VIERNES DE LA SEMANA 5ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Gn 3. 1-8 

VER CUARESMA 01A LECTURA 1


2.- 1R 11, 29-32.12, 19

2-1.

-El cisma de las diez tribus del Norte.

Una vez más, la Biblia nos interpela. No podemos quedarnos simplemente con el relato de esos acontecimientos "antiguos"... interesantes para el historiador o el curioso de antigüedades. Es preciso escuchar lo que Dios quiere decimos HOY, a través de esos textos.

De nuevo, la aventura humana, vivida por el Pueblo de Israel, tiene un valor simbólico ejemplar: el cisma, la separación de los que estaban destinados a vivir unidos...

¿Quién de nosotros no vive, más o menos, en situaciones de ese género? Evoco situaciones parecidas en mi vida...

Evoco en mi medio de trabajo, en mi vida de familia, en la Iglesia, entre las Iglesias, en la vida del mundo de hoy, unos hechos, unos cismas, en el más hondo sentido: divisiones, rechazos de diálogo, oposiciones.

-Las causas del cisma.

La Biblia reflexiona e interpreta.

Son las faltas de Salomón que recogen sus frutos.

--Al casarse con mujeres extranjeras, por razones de prestigio político, introdujo cultos idolátricos: los profetas de Yahvéh reaccionan.

--Los fastos grandiosos y las construcciones de Salomón pesaron sobre la economía del país, en particular sobre los pobres. La rebelión está a punto.

--Las reformas administrativas favorecieron el feudo real -la tribu de Judá- en detrimento de las provincias del norte; que reclamarán la autonomía.

Tratando también de interpretar a la luz de la Fe, las "divisiones" que encuentro a mi alrededor y en el mundo, me pongo a reconsiderar mi conducta: no todo depende de mí, ciertamente, y no debo culpabilizarrne de manera excesiva... pero tampoco tengo derecho de cargar todas las culpas sobre los demás. ¿Cuál es mi parte de responsabilidad, en las «faltas de unión» entre los míos, o que yo mismo sufro? ¿Cuál es mi parte de pecado en las «faltas de comunicación» entre personas, o entre grupos?

-Así habla el Señor, Dios de Israel: «He ahí que voy a arrancar el Reino de la mano de Salomón...» y el profeta rasgó su manto nuevo en doce jirones.

Al pie de la cruz, los soldados no quisieron rasgar «la túnica de Jesús que era sin costura», y la echaron a suertes. Pero los cristianos han desgarrado la tela sin costura.

Están separados. Y ¡esto es un escándalo!

Jesús había rogado a su Padre para que «sean uno como nosotros, a fin de que el mundo crea». ¿No es ésta una de las grandes razones de su incredulidad, del rechazo a la Fe?: ¡entendeos primero entre vosotros, vivid lo que decís, vivid como hermanos! Repito la oración de Jesús. Ruego por la unidad...

-Dichosos los artesanos de paz. Serán llamados hijos de Dios.

¿Soy de los que se resignan a los cismas, a los racismos, a las opresiones? o, más modestamente, ¿de los que no se esfuerzan ya para reanudar los contactos perdidos?

Vivimos cerca, los unos al lado de los otros y nos ignoramos. ¿Se puede ser llamado «hijo de Dios», si uno se contenta con esto?

«Artesano de paz». Pienso en la lenta paciencia del artesano. En los medios modestos del artesano. En la tenacidad humilde del artesano. Para la paz.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 66 s.


2-2. /1R/11/01-04  /1R/11/26-43

Cuando los narradores deuteronomistas escribían el libro de Josué, resumían todo el sentido de aquella historia diciendo que «no dejó de cumplirse una palabra de todas las promesas de Yahvé a la casa de Israel; todas se cumplieron» (Jos 21,45). Lo mismo pensaban cuando escribían los últimos episodios de Salomón: todas las palabras dichas a David y a su hijo se cumplieron.

Pero la catequesis deuteronómica no se interesaba únicamente por las bendiciones con que Dios favorecía a su pueblo, sino, tanto como por ellas y quizá más, por los males que se abatían sobre Israel en pena de sus infidelidades. Por eso la historia de Josué comenzaba con una exhortación del Señor a serle fiel y a cumplir sus mandamientos (Jos 1,1-9), e igualmente había comenzado con la misma exhortación, puesta en boca de David, la historia de Salomón (1 Re 2,1-4).

Ahora, pues, al final de la historia de Salomón, el narrador hace el balance de las infidelidades del rey, gravísimas a los ojos de la moral deuteronómica. Una ley arcaica, conservada tanto en el Decálogo yahvista (Ex 34,16) como en la antigua exhortación deuteronómica (Dt 7,3-4), exigía que todos se mantuviesen alejados de los cultos cananeos. Para evitar todo peligro de seducción, esta ley prohibía a los israelitas pactar con los cananeos, cosa que habría implicado una participación en sus prácticas cultuales.

Más que cualquier otro pacto, prohibía casarse con muchachas del país, ya que el pacto matrimonial llevaba fácilmente a la idolatría (Jue 3,6; Sal 106,35). Cuando el narrador deuteronomista escribía su historia, veía como algo inminente la amenaza de deportación por las culpas del pueblo. Era preciso, por tanto, poner de relieve las consecuencias fatales del comportamiento de Salomón. Quizá la consideración de los males que los matrimonios de Salomón con extranjeras habían traído a la casa de David apartaría al pueblo de continuar siguiendo aquel ejemplo. Dios, fiel a su amor a la casa de David y a la ciudad escogida, reserva Jerusalén y una tribu para los sucesores de David, mas da el resto del pueblo a la dinastía de Jeroboán, con la promesa de conservarla para siempre si guarda la fidelidad que no ha guardado Salomón. Y el pueblo queda definitivamente dividido en dos.

Con esta narración, por tanto, ponen en guardia los profetas deuteronomistas al pueblo de Dios, que somos nosotros, contra la ilusión de creer asegurada nuestra felicidad únicamente por el hecho de que Dios nos haya escogido y nos haya concedido sus promesas. A menudo, en lugar de la felicidad esperada, el pueblo escogido ha sido víctima de cismas y otros desastres, tanto en razón de sus propias infidelidades como por las de sus dirigentes. En el caso de Salomón, el cálculo político de unos matrimonios que le aseguraban buenas relaciones con los Estados vecinos le hizo perder la verdadera felicidad de su pueblo, que sólo habría hallado guardando fidelidad a su Dios.

G. CAMPS
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 695 s.


3.- Mc/07/31-37

3-1.

Es casi seguro que Marcos ha incorporado este milagro dentro de un ritual de iniciación al bautismo ya existente. La actitud de Cristo levantando la vista al cielo antes de curar al mudo (v. 34) no aparece más que en el relato de la multiplicación de los panes (Mc 6, 41).

¿No es esto un indicio del carácter litúrgico de este episodio?

Este pasaje parece ser, efectivamente, un eco del primer ritual de iniciación cristiana. Los más antiguos rituales bautismales preveían ya un rito para los sentidos (ojos, en Act 9, 18; nariz y oídos, en la Tradición de Hipólito, núm 20, 35c). Si se tiene en cuenta que, para la mentalidad judía, la saliva es una especie de soplo solidificado, podría significar el don del Espíritu característico de una nueva creación (Gén 2, 7; 7, 22; Sab 15, 15-16). Marcos conserva, sin duda, la palabra aramea pronunciada por Cristo, Ephphata (v. 34), porque así la había conservado la tradición.

Los elementos de este ritual de iniciación podrían ser, pues, un exorcismo (Mc 7, 29, inmediatamente antes de este Evangelio), un padrinazgo de "quienes les llevan", un rito de imposición de las manos (v. 32), un "apartamiento" (v. 33, sin ser el arcano, más tardío, refleja ya la toma de conciencia de la originalidad de la fe), un rito sobre los sentidos (v. 34), tres días de ayuno preparatorio (Mc 8, 3; Act 9,9), y después la participación en la Eucaristía.

Volveremos aquí, a propósito del aspecto particular de las curaciones de mudos en la Biblia, al tema de la fe, que es el punto principal de esta época. La mayoría de los relatos que tratan de la vocación de profetas, es decir, de personajes que han de ser portadores de la Palabra de Dios, refieren al mismo tiempo curaciones de mudos o tartamudos (Ex 4, 10-17; Is 6; Jer 1). Se trata de un procedimiento literario cuya finalidad es dar a entender que el profeta es incapaz, apoyado tan solo en sus facultades naturales, de comenzar siquiera a hablar, sino que recibe de Otro una palabra que hay que transmitir. Por eso, la curación de un mudo, que proclama la Palabra, es considerada como un signo evidente de lo que es la fe: una virtud infusa que no depende de las cualidades humanas.

MUDO/FE: FE/MUTISMO: Hay otro elemento que interviene con frecuencia en las curaciones de mudos. En períodos de castigo divino, los profetas permanecían mudos: no se proclamaba la Palabra de Dios porque el pueblo se tapaba los oídos para no oírla (1 Sam 3, 1; Is 28, 7-13; Lam 2, 9-10; Ez 3, 22-27; Am 8, 11-12; Gén 11, 1-9). El mutismo está, pues, ligado a la falta de fe: el mudo es muchas veces sordo con anterioridad.

Pero si los profetas hablan, y hablan abundamentemente, es señal de que han llegado los tiempos mesiánicos y de que Dios está presente y la fe ampliamente extendida (cf. Lc 1, 65; 2, 27-29). Hay un texto profético muy significativo a este respecto: Jl 3, 1-2, que se verá precisamente cumplido con el milagro de Pentecostés (Act 2, 1-3).

El crecido número de curaciones de sordos y mudos operadas por Cristo es signo de la inauguración de la era mesiánica (Lc 1, 64-67; 11, 14-28; Mt 9, 32-34; 12, 22-24; Mc 7, 31-37; 9, 14-18), como si también ellos tuvieran que salir del mutismo.

La curación del mudo quiere darnos, pues, a entender que debemos tomar conciencia de que la fe es un bien mesiánico. Mas, al relatar esta curación, Marcos quiere hacer suyo el tema del Antiguo Testamento que relaciona mutismo y falta de fe. El evangelista subraya repetidas veces que la multitud tiene oídos y no oye, y tiene ojos y no ve (Mc 4, 10-12, repetido en 8, 18). Por otra parte, toda la "sección de los panes" (Mc 6, 30-8, 26) es la sección de la no inteligencia (Mc 6, 52; 7, 7, 18; 8, 17, 21). Ahora bien: para curar al sordomudo, Cristo le lleva fuera de la multitud (Mc 7, 33), como para subrayar que el mutismo es característica de la multitud y que es necesario apartarse de su manera de juzgar las cosas para abrirse a la fe. FE/MASA-MULTITUD:

La característica de los últimos tiempos es la de situarnos en un clima de relaciones filiales con Dios, capacitarnos para oír su palabra, corresponderle y hablar de El a los demás. El cristiano que vive estos últimos tiempos se convierte así, en cierto modo, en profeta, especialista de la Palabra, familiar de Dios. Para ello debe poder escuchar esa Palabra y proclamarla: para hacerlo necesita los oídos y los labios de la fe.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA II
MAROVA MADRID 1969.Pág. 218


3-2.

-Dejando de nuevo los confines de Tiro, se fue por Sidón hacia el lago de Galilea, atravesando los términos de la Decápolis.

Todos estos desplazamientos son significativos. Jesús se encuentra en territorio extranjero. Este milagro, una vez más será hecho a favor de un pagano, en pleno país de misión, en pleno territorio de la Decápolis .

-Le presentan a un sordomudo.

De hecho el texto griego pone la palabra "tartamudo", "le presentaron pues un sordo que hablaba con dificultad". En toda la Biblia esta palabra se encuentra sólo dos veces: en Is 35, 6 y en Mc 7, 32. Y es precisamente este pasaje de Isaías el que citan las gentes: Es admirable todo lo que hace, los sordos oyen y hablan bien los tartamudos.

Marcos subraya pues que Jesús cumple la gran esperanza prometida por Isaías. Es como una nueva creación, un hombre nuevo, ¡con oídos bien abiertos para oír y con la lengua bien suelta para hablar! La salvación que Dios había prometido por los profetas es como un perfeccionamiento del hombre, una mejora de sus facultades: por la fe la humanidad adquiere como unos "sentidos" nuevos, más afinados.

-Y tomándole aparte de la muchedumbre... y después del milagro les recomendó que no lo dijesen a nadie.

Consigna del silencio. Hay que evitar que la muchedumbre saque enseguida la conclusión: es el Mesías. Pues este título es demasiado ambiguo. Debe ser purificado, desmitologizado por la muerte en la cruz. Cuando Cristo habrá sido crucificado, solamente entonces podrá decirse que es el Mesías.

Esto vale siempre. No nos equivoquemos de Mesías, no carguemos a Cristo ni a la Iglesia de nuestros mitos ni de nuestras esperanzas demasiado humanas: Jesús no acepta nuestros sueños de grandeza, ni nuestro esperar éxitos fáciles.

Contemplo a Jesús cuidando de hacer sus milagros "aparte, lejos de la gente"... y "recomendando silencio".

Rezo a partir de esto.

-Le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua.

Gestos humanos, corporales, sensibles. Se tiende hoy a borrar esta imagen de Jesús, para presentarnos a un Jesús más moderno, más racional. ¡Ciertamente quedaríamos desconcertados si una filmación grabada en vivo nos presentara a Jesús tal como fue, al hacer estos gestos! Todos los sacramentos, son también gestos sensibles, humanos, corporales. Inmensa dignidad del cuerpo, instrumento de comunicación, de expresión. La gracia más divina, más espiritual, pasa por esos humildes y modestos "signos": al sordo-tartamudo no le estorbaron nuestras teorías desencarnadas... y pudo experimentar, como extremadamente reveladores de la ternura de Jesús, estos gestos de contacto tan sencillos y naturales. SOS/SIGNOS-HMS

-Y mirando al cielo, suspiró y dijo: "¡Efeta!"... "Abrete".

"Mirando al cielo": este gesto indica que la omnipotencia divina es la que hará el milagro.

Gesto familiar en Jesús, observado ya en la multiplicación de los panes (Mc 6, 41).

Luego Jesús "¡suspira!" ¡Un gemido de Jesús! ¿Participación en el sufrimiento del enfermo? quizá... Pero sobre todo ¡una profunda llamada a Dios! Jesús reza y en su oración participa su cuerpo, su respiración.

-Y se abrieron sus oídos. Se le soltó la lengua. Y hablaba correctamente.

Los primeros lectores de Marcos han asistido a "bautizos", en los que el rito del "Efeta" se practicaba concretamente. Yo, por mi bautismo, ¿tengo los oídos abiertos o tapados?... la lengua ¿muda o suelta? ¿Me "comunico" correctamente con Dios y con mis hermanos?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 318 s.


3-3.

1. (año I) Génesis 3,1-8

a) Al principio todo fue bueno, y la situación de Adán y Eva en el paraíso de Edén, idílica.

Pero luego llegó el pecado y todo cambió.

En un relato también lleno de imaginación popular, pero con un contenido teológico innegable, se nos cuenta la tentación de la serpiente, la caída primero de Eva y luego de Adán, y el cambio inmediato: se sintieron desnudos, empezaron a tener miedo de Dios y se escondieron en su presencia.

No sabemos por qué se ha personificado en la serpiente la tentación: ¿por la antipatía hacia este astuto animal y su peligroso veneno? ¿porque en las religiones vecinas era objeto de culto, sobre todo porque se la consideraba relacionada con la fecundidad?

Tampoco sabemos qué puede expresar la prohibición de comer del fruto de aquel árbol.

Lo que sí es claro que nuestros primeros padres faltaron a una voluntad expresa de Dios, seducidos por la idea de «ser como Dios en el conocimiento del bien y del mal». La serpiente había sembrado en ellos el veneno de la desconfianza.

b) Es la primera pagina negra de la historia de la humanidad, que ha tenido consecuencias universales. La primera página, pero no la última. Ahí está representado y condensado todo el mal que ha habido y sigue habiendo en nuestra existencia, la tendencia al orgullo y a la autosuficiencia. El pecado original lo tenemos todos dentro.

Es bueno que saquemos la lección de los efectos que produce el pecado en nuestra vida y hasta en el cosmos. El pecado, el de Adán y Eva y el nuestro a lo largo de la historia, es el que trastorna la armonía que Dios había previsto en todas direcciones. Se ha perdido el equilibrio entre los hombres y Dios, y entre ellos mismos -lo que tendrá consecuencias trágicas en la muerte de Abel-, se ha trastornado el equilibrio sexual, la relación pacifica con la naturaleza y sus habitantes.

Del Edén quedará el recuerdo y la añoranza. Cuando en siglos posteriores los profetas anuncien el final del destierro de Babilonia, lo harán con frecuencia sirviéndose de las imágenes de una vuelta a la paz y la felicidad del paraíso perdido.

Para nosotros los cristianos esta vuelta a la nueva creación ya ha sucedido. Baste recordar la teología de Pablo, en la carta a los Romanos, sobre el pecado del primer Adán, comparado con la gracia que nos consigue el nuevo Adán, Cristo Jesús: «Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia».

En el Apocalipsis, el último libro de la Biblia, se completa gozosamente el ciclo que empezara en el primero, el Génesis, con la victoria de Cristo sobre el maligno: «Y fue arrojado el gran dragón, la serpiente antigua, el llamado diablo y Satanás. el seductor del mundo entero: fue arrojado a la tierra y sus ángeles fueron arrojados con él» (Ap 12,9).

Haremos bien en reconocer con humildad que, como hijos del primer Adán, también nosotros estamos inscritos como protagonistas en esta historia de desobediencia y rebelión. Pero tengamos confianza, porque, como seguidores del nuevo Adán, Cristo Jesús. estamos inscritos también en el número de los perdonados: «había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: confesaré al Señor mi culpa, y tú perdonaste mi culpa y mi pecado» (Salmo 31).

1. (año II) 1 Reyes 11,29-32;12,19

a) Ha terminado, no muy gloriosamente, la historia de David y Salomón, que habla conocido días tan felices.

A Salomón le sucede su hijo Roboán, pero muy pronto diez de las tribus del Norte se separan y se van con Jeroboán, uno de los arquitectos más brillantes del Templo, a quien Salomón había nombrado ministro. Es bien expresivo el gesto simbólico del profeta Ajías con el manto rasgado en doce trozos.

Probablemente los motivos concretos de la desgraciada separación entre Israel (Norte) y Judá (Sur) fueron de índole política y económica, junto con la falta de habilidad en el trato con las tribus del Norte, que en el fondo seguían fieles a la memoria de Saúl y se sentían marginadas en relación con las de Judá. Pero en este libro de los Reyes todo se interpreta como castigo por el mal que había llegado a hacer al final Salomón.

b) Pronto o tarde pagamos siempre las consecuencias de nuestros fallos y de nuestro pecado.

Salomón había faltado gravemente nada menos que al primer mandamiento, adorando a dioses extraños. Pero además en su acceso al trono -como también había sido el caso de David- hubo intrigas y violencias, llegando a eliminar a los enemigos que se les ponían en el camino. Nosotros también caemos en idolatrías a voces inconfesables, siendo infieles a la Alianza que hemos prometido a Dios. También podemos llegar a ser intolerantes y hasta violentos, en nuestra vida doméstica, con una actitud que tiene sus raíces en el egoísmo, la ambición, el ansia de dinero y de oír los aplausos de los demás.

No nos extrañemos que eso produjera división y cisma en tiempos de los sucesores de Salomón y que los siga produciendo ahora en nuestra vida comunitaria. Roto el equilibrio, todo se precipita y decae. Una de las consignas de Juan Pablo II para el Jubileo del año 2000 ha sido la de la unidad.

El reconoce que en el doble cisma que existe en la Iglesia, con los orientales desde el siglo XI y con los protestantes desde el XVI, la culpa hay que considerarla repartida entre ellos y nosotros. Y quien dice en la esfera eclesial, dice también en la familiar o la de una comunidad religiosa. El pecado de la idolatría y del egoísmo tienen consecuencias fatales a corto o largo plazo.

Tendremos que oir también nosotros, en silencio y con la cabeza inclinada, la queja de Dios en el Salmo de hoy: «Yo soy el Señor Dios tuyo, escucha mi voz... no tendrás un dios extraño... pero mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer... ojalá me escuchase mi pueblo y caminase por mi camino».

2. Marcos 7,31-37

a) La curación del sordomudo provocó reacciones muy buenas hacia Jesús por parte de los habitantes de Sidón: «Todo lo ha hecho bien, hace oir a los sordos y hablar a los mudos».

Jesús curó al enfermo con unos gestos característicos, imponiéndole las manos, tocándole con sus dedos y poniéndole un poco de saliva. Y con una palabra que pronunció mirando al cielo: «effetá», «ábrete». El profeta Isaías había anunciado -lo leemos en el Adviento cada año- que el Mesías iba a hacer oír a los sordos y hablar a los mudos. Una vez más, ahora en territorio pagano, Jesús está mostrando que ha llegado el tiempo mesiánico de la salvación y de la victoria contra todo mal.

Además, Jesús trata al sordomudo como una persona: cada encuentro de los enfermos con él es un encuentro distinto, personal. Esos enfermos nunca se olvidarán en su vida de que Jesús les curó.

b) El Resucitado sigue curando hoy a la humanidad a través de su Iglesia.

Los gestos sacramentales -imposición de manos, contacto con la mano, unción con óleo y crisma- son el signo eficaz de cómo sigue actuando Jesús. «Una celebración sacramental está tejida de signos y de símbolos». Son gestos que están tomados de la cultura humana y de ellos se sirve Dios para transmitir su salvación: son «signos de la alianza, símbolos de las grandes acciones de Dios en favor de su pueblo», sobre todo desde que «han sido asumidos por Cristo, que realizaba sus curaciones y subrayaba su predicación por medio de signos materiales o gestos simbólicos» (Catecismo no. 1145-1152: «Signos y símbolos»).

El episodio de hoy nos recuerda de modo especial el Bautismo, porque uno de los signos complementarios con que se expresa el efecto espiritual de este sacramento es precisamente el rito del «effetá», en el que el ministro toca con el dedo los oídos y la boca del bautizado y dice: «El Señor Jesús, que hizo oir a los sordos y hablar a los mudos, te conceda, a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre».

Un cristiano ha de tener abiertos los oídos para escuchar y los labios para hablar. Para escuchar tanto a Dios como a los demás, sin hacerse el sordo ni a la Palabra salvadora ni a la comunicación con el prójimo. Para hablar tanto a Dios como a los demás, sin callar en la oración ni en el diálogo con los hermanos ni en el testimonio de nuestra fe.

Pensemos un momento si también nosotros somos sordos cuando deberíamos oir. Y mudos cuando tendríamos que dirigir nuestra palabra, a Dios o al prójimo. Pidamos a Cristo Jesús que una vez más haga con nosotros el milagro del sordomudo.

«El hombre y la mujer se escondieron de la vista del Señor Dios» (1ª lectura, I)

«Confesaré al Señor mi culpa, y tú perdonaste mi culpa y mi pecado» (salmo, I)

«No tendrás un dios extraño, yo soy el Señor Dios tuyo» (salmo, II)

«Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase por mi camino» (salmo, II)

«Todo lo ha hecho bien, hace oir a los sordos y hablar a los mudos» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 145-150


3-4.

Primera lectura: 1 de Reyes 11, 29-32; 12, 19: Se independizó Israel de la casa de David.

Salmo responsorial: 80, 10-11ab. 12-13.14-15: Yo soy el Señor Dios tuyo: Escucha mi voz.

Evangelio: San Marcos 7, 31-37: Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

El milagro relatado en estos versículos pertenece al grupo de capítulos del evangelio de Marcos escritos con la intención de que el pueblo llegue a descubrir en Jesús su humanidad y su divinidad. Relata cómo mientras estaba Jesús en la región del mar de Galilea le traen un hombre sordo y tartamudo, pidiéndole que haga algo por él. Jesús lo aparta de la gente, y después de tocarlo con sus dedos y su saliva, expresión de su humanidad, implora al cielo, y tras una orden suya, el hombre queda sano.

En el cuerpo se da la unión de dos realidades, la puramente material (huesos, entrañas, etc.) y la espiritual. El cuerpo siempre refleja la armonía o desarmonía de estas. El pecado daña al espíritu. Y el espíritu está tan "diluido" en nuestro cuerpo que el pecado lo puede enfermar. Nuestra persona es una unidad integral, es totalidad: quien actúe sobre el cuerpo, aunque no se lo proponga está actuando sobre el espíritu, y viceversa.

Jesús cura al hombre desde su más honda realidad, le abre los sentidos para que sea sensible y perciba una nueva manera de vivir. Desde su cuerpo-totalidad, que está sano e irradia salud, entra en contacto con los seres humanos enfermos.

En Jesús se manifiesta la humanidad divinizada y la divinidad humanizada. Su cuerpo es usado para ponerlo al servicio de los seres humanos. Sus sentidos están abiertos al dolor del otro. El cuerpo de Jesús -que se cansa, siente hambre, dolor, se conmueve con la tristeza, se desespera con la impotencia frente a la injusticia y la crueldad...- es una ofrenda divina, es un regalo de Dios a los humanos, un ejemplo de entrega y de plenitud.

El cuerpo es creación de Dios, y es el instrumento indispensable por el que nos hacemos presentes en el mundo, que nos permite acercarnos a nuestros hermanos, comunicarnos con ellos... El espíritu que lo invade es lo que le da sentido a cada célula que lo conforma, y es lo que lo puede impulsar a ser instrumento de salvación para él mismo y para los otros.

Te damos gracias, Señor, por nuestro cuerpo, don maravilloso, obra maestra, instrumento indispensable, parte de nuestro propio yo. Ayúdanos a cuidarlo, agradecidos, a no despreciarlo, a amarlo, a admirar con ojos limpios su belleza, a tenerlo en forma, siempre al servicio de tu Reino.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-5.

Génesis 3, 1-24: Los pasos del Señor

Salmo responsorial: 31, 1-2 Y 5-6

Marcos 7, 31-37: Hace oir a los sordos

Ser sordo y mudo es el colmo de la incomunicación. El sordomudo vive prácticamente en otro mundo. Es un mundo de silencio permanente que nada puede romper. Precisamente porque está totalmente aislado, porque no se puede comunicar con los demás, el sordomudo se sitúa al margen de la comunidad humana. Carece de presencia real porque no puede ni recibir ni emitir palabra. En nuestro mundo hay sordomudos físicos. Nacen con ese defecto. Pero desgraciadamente hay otros muchos que han sido hechos sordomudos por los mismos hombres. La sociedad les ha declarado sordomudos cuando en la práctica les ha negado la palabra y les ha dejado de dirigir la palabra. Son los marginados, los que no cuentan para nada ni para nadie. Los pobres que viven en las g randes ciudades de nuestro mundo, las minorías indígenas silenciadas, los habitantes de las naciones que no disponen de recursos y que por eso no tienen importancia ni valor para los poderosos de este mundo. Todos ellos han sido hechos sordomudos por los que tienen el dominio de la palabra en nuestro mundo. A todos ellos se les niega simplemente el derecho de ser personas. El Evangelio de hoy nos cuenta la curación de un mudo. Devolviéndole la palabra, Jesús le permite integrarse de nuevo en su familia, en su pueblo. Pero los efectos de la curación son mayores. El mudo no sólo puede hablar. Dedica su hablar a proclamar la maravilla que Dios, a través de Jesús, ha hecho con él. El mejor apostolado que podemos hacer los cristianos es devolve r la palabra a los que no la tienen. Así sabrán y proclamarán que ellos también son hijos de Dios.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-6. COMENTARIO 1

v. 31 Dejó Jesús el territorio de Tiro y, pasando por Sidón, llegó de nuevo al mar de Galilea por mitad del territorio de la Decápolis.

A través de territorio pagano, llega Jesús a la Decápolis, en la orilla oriental del lago, donde el geraseno ha proclamado el mensaje liberador (5,20).

Una vez expuesto el principal obstáculo que presenta al mensaje la sociedad pagana, tipifica Mc en la figura de un sordo tartamudo la acti­tud de los discípulos ante la integración de los paganos en la nueva comunidad con el mismo derecho que los judíos. Señala así, al mismo tiempo, el obstáculo que les impide el seguimiento y que deben superar. El episodio se localiza en la Decápolis (7,31), en la orilla oriental del mar de Galilea, en territorio pagano, y prepara el segundo reparto de los panes (8,1-9).



v. 32 Le llevaron un sordo tartamudo y le suplicaron que le aplicase la mano.

El sordo tartamudo no se acerca a Jesús por propia iniciativa ni pide la curación; como en otras ocasiones (1,30.32; 6,54s), son unos sujetos anónimos quienes lo llevan a Jesús. En la tradición profética, la sordera o la ceguera son figura de la resistencia al mensaje de Dios (Is 6,9; 42,18; Jr 20-23; Ez 12,2); paralelamente, en el evangelio son figura de la incom­prensión y la resistencia al mensaje. Pero los que la padecen no son cons­cientes de ella, son otros los que lamentan el defecto y acuden a Jesús.

El término sordo tartamudo aparece una sola vez en el AT, en Is 35,6 LXX, donde se trata del éxodo de Babilonia; la alusión a este pasaje seña­la que la escena evangélica trata de la liberación de Israel de una esclavi­tud u opresión. Son, pues, los discípulos o seguidores israelitas (el nuevo Israel), que no aparecen en la escena y no habían entendido el último dicho de Jesús (7,18), quienes están tipificados en el sordo tartamudo. El término «tartamudo» designa, en el plano narrativo, a un individuo que no habla normalmente, en el plano representativo alude al hablar de los discípulos, que transmiten un mensaje contrario al de Jesús.

El obstáculo que impide a los discípulos aceptar el mensaje de Jesús (sordera) y proponer el verdadero mensaje (tartamudez) es la ideología nacionalista y exclusivista del judaísmo: siguen manteniendo la superio­ridad judía y no acaban de aceptar la igualdad de todos los pueblos en relación con el Reino. Por eso actúa Jesús primero sobre el oído, para cambiar la mentalidad. El pasaje indica que los discípulos, al entrar en contacto con gente de otros pueblos (orilla pagana del lago), muestran total cerrazón a todo lo no judío.

El verbo suplicar indica mayor insistencia que el simple «pedir» y señala el gran interés de los intermediarios por el sordo. No suplican a Jesús que lo cure, sino que le aplique la mano, gesto que simboliza la transmisión de la fuerza vital; esto bastaría para cambiar la situación.



v. 33 Lo tomó aparte, separándolo de la multitud, le metió los dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua.

Jesús responde sin tardar. La precisión aparte, que se refiere siempre a los discípulos (4,34; 6,31s; cf. 9,2.28; 13,2), señala que la falta de com­prensión por parte de ellos hace necesaria una explicación de Jesús.

Para actuar con el sordo, Jesús lo separa de la multitud, es decir del numeroso grupo de seguidores que no proceden del judaísmo (7,14); no quiere involucrar a éstos en las dificultades que afectan al grupo israelita.

La acción de Jesús es doble, conforme al doble defecto del hombre: Primero parece perforarle los oídos (le metió los dedos), indicando que, a pesar de la resistencia que presentan los discípulos, es capaz de hacerles llegar el mensaje del universalismo. Luego, le toca la lengua con su sali­va; para interpretar este gesto hay que tener en cuenta que, en la cultura judía, se pensaba que la saliva era aliento condensado; la aplicación de la saliva significa, pues, la transmisión del aliento / Espíritu. A la compren­sión del mensaje de Jesús (oídos) debe corresponder su proclamación profética, inspirada por el Espíritu (lengua).



vv. 34-35 Levantando la mirada al cielo dio un suspiro y le dijo: «Effatá» (esto es: «ábrete»). Inmediatamente se le abrió el oído, se le soltó la traba de la lengua y hablaba normalmente.

Entonces Jesús levanta la mirada al cielo (6,41), como gesto de peti­ción a Dios que subraya la importancia de la acción que está cumplien­do, y expresa su sentimiento (dio un suspiro) de pena o tristeza por la prolongada obstinación de los discípulos.

La orden de Jesús la expresa Mc con un término arameo, indicando con ello de nuevo que el suceso o acción está referido a Israel (cf. 5,41; 7,11, etc.), en este caso al nuevo Israel, representado por los discípulos/los Doce. La orden Ábrete expresa el efecto que debería pro­ducir la perforación; de hecho, los oídos se abren y su hablar no es ya defectuoso, en el doble sentido, narrativo y figurado.



vv. 36-37. Les advirtió que no lo dijeran a nadie, pero, cuanto más se lo adver­tía, más y más lo pregonaban ellos. Extraordinariamente impresionados, decían: «¡Qué bien lo hace todo! Hace oír a los sordos y hablar a los mudos».

Jesús prohíbe divulgar el hecho, porque sabe que esta apertura no es definitiva (cf. 8,18). A pesar del repetido aviso de Jesús, los circunstantes son optimistas, piensan que todo está arreglado. La impresión es enorme.

COMENTARIO 2

Jesús se encuentra con una comunidad sorda y muda. Esto es lo que simboliza el personaje que nos presenta hoy el relato evangélico. Ese hombre representa a la comunidad que tiene que ser curada espiritualmente. Esa curación, que es producto del amor gratuito de Dios, llevará a la comunidad a saber captar las palabras de Jesús y llegar a confesarlo como el "Hijo de Dios Crucificado y Resucitado".

Este relato evangélico tiene muchos signos liberadores que se hace necesario comprender para poder asimilar el contenido profundo de esta perícopa. Este milagro, ante todo, establece una gratuidad en la que la humanidad total de Jesús se encuentra comprometida. Jesús utiliza sus manos; la utilización de las manos manifiesta la cercanía de Dios que Jesús trae. Esta cercanía se hace necesaria, para que el pueblo vuelva a escuchar y sea capaz de proclamar. La religión oficial había alejado a Dios de la esfera popular, y por eso ellos lo sentían distante y abstracto. Jesús emplea también la saliva: es el símbolo que entra a recrear al individuo nuevamente y dejarlo apto para que pueda avanzar por la historia, por la nueva historia de libertad inaugurada por Jesús. Otro signo: los ojos levantados al cielo: es la expresión con la que el evangelista pone de manifiesto el deseo intenso de Jesús de sanar a la comunidad que padece de sordera y de mudez, y ese deseo lo convierte en oración, oración que el Padre misericordioso escucha para el bien del mismo pueblo. Una palabra: effatá; con esta palabra Jesús invita a la comunidad a abrirse, para que el proyecto de Dios se haga efectivo en medio de la comunidad. Todos estos signos externos que Jesús realiza para que el milagro se haga posible en la vida del pueblo, son un don gratuito de Dios, y este don gratuito del Padre es el que hará luego posible que la comunidad confiese a Jesús como el Señor de la historia.

La sordera imposibilitaba a la comunidad seguidora de Jesús a entender lo que Jesús decía de sí mismo. Hoy también nosotros, en nuestras comunidades, padecemos de sordera que nos imposibilita escuchar el proyecto liberador de Dios en nuestras vidas.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-7. DOMINICOS 2003

Palabra de verdad, no de serpientes
Génesis 3, 1-8:
“En el paraíso, la serpiente era la más astuta de las bestias del campo que el Señor había hecho. Ella dijo a la mujer: ¡Con que Dios os ha dicho que no comáis de ningún árbol del jardín?
La mujer contestó: No. Podemos comer los frutos de los árboles del jardín; sólo del fruto del árbol que está en mitad del jardín nos ha dicho: “No comáis de él, bajo pena de muerte”.
Replicó la serpiente: No es verdad que tengáis que morir. Bien sabe Dios que cuando comáis de él, se os abrirán los ojos y seréis como Dios en el conocimiento del bien y del mal... La mujer cogió un fruto, comió, y se la alargó a su marido...
Entonces se les abrieron los ojos..., se vieron desnudos..., y oyeron al Señor que paseaba...”
No sabemos cómo explicar la maldad en el corazón del hombre, cómo la respuesta al amor creador es endiosamiento y olvido del Creador.
La imagen bíblica es una narración cargada de simbolismo. Pero no pasa de ahí.
El pecado nos asalta, es hijo de nuestra libertad, y lo creamos nosotros. El pecado es nuestro drama en la historia.
Evangelio según san Marcos 7, 31-37:
“Jesús, dejando el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea...
Le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar, y le pidieron que le impusiera las manos.
Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua... y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la lengua, y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos ...”
Contrapunto magnífico. El hombre quiere ser dios, se enorgullece y se rebela, desde el principio de la creación en libertad, y Dios se hace hombre para sembrar bondad a favor de esos mismos “hijos” que se le rebelan. Sólo pide humildad, verdad, amor.

Tiempo de reflexión
Conciencia de pecado.  
El autor sagrado del Génesis, y la comunidad creyente a la que pertenece, están absolutamente convencidos –por experiencia y reflexión- de que en el hombre y en la mujer, dotados de libertad, hay gérmenes de vida y muerte, de virtud y de vicio, de bondad a cultivar y de infidelidades a evitar.
Esa condición humana, grandiosa en su libertad, y lastimosa en su infidelidad, es la que se ha querido expresar simbólicamente en un jardín delicioso, obra de Dios,
en un hombre y una mujer libres, en un momento del despertar humano responsable, en una voz de la conciencia que se sobresalta, y una presencia del Señor del jardín que convoca y juzga...
Es la vida de todo hombre, de cualquier hombre, en su condición existencial, cultural, moral, religiosa. ¡Somos hijos pecadores!
¿Por qué la mujer es la primera en la caída?
Puro juego literario. No hay un primero y un segundo: ambos son igualmente hijos del Creador, libres en su conciencia, influenciados por los elementos todos de la vida, pecadores.
Pero en la composición literaria se ha seguido un ritmo intencionadamente varonil, ritmo que una mujer redactora tal vez lo hubiera modificado, pues es arbitrario:
Dios crea al hombre, y luego le da la riqueza de la mujer, que es –por un lado- lo último y más perfecto; pero luego se añade que la mujer es para “ayuda del hombre”, detalle que refleja una cultura, un momento histórico; y el espíritu del mal, personificado en la serpiente, se fija primero en la mujer, que, a pesar de ser lo último de la creación, lo mejor, ella lo estima como lo más débil y más dispuesto a escuchar sus reclamos. ¡Oh misterio de la conciencia responsable humana! En la claridad de sus acciones nos oculta el secreto de su ser


3-8.

33. Este acto se repite hoy en la administración del Bautismo, cuando el sacerdote dice: "éfeta": abre tus oídos a la palabra de Dios. Pío XII el 14 de enero de 1944 ha dispuesto que se suprima esto siempre que lo aconseje la higiene y la profilaxia en casos de grave peligro. (A.A.S. 36, 28 - 29).


3-9. DOMINICOS 2004

Todo lo has hecho bien, Señor

En la liturgia de la palabra vamos a leer hoy en el libro de los Reyes el relato de un episodio desconcertante protagonizado por un profeta de Israel, en torno a la división de la tierra en dos reinos. En los últimos años de Salomón y, sobre todo tras su muerte, la tierra del Reino único se dividirá en dos: Norte (Israel) y Sur (Judá).

El autor del libro, que se encuentra en el norte, considera que la división del reino único en dos es un castigo de Dios a Salomón, no el fruto de ambiciones, egoísmos, injusticias de políticos a los que no importa el bien del pueblo.

Y lo relata con grafismo y simbolismo impresionantes, en diálogo con Jeroboám, aspirante a regir el reino del norte. Ajías y Jeroboán salen de paseo, y, en el campo, el profeta se quita el manto, lo hace trizas en doce porciones, aludiendo a las doce tribus de Israel, y señala cómo han de quedar distribuidos la tierra y pueblo:

Diez partes o tribus a las órdenes de Jeroboán, al Norte. Ése será Israel.

Dos partes o tribus, a las órdenes de Roboán, al sur. Ése será Judá.

El hecho de la división es una realidad. Pero no es loable que atribuyamos a Dios los frutos de nuestra ambición. No es Dios quien divide sino nosotros mismos, nuestros intereses egoístas. El mal de la división no es castigo divino sino imbecilidad humana.


La luz de la Palabra de Dios
Primer libro de los Reyes 11, 29-32;12.9:
“Un día salió Jeroboam de Jerusalén, y el profeta Ajías de Siló, envuelto en un manto nuevo, salió a su encuentro. Los dos quedaron solos, en descampado.

Entonces Ajías cogió su manto nuevo y lo rasgó en doce trozos, y dijo a Jeroboam: Toma diez trozos, porque así dice el Señor Dios de Israel: ‘Voy a desgarrarle el reino a Salomón y voy a darte a ti diez tribus; lo restante será para él, en consideración a mi siervo David...’Así es como se independizó Israel de la casa de David hasta hoy”

Evangelio según san Marcos 7, 31-37:
“En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Allí le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar, y le pidieron que le impusiera las manos.

Él apartando a la gente, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua, y mirando al cielo, dijo:’Effeta’, ábrete, y al momento se le abrieron los oídos...”


Reflexión para este día
Es un desgarro cruel estar dividido
Tomemos la lección del gesto del profeta Ajías desgarrando su manto. Mas no para anunciar división sino para prevenir sus consecuencias en la vida.

Es una desdicha dejarse llevar por sentimientos fugaces, atolondrados, como si con ellos nos viniera la felicidad. La felicidad personal supone conocerse y entenderse a sí mismo, acogerse en la realidad de cada día, y ponerse en tensión superadora, sentirse débil y pobre, pero en disfrute de la unidad del ser, vida, voluntad, acción.

¡Pobre persona humana interiormente dividida, con esquemas rotos, esclavizantes!

Y feliz la familia, comunidad o pueblo que pueblo que se conocer y comprende, que aprecio cordialmente sus valores de unidad cultural, social, religiosa, y disfruta adecuadamente de sus beneficios en armonía compartida.

Bien dijo Jesús en sus aforismos de sabio: ‘person o reino dividido es persona o pueblo vendido y destruido’.


3-10.

Comentario: Rev. D. Joan Marqués i Suriñach (Vilamarí-Girona, España)

«Todo lo ha hecho bien»

Hoy, el Evangelio nos presenta un milagro de Jesús: hizo volver la escucha y destrabó la lengua a un sordo. La gente se quedó admirada y decía: «Todo lo ha hecho bien» (Mc 7,37).

Ésta es la biografía de Jesús hecha por sus contemporáneos. Una biografía corta y completa. ¿Quién es Jesús? Es aquel que todo lo ha hecho bien. En el doble sentido de la palabra: en el qué y en el cómo, en la sustancia y en la manera. Es aquel que sólo ha hecho obras buenas, y el que ha realizado bien las obras buenas, de una manera perfecta, acabada. Jesús es una persona que todo lo hace bien, porque sólo hace acciones buenas, y aquello que hace, lo deja acabado. No entrega nada a medias; y no espera a acabarlo después.

—Procura también tú dejar las cosas totalmente listas ahora: la oración; el trato con los familiares y las otras personas; el trabajo; el apostolado; la diligencia para formarte espiritual y profesionalmente; etc. Sé exigente contigo mismo, y sé también exigente, suavemente, con quienes dependen de ti. No toleres chapuzas. No gustan a Dios y molestan al prójimo. No tomes esta actitud simplemente para quedar bien, ni porque este procedimiento es el que más rinde, incluso humanamente; sino porque a Dios no le agradan las obras malas ni las obras “buenas” mal hechas. La Sagrada Escritura afirma: «Las obras de Dios son perfectas» (Dt 32,4). Y el Señor, a través de Moisés, manifiesta al Pueblo de Israel: «No ofrezcáis nada defectuoso, pues no os sería aceptado» (Lev 22,20). Pide la ayuda maternal de la Virgen María. Ella, como Jesús, también lo hizo todo bien.

San Josemaría nos ofrece el secreto para conseguirlo: «Haz lo que debas y está en lo que haces». ¿Es ésta tu manera de actuar?


3-11. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

El Evangelio de hoy es una parábola de la comunicación. El hasta hace poco Cardenal de Milán, Carlo María Martini, tituló su carta pastoral diocesana del año 1990 "Effatà", dedicándola a la comunicación y los medios de comunicación de masa.

Jesús, que seguramente fue un gran comunicador, no busca un papel protagonista sino que se presenta como una persona que permite la comunicación con el Padre. Jesús "hace oír a los sordos y hablar a los mudos" pero no por arte de magia, sino porque Él mismo se hace instrumento de comunicación entre Dios y los hombres ("quién me ha visto a mi ha visto al Padre mío"). Es más: Jesús pide que no se diga nada de lo que ha hecho, pero inútilmente. ¡Cómo puede uno callarse el haber recibido un regalo tan grande!

Volviendo a los medios de comunicación, creo que demasiadas veces carecen de lo que su mismo nombre indica, o sea de ser verdaderos instrumentos, vías, caminos de comunicación, y derrochan afán de protagonismo, de éxito. Todo está justificado si es que así conseguimos más audiencia, más ingresos por publicidad, más lectores...

Si nuestro modelo es Cristo debemos tender más a su forma de ver la comunicación, debemos ser capaces de dejar a un lado nuestros deseos de protagonismo y ponernos sencillamente al servicio del Padre. Para seguir con un símil relacionado con los medios de comunicación, nosotros deberíamos interpretar más bien el papel del técnico que instala las antenas en las casas para que la gente pueda tener una buena visión de los programas que el del dueño de un todopoderoso grupo mediático.

Carlo Gallucci (galluccicarlo@hotmail.com)


3-12. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

El Evangelio de hoy es una parábola de la comunicación. El hasta hace poco Cardenal de Milán, Carlo María Martini, tituló su carta pastoral diocesana del año 1990 "Effatà", dedicándola a la comunicación y los medios de comunicación de masa.

Jesús, que seguramente fue un gran comunicador, no busca un papel protagonista sino que se presenta como una persona que permite la comunicación con el Padre. Jesús "hace oír a los sordos y hablar a los mudos" pero no por arte de magia, sino porque Él mismo se hace instrumento de comunicación entre Dios y los hombres ("quién me ha visto a mi ha visto al Padre mío"). Es más: Jesús pide que no se diga nada de lo que ha hecho, pero inútilmente. ¡Cómo puede uno callarse el haber recibido un regalo tan grande!

Volviendo a los medios de comunicación, creo que demasiadas veces carecen de lo que su mismo nombre indica, o sea de ser verdaderos instrumentos, vías, caminos de comunicación, y derrochan afán de protagonismo, de éxito. Todo está justificado si es que así conseguimos más audiencia, más ingresos por publicidad, más lectores...

Si nuestro modelo es Cristo debemos tender más a su forma de ver la comunicación, debemos ser capaces de dejar a un lado nuestros deseos de protagonismo y ponernos sencillamente al servicio del Padre. Para seguir con un símil relacionado con los medios de comunicación, nosotros deberíamos interpretar más bien el papel del técnico que instala las antenas en las casas para que la gente pueda tener una buena visión de los programas que el del dueño de un todopoderoso grupo mediático.

Carlo Gallucci (galluccicarlo@hotmail.com)
 


3-13. ARCHIMADRID 2004

¡EFFETÁ!

“Effetá”, no se si pronuncio bien esta palabra pero me gusta cómo suena. A veces los sacerdotes realizamos los sacramentos con prisas o en grupos muy numerosos y nos saltamos esta parte del ritual del bautismo. A mí me gusta hacerlo y consiste en que al niño recién bautizado el sacerdote le toca con un dedo los oídos y la lengua- como sucede en el evangelio de hoy- para que Dios le “conceda, a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre” (éste es otro motivo para bautizar cuanto antes a los niños, cuando son más mayores, muerden).

Ignoro si será por saltarnos esta parte del ritual (que es opcional, no es que el que no lo haga lo esté haciendo mal), pero parece que en esta generación se nos ha quedado un nudo en la garganta y un tapón de cerumen en las orejas que nos impiden escuchar y transmitir la Palabra de Dios. “Pero mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer: los entregué a su corazón obstinado, para que anduviesen según sus antojos”, desde luego no es nada original el no querer escuchar a Dios e incluso el no dejarle hablar. la humanidad parece que siempre lo ha intentado y siempre lo intentará con total falta de éxito. Cada día me encuentro con más personas que se dicen católicas, que acuden a la parroquia a “exigir” sacramentos, pero que niegan la existencia de un Dios personal, que cuando vas a sus casas y propones bendecir la mesa se ponen en la postura de los episcopalianos americanos (manos juntas, cabeza gacha, ojos cerrados) que han visto en la última película del Harrison Ford mientras esperan un discursito sobre la bondad de la familia y no una sencilla oración de acción de gracias, personas que ignoran qué es un sagrario y niños que a la hora de hacer la comunión siguen llamando al Cuerpo de Cristo “la pastillita”.

¡“Effetá”! habría que gritarles al oído, ¡Ábrete! habría que decirles mientras se les pasa un limpiador por la garganta (nota al margen: ¿Por qué no existe la palabra “desatascador”?, confieso mi ignorancia, yo creía que existía). Ese nudo en la garganta, ese tapón en los oídos es el pecado que quiere que no conozcas el amor de Dios, que vuelvas la espalda a la cruz donde pende tu Redentor, que intentes apagar las llamas del fuego que el Espíritu Santo pone en tu alma. Acuérdate de San Agustín: “Nos hiciste Señor para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”, esa pesadumbre que tienes en el corazón, esa penumbra que cubre tus ideales, esa tristeza que ocultas bajo estentóreas risotadas, saldrán de ti a la vez que tu pecado. Deja que el Señor te aparte un poco de la gente, comienza a hablar con quien te puede dar el perdón de Dios por medio de la Iglesia, deja que vayan fluyendo fuera de ti esos humores malolientes que te impiden conocer a Dios y entonces oirás, hablarás, serás feliz. Ponte en manos de la Virgen que es una estupenda auxiliar de otorrinolaringología (esta palabreja si que existe y mira que es fea, no es tan bonita como “desatascador”) y déjate curar por Jesucristo.


3-14.

LECTURAS: 1RE 11, 29-32; 12, 19; SAL 80; MC 7, 31-37

1Re. 11, 29-32; 12, 19. El Reino del Norte en Israel finalmente volverá a vivir separado, como antes de los reinados de David y de Salomón. Aun cuando se da una interpretación religiosa a esa separación, sin embargo los del Norte siempre quisieron liberarse de los de Judá y Jerusalén; finalmente lo logran teniendo como su rey a un siervo de Salomón: Jeroboam. En el futuro siempre estará presente la nostalgia de la unión, en un sólo pueblo, de todas las tribus de Israel; sin embargo Judá y su capital, Jerusalén, siempre reclamarán estar al frente de todos los Israelitas. Hay muchas divisiones que constantemente se generan en los pueblos. No podemos negar, incluso, las divisiones que, por diversas causas, se han generado dentro de los cristianos. El Señor nos llama a la unidad. Él pide a su Padre para nosotros esa unidad en la última cena. San Pablo nos recordará que hemos de vivir unidos por un sólo Señor, una sola fe, un solo Bautismo; un solo Dios y Padre. Sólo el Espíritu Santo, que habita en el corazón de los creyentes logrará la unidad entre todos los hombres; sin embargo, por querer manipular al mismo Espíritu, muchos lo han convertido también en motivo de división por dar preeminencia, no al amor, sino a los carismas que nos deberían ponen al servicio de los demás.

Sal. 80. No seamos rebeldes al Señor. Ojalá y jamás se cumplan en nosotros esas terribles palabras que el Señor pronuncia en este salmo: Pero mi pueblo no quiso escuchar mi voz, Israel no quiso obedecerme. Por eso los abandoné a la dureza de su corazón, a merced de sus caprichos (vv. 12-13) Dios siempre está dispuesto a perdonarnos. Él nos ama, y nos sigue contemplando amorosamente cuando nos alejamos de su presencia, sin embargo jamás nos retira su amor. Él siempre está dispuesto a perdonarnos y a recibirnos nuevamente como a hijos suyos. Lo único que espera es que volvamos a escuchar su voz y, arrepentidos, nuevamente vayamos por sus caminos haciendo en todo su voluntad. En aquel que cumpla sus mandamientos el Padre Dios y Jesucristo harán su morada. Si queremos que nuestro mundo tome un nuevo rumbo desde nuestra propia vida, es porque antes nosotros mismos hemos escuchado la voz del Señor y le hemos sido fieles.

Mc. 7, 31-37. ¿Podremos conformarnos con anunciar el Evangelio, llenando la cabeza de los demás con conceptos? Ciertamente no podemos prescindir de la Palabra anunciada con los labios. Sin embargo el Evangelio también lo hemos de anunciar con nuestras buenas obras a favor de los demás. Mientras no iniciemos en los demás un auténtico proceso de liberación del pecado y de sus consecuencias, nuestra proclamación del Evangelio se quedará como algo inútil. Jesucristo no sólo vino como Maestro; vino también como aquel que nos conduce a su Reino libres del pecado y de la muerte en todas sus manifestaciones. Por eso la gente del tiempo de Jesús exclama: ¡Qué bien lo hace todo! Ojalá y nosotros no sólo hablemos bien, sino que pasemos, al igual que Cristo, haciendo el bien a todos.

La Eucaristía nos reúne, de toda raza y condición social, en torno a nuestro Dios y Padre común. Él no hace distinción alguna entre nosotros. Él nos creó a todos y a todos nos llama a participar de su Vida eterna. En este Memorial de la Pascua de Cristo pregustamos esa Gloria a la que estamos llamados. Por eso también aquí, en la Eucaristía, debemos iniciar el camino de nuestra unión fraterna. No cerremos nuestros oídos a la Palabra de Dios. No nos conformemos con escucharla como discípulos distraídos. Dejemos que la Palabra de Dios nos cure de nuestras fragilidades, y nos capacite para que estemos dispuestos a dar testimonio de nuestra fe y razón de nuestra esperanza.

El Señor nos quiere fraternalmente unidos. Y la unidad no podemos reducirla a una alharaca inútil. No basta con hablar, no basta con hacer foros sobre la unidad que debe reinar en la humanidad. No basta orar para la unidad entre los cristianos. Hay que implementar acciones concretas, bajo la inspiración del Espíritu Santo, para que desaparezcan de entre nosotros los odios y las divisiones. La unidad debe vivirse, debe propiciarse desde la vida familiar. Es en el seno de la familia donde aprendemos la solidaridad, el respeto y el amor hacia los demás. Quienes creemos en Cristo no podemos ser sinceros cuando, teniendo al Señor como Cabeza de su Cuerpo, que es la Iglesia, vivimos destruyéndonos unos a otros. No seamos sordos ante el mandato de Cristo que nos pide amarnos unos a otros como hermanos.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber escuchar la voz de Dios y de confesar nuestra fe no sólo con nuestros labios, sino con nuestras obras y con nuestra vida misma. Entonces podremos decir que en verdad Dios sigue realizando su obra salvadora en el mundo por medio de su Iglesia. Amén.

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