LUNES DE LA SEMANA 3ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Hb 9, 15.24-28

1-1.VER DOMINGO 32B LECTURA 2


1-2.

El autor de la Epístola a los Hebreos, para cristianos deseosos de volver a las viejas liturgias de antaño, muestra que Jesús ha cumplido y ha reemplazado ventajosamente la celebración de la fiesta de las Expiaciones. En efecto, la fiesta de Yom Kippur poseía un ceremonial-ritual muy impresionante (Lv 16, 11-16): en ese día y solamente en ese día del año, el sumo sacerdote se atrevía a entrar en la parte más «sagrada» del Templo, el Santo de los santos, llevando consigo sangre aún caliente del toro que acaba de inmolar por sus propios pecados... luego sacrificaba un macho cabrío por los pecados del pueblo y entraba de nuevo en el santuario. Con la solemnidad de esos gestos expresaba el temor que el hombre pecador experimenta ante la santidad de Dios.

-Cristo es el mediador de una nueva alianza.

El término griego «diateké» significa a la vez «alianza» y «testamento». El autor repetirá que no hay nada que añorar del antiguo rito. Cristo en verdad nos da entrada a nuevas relaciones con Dios, en las que, el temor y los tabúes sagrados son reemplazados por una familiaridad ¡una nueva alianza!

-Porque murió por el rescate de las trasgresiones... los que han sido llamados pueden recibir la herencia eterna prometida.

Sí, Dios Padre introduce a los hijos en su «heredad». La muerte de Jesús lo cambia todo: puede entonces llevarse a cabo su «testamento» para darnos todos sus bienes, su vida eterna, la herencia eterna prometida (Hb9, 16-17).

-No penetró Cristo en un santuario hecho por mano de hombre, que sólo sería una reproducción del verdadero santuario, sino en el mismo cielo.

La entrada del sumo sacerdote en el Santo de los santos, el día del Kippur, no era más que una pálida imagen de la verdadera entrada de Cristo junto a Dios.

-Para presentarse ahora ante Dios en favor nuestro

Porque esa proximidad entre Cristo y Dios, esa entrada en el cielo, fue realizada en favor de la humanidad. Jesús se mantiene ¡«ante Dios por nosotros»! Y esto de modo definitivo: entró en el HOY de Dios, en el AHORA eterno.

Cada oración, cada plegaria, me vincula más explícita y conscientemente a ese instante actual y eterno en el que se mantiene Jesús ante Dios.

-Y no para ofrecerse a sí mismo repetidas veces al modo como el sumo sacerdote entraba cada año para ofrecer sangre ajena.

La entrada al santuario y el sacrificio expiatorio de Kippur son reemplazados, una vez por todas, por un único sacrificio, cuya ofrenda dura en el eterno presente de Dios. Cada misa nos vincula más explícita y conscientemente a ese sacrificio actual y eterno que Jesús no cesa de ofrecer por nosotros ante Dios.

-Cristo se ha manifestado ahora, una sola vez, en la plenitud de los tiempos para la destrucción del pecado mediante su sacrificio.

El perdón de los pecados se obtuvo una vez por todas.

El pecado es «destruido» una vez por todas.

Nos toca a nosotros vincularnos a ese gran perdón definitivo y sumergirnos en ese río purificante. Señor, ¿cómo no nos esforzaríamos de modo particular en evitar ese pecado que te costó tan caro: toda la sangre de tu vida ofrecida por amor?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 32 s.


2.- 2S 5, 1-7.10

2-1.

-Las tribus de Israel vinieron donde David, a Hebrón y le dijeron: «Tú serás el jefe de Israel.»

Las tribus del norte vienen pues donde David, que reina ya en Hebrón sobre las tribus del Sur. Esto es signo de las dificultades políticas, a las que tiene que enfrentarse: el pueblo no está unificado todavía, hay dos pueblos distintos. Esa división es causa de una gran fragilidad, de una falta de fuerza, frente a los filisteos enemigos...

La unidad, la solidaridad... son aspiraciones de todos los tiempos. El hombre aspira a la paz, la concordia, la felicidad: "¡oh!, cuán bueno, cuán dulce es habitar los hermanos juntos!..." canta el Salmo 133. Ese deseo ideal de comunión procede de lo más íntimo del hombre, de ese punto central donde Dios habita; el corazón de cada hombre: sí, cada ser humano es «imagen de Dios». Ahora bien, Dios no es «soledad», Dios no es «división», Dios es «amor»: Dios es un misterio de «comunión entre tres que sólo hacen uno».

Contemplo a Dios-Amor en esa voluntad de vivir juntos de las doce tribus de Israel, hasta aquí separadas en otros tantos pequeños Estados.

¿Qué ocurre, HOY, en mi vida familiar, profesional...? ¿Hay aspiraciones a la solidaridad, al compartir, a la comunión? No ser ya «dos», sino «uno»... Entre marido y mujer... Entre padres e hijos... entre colegas de trabajo...

-David reinó siete años y seis meses en Hebrón, sobre Judá -tribus del Sur- y treinta y tres años en Jerusalén, sobre Israel y Judá -el conjunto de las tribus del Norte y del Sur.

En efecto, la unidad no se hace sola. Incluso es un larguísimo proceso histórico, con sus progresos y sus retrocesos. HOY, el nivel de solidaridad se ha ampliado considerablemente: ya no es solamente entre hermanos de la misma raza -los hebreos-, ni entre provincias próximas -Palestina- que se contraen relaciones y obligaciones recíprocas. Es a nivel de la humanidad entera. Todo hombre, aun el que se cree más aislado y más protegido, sufre las consecuencias de todas las decisiones internacionales. ¿Cómo participo con la acción y la oración, en ese gran movimiento de solidaridad mundial que hace adquirir consistencia al conjunto de la humanidad? Doquiera que yo actúe, ¿sé compartir? ¿soy un artífice de solidaridad, de comunión? a fin de participar en ese gran movimiento que eleva a la humanidad, y que es el "proyecto de Dios": «que sean uno, como nosotros somos uno». (Juan 17, 11)

-David, con sus gentes, se dirige a Jerusalén contra los Jebuseos que habitaban el país.

El sueño dorado de la humanidad -y el proyecto de Dios que éste incluye-, no se concretizan más que por realizaciones materiales, económicas, psicológicas. El sentido político de David le hace comprender que no puede continuar en Hebrón, ciudad del Sur, si quiere realizar la unidad de todo el país. Necesita una capital neutra, que no dependa ni del Sur ni del Norte y escoge Jerusalén que, en aquella época, era todavía una ciudad cananea, ocupada por los antiguos jebuseos. Es además una plaza fuerte muy difícil de conquistar, y por lo tanto una magnífica capital. El proyecto de Dios progresa por medio de las decisiones humanas inteligentes.

-Los jebuseos dijeron a David: « ¡No entrarás aquí! Los ciegos y los cojos te rechazarán.»

Situada sobre una peña inaccesible, la llamada montaña de Sión, protegida por los barrancos abruptos de los valles del Cedrón y de la Geena. Jerusalén es el tipo mismo de la fortaleza de fácil defensa: ciegos y cojos bastarían para ello.

Ayúdanos, Señor, a tomar las mejores decisiones humanas.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 32 s.


3.- Mc 3, 22-30

3-1.

Ya hemos señalado cómo Marcos pone en evidencia, por medio de frecuentes repeticiones un aspecto dramático de la vida de Jesús que conducirá a la Pasión, considerada netamente por El como la cumbre de esta vida.

Tres grupos se enfrentan como los lados de un triángulo...

"Jesús y sus discípulos", "la muchedumbre", "los adversarios".

Ahora bien, es notable que Marcos intercale una escena violenta de discusión con los "escribas venidos de Jerusalén", ciudad donde Jesús sufrirá la Pasión, en una escena de discusión con su familia: en ambos casos, es objeto de acusaciones malévolas. "Esta fuera de sí", decían los parientes... "Está poseído del demonio", decían los escribas...

Así Jesús es rechazado "por los suyos", y "por las autoridades religiosas".

Permanezco unos instantes contemplando este misterio siempre actual: Jesús rechazado... Jesús desconocido, ignorado...

Jesús contestado... Jesús no escuchado... Jesús no seguido... Jesús dejado de lado... ¡Por mí, el primero! Busco con calma mi manera personal de rechazar a Jesús en mi propia vida y sobre ello hago mi oración.

-Los escribas, que habían bajado de Jerusalén, decían de Jesús: Está poseído por Belcebú, príncipe de los demonios." Llamóles a sí y les dijo en parábolas: "¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está dividido no puede durar. Si una casa está dividida no puede subsistir. Si Satanás se levanta contra sí mismo... ha llegado su fin..."

Jesús pone en evidencia el lógico ridículo de los escribas: son ellos los que han perdido la cabeza proponiendo tales argumentos Jesús, tiene muy sana su razón. Su demostración es sencilla, pero rigurosa.

-Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquearla, si primero no ata al fuerte...

Es la primera y corta parábola relatada por Marcos: ¡La imagen de un combate rápido y decisivo! Para dominar a un "hombre fuerte", se precisa a uno "más fuerte" que él. Jesús presenta su misión como un combate, el combate contra Satán, la lucha contra el "adversario de Dios" (es el sentido de la palabra "Satán" en hebreo).

Contemplo este misterio siempre actual:

Jesús combatiendo... Jesús luchador... Jesús entablando batalla contra todo mal... Jesús "más fuerte" que cualquier mal...

La mayoría de los grandes sistemas de pensamiento, en todas las civilizaciones, han personificado el "mal": El hombre se siente a veces "dominado" como por "espíritus" El hombre occidental moderno se cree totalmente liberado de estas representaciones; pero, nunca tanto como hoy el hombre se ha sentido "dominado" por "fuerzas alienantes": espíritu de poder, de egoísmo, etc.

Jesús ha puesto fin a este dominio; pero a condición de ¡que se le siga!

-En verdad os digo que todo les será perdonado a los hombres, los pecados y aun las blasfemias; pero quien blasfeme contra el Espíritu Santo... no tendrá perdón jamás...

"Jesús habla así porque ellos decían: Tiene espíritu impuro.

Para participar en la victoria de Cristo sobre las "fuerzas que nos dominan" hay que ser dóciles al Espíritu Santo... Hay que reconocer el poder que actúa en Cristo. Decir que Jesús es un "Satán", un "Adversario de Dios", es cerrar los ojos, es blasfemar contra el Espíritu Santo, es negar la evidencia: este rechazo es grave... bloquea todo progreso en el futuro.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 286 s.


3-2.

1. (año I) Hebreos 9,15.24-28

a) Sigue el tema del sacerdocio de Cristo, muy superior al del AT, porque él es «mediador de una Alianza nueva».

Ahora argumenta la carta a partir de la entrada que el sumo sacerdote hacía una vez al año, en la fiesta de la Expiación, en el «santísimo» el espacio más sagrado del Templo de Jerusalén, para ofrecer sacrificios por sí y por el pueblo (sería bueno leer el impresionante ceremonial tal como lo describe Levítico 16). Pero como no ofrecía más que sangre de animales, no era eficaz de una vez por todas su ministerio y lo tenía que repetir cada año.

No así Cristo Jesús. Ante todo, él entró en el santuario del cielo, no en un templo humano, y lo hizo de una vez por todas, porque se entregó a sí mismo, no sangre ajena. Así como todos morimos una vez, también Cristo, por absoluta solidaridad con nuestra condición humana, se sometió a la muerte «para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo».

b) Tenemos un Sacerdote en el cielo que no ha entrado en la presencia de Dios por unos instantes, sino para siempre. Tenemos un Mediador siempre dispuesto a interceder por nosotros. Como el autor de la carta no se cansa de repetirlo, tampoco nosotros nos deberíamos cansar de recordar esta buena noticia, dejándonos impregnar por ella en nuestra historia de cada día.

Sobre todo en el momento de la Eucaristía. El sacrificio de Cristo fue único. Hace dos mil años, en el Calvario. Pero nosotros lo celebramos cada día. El mismo nos encargó: «Haced esto en memoria mía». San Pablo sitúa claramente cada celebración entre el pasado de la Cruz y el futuro de la parusía: «Cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor hasta que venga» (1 Co 11 ,26).

En cada Eucaristía participamos y entramos en comunión con el sacrificio de la Cruz, que está siempre presente en él mismo, el Señor Resucitado, que se nos da en comunión como el «entregado por». Según el Misal, significamos con mayor plenitud el sentido de este sacramento si comulgamos también con vino, que «expresa más claramente la voluntad con que se ratifica en la Sangre del Señor la alianza nueva y eterna» (IGMR 240).

1. (año II) 2 Samuel 5,1-7.10

a) En la historia de David hoy leemos dos momentos muy importantes: su aceptación por parte de los ancianos del Norte y la conquista de Jerusalén.

A pesar de que habíamos leído que Samuel le había ungido, pero eso fue secreto, y las cosas tenían que evolucionar humanamente. David ya era reconocido como rey por los del Sur, la tribu de Judá, que era la suya, y eso en seguida después de la muerte de Saúl.

Ahora lo es también por las del Norte, o sea, Israel, que hasta ahora habían permanecido fieles a los descendientes naturales de Saúl. David ha sabido, con habilidad política y por sus buenas cualidades, aunar las voluntades de todos. Tal vez no sin alguna intriga y violencia. Se unen, pues, Judá e Israel. Durarán poco: después de su hijo y sucesor Salomón se volverán a dividir.

David consigue otra meta decisiva: conquista -de nuevo con habilidad y astucia, sin combatir- la ciudad de Jerusalén, hasta entonces en poder de los jebuseos, y la hace capital de su reino. Antes había residido en Hebrón. Así consigue una unidad política que será la base de la prosperidad de su reinado y del de su hijo Salomón.

b) La historia se mueve con factores muy humanos que, en libros religiosos como el que estamos leyendo, se atribuyen a la providencia de Dios. Dios se sirve de las cualidades y de los defectos, de los éxitos y de los fracasos humanos, para conducir los destinos del pueblo y para que se vayan cumpliendo sus planes de salvación. El autor del libro de Samuel interpreta claramente que «el Señor estaba con David».

La historia de David se repite en muchos niveles y en todos los tiempos. No actúa Dios a base de milagros continuados, sino a través de las personas que encarnan sus planes. Nuestros éxitos, pero también nuestras debilidades e incluso nuestro pecado, le sirven a Dios para ir escribiendo su historia, la historia de la salvación.

En nuestra vida tendríamos que conjugar los esfuerzos humanos con la confianza en Dios y la docilidad a sus planes. Eso nos haría más humildes ante los éxitos y más preparados a encajar sin actitudes trágicas los fracasos.

David nos da además otra lección: con nuestras actitudes, con nuestra manera de tratar a las personas, deberíamos trabajar para conseguir la unidad en nuestros propios ambientes, el familiar o el social o el religioso. Ojalá también consiguiéramos la unidad ecuménica entre todos los cristianos como David consiguió la unificación de su pueblo.

Sería mucho más eficaz nuestra tarea de evangelización de este mundo: «que sean uno, como tú y yo somos uno, para que el mundo crea que tú me has enviado».

2. Marcos 3,22-30

a) Si sus familiares decían que «no estaba en sus cabales», peor es la acusación de los letrados que vienen desde Jerusalén (los de la capital siempre saben mucho más): «tiene dentro a Belcebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios».

Brillante absurdo, que Jesús tarda apenas un momento en ridiculizar. ¿Cómo puede nadie luchar contra si mismo? ¿cómo puede ser uno endemoniado y a la vez exorcista, expulsados de demonios?

Lo que está en juego es la lucha entre el espíritu del mal y el del bien. La victoria de Jesús, arrojando al demonio de los posesos, debe ser interpretada como la señal de que ya ha llegado el que va a triunfar del mal, el Mesías, el que es más fuerte que el malo. Pero sus enemigos no están dispuestos a reconocerlo. Por eso merecen el durísimo ataque de Jesús: lo que hacen es una blasfemia contra el Espíritu. No se les puede perdonar. Pecar contra el Espíritu significa negar lo que es evidente, negar la luz, taparse los ojos para no ver. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Por eso, mientras les dure esta actitud obstinada y esta ceguera voluntaria, ellos mismos se excluyen del perdón y del Reino.

b) Nosotros no somos ciertamente de los que niegan a Jesús, o le tildan de loco o de fanático o de aliado del demonio. Al contrario, no sólo creemos en él, sino que le seguimos y vamos celebrando sus sacramentos y meditando su Palabra iluminadora. Nosotros sí sabemos que ha llegado el Reino y que Jesús es el más fuerte y nos ayuda en nuestra lucha contra el mal.

Pero también podríamos preguntarnos si alguna vez nos obstinamos en no ver todo lo que tendríamos que ver, en el evangelio o en los signos de los tiempos que vivimos. No será por maldad o por ceguera voluntaria, pero sí puede ser por pereza o por un deseo casi instintivo de no comprometernos demasiado si llegamos a ver todo lo que Cristo nos está diciendo y pidiendo.

Tampoco estaría mal que nos examináramos un momento para preguntarnos si nos parecemos algo a esos letrados del evangelio: ¿no tenemos una cierta tendencia a juzgar drásticamente a los que no piensan como nosotros, en la vida de familia, o en la comunidad, o en la Iglesia? No llegaremos a creer que están fuera de sus cabales o poseídos por el demonio, pero sí es posible que les cataloguemos como pobres personas, sin querer apreciar ningún valor en ellos, aunque lo tengan.

Una última dirección en nuestra acogida de este evangelio. Somos invitados a luchar contra el mal. En esta lucha a veces vence el Malo, como en el Génesis sobre Adán y Eva. Pero ya entonces sonó la promesa de la enemistad con otro más fuerte. El Más Fuerte ya ha venido, es Cristo Jesús. A nosotros, sus seguidores, se nos invita a no quedarnos indiferentes y perezosos, sino a resistir y trabajar contra todo mal que hay en nosotros y en el mundo.

En la Vigilia Pascual, cuando renovamos el sacramento del Bautismo, hacemos cada año una doble opción: la renuncia al pecado y al mal, y la profesión de fe. Hoy, el evangelio, nos muestra a Cristo como liberador del mal, para que durante toda la jornada colaboremos también nosotros con él en exorcizar a este nuestro mundo de toda clase de demonios que le puedan tentar.

«Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos» (1ª lectura, 1)

«El Señor se acordó de su misericordia y su fidelidad» (salmo I)

«A David lo he ungido con óleo sagrado, mi felicidad y misericordia lo acompañarán» (salmo, II)

«Una familia dividida no puede subsistir» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4.
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 72-76


3-3.

Primera lectura: 2 de Samuel 5, 1-7.10
Tú serás el pastor de mi pueblo Israel.

Salmo responsorial: 88, 20.21-22.25-26
Mi fidelidad y mi misericordia lo acompañarán.

Evangelio: San Marcos 3, 22-30
Satanás está perdido.

Los principales enemigos del proyecto de Jesús eran los dirigentes del pueblo. Para ellos Jesús se constituía en una amenaza, pues sus principios revolucionaban el sistema social existente. Jesús relativizaba aquello que era la fuente de la economía y de las ventajas religiosas. Él sostenía el valor relativo de la ley en contraposición al valor superior de la dignidad humana, y defendía el valor relativo de las mediaciones religiosas (limosna, ayuno, rezos, purificaciones, sacrificios etc.) en contraposición al verdadero culto que era la justicia interior y exterior.

Por eso sus enemigos, los dirigentes religiosos, buscaban desacreditarlo ante el pueblo. La estrategia utilizada era la de "satanizar" a Jesús. Satanizar a alguien significa hacerlo igual a Satanás, demostrar que su proyecto es igual al del Maligno. El modo de satanizar a Jesús era sencillo: demostrar que los milagros que hacía no eran expresión de justicia, sino simplemente artificios logrados por su conexión con Beelzebú. De esta manera, desacreditando sus obras, desacreditaban su doctrina; y hecho esto, era fácil condenar a muerte a un amigo del Maligno.

Satanizar, pues, a Jesús significaba de hecho llamar malo a lo bueno y bueno a lo malo. Es volver las cosas del revés. Y, siendo Jesús la oferta suprema de Dios Padre a la humanidad, para que ésta tuviera claro el camino de la justicia, tildar su obra como obra del Maligno, era confundir al pueblo, dejarlo sin alternativa, sin salida, obligarle a seguir sometiéndose a la injusticia del legalismo y cerrarle el camino de la verdadera humanización y salvación.

Por eso Jesús reaccionó de una forma tan radical y hasta irritada, calificando de pervertidos a sus calumniadores y declarando que "jamás sería posible" perdonar un pecado de perversión de la conciencia. La persona ya no es capaz de conversión, sencillamente porque tiene confundidos los valores: llama santo a lo perverso y perverso a lo santo.

Los intereses personales e institucionales pueden llegar a pervertir la conciencia. Y cuando la conciencia se pervierte, el poder del mal se multiplica y se hace casi imparable. Cuando la conciencia pervertida es la de los dirigentes, pueden llevar al pueblo a las calamidades mayores de la historia.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-4.

Hb 9, 15.24-28: Cristo, mediador de la nueva alianza.

Sal 97, 1-6

Mc 3, 22-30: El pecado contra el Espíritu Santo.

Hace sólo unos días tuvimos este mismo texto; allí decíamos: El concepto de «pecado contra el Espíritu Santo», del que se dice que no se perdonará ni en esta vida ni en la otra, ha atormentado con frecuencia a muchos cristianos sencillos, especialmente a muchos cristianos protestantes. A veces lo confunden con lo que pudiera sugerir el sentido directo de su nombre: una especie de blasfemia o «mal pensamiento» contra el Espíritu Santo, lo cual es especialmente espinoso para los escrupulosos.

En el evangelio está claro el concepto. El «pecado contra el Espíritu Santo» consiste en atribuir al diablo lo que es precisamente acción del Espíritu. Jesús libera al ser humano del poder del demonio, y para él eso es el signo privilegiado de la acció n de Dios, por el que Dios nos revela su presencia. Atribuir esta acción de Dios al diablo es convertir lo más sagrado en algo demoníaco: una auténtica blasfemia contra lo más sagrado, una calumnia contra el Espíritu de Dios.

Decir que «no se perdonará ni en esta vida ni en la otra» no es sino una forma hiperbólica de expresar su suprema gravedad, expresión que no puede entrar en contradicción con la misericordia infinita de Dios.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-5. CLARETIANOS 2002

Escribo estas líneas en la capital de la República Dominicana, tras unos cuantos días "perdido" en un hermoso paraje al norte de la isla. Después de tanto silencio se me hace difícil volver al ruido de la ciudad. Y, sin embargo, también aquí resuena la Palabra. La mayoría de nosotros tenemos que oír la voz del Señor, no en circunstancias idílicas, sino en el tráfago de la vida cotidiana, rodeados por ocupaciones, problemas, ansiedades.

Os digo esto porque me parece que también Jesús vivió de esta manera, al menos en la etapa de su vida pública. El viernes pasado y hoy lunes, el evangelio de Marcos añade dos "títulos" nuevos a la serie mesiánica: "loco" y "poseído por Satanás". ¿Quién de nosotros se hubiera atrevido a llamar así a Jesús? Son dos maneras de robarle la credibilidad. Los más próximos, los de su familia, prefieren tildarlo de "loco". A un loco se le perdona todo porque no se le concede ninguna importancia. Los más lejanos, las autoridades, retuercen el argumento. Quien habla de esa manera "en nombre de Dios" es un poseído por el anti-Dios: Belcebú, el príncipe de los demonios. Este retorcimiento de la verdad es el pecado contra el Espíritu Santo. No nace de la debilidad humana sino de la oposición a la verdad.

Llama la atención que un evangelio como el de Marcos, que se propone desde el comienzo confesar la condición de Jesús como "hijo de Dios", dé cabida a títulos tan escandalosos como loco y poseído por Satanás. Precisamente ayer domingo, 27 de enero, se leyó en todas las iglesias de la República Dominicana una carta pastoral de los obispos sobre el problema del satanismo. Parece que entre algunos jóvenes de la clase media y alta está haciendo furor esta vieja corriente. También hoy es necesario descubrir a Jesús como el vencedor sobre el poder del maligno. Es cierto que hoy preferimos vivir la fe en clave de diálogo con las diversas culturas, pero no podemos olvidar otra clave que ha acompañado a la iglesia desde sus orígenes: la lucha. Se dialoga con quien está abierto a buscar la verdad. Se combate enérgicamente todo aquello que retuerce la verdad y nos coloca en las garras del "padre de la mentira".

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


3-6. CLARETIANOS 2003

En esta última semana de enero siguen soplando vientos de guerra. Los matices son infinitos, pero ninguno de ellos tendría que desviarnos del objetivo de la paz. Por eso me siento unido a los que, desde todos los rincones del mundo, han levantado su voz para decir no a la guerra contra Irak. En un mundo globalizado, toda guerra es una “guerra civil” porque todo hombre es de “mi” mundo. Y toda guerra civil es siempre un fracaso que nos aleja un poco más de la meta. Jesús lo dice claramente en el evangelio de hoy: Un reino en guerra civil no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir.

La guerra es sustancialmente un fenómeno dia-bólico porque divide lo que está llamado a la unidad. Y nuestro mundo, en el sueño de Dios, tiene una incurable vocación de unidad.

Desde estas preocupaciones os propongo un acercamiento al fragmento de la carta a los hebreos que leemos hoy. Se nos presenta a Cristo como el hombre del “una sola vez”, como el que ha realizado la reconciliación “de una vez por todas”.

Este mensaje resultaba chocante para la mentalidad judía y resulta chocante para nosotros que vivimos en una cultura del “usar y tirar”. En medio de la provisionalidad de esta vida, quien se une a Cristo vive ya el final porque no cabe esperar otra cosa. O mejor: cabe esperar todo dentro de una realidad que ya ha sucedido.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


3-7. 2002

COMENTARIO 1

v. 22 Los letrados que habían bajado de Jerusalén iban diciendo: «Tiene den­tro a Belcebú». Y también: «Expulsa los demonios con poder del jefe de los demonios».

Hay también una reacción oficial: el centro del sistema religioso lanza una condena teológica para desacreditar ante el pueblo a Jesús en su persona y actividad, y neutralizar así el impacto que haya podido producir su iniciativa de crear un nuevo Israel. Unos letrados (maestros de la ideología oficial), llegados de Jerusalén, empiezan una campaña de difamación. Al descalificar a Jesús, quieren descalificar su obra.

En cuanto a su persona, lo tachan de endemoniado / heterodoxo: uno que se atreve a declarar caducado el sistema religioso, según ellos esta­blecido por Dios, y que rechaza su doctrina, alejando a la gente de ella, uno que no cree en la elección divina del pueblo como tal ni en el privile­gio de Israel, es un enemigo de Dios.

En cuanto a la actividad de Jesús, evidentemente fuera de lo común, afirman que es obra diabólica, de magia. Para impedir su creciente popularidad, insinúan que Jesús aspira a suplantar la institución tradi­cional. Sostienen que liberar de la sumisión fanática a la doctrina oficial (expulsar demonios), como hace Jesús, es un mal, y que Jesús es un ene­migo de Dios (agente del diablo).



vv. 23-26 El los convocó y, usando analogías, les dijo: «¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino se divide internamente, ese reino no puede seguir en pie; y si una familia se divide internamente, no podrá esa familia seguir en pie. Entonces, si Satanás se ha levantado contra sí mismo y se ha divi­dido, no puede tenerse en pie, le ha llegado su fin».

Los letrados que descalifican a Jesús eluden el encuentro con él, pero Jesús los convoca, mostrando así su autoridad, la del Espíritu. El argu­mento de Jesús contra ellos se basa en que su actividad no apoya al poder, sino que libera de él y de su ideología. Les demuestra lo absurdo de su acusación: Satanás (figura del poder y de la ambición de poder) no dará nunca verdadera libertad al hombre, sería destruirse a sí mismo. Al rebatirles la acusación, muestra Jesús que son ellos los que están de parte de Satanás (el poder) y contra la libertad del hombre.



v. 27 Pero no, nadie puede meterse en la casa del fuerte y saquear sus bienes si primero no ata al fuerte: entonces podrá saquear su casa.

El propósito de Jesús es precisamente alejar al pueblo de la institu­ción religiosa opresora. El fuerte, figura satánica de poder, representa la institución judía; su casa, el ámbito de su dominio; Jesús pretende sacar al pueblo (sus bienes) del dominio de la institución, ejercido mediante la doctrina. Pero no va a usar la imposición, sino que va a hacer que el pueblo se convenza de que es falsa la autoridad divina que la institución se atribuye; al perder el crédito ésta pierde la capacidad de acción (atarlo). El Dios al que apela la institución judía para legitimarse no es el Dios verdadero.



vv. 28-30 Os aseguro que todo se perdonará a los hombres, las ofensas y, en particular, los insultos, por muchos que sean; pero quien insulte al Espíritu Santo no tiene perdón jamás; no, es reo de una ofensa definitiva. Es que iban diciendo: «Tiene dentro un espíritu inmundo».

Afirmación solemne y grave: todo puede ser perdonado excepto el insulto al Espíritu Santo, la mala fe, mostrada por los letrados al atribuir al espíritu inmundo la liberación que efectúa el Espíritu de Dios. Los letra­dos conocían bien la historia de Israel, que tuvo principio con la libera­ción de Egipto, y los escritos proféticos (cf. Is 1,17; 58,6s; 61,1; Jr 21,lls; 22,15s; Ez 34,2-4; Sal 72,4.12-14). En su tradición religiosa tenían sobra­dos elementos para valorar positivamente la actividad de Jesús; pero el ataque de los dirigentes no está realmente motivado por convicciones religiosas, lo que pretenden es defender su dominio sobre el pueblo.



COMENTARIO 2

El actuar y la enseñanza de Jesús enjuició y desenmascaró la mala forma de obrar de los líderes de su tiempo. La vida transparente de Jesús y la coherencia entre su palabra y su vida puso de manifiesto la hipocresía de los que tenían responsabilidad espiritual en medio del pueblo.

Jesús a pesar de la mentira y el complot armado por los escribas, sigue con su ministerio en medio del pueblo. Pero Jesús va mucho más allá. Además de instaurar el Reino allí donde la vida se encontraba amenazada, él hace un juicio fuerte contra los líderes religiosos de su tiempo. A lo largo de su vida y en el diálogo cercano con hombres y con mujeres Jesús descubre que ellos (los líderes religiosos) que tenían la responsabilidad de ir mostrando al pueblo el camino por donde avanzar a lo largo de la historia, han falseado el camino y han llenado de mentira y de engaño el seguimiento de su Padre Dios. Frente a esta situación de engaño y de mentira Jesús lanza una sentencia "En verdad les digo: cualquier cosa se perdonará a los hombres: todo pecado y toda blasfemia; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca, antes bien, será reo de pecado eterno". Esta sentencia de Jesús iba para los líderes de su tiempo quienes a las obras de Dios las llamaban demonios y a las obras injustas de las estructuras y a la teología falseada del templo las llamaban obras de Dios.

Para nosotros, este relato evangélico tiene mucha vigencia, como todo el Evangelio. Nosotros muchas veces al mal lo llamamos bien y al bien lo llamamos mal. Pidámosle a Dios que nos dé la capacidad de discernir para saber escoger el camino correcto y para poder comprometernos como individuos y como Iglesia en el proyecto liberador del Reino, así nos calumnien, así nos persigan, así nuestra vida quede amenazada. El Reino vale la pena, esa es la gran lección que nos dejó Jesús.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-8. 2002

La de Jesús no es una locura cualquiera. La opinión de las letrados, venidos de Jerusalén, corazón de la ortodoxia judía, es que tiene dentro al mismísimo Belcebú, al jefe de los demonios, y que echa a los demonios con su poder. De esta forma quieren neutralizar y desacreditar al maestro nazareno: «iban dicien­do». Más que un loco, Jesús es para ellos un enemigo de Dios, un poseído por el demonio.

Pero no pueden probar sus afirmaciones; por eso ni intentan hablar con Él ni indagan el caso. Dictan sentencia sin oír al reo. Su autoridad (oficial) contra la de Jesús (un maestro de la periferia). La ortodoxia contra la heterodoxia. Jesús, para ellos, es un heterodoxo al que hay que silenciar.

Sus argumentos son muy débiles y están faltos de lógica. Y Jesús, siempre amante del diálogo, los con­voca para preguntarles: ¿Es que Satanás puede levan­tarse contra sí mismo? Si Satanás es figura del poder y de la ambición de poder en el evangelio, nunca podrá dar verdadera libertad al ser humano, cosa que Jesús hace a diario; se destruiría a sí mismo. Luego son ellos los que son Satanás y utilizan su autoridad para esclavizar al pueblo. Algo imperdonable, un ver­dadero insulto contra el Espíritu Santo.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-9. ACI DIGITAL 2003

22. Sobre Beelzebul léase San Mateo 10, 25 y nota: "Basta al discípulo ser como su maestro, y al siervo ser como su amo. Si al dueño de casa llamaron Beelzebul, ¿cuánto más a los de su casa? Beelzebul (Dios de las moscas) es un nombre despectivo que los judíos daban a Satanás o a alguno de los príncipes de los demonios.

Este fue el pecado que cometieron los jefes de la nación judía: el atribuir a Satanás lo que era obra del Espíritu Santo. Jesús hace ostentación de mansedumbre al detenerse a demostrar lo absurdo de tan blasfemas aseveraciones. Cf. Mat. 12, 24 - 28; Luc. 11, 15 - 20; Cf. Juan 10, 20; 16, 9.

29. La blasfemia contra el Espíritu Santo se caracteriza por la malicia y endurecimiento del pecador. De ahí la imposibilidad de que sea perdonada. La misericordia no puede concederse al que no quiere aceptarla.


3-10. 2004 SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Los numerosos milagros de Jesús debieron causar revuelo entre sus paisanos y contemporáneos, especialmente los exorcismos, es decir, las expulsiones de demonios. Creían los antiguos que el mal en todas sus formas: enfermedad, muerte, sufrimiento, era causado por seres personales, espirituales, los llamados demonios, que conformaban una especie de antireino. Algunos escribas venidos de Jerusalén, acusaban a Jesús de expulsar los demonios con el poder del príncipe de los demonios. Su explicación es absurda y falta de lógica, peor aún, demuestra mala voluntad, dureza de corazón, verdadero fanatismo, lo que llamamos "mala fe".

Esa actitud denunciada por Jesús es el pecado contra el Espíritu Santo que tanta curiosidad y temor nos causa a los creyentes, pues Jesús dijo que era el único pecado que no podía tener perdón. Y no puede ser perdonado porque implica una imposibilidad de conversión. Es una negación a aceptar el bien, a reconocer la presencia del amor misericordioso de Dios que actúa en Jesús a favor de esos pobres seres humanos sumidos en la más terrible de las servidumbres. Es rechazar la gracia de Dios, el don que nos hace de su propio bien y de su felicidad.
También ahora, como entonces, hay personas que no son capaces de reconocer el bien que se hace a los más pobres y necesitados cuando se asume su defensa y alguien se compromete en ayudarles. Los nuevos letrados, venidos de cualquier parte, son capaces de acusar a los benefactores de la humanidad de estar haciendo el mal, porque el bien de los pobres, de la inmensa mayoría de los seres humanos, no coincide con sus privilegios, sus ambiciones, su maligno poder.


3-11.

Comentario: Rev. D. Vicenç Guinot i Gómez (Lavern-Barcelona, España)

«El que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón nunca»

Hoy, al leer el Evangelio del día, uno no sale de su asombro —“alucina”, como se dice en el lenguaje de la calle—. «Los escribas que habían bajado de Jerusalén» ven la compasión de Jesús por las gentes y su poder que obra en favor de los oprimidos, y —a pesar de todo— le dicen que «está poseído por Beelzebul» y «por el príncipe de los demonios expulsa los demonios» (Mc 3,22). Realmente uno queda sorprendido de hasta dónde pueden llegar la ceguera y la malicia humanas, en este caso de unos letrados. Tienen delante la Bondad en persona, Jesús, el humilde de corazón, el único Inocente y no se enteran. Se supone que ellos son los entendidos, los que conocen las cosas de Dios para ayudar al pueblo, y resulta que no sólo no lo reconocen sino que lo acusan de diabólico.

Con este panorama es como para darse media vuelta y decir: «¡Ahí os quedáis!». Pero el Señor sufre con paciencia ese juicio temerario sobre su persona. Como ha afirmado Juan Pablo II, Él «es un testimonio insuperable de amor paciente y de humilde mansedumbre». Su condescendencia sin límites le lleva, incluso, a tratar de remover sus corazones argumentándoles con parábolas y consideraciones razonables. Aunque, al final, advierte con su autoridad divina que esa cerrazón de corazón, que es rebeldía ante el Espíritu Santo, quedará sin perdón (cf. Mc 3,29). Y no porque Dios no quiera perdonar, sino porque para ser perdonado, primero, uno ha de reconocer su pecado.

Como anunció el Maestro, es larga la lista de discípulos que también han sufrido la incomprensión cuando obraban con toda la buena intención. Pensemos, por ejemplo, en santa Teresa de Jesús cuando intentaba llevar a más perfección a sus hermanas.

No nos extrañe, por tanto, si en nuestro caminar aparecen esas contradicciones. Serán indicio de que vamos por buen camino. Recemos por esas personas y pidamos al Señor que nos dé aguante.


3-12.

Reflexión

Este pasaje nos sirve para ilustrar en qué consiste el pecado contra el Espíritu Santo. Los escribas y fariseos, con tal de desacreditar a Jesús, hacen aparecer todas las obras buenas realizados por él como si fueran hechas gracias a la acción del Demonio. Esto no es otra cosa que una rechazo consciente (pues ellos mismos han sido testigos de ello) de la gracia de Dios; es una resistencia a la conversión. Esto desafortunadamente puede suceder también en nuestra propia vida cuando de manera sistemática rechazamos la invitación a Dios a convertirnos, a dejar nuestra vida de pecado y para ellos inventamos toda clase de excusas, las cuales nos mantienen al margen del amor de Dios. Pecar contra el Espíritu, entonces, no consiste en hablar mal de él, sino en rechazar la invitación de Dios a la vida de la gracia. Esto puede incluir, incluso, el encerrarnos detrás de posiciones teológica que van bloqueando la acción de la gracia que busca la unidad y la paz. No desaproveches hoy la oportunidad que Dios te da para amarle más y para descubrí en él la única fuente de la verdad y de la autentica felicidad.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-13. El pecado contra el Espíritu Santo

Fuente: Catholic.net
Autor: Carlos Llaca

Reflexión:

Cuando una persona se apasiona por un ideal, no sólo lo lleva a cabo, sino que contagia a los que están a su alrededor.

Cristo reunía en torno a sí más gente que los escribas. Y, claro, la manera más común entre los envidiosos y egoístas para quitar la atención de la gente de su adversario es la calumnia. Esto es lo que hacen los escribas. Temen enfrentarse a Jesús cara a cara y le calumnian. Pero Cristo les da una lección. Primero les dice que su razonamiento está equivocado cuando se refieren a la división interna de un reino. Cristo no pertenece al mismo reino que el diablo. Aquí está su error. Y se lo explica con una parábola.

Luego les pone en guardia contra el peor pecado que pueda cometer un hombre, que es el negar el Espíritu Santo. Aquel que niegue o rechace al Espíritu Santo es reo de condenación eterna por propia elección. La razón es porque en el amor de Dios es donde nos salvamos y somos perdonados. Porque la misericordia de Dios sobre nosotros depende del infinito amor que nos tiene. Por tanto, si una persona rechaza este amor, el Espíritu de Amor, el Espíritu Santo, está rechazando al mismo Dios. En otras palabras, está prefiriendo su condenación.

Aprendamos hoy a perdonar, para que seamos perdonados en el amor de Dios, en el Espíritu Santo. Perdonemos aquellos que nos ofenden o que no nos agradan tanto. Dios en su infinito amor nos perdona. Imitémosle amando y perdonando de corazón, olvidando las ofensas.


3-14.

Al igual que un reino no puede estar divido, pues sino no subsistiría, así pasa con nuestras vidas. No podemos estar sirviendo a dos reinos al mismo tiempo. No podemos tener nuestro corazón en Jesús y nuestras mentes, nuestros cuerpos en el mundo. Si así vivimos, estaremos como dice San Pablo en una de sus cartas, "dejando de hacer el bien que queremos y haciendo el mal que no queremos". Necesitamos del Espíritu Santo en nuestras vidas para que nos dé esa unidad de cuerpo, mente y alma en Cristo Jesús. Pero, para ello necesitamos creer que el Espíritu Santo puede traer esa unión a nuestras vidas. Si lo creemos, cualquier pecado que hayamos cometido se nos perdonará. Pero, sino lo hacemos, tal y como dice Jesús, si renegamos del poder del Espíritu Santo en nuestras vidas, eso no se nos perdonará jamás.  Cargaremos con las consecuencias del pecado por el resto de nuestras vidas.

Señor hoy te pido que se haga presente tu Espíritu en mí. Úngeme espíritu de Dios, transfórmame para poder adorar a nuestro Dios con toda mi mente, con todo mi cuerpo y con todo mi corazón.

Dios nos bendice,

Miosotis


3-15.

LECTURAS: TIT 1, 1-5; SAL 95; MC 3, 22-30

Tit. 1, 1-5. Siervo de Dios y apóstol de Jesucristo. Antes que nada hay que estar con Dios, escuchar su Palabra, hacerla nuestra, vivirla, experimentarla. Sólo a partir de entonces podrá uno conducir a los elegidos de Dios a la fe y al pleno conocimiento de la verdad que se manifiesta en una vida religiosa, con la esperanza puesta en la vida eterna. La fe nos lleva a creer en Dios; pero también a creerle a Dios. Contemplando así, nuestro mundo y los diversos acontecimientos de la vida como Dios los contempla, caminaremos, en medio tal vez de grandes dificultades, con la esperanza cierta de que al final será nuestra la salvación eterna. Pero, mientras llega ese momento, vamos construyendo nuestra vida como un reflejo de aquello que pretendemos poseer al final de nuestra existencia, por voluntad de Dios. La presencia de quienes representan a Cristo Cabeza no es sólo para tener comunidades bien organizadas, sino para tener entre nosotros un signo de Cristo que, caminando con la Comunidad, continúa realizando su obra de salvación a través de la historia. Tratemos de vivir siempre a la escucha fiel de la Palabra de Dios; y esforcémonos por conservar la comunión de vida con Cristo viviendo unidos a aquellos a quienes Él ha constituido como siervos y apóstoles suyos en su Iglesia.

Sal. 95. Entonemos al Señor un canto nuevo. Que todo lo antiguo quede atrás y todo sea nuevo. Dios ha cancelado la deuda que pesaba sobre nosotros. Por eso no podemos continuar como esclavos del pecado. Nuestra vida debe convertirse en un testimonio de la Buena Nueva para todos los pueblos. Ese ha de ser el mejor de nuestros cantos; pues al Señor lo alabamos no sólo con nuestras voces, sino con una vida intachable. Desde una vida que se ha renovado en Cristo podemos contribuir para que el Señor sea conocido por todos como el Dios lleno de amor, de misericordia y de ternura para con todas sus criaturas. Abramos nuestro corazón a la justificación que Dios nos ofrece; dejémonos guiar por su Espíritu para que, proclamando ante todas las naciones el amor que Él nos tiene, puedan tributarle honor todos los pueblos y le reconozcan como su Dios y Señor.

Mc. 3, 22-30. No debemos echar las cosas santas a los puercos. No podemos atribuir la obra de salvación de Dios a Satanás. Hay muchos que, utilizando las fuerzas malignas, tratan de engañar, con sus sortilegios, incluso a los mismos elegidos de Dios. Pero del mal no puede surgir el bien. Toda obra buena viene de Dios, pues nos encamina hacia la unión con Él y hacia nuestra salvación eterna. Si en verdad queremos vivir como hijos de Dios, no queramos que convivan en nosotros tanto Dios como el Demonio. Jesús es el Hijo que, encarnado, ha venido a perdonarnos; Él ha venido para manifestarnos el gran amor que Dios nos tiene. Finalmente Cristo, descendencia de la Mujer, ha librado la batalla entre el Hombre y la serpiente antigua, o Satanás. Jesús se ha levantado victorioso sobre el autor del pecado y de la muerte. Él lo ha atado y lo ha despojado de todo poder. Ojalá y reconozcamos a Jesús como Salvador nuestro y nos dejemos llenar de su Espíritu Santo. Quien llegue a pensar que Jesús, que toda su obra de salvación, que sus milagros y curaciones son obra del poder del maligno en Él, ha dejado de reconocer el poder salvador de Dios y ha cometido una falta, un pecado en contra del Espíritu Santo. Sólo Dios, que vino a salvar a todos, le llevará por caminos que le hagan dejar a un lado esos pensamientos que podrían conducirle a la condenación. Nosotros vivamos fieles al Señor y dejemos que su salvación realmente llegue a nosotros.

La Eucaristía es el milagro más grande que el Señor nos ha dejado para que podamos vivir el momento de su Pascua, mediante la cual somos liberados de la esclavitud del pecado. Dios ha destruido el poder del maligno y nos quiere libres de todo aquello que nos llevaba por caminos de maldad. Por eso, al participar de la Eucaristía hacemos nuestra la victoria de Cristo. Nuestra vocación, a partir de encontrarnos con el Señor y de la renovación de la Alianza entre Él y nosotros, mira a convertirnos en un signo creíble de su amor, de su bondad y de su misericordia. Efectivamente, la salvación no es sólo recibir el perdón que nos viene de Dios, sino el ser renovados en Cristo y ser revestidos de Él, de tal forma que el Espíritu Santo lleve a su plenitud el proyecto de Dios sobre nosotros: Que seamos conforme a la imagen del Hijo de Dios.

Si en verdad somos congruentes con nuestra fe seamos servidores de Dios y apóstoles de Jesucristo. No reduzcamos nuestra fe al interior de los templos, ni a la intimidad del hogar. Preocupémonos de conducir hacia Cristo a todos los que Él ha elegido; y esa elección nos la ha manifestado cuando nos dio este mandato: Vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Nueva a todas las criaturas. La salvación, según la voluntad de Dios, es para todos los hombres, de todos los lugares, culturas y tiempos. Vivamos fieles al Señor para que, por nuestras buenas obras, todos glorifiquen a nuestro Padre Dios, que está en los cielos. Sabemos que somos frágiles, muchas veces inclinados al mal; por eso seamos hombres de oración, para que el Señor nos libre de anunciar su Nombre sólo con los labios mientras nuestras obras indicaran que vivimos lejos de Él.

Roguémosle a Dios, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de estar abiertos a la inspiración del Espíritu Santo para que, como Iglesia, seamos portadores de la salvación y de la santidad del Señor para todos los pueblos. Amén.

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3-16. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

La crispación está a la orden del día. Tertulias radiofónicas y programas “tele - basura” la avivan. Cunde la desacreditación del adversario, cuando no el insulto en ciertas confrontaciones políticas. Incluso en algunas intervenciones parlamentarias se hace caso omiso de la tradicional y exigible cortesía. No digamos en la calle, en donde se dicen y se escuchan epítetos variados, adjudicados sin más miramientos a los que se considera reprobables por infringir alguna ley, o por ser distintos. Brilla por su ausencia, en general, la pulcritud de modos. El personal, necesitado de desahogos emocionales, salpica verbalmente a los presuntos infractores y, de paso, también a sus antepasados. Mal parado suele salir con frecuencia el eslabón genealógico antecedente (¡ hijo o hija de ....!).

Hijo de un demonio era la expresión que se oía decir antaño en algún pueblo de Castilla la Vieja. Se profería contra quien tenía comportamientos no avenidos a las sanas costumbres del lugar. Y aun hoy día, cuando se quiere enfatizar el proceder torticero de alguna persona o sus aviesas intenciones, suele decirse: ¡es de la piel del diablo! Algo parecido se decía de Jesús: ¡tiene dentro a Belcebú, tiene un espíritu inmundo! Más no se podía decir. Era identificarlo justamente por lo contrario de lo que él era: Hijo de Dios hecho hombre, Hijo del Altísimo, la santidad personificada. Y le llamaban demonio, hijo de un demonio, poseído por el demonio.

Tamaña osadía en el empleo del insulto resultaba imperdonable . Y así lo afirma el texto del Evangelio (cf. Mc 3, 29). No tiene perdón - matiza el texto - porque es una blasfemia contra el Espíritu Santo.

Sin embargo, sigue resultándonos misterioso el pasaje evangélico en cuestión: ¿por qué no puede perdonarse?..., si Dios lo perdona todo. En cualquier caso, si los insultos que van dirigidos contra el Espíritu Santo son imperdonables, cabe preguntarse si las injurias contra las personas que tenemos al lado - templos del Espíritu Santo - revisten asimismo idéntica o, al menos, proporcional imposibilidad de perdón...

En fin, quizá no estará de sobra hacer una llamada a la continencia verbal, a la moderación en el uso de nuestras palabras, al comedimiento en los modos y maneras de relacionarnos con nuestros semejantes - hijos todos de Dios que somos, que no del diablo - , hoy que eso de zaherir a los demás está de moda en tantos mentideros.

Vuestro hermano en la fe:
José San Román (sanromancmf@claret.org)


3-17. ARCHIMADRID 2004

LAS LLAVES

Tres horas, tres, de una a cuatro de la madrugada, tardé en conseguir abrir una cerradura. El otro día llamaron al portero automático de la parroquia a la una de la madrugada. Cuando bajé y atendí a quien llamaba y subía por la escalera interior hacia mi casa me fui dando cuenta de que había cerrado la puerta mecánicamente y las llaves las había dejado dentro. De mi parroquia es fácil salir, las puertas se abren desde el interior sin llaves, no siendo la del templo, pero no es tan sencillo entrar. Una de la mañana, en pijama, sin llaves, sin teléfono, sin calefacción, con la única ayuda del Sagrario en el que dejé el cabreo consiguiente por la situación y manos a la obra a intentar abrir la puerta. En las películas parece fácil y he visto personas que con cualquier cosita te abren una puerta en un santiamén. He descubierto que Dios no me llama por el camino de faltar al séptimo mandamiento: ni con un plástico o un pequeño hierro, ni con un cuchillo que encontré en el cuarto de la limpieza fue posible doblegar la cerradura de la puerta (y no es de seguridad ni blindada ni cosas de esas, es de lo más normalito del mercado). Después de tres horas, cargarme el pomo de la puerta, forzar la madera de alrededor, conseguí abrirla y llegar hasta la cama (y hasta el paquete de tabaco, que también se había quedado dentro) para dormir un poco hasta el día siguiente. ¡Qué impotencia se siente!, si hubiera alguien al otro lado con simplemente llamar al timbre con un pequeño giro de muñeca se habría abierto la puerta y todos tan contentos.

Los escribas del Evangelio parecen dispuestos a no tocar el timbre de ninguna manera. Parece que creen que dentro encontrarán al enemigo o deciden que son mucho más felices en la escalera, pasando frío, que en casa. Jesús les enseña el reino de Dios, les muestra las muchas y fabulosas habitaciones que Dios había prometido a quienes ama, pero no quieren entrar, se sienten en casa ajena y en vez de llamar para que les abran prefieren mudarse a una chabola inmunda o quedarse en la escalera.

La blasfemia contra el Espíritu Santo es no querer llamar al timbre, pensar que Cristo no está dentro y te espera a cualquier hora, creer que no eres lo “suficientemente bueno” para Dios y por lo tanto mudarte de casa, huir del amor de Dios para hacerte tu “rinconcito” y justificarte en lo “exigente y duro” que es Dios sin querer ni tan siquiera acercarte a su puerta pues ya le has prejuzgado: “Tiene dentro a Belcebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios.” Hoy muchos tienen miedo a acercarse a Dios, se justificarán de cualquier manera y defenderán a capa y espada que el mejor sitio del mundo es la escalera y se preguntarán cómo es que no se les había ocurrido antes irse a vivir entre el primer y segundo piso con lo sanísimo que es el frío. Tú y yo tenemos que animarles a “llamar al timbre”, a descubrir que Cristo los está esperando y que les ayudará a cruzar el umbral de la puerta para vivir como hijos en la casa que “nos tiene reservada su Padre.” María, madre buena, ayúdame a que por mi medio nadie se quede fuera, no intente estar tres horas, ni toda la vida, intentando forzar la puerta sino que llamemos al timbre y dejemos que sea Jesús quien nos abra.


3-18. Fray Nelson Lunes 24 de Enero de 2005
Temas de las lecturas: Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos; se manifestará por segunda vez para dar la salvación a los que lo esperan * Satanás ha sido derrotado.

1. Eucaristía como sacrificio
1.1 Hoy solemos insistir en la dimensión fraternal de la Eucaristía. Es frecuente, por ejemplo, que se presente la Misa como el banquete que celebramos en torno a Jesús, o como una comida de familia, o como una cena en que departen los amigos. Todo esto es cierto y de nada puede decirse con tanta verdad como de la Eucaristía. Pero el misterio eucarístico no se limita al encuentro fraterno y pretender limitarlo a ello terminaría por desfigurarlo.

1.2 En la Eucaristía hay Uno que con la perfección de su amor puede asumir, purificar y levantar nuestros amores. No somos hermanos porque nos digamos hermanos sino porque la Sangre que Él derramó en la Cruz declaró nuestra iniquidad, hizo posible el arrepentimiento de nuestras obras muertas y nos llamó a creer en la gracia que viene de lo alto. Acogiendo entonces con humilde fe el regalo inmenso de su divino Espíritu, hemos llegado a ser hijos en el Hijo y por eso, sólo por eso, somos hermanos.

1.3 Dicho con otras palabras, aunque en la Santa Misa están presentes tanto la dimensión "fraternal" de banquete como la dimensión "sacrificial" de la inmolación, es ésta la que soporta a aquélla: es el sacrificio el que hace posible el amor entre nosotros, pues por nuestras solas fuerzas no podíamos aceptarnos y amarnos al grado que requiere nuestra propia miseria.

1.4 Cólmese, pues, de gratitud el alma cristiana y al recibir devotamente la Hostia Consagrada, descubra allí el mismo don y el mismo misterio del Calvario.

2. Un sacrificio perfecto
2.1 Todo es posible esperarlo del amor de Cristo y es infinita la gracia de la Eucaristía. Lo sabemos porque el sacrificio del Señor es perfecto, y así nos lo ha enseñado la Carta a los Hebreos el día de hoy.

2.2 El santuario es el cielo, la víctima es su propio Cuerpo, y el sacerdote es Él mismo. Va vestido en su propia sangre y ora con humildad perfecta en obediencia plena al designio de su propio Padre, ante quien ruega por nosotros. Por eso podemos esperar todo de la Cruz del Señor; por eso podemos confiar infinitamente en su plegaria y en la eficacia de su intercesión. ¡Aleluya!


3-19.

Comentario: Rev. D. Vicenç Guinot i Gómez (Lavern-Barcelona, España)

«El que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón nunca»

Hoy, al leer el Evangelio del día, uno no sale de su asombro —“alucina”, como se dice en el lenguaje de la calle—. «Los escribas que habían bajado de Jerusalén» ven la compasión de Jesús por las gentes y su poder que obra en favor de los oprimidos, y —a pesar de todo— le dicen que «está poseído por Beelzebul» y «por el príncipe de los demonios expulsa los demonios» (Mc 3,22). Realmente uno queda sorprendido de hasta dónde pueden llegar la ceguera y la malicia humanas, en este caso de unos letrados. Tienen delante la Bondad en persona, Jesús, el humilde de corazón, el único Inocente y no se enteran. Se supone que ellos son los entendidos, los que conocen las cosas de Dios para ayudar al pueblo, y resulta que no sólo no lo reconocen sino que lo acusan de diabólico.

Con este panorama es como para darse media vuelta y decir: «¡Ahí os quedáis!». Pero el Señor sufre con paciencia ese juicio temerario sobre su persona. Como ha afirmado Juan Pablo II, Él «es un testimonio insuperable de amor paciente y de humilde mansedumbre». Su condescendencia sin límites le lleva, incluso, a tratar de remover sus corazones argumentándoles con parábolas y consideraciones razonables. Aunque, al final, advierte con su autoridad divina que esa cerrazón de corazón, que es rebeldía ante el Espíritu Santo, quedará sin perdón (cf. Mc 3,29). Y no porque Dios no quiera perdonar, sino porque para ser perdonado, primero, uno ha de reconocer su pecado.

Como anunció el Maestro, es larga la lista de discípulos que también han sufrido la incomprensión cuando obraban con toda la buena intención. Pensemos, por ejemplo, en santa Teresa de Jesús cuando intentaba llevar a más perfección a sus hermanas.

No nos extrañe, por tanto, si en nuestro caminar aparecen esas contradicciones. Serán indicio de que vamos por buen camino. Recemos por esas personas y pidamos al Señor que nos dé aguante.


3-20.

Reflexión:

Heb. 9, 15. 24-28. Nosotros aguardamos al Señor. En la Antigua Alianza el Sumo Sacerdote entraba una vez al año al lugar santísimo, llevando la sangre del Sacrificio para ofrecerla por sus propios pecados y por los del Pueblo; y era esperado por la comunidad con la seguridad de haber obtenido, de parte de Dios, el perdón los pecados. Pero, puesto que al retornar a la vida diaria, se volvía a las antiguas faltas, era necesario repetir este sacrificio ritual cada año. Jesucristo entró en el Santuario eterno llevando su propia sangre mediante la cual destruyó el pecado y nos obtuvo el perdón de Dios. Ahora intercede por nosotros para que seamos perdonados y, unidos a Él, seamos reconocidos como hijos de Dios. Nosotros lo esperamos ansiosamente cuando salga del Santuario y vuelva a nosotros al final del tiempo para conducirnos a la salvación eterna; a nosotros, que tenemos puesta nuestra esperanza en Él. Por eso hemos de vivir sin mezcla de maldad ni error. Guiados y fortalecidos por el Espíritu Santo vivamos, ya no para nosotros mismos, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó.

Sal. 98 (97). Jesucristo ha ofrecido su propia sangre como expiación de nuestros pecados. Él, así, se ha levantado victorioso, de un modo definitivo, sobre el pecado y la muerte. Los que, por nuestra fe en Él, aceptamos el perdón de Dios, hacemos nuestra la Salvación que Él nos ofrece si permanecemos fieles a nuestra unión a Cristo Jesús hasta el final. Por eso toda nuestra vida debe convertirse en un nuevo cántico al Señor. Día a día la Iglesia debe manifestar el amor y la lealtad de Dios al mundo entero, para que todas las naciones también aclamen con júbilo al Señor, pues Él nos ha enviado a proclamar su Evangelio de la gracia hasta el último rincón de la tierra. Vamos tras las huellas de Cristo hacia la gloria del Padre. Pero esto no podrá ser realidad mientras permanezcamos en el pecado. Si somos de Cristo marchemos tras de Él guiados y fortalecidos por su Espíritu Santo, que habita en nosotros como en un templo para hacernos una ofrenda agradable a Dios.

Mc. 3, 22-30. Muchas obras buenas hizo Jesús para liberarnos de la esclavitud al autor del pecado y de la muerte. Expulsó demonios; resucitó muertos; curó a muchos de diversos males; hizo milagros; anunció el Evangelio; nos dio el perdón y la vida eterna mediante su muerte y resurrección. Decir que todo lo que Él hizo era por estar poseído por Satanás, príncipe de los demonios, y que por eso los echaba fuera, manifestaba que trataban de echar por tierra la obra de salvación que Dios nos ha ofrecido por medio de su Hijo. ¿No será, más bien, esa cerrazón a la obra de Jesús, una manifestación del demonio en quienes levantan tales blasfemias? ¿Podrá Dios perdonar a quien no sólo ha rechazado, sino que se ha cerrado para no aceptar el único Camino que nos ha ofrecido para llegar a Él? Dios perdonará todos los pecados, por muy graves que sean; pero antes hay que reconocerse pecador y estar dispuesto a volver al buen camino. Cuando se hace a un lado el arrepentimiento y se vive en la maldad pensando que somos buenos cuando destruimos a los demás, entonces se hace imposible la llegada del amor y de la vida al corazón de quien se piensa poderoso para salvarse a sí mismo al margen del Evangelio y del camino que Dios nos manifestó en Cristo Jesús. Tal vez en muchas ocasiones aquellos que traten de conservar su poder o sus tradiciones emitan juicios temerosos, o levanten falsos contra quienes se nos han adelantado en la auténtica respuesta al Evangelio, para perjudicarlos y evitar el que sean escuchados y seguidos; sin embargo no es el poder ni el boato humano el que salva, sino la fidelidad a Cristo y el Amor a Dios y al prójimo. ¿Acaso el que viva en el seguimiento de las huellas del Señor estará poseído del demonio o de un espíritu inmundo?

La Eucaristía es el milagro más grande que el Señor nos ha dejado para que podamos vivir el momento de su Pascua, mediante la cual somos liberados de la esclavitud al autor del pecado y de la muerte. Dios ha destruido el poder del maligno y nos quiere libres de todo aquello que nos llevaba por caminos de maldad. Por eso, al participar de la Eucaristía hacemos nuestra la victoria de Cristo. Nuestra vocación, a partir de nuestro encuentro con el Señor y de la renovación de la Alianza entre Él y nosotros, mira a convertirnos en un signo creíble de su amor, de su bondad y de su misericordia. Efectivamente, la salvación no es sólo recibir el perdón que nos viene de Dios, sino el ser renovados en Cristo y ser revestidos de Él, de tal forma que el Espíritu Santo lleve a su plenitud el proyecto de Dios sobre nosotros: Que seamos conforme a la imagen del Hijo de Dios para amarnos como hermanos, para escuchar al Señor que nos habla a través de su Palabra, pero también a través de nuestro prójimo, pues todos los que creemos en Cristo y vivimos unidos a Él somos un signo de Él en el mundo e instrumentos de su amor salvador para todos.

Dios nos llama para que seamos portadores de su perdón y de su Gracia, pues Él nos quiere para siempre en su Gloria. Mientras llega el día final, la Iglesia ha de esforzarse por conducir a toda la humanidad a un encuentro de fe, de amor, y de fidelidad con el Señor. Y en esta labor no hay exclusivismos. Todos los bautizados somos responsables del Evangelio. Y Dios distribuye sus carismas en los diversos miembros de la Iglesia para el perfeccionamiento de la misma. Nadie puede decir que agota en sí mismo la manifestación del Espíritu de Dios, sino que todos, entramados por el amor y por el mismo Espíritu, manifestamos, así unidos, la perfección de Cristo entre nosotros. Por eso no apaguemos el Espíritu de Dios, manifestado en cada uno de nuestros hermanos, antes al contrario vivamos en unión y comunión de fe y de amor entre nosotros para que todos podamos llegar a la plenitud en Cristo Jesús. Todo esto nos ha de llevar a una verdadera humildad y a una auténtica fe manifestada en obras de amor, y jamás en la opresión o rechazo de los demás, pensando que si no tienen la formación adecuada ellos no pueden ser instrumentos del Señor, pues ante Dios lo único que contará será el amor fiel, que, cuanto más ilustrado deberá también ser más comprometido en el servicio y no en la humillación de los demás.

Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de estar abiertos a la presencia del Espíritu Santo en nosotros para que, como Iglesia, seamos todos portadores de la salvación y de la santidad del Señor para todos los pueblos. Amén.

Homiliacatolica.com


3-21.

Reflexión

Este pasaje nos sirve para ilustrar en qué consiste el pecado contra el Espíritu Santo. Los escribas y fariseos, con tal de desacreditar a Jesús, hacen aparecer todas las obras buenas realizados por él como si fueran hechas gracias a la acción del Demonio. Esto no es otra cosa que una rechazo consciente (pues ellos mismos han sido testigos de ello) de la gracia de Dios; es una resistencia a la conversión. Esto desafortunadamente puede suceder también en nuestra propia vida cuando de manera sistemática rechazamos la invitación a Dios a convertirnos, a dejar nuestra vida de pecado y para ellos inventamos toda clase de excusas, las cuales nos mantienen al margen del amor de Dios. Pecar contra el Espíritu, entonces, no consiste en hablar mal de él, sino en rechazar la invitación de Dios a la vida de la gracia. Esto puede incluir, incluso, el encerrarnos detrás de posiciones teológica que van bloqueando la acción de la gracia que busca la unidad y la paz. No desaproveches hoy la oportunidad que Dios te da para amarle más y para descubrí en él la única fuente de la verdad y de la autentica felicidad.

Pbro. Ernesto María Caro