VIERNES DE LA SEMANA 6ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Gn 11. 1-9

1-1. VER PENTECOSTÉS VIGILIA LECTURA 1


1-2.

-Todo el mundo era de un mismo lenguaje e idénticas palabras.

La página de la torre de Babel, como todas las páginas de los once primeros capítulos del Génesis en sentido estricto no es historia. Pero ¡qué sorprendente página profética! ¡Qué profunda visión de la humanidad! a nivel de símbolos, naturalmente.

Página de constante actualidad: Babel es HOY... es la historia de nuestro mundo contemporáneo. Más que nunca conocemos los dificultosos problemas del «lenguaje»: ¡comunicar, hacerse comprender! Ni siquiera basta ya hablar la misma lengua para poder dialogar. Entre clases sociales diferentes es difícil entenderse. Entre padres e hijos, de una generación a otra, la incomprensión se insinúa y acaba instalándose. Entre esposos, entre colegas, ciertos silencios que comienzan y duran, con signo de que no se tiene ya nada que decir, que para nada serviría hablarse, que se es incapaz de comprender... como si se viviera en dos universos diferentes. Entre miembros de una misma Iglesia, la corriente fraterna no circula... como si se perteneciera a Iglesias diferentes. ¿De dónde procede ese trágico mal entendido?

-"Ea, vamos a edificarnos una ciudad y una torre cuya cúspide alcance los cielos.

Trabajaremos para hacernos famosos..."

¡El orgullo! simbolizado por la desmesura. Conquistar el cielo. Con otra forma, se trata del mito de Prometeo. Es siempre el mismo sueño de «hacerse dios», de «prescindir de Dios».

¿Cuáles son mis formas personales de orgullo que bloquean la comunicación con mis semejantes? ¿que suscitan su agresividad consciente o inconsciente?

-Bajó el Señor a ver la ciudad y la torre que habían edificado los hombres.

Hay un cierto "humor" malicioso en esta frase. Los hombres, esos taimados, creyeron alcanzar el cielo... Pero Dios, cuando quiso ver de cerca su «maravilla» ¡se vio obligado a «bajar»! ¿Eso es todo? ¿No es más que esto? parece decir el «sabio». Vamos, a pesar de vuestras pretensiones haceos conscientes de vuestra pequeñez.

-¡Pues bien! bajemos, confundamos su lenguaje de modo que ya no se entiendan los unos con los otros.

La unidad del género humano, la comprensión fraterna se hallan en los deseos del corazón de la humanidad. ¡Cuán agradable es vivir entre personas que se aman y se entienden! Solidaridades. Acuerdos. Diálogos.

Sin embargo, el «conflicto», la «lucha de clases», los «racismos» de toda especie se hallan también en el corazón de la humanidad. Oposiciones. No querer escuchar.

La caricia... y el puñetazo... dos posibilidades de la mano humana.

-Por eso se la llamó «Babel» ¡porque allí el Señor embrolló el lenguaje de los habitantes de todo el mundo y desde allí los dispersó por todo el haz de la tierra.

El amor... y el odio... los dos resortes del corazón humano. La unidad de los hombres, la verdadera unidad, no puede hacerse más que en Dios. El milagro inverso se llamará «Pentecostés»: aquél en que hombres de todo país y de toda lengua pasarán a ser capaces de entenderse.

Se llamará "Iglesia", -Ecclesia, en griego, significa «asamblea»- el lugar en el cual hombres muy diferentes y muy diversos, movidos por el mismo Espíritu, llegarán a crear entre ellos una «comunión» real.

Cuando la Iglesia insiste sobre el «pluralismo», que desea ver aumentar entre los cristianos, afirma una condición esencial de la supervivencia de la humanidad: la unidad verdadera no se logra por uniformidad o coerción, sino por unanimidad, en el respeto a las diferencias y a las variadas riquezas de cada uno sin pretender nivelarlas todas.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 76 s.


2.- St 2, 14-24.26

2-1.

-¿De qué sirve que alguien diga: «Tengo fe», si no tiene obras?

«No son los que dicen 'Señor, Señor', los que entrarán en el Reino de los cielos, sino los que hacen la voluntad de mi Padre», decía Jesús.

No hay que engañarse.

Dios no se contenta con hermosos sentimientos.

Esas palabras condenan a los que se jactan de ser «creyentes» no "practicantes". Puede haber avatares de la existencia que hayan conducido insensiblemente a algunos hombres a este ilogismo, y no se trata de condenar desde el exterior. Pero, de hecho, esto es una postura insostenible. ¿Qué dirían si algunos de sus amigos les dijesen: "Yo te amo, pero no te lo probaré nunca con obras?"

La «creencia», la «fe» que no se expresa nunca con obras es una fe muerta.

El amor que no se expresa nunca está a punto de morir si no está muerto ya.

-Si un hermano o hermana no tienen de qué vestirse y carecen del sustento diario; y alguno de vosotros les dice: «Id en paz, calentaos y hartaos», pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Exigencia de realismo, de eficacia.

Y esto aclara en profundidad la máxima precedente.

Insensiblemente y sin advertirlo Santiago ha pasado de la fe a la caridad. ¡Y no lo ha hecho por azar! La «práctica» de la Fe, no consiste sólo en la misa del domingo, consiste también y ante todo en «la verdadera caridad en nuestra vida cotidiana». En este sentido puede decirse que hay «creyentes no-practicantes» entre los habituales de la misa del domingo.

Así también la fe, si no tiene obras, esta realmente muerta.

Señor, ayúdanos a ser lógicos con nuestras convicciones profundas.

¡Que mi fe abrace toda mi vida concreta y transforme cada uno de los minutos de mi semana!

No se pueden oponer fe y acción, oración y obras. Es necesaria una unidad en la existencia. Ni el pietismo pasivo ni el activismo a ultranza son buenos. Es necesario encontrar un verdadero equilibrio: el tiempo pasado con Dios en la oración permite verificar la calidad de nuestros compromisos humanos... y el tiempo pasado con nuestros hermanos permite verificar la calidad de nuestra fe...

-Por mis obras muestro mi fe.

Santiago, como hemos observado a menudo, parece reaccionar aquí contra una interpretación inexacta de san Pablo, cuando éste afirma: «El hombre es justificado por la fe, independientemente de la observancia de la Ley.» (Romanos 3, 2-8)

Es verdad que no son nuestras obras las que nos salvan.

El hombre no conquista su salvación, la recibe por un don gratuito de Dios. Y sin embargo la fe no puede ser una adhesión teórica a unas verdades abstractas, debe expresarse por obras. Hay que mantener firmes los dos extremos de la cadena. Dios da la gracia, pero el hombre ha de cooperar y corresponder a ella.

-Resumiendo, así como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta.

La comparación es en extremo esclarecedora.

La fe y la vida están en relación biológica la una con la otra.

¿Es mi Fe el alma de mi vida cotidiana?

Mi vida cotidiana ¿es el cuerpo de mi Fe?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 76 s.


2-2. /St/02/14-26 FE/OBRAS:

Fe y obras. El texto de hoy, sin embargo, no es un texto de teología que trate de la fe como cuestión teológica. Quiere más bien que el lector tome conciencia de la incoherencia y falta de lógica de quien dice que tiene fe, pero no obra ni se comporta según lo que cree.

El autor del texto, como ya sabemos, es un predicador y no un teólogo, atraído por el estudio del misterio de Dios. Mira la praxis y no la teoría. Para él, lo que dice la fe y que el creyente puede afirmar que posee (cf. v 14) -creer «que hay un solo Dios» (19)- enseña y requiere a la vez un comportamiento consecuente y adecuado. Al creyente le corresponde hacer las obras de la fe que ha aprendido. De otro modo, su fe sin obras no tendría sentido: "La fe sin obras está muerta" (26).

Por otra parte, el texto presupone a la vez unos lectores que creen tener fe. Pero para ellos les sirven y les iluminan esos pasajes de la Escritura que se mencionan, con los ejemplos de Abrahán, sobre todo, y de Rajab, la meretriz. Con este modo de proceder, el texto deja, sin embargo, una pregunta en el aire y sin responder y que él mismo ha sugerido sobre la situación de aquellos que -sin poder siquiera decir que tienen fe- practican de hecho las mismas obras que los creyentes llaman obras de la fe (cuando, por ejemplo, ayudan efectivamente a otros en sus necesidades y en cuanto está en su mano hacer).

¿Qué habría dicho Santiago de éstos? ¿Que tienen también fe? Los ejemplos aludidos ponen de manifiesto, sin embargo, cómo la fe se traduce en obras, y es precisamente en vista de éstas por lo que son justificados Abrahán y Rajab, y no, en cambio, los demonios, los cuales, aun teniendo fe, no tienen obras. En consecuencia, caería en una grave imprudencia el que albergase la certeza y seguridad de que sólo por el hecho de creer en la verdad de lo que se le ha enseñado sobre Dios ya se salvará, sin cuidar de acompañar su fe con obras, como le enseña la misma palabra de Dios. "¿Podrá salvarle la fe?" ( 14). La respuesta teológica sería acaso ésta: su fe estéril y muerta no lo puede salvar; pero Dios sí.

Sea como sea, el texto se dirige a unos creyentes, y los quisiera perfectos.

M. GALLART
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 631 s.


3.- Mc 8, 34-39

3-1.

-Jesús, llamando a la muchedumbre y a sus discípulos les dijo: El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.

Jesús acaba de anunciar la "cruz para sí". Decididamente, el evangelio está dando un viraje: habla inmediatamente de la "cruz para los discípulos". El único camino de la gloria es el de la cruz, tanto para sus discípulos como para él.

Y esta exigencia es enseñada no sólo a los Doce, sino a la muchedumbre: no hay dos categorías de cristianos... algunos que deberían aplicar a su vida exigencias más fuertes, y la masa, más ordinaria, de cristianos medianos.

No, Jesús lo dice a todos.

La existencia del cristiano está definida por la de Jesús: seguir e imitar... reproducir y estar en comunión... venir a ser otro Cristo...

¿Qué importancia doy, en mi vida al conocimiento y a la imitación de Jesús? ¿Qué parte tiene la "renuncia a mí mismo"? ¿Cómo se traduce, en mi vida cotidiana, esta invitación de Jesús? ¡Atención, atención! El evangelio va siendo provocante. Quizá también nosotros vamos a perder contacto. Hasta aquí hemos seguido a Jesús y a san Marcos. Pero, ¿estamos decididos y prestos a seguir el evangelio hasta el final?

BAU/MARTIRIO:- Pues quien quiera salvar su vida la perderá. Pero quien pierda su vida por mí y por el evangelio, ese la salvará.

Paradoja del evangelio! Quien "gana" pierde. Quien "pierde" gana.

Verdaderamente lo que hay aquí es la cruz para Jesús. Y lo evocado es la persecución para los cristianos. Hay que aceptar sacrificar la propia vida por fidelidad a Jesús y al evangelio.

Para los primeros lectores de Marcos en Roma, esto significaba precisamente que un candidato al bautismo era a la vez candidato al martirio: ser cristiano implicaba un cierto peligro, y la decisión debía hacerse con pleno conocimiento de causa Si Jesús invita a "sacrificar su vida", es que también puede "salvarla": la resurrección para Jesús como para los discípulos se halla efectivamente en esto.

"Perder su vida". No hay vida cristiana sin renuncia de sí mismo. La vida, siguiendo el evangelio, no es una vida fácil.

"Salvar su vida". El sacrificio cristiano no es un fin en sí mismo. La renuncia podría ser negativa. En el pensamiento de Jesús, se renuncia para la vida.

-Y ¿qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si él se pierde? En efecto, ¿qué puede dar el hombre a cambio de sí mismo?

Jesús pone paralelamente "el universo entero" ... y "yo"... Y tú me dices, Señor, que yo soy más importante que todo el universo. Por la renuncia se trata en efecto de que "me" realice en plenitud.

-Si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras ante esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles.

Como las gentes de su tiempo, podemos preguntarnos: "¿Quién es pues Jesús para tener tales exigencias?" He aquí la respuesta: Jesús es el "Juez escatológico del fin de los Tiempos" anunciado por el profeta Daniel 7, 13. Es el "Hijo del hombre" que viene sobre las nubes del cielo. Jesús se atribuye aquí un poder extraordinario.

Quiero confiar en ti y creer en tu palabra, Señor. Mis renuncias, mis opciones, mis fidelidades, y mis cobardías... comprometen mi vida eterna: esto es algo muy grande, muy serio, algo que vale la pena.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 330 s.


3-2.

1. (año I) Génesis 11,1-9

a) El origen de la diversidad de lenguas no es seguramente éste que nos cuenta el Génesis, en el último relato de estas dos semanas que hemos dedicado a su lectura. Pero esta interpretación religiosa, popular y curiosa -la torre de Babel y el castigo de Dios confundiendo a los hombres-, no deja de presentar una intención muy realista.

Siempre ha despertado curiosidad el fenómeno de que en el mundo se hablen lenguas tan numerosas. Hoy se explica de una manera científica, describiendo un proceso de diferenciación que tiene sus causas conocidas y que ha durado siglos. Pero las tradiciones populares recogidas en el Génesis expresan el origen de esa diversidad desde una perspectiva religiosa y psicológica a la vez, con una dramatización que resulta simpática.

No nos entendemos sencillamente porque somos orgullosos y hemos querido hacernos como dioses. Probablemente en el origen de esta tradición hay alguna caída estrepitosa de algún imperio y la desintegración social consiguiente. Aquí se quiere sacar una lección: Dios, que «bajó a ver la ciudad» que construían los hombres, decidió confundirles y lo consiguió haciendo que hubiera diversidad de idiomas. «Babel» significa «confusión».

Como decimos en el salmo, «el Señor deshace los planes de las naciones, frustra los proyectos de los pueblos». A los orgullosos los confunde el Señor. A los humildes los ensalza.

b) Siempre es el pecado el que, según la Biblia, trastorna los equilibrios y las armonías: Adán y Eva, Caín y Abel, corrupción y diluvio. El pecado más común, entonces y ahora, es el orgullo y el egoísmo. Es este pecado el que hace imposible la comunicación y nos aísla a unos de otros, a un pueblo de otro pueblo. El orgulloso se separa él mismo de los demás.

PENT/BABEL: «Hablar otra lengua» significa simbólicamente no entenderse, quedar bloqueado en la relación con los demás. El idioma es el mejor instrumento que tenemos para entendernos con los nuestros y, aprendiendo el idioma de los extranjeros, también con ellos. Ahora no haría falta que Dios interviniera para confundirnos. Ya nos confundimos bastante nosotros mismos, más que por las lenguas diferentes, por los intereses egoístas y el orgullo ambicioso que nos hace incapaces de diálogo y de comunicación.

Los cristianos tendríamos que compensarlo con lo que pasó en Pentecostés, que fue el Antibabel: si en Babel no se entendían los hombres por hablar lenguas extrañas, en Pentecostés el Espíritu hizo que los que hablaban en lenguas diferentes comprendieran lo que les decía Pedro y se entendieran entre ellos.

¿Vivimos en Babel o en Pentecostés? Babel, la confusión, puede pasar también hablando el mismo idioma. Pentecostés, la unidad del Espíritu, es un ideal de comunicación precisamente entre los que tienen idioma y carácter diverso. ¿Somos tolerantes? Allí donde conviven culturas y lenguas diferentes, ¿aceptamos a todos como hermanos y como hijos del mismo Padre? Que tengamos un idioma diferente no es importante: el amor vence fácilmente este obstáculo (el amor, y también el interés comercial o político). Lo malo es el orgullo y la intolerancia, que levanta torres, y muros también entre los de una misma lengua. La humildad, por el contrario, y la fraternidad, nos hacen construir puentes, no torres ni muros, y tender la mano a todos.

1. (año II) Santiago 2,1-24.26

a) A la fe tienen que acompañarle las obras. Si no, es fe muerta.

Esta afirmación de Santiago no va en contra, naturalmente, de la que repite Pablo, sobre todo en la carta a los Gálatas: que no son las obras las que salvan, sino la fe en Jesús.

Santiago supone la fe en Cristo, pero insiste en que esa fe, para ser salvadora, tiene que llevar a consecuencias prácticas. Pablo se opone al excesivo aprecio que muestran los fariseos (y los cristianos judaizantes) de las obras de la ley (de Moisés) y resalta que es Cristo Jesús, y la fe en él, quienes ahora salvan. Ni Santiago absolutiza las obras, ni Pablo está invitando a una fe divorciada de la vida. Por cierto los dos citan a Abrahán: Santiago para subrayar la coherencia de su fe con la vida, y Pablo para recordar que, siendo todavía pagano, fue su fe la que le mereció el agrado de Dios.

La página de Santiago es dialogada, dramática, expresiva y convincente. «La fe sin las obras es inútil». «Lo mismo que un cuerpo que no respira es un cadáver, también la fe sin obras es un cadáver». Al que no entiende esto -o no lo quiere entender- Santiago le llama «tonto».

Como suele ser muy concreto en sus recomendaciones, Santiago pone un ejemplo de «fe vacía, sin obras», en el terreno de la caridad: el que al hermano necesitado se contenta con decirle «Dios te ampare, abrígate y llénate el estómago», y no da ningún paso por echarle una mano.

b) Nuestra fe en Cristo Jesús y nuestra pertenencia a su comunidad cristiana, se podrían quedar también en puras palabras si no les sigue una vida coherente.

Si hablamos mucho de «amor», «democracia», «comunidad» y «derechos humanos»; si nos sentimos orgullosos de ser «buenos cristianos». «religiosos» y «creyentes», pero luego en la práctica no nos portamos como hermanos o como cristianos, nuestras palabras son vacías. Como si al que tiene frío sólo se nos ocurre decirle «caliéntate, hermano» y no le proporcionamos ninguna manta.

No es que las obras salven. El que salva es Dios. Pero la salvación que él nos da exige una acogida activa. En el salmo se nos hace repetir: «dichoso quien ama de corazón los mandatos del Señor», pero luego eso tiene una traducción práctica: «dichoso el que se apiada y presta y administra rectamente sus asuntos».

Para que no nos quedemos en palabras, también nosotros hemos de recordar lo que nos enseñó Jesús: «No el que dice: Señor, Señor, sino el que cumple la voluntad de mi Padre» (Mt 7,21). O lo de san Juan: «Hijos, no amemos de palabra ni de lengua, sino con obras y de verdad» (I Juan 3,18).

2. Marcos 8,34-39

a) Seguir a Cristo comporta consecuencias. Por ejemplo, tomar la cruz e ir tras él. Después de la reprimenda que Jesús tuvo que dirigir a Pedro, como leíamos ayer, porque no entendía el programa mesiánico de la solidaridad total, hasta el dolor y la muerte, hoy anuncia Jesús con claridad, para que nadie se lleve a engaño, que el que quiera seguirle tiene que negarse a sí mismo y tomar la cruz, que debe estar dispuesto a «perder su vida» y que no tiene que avergonzarse de él ante este mundo.

Es una opción radical la que pide el ser discípulos de Jesús. Creer en él es algo más que saber cosas o responder a las preguntas del catecismo o de la teología. Es seguirle existencialmente. Jesús no nos promete éxitos ni seguridades. Nos advierte que su Reino exigirá un estilo de vida difícil, con renuncias, con cruz. Igual que él no busca el prestigio social o las riquezas o el propio gusto, sino la solidaridad con la humanidad para salvarla, lo que le llevará a la cruz, del mismo modo tendrán que programar su vida los que le sigan.

b) Estamos avisados y además ya lo hemos podido experimentar más de una vez en nuestra vida. Seguir a Jesús es profundamente gozoso y es el ideal más noble que podemos abrazar. Pero es exigente. Le hemos de seguir no sólo como Mesías, sino como Mesías que va a la cruz para salvar a la humanidad.

Si uno intenta seguirle con cálculos humanos y comerciales («el que quiera salvar su vida... ganar el mundo entero») se llevará un desengaño. Porque los valores que nos ofrece Jesús son como el tesoro escondido, por el que vale la pena venderlo todo para adquirirlo. Pero es un tesoro que no es de este mundo.

Las actitudes que nos anuncia Jesús como verdaderamente sabias y productivas a la larga son más bien paradójicas: «que se niegue a sí mismo... que cargue con su cruz... que pierda su vida». No es el dolor por el dolor o la renuncia por masoquismo: sino por amor, por coherencia, por solidaridad con él y con la humanidad a la que queremos ayudar a salvar. Es la respuesta de Jesús a la actitud de Pedro -y de los demás, seguramente- cuando se da cuenta de que sí están dispuestos a seguirle en los momentos de gloria y aplausos, pero no a la cruz.

¿Entraríamos nosotros, los que creemos en Jesús y hemos tomado partido por él, entre los que alguna vez, ante el acoso del mundo o las tentaciones de nuestro ambiente o la fatiga que podamos sentir en el seguimiento de Cristo, «nos avergonzamos de él» y dejamos de dar testimonio de su evangelio? ¿o ponemos «condiciones» a nuestro seguimiento'?

«Toda la tierra hablaba una sola lengua» (1ª lectura, I)

«El Señor modeló cada corazón y comprende todas sus acciones» (salmo, II)

«La fe, si no tiene obras, está muerta por dentro» (1ª lectura, Il)

«Dichoso el que se apiada y presta, y administra rectamente sus asuntos» (salmo, II)

«El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 173-177


3-3.

Primera lectura: Santiago 2, 14-24.26a: Lo mismo que un cuerpo que no respira es un cadáver, también la fe sin obras.

Salmo responsorial: 111, 1-2.3-4.5-6: Dichoso quien ama de corazón los mandatos del Señor.

Evangelio: San Marcos 8, 34-38: El que pierda su vida por mí y por el evangelio, la salvará.

 Jesús aparece en esta perícopa rodeado de sus discípulos y diciéndoles que como condición para tener acceso al Reino es preciso pasar por la cruz. Negarse, anular la búsqueda de intereses personales y aceptar el significado de su seguimiento a través de la cruz. Es una condición para todo aquel que quiera ser su discípulo. Este texto ocupa un lugar central dentro de todo el evangelio de Marcos ya que aquí se define cómo debe realizarse el seguimiento a Jesús.

Los seres humanos de todos los tiempos están tentados por la búsqueda de intereses que los favorezcan, y para que los discípulos tengan más claridad en lo que es el Reino se hace necesario precisarles que el sacrificio de la cruz es inevitable. Lo cual se traduce en que mientras negamos toda búsqueda de intereses propios por una parte, por otra optamos por una entrega incondicional a la vida y los derechos de los demás. Estas aclaraciones de Jesús a sus discípulos encontrarán en los más comprometidos un amplio eco, que redundará en el fortalecimiento de su adhesión a la realidad del Reino.

Para nosotros, ir en pos de Jesús significa entonces, confesarlo no como un Dios-hombre impasible, sino como alguien que pasa por el sacrificio de la cruz. Aquí queda resumido el programa de seguimiento para quienes deseen ser sus discípulos, así: negarse a sí mismo... tomar la cruz... seguirlo... Entonces lo que sigue a continuación son las razones que da Jesús para el cumplimiento de cada uno de esos tres pasos y desde qué punto de referencia lo vamos a hacer, y qué modelo utilizaremos para ello.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-4. CLARETIANOS 2003

La memoria libre de San Pedro Damián es un oasis como el de tantos santos y santas en nuestro caminar diario. Dios actúa en medio de situaciones negras. En medio de escenarios injustos. Dios hace brillar su verdad en medio de las peores circunstancias. Y algunos pensamos que vivimos situaciones adversas... En fin... Os invito a leer su vida.

Babel. La conocida Babel. Si tecleáis Babel en algún buscador, podréis encontrar hasta 168.000 entradas con esta palabra. He probado, porque me imaginaba algo así. Es un signo de su actualidad. Es un signo de que seguimos empeñados en ser como Dios y no aceptar nuestra condición. Nada entristece y angustia tanto como ansiar lo que no se puede conseguir.

Babel es una historia de ambición y de pérdida. No toda ambición termina con ganancias. Una historia de confusión y dispersión. Una historia con lección, que todavía tenemos que aprender. Hace poco estuve en una comisaría de policía que bien podía ser imagen de una Babel actual. Muchos extranjeros, de distintos continentes, arreglando papeles. A mi lado, en una de las mesas de atención, uno de ellos esperaba a una funcionaria que había ido a hacer una consulta. De pronto, un policía entra sonriendo y le dice cortésmente: «Perdone, pero le tengo que detener». Casi nadie podía entender estas amables palabras en español. No creo que este hombre comprendiera la cortesía cuando le leían sus derechos, para decirle que había perdido derechos, en un idioma extranjero, en un país ajeno, en medio de tantos extraños. No dijo nada y ofreció sus manos para que lo esposaran. Necesidad de unos, ambición de otros, pérdida para todos. Confusión y dispersión. Babel fracasada camina entre nosotros.

Y en medio del caos, aparece un hombre que propone una vía de solución muy poco aceptada: ganancia a precio de vida entregada, ganancia sin ambición. Sabemos que entregar la vida por una causa noble es gratificante. Sabemos que el Evangelio de Cristo Jesús es la causa más noble. Sabemos que las pérdidas de este mundo pueden convertirse en ganancias por nuestra entrega a la causa del Reino de Dios...

Podemos probar la entrega que nos liberará y liberará a los otros. Liberación de la necesidad, de la ambición, de la confusión, de la división, del fracaso... Liberación que permite desear lo que da plenitud al ser humano y sí se puede conseguir. San Pedro Damián, entre otros y otras, probó y lo logró.

Luis Ángel de las Heras, cmf (luisangelcmf@yahoo.es)


3-5. COMENTARIO 1

v. 34 Convocando a la multitud con sus discípulos, les dijo: «Si uno quiere venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y entonces me siga»...

Convoca a los dos grupos de seguidores, la multitud, constituida por los que no proceden del judaísmo (3,32; 5,24b; 7,14.33), y los discípulos, los que proceden de él.

Enuncia claramente las condiciones para el seguimiento, las que ponen al hombre en el camino de su plenitud y le permiten construir una sociedad nueva. La primera condición, renegar de sí mismo, significa renunciar a toda ambición de poder, dominio y gloria humana; la segun­da, cargar con su cruz, significa aceptar hasta las últimas consecuencias, como Jesús, la hostilidad de la sociedad injusta.

En otras palabras, mientras el individuo alimente ambiciones de medro personal, no podrá trabajar por el bien de la humanidad; y si tiene miedo a las consecuencias de su actitud, será incapaz de compro­meterse seriamente. La primera condición da al hombre la libertad para actuar; la segunda, su suprema dignidad, ser coherente consigo mismo hasta el fin, y la eficacia de su labor. El destino del Hijo del hombre (31) es propio de todos los que tienden a la plenitud humana.

Estas condiciones, sin embargo, se oponen diametralmente a los ideales de los discípulos, que aspiran al triunfo y a la gloria.



v. 35 ... porque el que quiera poner a salvo su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por causa mía y de la buena noticia, la pondrá a salvo.

Empieza una serie de argumentos que prueban que la opción pro­puesta es razonable. Distingue Jesús entre dos conceptos de salvación: a) la del que aspira al triunfo terreno, para quien «salvación» significa preservar la vida física aunque sea sin realización humana, y, en fin de cuentas, acabar en la muerte, y b) la del que, fiel a Jesús y a su mensaje, pone su ideal en la plenitud propia y ajena, y sabe que la muerte no sig­nifica el fin, sino el coronamiento de su desarrollo humano. Quien tiene como valor supremo la vida física nunca será libre, pues el que pueda amenazar su vida le hará perder la dignidad y lo tendrá bajo su domi­nio. En cambio, la entrega personal por el bien de la humanidad hace superar la muerte.



vv. 36-37 «Y ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si se malo­gra él mismo? Y ¿qué podría dar el hombre para recobrarse?»

Ilustra Jesús la primera condición del seguimiento. Pone como hipó­tesis el éxito total de la ambición humana: ganar el mundo entero, y advierte que ese «tener» no desarrolla ni realiza al hombre, cuya verda­dera riqueza es su ser. Llegar a tenerlo todo a costa de la propia realiza­ción (si se malogra él mismo) sería un fracaso irreversible (¿Qué podrá pagar?).



v. 38 Además, si uno se avergüenza de mí y de mis palabras ante esta generación idólatra y descreída, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando llegue con la gloria de su Padre entre los ángeles santos.

Ilustra ahora la segunda condición, sobre todo para el grupo de discí­pulos: comienza poniendo el caso del que, cediendo a la presión ideoló­gica de la sociedad en que vive (esta generación, cf. 8,12; Dt 32,5), no se atreve a hacer pública su adhesión a Jesús y a su mensaje, el del amor universal. Teme al descrédito o a la persecución por parte de la sociedad. Con ello renuncia a su propio desarrollo y a colaborar al de los otros: se ha condenado al fracaso. Cuando esa sociedad injusta conozca su ruina, y triunfe lo humano sobre lo inhumano (llegada del Hijo del hombre), Jesús, el prototipo de Hombre, no reconocerá por suyos a los que por miedo han frustrado en sí mismos la plenitud humana.



v. 9,1 Y añadió: «Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto llegar el reinado de Dios con fuerza».

Añade Jesús un dicho solemne que estimula la esperanza: El reinado de Dios conocerá un impulso extraordinario dentro de aquella misma generación, debido a la entrada de los paganos en el Reino después de la destrucción de Jerusalén (13,28-32; 14,62); llegará con fuerza de vida para la humanidad (cf. 5,30; 12,24; 13,26; 14,62). Se inaugurará una nueva etapa histórica.

COMENTARIO 2

El proyecto de Jesús debe ser continuado aunque su muerte temprana ponga al grupo de seguidores a dudar y a temblar de miedo. El Maestro sabe que la tarea no es fácil y que tiene que generar en el grupo de discípulos una conciencia clara y decidida para que la obra del Reino no termine siendo aniquilada por el poder religioso y político, ya que cada uno de esos poderes tenía sus propias razones para perseguir a Jesús y para acabar con la propuesta alternativa que él instauró durante su ministerio. Y de hecho, a Jesús lo asesinaron pero no pudieron acabar con la propuesta del Reinado de Dios.

Jesús comprendió la difícil tarea que les tocaba asumir a sus discípulos; por eso les pone una exigencia fundamental y difícil. Pone como condición para seguirle, la obligatoriedad de la cruz. Pero ¿qué anuncia y qué denuncia la cruz de Jesús? Anuncia su amor infinito y la redención de las conciencias. Y denuncia la injusticia del poder y la satanización del inocente. Esa es la cruz que ellos deben asumir y deben saber cargar hasta las últimas consecuencias. Sin la cruz, el seguimiento de Jesús y de su obra no tendría el valor de redención que él con su vida y con su muerte nos presentó. Por eso, ayer como hoy, se nos hace necesario y urgente tomar nuevamente la cruz para seguirle en el Reino de su Padre, y poder así ratificar con nuestra propia vida que sí es posible vivir una experiencia nueva y alternativa en medio de nuestra sociedad.

A veces creemos que cargar la cruz es llevar en nuestro pecho un crucifijo; Y otras veces confundimos la cruz con nuestras tareas cotidianas que estamos obligados a cumplir. La cruz que Jesús nos propone es la cruz del Reino, la cruz de la impotencia, la cruz de compartir la suerte con los desheredados de esta historia humana.

Nosotros con facilidad cargamos la cruz... Pero tenemos que preguntarnos: ¿será que alguno la carga con la ignominia que sintió Jesús? La cruz ya no tiene la gran deshonra que tenía al comienzo de la historia, por eso la cargamos sin problemas, pues la hemos convertido en ceremonia.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-6. DOMINICOS 2003

Quien no aparece en la pantalla, no existe
La vanidad, la soberbia, el orgullo, la ostentación, el egoísmo, son tan viejos en el corazón del hombre como su misma vida consciente.
Menos mal que también lo son sus contrarios: la sencillez, la humildad, la modestia, el retiro y soledad, el altruismo...
La tensión interna del hombre deriva de esos dos ríos que canalizan multitud de energías; y el acierto de una buena formación consiste en equilibrar los dos factores de suerte que ninguno muera, en lo que tiene de razonable y positivo, ni aplaste al otro con violencia, sin prever el futuro compartible.
Pensemos e interroguémonos atentamente sobre lo que hos nos sucede:
La publicidad con exhibicionismo descarado, ¿no explota vanidades y pasiones?
El afán de estar todos los días en pantalla, ¿no indica que hay gentes que no quieren mirarse hacia dentro porque están vacías, y sólo buscan dinero?
La ostentación de riqueza, joyas, bodas, noviazgos, ¿no es una ofensa al buen gusto ético, a la vida del humilde y pobre, a la convivencia en igualdad?
Los graneros, bancos, palacios, pieles, ¿no son una burla de personas que tienen que afanarse día día para ganar honestamente su pan?
Pongamos regulación de prudencia en todos nuestros actos; eduquémonos en la verdad compartida, sufrida, solidaria, y veremos las cosas más limpiamente, como las ve el Corazón de Dios.
Así nos lo enseña el contraste de las lecturas de hoy en la liturgia:
Uno dice: Hagámonos famosos en el mundo con una torre... (Génesis)
Otro replica: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo (Jesús)
La soberbia pretensión del hombre que quiere llegar al cielo con un monumento que lo inmortalice, la torre de babel, es fuente de confusión e incomunicaciones. Y el discurso de Jesús sobre las condiciones que se requieren para ser auténticos discípulos suyos habla de la dura realidad sembrada de gozos y de espinas.

Palabra soberbia siembra desdichas
Génesis 11, 1-9:
“Al principio, en toda la tierra se hablaba una sola lengua con las mismas palabras. Los hombre de Oriente emigraron a otros países, y uno de los lugares donde se asentaron fue una llanura en el país de Sinaar, y se establecieron allí.
Las cosas les iban bien, y un día se dijeron unos a otros: ¿Por qué no preparamos ladrillos y los cocemos... y construimos una ciudad y una torre que llegue hasta el cielo? Así nos haríamos famosos y luego nos dispersaríamos por toda la superficie de la tierra. Y comenzaron la construcción.
Pero el Señor, enterado, bajó del cielo a ver la ciudad y la torre que estaban construyendo los hombres, y se dijo: Son un solo pueblo con una sola lengua. Si esto no es más que el comienzo de su actividad, nada de lo que decidan hacer les resultará imposible. Voy a bajar y confundir su lengua, de modo que uno no entienda la lengua del prójimo.
Y el Señor los dispersó por la superficie de la tierra y cesaron de construir la ciudad. Por eso se llama “Babel”, porque allí confundió el Señor la lengua de toda la tierra...”
La actitud fantasmal del hombre, que en su soberbia y vanidad quiere llegar a ser pequeño dios y merecer la adoración fugaz de los mortales, es bien conocida. El libro del Génesis la pone de relieve con cierta ironía, pero, extrañamente, lanza una hipótesis muy irreal  vinculando la “confusión de lenguas y culturas” con una actitud de pecado. La “confusión” entre los hombres es muy real, pero la riqueza de culturas está vinculada a su riqueza espiritual, creativa, no al pecado.
Evangelio según san Marcos 8, 34-39:
“En una ocasión, Jesús llamó a la gente y a sus discípulos y les expuso estas grandes verdades: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga; El que quiera salvar su vida, que la pierda por mí; pues el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará; ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?...
Quien se avergüence de mi y de mis palabras en esta época descreída y malvada, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre...”
Poco tienen que ver estas sentencias de Jesús con la soberbia y vanidad de los constructores de la torre de Babel. Aquí todo es ‘esencia’, ‘perfume’, ‘tesoro de vida espiritual’. Ser cristiano es ser de Cristo, viviendo a su imagen en todo.
Tiempo de reflexión
Vivir en la confusión. 
El fenómeno de la incomunicación de los hombres, por falta de una lengua única en que todos se expresaran, era y es un grave problema. ¡Cuánto añoramos la falta de un medio de comunicación compartido por todos!
¿Cómo surgió la diversidad de lenguas? Según la tradición que se recoge en el Génesis, al principio hubo un solo linaje humano, un lugar de encuentro, una tierra, un trabajo... Después sobrevino la emigración, dispersión cultural, confusión e incomunicación por regiones y lenguas; y esos acontecimientos estuvieron ligados en el hombre a una actitud moral  soberbia, aspiraciones divinas del hombre, pérdida de identidad.
El autor sagrado, en vez de explicar de forma científica la pluralidad de lenguas y culturas y linajes, recurrió arbitrariamente a una actitud religiosa pecadora que rompió la unidad y mutua comprensión.
Saquemos provecho de esa lectura, utilizando el texto e imágenes como símbolo: la bondad-virtud une; el vicio-maldad divide. Reconozcamos, pues, la riqueza que suponen culturas y lenguas diversas, cultivemos en todas ellas los gérmenes o raíces humanas de unidad, verdad y encuentro, y proyectemos el futuro unidos.
Seguimiento de Cristo.  
¿Fomentaremos que en la vida cristiana se dé la misma confusión que en el hombre se está dando por disparidad de pareceres, criterios, culturas, lenguas?
Jesús no nos lo permite. Él ha hablado muy claro: quienes se propongan vivir como ‘discípulos’ míos que no se confundan ni engañen; el discípulo tiene que acoger los dones del Padre con gratitud, tiene que entender su existencia terrena como una peregrinación hacia el más allá, y tiene que incluir la cruz como una de las piezas ineludibles en el camino. En una palabra: la fidelidad humana-cristiana está y estará siempre sometida a prueba. Hay que luchar por el triunfo en el amor.


3-7. ACI DIGITAL 2003

34. A la luz de la doctrina revelada y definida, se comprende bien la suavidad de esta palabra de Jesús, que al principio parece tan dura. Renúnciese a sí mismo. Ello significa decirnos, para nuestro bien: líbrate de ese enemigo, pues ahora sabes que es malo, corrompido, perverso. Si tú renuncias a ese mal amigo y consejero que llevas adentro, yo lo sustituiré con mi espíritu, sin el cual nada puedes hacer (Juan 15, 5). ¡Y cómo será de total ese apartamiento que necesitamos hacer del autoenemigo, cuando Jesús nos enseña que es indispensable nacer de nuevo para poder entrar en el Reino de Dios! (Juan 3, 3). Renacer del Espíritu, echar fuera aquel yo que nos aconsejaba y nos prometía quizá tantas grandezas. Echarlo fuera, quitarlo de en medio, destituirlo de su cargo de consejero, por mentiroso, malo e ignorante. He aquí lo que tanto cuesta a nuestro amor propio: reconocer que nuestro fulano de tal es "mentira" (Rom. 3, 4) y de suyo digno de la ira de Dios. Cf. Luc. 9, 23 y nota: Y a todos les decía: "Si alguno quiere venir en pos de Mí, renúnciese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame". Jesús no dice, como el oráculo griego: "conócete a ti mismo", sino: "niégate a ti mismo". La explicación es muy clara. El pagano ignoraba el dogma de la caída original. Entonces decía lógicamente: analízate, a ver qué hay en ti de bueno y qué hay de malo. Jesús nos enseña simplemente a descalificarnos a priori, por lo cual ese juicio previo del autoanálisis resulta harto inútil, dada la amplitud inmensa que tuvo y que conserva nuestra caída original. Ella nos corrompió y depravó nuestros instintos de tal manera, que San Pablo nos pudo decir con el Salmista: "Todo hombre es mentiroso" (Rom. 3, 4; S. 115, 2). Por lo cual el Profeta nos previene: "Perverso es el corazón de todos e impenetrable: ¿Quién podrá conocerlo?" (Jer. 17, 9). Y también: "Maldito el hombre que confía en el hombre" (ibid. 5). De Jesús sabemos que no se fiaba de los hombres, "porque los conocía a todos".


3-8. DOMINICOS 2004

¿Ganar el mundo arruinando la vida?

Espiritualmente es una miseria afanarse por ‘ganar el mundo’ al precio de ‘perder la vida’. Y es tremenda osadía jugarse la eternidad con una ‘vida depravada’, pensando que ‘Dios nos salvará’.

La carta de Santiago nos dice hoy con sensatez: fe y obras, esperanza y coherencia, amor sincero y disfrute del don de la vida.

¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Qué es lo que verdaderamente nos hace justos, santos? No la fe ó las obras, sino fe y obras juntas. Recordemos que una respuesta incorrecta, enalteciendo la fe sin las obras, dio lugar en la Iglesia al confusionismo o unilateralidad protestante. Lutero hablaba de ‘sola fe’, ‘sola gracia’: la ‘sóla fe en Jesucristo es la que justifica, no las obras". Y nosotros decimos: caminemos hacia la fe con obras buenas, y derivemos obras grandes a partir de la fe. Pero todo unido.

Fe y obras son dos realidades que no se pueden separar: "si tengo fe, mis obras han de ser ex­presión y manifestación de mi fe; y si obro con rectitud, tendré abierto el camino de la fe y encuentro con el Señor.


La luz de la Palabra de Dios
Carta del apóstol Santiago 2, 14‑24, 26.
“Hermanos míos: ¿de qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no tiene obras?

Supongamos que un hermano o hermana anda sin ropa y falto de alimento diario, y que uno de vo­sotros le dice: "Dios te ampare, hermano, abrígate y llena tu estómago". Si no le das con qué saciar su cuerpo, ¿de qué le sirve tu palabra?

Esto pasa con la fe: si no tiene obras, está muerta por dentro. Pero alguno di­rá: "tú tienes fe y yo tengo obras”. A ése le diré: muéstrame tu fe sin obras y yo, por mis obras, te probaré mi fe". Por lo tanto, lo mismo que un cuerpo, si no res­pira, es cadáver, también la fe sin obras es un cadáver'.

Evangelio según san Marcos 8, 34‑39.
"En aquel tiempo, Jesús llamó a la gente y a sus discípulos y les dijo: el que quiera venir conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.

Mirad, el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará.

Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? Quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta época descreída y malvada, el Hijo del hombre se avergonzará de él.”


Reflexión para este día
¡Danos, señor, fe y amor operantes!
La idea que subyace en los versículos que hemos tomado de la Carta de Santiago, es que la fe sin obras es fe lánguida o muerta. No niega la necesidad de la fe; lo que hace es denunciar la inutilidad o la vaciedad de una fe inoperante, sin obras, o sea una fe teórica, de palabras.

Fe con obras es lo que exige Jesús a los que le siguen: una fe y un se­guimiento incondicional, hasta el extremo de tomar la cruz con todas sus consecuencias. No es posible llevar una vida placentera, cómoda, y seguir a Cristo desnudo.

El cristiano debe ser y vivir como discípulo en todo momento, dispuesto a testificar y anunciar los valores del Reino. Cuando nos tomamos el Evangelio de Jesús de verdad, entre Jesús y nosotros se da un verdadero encuentro de fe y amor, y en ese mismo instante se inicia un proce­so de compromiso para toda la vida que no estará exento de contrariedades. Cuando de verdad nos comprometemos con la defensa de la justicia, de la verdad, de la paz, de la solidaridad, del amor, y tarde o temprano se nos complica la vida, vamos accediendo a Jesús por obras que nos disponen a creer en Él.


3-9.

Comentario: Rev. D. Joaquim Font i Gassol (Piera-Barcelona, España)

«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame»

Hoy recordamos que de aquí a pocos días comenzamos el tiempo de gracia que es la Cuaresma. La Iglesia, Madre y Maestra, nos va preparando. Con el Evangelio de hoy nos habla de dos temas complementarios: nuestra cruz de cada día y su fruto, es decir, la Vida en mayúscula, sobrenatural y eterna.

Nos ponemos de pie para escuchar el Santo Evangelio, como signo de querer seguir sus enseñanzas. Jesús nos dice que nos neguemos a nosotros mismos, expresión clara de no seguir «el gusto de los caprichos» —como menciona el salmo— o de apartar «las riquezas engañosas», como dice san Pablo. Tomar la propia cruz es aceptar las pequeñas mortificaciones que cada día encontramos por el camino.

Nos puede ayudar a ello la frase que Jesús dijo en el sermón sacerdotal en el Cenáculo: «Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta; y todo el que da fruto, lo poda para que dé más fruto» (Jn 15,1-2). ¡Un labrador ilusionado mimando el racimo para que alcance mucho grado! ¡Sí, queremos seguir al Señor! Sí, somos conscientes de que el Padre nos puede ayudar para dar fruto abundante en nuestra vida terrenal y después gozar en la vida eterna.

San Ignacio guiaba a san Francisco Javier con las palabras del texto de hoy: «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?» (Mc 8,36). Así llegó a ser el patrón de las Misiones. Con la misma tónica, leemos el último canon del Código de Derecho Canónico (n. 1752): «(...) teniendo en cuenta la salvación de las almas, que ha de ser siempre la ley suprema de la Iglesia». San Agustín tiene la famosa lección: «Animam salvasti tuam predestinasti», que el adagio popular ha traducido así: «Quien la salvación de un alma procura, ya tiene la suya segura». La invitación es evidente.

María, la Madre de la Divina Gracia, nos da la mano para avanzar en este camino.


3-10. 2004. Servicio Bíblico Latinoamericano

A cada uno de los tres anuncios que Jesús hace de su pasión, muerte y resurrección, le sigue una instrucción de tipo catequético. Al primer anuncio de Mc 8,31-33 corresponde una instrucción en Mc 8,34-9,1. Al segundo anuncio de Mc 9,30-32 le corresponde la instrucción en Mc 9,33-37, y al tercer anuncio de Mc 10,32-34 una nueva instrucción en Mc 10,35-45. La instrucción del evangelio de hoy comienza planteando que el camino doloroso de Jesús es también el camino de sus seguidores. Una camino que se presenta no como obligación sino como opción (“el que quiera”), pero que una vez asumido implica, sin excepción, seguir las exigencias que este comporta. Tres exigencias sobresalen en el evangelio: en primer lugar, “renunciar a si mismo”, es decir, vivir para Dios y su proyecto, como lo hace Jesús. También implica vivir para los demás, hacer de la entrega y la solidaridad una norma de vida. Esta exigencia recuerda el mandamiento del amor a Dios y al prójimo.

En segundo lugar, “tomar su cruz”, no exactamente la cruz de Jesús, sino la de cada uno (todo condenado a la crucifixión debía cargar el palo transversal de su propia cruz). Esto es importante porque indica no tanto la imitación como el seguimiento del proyecto de Jesús, de acuerdo a la cultura, la ubicación geográfica y la realidad social en que vive cada uno.. Se trata de asumir valientemente las consecuencias que implicaba seguir a Jesús, dentro de un imperio que como el romano, castigaba con la cruz a quienes no lo seguían y adoraban. Solo así, se pasa el examen como seguidor de Jesús. Esta segunda exigencia hace eco del refrán que dice: “a veces, perder es ganar”. En efecto, el seguidor de Jesús debe estar listo para entregar su propia vida por la causa del Reino de Dios. Pero perder esta vida significa ganarla para Dios, que paga con la vida en plenitud.

La tercera exigencia (v. 36) tiene que ver con el tener y el ser. Hay que estar atentos para que no sea que por vivir preocupados por tener, acumular y enriquecernos, nos empobrezcamos en el ser, perdiendo así la capacidad dar y recibir la vida. Esta tercera exigencia pide una fe a toda prueba, una fe que no se avergüence ni de Jesús ni de su Palabra. La mención de “esta generación adúltera y pecadora” nos indica el rechazo que en carne propia ha experimentado Jesús, tanto de su persona como de su Palabra. De esta manera la persona y la Palabra de Jesús se convierten en pruebas fundamentales a la hora del juicio final. Seguir a Jesús y su proyecto del Reino se convierten en el único camino que conduce con certeza a la casa del padre. La escena del juicio nos presenta a un Hijo del Hombre identificado plenamente con Jesús, el Hijo de Dios, que participa totalmente de su gloria. Los otros actores en este juicio son los ángeles, que tienen como tarea reunir a los elegidos de Dios, que según el evangelio de hoy, son los que siguen a Jesús, por caminos de pasión y muerte, con la convicción que estamos apoyados por el Dios de la vida.


3-11.

San Francisco Javier (1506-1552) misionero jesuita
Carta del 10 de mayo 1546, traducida del francés, no es el original. (Nota de la traductora)

Un gran misionero, dispuesto a perder su vida

Este país es muy peligroso, porque sus habitantes, llenos de maldad, envenenan a menudo la comida y la bebida. Por esto no hay nadie que quiera ir allí para asistir a los cristianos. Tienen necesidad de instrucción espiritual y de alguien que los bautice para salvar su alma. Así que tengo la obligación de perder mi vida terrena para socorrer la vida espiritual del prójimo... Pongo mi esperanza y mi confianza en Dios, Nuestro Señor, dichoso de poderme conformarme, aunque pobremente, a las palabras de Cristo, Nuestro Redentor: “Quien quiera guardar su vida la perderá; pero quien la pierde por mí, la guardará.”

Aunque el sentido amplio de esta palabra del Señor sea fácil de comprender, cuando uno examino su caso personal y se dispone a perder su vida por Dios para recobrarla en él, se presentan a la imaginación los peligros... Todo se hace oscuro, que incluso el latín (del texto bíblico), tan claro por sí mismo, se oscurece también. En este caso, me parece, que llega a comprenderlo únicamente aquel a quien Dios, Nuestro Señor, en su infinita misericordia se lo quiera revelar para su caso particular. Entonces, uno reconoce la condición de nuestra carne, cuán débil y frágil es.


3-12.Condiciones para seguir a Jesús

Fuente: Catholic.net
Autor: José Noé Patiño

Reflexión:

Una mujer encontró a un niño de siete años cargando en brazos a su hermano más pequeño. La mujer se dio cuenta de que el niño iba agotadísimo y muy cansado y le preguntó, si no era demasiado pesado para que lo llevará en brazos. No – respondió el niño, es mi hermano.

A este niño ni se le había pasado por la cabeza que su hermanito fuera un peso para él. La cruz también pesa y nos cansa, pero desgraciablemente hoy en día se ven cristianos que se han dejado vencer por el peso y la fatiga, que han “tirado la toalla” y no están dispuestos a cargar con la cruz. Esta desgana nace porque siempre buscamos lo fácil y cómodo, el “easy way”, dirían los americanos. Porque no hemos llegado a comprender el verdadero y positivo sentido de la cruz.

Santa Teresa de Ávila preguntó una vez a Cristo porqué ponía tantas dificultades en su camino. “No te quejes, así trato a mis amigos”- respondió Jesús. “Ahora comprendo, Señor, por qué tienes tan pocos amigos”.. Jesús exige a sus amigos una prueba. La prueba del amor, de la donación total de ellos mismos por amor a Él. Y cuando el hombre se la da, cuando el hombre entrega a Dios su amor, entonces es cuando el hombre se llena e inunda de alegría porque Dios no se deja ganar en amor. Y paga nuestro pobre amor con un amor inefable y eterno. Vale la pena coger la cruz de cada día y seguir a Cristo, pues sólo así somos verdadera y únicamente felices.


3-13.

Reflexión

Una de las cosas que llaman la atención de nuestra generación es que a muchos y en muchas circunstancia nos da pena el mostrarnos como verdaderos cristianos. Y no me refiero a traer alguna cruz colgada al pecho (que muchas veces es más adorno que otra cosa), sino a dejar que Cristo se transparente en nosotros. Mucha gente tiene miedo al que dirán si lleva su Biblia al trabajo, o si sabe que pertenece a alguna organización cristiana, a persignarse antes de iniciar el trabajo o la comida en un restaurante. Jesús nos previene en este evangelio: “quien se avergüence de mi y del evangelio yo me avergonzaré de él”. Jesús nos necesita para que “el mundo viendo crea y creyendo tenga vida”. Si nosotros no dejamos que Jesús y nuestra vida cristiana, es decir los valores del evangelio, sean notorios para los demás, ¿cómo creerá esta generación que solo busca el confort, el placer, la riqueza, etc.? Seamos auténticamente cristianos, vivamos, pensemos, hablemos como un verdadero discípulo de Cristo. ¡Siéntete orgulloso de ser y vivir como Cristiano!

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús


3-14. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos, paz y bien.

Hace unos días, una buena amiga me envió desde España un Cd con la música del musical (valga la redundancia) Habla Claret , que recomiendo a todos. La obra narra la vida de nuestro fundador, san Antonio Mª Claret (Biografía de san Antonio Mª Claret). El segundo tema de ese disco musicaliza la frase del Evangelio ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? Una frase que a Claret le hizo cambiar de vida, dejar su vocación mercantil y dedicarse por completo a llevar el Evangelio a todas partes.

Se me puede objetar que nosotros no somos tan santos, y por eso nos resulta muy difícil dejarlo todo, tomar nuestra cruz y seguir a Cristo. Más bien, nos gusta dejar la cruz a un lado, o, lo que es peor, muchas veces somos cruces para los demás, para los que están cerca de nosotros, y tienen que cargar con nosotros.

Desde el momento en que hacemos la opción de seguir a Jesús, de dedicarle cada día un rato (y si estás leyendo estas letras, tú eres de esos) estamos invitados a asumir nuestras cruces de cada día, sean del tipo que sean, grandes o pequeñas, enfermedades o cansancios, fracasos o desilusiones, miedos o perezas. Y tenemos que tomar la cruz no porque nos tenga que gustar el dolor (Jesús no quiere masoquistas) sino porque sin la cruz no llegamos a la luz, sin aceptar la voluntad de Dios no somos como Cristo, que supo aceptar lo que le vino, para bien de todos. En vez de protestar tanto porque no todo va como quieres, prueba a poner esa cruz en manos de Dios, a pedirle fuerzas para seguir hacia delante. Con mucha probabilidad, los problemas seguirán ahí. Pero tu forma de verlos será distinta. Porque habrás tomado esa cruz, se la habrás presentado a Dios, y dejarás que Él te dé su luz, su Espíritu para salir del pozo.

Y cuando tengas que cargar con la cruz de otros, familiares, amigos, hermanos de comunidad, compañeros de trabajo, acuérdate de dos cosas:

1) Tú también eres cruz para otros. No lo olvides.

2) En las matemáticas cristianas, una cruz más una cruz no es igual a dos cruces. Lo curioso del cristiano es que compartiendo las cruces, se hacen más ligeras. Tu cruz y la de tu hermano pesan menos, si la compartes.

Vuestro hermano en la fe,

Alejandro J. Carbajo Olea, C.M.F.
(alejandrocarbajo@wanadoo.es)


3-15. ARCHIMADRID 2004

CHATEAR

Compruebo que el diccionario de la Real Academia de la Lengua sólo ha recogido del término “chatear” el significado de tomar chatos (de vino) y no esa otra posible acepción que sería conversar con otras personas (utilizar un “chat”) a través de Internet. Es lógico ya que son dos cosas que requieren actitudes muy distintas. Una persona suele chatear con vino con otras personas, conociéndose cara a cara y después de unos cuantos chatos se suelen decir casi todas las verdades y las mayores mentiras. Chatear por Internet suele ser un acto privado, cientos de personas más desagradables que pegar a una madre se anuncian como “joven simpático y amable de buena presencia…”, es un conocerse sin darse a conocer, habitualmente un mentir que lleva a mayores mentiras, un relacionarse sin que implique la existencia y que se acaba cuando uno sale del programa.

Si alguna vez tienes la tentación de “chatear” con Dios en este segundo sentido, las lecturas de hoy te quitarán las ganas. “¿Quieres enterarte, tonto, de que la fe sin obras es inútil?”. Lo de “tonto” podría haber sido una añadidura personal para dar más énfasis a la frase, pero no es así: lo leeremos en Misa y contestaremos “Palabra de Dios”. “Quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta época descreída y malvada, también el Hijo del Hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre entre sus santos ángeles”.¿Qué pensabas, tonto (este sí es mío y me lo dedico en primer lugar a mí mismo), que jamás oirías esas palabras de Cristo?. Cuántas veces escucho eso de “yo tengo más fe que esos otros” como si la fe fuese algo que se pudiese pesar, medir y contar, pues bien, a ése hay que contestarle con el apóstol “enséñame tu fe sin obras y yo, por las obras, te probaré mi fe”.

Encontrarse con Cristo no es un “chat” del que me descuelgo cuando quiero, no es una relación impersonal basada en el engaño o en la mentira para satisfacer ciertas curiosidades. Encontrarse con Cristo es vivir con Él, hasta el punto de que “quien quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”. Un día te encontrarás cara a cara con Cristo, corazón frente a corazón y esperemos que no tenga que avergonzarse de ti porque le presentes muchas palabras y ningún hecho, un montón de excusas y ninguna obra buena. Mucho decir yo creo en Dios, pero nunca hemos hecho nada por Él (“Tú crees que hay un solo Dios; muy bien, pero eso lo creen también los demonios y los hace temblar”).

Vale la pena dejar de perder el tiempo, dejarse de habladurías o de teorías vacías y “arremangarse” delante de Dios y decirle “Señor, qué quieres que haga” y ponerse a dar testimonio de la cruz gloriosa de Nuestro Señor Jesucristo, de la entrega sin reservas al Único por el que se puede dar la vida y que nos pide que la demos por todos. María, madre mía y madre de todos, ayúdame a dejar de perder la vida en mis cosas para ganarla para Él.


3-16.

LECTURAS: SANT 2, 14-24. 26; SAL 111; MC 8, 34-9, 1

Sant. 2, 14-24. Así como el amor al prójimo no se puede quedar en desearle que tenga comida y ropa, sino que hay que tender la mano hacia él para socorrerle, así quien diga que tiene fe pero sus obras son contrarias a aquello que cree será un hipócrita, un mentiroso. Creer significa haber puesto nuestra vida total y confiadamente en manos de Dios, para que Él realice su obra de salvación en nosotros, y no sólo pronunciar palabras de fe, pues esas hasta los mismos demonios pueden decirlas y de nada les aprovechan. Por eso la vida del creyente debe transparentar, cada día de un modo mejor, la perfección del amor, de la misericordia y de la bondad de Dios. Quien, arrodillándose ante el Señor, lleve una vida de maldad, estará confundiendo su fe con el cumplimiento de unos ritos que para nada afectan su vida en orden a ir en el camino del bien. Dios es nuestro Padre, nos ama, se ha inclinado ante nuestra miseria y pecado y nos ha levantado, a costa de la Sangre de su propio Hijo, para que vayamos firmemente afianzados hacia su encuentro eterno. Si en verdad creemos en Dios; si Dios está en nosotros y nosotros en Él, no nos quedemos con una fe tal vez muy bien ilustrada en la mente, ni con un asentimiento amoroso que nos haga aceptar esas verdades como aquello que realmente creemos; demos el paso hacia nuestra unión con Dios para que Él nos transforme y nos ayude a convertirnos en un auténtico fermento de santidad en el mundo, no sólo porque a nadie demos motivo de escándalo, sino porque desde nuestra vida hagamos realidad la cercanía de Dios, que ama, que perdona y que socorre a todos sus hijos.

Sal. 111. Amar al Señor no es sólo decírselo; es saber escuchar su Palabra y ponerla en práctica. Esto nos ha de llevar a que si el Señor nos pide que lo amemos a Él sobre todas las cosas, cumpliremos con este mandato conscientes de que si no tenemos un punto de referencia en nuestra vida, podríamos dispersarnos hasta llegar a una completa destrucción, como les sucedería a los diversos puntos que conforman un círculo si les quitáramos el punto central que los hace equidistantes. Pero nuestro amor al Señor no puede quedarse sólo en una mirada hacia Él; habiendo depositado en Él nuestra fe, desde Él contemplamos a nuestro prójimo como Dios lo contempla, y lo amamos como Dios lo ama. Esto nos lleva a ser comprensivos con todos y a buscar, por todos los medios, el bien de todos. Si en verdad dejamos que Dios nos forme conforme a la imagen de su propio Hijo, entonces no sólo recibiremos la bendición de Dios, sino que seremos motivo de bendición para cuantos nos traten.

Mc. 8, 34-9, 1. El verdadero discípulo de Jesús no es aquel que se conforma con escuchar sus palabras y contemplar sus milagros, sino el que va tras sus huellas cargando la propia cruz. Y para esto debemos dejar que Dios nos abra los ojos, para que podamos caminar a la luz de Aquel que nos devolvió la vista para encaminar nuestros pasos hacia la salvación eterna mediante la cruz diaria, llevada amorosamente. Hemos de ser conscientes de que nos encaminamos no hacia el calvario, sino hacia la Gloria, que tiene como paso obligatorio el calvario, que significa nuestro amor fiel a la voluntad del Padre, y nuestra entrega fiel y amorosa en favor de los demás, pues Dios sólo reconocerá como suyo el amor que se entrega y que no se oculta ante los miedos y cobardías, o que se oscurece por el egoísmo o por tener la mente embotada por las cosas pasajeras. Por eso, por lo menos con una vida intachable, seamos fermento de santidad en el mundo, dando así razón de nuestra esperanza sin avergonzarnos de ser reconocidos como hijos de Dios.

El camino de amor de Cristo, que le llevó hacia su Perfección hasta sentarse a la Gloria del Padre, fue su obediencia a la Voluntad del Padre y el amor hacia nosotros. El camino de la cruz no es para Él sólo el momento en que, cargándola, se dirige hacia el monte calvario. Desde que Él toma nuestra naturaleza humana lleva ya sobre sus hombros el signo de la cruz, que significa el haber asumido toda nuestra humanidad, con su fragilidad y haciendo suyos nuestros pecados, para redimirnos. Así lo vemos no como un Mesías venido con todo poder y gloria entre las nubes del cielo, conforme a las expectativas de los Judíos de su tiempo, sino en la humildad de nuestra carne, para rescatar a los que vivíamos bajo la Ley y hacernos hijos de Dios. Toda esta entrega y generosidad de Dios es lo que celebramos en esta Eucaristía. El Señor no nos ha hablado con discursos muy hermosos; Él, sin distinción de personas conforme a los criterios de este mundo, nos ha sentado a todos a su Mesa con la misma dignidad que todos tenemos de hijos suyos, a quienes ama por igual. Por eso tratemos de hacer nuestra esa su Vida, con la que hoy volvemos a entrar en comunión con Él por medio de la celebración de esta Alianza nueva y eterna.

No nos avergoncemos de Cristo ni de sus palabras en nuestra vida diaria. Quien viva su fe sólo de modo privado, o en los recintos sagrados y después se olvide de llevar su cruz tras las huellas de Cristo, dando testimonio, con una vida recta, de que es hijo de Dios, no podrá esperar que al final de su vida el Señor lo reconozca como suyo, pues el Señor no vino sólo a enseñarnos a orar, sino a dar testimonio de nuestra fe; más aún: a trabajar para que su Evangelio llegue a todos; y esto como consecuencia de nuestra unión a Cristo, ciertamente por medio del culto que le tributamos a Dios. Por eso, una fe sin obras es una fe muerta; una fe sin cruz que se lleve con amor, sin generosidad en favor de los demás es una fe inútil. Efectivamente, el cristiano nació con el signo de la cruz sobre sus hombros. Nació como signo del Redentor; a él corresponde continuar la obra de Dios en el mundo. Mientras dejemos a un lado nuestro compromiso de fe podremos llamar a Dios Padre con los labios, pero en verdad viviremos como si no lo conociéramos.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vivir nuestra fe con la entrega total de nuestra existencia que se consagra a Dios, pero que se convierte en un signo de la entrega de Cristo en favor de los demás, especialmente de los más desprotegidos. Entonces nuestra fe no se nos helará en los labios, sino que tendrá el calor del amor que se hace cercanía de Dios para los demás. Amén.

www.homiliacatolica.com