza puede ser superada mediante ese pequeño y hermoso milagro que se llama "consuelo".

1.2 Consolar... ¿qué es consolar? ¿Quién conoce de veras la ciencia y el arte de consolar?

1.3 Consolar es ayudar a reconstruir un mundo que ha quedado en ruinas después de un fracaso, un dolor profundo, una decepción fuerte o de una pérdida irreparable. Reconstruir el mundo es un proceso que pide comprensión, paciencia, una dosis de ternura, pero también mucha sabiduría para afianzar los cimientos que aún están en pie y que serán la base de un posible y deseable futuro.

1.4 Y es maravilloso descubrir que no hay otro experto como Dios en eso de consolar y reconstruir. ¿Podría ser de otro modo, siendo Él nuestro Creador, quien mejor nos conoce y ama?

2. Anuncio de Gozo
2.1 Nadie duda del carácter paradójico de las bienaventuranzas que hemos escuchado en el evangelio de hoy. Eso de llamar felices a los pobres, los sufridos, los mansos o los perseguidos es una contradicción abierta y casi desafiante a los valores y estilos que vemos triunfar en el mundo.

2.2 Pero hay que ir más allá de la paradoja. O mejor: antes de la paradoja conviene descubrir esa palabra que lo inaugura todo y lo resume todo: "¡Dichosos!"; "¡Felices!". No tengamos temor a pensarlo, a celebrarlo y a decirlo: el Evangelio es un mensaje de dicha. Si ese dicha se parece o no a lo que hemos aprendido no es nuestra primera preocupación ni nuestro primer tema. Lo primero es que se anuncia dicha, alegría, felicidad.

2.3 El lenguaje de la alegría es sencillamente irreemplazable para el corazón humano. Simplemente necesitamos alegría, así como necesitamos aire, salud, agua o alimento. O es probable que necesitemos más de la alegría que de esas otras cosas, porque lamentablemente no faltan quienes, llevados por la angustia o la tristeza, desechen la posibilidad misma de vivir y se arrojen a la muerte aun teniendo aire, alimento, agua y salud.

2.4 El Evangelio promete alegría; anuncia alegría; construye alegría. Su modo de alcanzar esta alegría puede parecernos extraño, pero ello no nos autoriza a desconfiar de la novedad que implica.