MIÉRCOLES DE LA SEMANA 6ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

 1.- Gn 8, 6-13.20-22

1-1.

Gn/05/28: "Lamek engendró un hijo y le puso por nombre Noé, diciendo: Este nos consolará de nuestros afanes y de la fatiga de nuestros manos, por causa del suelo que maldijo Yahveh". Esta es la promesa paternal.

-"Y Noé encontró gracia ante los ojos del Señor". Es la realización divina.

-"Y Noé hizo todo lo que Dios le ordenó". Es la realización personal.

Es digno de ver -aquí en este relato del diluvio y en todo el marco de la revelación -lo que el individuo es capaz de hacer. El individuo elegido por Dios y llamado por su nombre. El individuo que responde a la palabra de Dios y sigue su mandato. En este individuo, en él y sobre él, se congrega todo el mundo salvo, se regeneran los hombres y su vida.

Y esto expresa el arca como signo. Flotando sobre las aguas, sobrevive al juicio de Dios y supera la catástrofe. El arca oculta la bendición de Dios y garantiza la pervivencia de la humanidad.

Por Noé es salvada su mujer, sus hijos y las mujeres de sus hijos; son salvados los animales, los puros y los impuros, un par de cada especie. El individuo -viene a decirnos este relato- tiene una función salvadora y santificadora para toda la comunidad.

Noé se convierte en una brillante imagen que consuela porque refleja la amabilidad de Dios; la disposición de Dios a conservar el género humano y a proseguir la historia universal. El aspecto de Dios como juez no ha eclipsado el de salvador y fuente de vida, revelado en primer lugar. Y Noé es ahora el signo de esperanza de que la vida continúa y cobra fuerza renovada.

NO se dice que Noé tuviera méritos propios que le distinguieran del resto de los hombres.

Se dice sencillamente que halló favor a los ojos de Dios. El autor de la carta a los Hebreos habla de una prueba que Noé había superado; obedecer la orden del cielo de construir el arca sin conocer su objeto. Su obediencia y su fe, expuestas a las burlas de quienes la veían construirla, le habían merecido el ser salvado.

Para el autor de esta historia Dios muestra su favor libremente a quien nunca tendría méritos adecuados.

La obra personal de este patriarca, el gran representante de la religión cósmica, es considerable. También Noé como Abraham creyó "contra toda esperanza" y fue hecho padre de muchos pueblos. También Noé obró contra las apariencias que reflejaba la humanidad superficial y contra las sombras proyectadas por el comportamiento de su mundo.

Esto es lo que viene a decirnos la segunda carta de S. Pedro cuando evoca el recuerdo de Noé. Como en los tiempos de Noé, ahora y siempre, ocurre lo mismo. "Sabed, ante todo, que en los últimos días vendrán hombres llenos de sarcasmo, guiados por sus propias pasiones, que dirán en son de burla: "¿Dónde está la promesa de su venida?". Mientras los hombres ríen y bailan, Noé construye su arca, fiel a los mandatos del otro mundo. Así es el hombre de fe, pendiente de la palabra de Dios, sin hacer caso de comportamiento y de los principios del mundo.

ARCA/I: El arca ha sido el instrumento de la salvación de Noé y de su familia. Estos pocos han sido "el resto" salvado de la catástrofe y con los cuales Dios vuelve a empezar la historia de sus maravillas.

La humanidad que sale del arca es una humanidad nueva; la salvación realizada equivale a una nueva creación, a una resurrección. La vida comienza de nuevo. Para los salvados todo es nuevo, como recién estrenado, como recién salido de la mano de Dios. Todo vuelve a ser bueno. El arca se ha convertido en el paraíso donde reinaba la paz, la armonía, la amistad con Dios.

Los SS.PP vieron en el arca la imagen de la Iglesia. El arca es tipo de la Iglesia -comunidad de los fieles y pueblo santo de Dios-, imagen de aquella familia que confía en el Dios uno y único y le sigue incondicional- mente. Todo esto lo expresaron maravillosamente los primeros cristianos en las pinturas de las catacumbas.

AGUA/H-NUEVO  BAU/DILUVIO: El hombre, por el pecado, está abocado a la destrucción, a la muerte eterna. Dios establece un juicio de ese hombre pecador en el bautismo por el agua. Esta agua destinada a ahogar eternamente al pecador, ahoga en realidad al pecado, y de ese diluvio bautismal resurge el hombre nuevo, la nueva criatura. El agua se ha convertido en instrumento de castigo para el pecado, destruyéndolo, pero ha sido instrumento de salvación, para el hombre, en virtud de los méritos de este Jesús, el Salvador, que se anegó en las aguas de su muerte -pasó por un diluvio de sangre-, por lo cual Dios lo exaltó, lo resucitó, y lo hizo Señor y Salvador.

Con él y por él formamos nosotros parte de una alianza -alianza nueva y eterna- de la cual la alianza con Noé no era más que una figura y un anticipo.


1-2.

Los relatos babilónicos que narran diluvios están llenos de reyertas de los dioses. Al aprovechar esas viejas narraciones el autor sagrado tuvo buen cuidado de eliminar el politeísmo y de introducir su Fe en el Dios único, en el autor de la Alianza. ¿Somos hoy nosotros capaces de asimilar la cultura de nuestro tiempo para despojarla de sus errores, y utilizar de nuevo su lenguaje y sus estructuras a fin de proclamar la Fe?

-Al cabo de cuarenta días abrió Noé la ventana y soltó al cuervo. Después soltó a la paloma para ver si habían menguado ya las aguas de la superficie terrestre.

En el relato babilónico encontramos exactamente los mismos detalles concretos, prueba evidente de su parentesco literario.

La paloma regresó al atardecer y he ahí que traía en el pico un ramo verde de olivo. No debemos aferrarnos a esas imágenes, pero sí podemos confesar que no les falta poesía. La paloma, con su ramito de olivo ha pasado a ser el símbolo de la paz. Esos relatos, de tradición oral primeramente son muy fáciles de recordar. Cuando se ha oído contar una sola vez, quedan grabados en la memoria para siempre. Sería lástima despreciarlos apelando a no sé qué purismo. Es preciso empero incluso tratando con los niños, no quedarse en el plano material sino, sin quitarles encanto, saber poner en evidencia las lecciones que de dichos relatos se siguen. ¡La paz! ¿Soy un hombre de paz?

-Noé construyó un altar al Señor y ofreció holocaustos.

El primer gesto de este «salvado» es «ofrecer un sacrificio de acción de gracias». Tú eres, Señor, quien nos ha liberado. Gracias, Señor. ¿Es mi vida lo suficientemente «eucarística"? ¿Tengo el sentido de la alabanza a Dios?

-El Señor aspiró el agradable aroma...

Imagen sacada también del lenguaje pagano de Babilonia: los dioses están contentos «como moscas atraídas por el buen olor de los guisados». El autor sagrado retuvo sólo el beneplácito que Dios otorga a la acción de gracias de Noé.

Efectivamente, nuestra alabanza agrada a Dios. Decir «gracias» a los que amamos.

-Díjose a Sí mismo: «Nunca más volveré a maldecir el suelo por causa del hombre, porque las trazas del corazón humano son malas desde su niñez...»

El diluvio ha sido copiado de los cuentos babilonios, únicamente para insertar en él ese final optimista y esta revelación sobre el verdadero Dios: A Dios no le agrada castigar... A Dios no le agrada imponerse por la fuerza... preferirá enviar a su Hijo para salvar al hombre pecador antes que volver a castigarle.

¿Por qué esa misericordia?

Porque Dios «conoce el corazón del hombre». Conoce mejor que nosotros nuestra debilidad congénita, diríamos hoy. La Biblia expone con esto una observación realista que no deberíamos olvidar: «desde su niñez», ¡antes incluso de ser culpable, el hombre obra el mal! Cuando un niño obra mal, no es «maldición» lo que necesita, sino «amor». Nunca más volveré a maldecir al hombre, dice Dios, lo amaré más todavía.

-No volveré a herir a todo ser viviente como lo he hecho.

Mientras dure la tierra, sementera y siega, fríos y calor, verano e invierno, día y noche ¡no cesarán!

De nuevo una admirable revelación sobre Dios. El verdadero Dios no es un ser caprichoso. Por lo contrario crea un universo con leyes estables, con las que el hombre puede contar. Gracias a esta estabilidad de las reacciones y de los fenómenos naturales, el hombre ha podido fundar la ciencia, la técnica, el mejoramiento de su vida. La creación tiene una verdadera autonomía, dada por Dios, que permite al hombre ser el «socio" de Dios.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 71 s.


1-3. /Gn/08/01-22:

Cuatro hechos principales se describen en este capítulo:

1) el final del diluvio con el descenso de las aguas;

2) la comprobación, a través de las aves, de que la tierra estaba prácticamente seca y habitable;

3) la salida del arca, de acuerdo con el mandato divino, y

4) el solemne compromiso de Dios con Noé.

El primero es casi todo sacerdotal. Esta tradición gusta de contraponer la subida y descenso de las aguas del diluvio. "Entonces Dios se acordó de Noé" (este acordarse incluye al mismo tiempo misericordia y disposición salvadora): expresa el inicio del descenso. Las repeticiones e incongruencias que se dan, sobre todo en esta parte, se deben a algún pequeño fragmento yahvista incrustado aquí y a retazos de tradiciones anteriores que se han querido conservar. Ararat es considerada no una montaña, sino una región. Esta vaga referencia (en otros relatos antiguos del diluvio lleva el pico un nombre preciso: Baris, Nisir, etcétera) indica que la tradición bíblica ya había recorrido un largo camino.

El segundo pertenece al yahvista. El envío del cuervo compromete un poco el equilibrio de la escena. En otras narraciones de diluvio el experimento se hace o con tres aves diferentes o tres veces con el mismo. Este es nuestro caso. El cuervo se ha de considerar como residuo de una antigua tradición. La experimentación, aparte del hecho cultural de que las primeras conquistas humanas se realizaron mediante animales y plantas, indica que el yahvista es más humanista y racional que la tradición sacerdotal, la cual subraya a lo largo del diluvio la acción mayestática de Dios, frente a la cual no tiene el hombre otro recurso que la sumisión. De este modo, en 3), sale Noé del arca, tal como entró, siguiendo las instrucciones divinas.

El sacrificio tras el diluvio es un rasgo que no falta casi nunca en las descripciones de este tipo. Implica la reacción de agradecimiento de los salvados de la gran catástrofe y la entrada en una vida nueva. Si sólo nos lo transmite la tradición yahvista es porque la sacerdotal reserva el comienzo de los sacrificios a la experiencia del Sinaí. La conclusión yahvista del diluvio (vv 20-22) es tan importante como el prólogo, y en ambos casos la palabra de Dios tiene una importancia decisiva.

«Y olió Yahvé el aroma que aplaca»: una expresión muy antropomórfica para expresar que Dios acoge favorablemente el sacrificio. La solemne promesa divina se expresa en cuarto lugar y se compone de una parte negativa y de otra positiva. La negativa conecta con Gn 3,17 y con el prólogo del diluvio; la positiva asegura el ritmo y la cadencia del año y la naturaleza.

La Biblia, pues, no solamente habla de un tiempo lineal, sino también de un tiempo cíclico. La tradición sacerdotal en el v 13 es otra muestra de ello (insistencia en el número uno alusión velada a la fiesta de año nuevo y al ciclo entre un año y otro). A pesar de que la inclinación al mal y al pecado amenacen la existencia del hombre, Dios quiere ser misericordioso y se compromete a no enviar ningún diluvio más.

Comienza, pues, el tiempo de la paciencia divina (Rom 3, 26). Dios, tal como un día dirá Jesús, hará salir el sol sobre buenos y malos.

J. MAS ANTO
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 76 s.


2.- St 1, 19-27

2-1. PD/ESCUCHA:

-Tenedlo presente, hermanos queridos, que cada uno sea pronto para escuchar y tardo para hablar.

«Pronto para escuchar...»

Una cierta disponibilidad activa, una atención alertada, siempre pronta a la escucha del «otro».

Santiago nos presenta aquí un ideal de hombre muy simpático, decididamente vuelto hacia los otros.

«Tardo para hablar...»

Una cierta reserva, signo de interiorldad, manifestación también de nuestro respeto de la personalidad de los demás. Dejarles el mayor espacio posible. No aplastarlos.

-Tardo para la ira, porque la ira del hombre no realiza la justicia de Dios.

La dulzura, signo de Dios.

Dios es paciente, dulce, benigno, discreto.

La ira, la violencia, el exceso... ¡nada de esto es Dios!

-Recibid humildemente la Palabra sembrada en vosotros, que es capaz de salvaros.

La Palabra no es sólo una doctrina, una enseñanza, es una cierta Presencia de Dios para los que de veras la escuchan.

¡Acoger la Palabra!

Dios no se impone, tampoco aquí. Habla, a menudo, susurra tan bajito que creemos que se calla.

Sólo oyen los que buscan a Dios, los sencillos, los humildes. La arrogancia del orgulloso tiene el temible poder de cerrar el corazón y los oídos.

Quien no se pone a la escucha de Dios, modesta y humildemente, no le oirá jamás.

La Palabra es una simiente, Jesús había dicho esto también.

Escuchar a Dios es hacer germinar la vida... es introducir en nosotros una vitalidad nueva, divina.

-Poned «por obra» la palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos. En efecto, si alguno se contenta con oir la Palabra sin ponerla «por obra», ése se parece al que contempla su imagen en un espejo, se mira, pero en yéndose se olvida de como es.

La fe no puede ser tan solo una adhesión abstracta e intelectual a unas doctrinas. Es necesario que cambie las relaciones sociales, que transforme las relaciones entre ricos y pobres.

La Palabra de Dios es un «espejo». Hace que nos conozcamos mejor a nosotros mismos, pone de manifiesto las manchas y arrugas de nuestro rostro. Tiene pues que suscitar una revisión de nuestra vida. Nunca deberíamos salir de una misa o de una oración «igual» a lo que éramos al entrar.

En -cambio el que considera atentamente la Ley perfecta de la libertad y la pone por obra, será feliz.

Alegría, felicidad, libertad.

-La religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta: ayudar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación y conservarse incontaminado en medio del mundo.

He ahí una «práctica religiosa» al alcance de todo el mundo y que ni siquiera requiere desplazarse a la iglesia... sino que se realiza «en medio del mundo». No es de hoy el insistir de la Iglesia sobre este aspecto primario de la práctica religiosa: cumplir con su deber, amar... La «vida» tiene prelación sobre el «culto».

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 72 s.


2-2. /St/01/19-27

El fragmento de la carta que leemos hoy tiene como tema «la palabra», que constituye su eje. La palabra viene a ser un espejo en el que se ve reflejado el hombre. El espejo de la palabra, más que reflejar, hace ver cómo es el hombre o, quizá mejor, cómo tendría que ser. El hombre "contempla en ella su rostro" (v 23); se ve como un hombre que vive «en la ley perfecta, la de la libertad» (25) y no con el rostro del esclavo bajo una ley que lo agobia y lo sujeta. Antes se ha hablado ya de «la palabra plantada en vosotros, que es capaz de salvaros» (21). Esto quiere decir que la palabra no es sólo la que se lee o escucha, sino que hunde sus raíces en el interior y en la vida del oyente, hasta el punto de mostrar desde dentro -como una semilla- su fuerza capaz de salvarlo.

En la palabra oída o leída, el hombre contempla quién es realmente por razón de la palabra. Pero algunos, tras mirarse en el espejo de la palabra, se olvidan de cómo eran (24), no la ponen en práctica (23) ni perseveran en ella (25); para éstos, la palabra es tan vana e inútil como si no la hubieran oído.

Porque el objetivo de la palabra no es ofrecer al hombre la satisfacción momentánea de contemplarse en ella: es preciso practicarla y, por tanto, recordarla. La palabra quiere hacerse realidad en la conducta; parece decir al hombre: ¡Vive como yo te he mostrado que eres y como debes vivir! Quien no lo hace así se cierra el camino de la felicidad, pues «quien la pone por obra, ése encontrará la felicidad en practicarla» (25). De ahí la recomendación de Santiago: "Sea cada cual pronto para escuchar, lento para hablar" (19).

Se trata, al menos, de una invitación al silencio y a la reflexión. Porque en el fondo importa más lo que dice la palabra que todo lo que el hombre pueda decir de sí mismo, pues la palabra enseña en qué radica «la justicia de Dios». De ahí también la exhortación a ser «lento para la ira», que incita al hombre a imponer su propia justicia y lleva consigo el olvido de la justicia justa, la que proviene de Dios. A la vez, la palabra muestra quién es el hombre piadoso, pues enseña cuál es «la religión pura y sin tacha a los ojos de Dios Padre» (26-27).

M. GALLART
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 530 s.


3.- Mc 8, 22-26

3-1.

Esta curación ha sido colocada de propósito en un contexto, en que se habla también de la ceguera de los fariseos y de los discípulos. Se trata, pues, de una indicación simbólica a pesar de que el estilo de la narración induce a pensar que se trata de un acontecimiento real.

Como en el caso del sordomudo decapolitano (7,31-37), Jesús hace uso de gestos que a primera vista parecerían mágicos. Pero en realidad, Jesús no hace magia, sino que usa el lenguaje táctil, que únicamente podría comprender el pobre ciego. Como siempre, se intenta que la persona objeto del prodigio sea perfectamente consciente de lo que pasa. El relato, comparado con el del sordomudo, parece demasiado prosaico. Ahora bien, como la curación se opera en dos tiempos, lo más probable es que las cosas sucedieran así: en un primer momento, el ciego ve un poco confusamente y confunde los hombres con los árboles, como hacen ordinariamente los niños cuando realizan los primeros dibujos; en un segundo momento la curación es ya completa.

Hay que notar que el milagro se acomoda, por así decirlo, al curso normal de la recuperación natural.

El relato termina con el "leitmotiv" de Marcos: no hay que hacer del milagro un motivo de actitudes triunfalistas.

Volvemos a repetir lo de siempre: Jesús podría ser un taumaturgo en el doble sentido de la palabra: o en virtud de unas extraordinarias facultades psico-físicas o en virtud de una fuerza estrictamente sobrenatural.

Un creyente no necesita "demostrar" el carácter sobrenatural del prodigio, ya que los prodigios siempre vienen después de la fe de los creyentes, de tal forma que, cuando no hay fe o la fe es débil, no se realiza el prodigio, como fue el caso de Nazaret.

En segundo lugar, los "milagros" jamás son encuadrados dentro de una cristología o eclesiología triunfalista, sino todo lo contrario: son testimonios de la venida del Mesías, que han de ser contados discretamente por aquéllos que han sido objeto de ellos.

En todo caso, la "reserva mesiánica" es casi obsesiva en todos los relatos miraculosos del segundo evangelio.

Actualmente un creyente no tiene por qué medir sus fuerzas con el no creyente a propósito de los milagros. En primer lugar, porque el auténtico creyente no tiene ningún inconveniente en admitir que muchos "prodigios" fueran efecto de unas fuerzas naturales todavía no conocidas por la razón humana.

En segundo lugar, porque su fe no proviene de los milagros, sino que la presupone. En todo caso, un creyente tiene derecho a pensar que ciertos acontecimientos son auténticos "prodigios", ya que cree en la fuerza "sobrenatural" de Dios. Pero no lo puede demostrar racionalmente.

COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA NT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 1162 s.


3-2. /Mc-Ev:

Debemos ser cada vez más sensibles a los procedimientos de composición literaria de San Marcos. Lo que cuenta para él es lo que podríamos llamar "el evangelio interior": la progresión de la fe, la progresión del descubrimiento de la persona de Jesús... Ese libro, aparentemente ingenuo es obra de un apóstol que quiere conducir a sus oyentes a plantearse cuestiones para llegar a la Fe. No olvidemos que en este relato tenemos algo de la predicación de Pedro en Roma: Este recuerda su propio itinerario interior, el que pasó de la ininteligencia a la fe... de la ceguera a la luz. Y Pedro predica a catecúmenos a quienes propone el mismo itinerario espiritual.

Esta teología, ¿fue completamente inventada? No, pues no tendría ya ningún valor convincente. Pedro recuerda "hechos históricos", que son incluso apremiantes para él, como ya se ha visto. Pero, hay que repetirlo, lo que cuenta para Pedro, por tanto también para Marcos, no es ante todo una historicidad concreta de los detalles materiales y de las palabras de Jesús -¡como si hubiesen sido grabados en un magnetofón!- es la significación interior para la fe. Y por lo tanto estos relatos nos conciernen hoy también a nosotros.

-Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida. Le llevaron un ciego. Tomando al ciego de la mano, lo sacó fuera de la aldea...

He aquí precisamente un detalle concreto. ¿Por qué no sería verdadero? ¡Es tan verosímil! Sí, se conduce a los ciegos de la mano: contemplo esta escena... La mano del ciego en la mano de Jesús... Gesto humano, muy sencillo.

¡Que esperanza debió suscitar en el corazón del ciego! mientras iban los dos, de la mano.

Si Jesús le lleva "fuera de la aldea", es para esconder en lo posible su milagro. Es también un detalle histórico, pero del cual conocemos bien la significación teológica: el "secreto mesiánico"... Cristo no será realmente comprensible sino después de la cruz, y la resurrección.

-Y poniéndole saliva sobre los ojos le impuso las manos.

Son los mismos gestos que, en tiempo de san Pedro se hacían sobre los catecúmenos, para conducirlos de la incredulidad a la iluminación de la fe. Teológicamente hay que relacionar este milagro con el de la curación del "sordomudo", explicado después de la primera multiplicación de los panes y el explicado después de la segunda multiplicación.

Marcos piensa evidentemente en el "bautismo": los gestos de los dos milagros son gestos "litúrgicos"... y por esos gestos de Cristo, todo el ser del hombre queda sano. Los tres "sentidos" importantes para la comunicación del hombre con el mundo y con sus hermanos son rehabilitados y renovados: el sentido del oído, el sentido de la palabra, el sentido de la vista ¡He aquí lo que la fe hace en nosotros hoy! El bautismo nos abre a un universo nuevo, solamente transformado desde el interior: oír a Dios que nos habla a través de los acontecimientos y a través de la palabra de nuestros hermanos, ver a Dios que obra en el núcleo de nuestras vidas y de la vida del mundo, y llegar a ser capaz de poder hablar de todo ello... Hago oración partiendo de esta gracia de mi bautismo...

-El hombre empezaba a ver... Seguidamente Jesús le impuso las manos sobre los ojos por segunda vez y el hombre empezó a ver mejor: recobró la vista, y vio claramente todos los objetos...

Marcos insiste, evidentemente, sobre esta curación en dos tiempos, que se va haciendo progresivamente. He aquí, de nuevo, uno de esos detalles que no se inventan -que tendería a probar que ¡Jesús carecía de poder!- Marcos, a través de este detalle histórico ve la lentitud del caminar hacia la fe plena: hoy también avanzamos muy lentamente por ese camino... y nos quedamos medio ciegos por mucho tiempo. ¡Abre nuestros ojos, Señor!

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 326 s.


3-3.

1. (año 1) Génesis 8,6-13.20-22

a) Sigue el relato, popular y sugerente, del diluvio, lleno de detalles simpáticos: el cuervo, la paloma, la hoja de olivo y el suspense del progresivo final del diluvio.

El Génesis nos cuenta sobre todo el sacrificio de acción de gracias que ofrece la familia de Noé sobre un altar y la promesa de Dios, llena de comprensión hacia la debilidad del hombre: «No volveré a maldecir a la tierra a causa del hombre, porque el corazón humano piensa mal desde la juventud».

Está a punto de dar comienzo una nueva etapa de la humanidad, con los que ha salvado Dios del juicio del diluvio. El arca de Noé es un símbolo de la misericordia de Dios, que en justicia condena el pecado y purifica a la humanidad, pero siempre aparece dispuesto a empezar de nuevo, dando confianza a sus creaturas. Como dice el salmo, «mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles»: intenta siempre que se conviertan y vivan.

b) La humanidad tiene futuro. También ahora, a pesar de que algunas veces nos parezca que haría falta un nuevo diluvio para purificar al mundo de tanta corrupción y maldad. Sobre todo porque en Cristo Jesús, mucho más plenamente que en Noé, se ha reconciliado la humanidad con Dios de una vez por todas y en el Arca de la Iglesia todos deberían encontrar un espacio de salvación y esperanza.

Tenemos que aprender del optimismo de Dios. A Dios le gusta mucho más salvar que castigar. Cuando castiga, es como medicina y pedagogía para la conversión. Deberíamos saber dar una y otra vez un margen de confianza a los demás, a esta humanidad en la que vivimos, a esta Iglesia concreta que puede no gustarnos, a nuestra familia y comunidad, a cada uno de los que viven con nosotros, y a nosotros mismos.

Después del pecado de Adán y Eva, Dios promete la salvación. Después del asesinato de Abel, Dios da otro hijo a Eva y deja la puerta abierta a la esperanza. Después del diluvio, sella un pacto de bendición para los hombres. ¿Es así de magnánimo nuestro corazón para con el mal que descubrimos en los demás? Dios sigue creyendo en el hombre. ¿Por qué nosotros negamos un margen de confianza a nuestros hermanos?

1. (año II) Santiago 1,19-27

a) Siguen las recomendaciones de Santiago, llenas de sabiduría, en una página muy densa y actual:

- que seamos «prontos para escuchar, lentos para hablar y lentos para la ira»,

- que acojamos la Palabra de Dios en nuestra vida, porque es la única capaz de salvarnos,

- en relación a la Palabra de Dios,? Io importante no es escucharla, sino llevarla a la práctica; eso es lo que nos conducirá a la felicidad; Santiago lo ilustra con el ejemplo del que se mira al espejo y no hace caso de lo que ve;

- no puede decir que es religioso quien no domina su lengua;

- «la religión pura e intachable es visitar huérfanos y viudas y no mancharse las manos con este mundo».

b) Es un programa como para leerlo despacio y confrontarlo con lo que solemos hacer en nuestra vida.

Santiago nos invita a ser lentos en hablar y a tener a raya nuestra lengua. ¿Cuántas veces fallamos al cabo del día con palabras precipitadas de las que luego nos tenemos que arrepentir? Se nos da un lema muy sabio que podemos recordar hoy: ser «prontos para escuchar y lentos para hablar». Nos hará mucho bien.

A los que escuchamos la Palabra de Dios con frecuencia, nos pone además en guardia contra el peligro de conformarnos con oírla, sin poner empeño en practicarla, o contra la falsa idea de una religión que se contente con palabras, mientras que lo que agrada a Dios son las obras: ayudar al prójimo y no dejarse contaminar por las costumbres del mundo. La comparación es muy sugerente: ¿de qué nos sirve mirarnos al espejo y ver alguna mancha o defecto que podamos tener, si luego nos vamos y olvidamos lo que hemos visto, y no intentamos corregirlo'?

También alude a otra comparación, que nos recuerda la parábola del sembrador: dice Santiago que «la Palabra ha sido plantada» en nosotros. Si la olvidamos apenas termina la misa, la Palabra no produce ningún fruto en nosotros. Mientras que el que toma en serio lo que escucha, «éste encontrará la felicidad».

El salmo recoge este pensamiento de cuál es la religión verdadera: «¿quién puede habitar en tu monte santo, Señor?». Y hace una enumeración de cosas muy elementales pero profundas: practicar la justicia, no calumniar, no hacer mal a nadie, no prestar con usura no aceptar sobornos: «El que así obra nunca fallará».

2. Marcos 8,22-26

a) Otro signo mesiánico de Jesús, esta vez la curación progresiva del ciego. ¡Cuántas veces habían anunciado los profetas que el Mesías haría ver a los ciegos!

Esta vez Jesús realiza unos ritos un poco nuevos: lo saca de la aldea, llevándolo de la mano, le unta de saliva los ojos, le impone las manos, dialoga con él, el ciego va recobrando poco a poco la vista, viendo primero «hombres que parecen árboles» y luego con toda claridad.

Es una curación «por etapas» que puede ser que en Marcos apunte simbólicamente al proceso gradual de visión y conversión que siguen los discípulos de Jesús, que sólo lentamente, y con la ayuda de Jesús, van madurando y viendo con ojos nuevos el sentido de su Reino mesiánico. Ayer mismo leíamos que Jesús les llamaba «torpes» a sus discípulos, porque no entendían: «¿Para qué os sirven los ojos si no véis y los oídos si no oís?».

b) También nuestro camino es gradual, como lo es el de los demás. No tenemos que perder la paciencia ni con nosotros mismos ni con aquellos a los que estamos intentando ayudar en su maduración humana o en su camino de fe. No podemos exigir resultados instantáneos. Cristo tuvo paciencia con todos. Al ciego le impuso las manos dos veces antes de que viera bien. También los apóstoles al principio veían entre penumbras. Sólo más tarde llegaron a la plenitud de la visión. ¿Tenemos paciencia nosotros con aquellos a los que queremos ayudar a ver?

Este proceso nos recuerda también el itinerario sacramental: con el contacto, la imposición de manos y la unción, Cristo nos quiere comunicar su salvación por medio de su Iglesia. La pedagogía de los gestos simbólicos, unida a la palabra iluminadora, es la propia de los sacramentos cristianos en su comunicación de la vida divina. Tanto las palabras como los gestos simbólicos se han de potenciar, realizándolos bien, para que la celebración sea un momento en que se nos comunique la salvación de Dios de una manera no sólo válida, sino también educadora y pedagógica.

«El corazón humano piensa mal desde su juventud» (1ª lectura, I)

«¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?» (salmo, I)

«Sed prontos para escuchar, lentos para hablar y lentos para la ira» (1ª lectura, II)

«Llevad la Palabra a la práctica y no os limitéis a escucharla» (1ª lectura, II)

«Quien se cree religioso y no tiene a raya su lengua, se engaña, su religión no tiene contenido» (1ª lectura, II)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 164-168


3-4.

Primera lectura: Santiago 1, 19-27: Lleven a la práctica la Palabra y no se limiten a escucharla.

Salmo responsorial: 14, 2-3ab.3cd-4ab.5: ¿Quién puede habitar en tu monte santo, Señor?

Evangelio: San Marcos 8, 22-26: El ciego quedó curado, y veía con toda claridad.

Apenas llega Jesús a cualquier parte, aparece de inmediato la gente preocupada por su sanación. Esta vez es en Betsaida. Toma un ciego, que le han traído, que tiene la esperanza de recuperar la visión, y lo lleva a un lugar privado. Allí le va devolviendo la vista poco a poco, hasta que por fin lo logra. Luego Jesús pide al hombre que se vaya en silencio para su casa; no desea ser tomado como un mago o un curandero famoso, ya que su objetivo es otro.

En este relato se nota cómo los discípulos de Jesús parece que no lo conocieran ni lo confesaran como el Dios en quien tienen que creer. Son como el ciego del milagro: al principio no ven nada, luego comenzarán a ver borroso, hasta que consiguen ver con claridad. Todo esto es producto de lo que estaban viviendo los discípulos, que no eran capaces de dar el paso con firmeza; primero dudaban, hasta que al fin lo conseguían. Lo que nos quiere decir es que el proyecto de Jesús no fue tan fácil de ser asumido como parece; los procesos que tuvieron que pasar en esa época debieron producir muchos inconvenientes. Ello nos facilita constatar dónde aparece el vigor que caracteriza la tenacidad de las luchas humanas.

Debe quedar claro en nuestra vida comunitaria que a Jesús se llega paso a paso, y que lograrlo también requiere de nuestra colaboración, ya que esto no se da por cálculos humanos sino, por la manera como nosotros nos abrimos a la acción de Dios. Las intervenciones de Dios son también pedagógicas, escalonadas, pacientes, abonadas con una sabiduría que nosotros no conocemos ni siempre comprendemos.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-5.

Con la mirada limpia

I. Con frecuencia nos encontramos a muchos ciegos espirituales que no ven lo esencial: el rostro de Cristo, presente en la vida del mundo. El Señor habló muchas veces de este tipo de ceguera, cuando decía a los fariseos que eran ciegos (3). Es un gran don mantener la mirada limpia para el bien, para encontrar a Dios en medio de los propios quehaceres, para ver a los hombres como hijos de Dios, para penetrar en lo que verdaderamente vale la pena, para contemplar junto a Dios la belleza divina que dejó como un rastro en las obras de la creación. Además es necesario tener la mirada limpia para que el corazón pueda amar, para mantenerlo joven. Mirada limpia no sólo en lo que se refiere directamente a la lujuria, sino en otros campos que también caen en la “concupiscencia de los ojos”: afán de poseer ropas, objetos, comidas o bebidas. No se trata de “no ver”, sino de “no mirar” lo que no se debe mirar, de vivir sin rarezas el necesario recogimiento para tener siempre presente el rostro de Cristo.

II. El cristiano ha de saber –poniendo los medios necesarios- quedar a salvo de esa gran ola de sensualidad y consumismo que parece querer arrasarlo todo. No tenemos miedo al mundo porque en él hemos recibido nuestra llamada a la santidad, ni tampoco podemos desertar, porque el Señor nos quiere como fermento y levadura. Debemos estar vigilantes con una auténtica vida de oración y sin olvidar que las pequeñas mortificaciones –y las grandes, cuando el Señor las pida- han de mantenernos siempre en guardia, como el soldado que no se deja vencer por el sueño, porque es mucho lo que depende de su vigilia. A un alma que viviera en un clima sensual que prolifera en los espectáculos que da lugar a muchos pecados internos y externos contra la castidad, le sería imposible seguir a Cristo de cerca... y quizá tampoco de lejos.

III. El Cristianismo no ha cambiado: Jesucristo es el mismo ayer, y hoy y siempre (Hebreos 13, 8), y nos pide la misma fidelidad, fortaleza y ejemplaridad que pedía a los primeros discípulos. También ahora deberemos navegar contra corriente en muchas ocasiones. Nuestra lealtad con Dios nos ha de llevar a evitar las ocasiones de peligro para el alma. Y si por estar mal informados asistiéramos a un espectáculo que desdice de la moral, la conducta que sigue un buen cristiano es levantarse y marcharse con naturalidad, sin miedo a parecer raro. Pidamos a San José que nos ayude a conservar nuestra mirada limpia para poder contemplar a Dios algún día.

"Hablar con Dios"
Francisco Fernández Carvajal
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


3-6.

Marcos 8, 22-26

Llegan a Betsaida. Le presentan un ciego y le suplican que le toque. Tomando al ciego de la mano, le sacó fuera del pueblo, y habiéndole puesto saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntaba: «¿Ves algo?» Él, alzando la vista, dijo: «Veo a los hombres, pues los veo como árboles, pero que andan» Después, le volvió a poner las manos en los ojos y comenzó a ver perfectamente y quedó curado, de suerte que veía de lejos claramente todas las cosas. Y le envió a su casa, diciéndole: «Ni siquiera entres en el pueblo».

Reflexión

¿Ves algo? Cristo en este pasaje nos hace esta pregunta. ¿Podremos responderle que sí vemos? Impresiona que Dios mismo esté preguntando de esta forma. Pero ¿qué es lo que quiere que vea? ¿Cómo tengo que verlo?

Jesús nos pregunta si vemos con los ojos de la fe, es decir: que si en todo lo que hacemos está detrás la mano de Dios. Esta es la visión que Él quiere que tengamos en todas nuestras actividades, no quedarnos solamente con el ver cosas borrosas: "...veo a los hombres como árboles...", mas bien hay que procurar que nuestros ojos estén limpios.

¿Qué es lo que no nos deja ver bien? Las preocupaciones de la vida, los problemas que agrandamos, el querer estar a la moda, buscar tener por tener, o por envidia... Por eso limpiemos nuestra vista, quitando lo que más nos estorbe para mirar con claridad la mano de Dios en nuestra vida, haciendo lo contrario a lo que nos aparta de tan digna visión.

P. José Rodrigo Escorza


3-7.

Muchos piensan que la conversión es algo que sucede de manera instantánea y para siempre. Sin embargo la conversión es un proceso que se inicia cuando uno se encuentra con Jesús y que va progresando en la medida que permanecemos en él. Esta curación de Jesús nos ilustra muy bien este proceso. Cuando estamos lejos de Jesús somos como el ciego: no somos capaces de ver la realidad y por eso dependemos de los demás y con mucha frecuencia nos tropezamos. En el primer encuentro con Jesús se inicia el procesos, pero esto no es total. Empezamos a ver, pero no con claridad y esto hace que las cosas se vean como no son. Ya vemos pero todavía podemos caer, sobre todo porque es fácil confundir el camino en la vida espiritual y ver las cosas como no son. Finalmente llega el momento en que se ve todo con claridad y será ahora mucho más difícil el tropezar. El mundo entonces se nos presenta con toda la belleza con la que Dios lo creo y somos capaces de ver la maldad del pecado que es capaz de destruir nuestra vida. ¿en que etapa de la vida espiritual estás tú?

Ernesto María, Sac.


3-8. CLARETIANOS 2003

El Señor se ha comprometido a no volver a maldecir la tierra a causa del hombre, sabiendo que el corazón humano piensa mal desde su juventud. La decepción da paso a la misericordia comprometida, que garantiza la abundancia.

Cuando sobreviene cualquier catástrofe, se combinan una impaciente espera de la vuelta a la normalidad con el deseo de un nuevo orden, que supere el caos y prevenga cualquier mal. Dios responde a esta espera humana.
Los discípulos despistados seguimos olvidando esta respuesta de implicación divina. Hoy podemos ponernos en el lugar del ciego de Betsaida. Él no tiene nombre y tiene todos nuestros nombres, uno a uno. Porque, como él, necesitamos una curación que resulta lenta y laboriosa. En ningún caso desesperante.

Me gustan los relatos de curación de ciegos que realiza Jesús.

Me resultan muy iluminativos para aclarar la fe en el ser humano. Los milagros de los ciegos se han repetido y se continúan repitiendo entre los seguidores despistados. Y las cegueras de los primeros discípulos no son nada comparadas con las de ahora –podríamos decir nosotros, que ellos probablemente dirían lo contrario-.

Señor, sácanos de nuestro mundillo,
llevándonos de tu mano.
Úngenos con tu saliva de paciencia,
de esperanza,
de consuelo.
Imponnos las manos.
Nos fiamos de ti.
Empezaremos a distinguir
con una vista borrosa.
Ten paciencia con nosotros
y no apartes tu mano,
hasta que veamos con claridad.

Luis Ángel de las Heras, cmf (luisangelcmf@yahoo.es)


3-9. COMENTARIO 1

v. 22a Y llegaron a Betsaida.

Betsaida Julias, ciudad situada fuera del territorio propiamente judío. Por fin llegan a la meta que les había señalado Jesús después del primer reparto (6,45). Este lugar se encuentra «al otro lado» (13), es decir, repre­senta la antítesis de la mentalidad del judaísmo. Están de nuevo en tierra pagana, lugar favorable a la comprensión del mensaje.

Antes del reparto del pan a los paganos se ha encontrado el episodio del sordo tartamudo (7,32-37), figura de la resistencia de los discípulos a escuchar el mensaje de la igualdad de los pueblos. En estrecho paralelo con el sordo aparece al final de la sección el ciego, igualmente figura de los discípulos, quienes, a pesar de las señales que Jesús ha dado y la experiencia que han tenido, siguen, como la gente, en la idea de un Me­sías nacionalista y no reconocen el mesianismo de Jesús.



v. 22b Le llevaron un ciego y le suplicaron que lo tocase.

Como en el episodio del sordo tartamudo (7,32-37), son unos colabo­radores espontáneos y anónimos quienes acercan el ciego a Jesús y le suplican que lo toque. El ciego, como antes el sordo, representa a los dis­cípulos, a quienes Jesús acaba de reprochar su ceguera (8,18); pero se diría que no son conscientes de ella: no recurren a Jesús por iniciativa propia ni buscan ser curados. Los colaboradores saben que sólo Jesús puede poner remedio a la situación. Por otro lado, «abrir los ojos de los ciegos» equivale en los profetas a liberar de la opresión (cf. Is 35,5s; 42,7.16; 61,1).



v. 23 Cogiendo de la mano al ciego lo condujo fuera de la aldea; le echó saliva en los ojos, le aplicó las manos y le preguntó: «¿Ves algo?»

El plano representativo del episodio está claramente señalado por Mc con la frase cogiéndolo de la mano, lo condujo fuera de la aldea, que calca la de Jr 31/38,32 LXX: «cuando los cogí de la mano para conducirlos fuera de Egipto». La acción de Jesús con el ciego significa, por tanto, un éxodo, una liberación; el lugar de opresión de donde lo saca Jesús es la aldea, que está en paralelo con «Egipto» del texto profético.

En Mc, de hecho, «la aldea» (en singular) representa la parte del pue­blo judío dominada ideológicamente por «la ciudad» (Jerusalén, cf. 11,19; 14,13), que enseña y difunde el nacionalismo, fomentando la expectativa de la restauración y gloria de Israel; es esta ideología la que ciega a los discípulos, impidiéndoles comprender el mesianismo univer­salista de Jesús. Mc indica así que, llegados a territorio fuera de Israel (Betsaida), Jesús quiere sacar a los discípulos de la expectación mesiánica del ambiente judío con la que ellos se han identificado y que les provoca la ceguera.

La curación se realiza en dos momentos: en el primero, Jesús, como en el caso del sordo (7,33), utiliza la saliva, símbolo del Espíritu, y aplica las manos al ciego, para transmitirle su propia fuerza. La redundancia de gestos muestra la dificultad que encuentra para la curación. Quiere ilu­minar los ojos del ciego, para que pueda juzgar críticamente su anterior postura, y refuerza la acción del Espíritu con su propio gesto. El ciego no reacciona espontáneamente, por eso Jesús le pregunta si le ha hecho efecto su acción.



v. 24 Empezó a ver y dijo: « Veo a los hombres, porque percibo como árboles, aunque andan».

El ciego empieza a ver; su respuesta muestra que ya es capaz de comprender la calidad humana de los hombres, es decir de los «habitan­tes» de la aldea. El término «los hombres» tiene una carga negativa (cf. 7,8: «la tradición de los hombres»), y el uso de este término general implica que la ideología del poder dominador es la que impera no sólo en el pueblo judío (caso particular), sino en toda la humanidad. El ciego percibe que, aun siendo hombres (aunque andan), son como arboles, que ni ven ni oyen (cf. 4,12). Por fin se dan cuenta los discípulos del efecto de la ideología en el pueblo sometido a la institución: le impide ver, oír y entender. Jesús hace que lo descubran para que separen la idea de Me­sías de la que profesa el pueblo. Es esta liberación la que Mc ha expresa­do antes figuradamente como «sacar de la aldea».



v. 25 Luego le aplicó otra vez las manos a los ojos y vio del todo: quedó nor­mal y lo distinguía todo a distancia.

Jesús interviene de nuevo, aplicando otra vez las manos en los ojos del ciego. Este segundo momento lo capacita para ver y entender del todo. Mc insiste en la total curación acumulando verbos: vio del todo, quedó normal (sólo ahora lo consigue) y lo distinguía todo claramente.



v. 26 Jesús lo mandó a su casa diciéndole: «¡Ni entrar si quiera en la aldea!»

Hay una oposición entre su casa y la aldea: la primera aparece como positiva, la segunda como negativa. De hecho, la aldea es el sitio de donde Jesús saca, la tierra de opresión desde donde se emprende el éxodo. La casa propia de los discípulos es la del nuevo Israel, constituido por Jesús, donde él se hace presente y que forma parte de la nueva comunidad humana; ése es el punto de llegada del éxodo, la tierra pro­metida. «La aldea», el ambiente judío nacionalista que aspira a la restau­ración de Israel, constituye siempre un peligro, una tentación para los discípulos; eso justifica que Jesús les prohíba terminantemente volver a ella, pero indica al mismo tiempo que ellos, por sí mismos, no compren­den que es «la aldea» la que les causa la ceguera. Este último detalle hace ver que la curación del ciego/discípulos es más exterior que profunda. Mc juega con dos planos, ideal y real.

COMENTARIO 2

Llegar a conocer a Jesús como el que debe pasar por la muerte en cruz, es una gracia que solo se obtiene por la acción de Dios. Esta acción de Dios queda clara en el milagro de la curación del ciego de Betsaida: es una acción repetida de Jesús sobre los ojos del ciego, que sólo poco a poco logrará ver.

El ciego no logra ver con total claridad desde el instante en que ocurre el milagro. Este acontecimiento es una expresión simbólica del proceso de los discípulos. Así como llegar a ver físicamente es para el ciego una gracia que Jesús le concede voluntaria y misericordiosamente. Así también el llegar a conocer a Jesús como "el Hijo del Hombre Crucificado y Resucitado", es gracia del Padre Celestial.

La acción repetida de Jesús para curar del todo al ciego, nos indica el proceso largo y duro que siguen los discípulos hasta alcanzar el conocimiento pleno y correcto de la realidad de Jesús.

Se puede llegar a tener un conocimiento humano perfecto y, sin embargo, de ahí no se sigue que se tenga un conocimiento espiritualmente perfecto de Jesús, el Cristo. Este conocimiento no sólo es de otro orden, sino que es contrario al del orden meramente humano. Lo que en el orden de la sociedad es normal, no lo es en el orden espiritual de Cristo. Jesús está dominado por la ignominia de la Cruz. Su seguimiento exige cosas que no son lógicas, como, por ejemplo, creer en un Dios crucificado, impotente, que comparte con los excluidos, creer en un mundo igualitario. Todo esto imposibilitaba a los discípulos el creer con claridad en Jesús de Nazaret. ¿Será que nosotros hemos cambiado al Cristo de la cruz por un Cristo de poder y de majestad y por lo tanto vivimos un cristianismo sin mayores complicaciones?

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-10. DOMINICOS 2003

 Elogio de la caridad
Un mendigo, enfermo, estaba cierto día a la vera de un camino que sube de la ciudad de Córdoba, España, a su famosa sierra, concretamente al lugar llamado Scala Coeli, escalera que quiere tocar al cielo.
Ese mendigo, enfermo, como acontecía en los itinerarios seguidos por Jesús en Galilea, alargaba la mano a los viandantes: ¡Una caridad, por Dios!
¿A qué viandante alargaba la mano el enfermo aquel día? A un fraile dominico, llamado fray Álvaro de Córdoba, insigne predicador, peregrino de Roma y Tierra Santa, místico y asceta, maestro en Teología, confesor de reyes, iniciador de la reforma dominicana en España, por el año 1415.
¿Cómo reaccionó un hombre tan aureolado de títulos humanos y religiosos?
Al oír la voz del necesitado, fray Luis se detuvo; miró con amor al mendigo y enfermo, y le respondió: Amigo, otra caridad no tengo;  y, poniéndolo sobre sus hombros, lo llevó hacia su convento de Scala Coeli.
Por el camino iba un poco preocupado. En el monasterio había amor, pero no había medicamentos ni buen enfermero.  ¿Qué podría hacer por el enfermo, excepto ungirle las heridas y darle un poco de calor?
Al llegar al portal de entrada a la Iglesia y al monasterio, colocó al enfermo sobre un banco, junto a la puerta monástica, y, antes de gestionar qué posada podría ofrecerle, pasó a saludar al Señor del sagrario y de la cruz. ¡Allí fue la sorpresa! En el templo, al contemplar el rostro dolorido de Cristo crucificado, percibió que el rostro del Nazareno de la capilla era el mismo rostro del enfermo que había dejado reposando en el portal.
La hagiografía no nos aclara qué sucedió después: si el enfermo desapareció o si más bien fray Álvaro llevó al enfermo a una habitación, lo cuidó, y tuvo la sensación gozosa de que cada vez que limpiaba su rostro estaba limpiando el rostro de Cristo.
ORACIÓN:
Concédenos, Señor, la gracia de comprender que, viviendo en tu Reino, Tú estás en el corazón y en el rostro de cada uno de los que sufren en el mundo, y que cualquier servicio de amor o de justicia es inmensamente grato a tus ojos. Amén.
 
Palabra de perdón y de alianza
Génesis 8, 6-13.20-22:
“Pasados cuarenta días desde que las fuentes de los océanos dejaron de manar. Noé abrió el tragaluz que había hecho en el arca, y soltó un cuervo: éste voló de un lado para otro, hasta que se secó el agua en la tierra {y no volvió}.
Después soltó una paloma... Y ésta, no encontrando dónde posarse, volvió al arca... Noé alargó el brazo, la agarró y la metió consigo en el arca. Tras siete días, soltó de nuevo a la paloma; y ella volvió al atardecer con una hoja de olivo en el pico. Noé... esperó otros siete días, y soltó la paloma, que ya no volvió...
Entonces Noé abrió el tragaluz del arca, miró y vio que la superficie de la tierra estaba seca. Salió, construyó un altar al Señor, tomó animales y aves... y los ofreció en holocausto. El Señor olió el aroma del holocausto, se aplacó y dijo: Ya no volveré a maldecir la tierra a causa del hombre... Mientras dure la tierra no han de faltar siembra y cosecha...”
Este fragmento, referido al relato sobre el final del diluvio, resulta muy rico: aguas purificadoras, arca de Noé que se salva, tragaluz por el que se comprueba que la ira de Dios se ha calmado, esperanza de vida sobre la superficie de la tierra, cuervo y paloma mensajeros, Noé que actúa de sacerdote y ofrece víctimas propiciatorias; y, sobre todo, la Alianza de Dios con su pueblo. Donde hubo amor, hubo perdón, y hay gracia para siempre.
Evangelio según san Marcos 8, 22-26:
“Un día Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida. Allí le trajeron un ciego y le pidieron que lo tocase. Jesús lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, le untó saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: ¿Ves algo?... Veo algo que parecen árboles, pero andan. Le puso otra vez las manos en los ojos.
El hombre miró: estaba curado y veía todo con claridad. Entonces Jesús le mandó a casa diciéndole: No se lo digas a nadie en el pueblo”.
La Alianza de amor y protección de Dios con su pueblo se hace ostensible una vez más en esta escena evangélica. Un ciego está persuadido de que, si Jesús lo toca, él se curará. Y Jesús, tocado por esa confianza, trabaja para curarlo. Lo consigue y pide silencio. Así es el amor con sus obras.
Momento de reflexión
Pecado y diluvio, perdón y alianza.
Tratemos de seleccionar algunas pautas para la meditación, pues son muchos los elementos en que podemos fijarnos, mirando contemplativamente el relato del diluvio y su final feliz.
El hecho de que en muchas culturas aparecen relatos parecidos a los del diluvio bíblico nos hace pensar que la intensidad y extensión del pecado turbó todas las conciencias humanas, y que éstas necesitaban un agua purificadora que les devolviera la paz.
A su vez, esa necesidad de purificación y paz nos hace pensar que en la historia de la humanidad siempre se ha contado con un Agente superior, Dios, que estuvo alerta a favor nuestro y que fue marcando los pasos de nuestra liberación.
Reparemos en el relato bíblico que Yhavé es quien tiene la iniciativa en todo.
Él busca fija tiempos de purificación, Él sugiere el ingreso en un arca, Él ordena el descenso de las aguas, El jura no maldecir de nuevo la tierra.
Y Él toma a Noé, el justo, el amigo, el oferente, para que dé principio a una nueva humanidad que viva en alianza con el Señor. ¡Dios siempre a nuestro lado!
¡Veo hombres como árboles!
Sirvámonos de esta imagen fantasiosa, hombres como árboles, para reflexionar.
Nuestro modo de ver las cosas, nuestro modo confuso de apreciarlas, ¿no se parece con excesiva frecuencia a la visión del ciego de Betsaida, que andaba a media luz?
¡Cuántas veces necesitamos de nuevos toques del Espíritu para decidirnos a cambiar de mentalidad y seguir a Cristo íntegramente, en fraternidad y solidaridad, en justicia y amor, en adoración a Dios y servicio a los hombres!
Dichosos cuantos, en medio de las dudas, turbaciones, sufrimientos, pobreza, dolor, acaban viendo, como fray Álvaro, el rostro de Cristo en cada obra buena que realizan por los demás en caridad.


3-11.

22. Betsaida, la llamada Betsaida Julias, al estrecho de la desembocadura del Jordán en el lago de Genesaret.


3-12. DOMINICOS 2004

La luz de la Palabra de Dios
Carta del apóstol Santiago 1, 19‑27:
"Hermanos ... la ira del hombre no produce la justicia que Dios quiere...

Eliminad en vosotros toda suciedad, eliminad esa maldad que os sobra, y aceptad dócil-mente la Palabra que ha sido plan­tada y es capaz de salvaros.

Llevadla a la práctica y no os limitéis a escucharla, engañándoos a vosotros mismos. . . La religión pura e intacha­ble a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo".

Evangelio según san Marcos 8, 22‑26:
"Un día, Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida, y allí le presentaron a Jesús un ciego pidiéndole que le curase.

Jesús, primero, le untó con saliva los ojos, luego le impuso las manos, y el ciego comenzó a ver algo; a continuación, volvió a imponerle por segunda vez las manos, y entonces el ciego vio con toda claridad.

Hecho eso, Jesús le mandó a casa diciéndole: no se lo digas a na­die en el pueblo".


Reflexión para este día
Vivamos a la escucha de la palabra
Dios ha dado a la persona humana el admirable don de la palabra.

A través de la palabra nos "re‑velamos", es decir, manifestamos quié­nes somos y qué queremos. Y en ese “re-velarnos” surge el “nosotros”, fruto del encuen­tro del tú y del yo en el acogimiento, amor, amistad...

Pero esa palabra sólo hace fecundo el “nosotros” en comunión-comunicación, cuando somos veraces en la manifesta­ción de nuestros sentimientos, experiencias, ideales.

Es decir, nuestra palabra no ha de ser mera voz y grito perdido en el desierto porque la lleva el viento en su frialdad, sino una declaración, gesto, compromiso sincero...

Palabra sin intención de verdad y compromiso es muy poca palabra. De ahí arranca el grito de Santiago: la palabra hay que ponerla en práctica. Si esto no es así, "quien escucha la palabra y no la pone en práctica, se parece a aquel que se mira en el espejo y, apenas se ha mirado, da media vuelta y se olvida cómo era"

¡Pobre mundo humano en el que la palabra no sea sincera y comprometida! Recordemos con emoción y verdad: Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.


3-13. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos, paz y bien.

Vivimos tiempos de malas noticias. Basta con mirar el telediario, o leer la prensa, para saber que en el mundo no hay muchos motivos para la alegría. Entre guerras y catástrofes, hambrunas y guerrillas, israelíes y palestinos, se acaba el noticiario y no hay más que penas, dolores, muertes y problemas.

En Betsaida hubo una buena noticia. Para ese ciego, el encuentro con Jesús le hizo olvidar todo lo malo vivido, y le dio un nuevo impulso vital. Y, lo que es muy importante, Jesús le envía a su casa, para que allí, en su entorno cotidiano, entre los suyos, dé testimonio de lo que Dios ha hecho con él.

Nosotros muchas veces nos dejamos llevar del ambiente, y nos convertimos en propagadores de malas noticias. A lo mejor no provocamos guerras entre países, pero sí guerras domésticas. No somos terroristas suicidas, pero somos terroristas de la palabra, que sabemos herir cuando queremos. A lo mejor, no tenemos esperanza, en un mundo que, sobre todo, necesita esperanza. (Y, como dice el obispo Pedro Casaldáliga, C.M.F., la esperanza debería ser el ADN del cristiano ). Tú, ¿cómo te comportas en tu casa, en tu trabajo, en tu colegio o universidad? ¿Eres transmisor de buenas o de malas noticias? ¿Eres testigo de esperanza o de desesperanza?

Este ciego puede que quisiera seguir a Jesús, pero el Maestro le envía a su casa. No es preciso hacer grandes viajes, ni lanzarse a aventuras extrañas, para ser testigo de Jesús. Mira el mundo con otros ojos. En medio de todo lo malo, si quieres algunas pistas para compartir esperanza, pincha aquí, en Buenas noticias. A la luz del Evangelio, a lo mejor descubres que no todo es tan malo como lo pintan. A lo mejor, como el ciego de Betsaida, ves la luz, y puedes ser misionero, apóstol, discípulo, profeta en tu tierra, en tu casa, en tu comunidad, en tu centro de trabajo o de estudio. Por lo menos, se puede intentar.

Vuestro hermano en la fe,

Alejandro J. Carbajo Olea, C.M.F. (alejandrocarbajo@wanadoo.es)


3-14.

Reflexión

Muchos piensan que la conversión es algo que sucede de manera instantánea y para siempre. Sin embargo la conversión es un proceso que se inicia cuando uno se encuentra con Jesús y que va progresando en la medida que permanecemos en él. Esta curación de Jesús nos ilustra muy bien este proceso. Cuando estamos lejos de Jesús somos como el ciego: no somos capaces de ver la realidad y por eso dependemos de los demás y con mucha frecuencia nos tropezamos. En el primer encuentro con Jesús se inicia el procesos, pero esto no es total. Empezamos a ver, pero no con claridad y esto hace que las cosas se vean como no son. Ya vemos pero todavía podemos caer, sobre todo porque es fácil confundir el camino en la vida espiritual y ver las cosas como no son. Finalmente llega el momento en que se ve todo con claridad y será ahora mucho más difícil el tropezar. El mundo entonces se nos presenta con toda la belleza con la que Dios lo creo y somos capaces de ver la maldad del pecado que es capaz de destruir nuestra vida. ¿en que etapa de la vida espiritual estás tú?

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María C


3-15.

Curación de un ciego

Autor: P. José Rodrigo Escorza

Reflexión

¿Ves algo? Cristo en este pasaje nos hace esta pregunta.
¿Podremos responderle que sí vemos? Impresiona que Dios mismo esté preguntando de esta forma. Pero ¿qué es lo que quiere que vea? ¿Cómo tengo que verlo?

Jesús nos pregunta si vemos con los ojos de la fe, es decir: que si en todo lo que hacemos está detrás la mano de Dios. Esta es la visión que Él quiere que tengamos en todas nuestras actividades, no quedarnos solamente con el ver cosas borrosas: "...veo a los hombres como árboles...", mas bien hay que procurar que nuestros ojos estén limpios.

¿Qué es lo que no nos deja ver bien? Las preocupaciones de la vida, los problemas que agrandamos, el querer estar a la moda, buscar tener por tener, o por envidia... Por eso limpiemos nuestra vista, quitando lo que más nos estorbe para mirar con claridad la mano de Dios en nuestra vida, haciendo lo contrario a lo que nos aparta de tan digna visión.


3-16.

Comentario: Rev. D. Joaquim Meseguer i García (Sant Quirze del Vallès-Barcelona, España)

«Quedó curado, de suerte que veía claramente todas las cosas»

Hoy a través de un milagro, Jesús nos habla del proceso de la fe. La curación del ciego en dos etapas muestra que no siempre es la fe una iluminación instantánea, sino que, frecuentemente requiere un itinerario que nos acerque a la luz y nos haga ver claro. No obstante, el primer paso de la fe —empezar a ver la realidad a la luz de Dios— ya es motivo de alegría, como dice san Agustín: «Una vez sanados los ojos, ¿qué podemos tener de más valor, hermanos? Gozan los que ven esta luz que ha sido hecha, la que refulge desde el cielo o la que procede de una antorcha. ¡Y cuán desgraciados se sienten los que no pueden verla!».

Al llegar a Betsaida traen un ciego a Jesús para que le imponga las manos. Es significativo que Jesús se lo lleve fuera; ¿no nos indicará esto que para escuchar la Palabra de Dios, para descubrir la fe y ver la realidad en Cristo, debemos salir de nosotros mismos, de espacios y tiempos ruidosos que nos ahogan y deslumbran para recibir la auténtica iluminación?

Una vez fuera de la aldea, Jesús «le untó saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: ‘¿Ves algo?’» (Lc 8,23). Este gesto recuerda al Bautismo: Jesús ya no nos unta saliva, sino que baña todo nuestro ser con el agua de la salvación y, a lo largo de la vida, nos interroga sobre lo que vemos a la luz de la fe. «Le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre miró: estaba curado, y veía todo con claridad» (Lc 8,25); este segundo momento recuerda el sacramento de la Confirmación, en el que recibimos la plenitud del Espíritu Santo para llegar a la madurez de la fe y ver más claro. Recibir el Bautismo, pero olvidar la Confirmación nos lleva a ver, sí, pero sólo a medias.


3.17. 2004. Servicio Bíblico Latinoamericano

La primera etapa del ministerio de Jesús había terminado con el endurecimiento del corazón o ceguera de los fariseos y herodianos, hasta el punto que planean eliminar a Jesús (Mc 3,6). En el final de la segunda etapa son sus propios paisanos de Nazaret quienes por su ceguera no pueden reconocer un profeta en su tierra. (Mc 6,1-6). La tercera etapa se cierra con la falta de comprensión y ceguera de los mismos discípulos, que siguen preocupados por su propia comida, porque no han comprendido que el compartir permite que lo poco alcance para todos y hasta sobre. Las tres etapas constituyen la primera parte del evangelio de Marcos, que termina precisamente con la curación de un ciego. Un relato clave por su ubicación y connotación simbólica.

Hasta el momento Jesús a estado rodeado de incomprensión o “ciegos” (sus adversarios, su familia y hasta sus propios discípulos) incapaces de ver la luz de Dios que brilla para toda la humanidad. Para Marcos, el paso de la incomprensión a la fe es como el paso de la ceguera a la visión. La curación del ciego tiene lugar en Betsaida, una pequeña población de pescadores, ubicada en la margen izquierda del río Jordán, en su desembocadura en el mar de Galilea. El Tetrarca Filipo la había ampliado y hasta cambiado el nombre por el de Julias, convirtiéndose en el lugar principal de la región de Gaulanitis. Su población era tanto judía como pagana. Sabemos por Mc 3,7-8, que la fama de Jesús había traspasado las fronteras de Galilea. Como en el relato del sordomudo (Mc 7, 32) un grupo de amigos le llevan a Jesús un ciego suplicándole que lo toque. Para la mentalidad judía la ceguera representaba un castigo divino, personal o familiar, proveniente de la aceptación de dinero por corrupción. Jesús no se contenta simplemente con tocarlo sino que entra, con la ternura de un padre, en contacto directo con el enfermo. Lo toma de la mano y lo conduce a las afueras de la ciudad. La actitud de Jesús nos introduce en su intención de evitar el escándalo y la espectacularidad.

Al igual que en el milagro del sordomudo, aquí Jesús utiliza la saliva. Según la tradición judía la saliva tenía poderes para expulsar demonios y curar enfermedades, de manera especial en la curación de enfermedades oculares. Algunos opinan que este poder curativa se debe a la relación de la saliva con la sangre, y a través de la boca, con la respiración, haciéndola por tanto, portadora de vida. De aquí se concluye que escupir sobre los ojos del ciego equivale simbólicamente a darles nueva vida. Luego viene la imposición de las manos que simboliza la fuerza curativa de Jesús. El milagro está hecho; sin embargo, Jesús introduce una pregunta retórica que permite entrar en diálogo con el enfermo: “¿ves algo?”. Éste ve árboles que se mueven por lo que concluye que son personas. Esto supone que el ciego no era de nacimiento, dado que distingue bien los objetos que percibe. De nuevo Jesús impone sus manos sobre los ojos del ciego, ahora sin saliva y sin diálogo.

El efecto de este último contacto se describe con tres acciones: poder ver con buena vista, recuperarse plenamente y ver con toda claridad. Queda ratificado que el hombre puede regresar a casa sin la ayuda de nadie, Jesús le ha devuelto la luz y la dignidad. El envío a su casa evitando entrar e el pueblo, significa el deseo de Jesús que el milagro se circunscriba solo al ámbito de la casa. Hay que mantener el secreto hasta que Jesús pueda ser visto crucificado y resucitado.


3-18. ARCHIMADRID 2004

EL PELUQUERO

Sinceramente no puedo presumir de una hermosa mata de pelo, es más, cada día gasto menos champú y más gel. En las pocas ocasiones en que voy al peluquero me pongo completamente en sus manos ya que me quita las gafas y mi imagen reflejada en el espejo se convierte en una nebulosa sin rasgos definidos (como el ciego del evangelio de hoy: “veo hombres, me parecen árboles pero andan”). Cuando me cambian de parroquia tengo que buscar una peluquería de esas de “toda la vida” para que no les dé por hacerme un “new look”, raparme al cero media cabeza o hacer peinados exóticos (aunque tienen poco margen para la imaginación dada la escasez de materia prima). Cuando recupero la vista me veo en el espejo y me parece que estoy igual que entré, tengo mi imagen interior con el pelo corto, pago y me voy tan feliz.

El ciego del Evangelio de hoy necesita encontrarse con Cristo y re-encontrarse con Él. Podría parecer que en este caso el milagro le salió mal al Señor, pero a mi me gusta pensar que en la vida nos hace falta encontrarnos y reencontrarnos con Cristo cada día, a cada momento, y es que tenemos la manía de engañarnos a nosotros mismos con cierta frecuencia, como nos recuerda el apóstol Santiago. Al igual que yo tengo mi “imagen interior” con el pelo corto (poco, pero corto), a veces tenemos la idea de nuestra vida interior como cristiana y casi perfecta. Aunque vayan creciendo las pequeñas infidelidades, las faltas de piedad, los abandonos en la caridad, las críticas infundadas y, de vez en cuando, nos demos cuenta, somos como “aquel que se miraba la cara en el espejo, y apenas se miraba, daba media vuelta y se olvidaba de cómo era”.

Creemos que vemos bien pero “me parecen árboles”: tenemos el problema de acostumbrarnos a ver mal, a tener la certeza de que en nuestra vida cristiana no nos hace falta más, de que lo estamos haciendo bien (mejor que bien, estupendamente) y no examinamos nuestra vida cara a cara con Jesucristo. Escuchamos la palabra de Dios pero para “oír y olvidarla”, hacemos oración pero sin que eso implique cambiar nuestra vida, asistimos a la Eucaristía pero no salimos más enamorados del Señor. En resumidas cuentas, que poco a poco resulta que “su religión no tiene contenido”. Es cierto, un día nos encontramos con Cristo y empezamos a ver el mundo de una manera diferente, pero no le dejamos que vuelva a acercarse a nuestra vida no vaya a ser que “veamos todo con claridad” y nos demos cuenta de que lo primero que tenemos que hacer es cambiar nuestro modo de “funcionar”. Quizá no nos guste, evidentemente, este cambio de rumbo porque no pensamos que “el que se concentra en la ley perfecta, la de la libertad, y es constante, no para oír y olvidarse, sino para ponerla por obra, éste encontrará la felicidad en practicarla”. No tengas miedo a hacer un examen profundo de tu vida delante del sagrario, deja que el Señor te abra más los ojos. No temas hacer un examen cada noche de cada día y deja que el Espíritu Santo te ayude a hacer propósitos concretos para mañana. Si tu corazón tiembla ponlo en las manos de María y ella, que es la Madre del Amor Hermoso, te descubrirá la alegría de fiarte del Señor y caminar con él, llenando de contenido tu religión y tu vida.


3-19.

LECTURAS: SANT 1, 19-27; SAL 14; MC 8, 22-26

Sant. 1, 19-27. Quien no sabe poner freno a su lengua, él mismo se engaña y su religión no sirve de nada. Por eso no seamos ligeros para emitir juicios. A nosotros sólo nos corresponde amar; dejemos el juicio a Dios. No juzguemos y no seremos juzgados; no condenemos y no seremos condenados. Y cuando alguien nos insulte, no devolvamos mal por mal, sino que sepamos perdonar de corazón conforme al ejemplo que Dios nos da, pues Él hace salir el sol sobre buenos y malos y manda su lluvia sobre justos y pecadores. Que la Palabra de Dios no se pronuncie inútilmente sobre nosotros. Si Dios nos ha dicho que hemos sido convertidos en Amor y que estamos destinados a manifestar a todos el amor de Dios, no escuchemos estas palabras para después olvidarlas e ir tras nuestros egoísmos. Sólo en Dios encuentra el hombre su plenitud. Si estamos con Dios contemplémonos en Él y decidámonos a ser como Él, amando, perdonando y dando nuestra vida por nuestro prójimo como el Señor lo hizo por nosotros. Que no sean los criterios de este mundo corrompido los que guíen nuestras acciones, sino el Evangelio, que no sólo hemos de escuchar sino hacer vida en nosotros para que podamos vivir, de un modo puro e irreprochable, a los ojos de Dios Padre mediante nuestro culto; y ante los demás, mediante nuestra ayuda a los más desprotegidos.

Sal. 14. ¿Quién es grato al Señor? ¿El que vive de rodillas ante Él y se olvida de hacer el bien a su prójimo? Si nuestro encuentro con Dios no nos lleva a brillar con la Luz de Dios para nuestro prójimo, no podemos decir que somos sinceros en nuestra fe. El amor al prójimo es el termómetro con el que medimos cuánto amamos realmente a Dios. Por eso, si no somos hipócritas en la fe que profesamos, debemos ser honrados y obrar con justicia; debemos hacer constantemente el bien a todos y jamás desprestigiar a los demás, aun cuando nos consten sus defectos, pues, finalmente ¿quién está libre de pecado para arrojar la primera piedra sobre los demás? Seamos santos como Dios es Santo, pues así estaremos demostrando, no tanto con las palabras cuanto con las obras, que realmente Dios está en nosotros y nosotros en Él.

Mc. 8, 22-26. Un ciego, conocido como tal por todos los del pueblo, ha sido curado por Jesús. Y ahora debe guardar silencio acerca del regalo que ha recibido de Dios. Pero cuando se enciende una luz no es para ocultarla debajo de una olla de barro; ni se puede ocultar una ciudad construida sobre un monte. Aquel hombre, al pasar por el pueblo caminando con seguridad, y sin ir tomado de la mando de alguien que le condujera, estará hablando, no con las palabras, sino con los hechos, de que ha sido curado, de que Dios ha sido misericordioso con él. Tal vez muchos ambientes hostiles a nuestra fe nos hagan imposible el poder hablar abiertamente del Evangelio. En esas circunstancias nuestra vida intachable, nuestra firmeza para no ser comprados por gente deshonesta y malvada, nuestra lealtad a nuestros compromisos, nuestro amor solidario con los que nada tienen, nuestra entrega a favor del bien de todos se convertirá en el mejor testimonio del Evangelio, proclamado desde una vida que ha sido poseída por el Espíritu del Señor. Pidámosle al Señor que abra nuestros ojos al bien de tal forma que, libres de la oscuridad del pecado, seamos en adelante embajadores del Evangelio, mediante nuestras buenas obras y también mediante nuestras palabras y nuestra vida misma.

Tal vez, a pesar de estar bautizados, muchas veces vivamos como ciegos ante la problemática que aqueja a aquellos que nos rodean. Y no es tanto que no contemplemos los males que hay en el mundo, sino que los ojos de nuestro corazón pueden haberse cerrado y habernos dejado insensibles ante ellos. Al habernos encontrado con Cristo en la Eucaristía iniciamos un nuevo proceso de fe, que debe llegar a una madurez cada vez mayor, de tal forma que no nos conformemos con orar, sino que se despierte en nosotros el amor servicial sabiendo que lo que hagamos a los demás, al mismo Cristo lo hacemos. Tal vez apenas comencemos a ver y veamos a los demás borrosamente y los confundamos con árboles que caminan y de cuya madera y frutos podemos aprovecharnos. Debemos permanecer firmes en nuestro seguimiento de Cristo hasta poder contemplar a los demás como Dios los contempla, y hasta saberlos amar como Dios los ama.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, la gracia de vivir fieles al Señor, no conformándonos con conocer cuáles son las consecuencias de nuestra fe en Cristo, sino de vivir conforme a sus enseñanzas, escuchando su Palabra y poniéndola en práctica mediante un gran amor tanto a Dios como a nuestro prójimo. Amén.

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