VIERNES DE LA SEMANA 3ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

Segundo Libro de Samuel 11,1-10.13-17.

Al comienzo del año, en la época en que los reyes salen de campaña, David envió a Joab con sus servidores y todo Israel, y ellos arrasaron a los amonitas y sitiaron Rabá. Mientras tanto, David permanecía en Jerusalén. Una tarde, después que se levantó de la siesta, David se puso a caminar por la azotea del palacio real, y desde allí vio a una mujer que se estaba bañando. La mujer era muy hermosa. David mandó a averiguar quién era esa mujer, y le dijeron: "¡Pero si es Betsabé, hija de Eliám, la mujer de Urías, el hitita!". Entonces David mandó unos mensajeros para que se la trajeran. La mujer vino, y David se acostó con ella, que acababa de purificarse de su menstruación. Después ella volvió a su casa. La mujer quedó embarazada y envió a David este mensaje: "Estoy embarazada". Entonces David mandó decir a Joab: "Envíame a Urías, el hitita". Joab se lo envió, y cuando Urías se presentó ante el rey, David le preguntó cómo estaban Joab y la tropa y cómo iba la guerra. Luego David dijo a Urías: "Baja a tu casa y lávate los pies". Urías salió de la casa del rey y le mandaron detrás un obsequio de la mesa real. Pero Urías se acostó a la puerta de la casa del rey junto a todos los servidores de su señor, y no bajó a su casa. Cuando informaron a David que Urías no había bajado a su casa, el rey le dijo: "Tú acabas de llegar de viaje. ¿Por qué no has bajado a tu casa?". David lo invitó a comer y a beber en su presencia y lo embriagó. A la noche, Urías salió y se acostó junto a los servidores de su señor, pero no bajó a su casa. A la mañana siguiente, David escribió una carta a Joab y se la mandó por intermedio de Urías. En esa carta, había escrito lo siguiente: "Pongan a Urías en primera línea, donde el combate sea más encarnizado, y después déjenlo solo, para que sea herido y muera". Joab, que tenía cercada la ciudad, puso a Urías en el sitio donde sabía que estaban los soldados más aguerridos. Los hombres de la ciudad hicieron una salida y atacaron a Joab. Así cayeron unos cuantos servidores de David, y también murió Urías, el hitita.

Salmo 51,3-7.10-11.

¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad, por tu gran compasión, borra mis faltas!
¡Lávame totalmente de mi culpa y purifícame de mi pecado!
Porque yo reconozco mis faltas y mi pecado está siempre ante mí.
Contra ti, contra ti solo pequé e hice lo que es malo a tus ojos. Por eso, será justa tu sentencia y tu juicio será irreprochable;
yo soy culpable desde que nací; pecador me concibió mi madre.
Anúnciame el gozo y la alegría: que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta tu vista de mis pecados y borra todas mis culpas.


Evangelio según San Marcos 4,26-34.

Y decía: "El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha". También decía: "¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra". Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



 

1.- Hb 10, 32-39

1-1. FE/CREER:

"Recordad aquellos días primeros, cuando estabais recién iluminados" con la luz de Cristo... El autor de la epístola a los Hebreos invita a los fieles, en peligro de flaquear ante las excesivas adversidades y afectados por la prueba del tiempo y de las contradicciones, a volver al punto inicial de su fe.

"¡Recordad!". El consejo es válido también para nosotros, que hemos de hacer frente a la prueba del tiempo y de la mediocridad.

"¡Recordad que sois creyentes!". Cuando pienso lo que significa creer -y prefiero reflexionar sobre el acto de creer que no sobre la fe, ya que la fe me parece un término abstracto, mientras que creer se me presenta como un verbo activo que incluye todo a la vez, el acto de pensar, vivir y actuar de una persona enfrentada a su misterio-, digo que cuando pienso en el acto de creer, siempre acabo volviendo a lo mismo: creer es vivir y actuar entrando en la vida y en la acción que la palabra de Dios me propone, para alcanzar su presencia y unirme a su vida. Creer es vivir "a pesar de todo", esperar a pesar de todo, amar a pesar de todo.

VE/FRUSTRACION: Nuestra propia experiencia -que no es preciso que sea dilatada- nos hace sentir y ver con claridad que la vida es una promesa que no se cumple: la vida nos da sólo una parte mínima de las esperanzas que habíamos puesto en ella, y nunca se cierra con un balance de resultados definitivamente positivos; incluso cuando ofrece realidades satisfactorias, éstas llevan en sí mismas gérmenes tan amenazadores de destrucción y muerte que nos fuerzan a cuestionarnos sobre la conveniencia de nuestras empresas y sobre el desencanto de sus realizaciones. Por fuerza somos llevados a concluir que, si intentamos amar sin conseguirlo, es porque sólo sabemos amar mal: siempre nos descubrimos decepcionantes y decepcionados. Si fuéramos consecuentes con nosotros mismos, lo sensato sería decidir que lo más razonable es no emprender nada puesto que toda tentativa emprendida para amar o para vivir nos lleva a tomar conciencia muchas veces de forma brutal y cruel, de la limitación de nuestros actos y de la fragilidad de nuestros corazones.

Ante esta experiencia, creer es decidirse a vivir a pesar de todo, amar a pesar de todo, alentados por la palabra de Dios, que tenemos por veraz.

"Manteneos firmes", pues esta vida, en la que cada mañana nos embarca, hace que surja el Reino de Dios y anula lazos infinitos, eternos, de los que los lazos de la existencia humana, limitados, pobres, decepcionantes, parecen sólo un anuncio y como un reclamo, debido a sus mismos límites. Arraigados en la experiencia de la resurrección del Señor, vivimos, a pesar de todo. No somos hombres de la desbandada -eso sería nuestra perdición-, sino hombres de la fe- para salvaguarda de la esperanza y el porvenir del mundo.

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
SEMANAS I-IX T.O. EVANG.DE MARCOS
SAL TERRAE/SANTANDER 1990.Pág. 58 s.


1-2.

Los hebreos, a quienes va dirigida esta carta, son antiguos judíos convertidos al cristianismo, pero que, en las condiciones de dispersión y de pobreza en que viven, echan de menos los esplendores del antiguo culto. Sienten la tentación de volver hacia atrás con tanta más urgencia cuanto que la persecución les atenaza y se está fraguado el aniquilamiento de la nación judía por el imperio romano. El autor ha explicado ya el fallo de la primera tentación precisando la diferencia específica entre el culto judío y el culto cristiano. Ahora pasa al segundo tema: la necesidad de la fe perseverante para resistir a las tentaciones de una vuelta atrás. Tres demostraciones sucesivas convencerán a los indecisos: la primera, desarrollada en el texto de hoy, pregunta de qué servirían los sufrimientos y los combates si van a desembocar en la apostasía (Heb 10); la segunda, desarrollada en el texto siguiente (Heb 11), recuerda el ejemplo de la fidelidad de los patriarcas. Finalmente, el argumento principal (Heb 12) nos proporciona el ejemplo de Cristo y los consejos y advertencias que Dios hace a sus hijos.

El autor quizá haga alusión al bautismo cuando habla de "iluminación" (v. 32; Heb 6,3; Ef 5, 14). Describe después los sufrimientos padecidos para merecer la recompensa... y subraya la falta de lógica de quienes lo van a abandonar todo al término de duros combates y en vísperas de recibir la recompensa (vv. 37-38). Los dos argumentos que el autor utiliza a este efecto están tomados precisamente de la versión griega de dos textos proféticos (Is 26, 20; Hab 2, 3-4) que describen la actitud del justo en medio de la prueba. La segunda cita tiene una importancia especial por cuanto pone de relieve cómo la prueba diferencia al justo del impío, provocando la fidelidad (este es el sentido que hay que dar aquí a la fe) del primero y la espantada del segundo.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA II
MAROVA MADRID 1969.Pág. 117


1-3.

Como buen pastor de aquella comunidad no quiere rechazar y condenar, sino ayudar y sanar. Por eso conoce todavía un camino para los cristianos que se ven tentados y en peligro. Como buen médico, aconseja que se acuerden.

Hubo en su vida un período en que estaban dispuestos a todo sacrificio por la fe. Entonces, cuando estaban recién convertidos, soportaron "con gozo" las pérdida terrenas porque estaba viva ante sus ojos la meta de la promesa. Después se fue evaporando el primer fervor y fueron palideciendo aquellas imágenes luminosas de su vocación celestial. A los fieles de aquella época de después de los apóstoles les falta la virtud tan necesaria de la constancia, paciencia y perserverancia. En lugar de soportar con constancia y valentía las molestias a que necesariamente está expuesta en este mundo la fe, parece que están dispuestos a volverse atrás y desertar.

Una fuga que aparentemente salva pero que conduce a la perdición, mientras que la constancia y la fe, aunque haya que pasar a través del sufrimiento y de la muerte, acarrea el premio y la corona de la vida. La tentación del abandono, sentir el hastío hasta de nosotros mismos y querer cruzarse de brazos, porque no se puede hacer nada o porque todo sigue igual. No es fácil ser cristiano.

-"Compartisteis el sufrimiento de los encarcelados, aceptasteis con alegría que os confiscaran los bienes, sabiendo que teníais bienes mejores y permanentes".

Hicieron esa opción cristiana tan difícil con una gran alegría. Ahora que se os enfrían los ánimos hay que saber ser calculador y reducir los sacrificios a su justa medida: lo que se gana siguiendo la conciencia o la fe es mucho más importante que lo que se pierde.

-"No renunciéis a vuestra valentía, que tendrá una gran recompensa. Os hace falta constancia para cumplir la voluntad de Dios y alcanzar la promesa".

-Hay que tener paciencia y perseverar. En un tiempo en que no hay fidelidad para nada, debemos permanecer fieles a Dios contra viento y marea.

Dice el profeta Isaías (7, 9) "si no os afirmáis en mí, no seréis firmes" La prueba tiene esta finalidad: distinguir a los verdaderos creyentes: los hay que aguantar y los hay que escapan.

Descubre quiénes se apoyaban en Dios y quiénes se apoyaban en sus propias fuerzas.


1-4.

-Hermanos, recordad aquellos días primeros, cuando recién recibida la luz de Cristo... Los hebreos, destinatarios de esta epístola son judíos convertidos a Cristo. Después de un cierto tiempo de fervor empiezan a mirar atrás y añorar lo que han dejado.

¿No siento yo también a veces un cierto hastío, un deseo de cruzarme de brazos, de querer abandonar?

-Hubisteis de soportar un duro y doloroso combate... Injurias, vejaciones... Compartiendo los sufrimientos de los encarcelados.

Nunca ha sido fácil vivir un alto ideal.

Pedir el bautismo era entonces arriesgarse a la persecución, a la cárcel, a las burlas. Tampoco hoy es fácil ser cristiano. Se está expuesto a ser escarnecido, ridiculizado.

-Os dejasteis despojar con alegría de vuestros bienes, conscientes de que poseíais una riqueza mejor y más duradera.

La cosa puede llegar hasta: ver expoliados los propios bienes, perder dinero, tener menos ascensos. ¡Vivir honradamente por desgracia no es siempre rentable!

San Pablo subraya que sus lectores habían hecho su opción cristiana «con alegría» En efecto ésta es la condición para que los sacrificios sean soportables. Hay que reducirlos a su justa medida: lo que se gana siguiendo la conciencia o la fe es más importante que lo que se pierde.

¡Danos, Señor, la alegría de la fe!

-No perdáis ahora vuestra confianza que lleva consigo una gran recompensa. Necesitáis paciencia en el sufrimiento para cumplir la voluntad de Dios y conseguir así lo prometido. Confianza, paciencia: son exhortaciones habituales en san Pablo que debió de ser un hombre tenaz. Concédenos Señor, paciencia y tenacidad... apoyadas no en nuestras propias fuerzas, sino en tus promesas.

-Pues todavía un poco, muy poco tiempo, y el que ha de venir vendrá sin tardanza. ¡Un poco... muy poco... tiempo!

Cuando estamos seguros de que la espera será corta, esperamos más pacientemente. Cuando sabemos que la prueba será breve la soportamos más valientemente.

¡Danos la convicción, Señor, de que todo lo perecedero es corto! Y de que estamos en vísperas de encontrarte al fin cara a cara. Que esta certeza no sea una evasión, sino un estimulante para afrontar con mayor valentía y con más alegría todas las obligaciones que pesan sobre nuestras vidas .

-"Mi justo vive de su fidelidad; pero, el cobarde dejará de agradarme". Y nosotros no somos de los que se acobardan y perecen sino «creyentes» para la salvación del alma. Sí, lo sabemos, a nuestro alrededor hay hombres que desertan. También los había que flaqueaban alrededor de san Pablo. Este, se endereza dignamente: A Dios no le agradan los que «abandonan». Y es precisamente la prueba lo que permite distinguir a los verdaderos fieles: los hay que aguantan y lo hay que escapan.

Señor, te lo pedimos, que sepamos ser fieles... ser «hombres de fe».

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 40 s.


2.- 2S 11, 1-4a.5-10a.13-17

2-1.

Hemos visto la fe de David y la calidad de su oración. Eso no impide que sea un pobre hombre, y un gran pecador, en sus horas malas. La Biblia nos relata la historia de un pueblo de pecadores, de pecadores-salvados. Y ésta es una de las páginas más bellas. Una vez más y por adelantado, oímos en ella "la buena nueva" del evangelio anunciado a los pobres. Es ya la página de la samaritana, de la pecadora en casa de Simón el fariseo, de la mujer adúltera. "No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores" .

-El pecado de David.

David ve a una mujer que se estaba bañando. "Era una mujer muy hermosa" añade el texto sagrado. La desea y la seduce. Pero es la mujer de otro. Es pues un adulterio: a la falta de dominio propio en su sexualidad se añade una injusticia hacia esa mujer y su legítimo marido.

Betsabé, la mujer de Urías, será la madre de Salomón. La citará Mateo en su genealogía, entre los antepasados de Jesús. Por ella está inserto Jesús en la dinastía de David. "Hosanna al hijo de David" gritarán las muchedumbres... y por ella se inserta en un linaje de pecadores, a los que viene a salvar.

Señor, a través de ese pecado, pienso en mis propios pecados. ¡Qué misterio, Señor, que nos hayas creado con una libertad capaz de pecar! Cuando se piensa en la inmensa marea del mal que irrumpe sobre la humanidad, pensamos que si la has permitido, Señor, debe de ser porque esperas de ella un mayor bien.

-Un pecado no viene solo jamás.

Hemos apuntado ya "la falta de dominio propio"... y "la injusticia". Veremos ahora todo lo que de ellos se sigue.

"La hipocresía". David quisiera quizá descargarse de su responsabilidad y endosar el embarazo al marido legítimo. ¡Cuán humano y cuán repugnante a la vez es esto! Pero no lo logra. El tosco hitita Urías, tiene sus principios y los respeta: existía entonces la norma de la abstención sexual durante una guerra. Incluso estando borracho, Urías la recuerda. Y David que lo ha instigado a beber en demasía para hacerle perder la cabeza se siente libre para proseguir en su crimen.

«El homicidio" premeditado. Sombría y lamentable historia, en verdad. «Poned a Urías en lo más recio del combate... que caiga herido y muera.»

El pecado es un ataque a la Ley de Dios. Es una infidelidad a ese Dios que ha favorecido tanto a David, y ¡a quien ha hecho tan hermosas promesas! Pero la cara innoble del pecado aparece muy especialmente, cuando, como en este caso, ¡todo el cálculo de un hombre inteligente se ha puesto en el provecho personal aplastando a los demás! Para la Biblia, con el pecado de Adán, será éste el pecado-tipo.

-«Ten piedad de mí, Señor, según tu bondad. En tu ternura borra mi pecado. Lávame de toda malicia y de mi culpa, Señor, purifícame. Pues mi pecado yo lo reconozco. Mi delito está ante mí sin cesar. Contra Ti, contra Ti sólo he pecado, lo que está mal a tus ojos, eso cometí. »

El famoso salmo «miserere» expresa bien el arrepentimiento de David.

El envés del pecado, es la misericordia de Dios.

Dios saca el bien del mal. ·Péguy-CH cantó ese misterio en términos inolvidables: «de aguas sucias, Dios hace aguas puras; de almas turbias, hace almas transparentes...»

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 40 s.


2-2. /2S/11/01-17  /2S/11/26-27  DAVID/P:

Ayer leímos una de las más bellas manifestaciones de la religiosidad de David y el momento más sublime de su vida, cuando Dios le firma la alianza mesiánica. Hoy asistimos al momento más vergonzoso de su vida, y en la lectura de mañana el mismo profeta Natán, que le había comunicado los favores divinos, le transmitirá la reprensión por su pecado.

Nada más lejos de las crónicas oficiales de otros reinos antiguos -¡y modernos!-, triunfalistas y aduladoras, que esta historia, que con todo realismo y lujo de detalles subraya lo odioso y la malicia del adulterio y del homicidio a que la pasión ha empujado a David. No sólo peca contra los mandamientos del decálogo, que prohíben el adulterio y la codicia de la mujer del prójimo, sino que abusa, en personal beneficio, de la autoridad que Dios le ha dado para procurar el bien de su pueblo. Además, el marido perjudicado es un soldado valiente y fiel, que se halla en aquel momento luchando con el ejército de Israel; tan fiel que, cuando David, para tapar su pecado, le hace venir a Jerusalén ni embriagándolo puede conseguir que entre en su casa: si todo el ejército está en campaña y acampa al raso, ¡él no ha de ir a su casa a banquetear y a yacer con su mujer! Y es tan valiente que David, conociéndolo, ordena a Joab -esta vez David es tan sanguinario y traidor como su general- que aproveche un ataque en el que, según costumbre, vaya Urías en vanguardia, lo dejen solo y serán los enemigos quienes lo maten. Y así ocurre.

David se encuentra atrapado por la dialéctica de su propio pecado. Para disimular un adulterio ha de cometer un homicidio. El pecado es simiente de pecados, si no tenemos la sinceridad de reconocer la culpa y el coraje de rectificar. Una mentira nos obliga a decir otras mayores para tapar la primera. Un vicio puede empujar a robar para pagar su costo, y el hurto o el robo pueden llevar hasta el homicidio. De esta manera podríamos decir que todos cometemos «pecados originales», que inauguran una espiral cada vez más ancha y vertiginosa de pecados, de la que no saldremos si no es por el camino de una gran sinceridad y de una radical conversión. Que es lo que hizo David.

La historia de David que vamos leyendo es muy sobria en comentarios y reflexiones piadosas. Especialmente la historia de su sucesión, que va desde 2 Sm 9 hasta 1 Re 2. Se trata de un documento humanístico, en el que la intervención de Dios no se manifiesta en prodigios exteriores, sino tocando al corazón del hombre, donde se juega el drama del bien y del mal, del pecado y la gracia. En toda esta historia el nombre de Yahvé sólo es citado explícitamente en tres momentos, el primero de los cuales es justamente éste: "Pero Yahvé reprobó lo que había hecho David" (11,27).

H. RAGUER
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 683 s.


3.- Mc 4, 26-34

3-1.

Las dos parábolas de hoy tienen en común el "símbolo" de la germinación, de la potencia de la "vida naciente". Jesús ve así su obra.

-El "Reino de Dios" es como un hombre que arroja la semilla en la tierra.

Contemplo a Jesús sembrando.

Es un gesto absolutamente natural, apasionante, misterioso.

Un gesto de esperanza y de aventura. ¿Crecerá? ¿Habrá buena cosecha, o no habrá nada? ¿Helará en invierno y destruirá las tiernas plantas? o bien, ¿quemará el sol lo que estoy sembrando? No lo sé. Pero lo que sí sé es que hay que sembrar y arriesgarse. Gracias, Jesús.

Tú eras de aquella raza, campesina, que estaba en contacto con la naturaleza, en contacto con la vida... tú eras de los que creen en la vida, que tienen confianza en el porvenir, de los que siembran a manos llenas ¡para que la "vida" se multiplique! Pero esta imagen es válida para cualquier vida humana: para los empresarios, médicos, profesores, programadores, artesanos, madres de familia, asistentas, artistas, sacerdotes, etc... hay que sembrar, hay que invertir sobre el porvenir.

Jesús es consciente de estar haciendo esto: siembra. Emprende una gran obra que tiene porvenir. El "Reino de Dios" comienza; como un gran tiempo de siembra.

-De noche y de día, duerma o vele, la semilla germina y crece sin que él sepa cómo. Por sí misma la tierra da fruto, primero la hierba, luego la espiga, enseguida el fruto que llena la espiga, y cuando el fruto está maduro, se mete allí la hoz, porque la mies está en sazón. Marcos es el único que nos relata esta maravillosa, corta y optimista parábola del "grano-que-crece-solo" ¡Releedla! Dejaos llevar por su alegre movimiento.

Sí, todo reside en la vitalidad de la semilla: el germen es una potencia concentrada, formidable, invencible... pero menuda, escondida y aparentemente frágil. Desde que la semilla ha sido arrojada a la tierra, comienzan en lo secreto, una serie de maravillas. Poco importa que el campesino se preocupe o no, por ello; en último término, la cosa no depende ya de él.

De esa manera, dijo Jesús, el Reino de Dios es como una semilla viva. Sembrada en un alma, sembrada en el mundo, crece con un lento, imperceptible, pero continuo crecimiento. Incluso inapercibida, y no verificable aún, la vida progresa y no abdica jamás.

¿Qué quieres decirme, Señor, a mí, hoy, a través de estas palabras de esperanza? ¿A qué me invitas?

-¿A qué podemos comparar el "Reino de Dios"? A un "grano de mostaza ... que cuando se siembra en la tierra es la más pequeña de todas las semillas del mundo. Pero sembrado, crece y se hace más grande que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo pueden abrigarse a su sombra.

Basta releer y repetir estas palabras y estas imágenes para hacer una auténtica oración. Imaginar que salen de la mente, del corazón, de los labios de Jesús. Aplicarlo a la Historia: en ese momento, Jesús estaba solo, a orillas del lago, con doce hombres y algunos oyentes galileos... y la "pequeña semilla" de ese día ha llegado a ser un árbol grande, ha llegado hasta los extremos de la tierra. Pienso en la Iglesia, en su pequeñez y fragilidad. Pienso en mi propia vida espiritual, tan débil y "pequeña". ¡Releo tu promesa, Señor! Aplico eso también a mis empresas humanas o apostólicas, a mis desalientos, a mis riesgos de abandono. Y vuelvo a leer su parábola de esperanza. ¡Gracias, Señor! Gracias Marcos, por habérnosla relatado.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 294 s.


3-2.

1. (año II) Hebreos 10,32-39

a) La página de hoy nos hace conocer un poco más las circunstancias que rodeaban a los destinatarios de la carta. Se ve que empezaron su vida cristiana con mucho fervor, pero ahora les faltaba constancia.

Eso que al principio no les había sido nada fácil seguir a Cristo: el autor habla de combates y sufrimientos, insultos, tormentos y confiscación de bienes. Pero se ve que lo soportaron muy bien y además eran capaces de compartir el dolor de los demás en una admirable solidaridad.

Ahora el autor les tiene que decir que no pierdan el fervor de los primeros días. Si siguen con valentía verán la salvación. Si se acobardan, lo perderán todo.

b) Se nos invita a nosotros a ser constantes, a ser valientemente cristianos en medio de un mundo hostil. No somos los primeros en sufrir contradicción y dificultad en el seguimiento de Cristo. Con la diferencia de que nosotros no hemos llegado probablemente a esos insultos y torturas, encarcelamientos y confiscación de bienes. Ha habido otros muchos cristianos no sólo valientes. sino héroes en su fidelidad a Cristo.

Todos nos cansamos, y nos disminuye el fervor primero, y los ideales no brillan siempre igual. Nos debe dar ánimos en nuestra lucha de cada día. por una parte, el recordar los inicios (de nuestra vida cristiana, o religiosa, o matrimonial), cuando éramos capaces de soportarlo todo con amor y con ideales convencidos y por otra, mirar hacia el premio futuro.

1. (año II) 2 Samuel 11,1-10.13-17

a) Hoy leemos una página bochornosa de la vida de David: su doble y vil pecado de adulterio y de asesinato. Ciertamente el episodio es una mancha vergonzosa en la imagen de este gran rey. La Biblia no es «apta para menores»: no nos narra sólo las páginas edificantes, sino también las impresentables.

En el camino de David hacia el trono hubo muchos muertos, no justificados ni siquiera por el contexto de la guerra. Pero nada de lo anterior es comparable con la manera tan traicionera, llena de sangre fría y cálculo interesado, como se deshizo del marido de la mujer con la que había pecado.

b) Los personajes del AT que vamos encontrando en nuestras lecturas (como los del NT) son pecadores y débiles. Pero también desde su pecado nos resultan instructivos. Nos vemos retratados en ellos porque también nosotros somos débiles y tenemos fallos.

También los puntos negativos de la Historia de Salvación nos ayudan a entender los planes de Dios y a ponernos en guardia sobre los peligros que también a nosotros nos acechan.

Por otra parte esto nos resulta consolador. Aun los grandes hombres, como ahora David y luego Pedro, le fallan a Dios en cosas muy graves. Y no por ello les abandona Dios, y ellos saben recibir con gratitud el perdón, se rehacen en su vida y siguen sirviéndole en la misión que les ha encomendado.

En la lista genealógica de Jesús aparecen algunas personas nada recomendables. Pero son su familia. Se ha encarnado en una humanidad no ideal o angélica, sino normal y débil. Entre estos antepasados de Jesús no falta Betsabé, con la que pecó David, la madre de Salomón. «No he venido para los justos, sino para los pecadores».

2. Marcos 4,26-34

a) Otras dos parábolas tomadas de la vida del campo y, de nuevo, con el protagonismo de la semilla. que es el Reino de Dios.

La primera es la de la semilla que crece sola, sin que el labrador sepa cómo. El Reino de Dios, su Palabra, tiene dentro una fuerza misteriosa, que a pesar de los obstáculos que pueda encontrar, logra germinar y dar fruto. Se supone que el campesino realiza todos los trabajos que se esperan de él, arando, limpiando, regando. Pero aquí Jesús quiere subrayar la fuerza intrínseca de la gracia y de la intervención de Dios. El protagonista de la parábola no es el labrador ni el terreno bueno o malo, sino la semilla.

La otra comparación es la de la mostaza, la más pequeña de las simientes, pero que llega a ser un arbusto notable. De nuevo, la desproporción entre los medios humanos y la fuerza de Dios.

b) El evangelio de hoy nos ayuda a entender cómo conduce Dios nuestra historia. Si olvidamos su protagonismo y la fuerza intrínseca que tienen su Evangelio, sus Sacramentos y su Gracia, nos pueden pasar dos cosas: si nos va bien, pensamos que es mérito nuestro, y si mal, nos hundimos.

No tendríamos que enorgullecernos nunca, como si el mundo se salvara por nuestras técnicas y esfuerzos. San Pablo dijo que él sembraba, que Apolo regaba, pero era Dios el que hacia crecer. Dios a veces se dedica a darnos la lección de que los medios más pequeños producen frutos inesperados, no proporcionados ni a nuestra organización ni a nuestros métodos e instrumentos. La semilla no germina porque lo digan los sabios botánicos, ni la primavera espera a que los calendarios señalen su inicio. Así, la fuerza de la Palabra de Dios viene del mismo Dios, no de nuestras técnicas.

Por otra parte, tampoco tendríamos que desanimarnos cuando no conseguimos a corto plazo los efectos que deseábamos. El protagonismo lo tiene Dios. Por malas que nos parezcan las circunstancias de la vida de la Iglesia o de la sociedad o de una comunidad, la semilla de Dios se abrirá paso y producirá su fruto. Aunque no sepamos cómo ni cuándo. La semilla tiene su ritmo. Hay que tener paciencia, como la tiene el labrador.

Cuando en nuestra vida hay una fuerza interior (el amor, la ilusión, el interés), la eficacia del trabajo crece notablemente. Pero cuando esa fuerza interior es el amor que Dios nos tiene, o su Espíritu, o la gracia salvadora de Cristo Resucitado, entonces el Reino germina y crece poderosamente.

Nosotros lo que debemos hacer es colaborar con nuestra libertad. Pero el protagonista es Dios. El Reino crece desde dentro, por la energía del Espíritu.

No es que seamos invitados a no hacer nada, pero si a trabajar con la mirada puesta en Dios, sin impaciencia, sin exigir frutos a corto plazo, sin absolutizar nuestros méritos y sin demasiado miedo al fracaso. Cristo nos dijo: «Sin mí no podéis hacer nada». Sí, tenemos que trabajar. Pero nuestro trabajo no es lo principal.

«No renunciéis a vuestra valentía, que tendrá una gran recompensa» (1ª lectura, I)

«Encomienda tu camino al Señor, confía en él y él actuará» (salmo, I)

«Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa» (salmo, II)

«Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa» (salmo, II)

«La semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4.
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 87-90


3-3.

Primera lectura: 2 de Samuel 11, 1-4a.5-10a.13-17
Te has burlado de mí casándote con la mujer de Urías.

Salmo responsorial: 50, 3-4.5-6a.6bc-7.10-1
Misericordia, Señor, que hemos pecado.

Evangelio: San Marcos 4, 26-34
Echa simiente, duerme, y la semilla va creciendo sin que él sepa cómo.

La lectura del evangelio de hoy nos presenta dos parábolas. La primera nos habla de una semilla que después de ser sembrada, se desarrolla por sí misma, sin que el sembrador esté encima de ella. La otra parábola compara el Reino de Dios con una semillita que, a pesar de su pequeñez, se convierte en árbol grande. A ambas parábolas las une una misma realidad: El Reino, fuerza de Dios, está más allá tanto de las habilidades del evangelizador como de la debilidad de los evangelizados. Es el mismo Dios quien se hace presente, superando la acción humana y la insignificancia de la semilla. El Reino, aunque se apoye en el ser humano, no recibe su fuerza del mismo.

Cuando Jesús hizo estos planteamientos, seguramente sus oyentes se escandalizaron y el escándalo llegó a la capital del poder, representada en Jerusalén, su templo, su Sanedrín y su clase sacerdotal. Los que detentaban el poder no podían imaginarse que podían quedar marginados de los planes del futuro Mesías. Sin embargo, Jesús les afirmaba lo contrario: que el Reino de Dios nacía de los pobres, de los marginados, de los pecadores, es decir, del desecho de la sociedad... que los poderosos, empezando por los del templo, tenían que cambiar de vida... que los ricos debían compartir con los pobres sus riquezas, para así devolverles lo que habían robado.

Lo cierto era que el Reino que Jesús presentaba rompía con los esquemas tradicionales a los que la clase dirigente había acostumbrado al pueblo. Lo que Jesús proponía era simplemente su propia experiencia de Reino. El se sabía campesino, galileo, alejado del poder central, laico, sin ninguna clase de poder... Pero también experimentaba que Dios contaba con él y con los empobrecidos, los marginados, las prostitutas, los pecadores. El y sus compañeros de primera hora experimentaban algo que les llenaba de un sentimiento inefable: Dios había tomado el tamaño de su pequeñez, la dimensión de su pobreza, para establecer su Reino.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-4.

Hb 10, 32-39: Recuerden sus primeros tiempos, cuando Vds. acababan de ser iluminados.

Sal 36, 3-6.23-24.39-40

Mc 4, 26-34: La semilla que crece por sí sola. Parábola del grano de mostaza.

Dos parábolas para la confianza y el optimismo. El Reino también cuida de sí mismo. No depende sólo de nosotros, tan pelagianos. No, la semilla está viva, y crece independientemente de quién la echó al surco. Ya sea que vigilemos o durmamos, el Reino n o duerme, sino que vigila, y crece...

La parábola del grano de mostaza abunda en la misma línea: hemos de tener también confianza en nuestro trabajo por el Reino, que aunque parezca pequeño se va a extender como el árbol más frondoso...

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-5.

Hebreos 10, 32-39: No perder la confianza

Salmo responsorial: 36, 3-11

Marcos 4, 26-34: La semilla brota siempre

Por lo que oímos en esta lectura de la carta a los Hebreos, la comunidad destinaria había experimentado ya la persecución y había dado muestras de firmeza y de solidaridad fraterna en medio de encarcelamientos, confiscaciones, torturas, escarnios públicos. Esa ha sido la constante de las más auténticas comunidades cristianas a lo largo de los siglos, y ellas lo soportaban todo con valentía, con esperanza, fijando la mirada en la pasión de Cristo, el primer mártir de la causa de la justicia, la paz, la misericordia y el perdón. Pero no solamente en el pasado han habido mártires y comunidades cristianas perseguidas. Allí donde más auténticamente se predica y se vive el Evangelio, allí se suscitan inmediatamente las persecuciones por parte de los poderes de este mundo: en América Latina, en Asia y Africa, incluso en los países desarrollados, allí en donde haya cristianos de verdad, por todas partes se suscita la calumnia, el hostigamiento, incluso los encarcelamientos, las torturas y las muertes. La lista de los mártires cristianos de nuestros días es tan extensa como la de los primeros siglos. ¿Acaso no recordamos a Monseñor Oscar Romero mártir en el Salvador? ¿Y a los jesuitas de la principal universidad de ese país, Ignacio Ellacuría y sus compañeros, mártires? ¿Y a los trapenses degollados por el fanatismo en Argelia? También años atrás, fue baleado el promotor de los derechos humanos, Martín Luter King, en Estados Unidos. Y tantos y tantos otros nombres y circunstancias que podríamos añadir a la lista dolorosa y sangrienta. Pero, así como en el pasado la persecución y el martirio no pudieron acallar el Evangelio, así tampoco ahora los cristianos se arredran, y continúan su camino de fidelidad a Jesucristo, pase lo que pase. Valentía, constancia, fe, son las palabras que caracterizan a los mártires y perseguidos de todos los tiempos. Esas mismas actitudes las deberíamos asumir nosotros en la vivencia del Evangelio, en nuestra comunidad, para hacernos dignos de una parte al menos del honor y la gloria de los mártires.

Hoy escuchamos otras dos parábolas, de las cuatro que trae el evangelio de Marcos. Dos parábolas acerca del Reino de Dios, con imágenes tan simples como la de una semilla que crece por sí misma en el seno de la tierra, sin que el labrador pueda hacer nada para acelerar o retardar el proceso; o como la parábola del poquito de levadura que una mujer pone en la masa, que llega a fermentarla toda. Las parábolas son uno de los elementos más característicos de las enseñanzas de Jesús, capaces en su simplicidad de quedar para siempre impresas en la memoria, y de provocar en quien las oye la extrañeza, la admiración, la pregunta que quieren suscitar. En la primera lectura se nos hablaba de persecuciones. Las parábolas del Reino nos hablan de su secreto crecimiento, de su influjo silencioso, como el de la semilla y el de la levadura. El Reino de Dios que predicó Jesús no es más que el ejercicio, la puesta en marcha, de su soberanía sobre el mundo y la historia; fundamentalmente en favor de los pobres, los enfermos, los afligidos, los débiles. los pecadores...

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-6.

¿No es ésta la más pequeña de entre todas las semillas? Y aún así es el más grande de todos los arbustos. Así es la vida interior, y Cristo nos la ha dado ha conocer de esa misma manera.

Lo único que se tiene que hacer para poseer ese magnifico arbusto es cultivar esa pequeña semillita hasta que crezca totalmente. Así la vida interior, en un principio es como una pequeña semilla, posteriormente, dentro de nuestro corazón, crece tanto que llena todo el corazón. Es como el amor que da verdadera felicidad, es tan pequeño al inicio que hay que irlo cultivando para que crezca y se fortalezca. Poco a poco éste se hace más fuerte hasta que se mantiene en pie por sí solo, pero sigue siendo frágil, porque cualquier hachazo puede derribarlo, por lo tanto necesita un cuidado continuo.

Esto es lo que hay que hacer con la vida interior, cuidarla cuando este bien crecidita, para que ningún hacha o sierra eléctrica nos lo vaya a echar para abajo

P. José Rodrigo Escorza


3-7. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

El miércoles os dije que hoy continuaría la historia de las crisis del capítulo 4. La parábola del sembrador apela a nuestra responsabilidad. Nos ofrece una respuesta, pero nos crea una nueva crisis a la que podríamos denominar precisamente "la crisis de la responsabilidad". Si la eficacia de la palabra depende, en una medida tan grande, de nuestra respuesta, ¡estamos apañados! Fiar tanto a seres tan débiles como nosotros supone desconocer la naturaleza humana. A Jesús no se le puede tildar de ingenuo. La parábola de la semilla que crece sola es un hermoso complemento. A nosotros se nos pide una acogida en buena tierra. Nada más. La Palabra, como la semilla, tiene su fuerza interna. Cuando es acogida, ella misma va germinando. No es preciso, pues, que nos angustiemos queriendo tener una respuesta inmediata para todo. El hombre ansioso no es un hombre de fe. Pero hay una parabolilla más que completa el capítulo. Es una parabolilla minúscula, como corresponde al contenido que comunica: es la parábola de la semilla de mostaza. Detrás de ella descubrimos una nueva crisis discipular: la de la irrelevancia. Da la impresión de que lo que seguimos a Jesús somos "cuatro gatos". En Europa esta impresión es mucho más fuerte que en América. Al paso que van las cosas, ¿se vaciarán las iglesias dentro de unos pocos años? ¿Quedará reducido Jesús al papel de un líder histórico, como el viejo y barbudo Marx? La parábola tiene su gracia porque nos coloca frente al fenómeno de la desproporción. Igual que no hay proporción entre la diminuta semilla de la mostaza (que ocupa como una cabeza de alfiler) y la planta desarrollada (que puede llegar a medir cerca de tres metros), así sucede con el Reino de Dios. Lo que importa es que haya autenticidad. Dios nos sorprende sacando fuerza de lo débil, confundiendo a los sabios y entendidos, haciendo de la fragilidad su propio testimonio. Como le gusta repetir a Juan Pablo II en varios contextos: "A nosotros no se nos pide el éxito sino la fidelidad".

Por cierto, esta frase le hubiera venido muy bien a David, enredado en un lío de faldas, que lo convierte en artista invitado de una película porno. En realidad, el gran pecado de David no es tanto un asunto sexual cuanto la manipulación innoble que ejerce sobre las personas, la utilización de su poder real para satisfacer sus deseos vulnerando los derechos de los demás. El David que traiciona a su amigo Urías y que se acuesta con su mujer es el mismo David que baila ante el arca y que se dirige a Yavé en términos conmovedores. La tradición pone en sus labios el salmo 50 como expresión de un corazón contrito. Como dicen los italianos, "se non è vero, è ben trovato". El salmo 50, que proclamamos hoy como salmo responsorial, tiene una hondura que no tiene el pecado al cual supuestamente responde. Es un precioso canto a la misericordia de Dios que puede volver nuestro corazón "más blanco que la nieve". ¿Por qué nos sentimos tan a gusto recitándolo todos los viernes? Parece estar compuesto para cada uno de nosotros. Bordeando un poco lo razonable, ¡bienvenido el pecado que ha merecido la producción de algo tan hermoso y verdadero como el salmo 50 y que tanto nos ayuda a expresar con palabras una de las más hondas experiencias del creyente pecador!

Vuestro amigo.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


3-8. CLARETIANOS 2003

Cerramos el mes con la memoria de un hombre “casi” de nuestro tiempo: San Juan Bosco. Miles de hombres y de mujeres han encontrado en él un modo “amable” de vivir el evangelio entre los niños y los jóvenes. Herederos de su carisma, quieren vivir hoy una verdadera misión joven.

Para que la misión de todos nosotros sea también joven, la liturgia de hoy nos propone tres rasgos: valentía y constancia (carta a los hebreos) y confianza en la acción de Dios (evangelio de Marcos).

A menudo nos quejamos de que es difícil vivir la fe en una sociedad como la nuestra. Puede ser. Nos cansamos de mantener la lámpara encendida. Pero, ¿acaso no son estas las circunstancias en las que la fe se acrisola? ¿Cuándo será fácil vivir la fe? Nunca, porque la fe es una victoria contra un enemigo que nos acompañará siempre: la desconfianza, el repliegue sobre nosotros mismos. Por eso la carta los hebreos nos dice: No renunciéis a vuestra valentía, que tendrá una recompensa. Sabe que esto es posible porque nosotros no somos gente que se arredra para su perdición, sino hombres de fe para salvar el alma.

Naturalmente, este coraje no nace de nuestras fuerzas sino de una profunda confianza en que el Señor hace que la semilla crezca. Los mismos que trabajamos de día con sentido de la responsabilidad podemos dormir tranquilamente de noche. No sostenemos el mundo con nuestros hombros. Esta síntesis de responsabilidad y confianza es uno de los mejores signos del paso de Dios por nuestra vida.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


3-9. 2001

COMENTARIO 1

ELECCION Y MISION DE LOS SETENTA

«Después de esto, el Señor designó a otros Setenta» (10, la). En paralelo con la elección y misión de los Doce, Lucas, y solamente él, narra la designación y la misión de los Setenta. Puede muy bien afirmarse que esta segunda llamada es una creación de Lucas. Los evangelistas son muy libres no sólo en la elección de los materiales, sino en la creación de nuevas situa­ciones, escenas o discursos, con tal de adaptar el anuncio del mensaje a la nueva situación que viven sus comunidades, al tiempo que reflejan los problemas del presente. No redactan una crónica, con noticias como las que nos sirven los periódicos, la radio o la televisión. Quieren comunicar una «buena noticia» (¡de malas noticias ya tenemos bastantes!), una noticia que les ha afectado profundamente y que se ha traducido en una expe­riencia de vida. Por eso Lucas, una vez que ha sido proclamada la buena noticia de Jesús a hombres que no tenían nada que ver con el judaísmo y ha encontrado entre los paganos una acogida sin igual, trata de averiguar los motivos que han producido ese impacto situando la escena -mediante el procedimiento literario del doblete- en el tiempo de Jesús. Se anticipa así la respuesta que éste habría dado, si hubiese estado presente, ante aquella situación completamente nueva. En el fondo, es una muestra fehaciente de la conciencia que tiene la comunidad de que Jesús está vivo y de que sigue hablándole, como decía san Ignacio, el obispo de Siria, a los cristianos de Efeso: «Vosotros no hagáis caso a nadie más que a Jesús Mesías, que sigue hablándoos realmente» (Ef 6,2).

Valiéndose de la misión de los Doce (6,13) como de paradig­ma, Lucas redacta ahora una nueva bajo el signo de la universa­lidad, a fin de dar perfiles definidos a la nueva llamada de discí­pulos que acaba de realizar en territorio samaritano (9,57-62). La misión de los Doce, tanto en territorio judío (9,1-10) como en territorio samaritano (9,52-53) -si bien, como es obvio, por razones opuestas-, ha sido un verdadero fracaso. Jesús, sin embargo, no se desanima. «Después de esto», de la llamada de nuevos discípulos (tres también -cf 5,1-11-, pero anónimos), «designó el Señor a otros Setenta», además de los Doce. Mientras aquéllos ejemplificaban el nuevo Israel (las doce tribus), los se­tenta tenían que representar la nueva humanidad (según el cóm­puto judío, las naciones paganas eran en número de setenta). «El Señor» hace referencia al Resucitado. (La variante «Setenta y dos», contenida en numerosos manuscritos y adoptada por muchos traductores, constituye un intento de reconducir la aper­tura a la universalidad, esbozada en el número «siete/setenta», al recinto de Israel, delimitado por un múltiplo de «doce» [6 x 12 = 72].)



LA MISION DE LOS SETENTA, UN EXITO SIN PRECEDENTES

Jesús los envía «de dos en dos» (10,1b), formando un grupo o comunidad, con el fin de que muestren con hechos lo que anuncian de palabra. «La mies es abundante y los braceros po­cos» (10,2a). La cosecha se prevé abundante, el reinado de Dios empieza a producir frutos para los demás. Cuando se comparte lo que se tiene, hay de sobra: ésta es la experiencia del grupo de Jesús. No hacen falta explicaciones ni estadísticas: la presencia de la comunidad se ha de notar por los frutos abundantes que produce. Faltan braceros, personas que coordinen las múltiples y variadas actividades de los miembros de la comunidad, anima­dores y responsables, para que los más necesitados participen de los bienes que sobreabunden. Restringir el sentido de «brace­ros» a sacerdotes, religiosos o misioneros es empobrecer el texto y la mente de Jesús. Es necesario que haya gente, seglares o no, que tengan sentido de comunidad, que velen para que no se pierda el fruto, que lo almacenen y lo repartan. La comunidad ha de pedir que el Señor «mande braceros a su mies» (10,2b). Pedir es tomar conciencia de las grandes necesidades que nos rodean y poner los medios necesarios, quiere decir confiar en que, si se está en la línea del plan de Dios, no puede haber paro entre las comunidades del reino.



EL RIESGO DE SER ENVIADO

«¡Id! Mirad que os envío como corderos entre lobos» (10,3). Toda comunidad debe ser esencialmente misionera. La misión, si se hace bien, encontrará la oposición sistemática de la sociedad. Esta, al ver que se tambalea su escala de valores, usará toda clase de insidias para silenciar a los enviados, empleando todo tipo de procedimientos legales. Los enviados están indefensos. La defensa la asumirá Jesús a través del Espíritu Santo, el Abogado de los pobres. «No llevéis bolsa ni alforja ni sandalias» (10,4a). Como en la misión de los Doce, Jesús insiste en que los enviados no confíen en los medios humanos. Han de compartir techo y mesa con aquellos que los acogen, curando a los enfermos que haya, liberando a la gente de todo aquello que los atormente (vv. 5-9a). La buena noticia ha de consistir en el anuncio de que «Ya ha llegado a vosotros el reinado de Dios» (10,9b). Empieza un orden nuevo, cuyo estallido tendrá lugar en otra situación. El proceso, empero, es irreversible. La comunidad ya tiene expe­riencia de ello.



COMENTARIO 2

La misión cristiana es una tarea encomendada a todos los seguidores de Jesús y no solamente a sus primeros discípulos. A su realización están llamados todos los cristianos que deben hacer del anuncio del Reino la preocupación fundamental de su vida.

Las condiciones para desempeñar adecuadamente esta tarea se mantienen a lo largo del tiempo: para nosotros como para los que siguieron a Jesús desde Galilea o para los que lo hicieron en un momento posterior, sigue vigente el mismo camino. Un camino de desprendimiento de los propios intereses, desprendimiento del que debe ser consciente cada nuevo misionero que recibe el mismo mandato de Jesús. Y un camino que se abre a dos posibilidades reales: aceptación o rechazo de los que oyen el mensaje.

Pero el mismo mandato debe hacerse realidad en ámbitos siempre más amplios. Ya los llamados en la subida de Jerusalén, después de los comienzos de Jesús en Galilea, debieron comprender que el escenario de los "pueblos" (cf Lc 9, 6) debía convertirse en el escenario de "todas las ciudades y lugares" adonde Jesús debía ir. Por ello la fidelidad debe ser actuada de manera creativa en cada ocasión, momento o circunstancia.

Por ello la fidelidad sólo puede brotar de una contemplación de la abundancia de la cosecha y de una profunda comunión con el Dueño de la cosecha. De allí que la fidelidad debe traducirse en preocupación constante por la expansión de la Buena Noticia, capaz de superar todo exclusivismo que quiera mantener la tarea ligada a los propios intereses o a las propias concepciones culturales o ideológicas.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-10 2002

COMENTARIO 1

vv. 26-29 Y siguió diciendo: "Así es el reinado de Dios, como cuando un hombre ha lanzado la semilla en la tierra; duerma o esté despierto, de noche o de día, la semilla germina y va creciendo sin que él sepa cómo. Por sí misma la tierra va produciendo el fruto: primero hierba, luego espiga, luego grano repleto en la espiga. Y cuando el fruto se entrega, envía en seguida la hoz, porque la cosecha está ahí".

Jesús se dirige de nuevo a la multitud, y expone en dos parábolas el secreto del Reino, los dos aspectos o etapas del reino de Dios. En la primera parábola propone el aspecto individual: el hombre se realiza mediante un proceso interno de asimilación del mensaje, que culmina en la disposición a la entrega total (el fruto = el hombre, se entrega). La siembra se hace en la tierra, indicando la universalidad (cf. 2,10), y el que siembra debe respetar ese proceso interior (sin que él sepa cómo). La siega significa el momento en que el individuo se integra plenamente en la comunidad, tanto en su fase terrestre como en su fase final (cf. 13,27).

vv. 30-32 Y siguió diciendo: " ¿Con qué podríamos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza, que, cuando se siembra en la tierra, aun siendo la semilla más pequeña de todas las que hay en la tierra, sin embargo, cuando se siembra, va subiendo, se hace más alta que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden acampar a su sombra".

En la segunda parábola expone el aspecto social del Reino: a partir de mínimos comienzos ha de extenderse por todo el mundo, pero sin el esplendor ni magnificencia que son los emblemas del poder dominador y que el judaísmo, basándose, entre otros textos, en Ez 17,22-24 ("el cedro frondoso") esperaba para el futuro de Israel. No hay continuidad con el pasado (semilla nueva, no esqueje del antiguo cedro, como en Ez). Tampoco se planta en un monte alto como en el texto profético, sino en la tierra, indicando universalidad; el resultado será una realidad de apariencia modesta, pero que ofrecerá acogida a todo hombre que busca libertad (los pájaros del cielo). El Reino, por tanto, excluye la ambición de triunfo personal y de esplendor social.

vv. 33-34 Con otras muchas parábolas del mismo estilo les exponía el mensaje, a la manera como podían oírlo, y no se lo exponía más que en parábolas, pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo aparte.

Jesús trabaja pacientemente con la multitud y continúa exponiéndole el mensaje con otras parábolas. El grupo de discípulos (4,10: los Doce), que no abandona la ideología del judaísmo, sigue sin entender, está a la altura de los de fuera. Jesús no los abandona, les explica el significado de las parábolas que habrían debido comprender por sí mismos. El otro grupo ya no aparece: después de la exposición anterior de Jesús, ha entendido el secreto del Reino y se ha independizado ideológicamente de los Doce.


COMENTARIO 2

La persona que siembra el mensaje es solamente responsable del acto de sembrar; la asimilación de este mensaje es responsabilidad de la tierra, es decir, del sujeto que lo recibe, y esto supone un proceso íntimo y personal que hay que respetar y que no se puede forzar. El desarrollo de la semilla en la tierra (la asimilación del mensaje por el ser humano) es gradual. Y cuando el fruto se entrega (cuando el grano está maduro), envía enseguida la hoz porque la cosecha está ahí. Esta hoz no es figura de ruina como en el libro de Joel (4,13 LXX), sino de la salvación de las naciones en las que se ha esparcido el mensaje.

El Reino de los cielos se parece a un grano de mostaza, que llega a sobresalir por encima de las hortalizas... Esta segunda semejanza debe curarnos para siempre en salud a los cristianos y quitarnos los sueños de grandeza, la añoranza de poder, el deseo de destacar y dominar sobre los demás. La parábola del grano de mostaza opone la semilla más pequeña no a un árbol, sino a una hortaliza que echa ramas grandes y se hace más alta que las otras hortalizas. Esta no procede de un esqueje de otro árbol, sino de una semilla pequeña e insignificante: es algo totalmente nuevo; no llegará a ser un cedro del Líbano ni se plantará en un monte encumbrado, como anunciaba la profecía de Ezequiel, sino en un huerto. Pero eso sí, servirá, a su manera, para dar cobijo a los pájaros del cielo, a los que no tienen donde cobijarse.

La comunidad de Jesús o Reino de Dios es una comunidad humana de comienzos insignificantes y que, incluso en su máximo desarrollo, carecerá de esplendor mundano. Renuncia a la grandeza, pero no a la acogida. El aspecto social del reino de Dios contradice todas las expectativas de gloria del judaísmo. Nuestras comunidades y la iglesia como comunidad de comunidades, necesitan una cura de modestia y sencillez.

1. J. Mateos-F. Camacho, Marcos. Texto y Comentario. Ediciones El Almendro. Córdoba

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-11. ACI DIGITAL 2003

26. Esta pequeña y deliciosa parábola, exclusiva del evangelista Marcos nos enseña la eficacia propia que por acción divina tiene la Palabra de Dios, con sólo dejarla obrar en nuestra alma sin ponerle obstáculos. Cf. Juan 17, 17 y nota: "Santifícalos en la verdad: la verdad es tu palabra. Vemos aquí hasta qué punto el conocimiento y amor del Evangelio influye en nuestra vida espiritual. Jesús habría podido decirle que nos santificase en la caridad, que es el supremo mandamiento. Pero Él sabe muy bien que ese amor viene del conocimiento. De ahí que en el plan divino se nos envió primero al Verbo, o sea la Palabra, que es la luz; y luego, como fruto de Él, al Espíritu Santo que es el fuego, el amor".

29. Muy apropiada es esta parábola para suprimir en los ministros del evangelio la vanagloria; al mismo tiempo les inspira confianza, puesto que el éxito no depende de ellos sino de la gracia divina (Simón Prado). Véase Juan 17, 20; I Cor. 3, 7.

30. Véase Mat. 13, 31 s.; Luc. 13, 18 s.


3-12. 2004 SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

En las parábolas, se refleja una experiencia muy humana: hay que trabajar con paciencia y constancia para cosechar los frutos de la tierra. Jesús nos manifiesta claramente los secretos del reino que nos quiere enseñar. Nos habla del Reino de Dios, comparándolo con la semilla que el sembrador pone en la tierra y que crece por sí misma, porque posee todas las condiciones para su desarrollo.

Ese Reino de Dios ya está aquí, en medio de nosotros, ya crece como la semilla oculta en la tierra, como la casi microscópica semilla de mostaza. No viene con el estrépito de la propaganda, ni con derroche de medios y de fuerza. No es como las grandes empresas del mercado y de los medios de comunicación, planeadas para producir jugosos dividendos a unos pocos. El Reino de Dios crece en secreto en nuestro mundo, alimentado por el mismo Dios, que lo pone en el corazón de los creyentes como una semillita que, poco a poco, da abundantes cosechas de solidaridad y de servicio entre los pobres y que echa ramas en las que pueden cobijarse todos los desamparados de este mundo.

Estas dos bellas parábolas pueden alimentar y afianzar nuestra esperanza. No importan los aparentes fracasos, las grandes dificultades, la desproporción entre la escasez de nuestros medios de evangelización, y la abundancia y gravedad de los problemas que debemos enfrentar. Es el mismo Dios Padre el que hace crecer y germinar su Reino, a veces por caminos misteriosos y desconocidos para nosotros.


3-13. DOMINICOS 2004

Misericordia, Señor, hemos pecado

Si tus ojos te sirven de escándalo, arráncatelos. No cieguen tu corazón.
Si nuestros ojos, como los ojos de David, ven y apetecen sin honor a la mujer, el dinero y el poder, crean su propia ruina.
Señor, Dios nuestro, no mires nuestras maldades, y ten piedad.

El libro de Samuel continúa hoy con un relato estremecedor. El relato de las pasiones humanas, del abuso de poder, de la humillación del desvalido...

Los personajes en escena son el rey David, el soldado Urías, y la mujer Betsabé. Dos cómplices y una víctima inocente. La pasión carnal y el dinero se ponen frente a la honestidad de un esposo-soldado que se encuentra sin defensa de su dignidad de esposo, y que camina a la muerte siendo inocente.

¡Cuántas injusticias, atropellos, liviandades, muertes, se estarán cometiendo en este mismo día sin que las víctimas inocentes tengan en el mundo una palabra en su defensa!

¿Cómo no vamos a necesitar que Dios sea Dios, más allá de nuestras injusticias?


La luz de la Palabra de Dios
Segundo libro de Samuel 11, 1-4. 5-10. 13-17:
“El año siguiente, en la época en que los reyes van a la guerra, David envió a Joab con sus oficiales a devastar la región de los amonitas... Él se quedó en Jerusalén; y un día, al atardecer..., vio desde la azotea a una mujer bañándose... Pregunto por ella y le dijeron que era Betsabé, esposa de Urías, el hitita.

David mandó que se la trajeran..., abusó de ella y quedó encinta... Al tener noticia del embarazo, David dio orden a Joab para que le enviase a Urías, el hitita...

Urías vino. Lo recibió David, y luego lo reenvió a Joab con este mensaje: “Pon a Urías en primera fila, donde sea más recia la lucha, y retiraos dejándolo sólo, para que lo hieran y muera...”


Evangelio según san Marcos 4, 26-34:
“En aquel tiempo decía Jesús a las turbas el Reino de los cielos se parece en su dinamismo a un ciclo de producción de cosecha en el campo. El sembrador arroja la semilla, que es recibida en el campo, y, tras su trabajo, duerme en la noche, y se levanta a la mañana.

Sin él hacer más, la semilla germina, va creciendo.., y, al final, la tierra ofrece su cosecha en tallos, espiga y granos. Y cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega...”.



Reflexión para este día
¡Ciego corazón del hombre y campo estéril!
En el espejo del pasional rey David podemos mirarnos todos, cada cual desde sus circunstancias concretas. Cuando no controlamos las pasiones que siempre van con nosotros, ellas son fuego y fuerza que nos impulsa al mal.

La vida de una persona, sin claridad mental, sin capacidad rectora por parte de la inteligencia y voluntad, es pasto de turbaciones y ceguera. Y la lección de la ceguera pasional ya sabemos a dónde nos lleva: a programar incluso la muerte de quien puede ser un obstáculo para la satisfacción de nuestros deseos carnales, egoístas.

Es verdad que, en el caso de David, llegó después el Miserere con súplica de perdón. Pero ya era tarde para Urías. Éste no volvió a la vida y a la felicidad que ella comportaba.

Frente a desvaríos pasionales y a cegueras, pongamos la reflexión y la doctrina de Jesús que Jesús. Sólo así seremos campo de sementera, y opción por el Reino de Dios.


3-14. 2004. Servicio Bíblico Latinoamericano

En las parábolas, se refleja una experiencia muy humana: hay que trabajar con paciencia y constancia para cosechar los frutos de la tierra. Jesús nos manifiesta claramente los secretos del reino que nos quiere enseñar. Nos habla del Reino de Dios, comparándolo con la semilla que el sembrador pone en la tierra y que crece por sí misma, porque posee todas las condiciones para su desarrollo.

Ese Reino de Dios ya está aquí, en medio de nosotros, ya crece como la semilla oculta en la tierra, como la casi microscópica semilla de mostaza. No viene con el estrépito de la propaganda, ni con derroche de medios y de fuerza. No es como las grandes empresas del mercado y de los medios de comunicación, planeadas para producir jugosos dividendos a unos pocos. El Reino de Dios crece en secreto en nuestro mundo, alimentado por el mismo Dios, que lo pone en el corazón de los creyentes como una semillita que, poco a poco, da abundantes cosechas de solidaridad y de servicio entre los pobres y que echa ramas en las que pueden cobijarse todos los desamparados de este mundo.

Estas dos bellas parábolas pueden alimentar y afianzar nuestra esperanza. No importan los aparentes fracasos, las grandes dificultades, la desproporción entre la escasez de nuestros medios de evangelización, y la abundancia y gravedad de los problemas que debemos enfrentar. Es el mismo Dios Padre el que hace crecer y germinar su Reino, a veces por caminos misteriosos y desconocidos para nosotros.


3-15.

El sembrador sabe que la semilla que cayó en tierra fértil necesitará de un tiempo para germinar. Es todo un proceso. Esa semilla irá creciendo poco a poco, nos toca a nosotros tener paciencia sin dudar, en ningún momento, que es una relación que está creciendo y que por más pequeña y frágil que parezca, será tan fuerte como ese árbol de mostaza. Dará, a su tiempo, los frutos necesarios para que se consolide el reino de Dios.

Dios nos bendice,

Miosotis


3-16.

¿No es ésta la más pequeña de entre todas las semillas? Y aún así es el más grande de todos los arbustos. Así es la vida interior, y Cristo nos la ha dado ha conocer de esa misma manera.

Lo único que se tiene que hacer para poseer ese magnifico arbusto es cultivar esa pequeña semillita hasta que crezca totalmente. Así la vida interior, en un principio es como una pequeña semilla, posteriormente, dentro de nuestro corazón, crece tanto que llena todo el corazón. Es como el amor que da verdadera felicidad, es tan pequeño al inicio que hay que irlo cultivando para que crezca y se fortalezca. Poco a poco éste se hace más fuerte hasta que se mantiene en pie por sí solo, pero sigue siendo frágil, porque cualquier hachazo puede derribarlo, por lo tanto necesita un cuidado continuo.

Quizá este fin de semana podría ser una buena idea echarse un clavado y bucear en el océano de nuestro interior.


3-17.

LECTURAS: 2SAM 11, 1-4. 5-10. 13-17; SAL 50; MC 4, 26-34

2Sam. 11, 1-4. 5-10. 13-17. De lo que son capaces los poderosos para apropiarse de lo que no es suyo, y para evitar ser descubiertos en sus desórdenes y desequilibrios personales. Ante los hombres parecerán justos, pero no ante Dios, pues Él conoce hasta lo más profundo de nuestros corazones. Cuesta permanecer fieles a Dios, especialmente cuando el corazón del hombre se encuentra inclinado hacia el mal desde su más tierna adolescencia. Por eso no podemos buscar nosotros mismos el peligro; y si el peligro sale a nuestro paso debemos centrarnos en Dios para que Él sea nuestra fortaleza, nuestra defensa, nuestra roca de salvación. Pero si cometemos algún error no tratemos de lavarlo a nuestro modo; no tratemos de justificarnos a costa de la destrucción de los inocentes, pues eso, en lugar de manifestarnos como salvadores nos manifestaría como sanguinarios, desequilibrados por el poder e incapaces de enfrentar nuestra propia vida. Que Dios nos conceda luz para saber reconocernos pecadores y nos dé sabiduría para saber confiar nuestra vida a Aquel que es el único que nos puede mantener firmes en el bien: nuestro Dios y Padre.

Sal. 50. Puestos de rodillas, humillados en la presencia de Dios golpeemos nuestro pecho diciéndole: Apiádate de mí, Señor, porque soy un pecador. Y Dios tendrá compasión de nosotros. Pues ¿quién de nosotros puede decir que no tiene pecado, si hasta el justo peca siete veces al día? Dios es rico en misericordia para cuantos lo invocan. Volvamos a Él; y sabiendo que lo hemos ofendido pidámosle que nos perdone, pues pecamos contra el cielo y contra Él y ya no merecemos llamarnos hijos suyos. Dios, por medio de la sangre de su Hijo, purificará nuestros corazones de todo pecado; nos revestirá de Cristo y nos hará nuevamente hijos suyos. No nos quedemos instalados en nuestras maldades. Si tenemos la esperanza de disfrutar de un mundo más fraterno, más justo, más en paz esforcémonos por hacerlo realidad entre nosotros. No importa lo que hayamos sido antes; lo único que importa es lo que haremos en el futuro de nuestra vida. Y Dios está dispuesto a ponerse de nuestro lado, pues Él, por darnos una vida nueva nos entregó a su propio Hijo. ¿Acaso necesitamos una prueba mayor para entender que Dios no quiere que nos sigamos destruyendo, sino que alcancemos en Él la plenitud de la vida?

Mc. 4, 26-34. Muchas veces nos sentamos a planear nuestro trabajo de evangelización. Armamos pláticas; adjuntamos dinámicas; ponemos un horario de trabajo apostólico; ponemos momentos fuertes de oración con quienes nos escucharán. Tal vez invitamos a vivir un encierro para encontrarnos con el Señor. Al paso del tiempo podemos angustiarnos porque vemos que el tiempo programado de trabajo está llegando a su fin y no se logran los frutos que, según nuestros planes, deberían darse con grandes conversiones, pues todo el teatro que armamos le debería haber movido el tapete a cualquiera. Tal vez algunos, más sensibles, respondan acercándose a Dios, y al rato los veamos nuevamente perdidos y desorientados en su vida. Hoy el Señor nos invita a sembrar; a sembrar con la humildad de quien sabe que la Semilla, que es la Palabra, hará su obra por la fuerza divina que posee, y no por la eficacia humana que nosotros queramos darle. Por eso el Evangelizador debe ser consciente de que es un colaborador de Dios y no el dueño que pueda manipular a su arbitrio la salvación. A pesar de que pareciera muy poco lo que pudiéramos hacer a favor del Reino, el Señor hará que germine, que crezca y que llene, incluso, toda la tierra para dar cobijo, resguardo, salvación, perdón, a todas las personas. Aprendamos a trabajar por el Evangelio sin querer violentar los caminos de Dios. Aprendamos a escuchar al Señor y a llevar su mensaje de salvación orando para que el Señor haga que su Palabra rinda abundantes frutos de salvación en aquellos que sean evangelizados. Entonces nosotros desapareceremos, y sólo el Señor recibirá la gloria que merece por el gran amor que nos ha tenido.

El Señor nos ha convocado en torno a Él en esta celebración Eucarística. Dios nos quiere a nosotros, quiere que entremos en Alianza de amor con Él. Antes que nada nosotros debemos ser los primeros en apropiarnos la conversión y la salvación que Dios nos ofrece. Si queremos que la Palabra de Dios llegue a los demás no sólo como información, sino como testimonio de vida, debemos tener la apertura suficiente al Don de Dios en nosotros. Al entrar en comunión de vida con el Señor Él quiere hacernos signos de su amor para cuantos nos traten. Es verdad que somos pecadores, pues ante Dios ¿quién podría mantenerse en pie? Pero Dios jamás ha dejado de amarnos. Por librarnos del pecado y de la muerte nos envió a su propio Hijo que murió clavado en una cruz para que fuésemos recibidos como hijos en la casa del Padre; y mediante su gloriosa resurrección nos dio nueva vida para que ya no vivamos para nosotros mismos, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó.

Vivamos plenamente nuestra comunión de vida con Cristo para que ya no seamos signos de maldad ni de muerte, sino de amor, de gracia y de vida. No importa lo que hayamos sido en el pasado. Por muy pecadores que hayamos sido Dios siempre está dispuesto a perdonar a quien vuelva a Él arrepentido, no sólo a pedirle perdón sino con la disposición de iniciar un nuevo camino a impulsos del Espíritu Santo que Dios ha derramado en nuestros corazones. No cerremos nuestro corazón a este día de gracia que Dios nos concede. Esforcémonos por conocer al Señor, experimentemos su amor misericordioso en nosotros y permitamos que su vida, la que Él sembró mediante su Misterio Pascual en nosotros, produzca abundancia de frutos de buenas obras. Por eso las esperanzas de los hombres no pueden verse truncadas por aquellos que esperan de la Iglesia un poco más de paz, de alegría, de seguridad para sus vidas. Seamos el signo de Cristo que sale al encuentro del hombre para perdonarlo, para tenderle la mano en sus necesidades y para guiarle por el camino del bien hasta encontrarse con Dios como Padre.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber escuchar con fidelidad la Palabra de Dios para que, haciéndola nuestra, podamos cumplirla con gran amor manifestando así que la Palabra de Dios es fecunda en quien la recibe con fe, con amor y con una gran esperanza de darle un nuevo rumbo a la vida. Amén.

www.homiliacatolica.com


3-18. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

La naturaleza en su estado puro ofrece el más asequible punto de apoyo para la propuesta del mensaje del Reino de Dios. Jesús echó mano de parábolas relacionadas con la naturaleza, el medio rural y pastoril en el que se encontraban él y sus paisanos, acomodándose así a su entender (cf. Mc 4, 33).

Hoy el Evangelio junta dos parábolas muy parecidas - la de la semilla y la del grano de mostaza - para contarnos algunas de las sorpresas que encierra ese Reino de Dios del que habla Jesús. En estas dos sencillas parábolas se ponen de relieve la fuerza intrínseca de ese mensaje y el contraste entre el desarrollo que es capaz de alcanzar y su pequeñez inicial.

Así es el Reino de Dios: crece desde dentro, porque es en el interior en donde se esconden las potencialidades de que Dios mismo dota a quienes llama a la existencia y a la salvación. Nadie podrá extraer lo que dentro no está. Y del fondo del alma irá creciendo, poco a poco, como la simiente, y producirá la maravillosa realidad del tallo, de la espiga y del grano...

La desproporción entre la pequeñez de la semilla y la grandeza del árbol maduro es puesta de relieve en la segunda parábola. Las grandes empresas tienen, con frecuencia, humildes orígenes. La lógica del Reino de Dios choca con la mentalidad de este mundo porque funciona de manera muy distinta: la santidad de vida, las grandes obras de misericordia y de apostolado, las iniciativas providenciales..., no dependen de las grandes inversiones. El desarrollo del Reino de Dios comienza en la pequeñez, en lo aparentemente inútil, en lo humanamente desechable (esterilidad, pobreza) y alcanza luego una expansión increíble.

Hermanos: la simiente está en nosotros. La simiente, que siembra Dios, quiere llegar a su sazón. Pero no olvidemos que también entra en juego otra variable que nos incumbe: el empeño por colaborar libre y responsablemente para que la semilla de ese Reino de Dios alcance su plenitud. ¿Cuáles son los frutos de nuestra madurez cristiana?

Vuestro hermano en la fe:
José San Román (sanromancmf@claret.org)


3-19.

Comentario: Rev. D. Jordi Pascual i Bancells (Salt-Girona, España)

«El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano y la tierra da el fruto por sí misma»

Hoy Jesús habla a la gente de una experiencia muy cercana a sus vidas: «Un hombre echa el grano en la tierra (...); el grano brota y crece (...). La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga» (Mc 4,26-28). Con estas palabras se refiere al Reino de Dios, que consiste en «la santidad y la gracia, la Verdad y la Vida, la justicia, el amor y la paz» (Prefacio de la Solemnidad de Cristo Rey), que Jesucristo nos ha venido a traer. Este Reino ha de ser una realidad, en primer lugar, dentro de cada uno de nosotros; después en nuestro mundo.

En el alma de cada cristiano, Jesús ha sembrado —por el Bautismo— la gracia, la santidad, la Verdad... Hemos de hacer crecer esta semilla para que fructifique en multitud de buenas obras: de servicio y caridad, de amabilidad y generosidad, de sacrificio para cumplir bien nuestro deber de cada instante y para hacer felices a los que nos rodean, de oración constante, de perdón y comprensión, de esfuerzo por conseguir crecer en virtudes, de alegría...

Así, este Reino de Dios —que comienza dentro de cada uno— se extenderá a nuestra familia, a nuestro pueblo, a nuestra sociedad, a nuestro mundo. Porque quien vive así, «¿qué hace sino preparar el camino del Señor (...), a fin de que penetre en él la fuerza de la gracia, que le ilumine la luz de la verdad, que haga rectos los caminos que conducen a Dios? (San Gregorio Magno).

La semilla comienza pequeña, como «un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas» (Mc 4,31-32). Pero la fuerza de Dios se difunde y crece con un vigor sorprendente. Como en los primeros tiempos del cristianismo, Jesús nos pide hoy que difundamos su Reino por todo el mundo.


3-20. ARCHIMADRID 2004

BECKHAM

Me resistía a escribir sobre Beckham y compañeros mártires, pero la actualidad manda, según una reciente encuesta entre 2.500 jóvenes de entre 16 y 24 años, sobre las personas más admiradas de la historia los tres primeros puestos fueron para Beckham el actor Brad Pitt y la estrella del pop Justin Timberlake. Jesucristo ocupa el puesto 123, junto al presidente Bush. El responsable de la encuesta ha declarado que “es un poco deprimente”, ciertamente no le falta razón y habría que suspender laboralmente a todos los profesores de historia del Reino Unido (lugar donde se ha hecho la encuesta), mandar a unos buenos ejercicios espirituales a todos los cristianos del entorno y hacer una campaña publicitaria para anunciar a los jóvenes del lugar que la historia es algo más que los últimos diez años.

El mundo dominado por la imagen hace que nuestra casa sea una inmensa azotea desde la cual, como David el rey, vemos bañándose con una belleza deslumbrante a todos los personajes y personajillos de la actualidad y nuestro corazón se va detrás de ellos, aunque haya que mandar nuestra dignidad de personas y de hijos de Dios a primera línea de fuego para que muera junto con Urias, el hitita.

Es curioso, ante la belleza de Betsabé, David se olvida de las palabras que ayer oíamos de sus labios: “¿Quién soy yo, mi Señor, y qué es mi familia, para que me hayas hecho llegar hasta aquí?” , y le puede la pasión, se olvida del don recibido y se convierte en señor de la vida y de la muerte para cumplir sus caprichos. Beckham y el resto de los famosos presentan una imagen de inmediatez, de cumplir sus caprichos haciendo lo que les gusta. No aparecen en televisión los momentos en que no le apetece ir a entrenar, los tirones o las agujetas, los fracasos de un partido, las humillaciones de los compañeros, las luchas encarnecidas en casa, los momentos de tensión con los hijos, el tener la vida tasada (aunque sea en muchos millones de euros), es decir, todo lo que se hace una vida “normal” y que no desaparece por dar un buen perfil en televisión. Parecería que no ha tenido que luchar en la vida y por lo tanto no se admira a la persona, sino la comodidad, el buen vivir, lo inmediato.

“El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra”, en esto no hay inmediatez, parece ineficaz sembrar un campo y verlo al día siguiente tan yermo y agostado como el día anterior. Quisiera el sembrador que las semillas creciesen de un día para otro, comprar un día la semilla y vender al día siguiente el grano, pero eso no se consigue ni con los transgénicos.

Admira la paciencia de Dios, no te dejes deslumbrar por el vacío de la belleza de Betsabé, de la parcialidad de la vida de los famosos, del “ahora mismo”, y descubre que lo realmente valioso es el amor permanente de Dios en tu vida, a pesar de tus pecados, de tus decepciones. La Virgen te enseñará a admirarte de las obras que Dios hace en ti, aunque no gane encuestas de popularidad.


3-21.

Como continuación de la explicación de la parábola del sembrador, Jesús nos presenta cómo es que crece el Reino. Nos deja ver que no es nuestro esfuerzo el que hace crecer el Reino sino la fuerza y la vida que ya está en él. A veces pensamos que nuestro esfuerzo de evangelización no está resultando y no da fruto. Sin embargo la acción escondida de Dios en el corazón de aquellos con los que compartimos la Palabra y nuestro testimonio cristiano va haciendo germinar en ellos la vida del Espíritu. Por otro lado, parecería que nuestro esfuerzo es muy pequeño, sin embargo ese pequeño grano, ese esfuerzo por hacer que Dios sea conocido y amado, crecerá con la gracia de Dios, hasta ser un gran árbol. Por lo que no debemos de desanimarnos; lo que Dios espera de nosotros es que ayudemos a esparcir la semilla y que tengamos fe en el poder que encierra en sí mismo el Evangelio y el testimonio cristiano.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-22.

Comentario: Rev. D. Jordi Pascual i Bancells (Salt-Girona, España)

«El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano y la tierra da el fruto por sí misma»

Hoy Jesús habla a la gente de una experiencia muy cercana a sus vidas: «Un hombre echa el grano en la tierra (...); el grano brota y crece (...). La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga» (Mc 4,26-28). Con estas palabras se refiere al Reino de Dios, que consiste en «la santidad y la gracia, la Verdad y la Vida, la justicia, el amor y la paz» (Prefacio de la Solemnidad de Cristo Rey), que Jesucristo nos ha venido a traer. Este Reino ha de ser una realidad, en primer lugar, dentro de cada uno de nosotros; después en nuestro mundo.

En el alma de cada cristiano, Jesús ha sembrado —por el Bautismo— la gracia, la santidad, la Verdad... Hemos de hacer crecer esta semilla para que fructifique en multitud de buenas obras: de servicio y caridad, de amabilidad y generosidad, de sacrificio para cumplir bien nuestro deber de cada instante y para hacer felices a los que nos rodean, de oración constante, de perdón y comprensión, de esfuerzo por conseguir crecer en virtudes, de alegría...

Así, este Reino de Dios —que comienza dentro de cada uno— se extenderá a nuestra familia, a nuestro pueblo, a nuestra sociedad, a nuestro mundo. Porque quien vive así, «¿qué hace sino preparar el camino del Señor (...), a fin de que penetre en él la fuerza de la gracia, que le ilumine la luz de la verdad, que haga rectos los caminos que conducen a Dios? (San Gregorio Magno).

La semilla comienza pequeña, como «un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas» (Mc 4,31-32). Pero la fuerza de Dios se difunde y crece con un vigor sorprendente. Como en los primeros tiempos del cristianismo, Jesús nos pide hoy que difundamos su Reino por todo el mundo.


3-23.

Reflexión:

Heb. 10, 32-39. Dios nos llamó a participar de su propia vida. Nosotros ante su Palabra, pronunciada sobre nosotros, hemos reconocido aquello que nos había alejado de la presencia del Señor, y hemos aceptado su vida, de tal forma que Dios nos ha hecho hijos suyos en Cristo Jesús. Pero al paso del tiempo han surgido muchas dificultades que han puesto en peligro nuestra fe; nos hemos visto perseguidos, y hemos sido objeto de burlas para muchos. Tal vez hemos caído en un ostracismo respecto a nuestra fe, pues hemos preferido vivirla en la intimidad de nuestro corazón, de tal forma que sólo Dios y nosotros sepamos acerca de nuestra dignidad de hijos de Dios. Sin embargo debemos saber que el Señor nos envió a proclamar su Evangelio a todas las naciones, hasta el último rincón de la tierra; y esa fe no sólo deberá ser proclamada con los labios, sino con una vida que manifieste que tenemos una conciencia libre de toda mancha, y que nuestra fe se traduce en obras de amor. Nuestra fe en Cristo nos pone en camino, junto con Él, a la participación de la Gloria eterna. Para lograr esto necesitamos perseverar fieles en el cumplimiento de la voluntad de Dios, pues sólo así no perderemos la Gloria a la que hemos sido destinados. En medio de un mundo que se ha alejado del amor a Dios y del amor al prójimo en muchos aspectos, esforcémonos por hacer que el Reino de Dios vaya irrumpiendo con toda su fuerza salvadora en el mundo entero, sin importarnos el que, a causa de este trabajo seamos perseguidos y entregados a la muerte, pues finalmente el Señor nos llevará sanos y salvos a su Reino celestial.

Sal. 37 (36). La Salvación es la obra de Dios en nosotros. A nosotros corresponde practicar el bien conforme a su voluntad sobre nosotros. Nuestro amor hacia el Señor nos debe llevar a confiarnos totalmente en Él, y a estar dispuestos a vivir conforme a sus enseñanzas. No busquemos al Señor sólo para que nos conceda aquellas cosas que necesitamos. No busquemos los bienes del Señor; busquémoslo a Él, y entonces recibiremos todo lo demás por añadidura. Dios, que nos ama, velará siempre por nosotros y nos librará de todo mal hasta lograr llevarnos sanos y salvos a su Reino celestial, no permitiendo que nuestros pies tropiecen, ni se desvíen por caminos de maldad. Busquemos al Señor con alegría y estemos siempre convencidos de que toda nuestra fuerza para vencer al mal nos viene de Dios, de tal forma que no sólo nosotros, sino la gracia de Dios con nosotros trabaje para que podamos en verdad ser hijos de nuestro Dios y Padre.

Mc. 4, 26-34. Muchas veces nos sentamos a planear nuestro trabajo de evangelización. Armamos pláticas; adjuntamos dinámicas; ponemos un horario de trabajo apostólico; ponemos momentos fuertes de oración con quienes nos escucharán. Tal vez invitamos a vivir un encierro para encontrarnos con el Señor. Al final podemos angustiarnos porque vemos que el tiempo programado de trabajo está llegando a su fin y no se logran los frutos que, según nuestros planes, deberían darse con grandes conversiones, pues todo el teatro que armamos le debería haber movido el tapete a cualquiera. Tal vez algunos, más sensibles, respondan acercándose a Dios, y al poco tiempo los veamos nuevamente perdidos y desorientados en su vida. Hoy el Señor nos invita a sembrar; a sembrar con la humildad de quien sabe que la Semilla, que es la Palabra, hará su obra por la fuerza divina que posee, y no por la eficacia humana que nosotros queramos darle. Por eso el Evangelizador debe ser consciente de que es un colaborador de Dios y no el dueño que pueda manipular a su arbitrio la salvación. A pesar de que pareciera muy poco lo que pudiéramos hacer a favor del Reino, el Señor hará que germine, que crezca y que llene, incluso, toda la tierra para dar cobijo, resguardo, salvación, perdón, a todas las personas. Aprendamos a trabajar por el Evangelio sin querer violentar los caminos de Dios. Aprendamos a escuchar al Señor y a llevar su mensaje de salvación orando para que el Señor haga que su Palabra rinda abundantes frutos de salvación en aquellos que son evangelizados. Entonces nosotros desapareceremos, y sólo el Señor recibirá la gloria que merece por el gran amor que nos ha tenido.

El Señor nos ha convocado en torno a Él en esta celebración Eucarística. Dios nos quiere a nosotros, quiere que entremos en Alianza de amor con Él. Antes que nada nosotros debemos ser los primeros en apropiarnos la conversión y la salvación que Dios nos ofrece. Si queremos que la Palabra de Dios llegue a los demás no sólo como información, sino como testimonio de vida, debemos tener la apertura suficiente al Don de Dios en nosotros. Al entrar en comunión de vida con el Señor Él quiere hacernos signos de su amor para cuantos nos traten. Es verdad que somos pecadores, pues ante Dios ¿quién podría mantenerse en pie? Pero Dios jamás ha dejado de amarnos. Por librarnos del pecado y de la muerte nos envió a su propio Hijo que murió clavado en una cruz para que fuésemos recibidos como hijos en la casa del Padre; y mediante su gloriosa resurrección nos dio nueva vida para que ya no vivamos para nosotros mismos, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó. Por eso vivamos este momento de gracia como el momento supremo de nuestro día en que el Señor y nosotros entramos en comunión de Vida y en que el Padre Dios nos reconoce como hijos suyos.

Vivamos plenamente nuestra comunión de vida con Cristo para que ya no seamos signos de maldad ni de muerte, sino de amor, de gracia y de vida. No importa lo que hayamos sido en el pasado. Por muy pecadores que hayamos sido Dios siempre está dispuesto a perdonar a quien vuelva a Él arrepentido, no sólo a pedirle perdón sino con la disposición de iniciar un nuevo camino a impulsos del Espíritu Santo, que Dios ha derramado en nuestros corazones. No cerremos nuestro corazón a este día de gracia que Dios nos concede. Esforcémonos por conocer al Señor, experimentemos su amor misericordioso en nosotros y permitamos que su vida, la que Él sembró mediante su Misterio Pascual en nosotros, produzca abundancia de frutos de buenas obras. Por eso las esperanzas de los hombres no pueden verse truncadas por aquellos que esperan de la Iglesia un poco más de paz, de alegría, de seguridad para sus vidas. Seamos el signo de Cristo que sale al encuentro del hombre para perdonarlo, para tenderle la mano en sus necesidades y para guiarle por el camino del bien hasta encontrarse con Dios como Padre.

Roguémosle a Dios que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber escuchar con fidelidad su Palabra para que, haciéndola nuestra, podamos cumplirla con gran amor manifestando así que la Palabra de Dios es fecunda en quien la recibe con fe, con amor y con una gran esperanza de darle un nuevo rumbo a la vida. Amén.

Homiliacatolica.com


3-24. Fray Nelson Viernes 28 de Enero de 2005

Temas de las lecturas: Han soportado grandes luchas. No pierdan, pues, la confianza * El sembrador echa la simiente, duerme, y la semilla va creciendo sin que él sepa cómo.

1. Hombres de fe, destinados a la salvación
1.1 Es hermoso el apelativo que nos regala hoy la Carta a los Hebreos: "hombres de fe, destinados a la salvación". Sin embargo, y esto es igualmente importante, es posible caer de la salvación. Un tema discutido en el mundo protestante pero bien claro en el ámbito católico. La idea de "una vez salvo, siempre salvo" sencillamente no es bíblica.

1.2 Si hubiera que resumir la Carta a los Hebreos en una sola palabra, bien podría ser una exhortación, un grito: "¡Persevera!". Es una recomendación que no sale de la nada sino de la realidad humana que todos llevamos dentro y que nos anega por fuera. Nuestra condición temporal nos hace inevitablemente proclives al cansancio, la duda, la mediocridad, la deserción, la apostasía. Ignorar esto no es resolverlo sino sencillamente eso: ignorarlo.

1.3 Y puesto que el problema es una especie de "lucha contra el tiempo", es maravilloso ver la manera como el autor de este magnífico documento danza con el tiempo. Al fin y al cabo, danzar es darle un ritmo al tiempo, es en cierto modo someterlo a una ley. Y la "danza " de este autor es su modo de apelar al pasado y al futuro, con tino y con gracia, para mover nuestra atención desde el agobio del "hoy" hacia las tonadas profundas y los cantos de fiesta que nos saludan desde el pasado y desde el futuro.

1.4 Hace cantar al pasado recordándoles cómo fueron: " Recuerden aquellos primeros días en que, recién iluminados por el bautismo, soportaron duros y dolorosos combates. Unas veces fueron expuestos públicamente a insultos y tormentos; otras, compartiendo los sufrimientos de los hermanos que eran maltratados. Pues se compadecieron de los que estaban en la cárcel y aceptaron con alegría que los despojaran de sus bienes, sabiendo que están en posesión de otros bienes mejores y perdurables." Les hace oír los preludios del futuro con estas palabras: " no pierdan la confianza, pues la recompensa es grande. Lo que ahora necesitan es la perseverancia, para cumplir la voluntad de Dios alcanzar lo prometido. Atiendan a lo que dice la Escritura: Pronto, muy pronto, el que ha de venir vendrá sin retraso; y mi justo vivirá por la fe, pero si desconfía, dejará de agradarme. Pero nosotros no somos de los que retroceden para su perdición, sino hombres de fe destinados a salvarnos."

2. Como un grano de mostaza
2.1 Aquel canto carismático, tan difundido, seguramente viene a nuestra memoria. Y es bueno que una canción pueble nuestra mente, si ello nos ayuda a enamorarnos del precioso mensaje de Cristo Jesús.

2.2 El mensaje es sencillo: lo más pequeño puede llegar a ser lo más grande. Sin duda a Cristo le llamaban la atención y quería que nos atrajeran los contrastes: hay primeros que serán últimos; el que se ensalza será humillado; lo pequeño quizá será lo más grande; lo oculto quedará de manifiesto... En todos estos casos el Señor parece exhortarnos a no fiarnos de las apariencias, o quizá más aún: a desconfiar de lo que aparece y buscar el estilo y el plan de Dios en aquello que no aparece, en lo que no se impone por sí mismo ni se hace propaganda a sí mismo.

2.3 Asumir la "lógica del grano de mostaza", entonces, es todo un programa de vida: es pensar que Dios puede decir sus mejores discursos por boca de los que juzgamos torpes, inútiles o poco listos; es amar lo sencillo, lo sobrio y lo discreto, y desconfiar de lo ampuloso, lo prepotente o lo deslumbrante; es cuidar la vida frágil: la del embrión, la del agonizante, la del emigrante; es adorar con las cosas elementales y con la gente que no cuenta; es creer con fe viva que en la Eucaristía está Él.


3-25.

 Reflexión

Como continuación de la explicación de la parábola del sembrador, Jesús nos presenta cómo es que crece el Reino. Nos deja ver que no es nuestro esfuerzo el que hace crecer el Reino sino la fuerza y la vida que ya está en él. A veces pensamos que nuestro esfuerzo de evangelización no está resultando y no da fruto. Sin embargo la acción escondida de Dios en el corazón de aquellos con los que compartimos la Palabra y nuestro testimonio cristiano va haciendo germinar en ellos la vida del Espíritu. Por otro lado, parecería que nuestro esfuerzo es muy pequeño, sin embargo ese pequeño grano, ese esfuerzo por hacer que Dios sea conocido y amado, crecerá con la gracia de Dios, hasta ser un gran árbol. Por lo que no debemos de desanimarnos; lo que Dios espera de nosotros es que ayudemos a esparcir la semilla y que tengamos fe en el poder que encierra en sí mismo el Evangelio y el testimonio cristiano.

Pbro. Ernesto María Caro


3-26.  28 de Enero

264. La fidelidad a la gracia

I. La semilla, una vez sembrada, crece con independencia de que el dueño del campo duerma o vele, y sin que sepa cómo se produce. Así es la semilla de la gracia que cae en las almas; si no se le ponen obstáculos, si se le permite crecer, da su fruto sin falta, no dependiendo de quien siembra o de quien riega, sino de Dios que da el incremento (1 Corintios 3, 5-9). Así es el apostolado: “la doctrina, el mensaje que hemos de propagar, tiene una fecundidad propia e infinita, que no es nuestra, sino de Cristo” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa). El Señor nos ofrece constantemente su gracia para ayudarnos a ser fieles, cumpliendo el pequeño deber de cada momento, en que se nos manifiesta su voluntad y en el que está nuestra santificación. De nuestra parte está aceptar Su ayuda y cooperar con generosidad y docilidad.

II. La docilidad a las inspiraciones del Espíritu Santo es necesaria para conservar la vida de la gracia y para tener frutos sobrenaturales. “Las oportunidades de Dios nos esperan: llegan y pasan. La palabra de vida no aguarda; si no nos la apropiamos, se la llevará el demonio” (CARDENAL J.H.NEWMAN, Sermón para el Domingo de Sexagésima: Llamadas de la gracia). La resistencia a la gracia produce sobre el alma el mismo efecto que “el granizo sobre un árbol en flor que prometía abundantes frutos; las flores quedan agostadas y el fruto no llega a sazón” (R. GARRIGOU LAGRANGE, La tres edades de la vida interior). Una gracia lleva consigo otra: -al que tiene se le dará-, y el alma se fortalece en el bien en la medida en que lo practica, cuanto más trecho se recorre. Cada día es un regalo que nos hace el Señor para que lo llenemos de amor en una correspondencia alegre, contando con las dificultades y obstáculos y con el impulso divino para superarlos y convertirlos en motivo de santidad y apostolado. Todo es bien distinto cuando lo realizamos por amor y para el Amor.

III. La vida interior necesita tiempo, crece y madura como el trigo en el campo. “Hay que tener paciencia con todo el mundo –señala San Francisco de Sales-, pero en primer lugar con uno mismo” (Cartas) Nada es irremediable para quien espera en el Señor; nada está totalmente perdido; siempre hay posibilidad de perdón: humildad, sinceridad y arrepentimiento... y volver a empezar, correspondiendo al Señor, que está empeñado en que superemos los obstáculos. Pidamos a Nuestra Madre la paciencia necesaria para nosotros y para los demás, y continuidad humilde en nuestra lucha.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre