MARTES DE LA SEMANA 2ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

Primer Libro de Samuel 16,1-13.

El Señor dijo a Samuel: "¿Hasta cuándo vas a estar lamentándote por Saúl, si yo lo he rechazado para que no reine más sobre Israel? ¡Llena tu frasco de aceite y parte! Yo te envío a Jesé, el de Belén, porque he visto entre sus hijos al que quiero como rey". Samuel respondió" "¿Cómo voy a ir? Si se entera Saúl, me matará". Pero el Señor replicó: "Llevarás contigo una ternera y dirás: 'Vengo a ofrecer un sacrificio al Señor'. Invitarás a Jesé al sacrificio, y yo te indicaré lo que debes hacer: tú me ungirás al que yo te diga". Samuel hizo lo que el Señor le había dicho. Cuando llegó a Belén, los ancianos de la ciudad salieron a su encuentro muy atemorizados, y le dijeron: "¿Vienes en son de paz, vidente?". "Sí, respondió él; vengo a ofrecer un sacrificio al Señor. Purifíquense y vengan conmigo al sacrificio". Luego purificó a Jesé y a sus hijos y los invitó al sacrificio. Cuando ellos se presentaron, Samuel vio a Eliab y pensó: "Seguro que el Señor tiene ante él a su ungido". Pero el Señor dijo a Samuel: "No te fijes en su aspecto ni en lo elevado de su estatura, porque yo lo he descartado. Dios no mira como mira el hombre; porque el hombre ve las apariencias, pero Dios ve el corazón". Jesé llamó a Abinadab y lo hizo pasar delante de Samuel, el cual dijo: "Tampoco a este ha elegido el Señor". Luego hizo pasar a Sammá; pero Samuel dijo: "Tampoco a este ha elegido el Señor". Así Jesé hizo pasar ante Samuel a siete de sus hijos, pero Samuel dijo a Jesé: "El Señor no ha elegido a ninguno de estos". Entonces Samuel preguntó a Jesé: "¿Están aquí todos los muchachos?". El respondió: "Queda todavía el más joven, que ahora está apacentando el rebaño". Samuel dijo a Jesé: "Manda a buscarlos, porque no nos sentaremos a la mesa hasta que llegue aquí". Jesé lo hizo venir: era de tez clara, de hermosos ojos y buena presencia. Entonces el Señor dijo a Samuel: "Levántate y úngelo, porque es este". Samuel tomó el frasco de óleo y lo ungió en presencia de sus hermanos. Y desde aquel día, el espíritu del Señor descendió sobre David. Samuel, por su parte, partió y se fue a Ramá.

Salmo 89,20-22.27-28.

Tú hablaste una vez en una visión y dijiste a tus amigos: "Impuse la corona a un valiente, exalté a un guerrero del pueblo.
Encontré a David, mi servidor, y lo ungí con el óleo sagrado,
para que mi mano esté siempre con él y mi brazo lo haga poderoso.
El me dirá: "Tú eres mi padre, mi Dios, mi Roca salvadora".
Yo lo constituiré mi primogénito, el más alto de los reyes de la tierra.


Evangelio según San Marcos 2,23-28.

Un sábado en que Jesús atravesaba unos sembrados, sus discípulos comenzaron a arrancar espigas al pasar. Entonces los fariseos le dijeron: "¡Mira! ¿Por qué hacen en sábado lo que no está permitido?". El les respondió: "¿Ustedes no han leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus compañeros se vieron obligados por el hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en el tiempo del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió y dio a sus compañeros los panes de la ofrenda, que sólo pueden comer los sacerdotes?". Y agregó: "El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado. De manera que el Hijo del hombre es dueño también del sábado".

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



 

1.- Hb 6, 10-20

1-1.

La carta a los Hebreos ha denunciado el pecado de muchos de aquellos cristianos: la indolencia, la rutina, la despreocupación de los cristianos viejos por la vida auténticamente cristiana, y ha señalado su raíz: la incredulidad, y el peligro último en el que pueden caer: la apostasía y la perdición.

Ahora el autor descubre la meta que se propone conseguir con su escrito: "Deseamos que cada uno de vosotros demuestre el mismo empeño hasta el final, para que se cumpla nuestra esperanza".

No se trata de realizar unos determinados actos ni de cumplir ciertas normas. Si los síntomas delatan una debilitación de la fe, es esta raíz la que es preciso curar.

"Y no seáis indolentes sino imitad a los que con fe y perseverancia consiguen lo prometido".

-No seáis indolentes. Si nos miramos a nosotros mismos descubriremos también esa negligencia habitual con la que convivimos durante todo el día.

Porque no se trata de hacer más cosas de las que hacemos, sino de hacerlas de otra manera: hacerlas con Dios y para Dios. Porque hacemos las cosas de cada día porque las tenemos que hacer, pero no las hacemos para Dios.

Y la mayoría de las cristianos se conforman con ofrecer a Dios todas las cosas cuando se levantan y después actúan durante el día de una manera puramente individual, sin descubrir que están haciendo las cosas juntamente con Dios.

El único camino de renovación para nuestra mediocridad consiste en vivificar la fe y la esperanza.

Para conseguir este objetivo, el autor de la carta propone una reflexión sobre el misterio de JC. Hijo de Dios y Salvador nuestro.

La vivificación de la fe no se consigue fundamentalmente con exhortaciones o amenazas; la fe se fortalece en cada cristiano por una continua contemplación del misterio de Cristo, en el cual descubre el hombre la grandeza del amor de Dios.

Solamente así podemos alejar el peligro de la mediocridad que amenaza siempre al cristiano.


1-2.

-No es injusto Dios para olvidarse de vuestra labor y del amor que habéis mostrado hacia El, con los servicios que habéis prestado y prestáis a los fieles.

El autor invita al optimismo. No hay que tener miedo de Dios, sobre todo cuando se procura amarle amando a los hermanos.

Fórmula notable en la que la caridad fraterna es la prueba y la expresión del amor a Dios... según la revelación de Jesús: «lo que hiciereis al más pequeño de los míos, a Mí lo hacéis.»

-Es deseo nuestro que cada uno de vosotros manifieste hasta el fin la misma diligencia, para que vuestra esperanza se realice plenamente. No seáis indolentes, sed más bien imitadores de aquellos que mediante la fe y la perseverancia, obtienen la herencia que Dios nos ha prometido.

Encontramos de nuevo la triada tan apreciada por san Pablo: caridad, esperanza, fe. Es, en verdad, el núcleo de la vida cristiana: amar, esperar, creer... Estas tres virtudes están íntimamente ligadas y se apoyan sobre las «promesas» de Dios.

-Cuando Dios hizo la promesa a Abraham, no teniendo a otro mayor por quien jurar, juró por sí mismo.

Sí, nuestra seguridad no está en nosotros, sino en Dios. El compromiso de Dios es incondicional. No es un contrato bilateral -da tú porque doy yo-, es un contrato que obtiene toda su solidez del compromiso unilateral de una de las dos partes, ¡Dios!

-Dios interpuso el juramento cuando quiso mostrar más plenamente a los herederos de la Promesa que su decisión era irrevocable. Alianza incondicional, irrevocable.

Dios resulta así «comprometido» doblemente y de modo irrevocable, por lo cual es imposible que Dios mienta.

Comprometido doblemente: por «promesa» y por «juramento». Gracias, Señor. Conociendo mi flaqueza, tengo yo también doblemente necesidad de Ti.

-Esto nos anima poderosamente a mantenernos firmes en la esperanza que nos ha sido propuesta.

La esperanza cristiana no es una simple «espera» humana que se apoya en la hipótesis que todo acabará arreglándose o en la suerte -azar- que mezcla en paridad los éxitos y los fracasos. La esperanza no es tampoco una actitud optimista propia de temperamentos felices. Subsiste cuando todo parece derrumbarse, porque se apoya únicamente en la fe, en Dios, fiel a sus promesas. Cumple, Señor, tus promesas. Sálvanos, Señor.

-Tenemos esta esperanza como ancla segura y sólida de nuestra alma, que penetró hasta más allá del velo del templo adonde Jesús entró por nosotros, como precursor.

EP/ANCORA: El «áncora», solidez del marino es un símbolo habitual de la esperanza. Aquí la imagen es usada con una audacia suplementaria: nuestra «áncora» está ya clavada en los cielos... basta tirar del cabo para lograrlo seguramente.

¡Mi barca está ya anclada en el cielo!

El autor quiere tranquilizar, una vez más, a sus oyentes hebreos: os sentís frustrados sin la liturgia del Templo, pero no añoréis nada... pues vuestra «áncora», Jesús, atrae tras sí a todo el nuevo pueblo en el Santo de los santos, el santuario detrás del velo del Templo donde sólo penetraba antaño el sumo sacerdote.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 22 s.


1-3. /Hb/06/09-20

El pastor ha denunciado el pecado de sus cristianos (la indolencia) y ha señalado su raíz (la incredulidad) y el peligro último (la apostasía y la perdición). No es preciso demostrar que también hoy se dan situaciones muy paralelas; es importante, pues, ver qué solución propone y cómo piensa conseguirla.

Así descubre el autor la meta que se propone conseguir con su escrito: «Desearíamos que todos mostraseis el mismo empeño hasta que esta esperanza sea finalmente realidad» (v 11). No se trata básicamente de realizar unos determinados actos ni de cumplir ciertas normas. Si los síntomas delatan una debilitación de la fe, es esta raíz lo que es preciso curar. El único camino de renovación para la mediocridad humana es la vivificación de la fe y la esperanza personales. La carta subraya dos aspectos: la intensificación y la perseverancia; son precisamente los que dan el sello de madurez y eficacia a la fe tras el entusiasmo y la generosidad del primer momento.

Para conseguir este objetivo el autor propone una reflexión profunda sobre el misterio de Jesucristo Hijo de Dios y Salvador nuestro. Esta es la segunda lección del gran pastor. La vivificación de la fe no se consigue fundamentalmente con exhortaciones o amenazas; la fe se enriquece en cada fiel por una renovada contemplación del misterio de Cristo, en el cual encuentra el hombre la grandeza del Dios vivo y su adecuación a las más íntimas aspiraciones humanas. Sólo así se puede cambiar el curso del proceso hacia la mediocridad que amenaza siempre la comunidad cristiana. Escuchar el anuncio de la fe, también en una forma de explicación que nosotros llamaríamos «exposición teológica», es un aspecto del respeto debido al hoy, la palabra del Espíritu que quiere hacerse oir día tras día: «Si hoy oís su voz no endurezcáis el corazón» (3,7).

G. MORA
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 557 s.


2.- 1S 16, 1-13

2-1.

La lectura del Antiguo Testamento por desconcertante que sea tiene la ventaja de proporcionarnos unos resúmenes sorprendentes. Si miráramos sólo nuestra historia contemporánea correríamos el riesgo de no ver ciertas verdades importantes: las tenemos demasiado cerca... nos falta mirarlas a una cierta distancia. ¡Sin embargo Saúl, elegido por Dios, debió de reinar diez años! Apenas sabemos por el relato que ha sido proclamado rey (Samuel 10) que ya, en Samuel 15, leemos que ha sido rechazado. Y hoy sabremos quién es el nuevo elegido y cómo lo escogió Dios.

Con todo ello aprendemos una lección esencial que el "pasado" pone en evidencia para nuestro «día de hoy»...

El rey no debe jamás olvidar que su realeza le viene del único verdadero Rey... y en cuanto a mí, he de saber que si he recibido unas responsabilidades no es a causa de mis excelencias, sino a fin de que la gracia de Dios sea exaltada en nuestras debilidades.

-El Señor dijo a Samuel: «¿Hasta cuándo vas a estar llorando por Saúl? Lo he rechazado para que no reine sobre Israel.»

No hay que mirar atrás. ¡Avanzad siempre! dice Dios.

Tras un desastre nacional no os quedéis en las lamentaciones -el rey Saúl morirá en el combate- ni ante una dificultad colectiva o personal. La vida sigue. Hay que mirar al futuro.

Ante Dios oigo esas palabras divinas y las aplico a mi propia vida. ¿Qué es lo que debo emprender?, ¿qué es lo que debo continuar? En los próximos diez años, ¿qué proyecto, qué trabajo, qué responsabilidad esperas, Señor, de mí y de los que de mí dependen?

-Samuel dijo: «¿Cómo voy a ir?»

Ciertamente, el profeta duda, tiene miedo. En la Biblia, cada vez que alguien es investido por Dios de una responsabilidad, se constata ese primer reparo. Yo también, Señor, tengo miedo de lo que me pides.

San Pablo escribirá: «lo que hay de necio en el mundo, lo ha escogido Dios para confundir a los sabios... Io que hay de débil Dios lo ha escogido... a fin de que ningún mortal se gloríe delante de Dios... Yo mismo, me presenté ante vosotros débil, tímido y tembloroso...» (I Cor 1, 2 7; 2, 3)

-La elección de David, el hijo menor.

El problema de Samuel es dar un sucesor al rey Saúl, en una época difícil de la historia de las doce tribus.

Humanamente se esperaría una elección racional y segura... un hombre maduro, fuerte y experimentado.

Pero he ahí que Dios envía a su profeta a casa de un sencillo campesino de Belén y hace que desfilen los siete hijos mayores, los más gallardos y más fuertes, los que parecían designados por adelantado. Pero no son éstos los que Dios ha elegido. «¿No quedan ya más muchachos?» Sí, aquel en quien nadie pensaba: David, el más pequeño, el pequeño David, sólo capaz de guardar el rebaño en las colinas de Belén.

-Porque Dios no ve las cosas al modo de los hombres... el Señor mira el corazón. Debo detenerme a escuchar esta Palabra.

Y contemplar detenidamente también la escena de la ¡«elección del más débil»! ¡Qué misterio! Es ya el misterio de Jesús nacido, débil, en ese mismo lugar: Belén. Y, a pesar de ello, nosotros continuamos elaborando unos criterios en nombre de los cuales un hombre podría pretender el ejercicio de responsabilidades: el derecho de primogenitura, la pertenencia a una dinastía o a una familia particular, los méritos, la experiencia de los años...

Los designios de Dios no son los de los hombres. Libertad absoluta de Dios. Ayúdame, Señor, a no ser más que un pobre instrumento en tus fuertes manos.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 22 s.


2-2. /1S/16/01-13

Dentro del grupo de tradiciones de distintas procedencias recopiladas en estos capítulos, leemos hoy el relato de la unción de David. En lo que atañe al hilo de los acontecimientos tal como históricamente debieron de suceder, habrá que dar confianza más bien a otras narraciones, según las cuales David fue ungido rey primeramente por los hombres de Judá (2 Sm 2) y más tarde por los ancianos de Israel (2 Sm 5).

El presente relato, nacido probablemente en ambientes proféticos, da una visión más teológica que rigurosamente histórica del traspaso de la monarquía de Saúl a David. Pero eso no significa que no sea una perspectiva real: únicamente que, en lugar de los hechos externos, trata de iluminar aquello que pasa en el corazón de los hombres y en el corazón de Dios. Esta unción profética, que se mantiene oculta (Eliab, el hermano mayor de David, desconoce la unción de éste cuando se enfrenta con Goliat: 17,28), recuerda la unción secreta de Saúl por el propio Samuel (10,1). Dios interviene por medio de sus profetas en la historia de los hombres y la conduce según desea, sin que, por otra parte, esta intervención estorbe la libertad de los hombres. Si el pueblo libremente aclama por rey a Saúl o David es porque previamente Dios, en su impenetrable designio, los había ya escogido, y esta elección divina está simbolizada por la unción con el óleo sagrado. "Desde aquel momento (de la unción) invadió a David el espíritu de Yahvé (que se había retirado de Saúl)" (v 13).

Todos estos textos nos hablan de la libre iniciativa de Dios en la dirección de la historia de su pueblo. La gran novedad es que, a diferencia de Saúl, la elección de David será irrevocable. Pero esta irrevocabilidad será también un don inmerecido, que brota de la misericordia gratuita del corazón de Dios.

El lector se preguntará por qué Saúl, de quien conocemos solamente dos faltas no demasiado graves (véase el comentario de ayer), fue rechazado, mientras que David, del cual la historia sagrada cuenta pecados muy graves, no sólo es perdonado, sino que se le nombra repetidas veces «hombre según el deseo de Yahvé», y es propuesto como un modelo para sus sucesores. En primer lugar, David no es elegido por sus méritos, ni por ellos conservó el favor del Señor. Por tanto, no podemos pedir a Dios la razón de su generosidad porque nos podría responder, como el amo de la viña a los jornaleros que murmuraban contra él: "¿No puedo hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O ves tú con malos ojos que yo sea generoso?" (Mt 20,15). En segundo lugar, cuando Samuel reprende a Saúl, busca éste excusas, mientras que cuando Natán echa en cara a David su crimen, David responde inmediatamente: «¡He pecado!» (2 Sm 12,13).

H. RAGUER
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 667 s.


3.- Mc 2, 23-28

3-1.

... conflicto con los fariseos (continuación)

1º Jesús y sus discípulos perdonan los pecados...

2º Jesús y sus discípulos no ayunan...

3º Jesús y sus discípulos tienen un espíritu muy amplio respecto al día del sábado.

-En el día del sábado, caminando Jesús con sus discípulos a través de las mieses, estos comenzaron a arrancar espigas...

Empiezo por contemplar la escena... humanamente.

Jesús "camina a través de los campos de trigo", con sus cinco discípulos.

Los discípulos arrancan espigas y mordisquean granos de trigo. ¿Tenían hambre? ¿O bien era sólo un gesto maquinal, natural? ¿O bien una pequeña golosina? Es agradable en verano hacer crujir entre los dientes un grano bien maduro.

Un suave sabor a harina fresca nos llena la boca.

-Los fariseos le decían "¡Mira lo que están haciendo en sábado!"

¡Los sempiternos aguafiestas estaban allá! Ellos, los que están siempre a punto de escandalizarse al menor gesto algo espontáneo: en la vida de estos hombres, todo está previsto, regulado, todo es afectado.

¡Los guardianes oficiales de la Ley están aquí! Son los propietarios de la Ley de Moisés, y los únicos intérpretes auténticos: se han atribuido el papel de velar sobre todas las desviaciones.

-¡No está permitido!

El gran criterio legalista y formalista ya está lanzado: "permitido"... "prohibido"... A menudo, yo también soy un fariseo, en mi vida personal, o en el juicio que formo de los demás... Siempre que mi sola referencia es la Ley, tomada en sí misma: ¿tengo derecho de hacer esto o aquello? ¿Hasta dónde puedo llegar sin que sea pecado? Por ejemplo: "no he robado"... pero "¿no he privado a alguien de lo que de mí esperaba? O también, "no he matado, ni asesinado"... pero, "a menudo, ¿no le he dado a alguien motivo de sufrimiento con mis palabras o mi silencio, con mis críticas o mi indiferencia? Señor Jesús, tú me recuerdas hoy que más allá de lo permitido o de lo prohibido, está el amor, que es mucho más exigente que todas las interdicciones.

-Jesús les responde: "David, cuando tuvo necesidad y sintió hambre... entró en la casa de Dios y comió los panes de la ofrenda, que no es lícito comer sino a los sacerdotes, y los dio asimismo a sus compañeros..."

¡Cuan sorprendente es esta palabra de Jesús, Señor! Eres Tú, Dios, quien sale en defensa del "hombre necesitado" tú destacas que la vida del hombre va por delante de las prescripciones cultuales. Los más elementales detalles de la ley natural -el que tiene hambre de~e poder comer-... deben ser observados antes que las prácticas estrictamente religiosas.

¡Qué inversión de valores! ¡Qué novedad! El compartir simplemente humano, la vida del hombre... son más apreciados a tus ojos que las observancias legales.

Revisando los diferentes actos de mi jornada, me pregunto, a la luz de tu Palabra, Señor, lo que es más importante para ti...

-Y Jesús añade: "El sábado ha sido hecho para el hombre y no el hombre para el sábado."

La Ley está hecha para el hombre, y no a la inversa.

Veremos su aplicación en la lectura de mañana.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 276 s.


3-2.

1. (año 1) Hebreos 6,10-20

a) La carta a los Hebreos nos propone hoy argumentos para exhortarnos a la perseverancia: o sea, para que los cristianos no nos cansemos de ser cristianos y a pesar de las dificultades permanezcamos fieles a nuestra fe: Dios no olvida nuestra situación, tiene en cuenta todo lo que hemos hecho para mantenernos en su voluntad: «no se olvida de vuestra trabajo y del amor que Ie habéis demostrado»;

- Dios mostró su fidelidad en el caso de Abrahán: le prometió «con juramento» que le llenaría de bendiciones y multiplicaría su descendencia; a pesar de que no parecía poderse cumplir la promesa, Dios lo hizo; por eso el Salmo de hoy nos hace decir que «el Señor recuerda siempre su alianza»;

- una hermosa comparación la toma del mundo marinero: estamos «anclados» en el cielo; como una barca, para encontrar seguridad en medio de las olas, echa el ancla buscando terreno firme, nosotros hemos lanzado nuestra ancla, que es Cristo, al puerto del cielo: en él tenemos, por tanto, garantía y seguridad.

Por eso, «cobremos ánimos y fuerza los que buscamos refugio en él, agarrándonos a la esperanza que nos ha ofrecido». Se trata de serle fieles no sólo al principio, que es fácil, sino «que cada uno de vosotros demuestre el mismo empeño hasta el final y no seáis indolentes».

b) Todos necesitamos que se nos anime en nuestro camino de fe. Porque podemos encontrar dificultades dentro de nosotros mismos -fatiga, desvío, desesperanza- o fuera, en el mundo que nos rodea. Podemos decaer de nuestro fervor inicial y hasta llegar a ser infieles a nuestra vocación cristiana.

Los argumentos del pasaje de hoy van también para nosotros:

- la fidelidad de Dios que no se desdice nunca de sus promesas y no se dejará ganar en generosidad; Jesús nos dice que hasta un vaso de agua dado en su nombre tendrá su recompensa: cuánto más la entrega de nuestra vida en seguimiento de Jesús;

- los ejemplos de tantas personas que, como Abrahán, han seguido con perseverancia los caminos de Dios y han experimentado su cercanía y su fidelidad,

- y sobre todo, la invitación a aferrarnos al ancla de nuestra esperanza, que es Cristo Jesús, nuestro Hermano, que habiendo entrado ya en el cielo, nos enseña el camino y nos da la seguridad de poderle seguir hasta el final, por mucho que nos zarandeen las olas de esta vida.

¿Necesitamos también que se nos diga que «no seamos indolentes», y que no nos tenemos que cansar de «demostrar el mismo empeño hasta el final»?

1. (año II) 1 Samuel 16,1-13

a) Hoy se nos cuenta -en una de las varias versiones que existen en los libros históricos de la época- la elección y unción de David como rey. Samuel recibe el encargo de preparar al sucesor de Saúl, que todavía seguirá un tiempo en su cargo.

Empieza la historia de David, «el rey ideal», carismático por excelencia. Uno de los personajes más importantes de todo el AT, junto con Abrahán y Moisés. El que logró la victoria contra los filisteos y la unidad territorial y política de Israel.

Lo que más se resalta es que, sea cual sea la intervención que han tenido los hombres y las circunstancias, la de David ha sido una elección hecha por Dios, que es el que guía la historia de su pueblo. Como dice el salmo de hoy, «encontré a David mi siervo y lo he ungido con óleo sagrado, para que mi mano esté siempre con él». El fracaso de Saúl se interpreta como castigo de Dios. El éxito de David, como don gratuito de Dios.

La simpática -y un tanto novelesca- escena de Samuel en casa de Jesé y su familia nos da a entender, una vez más, que los caminos de Dios no son como los nuestros. Todos hubieran apostado por los hermanos mayores, más fuertes y avezados. Nadie contaba con David. Su padre Jesé por poco se olvida de que existe. Ya iban a empezar a comer sin él. Pero Samuel espera que llegue el más joven y le unge de parte de Dios. En aquel momento «el espíritu del Señor invadió a David».

Las bromas de Dios, libre y sorprendente en sus caminos.

b) También nosotros, muchas veces, juzgamos por apariencias, por valores externos. El mundo de hoy aplaude en sus concursos, en sus campeonatos y en sus medios de comunicación a los fuertes, a los sanos, a los que tienen éxito. Pero Dios aplaude a veces otros valores. De David no vio si era fuerte o no, sino que vio su corazón.

Sigue siendo actual para nosotros, si queremos ir consiguiendo la sabiduría de Dios y no la del mundo, el consejo que se le dio a Samuel: «No mires su apariencia ni su gran estatura... la mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón».

Si siguiéramos esta norma, nos llevaríamos seguramente menos desengaños en la vida. Porque tendemos a poner nuestras ilusiones y nuestra confianza en ídolos humanos y en instituciones efímeras. No acabamos de aprender la lección que nos da Dios, que elige con criterios diversos y que con los medios más pobres y las personas más débiles según el mundo es capaz de hacer cosas grandes. Como dijo la Virgen María: «Ha mirado la pequeñez de su sierva y ha hecho en mí cosas grandes».

2. Marcos 2,23-28

a) Ayer el motivo del altercado fue el ayuno. Hoy, una institución intocable del pueblo de Israel: el sábado.

El recoger espigas era una de las treinta y nueve formas de violar el sábado, según las interpretaciones exageradas que algunas escuelas de los fariseos hacían de la ley. ¿Es lógico criticar que en sábado se tomen unas espigas y se coman? Jesús aplica un principio fundamental para todas las leyes: «El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado».

Trae como argumento la escena en que David come y da de comer a sus soldados hambrientos los «panes presentados», de alguna manera sagrados. Una cosa es obedecer a la ley de Dios y otra, caer en una casuística tan caprichosa que incluso pasa por encima del bien del hombre. El hombre está siempre en el centro de la doctrina de Jesús. La ley del sábado había sido dada precisamente a favor de la libertad y de la alegría del hombre (cf. Deuteronomio 5,12-15).

Además Jesús lanza valientemente una de aquellas afirmaciones suyas que tan nerviosos ponían a sus enemigos: «El Hijo del Hombre es señor también del sábado». No es que Jesús haya venido a abolir la ley, pero sí a darle pleno sentido. Si todo hombre es superior al sábado, mucho más el Hijo del Hombre, el Mesías.

b) También nosotros podemos caer en unas interpretaciones tan meticulosas de la ley que lleguemos a olvidar el amor. La «letra» puede matar al «espíritu».

La ley es buena y necesaria. La ley es, en realidad, el camino para llevar a la práctica el amor. Pero por eso mismo no debe ser absolutizada. El sábado -para nosotros el domingo- está pensado para el bien del hombre. Es un día en que nos encontramos con Dios, con la comunidad, con la naturaleza y con nosotros mismos. El descanso es un gesto profético que nos hace bien a todos, para huir de la esclavitud del trabajo o de la carrera consumista.

El día del Señor también es día del hombre, con la Eucaristía como momento privilegiado. DO/VALORES: Pero tampoco nosotros debemos absolutizar el «cumplimiento» del domingo hasta perder de vista, por una exagerada casuística, su espíritu y su intención humana y cristiana. Debemos ver en el domingo sus «valores» más que el «precepto», aunque también éste exista y siga vigente. Las cosas no son importantes porque están mandadas. Están mandadas porque representan valores importantes para la persona y la comunidad.

Es interesante el lenguaje con que el Código de Derecho Canónico (1983) expresa ahora el precepto del descanso dominical, por encima de la casuística de antes sobre las horas y las clases de trabajo: «El domingo los fieles tienen obligación de participar en la Misa y se abstendrán además de aquellos trabajos y actividades que impidan dar culto a Dios, gozar de la alegría propia del día del Señor o disfrutar del debido descanso de la mente y del cuerpo» (c. 1247). El Código se preocupa del bien espiritual de los cristianos y también de su alegría y de su salud mental y corporal.

Tendríamos que saber distinguir lo que es principal y lo que es secundario. La Iglesia debería referirlo todo -también sus normas- a Cristo, la verdadera norma y la ley plena del cristiano.

«Dios no olvida vuestro trabajo y el amor que le habéis demostrado» (1ª lectura, I)

«Que cada uno demuestre el mismo empeño hasta el final y no seáis indolentes» (1ª lectura, I)

«El Señor es piadoso y clemente, recordando siempre su alianza» (salmo, I)

«El hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón» (1ª lectura, II)

«Tú eres mi padre, mi Dios, mi roca salvadora» (salmo, II)

«El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4.
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 48-53


3-3.

Primera lectura: 1 de Samuel 16, 1-13
Ungió Samuel a David en medio de sus hermanos, y lo invadió el espíritu del Señor.

Salmo responsorial: 88, 20.21-22.27-28
Encontré a David mi siervo.

Evangelio: San Marcos 2, 23-28
El sábado se hizo para el ser humano, y no el ser humano para el sábado.

La Ley vuelve a ser cuestionada por el comportamiento de Jesús y sus discípulos, quienes se mueven y actúan en un plano que para la mentalidad judía tradicional no es correcto. La necesidad de arrancar unas espigas para alimentarse, como haría cualquier persona con hambre, es tachada como conducta incorrecta por quienes consideran que la Ley de guardar el sábado, por ser Ley, es más importante que cualquier necesidad humana, sea la que sea. Jesús recuerda el caso de otros que, por necesidad, pusieron la ley a un lado para poder sobrevivir a la adversidad, y finaliza su aclaración afirmando que no se debe ser esclavo de preceptos que deshumanizan.

Los tan afamados doctores de la ley se han apegado a ella de manera perniciosa. La Ley que ellos están interpretando ya no es humanizadora de las personas, sino que se ha corrompido poniéndose por encima de todo, absolutizándose, esclavizando al ser humano. Ponen a un lado lo que es fundamental y absolutizan lo secundario. La ley no puede ser la depositaria única del plan que Dios tiene para con el ser humano. Los doctores de la ley la han desviado, sin duda por defender consciente o inconscientemente sus intereses. Jesús, al hacer su propuesta, la propuesta del "Reinado de Dios", que es tan superior a la Ley, la relativiza, la pone en el lugar que le es debido, y con ello, inevitablemente, salen a la luz los mecanismos de manipulación que la habían absolutizado para utilizarla como defensa de intereses y de grupos particulares, intereses que en toda sociedad privilegian a unos pocos y postergan a una mayoría.

Para nosotros es de vital importancia saber que cuando no vivimos centrados en lo sustancial, tendemos a reemplazarlo inconscientemente con prácticas exageradamente piadosas, que a la postre resultan ser falsas. La ley no debe malversarse, no puede pasar de ser instrumento que facilitara la convivencia del ser humano, a ser otra forma de opresión. El espíritu de la ley debe estar siempre al servicio de Dios para glorificarlo, y al servicio del humano para dignificarlo. Nadie lo ha dicho tan claramente como Jesús: el sábado se hizo para el ser humano, y no el ser humano para el sábado.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-4.

Hb 6, 10-20: Tomen el ejemplo de Abraham.

Sal 110, 1-2.4-5.9-10

Mc 2, 23-28: El ser humano no ha sido hecho para el sábado.

El simple desgranar unas espigas en sábado por parte de los discípulos de Jesús era motivo de escándalo para los fariseos. Jesús se remonta a la práctica de David, y toma pie de la ocasión para proclamar el principio fundamental que tantas veces proclamará de la supremacía del se humano y del amor sobe la ley y el legalismo. Ello nos habla de la jerarquía de valores evangélica que debemos una y otra vez confrontar con la nuestra.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-5.

Hebreos 6, 10-20: El nos abrió el camino

Salmo responsorial: 110, 1-10

Marcos 2, 23-28: No está hecho el hombre para la ley

El pasaje de la primera lectura pertenece a las secciones exhortativas de la carta. Aquí el tema es la esperanza, presentada en el versículo 19 con una imagen que se ha hecho clásica: el ancla que mantiene firme al barco en medio del oleaje. Así ha de ser la virtud cristiana: firme en la fe, perseverante en el bien obrar, confiada en las promesas de Dios, como Abraham, que no vaciló a pesar de tener tantos motivos humanos para hacerlo, sino que se aferró a la promesa de Dios que había pactado con él una alianza y que le había anunciado bendiciones abundantes y una numerosa descendencia. Nosotros somos inconstantes, y desconfiados por naturaleza. El autor sagrado nos exhorta a cambiar de actitudes, a ser fieles a Dios porque el es fiel con nosotros; nos ha dado a su Hijo, Jesucristo, nuestro salvador y nuestro sacerdote, que es la misma presencia de Dios, -eso quiere decir la imagen del velo que se evoca en la última frase de la lectura- y que intercede constantemente por nosotros.

El evangelista Marcos continúa presentando a Jesús que nos enseña con su palabra y con sus actitudes: hoy el tema de controversia es el sábado, el día de descanso sagrado para los judíos, durante el cual asistían a las sinagogas a alabar a Dios y a escuchar su Palabra, y no podían realizar ninguna clase de trabajo. Los rabinos fariseos habían catalogado las actividades prohibidas ese día, y las pocas actividades permitidas. Resultaba que el cumplimiento de las minucias y enredos de la ley hacía olvidar su verdadero significado: que la gloria de Dios es la vida y la felicidad de sus hijos, los seres humanos. Por eso los fariseos se escandalizaban de que los discípulos arrancaran espigas en sábado, para disimular el hambre. Vuelve Jesús a enseñarnos que las leyes, aún las más sagradas, no pueden estar por encima de la vida, las necesidades, la felicidad, la plena realización existencial de los seres humanos. Él es Señor del sábado, Señor de la ley, la puede interpretar, incluso abolir. Y lo hará cuando se ponga en juego la dignidad humana, que tantas leyes inhumanas pretenden someter. ¿No somos a veces demasiado legalistas? ¿No juzgamos con dureza a nuestros hermanos cuando creemos que no cumplen las leyes, sean las humanas o las de la Iglesia, o las mismas leyes divinas? ¿No nos falta la misma comprensión de Jesús, su sentido humanístico, cuando afirmó solemnemente que la ley solamente tiene sentido en cuanto beneficie a los seres humanos?

¿No nos invita Jesús a cambiar de actitud?

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-6. CLARETIANOS 2002

Guardar el sábado para un judío era algo importante; para algunos judíos del tiempo de Jesús era sumamente importante. Por eso se escandalizan de que algunos de los discípulos de Jesús recojan espigas para comer -estaban hambrientos- el día del sábado y le reprochan al Maestro de que no se lo advierta. Había llegado a tal extremo la interpretación de la ley de no violar el sábado que el recoger espigas era una de las treinta y nueve formas de quebrantar el día de descanso, según algunas teorías de algunas escuelas farisaicas.

Jesús les recuerda que ya en tiempo del rey David no se entendía así la ley del descanso, pues al rey David y a sus soldados hambrientos se les permitió comer de los panes presentados sobre la mesa de oro, delante de Yavé.

Implícitamente decía el maestro que las leyes son buenas y necesarias, pero que las leyes, todas, son mediaciones de una ley más importante, como es la ley del amor. Lo sustantivo y lo esencial es el amor, lo demás son supersticiones legalistas. Es verdad que el descanso el día del sábado o el domingo es un gesto profético que nos hace bien a todos para huir de la esclavitud del trabajo o de la carrera consumista, pero será una metáfora hueca si ese día no fuera una jornada que nos ayudara a establecer una comunión profunda con los nuestros o con los allegados y a potenciar nuestra relación con Dios. El domingo es por antonomasia el día del Señor. ¡Ojalá así lo sea en tu vida, y encontrarás de verdad tu descanso!

Patricio García Barriuso cmf. (cmfcscolmenar@ctv.es)


3-7.

Cuentan que en un reino no muy lejano, había un rey, famoso por su grande amor y misericordia a su pueblo. Tan grande era este amor, que un buen día decidió establecer un día de descanso (sabbat) para todos sus súbditos. Pero no sólo eso, sino que quería estar con ellos y que gozaran de su presencia y de su grande amor. Por ello, tuvo la feliz idea de que no sólo fuera un día de descanso en el que el pueblo no trabajara, sino que sería un día dedicado a convivir y compartir con su rey. Ofreció pues un gran banquete a diversas horas del día, pues tal era la cantidad de su súbditos y la grandeza de su amor por ellos. Y en cada uno de estos banquetes, el rey estaba presente para escuchar atentamente a sus súbditos y satisfacer sus necesidades, para animarles y fortalecerlos.

Pues bien, ¿qué ha hecho por nosotros el Rey de reyes, para cada uno de sus fieles del Reino de los cielos? Algo parecido, pero infinitamente más grande. Desde la creación, instituyó el ‘día de descanso’ en el que admiró la bondad y la belleza de su creación. Y como Él es ‘dueño del sábado’ (esto es, del descanso o día del descanso), lo ha querido compartir con nosotros para darnos el verdadero descanso, la paz del alma. Es por ello que de manera especial, el domingo (el “Día del Señor” –Dominus-), se nos ofrece en alimento en el Gran Banquete Eucarístico, y dispone a sus sacerdotes para otorgar a quienes lo necesiten su perdón y la reconciliación para poder participar de su Mesa Sagrada.

Este es el gran significado y realidad del “Día del Señor”: vivir en Cristo y alegrarnos en Él por la paz y la salvación que nos ha venido a traer. ¿Puede hacer algo más por nosotros nuestro gran Rey?

José de Jesús González


3-8. CLARETIANOS 2003

La Religión del amor exigente

El hombre señor del sábado. Hay leyes que no dan vida. Sólo la ley del Amor rompe fronteras, divisiones, prejuicios y esclavitudes. Hay comportamientos que llaman la atención, crean conflicto, sorprenden por la naturalidad y libertad con que se realizan, por la novedad que inauguran.

A los ojos de los fariseos la acción de arrancar espigas en sábado está mal vista, es indigna, resulta escandalosa. Jesús desvelará las razones que tiene para hacer lo que hace y romper con lo establecido: “el sábado se hizo para el hombre” La persona es más importante que la ley. Las leyes se subordinan a las personas.

Miremos nuestra vida. Los ritos que hacemos ¿están llenos de significado o los hemos vaciado de sentido? ¿De qué somos esclavos? ¿Qué liberación anhelamos? ¿Somos capaces de criticar las leyes injustas o nos mantenemos confortablemente en nuestros sillones y mirándonos el ombligo? Lo que a unos escandalizó, a otros les hizo ver en Jesús un destello de lo divino. ¿Dónde estamos nosotros?

La denuncia de la esclavitud al sábado nos invita a librarnos de la religión de la observancia formal y a seguirle por los caminos del amor liberador.

Salvador León (ciudadredonda@ciudadredonda.org)


3-9. COMENTARIO 1

v. 23 Sucedió que un sábado iba él atravesando lo sembrado, y sus discípulos empezaron a abrir camino arrancando espigas.

Los discípulos, con el ejemplo y la enseñanza de Jesús, manifiestan cierto grado de libertad y no hacen caso de la interpretación del precepto del sábado, que, según los fariseos, compendiaba la Ley entera; arrancar espigas era considerado por ellos equivalente de segar, trabajo prohibido en sábado.



vv. 24-26 Los fariseos le dijeron: «¡Oye! ¿Cómo hacen en sábado lo que no está permitido?» El les replicó: «¿No habéis leído nunca lo que hizo David cuan­do tuvo necesidad y sintió hambre, él y los que estaban con él? ¿Cómo entró en la casa de Dios en tiempo de Abiatar, sumo sacerdote, y comió de los panes de la ofrenda, que no está permitido comer más que a los sacerdotes, y les dio también a sus compañeros?»

Apoyándose en su interpretación de la Ley, los fariseos acusan a los discípulos y reprochan a Jesús su negligencia. Jesús rebate su acusación con la Escritura, recordándoles un conocido episodio de la vida de David, figura indiscutible para los judíos. Si David comunicó a sus seguidores la libertad de saltarse lo mandado para satisfacer su hambre, la interpretación rigorista de la Ley es errónea, pues ésta debía ceder ante la necesidad del hombre. También Jesús comunica libertad a los suyos, pero no ya para remediar una necesidad, sino simplemente por­que la presencia del Espíritu (1,10, cf. 1,8), que inaugura la nueva época de la humanidad, ha hecho caducar las instituciones de la antigua alian­za (cf. 2,21-22).



v. 27 Y les dijo: «El precepto existió por el hombre, no el hombre por el pre­cepto».

Dios creó al hombre a su imagen, es decir, con la posibilidad de ser libre y señor como él. La antigua alianza instituyó el precepto del des­canso para que el hombre se emancipara periódicamente de la servi­dumbre del trabajo y se asemejase a Dios, su modelo. El precepto era así símbolo y promesa de libertad y recordaba al hombre que su situación era transitoria. La Ley existía para beneficio del hombre.



v. 28 «Luego señor es el Hijo del hombre también del precepto».

En la nueva comunidad humana o reino de Dios, la libertad no se vive ya como símbolo, sino como realidad. El Hombre pleno («el Hijo del hombre»), al ser portador del Espíritu de Dios (1,10), está por encima de la Ley; es «señor» de la Ley y no está sujeto a ella. La denominación «el Hijo del hombre» se aplica a Jesús y, tras él, a los que de él reciben el Espíritu (1,8). Justifica así Jesús el proceder de los discípulos en la perico­pa anterior (cf. 2,23): la actividad de Jesús y la de sus seguidores no está guiada por normas externas, sino por el Espíritu-amor.

Hay que distinguir entre «el sábado» (gr. ta sabbata, en la perícopa anterior y en la siguiente) y el más general «día de precepto» o, por metonimia, «el precepto del descanso» (gr. to sabbaton, tres veces en esta perícopa; cf. Mt 12,5).

En la antigua alianza, pues, el hombre era relativamente superior al precepto; en el Reino, es señor del precepto. La Ley queda superada, ha perdido su papel.



COMENTARIO 2

La institución del sábado tenía como finalidad fundamental asegurar al hombre el tiempo de reposo necesario para la realización de la vida. Pero a menudo las prácticas religiosas se desvían de su finalidad originaria. Y el reposo sabático no escapa a este peligro que amenaza a la institucionalización religiosa.

Por ello, lo que había sido establecido para asegurar el mantenimiento y el crecimiento de la vida en contacto con Dios, fuente de la Vida, se convierte en un absoluto para el pensamiento de los hombres que obstaculiza y oscurece el fin del que se había originado.

Los fariseos, en esta cuarta escena de la larga jornada de Cafarnaum (2,1-3,6) consideraban que la observancia del reposo sabático debía ser colocada por encima de la satisfacción del hambre y, por ello, criticaban a los discípulos que, desgranando las espigas de los campos que atravesaban, realizaban una acción "que no está permitida en día sábado".

Jesús en su respuesta recurre al ejemplo de David, que puso por encima del respeto a la sacralidad de los panes de la proposición.(reservados con exclusividad para los sacerdotes), la necesidad de dar respuesta a las carencias que él y sus compañeros experimentaban en el ámbito de la alimentación.

También a nosotros, la acción de los discípulos y la respuesta de Jesús, nuevo David, nos obliga a situar de nuevo toda práctica religiosa en el marco de la defensa de la vida, primera obligación para con Dios que toda práctica religiosa debe atender si quiere recibir el sello de la legitimidad divina.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-10. ACI DIGITAL 2003

26. En I Rey. 21, 1 ss. se llama Aquimelec, padre de Abiatar, el cual le ayudaba. Confrontado en San Mateo 12, 1 ss.

27. ¡Qué caridad tan divina refleja esta sentencia! Jesús condena aquí definitivamente todo ritualismo formulista (véase Juan 4, 23 ss.).


3-11. DOMINICOS 2004

Dios elige gratuitamente

Si ponemos atención a la primera lectura, encontraremos hoy tres rasgos dignos de tenerse en cuenta en nuestra vida espiritual.

Primero: La elección que Dios hace de sus hijos es totalmente gratuita.

Como consta en la elección de Saúl y de David, nadie se elige a sí mismo para profeta, sacerdote, rey, mensajero de la voluntad de Dios. Pero a cada uno se nos conceden determinadas cualidades según las cuales podemos orientarnos en lo que puede ser un camino grato a Dios: matrimonio, consagración, dedicación al servicio de gobierno o caridad.

Segundo: La forma de la elección divina nos resulta a veces sorprendente.

Según la narración bíblica que hoy leemos, la elección de David para que sea rey nos resulta, por una parte, delicadísima, libre de toda premeditación, incondicional, como sucedió ya con la de Saúl; pero, al mismo tiempo, nos parece ingenua, pastoril, tribal, como corresponde a viejos tiempos y sociedades.

Acojamos la historia como es. Pero no nos sintamos obligados a pensar o desear que la voz y elección de amor divino nos llegue de Dios como a David.

Tercero: Elección y compromiso deben ser sellados.

La aceptación de la misión, y la dedicación a la función que se nos asigna a cada uno, deben quedar fijadas y selladas en nuestro corazón, por un rito que es como un sacramento o signo imborrable de fidelidad.



La luz de la Palabra de Dios
Primer libro de Samuel 16, 1-13:
“En aquellos días, el Señor dijo a Samuel {tras el descontento con el rey Saúl}: ¿hasta cuándo vas a estar lamentándote de Saúl, si yo lo he rechazado como rey de Israel? Llena tu cuerno de aceite y vete. Voy a enviarte a Jesé, de Belén, porque he visto entre sus hijos a un rey para mí...

Cuando Samuel llegó a Belén, los ancianos del pueblo salieron a su encuentro: ¿vienes en son de paz? Sí, vengo a ofrecer un sacrificio al Señor... Purificó a Jesé y a sus hijos y los convidó al sacrificio...

Jesé hizo pasar a sus siete hijos ante Samuel; pero Samuel dijo: a ninguno de estos ha elegido el Señor... Por fin, mandó que le trajeran al más pequeño, David, y el Señor le dijo: levántate y úngelo, porque es éste el elegido”

Evangelio según san Marcos 2, 23-28:
“Un sábado atravesaba el Señor un sembrado, y mientras andaban, los discípulos iban arrancando espigas.

Los fariseos le dijeron: Oye, ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido?

Él les respondió: ... El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado; así que el hijo del hombre es superior al sábado”.



Reflexión para este día
El hombre y el sábado, el espíritu y la letra.
En la armonía y estructura de la creación, toda la obra de Dios es buena y bella, pero cada elemento conlleva su peso y medida, y en ellos la dignidad de cada cosa fija su puesto.

El hombre y los ritos son para Dios, pero jamás un rito, un tiempo de descanso, una tradición que libera del trabajo, pueden equipararse a la dignidad, discreción, libertad del ser humano.

Cuando las cosas materiales o rituales mandan, el hombre se hace esclavo. Cuando quien manda es el hombre, a él corresponde dignificarlas, con la mirada puesta en Dios. Samuel, Saúl, David, tú y yo, todos somos ‘hijos de Dios y obedientes’ y ‘señores del sábado e instituciones’ a gloria de Dios.



Oración ecuménica:
Señor, Tú que nos has elegido gratuitamente para formar parte de tu Reino de Amor, de Gracia y de Paz, y haznos cada día más sensibles y generosos a fin de que nos duelan las divisiones y promovamos decididamente la Unidad. Amén.


3-12.

Elredo de Rielvaux (1110-1167) monje cisterciense inglés

Espejo de la caridad, III, 3,4,6

“El Señor del sábado”

Cuando el hombre se aleja de la barahúnda exterior, se recoge en el secreto de su corazón, cierra la puerta a la multitud de vanidades ruidosas, cuando se aparta de sus tesoros, cuando ya no queda en él nada agitado o desordenado, cuando sus afanes cesan, nada le constriñe, al contrario: cuando todo en el hombre es serenidad, armonía, paz, tranquilidad, y cuando todos sus pequeños pensamientos, palabras y acciones sonríen como se sonríe al padre de familia que está reunida en paz, entonces nace en su corazón, de repente, una maravillosa seguridad. De esta seguridad viene un gozo extraordinario, y de este gozo brota un canto de alegría que se convierte en alabanza de Dios tanto más ferviente cuanto más conciencia se tiene que todo bien nos viene dado de parte de Dios.

Esta es la gozosa celebración del sábado que viene precedida de los seis días en que se realizan las obras. Primero hay que sudar en el cumplimiento de nuestras tareas y obras buenas para luego poder reposar en la paz de nuestra conciencia... En este sábado el alma gusta “cuán bueno es Jesús”. (cf Sal 33)


3-13. La observancia del sábado

Fuente: Catholic.net
Autor: José de Jesús González

Reflexión

Cuentan que en un reino no muy lejano, había un rey, famoso por su grande amor y misericordia a su pueblo. Tan grande era este amor, que un buen día decidió establecer un día de descanso (sabbat) para todos sus súbditos. Pero no sólo eso, sino que quería estar con ellos y que gozaran de su presencia y de su grande amor. Por ello, tuvo la feliz idea de que no sólo fuera un día de descanso en el que el pueblo no trabajara, sino que sería un día dedicado a convivir y compartir con su rey. Ofreció pues un gran banquete a diversas horas del día, pues tal era la cantidad de su súbditos y la grandeza de su amor por ellos. Y en cada uno de estos banquetes, el rey estaba presente para escuchar atentamente a sus súbditos y satisfacer sus necesidades, para animarles y fortalecerlos.

Pues bien, ¿qué ha hecho por nosotros el Rey de reyes, para cada uno de sus fieles del Reino de los cielos? Algo parecido, pero infinitamente más grande. Desde la creación, instituyó el ‘día de descanso’ en el que admiró la bondad y la belleza de su creación. Y como Él es ‘dueño del sábado’ (esto es, del descanso o día del descanso), lo ha querido compartir con nosotros para darnos el verdadero descanso, la paz del alma. Es por ello que de manera especial, el domingo (el “Día del Señor” –Dominus-), se nos ofrece en alimento en el Gran Banquete Eucarístico, y dispone a sus sacerdotes para otorgar a quienes lo necesiten su perdón y la reconciliación para poder participar de su Mesa Sagrada. Este es el gran significado y realidad del “Día del Señor”: vivir en Cristo y alegrarnos en Él por la paz y la salvación que nos ha venido a traer. ¿Puede hacer algo más por nosotros nuestro gran Rey?


3-14. 2004  Servicio Bíblico Latinoamericano

Los judíos no trabajan el sábado para dedicarse a la alabanza de Dios, la lectura de las Escrituras y el descanso en familia. No es una simple costumbre, sino el tercero de los diez mandamientos de la ley divina, respaldado por el relato de la creación, según el cual Dios creó cuanto existe en el curso de una semana de 6 días, al cabo de los cuales Él mismo descansó de su actividad creadora.

Todo lo que para los judíos significa el sábado los cristianos lo hemos transferido al día domingo en conmemoración de la resurrección de Jesús. Incluso los musulmanes dedican el viernes a la oración y la lectura del Corán. Para ellos no es obligatorio el descanso, pero lo guardan para poder realizar lo que está mandado en ese día.

Quién se creía Jesús que se atrevió a defender a sus discípulos por hacer lo que no estaba permitido en el día de descanso? Qué significan sus enigmáticas palabras de que "el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado"? Y aquellas otras, más graves, de que "el Hijo del hombre también es señor del sábado?".

Se trata simplemente de que Jesús nos recuerda la razón de ser de cualquier ley, por sagrada o divina que ella sea. Ninguna puede estar por encima de la felicidad y el bien de cada ser humano, ninguna puede ir en contra de la dignidad de los hijos y las hijas de Dios.

Por otra parte, la pretensión de Jesús es inaudita: Él, como Hijo del hombre, es decir, como enviado definitivo de Dios a nuestro mundo, tiene poder para interpretar, e incluso derogar, todas las normas que no correspondan con la proclamación del evangelio, de la buena noticia de que Dios nos ama y con especial predilección ama a los pequeños y a los humildes, a los pobres y oprimidos, a los que sufren y lloran, a los ignorantes y a los pecadores, contra los cuales muchas veces los estados y las religiones imponen sus leyes opresoras.


3-15.

Jesús vuelve nuestra atención al ser humano. Las leyes y las normas son importantes, pero, el amor por el ser humano debe estar por encima de toda ley. Nuestros corazones no pueden ser insensibles ante las tantas carencias que pasamos los seres humanos, tanto físicas como espirituales. No debe detenernos la ley para hacer el bien a quienes lo necesiten. Debe primar el amor. Dios nos ha puesto en el centro de la creación no para abusar de ella, sino para utilizarla en más justa medida. Que no nos perjudique a nosotros, pero que tampoco le perjudiquemos a ella. En el Evangelio, Jesús también nos revela su grandeza. No hay nada más que grande que Él en la tierra. Todo le pertenece porque así lo ha querido nuestro Padre. Por tanto, debemos dar honor y gloria a Él, en todo momento y en todo lugar.

Señor Jesús permíteme reconocerte en cada detalle de la creación, por muy mínimo que sea; y poder servir a mis hermanas y hermanos sabiendo que tú eres el dueño de todo lo creado.

Dios nos bendice,

Miosotis


3-16.

LECTURAS: 1SAM 16, 1-13; SAL 88; MC 2, 23-28

1Sam. 16, 1-13. Yo no juzgo como juzga el hombre, dice el Señor. El hombre se fija en las apariencias, pero el Señor se fija en los corazones. Y no es que en nuestro corazón haya algún mérito para que el Señor recompense lo que nosotros hacemos. A pesar de que conoce nuestras miserias, Él nos ama de un modo gratuito, porque así lo ha decidido Él. Lo único que espera de nosotros es que tengamos un corazón dispuesto a dejarse moldear por Él, como el barro tierno en manos del alfarero. Ante una voluntad que se entrega a Dios y le dice con lealtad: Hágase en mí según tu Palabra, Dios tomará nuestra vida en sus manos y, sacándonos de detrás de las ovejas, o levantándonos de nuestras miserias y pecados, podrá, si es su voluntad, ponernos al frente de su Pueblo, pues a Dios le agrada más la obediencia que miles de holocaustos y sacrificios. David, amado por Dios, será un símbolo de quien, a pesar de sus grandes miserias, siempre estará dispuesto a volver a Dios con un corazón arrepentido y, dispuesto también, a iniciar un nuevo camino bajo la fidelidad a Dios. Cristo, Hijo de Dios e Hijo de David, será para nosotros el motivo de nuestra santificación porque su alimento era hacer la voluntad de su Padre celestial. Ese es el mismo camino que se espera de quienes creemos en Cristo.

Sal. 88. Dios es siempre fiel a sus promesas; su amor hacia los suyos jamás dará marcha atrás, pues lo que Dios da jamás lo retira. Él escogió a David como siervo suyo; lo ungió y, poniéndolo al frente del Pueblo, Dios siempre estuvo de su lado. Por eso David, con toda lealtad, puede llamar Padre a Dios; podrá invocar a Dios pues Él estará siempre dispuesto a protegerlo y a defenderlo de sus enemigos. ¿Habrá amor más grande hacia David, que el que Dios le ha manifestado? A nosotros, por medio de Cristo, Dios nos ha amado hasta el extremo. Desde Cristo Dios no sólo es llamado Padre nuestro, sino que en verdad lo tenemos por nuestro Padre. Cuando nos acercamos a pedirle perdón Él nos recibe y nos vuelve a enviar como testigos de su amor y de su misericordia. Por eso aprendamos a no luchar contra las fuerzas del mal con nuestros propios recursos, pues saldríamos vencidos. Pongámonos en manos de Dios y hagamos nuestra la Victoria de Jesucristo sobre el pecado y la muerte. Aprendamos a dejarnos guiar, no por nuestros caprichos ni por nuestras pasiones desordenadas, sino por el Espíritu de Dios, que nos ha ungido y nos ha hecho hijos de Dios, por nuestra unión a Cristo, habitando en nosotros como en un templo.

Mc. 2, 23-28. En el relato litúrgico de la creación se nos dice que después de haber creado Dios el universo en seis días, descansó el séptimo. El precepto del día de descanso (Para los Judíos el Sábado; para los Cristianos el Domingo; para los Musulmanes el Viernes, aun cuando ellos pueden trabajar, pero descansan para dar culto a Dios) nos quiere hacer señores de la creación; mediante seis días de trabajo, y un día de descanso, nos asemejamos a Dios. Y aun cuando las leyes vinieron a normar demasiado detalladamente ese día, que debería consagrarse al Señor, olvidaron lo que es el derecho que toda persona tiene a descansar, a convivir con su familia, a olvidarse un poco de la carga del trabajo. Sabiendo que hay personas que viven en extrema pobreza, quien es dueño del día del descanso debe saber que hay necesidades fundamentales, cuya solución no puede aplazarse bajo el pretexto de que en el día del Señor tiene uno casi que quedarse inmóvil. Sin embargo, ante estas situaciones de pobreza, quienes ofrecen fuentes de trabajo, no pueden aprovechar las necesidades de los más desprotegidos para dedicarse a explotarlos con salarios de hambre o comprándolos por un par de sandalias. Quienes creemos en Cristo debemos saber dar culto a Dios manifestándole así nuestro amor, pero no podemos dejar de amar a nuestro prójimo ayudándole a remediar sus necesidades sabiendo que, si no lo hacemos, nuestro culto y nuestro amor hacia Dios serían inútiles e hipócritas.

El Señor nos ha reunido a quienes Él ha consagrado como hijos suyos. Él no se ha fijado en nuestra condición social o cultural; Él simplemente nos ama porque es nuestro Padre, y nosotros somos sus hijos. Él quiere que nos reunamos en torno suyo sin distinciones humanas e inútiles, pues para Él todos tenemos el mismo valor, el valor de la sangre de su Hijo, derramada para el perdón de nuestros pecados y para que, unidos a Él, tengamos vida eterna. Esta celebración Eucarística es el momento más importante de nuestro día, pues nos encontramos con Dios; le escuchamos y somos fortalecidos para ir y cumplir con la misión que nos ha confiado: Trabajar incansablemente a favor del Evangelio, haciendo el bien a todos a imagen de Jesucristo. Quienes acudimos a la Eucaristía hacemos nuestro el compromiso de proclamar el Nombre del Señor y su Evangelio a todas las criaturas; hacerlo sin distinción de días ni de personas, pues Dios no es sólo Dios de un grupo, sino que quiere ser Padre de todos; y esa es la misión que tiene la Iglesia: Hacer llegar a todos este mensaje de salvación.

Habiendo fortalecido nuestros lazos de Comunión con Dios y con los hermanos, no podemos quedarnos en una religión sólo de verdades aprendidas en la cabeza y proclamadas, tal vez enseñadas con maestría, a los demás. La fe no es sólo para confesarse con los labios; hay que confesarla con la obras. Y esas obras deben brotar del amor hacia Dios y del amor hacia el prójimo. Si no tenemos una esperanza real de que es posible un mundo más justo, más fraterno, más lleno de paz y de alegría, podemos tal vez pasarnos largas horas en oración; podemos ser muy fieles cumplidores del precepto dominical; pero seremos muy malos cristianos, pues en la vida ordinaria viviremos a la deriva, sin ilusiones, sin una capacidad de llevar adelante el proyecto de Dios sobre la humanidad, pues lo habremos ignorado y sólo nos preocuparán las cosas de la tierra de un modo egoísta. Si en verdad creemos en Cristo, además de acudir para darle culto por medio de los actos litúrgicos, debemos permitirle al Espíritu Santo que nos llene para que podamos trabajar en la familia, y en los diversos ambientes sociales, dándole un nuevo rumbo a la historia; sólo entonces valdrá la pena creer en Dios, darle culto y hacer nuestro su Mensaje de Salvación para proclamarlo a los demás desde nuestra propia experiencia de Dios.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vivir con la máxima conciencia la unción del Espíritu Santo que hemos recibido, para que a impulsos de Él, tanto demos culto a Dios mediante la oración, como también lo hagamos siendo fieles a su Palabra, que nos pide estar al servicio de los demás para conducirlos a Cristo. Amén.

www.homiliacatolica.com


3-17. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos:

Vamos a centrarnos hoy en la forma de argumentar que Jesús adopta. Recuerda primero una historia lejana. En el relato de Jesús hay leves desajustes en relación con el texto de 1 Sam 21,2-7. Así, el personaje con que se encuentra David no es el sumo sacerdote Abiatar, sino el sacerdote Ajimélec. Se trata de un error de Marcos que no figura en Mateo ni en Lucas. Por otro lado, parece que el relato del libro de Samuel no restringe a los sacerdotes el consumo de los panes de la ofrenda. Puede tratarse de un uso posterior. La impresión que produce la referencia al episodio de David es doble: de una parte, la conducta de los discípulos tendría unos antecedentes que puede invocar en su favor; de otra parte, el recurso que se hace a aquella lejana historia no es de una lógica absolutamente concluyente, pero basta con que revele un estilo de entender la norma. Y es que las situaciones humanas no se repiten hasta en los más mínimos detalles, la vida hace estallar con su novedad los odres en que querríamos verterla, la variación y la complejidad son rasgos de lo humano que no cabe eliminar, la dinámica vital requiere de nosotros inventiva que se apoya en el pasado y al tiempo urde sus propias tramas.

Una vez que Jesús ha razonado, aunque sin la fuerza de un argumento tumbativo, apelando a la autoridad del pasado que veneran sus interlocutores, formula dos sentencias. La primera trata de desentrañar el sentido del sábado y quizá, a partir de ahí, el sentido de las normas. Éstas se ordenan al servicio de los hombres. Si me permitís remitiros a la traducción latina, de seguro que los que ya peináis canas y habéis recitado latines en las celebraciones y teología evocaréis unos axiomas. Dice el texto latino: sabbatum propter hominem ("el sábado ha sido hecho para el hombre"). Inmediatamente viene a la memoria aquel principio estudiado en sacramentos: sacramenta propter homines ("os sacramentos existen por razón de los hombres, al servicio de los hombres"). Y de ahí saltamos a la gran afirmación del Credo: propter nos homines et propter nostram salutem descendit de coelis ("por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo"). Así, todo, desde el derecho, pasando por los sacramentos y llegando al misterio de la encarnación tiene un fin y una razón de ser: la vida y la salvación de los hombres.

Finalmente, Jesús hace una revelación sobre su propia persona: se presenta como señor del sábado. Lo mismo que es señor de los espíritus inmundos, y puede expulsarlos (Mc 1,23-27); lo mismo que es señor de la enfermedad, y puede curar (2, 10b-12); lo mismo que tiene señorío sobre los pecados, y puede perdonar (2 7-10a), así también es señor del sábado, y lo puede interpretar y regular.

Vuestro amigo
Pablo Largo
(pldomizgil@hotmail.com)


3-18. ARCHIMADRID 2004

EL PICOTEO.

“¿No habéis leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus hombres se vieron faltos y con hambre?”, esta frase del evangelio de hoy me hace pensar que Jesús no hablaba sin motivo, no perdía el tiempo en discusiones vacuas y cortaba rápidamente las interminables disquisiciones de fariseos, ancianos y doctores de la ley. Cuando leemos este evangelio en seguida nos quedamos con la frasecita “el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado” y le damos vueltas y vueltas como una noria descontrolada. Está muy bien, es Palabra de Dios, pero repitamos la primera frase del comentario de hoy: “¿No habéis leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus hombres se vieron faltos y con hambre?”. Cuando Jesús pone este ejemplo sería seguramente porque los discípulos y el mismo Señor se veían faltos y con hambre y, picoteando espigas, engañaban al estómago. ¿Has pensado alguna vez la dureza de la vida de Cristo y de los que le seguían?, “las zorras tienen madrigueras, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”. Cuando se ve una película de la vida de Cristo o se lee someramente el Evangelio parece que esperamos lo trágico, patético, triste y doloroso para el final, lo posponemos para la pasión donde todos (casi) huyen, pero ¿y antes?: Imagínate caminatas bajo el sol abrasador, noches gélidas al raso, días de mucho y vísperas de poco, escuchar peticiones y súplicas de los desheredados, enfermos, endemoniados, aguantar el desprecio de los satisfechos, muchos días añorando épocas pasadas tal vez más cómodas o con más seguridades pero, a pesar de todo, … “¿A dónde iremos, Tú tienes palabras de vida eterna?”.

Cuando un domingo, después de Misa, sabes que te espera una buena comida en casa y sales con la familia y los amigos a tomar un refresco y te ponen una tapita, y luego otra y luego invita el amiguete, y como hablábamos de algo tan interesantemente intrascendente, pasan las horas y llegas a casa harto de patatas fritas, panchitos y sardinas de lata en aceite acabas por no hacer aprecio de la comida que tenías preparada y pierdes la oportunidad de escuchar a tus hijos, o comer con tus padres, por perder el tiempo haciendo apuestas sobre cuál será el próximo fichaje del Madrid o el traje que lucirá Dª Leticia (con “z”) en la boda. Si la comida de ese día fuera la única caliente que haces a la semana y encima con tan buena compañía, no perderías el tiempo comiendo boquerones. Dicen que el hambre es el mejor condimento; pues bien podríamos decir que la fe ardiente, las ganas de conocer al Maestro es el mejor aliño para la vida del cristiano.

Necesitar a Cristo, necesitar a Dios Padre y su Espíritu Santo une, no divide. No se te olvide que estamos en la semana de Oración por la unidad de los cristianos. Cuando quieres hacer fácil el camino para seguir a Cristo te quedas con los amiguetes hablando de lo que separa. Cuando intentas, con todas tus fuerzas, a pesar de las dificultades, seguir a Cristo descubres todo lo que nos une. A María, tu madre y mi madre, una espada le traspasó el alma.


3-19. Fray Nelson Martes 18 de Enero de 2005
Temas de las lecturas: Contamos con la esperanza, que es como una ancla firme y segura * El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado.

1. Una invitación a la perseverancia
1.1 La Biblia nos invita a la esperanza pero no a la ilusión. Nadie dijo que iba a ser fácil. Nadie dijo que ser cristiano era un camino libre del cansancio, el fastidio, el temor o la desazón. Y uno de los principales objetivos de la Carta a los Hebreos, que nos ha venido acompañando estos primeros días del tiempo ordinario, es dar fuerza; sostener en la esperanza; animar a esa lucha que no termina porque recomienza casi cada día: la lucha por la fidelidad, la generosidad, el testimonio.

1.2 Y es hermoso ver de cuántas razones se llena el autor de esta Carta para animar a su gente. Sucesivamente les invita a mirar su propio pasado, la pasión de Cristo y su entrada en la gloria, el triunfo que aguarda a quienes perseveran, la desgracia que queda en herencia a los cobardes, los ejemplos que otros nos han dado, el amor de Aquel que se ha puesto de nuestro lado, la hermosa armonía de la fe que nos une, la grandeza del llamado que hemos recibido, la estabilidad inconmovible de las promesas divinas, la gratitud que debemos a quienes nos han evangelizado, lo breve de la lucha y lo largo de la recompensa, en fin, todo o casi todo lo que es posible decir a los que tal vez se sienten molidos o abrumados, temerosos o pusilánimes.

1.3 El texto de hoy destaca el juramento divino. Dios, no teniendo por quién jurar, juró por sí mismo, en maravillosa proclamación de su fidelidad, que es eterna. Nosotros estamos bajo el poder de esa palabra, que no puede ser deshecha; nos ampara la declaración de Aquel que no sabe ni puede mentir; nos defiende el mismo ante el cual habrá de comparecer toda carne.

2. Grandeza y miseria del sábado
2.1 El evangelio de hoy nos trae el tema del sábado. En otra ocasión hemos hablado del sentido de liberación que tenía esta institución del sábado, por la cual quería Dios que reconociéramos nuestra vocación más alta, no en transformar el mundo, sino en ser la voz del mundo que alaba a su Creador.

2.2 Mas aún esta noble disposición podía degenerar, y degeneró. Más pendientes de juzgar de los demás que de encontrar en sí mismos el sentido de este descanso, los idólatras de la Ley llegaron a pervertir por completo lo que había sido para liberación, porque ya no santificaban el tiempo contemplando las bondades de Dios sino hurgando en las limitaciones y maldades humanas.

2.3 Hay en esto una enseñanza para nosotros. Las cosas buenas alcanzan su bondad sólo con el buen uso. Fácil es usar mal lo bueno, y no es otra la naturaleza del pecado. En el fondo, pecar es pervertir; pecar es torcer lo que en sí es bueno para volverlo malo. Por eso decía Santa Catalina que lo que existe es bueno, y que el pecado es la elección de la nada, es el sendero que elimina o pretende eliminar el ser.

2.4 Jesús es el Señor del sábado. Si el sábado debía significar "liberación", Jesús es el Señor de la liberación. Si el sábado debía significar "santificación", Jesús es el Señor de la santidad y de la santificación. Una liberación sin Jesús será opresión reeditada de otros modos; una santificación sin Jesús será egoísmo, orgullo o vanidad, editados de otro modo; por contraste, con él y en él encontramos el verdadero sentido de todo aquello que nuestra alma desea pero nuestro corazón no sabe hallar.


3-20.

Comentario: Rev. D. Ignasi Fabregat i Torrents (Terrassa-Barcelona, España)

«El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado»

Hoy como ayer, Jesús se las ha de tener con los fariseos, que han deformado la Ley de Moisés, quedándose en las pequeñeces y olvidándose del espíritu que la informa. Los fariseos, en efecto, acusan a los discípulos de Jesús de violar el sábado (cf. Mc 2,24). Según su casuística agobiante, arrancar espigas equivale a “segar”, y trillar significa “batir”: estas tareas del campo —y una cuarentena más que podríamos añadir— estaban prohibidas en sábado, día de descanso. Como ya sabemos, los panes de la ofrenda de los que nos habla el Evangelio, eran doce panes que se colocaban cada semana en la mesa del santuario, como un homenaje de las doce tribus de Israel a su Dios y Señor.

La actitud de Abiatar es la misma que hoy nos enseña Jesús: los preceptos de la Ley que tienen menos importancia han de ceder ante los mayores; un precepto ceremonial debe ceder ante un precepto de ley natural; el precepto del reposo del sábado no está, pues, por encima de las elementales necesidades de subsistencia. El Concilio Vaticano II, inspirándose en la perícopa que comentamos, y para subrayar que la persona ha de estar por encima de las cuestiones económicas y sociales, dice: «El orden social y su progresivo desarrollo se han de subordinar en todo momento al bien de la persona, porque el orden de las cosas se ha de someter al orden de las personas, y no al revés. El mismo Señor lo advirtió cuando dijo que el sábado había sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado (cf. Mc 2,27)».

San Agustín nos dice: «Ama y haz lo que quieras». ¿Lo hemos entendido bien, o todavía la obsesión por aquello que es secundario ahoga el amor que hay que poner en todo lo que hacemos? Trabajar, perdonar, corregir, ir a misa los domingos, cuidar a los enfermos, cumplir los mandamientos..., ¿lo hacemos porque toca o por amor de Dios? Ojalá que estas consideraciones nos ayuden a vivificar todas nuestras obras con el amor que el Señor ha puesto en nuestros corazones, precisamente para que le podamos amar a Él.


3-21.

Reflexión:

Mc. 2, 23-28. En el relato litúrgico de la creación se nos dice que después de haber creado Dios el universo en seis días, descansó el séptimo. El precepto del día de descanso (Para los Judíos el Sábado; para los Cristianos el Domingo; para los Musulmanes el Viernes, aun cuando ellos pueden trabajar, pero descansan para dar culto a Dios) nos quiere hacer señores de la creación; mediante seis días de trabajo, y un día de descanso, nos asemejamos a Dios. Y aun cuando las leyes vinieron a normar demasiado detalladamente ese día, que debería consagrarse al Señor, olvidaron lo que es el derecho que toda persona tiene a descansar, a convivir con su familia, a olvidarse un poco de la carga del trabajo. Sabiendo que hay personas que viven en extrema pobreza, quien es dueño del día del descanso debe saber que hay necesidades fundamentales, cuya solución no puede aplazarse bajo el pretexto de que en el día del Señor tiene uno casi que quedarse inmóvil. Sin embargo, ante estas situaciones de pobreza, quienes ofrecen fuentes de trabajo, no pueden aprovechar las necesidades de los más desprotegidos para dedicarse a explotarlos con salarios de hambre o comprándolos por un par de sandalias. Quienes creemos en Cristo debemos saber dar culto a Dios manifestándole así nuestro amor, pero no podemos dejar de amar a nuestro prójimo ayudándole a remediar sus necesidades sabiendo que, si no lo hacemos, nuestro culto y nuestro amor hacia Dios serían inútiles e hipócritas.

El Señor nos ha reunido a quienes Él ha consagrado como hijos suyos. Él no se ha fijado en nuestra condición social o cultural; Él simplemente nos ama porque es nuestro Padre, y nosotros somos sus hijos. Él quiere que nos reunamos en torno suyo sin distinciones humanas e inútiles, pues para Él todos tenemos el mismo valor, el valor de la sangre de su Hijo, derramada para el perdón de nuestros pecados y para que, unidos a Él, tengamos vida eterna. Esta celebración Eucarística es el momento más importante de nuestro día, pues nos encontramos con Dios; le escuchamos y somos fortalecidos para ir y cumplir con la misión que nos ha confiado: Trabajar incansablemente a favor del Evangelio, haciendo el bien a todos a imagen de Jesucristo. Quienes acudimos a la Eucaristía hacemos nuestro el compromiso de proclamar el Nombre del Señor y su Evangelio a todas las criaturas; hacerlo sin distinción de días ni de personas, pues Dios no es sólo Dios de un grupo, sino que quiere ser Padre de todos; y esa es la misión que tiene la Iglesia: Hacer llegar a todos este mensaje de salvación.

Habiendo fortalecido nuestros lazos de Comunión con Dios y con los hermanos, no podemos quedarnos en una religión sólo de verdades aprendidas en la cabeza y proclamadas, tal vez enseñadas con maestría, a los demás. La fe no es sólo para confesarse con los labios; hay que confesarla con la obras. Y esas obras deben brotar del amor hacia Dios y del amor hacia el prójimo. Si no tenemos una esperanza real de que es posible un mundo más justo, más fraterno, más lleno de paz y de alegría, podemos tal vez pasarnos largas horas en oración; podemos ser muy fieles cumplidores del precepto dominical; pero seremos muy malos cristianos, pues en la vida ordinaria viviremos a la deriva, sin ilusiones, sin una capacidad de llevar adelante el proyecto de Dios sobre la humanidad, pues lo habremos ignorado y sólo nos preocuparán las cosas de la tierra de un modo egoísta. Si en verdad creemos en Cristo, además de acudir para darle culto por medio de los actos litúrgicos, debemos permitirle al Espíritu Santo que nos llene para que podamos trabajar en la familia, y en los diversos ambientes sociales, dándole un nuevo rumbo a la historia; sólo entonces valdrá la pena creer en Dios, darle culto y hacer nuestro su Mensaje de Salvación para proclamarlo a los demás desde nuestra propia experiencia de Dios.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vivir con la máxima conciencia la unción del Espíritu Santo que hemos recibido, para que a impulsos de Él, tanto demos culto a Dios mediante la oración, como también lo hagamos siendo fieles a su Palabra, que nos pide estar al servicio de los demás para conducirlos a Cristo. Amén.

Homiliacatolica.com


3-22.

Reflexión

La verdad, a los fariseos no les importaba transgredir la ley, sin embrago la sabían usar muy bien para su propio beneficio, habían olvidado que la ley nunca puede ser más importante que la caridad. Siguiendo este principio, el último código del Derecho Canónico que rige a la Iglesia reza así: “la salvación de las almas es la ley suprema de la Iglesia” (C. 1752). No podemos vivir sin leyes que nos ayuden a normar y a dirigir nuestras vidas. Desde nuestra propia casa hasta las últimas instituciones necesitan de leyes, sin embargo quienes están encargados de la aplicación de éstas, deben tener siempre en cuenta el “espíritu” que las ha inspirado y que en última instancia es el bien de los individuos y de la comunidad. Aquellos a los que Dios nos ha puesto al cuidado de la observancia de la ley (padres, administradores, gobernantes, etc.) debemos tener siempre cuidado de no usarla para beneficio particular sino para el bien de los hermanos.

Pbro. Ernesto María Caro