SÁBADO DE LA SEMANA 1ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

Primer Libro de Samuel 9,1-4.17-19.10,1.

Había un hombre de Benjamín llamado Quis, hijo de Abiel, hijo de Seror, hijo de Becorat, hijo de Afiaj, hijo de un benjaminita. El hombre estaba en muy buena posición, y tenía un hijo llamado Saúl, que era joven y apuesto. No había entre los israelitas otro más apuesto que él; de los hombros para arriba, sobresalía por encima de todos los demás. Una vez, se le extraviaron las asnas a Quis, el padre de Saúl. Quis dijo entonces a su hijo Saúl: "Lleva contigo a uno de los servidores y ve a buscar las asnas". Ellos recorrieron las montaña de Efraím y atravesaron la región de Salisá, sin encontrar nada. Cruzaron por la región de Saalém, pero no estaban allí. Recorrieron el territorio de Benjamín, y tampoco las hallaron. Cuando Samuel divisó a Saúl, el Señor le advirtió: "Este es el hombre de quien te dije que regirá a mi pueblo". Saúl se acercó a Samuel en medio de la puerta de la ciudad, y le dijo: "Por favor, indícame dónde está la casa del vidente". "El vidente soy yo, respondió Samuel a Saúl; sube delante de mí al lugar alto. Hoy ustedes comerán conmigo. Mañana temprano te dejaré partir y responderé a todo lo que te preocupa. Samuel tomó el frasco de aceite y lo derramó sobre la cabeza de Saúl. Luego lo besó y dijo: "¡El Señor te ha ungido como jefe de su herencia!

Salmo 21,2-7.

Señor, el rey se regocija por tu fuerza, ¡y cuánto se alegra por tu victoria!
Tú has colmado los deseos de su corazón, no le has negado lo que pedían sus labios.
Porque te anticipas a bendecirlo con el éxito y pones en su cabeza una corona de oro puro.
Te pidió larga vida y se la diste: días que se prolongan para siempre.
Su gloria se acrecentó por tu triunfo, tú lo revistes de esplendor y majestad;
le concedes incesantes bendiciones, lo colmas de alegría en tu presencia.


Evangelio según San Marcos 2,13-17.

Jesús salió nuevamente a la orilla del mar; toda la gente acudía allí, y él les enseñaba. Al pasar vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: "Sígueme". El se levantó y lo siguió. Mientras Jesús estaba comiendo en su casa, muchos publicanos y pecadores se sentaron a comer con él y sus discípulos; porque eran muchos los que lo seguían. Los escribas del grupo de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a los discípulos: "¿Por qué come con publicanos y pecadores?". Jesús, que había oído, les dijo: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores".

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


 

1.- Hb 4, 12-16

1-1.

Los primeros cristianos procedentes del judaísmo profesaban la fe en Cristo al mismo tiempo que seguían siendo celosos observadores de la Ley (cf. Act 321, 20). Para ellos, la fe no era distinta de la religión judía hasta el punto de que les obligase a abandonar sus hábitos. Por eso seguían frecuentando el Templo (Act 3, 1-4; 2, 46; 21, 26) y muchos sacerdotes se hacían discípulos de Cristo sin dejar sus funciones (Act 6,7). Las nociones de sacerdocio y de sacrificio que parecen hoy tan esenciales eran entonces todavía muy imprecisas. Y no es seguro que los medios salidos del judaísmo descubrieran ya en la Eucaristía que celebraban los valores sacerdotales y sacrificiales que la teología posterior descubrirá en ella.

Pero la persecución de los cristianos por los judíos (Act 6; 11, 19) obliga a los primeros a alejarse de Jerusalén y de su templo. El verse privados así del sacerdocio legal y de la posibilidad de sacrificar a Dios constituye una prueba difícil para esos "hebreos". San Pablo les asegura que no han perdido ni el contacto con la Palabra de Dios y su relación, con el sacerdocio ni la posibilidad de sacrificar, puesto que la palabra está siempre disponible y el verdadero gran sacerdote no es ya el que celebra en el Santo de los Santos, sino Jesucristo , que ha oficiado una vez para siempre, y el verdadero sacrificio no consiste ya en la inmolación de los toros y de los carneros, sino en la ofrenda incesante de la comunidad de los creyentes.

a) Los hebreos están habituados a medir la eficacia de la Palabra de Dios (cf. Is 55, 11); se manifiesta en primer término en quienes la proclaman; transforma, al precio a veces de una lucha violenta (Jer 20,7; Ez 3, 26-27), al profeta en un testigo auténtico y hasta en una palabra activa de la palabra (Is 8, 1-17; Os 1-3; Sal 68/69, 12). Esta potencia de la Palabra en el profeta se verifica todavía más en Jesús, identificado en este punto con la Palabra, que es en El su propio comportamiento, signo y salvación para todos los hombres (Heb 1, 1-2).

PD/JUICIO: Mas lo que la Palabra ha realizado en los profetas y en Jesús, lo realiza igualmente en cada cristiano, desvelando sus intenciones más secretas y obligándole a tomar partido. En este sentido, la Palabra es juicio, no solo porque juzga desde fuera la conducta del hombre, tal como lo haría una norma legislativa, sino, más profundamente, porque invita al hombre a elegir entre sus deseos y las exigencias de la Palabra. En este sentido es una espada (/Lc/02/35) que obliga al cristiano a los desprendimientos más radicales.

b) El pasaje de este día reproduce la primera de estas dos afirmaciones: el cristiano no tiene ya necesidad del sacerdocio del templo, porque Jesucristo es su único mediador. A partir del v. 14, el autor recuerda el contenido de la profesión de fe cristiana; que Cristo es "heredero de todas las cosas" y que está unido al Padre ("sentido a su diestra") (Heb 1, 2-3). Recuerda a continuación que Cristo es sacerdote y mediador (Heb 4, 15-5, 10).

La argumentación del autor es doble: por una parte, Cristo representa a la humanidad, puesto que se ha hecho hombre (vv. 15-16); por otra parte, como Hijo de Dios que es, sentado a la diestra del Padre, es igualmente representativo del mundo divino (v. 1). Es, pues, un mediador perfecto.

Cristo representa a la humanidad, puesto que la ha asumido en su integridad: ha conocido sus fracasos, ha sufrido sus limitaciones, ha experimentado sus tentaciones. Pero ha transfigurado esa debilidad para dar plenitud a su sacerdocio; pero entonces, ¿por qué los fieles no habrán de gozar, a su vez, de esos privilegios? La respuesta se impone por sí sola: caminemos con confianza hacia el "trono de la gracia" (v. 16; cf. Heb 10, 22), es decir, hacia un rey de bondad que perdona incluso al culpable y ofrece su benevolencia a los que la solicitan (cf. Est 4, 11; 5, 1-2).

¡Pero no basta que Cristo se muestre acogedor y bueno! Ha de reconciliar además a la humanidad con Dios y realizar de ese modo un ministerio típicamente sacerdotal y sacrificial (v. 1). El sacrificio es, en efecto, el signo de la comunión entre Dios y el hombre y solo puede realizarlo quien está perfectamente acreditado cerca del uno y del otro. Por otra parte, no puede ser perfecto si la víctima no forma parte de ambos mundos, ofreciéndose a sí misma en toda su humanidad y bajo la influencia del Espíritu de Dios. Esto es lo que hace del sacerdocio y del sacrificio de Cristo un acto único y decisivo, al que los fieles se asocian en su vida y por medio de la Eucaristía (Rom 12, 1; Heb 13, 10-15; 1 Pe 2, 5).

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA II
MAROVA MADRID 1969.Pág. 21


1-2.

-Ciertamente ¡es viva la Palabra de Dios!

«¡Viva!»

Seamos siempre conscientes de que, al ponernos en oración, no somos nunca un solitario que toma un libro de su biblioteca. Somos un amigo que va a encontrar a su amigo: la oración nos coloca verdaderamente ante alguien... somos «dos» que viven frente a frente.

«Dios, ante quien estoy, ¡es el Dios vivo!». No estoy ante una letra impresa, una tinta seca y muerta. Percibo su Soplo en mi rostro.

No es un libro... ¡es una Palabra viva!

-Enérgica y más cortante que una espada de dos filos.

Se nos ha puesto en guardia contra la falta de fe. La Palabra de Dios pasa a ser justiciera, no sólo «viva», sino «enérgica y cortante» cuando es rehusada voluntariamente. «El que me rechaza y no acepta mis palabras ya tiene quien lo juzgue: el mensaje que he comunicado, ése lo juzgará el último día» (/Jn/12/48).

-La Palabra de Dios penetra a lo más profundo del alma, hasta las junturas y médulas; juzga los sentimientos y pensamientos del corazón. No hay para ella criatura invisible: todo está desnudo y patente a la mirada de Aquel a quien hemos de dar cuenta.

Las imágenes concretas de este texto son las de un luchador vencido, reducido a la impotencia, verdaderamente «dominado», ¡desnudo y sin defensa! En efecto, por desgracia, sucede a menudo que como Jacob en el vado de Yabok tratamos de resistir a la Palabra de Dios luchando contra Dios toda una noche (Génesis 32, 23-33). Señor, que tu Palabra sea eficaz en mí. Que en vez de resistir me deje moldear por ella. Ayúdame a aceptar que tu Palabra desenmascare mis intenciones secretas y mis escapatorias... ¡Que me transforme y me conduzca a ponerme de tu parte!

-En Jesús, el Hijo de Dios, tenemos al sumo sacerdote por excelencia.

Es pues inútil echar de menos a los sacerdotes del templo.

Jesús los reemplaza ventajosamente: las modestas eucaristías que los primeros cristianos vivían sencillamente en sus casas, tienen más valor que las solemnes liturgias de Jerusalén, de las que los hebreos sentían nostalgia.

El autor se propone desarrollar su tesis central: ¿por qué Jesucristo es el único «sacerdote»?

-El Hijo de Dios... que penetró más allá de los cielos.

1º De una parte, Cristo es Dios.

Su mediación no será una mediación del exterior, como la de un intermediario que viene a discutir con las dos partes presentes; Jesús es, en sí mismo, «representativo» de lo divino: pertenece al partido de Dios... está del lado de Dios... es Dios.. «penetró más allá de los cielos». Imagen significativa, que no hay que tomar en sentido material ni espacial, pues, en otros pasajes el mismo autor dirá: «penetró en los cielos» (Hb 8, 1; 9, 24).

-Pues no tenemos a un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, menos en el pecado.

2º de otra parte. Cristo es hombre.

Tampoco aquí su mediación será exterior. Cristo es verdaderamente «representante» de la humanidad que reconciliará con Dios.

-Avancemos pues confiadamente hacia Dios todopoderoso y dador de gracia. Esta es la conclusión que se impone.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 18 s.


2.- 1S 9, 1-4.17-19;  1/S/10/01a

2-1.

Después de insistir sobre todos los riesgos que aceptan los hebreos al pedir un rey, el profeta Samuel se pliega a las decisiones de los hombres.

-Conforme a la demanda de los ancianos y del pueblo, Israel tendrá un «Rey».

Este debate nos enseña algo muy importante: que Dios está presente allá donde el hombre asume responsabilidades de orden humano, social, profesional, familiar, político. Aparentemente, Dios se adapta a la decisión de los hombres.

Admiro, Señor, tu respeto hacia nosotros. Hacia la libertad que nos has dado. Y el Concilio Vaticano II ha hablado, a ese respecto, de la "justa autonomía de las realidades terrestres". (G. S., 36-2)

Pero, a la vez que concede a los hombres el sistema político que reclaman, dejándoles la responsabilidad, Dios cuida de prevenirles contra una confianza demasiado absoluta en ese sistema: el primer rey de Israel, Saúl, no llegará a fundar una dinastía hereditaria... no tendrá ningún hijo para sucederle. Además se le eligió al azar, de un modo informal, subrayado por el redactor del texto.

-Habiéndose extraviado unas asnas, Kish dijo a su hijo Saúl que saliera a buscarlas. Fue durante ese largo viaje cuando, por azar, Saúl encuentra a Samuel y éste le nombra Rey.

Las cosas humanas son muy "relativas", ínfimas, minúsculas. Hay que darles toda su importancia pero no mayor de la que tienen. No hay que sacralizarlas ni absolutizarlas.

Los cristianos tendemos a absolutizar nuestras opciones políticas. Fácilmente diremos: "Dios lo quiere", o bien "el evangelio exige ese sistema", para justificar nuestros propios análisis. "Frecuentemente, la visión cristiana de las cosas inclinará a tal o cual cristiano hacia una tal o cual solución. Pero, con igual sinceridad, otros fieles podrán juzgar de otro modo." (Concilio Vaticano II, G.S., 43-3). Que la elección del primer responsable del Pueblo de Dios por la circunstancia de las "asnas de Kish" nos permita añadir algo de humor a nuestros debates políticos y nos ayude a relativizarlos.

-Al día siguiente tomó Samuel el cuerno de aceite y lo derramó sobre la cabeza de Saúl: "¿No es el Señor quien te ha ungido como jefe de su pueblo?"

Por muy relativa y humana que sea esa elección, ha sido ratificada por Dios.

Aceptar una responsabilidad es cosa seria. Es necesaria una ayuda de Dios. Antaño esto se señalaba por una "consagración" ritual. Pero sabemos que el óleo santo simbolizaba al Espíritu Santo cuya unción penetraba al ser que investía. Efectivamente: la responsabilidad requiere una gracia, un carisma, que hay que pedirlo a Dios humildemente para todos los que comparten cualquier cargo en un grupo.

Reflexiono sobre las responsabilidades que haya podido recibir. Trato de llevarlas a la oración para considerarlas mejor bajo la mirada de Dios. Ruego también por los que tengo a mi cargo. Conságranos por tu Espíritu.

Pienso también en los que tienen responsabilidades a mi alrededor, en los grupos a los que pertenezco. Ruego por los responsables de la ciudad temporal, por los responsables sindicales, por los responsables de la Iglesia. Su misión, por relativa que sea, tiene importancia.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 18 s.


2-2. /1S/09/01-06 /1S/09/14

Muchos pueblos antiguos consideraban al rey como un dios. En Israel, sin embargo, el rey no será ningún dios, sino instrumento de Yahvé, único Dios verdadero para gobernar y salvar a su pueblo. Tal es la idea central de este relato. Por encima de las causas militares y políticas que hicieron necesaria la aparición de la monarquía entre los hebreos y sin negar las ambiciones, intrigas y luchas, a través de las cuales llegó a consolidarse la dinastía de David (recordemos la propuesta hecha a Gedeón: Jc 8,22; el intento de Abimelec: Jc 9; ahora la unción de Saúl, que terminará mal), una visión de fe descubre en ella el misterio de la elección divina.

D/PEQUEÑOS: Hallamos, una vez más, el tema, tan reiterado en la Biblia, de la libertad de Dios, manifestada en su predilección por los pequeños: Abel es preferido a Caín, que era el primogénito; Jacob pasa por delante de Esaú; Saúl se asombra de haber sido elegido para rey, siendo él de la tribu de Benjamín (que había sido casi exterminada: Jue 19-21, y perteneciendo a la menor entre todas las familias de Benjamín (9,21). Volveremos a encontrar el mismo tema en la unción de David: Samuel examina uno por uno todos los hijos de José, pero Yahvé le advierte que no tenga en cuenta la figura ni la talla, ya que el elegido es el más pequeño de los hijos, David, que ni siquiera estaba presente sino que lo tenían apacentando el rebaño (16,6-13: lectura dei sábado próximo).

La libre iniciativa de Dios aparece asimismo en el hecho de que el joven Saúl no aspiraba a tan alta dignidad. Muy al contrario, como alguien escribió, «buscando las burras de su padre encontró la corona de Israel» Es bastante curiosa la forma como se produjo el primer contacto entre estos dos hombres, Samuel y Saúl, llamados a compartir grandes alegrías y grandes sinsabores. No se hallan uno y otro frente a frente como el gran profeta y el futuro rey, sino como un adivinador y un campesino a quien se le han extraviado unas asnas y que acude a consultar al «vidente» -aunque haya que pagarle unos buenos honorarios- por si puede descubrirle dónde se hallan. Por otra parte, este «vidente» o «profeta» (v 9) ejerce funciones litúrgicas. Vemos que era costumbre tener un santuario en una altura cerca de cada población, y ofrecer allí sacrificios y celebrar el banquete sagrado. Esos santuarios eran en su origen cananeos en honor de Baal o de otras divinidades y, tras la conquista israelita, fueron dedicados a Yahvé. Después de la reforma deuteronómica (Dt 12), implantada por el rey Josías, fueron prohibidos en beneficio de un único santuario: el de Jerusalén. El Deuteronomio pone en boca de Moisés esta ley de centralización del culto, pero, por la lectura de hoy y la de otros pasajes, vemos que es una ficción retroactiva.

Saúl nos hace pensar en otro elegido, de la misma tribu y del mismo nombre: Saulo o Saúl de Tarso, «israelita de nación, de la tribu de Benjamín» (Flp 3,5), pero mientras el primero empezó salvando a su pueblo para terminar reprobado y fracasado, el segundo comenzó persiguiendo al verdadero pueblo de Dios y terminó llevando la salvación a todos los pueblos.

H. RAGUER
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 662 s.


3.- Mc 2, 13-17

3-1.

-Jesús salió de nuevo a las orillas del mar; toda la muchedumbre se llegó a El y les enseñaba

Marcos no busca ser original. Sus relatos son como unos clichés.

Esta repetición constante del papel de Jesús es sorprendente: Jesús enseña.

-Al pasar, Jesús vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado en el telonio (oficina de la Aduana) y le dijo: "Sígueme."

Será el quinto discípulo a quien Jesús Ilama. Va completando su grupo; y ahora escoge a un "aduanero".

Roma había organizado sistemáticamente la recaudación de impuestos y tarifas. Un procedimiento ordinario era apostar a un recaudador con una escuadra de soldados; a la entrada de las ciudades, para cobrar las tarifas de las mercancías que entraban o salían de la ciudad.

Es uno de esos "publicanos", mal vistos de la población a quien Jesús llama. Leví no es otro que Mateo, el que más tarde escribirá un evangelio: estaba habituado a las "escrituras", era un hombre "sentado a la mesa" de la recaudación pública de Cafarnaúm.

-Este hombre se levantó y siguió a Jesús. Jesús se sentó a la mesa en casa de éste.

Muchos publicanos y pecadores estaban recostados con "El y sus discípulos".

He aquí una revelación de Dios que merece señalarse.

Jesús no juzga a los que se acercan; no hace diferencias entre los hombres. No entra en las clasificaciones habituales de la opinión de su tiempo; es un hombre de ideas amplias, un hombre tolerante y comprensivo.

Yo soy también un pecador.

Gracias, Señor, por no juzgarme, y sentarte a mi mesa, e invitarme a la tuya. Pienso concretamente en mis pecados... Sé que tú me conoces, Señor, y que tú no me desprecias. Gracias.

Los escribas del partido de los fariseos, viendo que Jesús comía con pecadores y publicanos...

El "partido de los fariseos" era una especie de cofradía, o de movimiento religioso, que se dedicaba al conocimiento de la Ley y de la Tradición para promover su estricta aplicación.

En particular, pedían, siguiendo a Moisés, no frecuentar ciertas personas para no comprometer su pureza legal: tenían empeño en ser unos separados, unas gentes íntegras y puras... Señor, ayúdanos a evitar cualquier clase de orgullo.

-Dijeron a sus discípulos: "¿Por qué come con publicanos y pecadores?"

Ellos apuntan a Jesús; pero dirigen la pregunta a sus discípulos.

Así empezamos a ver un grupo solidario: "Jesús y sus discípulos" frente a los adversarios. Durante toda la fase siguiente del evangelio según san Marcos observaremos ese triángulo que se ha formado: 1) Jesús y sus discípulos. 2) La muchedumbre. 3) Los adversarios: escribas y fariseos ¿Me mantengo al lado de Jesús? ¿Solidario con El para lo mejor y para lo peor?

-Y, oyéndolo Jesús, les dijo: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los "justos", sino a los "pecadores".

La pregunta se hizo a los discípulos; pero es Jesús quien contesta. La solidaridad se da en ambos sentidos. Jesús defiende a su grupo.

¿Cuál es mi actitud frente a los pecadores? Me repito a mí mismo la palabra de Jesús.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 272 s.


3-2.

1. (año I) Hebreos 4,12-16

a) La carta a los Hebreos aduce dos argumentos para exhortar una vez más a sus lectores a la fidelidad y la perseverancia.

Ante todo, la fuerza de la Palabra de Dios, que sigue viva, penetrante, tajante, y nos conoce hasta el tondo. Es como una espada de dos filos, que llega hasta la juntura de la carne y el hueso, que lo ve todo. Dios nos conoce por dentro, sabe nuestra intención más profunda. Si somos fieles nos premiará. Si vamos cayendo en la incredulidad, quedamos descubiertos ante sus ojos.

El salmo hace eco a la lectura, cantando a esta Palabra penetrante de Dios: «tus palabras son espíritu y vida», «los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón». Pero hay un segundo motivo para que los cristianos no pierdan los ánimos y perseveren en su fidelidad a Dios: la presencia de Jesús como nuestro Mediador y Sacerdote.

Podemos sentirnos débiles y estar rodeados de tentaciones, en medio de un mundo que no nos ayuda precisamente a vivir en cristiano. Pero tenemos un Sacerdote que conoce todo esto, que sabe lo frágiles que somos los humanos y lo sabe por experiencia. Eso nos debe dar confianza a la hora de acercarnos a la presencia de Dios.

Jesús, por su muerte, ha entrado en el santuario del cielo -como el sacerdote del Templo atravesaba la cortina para entrar en el espacio sagrado interior- y está ante el Padre intercediendo por nosotros. Es un Sacerdote que es «capaz de compadecerse de nuestras debilidades, porque ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado».

b) Cada día nos ponemos a la luz de la Palabra viva y penetrante de Dios. Palabra eficaz, como la del Génesis («dijo y se hizo»). Nos dejamos iluminar por dentro. Nos miramos a su espejo. Unas veces nos acaricia y consuela. Otras nos juzga y nos invita a un discernimiento más claro de nuestras actuaciones. O nos condena cuando nuestros caminos no son los caminos de Dios. Eso es lo que nos va sosteniendo en nuestro camino de fe.

Nos debería resultar de gran ayuda para superar nuestros cansancios o nuestras tentaciones de cada día el recordar al Mediador que tenemos ante Dios, un Mediador que nos conoce, que sabe lo difícil que es nuestra vida. Él experimentó el trabajo y el cansancio, la soledad y la amistad, las incomprensiones y los éxitos, el dolor y la muerte.

Puede com-padecerse de nosotros porque se ha acercado hasta las raíces mismas de nuestro ser. Por eso es un buen Pontífice y Mediador, y nos puede ayudar en nuestra tentación y en los momentos de debilidad y fracaso.

Se encarnó en serio en nuestra existencia y ahora nos acepta tal como somos, débiles y frágiles, para ayudarnos a nuestra maduración humana y cristiana.

1. (año II) 1 Samuel 9,1-4.17-19;10,1

a) Samuel, aunque un poco a regañadientes, porque era opuesto a la petición del pueblo, unge al primer rey de Israel, Saúl.

Este joven, aunque parecía dotado de cualidades de líder (aquí se nombra su estatura, superior a la de los demás) y prometía mucho, sin embargo no fue precisamente un gran rey, porque tampoco fue una gran persona, lleno como aparece de complejos, celos y depresiones. Será mucho más famoso y decisivo su sucesor, David.

UNCIÓN/MISIÓN: Samuel unge a Saúl como rey. La unción -un masaje con aceite- era el símbolo religioso para transmitir a una persona la ayuda y la fuerza de Dios. Como el masaje penetra en los poros de la piel y nos da bienestar y salud, así Dios quiere dar su fortaleza, su Espíritu, a los que ha elegido para una misión.

La misión la expresa así Samuel: «El Señor te unge como jefe, tú regirás al pueblo del Señor y le librarás de la mano de los enemigos».

b) La vocación es un misterio. Dios elige a personas fuertes y a personas débiles.

Muchas veces depende del temperamento y de la actitud de apertura o de cerrazón de esas personas, el que cumplan bien la misión que se les encomienda.

Saúl, por una parte, pertenecía a la tribu más pequeña, la de Benjamín. Dios elige según criterios sorprendentes (por cierto, esta tribu será también famosa por otro Saúl, Saulo de Tarso, san Pablo). Por otra parte, era un buen mozo, alto y parecía que fuerte. Es lo que el pueblo parecía pedir, sobre todo en vistas a la lucha contra los filisteos. Pero luego falló, porque su temperamento no le acompañaba, ni él se esforzó en ser fiel y tampoco los demás (incluido Samuel) le ayudaron mucho.

Dios sigue llamando. En las circunstancias familiares y sociales de cada época, Dios se sirve de pequeños acontecimientos o de palabras que parecen intrascendentes para sembrar su vocación. A Saúl, a quien su padre había enviado a recuperar unas burras que se les habían extraviado, le esperaba Dios para ungirle como rey. Todo depende de cómo sepamos responder y si alguien nos sabe decir la palabra amiga y certera que nos guíe en el reconocimiento de la voz de Dios y en la maduración de nuestras cualidades.

Sean cuales sean nuestras fuerzas y cualidades, si Dios nos ha llamado es porque confió en nosotros. Nos ha llamado para la vida cristiana y tal vez para la vocación religiosa o ministerial. El es quien nos da su Espíritu, el que nos unge para la misión, el que, a través de su Palabra, de los sacramentos y de la ayuda de la comunidad y de tantas personas, hace posible que respondamos con generosidad y fidelidad a su elección.

2. Marcos 2,13-17

a) La llamada que hace Jesús a Mateo (a quien Marcos llama Leví) para ser su discípulo, ocasiona la segunda confrontación con los fariseos. Antes le habían atacado porque se atrevía a perdonar pecados. Ahora, porque llama a publicanos y además come con ellos.

Es interesante ver cómo Jesús no aprueba las catalogaciones corrientes que en su época originaban la marginación de tantas personas. Si leíamos anteayer que tocó y curó a un leproso, ahora se acerca y llama como seguidor suyo nada menos que a un recaudador de impuestos, un publicano, que además ejercía su oficio a favor de los romanos, la potencia ocupante. Un «pecador» según todas las convenciones de la época. Pero Jesús le llama y Mateo le sigue inmediatamente.

Ante la reacción de los fariseos, puritanos, encerrados en su autosuficiencia y convencidos de ser los perfectos, Jesús afirma que «no necesitan médico los sanos, sino los enfermos; no he venido a llamar justos, sino pecadores».

Es uno de los mejores retratos del amor misericordioso de Dios, manifestado en Cristo Jesús. Con una libertad admirable, él va por su camino, anunciando la Buena Noticia a los pobres, atendiendo a unos y otros, llamando a «pecadores» a pesar de que prevé las reacciones que va a provocar su actitud. Cumple su misión: ha venido a salvar a los débiles y los enfermos.

b) A todos los que no somos santos nos consuela escuchar estas palabras de Jesús. Cristo no nos acepta porque somos perfectos, sino que nos acoge y nos llama a pesar de nuestras debilidades y de la fama que podamos tener.

El ha venido a salvar a los pecadores, o sea, a nosotros. Como la Eucaristía no es para los perfectos: por eso empezamos siempre nuestra celebración con un acto penitencial.

Antes de acercarnos a la comunión, pedimos en el Padrenuestro: «Perdónanos». Y se nos invita a comulgar asegurándonos que el Señor a quien vamos a recibir como alimento es «el que quita el pecado del mundo».

También nos debe estimular este evangelio a no ser como los fariseos, a no creernos los mejores, escandalizándonos por los defectos que vemos en los demás. Sino como Jesús, que sabe comprender, dar un voto de confianza, aceptar a las personas como son y no como quería que fueran, para ayudarles a partir de donde están a dar pasos adelante.

A todos nos gusta ser jueces y criticar. Tenemos los ojos muy abiertos a los defectos de los demás y cerrados a los nuestros. Cristo nos va a ir dando una y otra vez en el evangelio la lección de la comprensión y de la tolerancia.

«La Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo» (1ª lectura, I)

«Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón» (salmo, I)

«Le concedes bendiciones incesantes, lo colmas de gozo en tu presencia» (salmo, II)

«Ojalá escuchéis hoy su voz» (aleluya)

«No he venido a llamar justos, sino pecadores» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4.
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 38-42


3-3.

Primera lectura: 1º de Samuel 9, 1-4.17-19; 10,1a
Ese es el hombre de quien habló el Señor; Saúl regirá a su pueblo.

Salmo responsorial: 20, 2-3.4-5
Señor, el rey se alegra por tu fuerza.

Evangelio: San Marcos 2, 13-17
No he venido a llamar justos, sino pecadores.

Jesús no pasa de largo frente a Leví, considerado impuro según la ley judía; a pesar de esto, se detiene. Como no se siente ignorado, Leví acude presto a la invitación . Luego se muestra a Jesús, como invitado de Leví, en una comida, rodeado de simpatizantes con su proyecto, entre quienes había "muchos publicanos y pecadores". Sus enemigos no le pierden pisada a ninguna de sus actitudes, descalificando a todas las que no estén de acuerdo con la tradición y la ley. Pero Jesús es firme en las respuestas a sus detractores: los silencia sabiamente cuando sentencia sobre el por qué de su predilección por los pecadores para la iniciación de su misión.

Si Jesús ha preferido escoger a los excluidos de la sociedad para que lo acompañen en la creación del Reino, no ha sido por un capricho. Su sabiduría le da argumentos necesarios para encontrar, en los empobrecidos por el sistema, auténticos valores que son necesarios para comenzar lo que él desea. Su propuesta es distinta a la de la oficialidad. Para sus acusadores es absurdo pensar que con la escoria de la sociedad se pueda iniciar algo que tenga valores auténticos.

Es de admirar cómo en nuestra vida cotidiana siempre estamos buscando adherentes que simpaticen con nuestros gustos y propósitos sin reparar lo que está diciéndonos Jesús. El Maestro nos enseña que la misericordia de Dios no viene primeramente ni a los santos, ni a los ricos, ni a los poderosos, si no precisamente a los rechazados. A todos quienes son excluidos Jesús les abre las puertas, para que tengan la posibilidad del Reino, es decir de la salvación que les han negado sus hermanos.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-4.

Hb 4, 12-16: La Palabra de Dios es viva y eficaz.

Sal 77, 3-4.6-8

Mc 2, 13-17: No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.

Cinco versículos de la carta a los Hebreos que son puramente alabanza de la Palabra de Dios, una alabanza conocida: viva y eficaz, más penetrante que una espada de doble filo. No se refiere tanto a la Biblia, cuanto al hablar de Dios, a su Palabra, que es creadora, que hace lo que significa, que penetra hasta las entretelas del alma.

Jesús llama a Leví, cobrador de impuestos, y por eso mismo mal visto en el pueblo judío. Y Jesús come con pecadores, lo cual escandaliza a los maestros de la ley del grupo de los fariseos. Jesús se defiende de esa crítica proclamando claramente el principio rector de su ministerio: para eso precisamente ha venido, para llamar a los pecadores. Jesús no es como los puritanos que evitan el contacto con los malvistos. Jesús no respeta esas fronteras.

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3-5.

Hebreos 4, 12-16: La Palabra de Dios es viva

Salmo responsorial: 8

Marcos 2, 13-17: He venido a buscar lo perdido

Hoy escuchamos, de boca del inspirado autor de la carta a los Hebreos, una comparación muy elocuente: la Palabra de Dios es como una espada cortante que penetra hasta lo más profundo del ser, como una luz poderosa que todo lo envuelve y manifiesta. ¿Así la percibimos nosotros que la escuchamos diariamente? Y esa Palabra no es un simple sonido, ni una suma de conceptos, sino la persona misma de Cristo, nuestro juez misericordioso, nuestro sumo sacerdote, capaz de compadecerse de nuestros dolores, porque El los padeció; un asiento, un trono de la misericordia, de la gracia de Dios, al cual podemos acudir llenos de confianza. Si éstas nos parece que son bellas palabras, vayamos al Evangelio de este día para verlas convertidas en rotunda realidad.

A lo largo de esta semana, leyendo los dos primeros capítulos del Evangelio según Marcos, hemos visto actuando a Jesús: nos enseña con sus actitudes, con sus obras, con sus tomas de posición, más que con sus palabras. Hoy también nos enseña, no con largos discursos sino con actitudes bien concretas.

Un endemoniado, la suegra de Pedro impedida por la fiebre, un leproso, un paralítico... es la gente de Jesús, la que lo busca, la que él sana y salva. Hoy no es un enfermo sino un pecador, un cobrador de impuestos al servicio del odioso imperio romano, un chupasangre del pueblo necesitado. Jesús ve más allá del odio con que lo veían los demás; tal vez vio el núcleo intacto de la dignidad de este hombre, que podría realizar grandes y buenas cosas, en lugar de estar cicateando los centavos de los tributos. Lo llamó a seguirle y aceptó la invitación a comer en su casa, con sus amigos y colegas, los otros publicanos, todos pecadores, todos explotadores. Parecía normal el escándalo de los fariseos, que eran hombres de bien y anhelaban la liberación de Israel: "¡éste come con publicanos y pecadores!". Solamente que los caminos de Dios no son los nuestros, ni sus pensamientos nuestros pensamientos. Jesús proclama haber venido, no para condenar sino para salvar. Declara que son los enfermos los que necesitan su medicina, y no los sanos. Nos hace presentir que el corazón de Dios no tiene orillas y que en él cabemos todos, muy especialmente los más necesitados de su amor y de su perdón.

Esta lección en la escuela de Jesús ¿no debería romper nuestros esquemas? ¿No deberíamos ver a los demás con nuevos ojos, después de ver y escuchar a Jesús sentado a la mesa con los pecadores y los publicanos? ¿No deberíamos estar dispuestos a estrechar la mano de los más extraños, los más lejanos, los despreciados y segregados de nuestra sociedad?

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3-6. CLARETIANOS 2002

Todavía resuena con fuerza la frase de Hans Urs Von Balthasar "La verdad es Sinfónica" y su deseo de recuperar el pluralismo universal de Pentecostés, ese pluralismo que, con frecuencia, se nos olvida por completo.

¿Qué hubiese sido Pedro y el grupo de los doce, sin Leví, el de Alfeo?

Ser sensible a toda una sinfonía es "para nota"; todos tendemos con rapidez a los instrumentos, melodías, ritmos, solos... favoritos y nos aferramos a ellos como si fueran la esencia de la realidad sonora... y -como críticos consumados- detectamos con rapidez los desafinos que nos rodean...

Que el Señor nos ayude a saber gozar de la música.


Señor, el día empieza.
Como siempre, postrados a tus pies,
la luz del día queremos esperar.
Eres la fuerza
que tenemos los débiles, nosotros.

Padre nuestro
que en los cielos estás,
haz a los hombres iguales;
que ninguno se avergüence de los demás;
que todos al que gime den consuelo;
que todos al que sufre del hambre la tortura
le regalen en rica mesa de manteles blancos
con blanco pan y generoso vino;
que no luchen jamás;
que nunca emerjan
entre las áureas mieses de la historia,
sangrientas amapolas, las batallas.

Luz, Señor,
que ilumine las campiñas y las ciudades;
que a los hombres todos,
en sus destellos mágicos,
envuelva luz inmortal;
Señor, luz de los cielos,
fuente del amor y causa de la vida
(liturgia de las Horas)


3-7. CLARETIANOS 2003

Cabalmente el primer día recordábamos la sentencia de un exégeta de lengua alemana: “la esencia del cristianismo es comer juntos”. La escribió hace más de veinte años. No se trata de una boutade, de una ocurrencia ligera que se permite un sesudo estudioso, fama que suelen tener los alemanes (lo digo por lo de sesudo, no por la ocurrencia ligera).

Rafael Aguirre es un estudioso español bien meritorio, y él nos ha escrito un libro entero titulado precisamente “La mesa compartida”. Así que eso de compartir la mesa tiene más “miga” (perdonad el juego de conceptos demasiado fácil, pero no buscado) de la que nos pudiera parecer.

Otros estudiosos, a saber, los que enseñan y escriben sobre la Eucaristía, se demoran, antes de hablar de la última cena de Jesús, en las comidas en que tomó parte durante su ministerio. En unas era un invitado. Aquí, burlando la vigilancia de los sesudos estudiosos, podemos mezclar varias de las referencias y relatos: las bodas de Caná, este banquete en casa de Leví, las invitaciones de fariseos aceptadas por Jesús, el episodio de los trajines de la hacendosa Marta y la regalada escucha de su hermana María, el convite en casa de Zaqueo..., sin olvidar la comida preparada por la suegra de Pedro. Amén de todos esos momentos, los cuatro evangelios nos narran la multiplicación de los panes en que Jesús ejerce de anfitrión. En las parábolas es recurrente el motivo del banquete. Y en cierta ocasión Jesús defenderá a sus discípulos poco propensos al ayuno diciendo que mientras estaba el novio no había que ayunar, que todo tiene su tiempo. ¡Pero si a él mismo se lo llamó comilón y borracho!

La comensalidad, es decir, el comer juntos, la confraternización, pertenece a la esencia del banquete, y también la alegría, la música, y la abundancia y calidad de los manjares. Todo ello era símbolo de la plenitud que llegaba con Jesús, una plenitud que no se servía al puñado de los cuatro justos-y-adustos que están ahítos de sobriedades. Es una plenitud que se desbordaba sobre todos, en especial sobre los “enfermos”, los alejados, los denostados y quizá envidiados colaboracionistas del imperio, los pecadores. Incluso, aunque a primera vista a regañadientes, sobre la hija de la sirofenicia y sobre los perrillos que se acercan a la mesa del amo para comer las migajas y huesos enjundiosos que caen de las bien provistas bandejas y los platos.

Pues... a lo dicho. ¡Y muy buen provecho!

Pablo Largo (pldomizgil@hotmail.com)


3-8. 2001

COMENTARIO 1

v. 13 Salió esta vez a la orilla del mar. Toda la multitud fue acu­diendo adonde estaba él, y se puso a enseñarles.

Como prueba de lo antes expuesto, que el amor de Dios se extiende a todo hombre, Jesús invita a pertenecer a su círculo a un excluido por la institución religiosa judía, considerado oficialmente como un pagano.



v. 14 Yendo de paso vio a Leví de Alfeo sentado al mostrador de los impues­tos y le dijo: «Sígueme». El se levantó y lo siguió.

Hasta ahora Jesús ha invitado a seguirlo a hombres integrados en el pueblo de Israel. Ahora, llevando a la práctica el mensaje universalista que ha expuesto, invita a un personaje, Leví, que, aunque de origen judío, es considerado, a causa de su profesión (recaudador), un descreí­do sin Ley, prácticamente un pagano, y que, por ello, está excluido de Israel.

Jesús lo llama como a los cuatro primeros (1,16-21a). Los que estaban religiosa y socialmente marginados y excluidos de la alianza entran en el Reino de Dios lo mismo que los que proceden del judaísmo. Muestra así Jesús el amor de Dios a todos los hombres: todo individuo, de cualquier religión, creencia o catadura moral, que esté dispuesto a cambiar de vida, es apto para el Reino.

La ruptura de Leví con su pasado de injusticia está expresada por la oposición entre estaba sentado y se levantó. Abandona su estilo de vida para seguir a Jesús.



v. 15 Sucedió que, estando él recostado a la mesa en su casa, muchos recau­dadores y descreídos se fueron reclinando a la mesa con Jesús y sus discípulos; de hecho, eran muchos y lo seguían.

Su casa/hogar (posesivo ambiguo, de Jesús y de Leví) es figura de la nueva comunidad del Reino (banquete mesiánico), compuesta de dos grupos: el de los discípulos (primera vez que se usa esta denominación), al que pertenecen los primeros llamados (1,16-21a), que procedían del judaísmo (cf. Is 54,13), y el grupo de los otros seguidores, muy numero­sos, que no proceden de él (excluidos de Israel). La postura de los comensales (estar recostado, reclinarse) es la propia de hombres libres. El centro de la nueva comunidad es Jesús; su espíritu es la unión, amistad y alegría propias de un banquete. El grupo procedente del judaísmo es anterior en el tiempo, pero no superior en dignidad.



v. 16 Los fariseos letrados, al ver que comía con los descreídos y recaudado­res, decían a los discípulos: «¿Por qué come con los recaudadores y descreídos?»

El hecho de que en la comunidad estén juntos los discípulos judíos con gente sin religión (recaudadores y descreídos / pecadores), conside­rada impura y religiosamente discriminada, suscita la protesta de los maestros de la Ley, que pretenden mostrar a los discípulos lo impropio de la conducta de su maestro.



v. 17 Lo oyó Jesús y les dijo: «No sienten necesidad de médico los que son fuertes, sino los que se encuentran mal. No he venido a invitar justos, sino peca­dores».

Jesús los rebate. Los que son fuertes son los que ocupan una posición de fuerza, los jefes (cf. Is 1,23-24; 3,1.2.25; 5,22; 22,3); los que se encuentran mal son los oprimidos (como en 1,32). Los letrados, que tienen fuerza y dominio, no sienten necesidad de un liberador; los despreciados y opri­midos por ellos sí la sienten, y la misión de Jesús es precisamente res­ponder a esa necesidad.

La protesta de los potentes no se debe sólo a motivos religiosos, sino también al deseo de conservar su poder: no quieren que los oprimidos se emancipen y alcancen la libertad. La discriminación es para ellos un ins­trumento de dominio. Justos son los satisfechos de sí mismos que no desean cambio ni piensan necesitar salvación; pecadores, los que son conscientes de necesitarla.



COMENTARIO 2

La comida, más allá de forma de la conservación y mantenimiento de la vida física, tiene una función importante para la educación en la convivencia y en el compartir humano. Gracias a ella el hombre aprende lo necesario para la vida en relación con los que lo rodean, primeramente con su núcleo familiar, seguidamente con sus vecinos y con otros hombres en círculos cada vez más amplios.

Pero la comida, que es signo de participación en la vida común, es también a veces causa de división entre los seres humanos. En primer lugar, la búsqueda de asegurar el alimento para sí lleva muchas veces a privar a otros de su adquisición. La abundancia de algunas mesas está directamente conectada con la falta de pan en muchas otras.

Junto a esta escandalosa división originada en las necesidades de alimentación de los hombres, encontramos también otras divisiones originadas en el ámbito de la alimentación. La forma de participar en las comidas excluye a veces y frecuentemente el compartir con personas de otras culturas o de otras opiniones. La misma religiosidad se convierte muchas veces en obstáculo de comunicación para el ser humano.

La comunidad cristiana está llamada a ser "signo de universalidad" incluso en la comida. Ello nos exige una revisión de las actitudes particularistas que en nosotros nos impiden una plena participación en la Eucaristía universal de Jesús.

La forma de actuación de éste exige que modifiquemos toda actitud que nos impida expresar la universalidad de la salvación; su práctica debe producir un cambio en nuestras prácticas, todavía cargadas de prejuicios sobre los demás.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-9. 2002

Tras perdonar a la humanidad pecadora, represen­tada en el paralítico, Jesús llama a Leví de Alfeo, re­caudador de impuestos, personaje mal visto por el Israel oficial por ser colaboracionista con los romanos y considerado de la misma calaña que los paganos, las prostitutas o los ladrones. La acción de un Jesús, que no se rodea de un círculo de gente de bien, es­candaliza a los piadosos de su época. A sabiendas de ello, no duda Jesús en llamar a Leví para que forme parte de su grupo, pues en la nueva comunidad pueden entrar todos, sean judíos o paganos, religiosos o des­creídos.

Nadie, en principio, queda excluido. Una vez den­tro, para continuar en la comunidad habrá que poner en práctica su enseñanza y llevar a cabo sus exigen­cias radicales.

Dice Mateo que a la invitación de Jesús, Leví se levantó y lo siguió, indicando de este modo la ruptura con su mundo anterior, al igual que Simón y Andrés, Santiago y Juan. Así se va extendiendo la salvación de Dios a todos. En la sociedad alternativa que inau­gura Jesús, hay cabida para todos, porque todos tie­nen por Dios a un mismo Padre que se define como «amor sin fronteras», «amor que no excluye».

El comportamiento escandaloso de Jesús rompe todos los esquemas y hace surgir la protesta de los fariseos y letrados que no toleran que éste se siente a comer y se mezcle con gente considerada impura des­de el punto de vista religioso.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-10. ACI DIGITAL 2003

13. El Mar de Galilea, o lago de Genesaret o de Tiberíades.

14. Leví, esto es, Mateo (Mat. 9, 9; Luc. 5, 29), nos da un ejemplo de la eficacia de la vocación. Una sola palabra de la boca del Señor, una sola mirada basta para convertirlo de un publicano en un fervoroso apóstol. Su vocación es consecuencia de la elección (Juan 15, 16; Rom. 8, 29 ss.). "Dios nos previene para llamarnos, y nos acompaña para glorificarnos" (San Agustín).

17. Es una de las muchas verdades con aspecto de paradoja en boca de Jesús que nos descubre el fondo de su Corazón misericordioso y encierra una divina regla pastoral: buscar a la oveja perdida (Luc. 15, 1 ss.). El que se cree sano y justo no puede aprovechar la Redención de Cristo. Confrontado en San Lucas 7, 23 y nota: "Y ¡bienaventurado el que no se escandalizare de Mí!". Aquí el Evangelio nos señala que Parecería irónico decir esto de la santidad infinita. Pero es El mismo quien se anuncia como piedra de escándalo. Y es que El, al revelar que el omnipotente Creador es un padre lleno de sencillez y de bondad como El mismo, dejaba, por ese solo hecho, tremendamente condenada y confundida la soberbia de cuantos se creían sabios o virtuosos (Juan 7, 7). De ahí que fueran éstos, y no el común de los pecadores, quienes lo persiguieron hasta hacerlo morir. Jesús es signo de contradicción (2, 34) y todo su Evangelio es una constante ostentación de ella.


3-11. Fuente: Catholic.net Autor: Óscar Pérez Lomán

Reflexión:

Jesús no se cansa de repetirnos que viene a llamarnos, que sale a nuestro encuentro. “No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos; ni he venido yo a llamar a los justos, sino a los pecadores”. ¿Quién se siente abandonado o condenado después de estas palabras?

Jesús llama a los pecadores. Por eso llama a Leví.. Come con los pecadores, los acoge, los ama, los perdona. Por eso hoy también te llama a ti.

Él es el médico de tu alma. Pero no va a entrar en tu casa si tú no le dejas entrar. Cristo te busca, sale a tu encuentro, pero te respeta. Respeta tu libertad.

Deja a Cristo entrar en tu alma. Dale el gusto de curarte. Date el gusto de verte sano y feliz. Ojalá no respondas como el poeta: “mañana le abriremos, para lo mismo responder mañana”.

¿Cuál debe ser nuestra respuesta? Abrirle completamente las puertas. Seguir sus consejos, probablemente costosos, pero seguros; difíciles, pero consoladores; sacrificados, pero llenos de felicidad.

Cristo te llama para que recobres la salud y la felicidad con Él. Y está esperando tu respuesta.


3-12. 2004

Comentario: Rev. D. Joaquim Monrós i Guitart (Tarragona, España)

«No he venido a llamar a justos, sino a pecadores»

Hoy, en la escena que relata san Marcos, vemos cómo Jesús enseñaba y cómo todos venían a escucharle. Es manifiesta el hambre de doctrina, entonces y también ahora, porque el peor enemigo es la ignorancia. Tanto es así, que se ha hecho clásica la expresión: «Dejarán de odiar cuando dejen de ignorar».

Pasando por allí, Jesús vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado donde cobraban impuestos y, al decirle «sígueme», dejándolo todo, se fue con Él. Con esta prontitud y generosidad hizo el gran “negocio”. No solamente el “negocio del siglo”, sino también el de la eternidad.

Hay que pensar cuánto tiempo hace que el negocio de recoger impuestos para los romanos se ha acabado y, en cambio, Mateo —hoy más conocido por su nuevo nombre que por el de Leví— no deja de acumular beneficios con sus escritos, al ser una de las doce columnas de la Iglesia. Así pasa cuando se sigue con prontitud al Señor. Él lo dijo: «Y todo el que haya dejado casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o campo por mi nombre, recibirá el ciento por uno y gozará de la vida eterna» (Mt 19,29).

Jesús aceptó el banquete que Mateo le ofreció en su casa, juntamente con los otros cobradores de impuestos y pecadores, y con sus apóstoles. Los fariseos —como espectadores de los trabajos de los otros— hacen presente a los discípulos que su Maestro come con gente que ellos tienen catalogados como pecadores. El Señor les oye, y sale en defensa de su habitual manera de actuar con las almas: «No he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (Mc 2,17). Toda la Humanidad necesita al Médico divino. Todos somos pecadores y, como dirá san Pablo, «todos han pecado y se han privado de la gloria de Dios» (Rm 3,23).

Respondamos con la misma prontitud con que María respondió siempre a su vocación de corredentora.


3-13. 2004. Servicio Bíblico Latinoamericano

Los publicanos eran los recaudadores del impuesto de vasallaje a favor del imperio romano, la potencia ocupante de Palestina y de gran parte de los territorios de la cuenca del Mediterráneo. Los romanos evitaban cobrar directamente los impuestos y delegaban esa función en algunos nativos de los territorios bajo su dominio, a cambio de un porcentaje y de la posibilidad de negociar y especular con los recaudos.

Por eso los publicanos eran odiados por sus paisanos y considerados en la escala más baja de la moralidad. Eran, en resumen, los peores pecadores, traidores y explotadores de su propio pueblo, colaboracionistas del odiado invasor.

Pues bien, Jesús se atrevió a llamar a uno de este gremio para que fuera discípulo suyo, y hasta se sentó a la mesa de Leví junto con otros de su calaña. La reacción asombrada y hasta airada de los fariseos parecía justificada, solo que Jesús les revela su designio: "no necesitan médico los sanos sino los enfermos.

El llamamiento de Leví es una manifestación asombrosa de la voluntad salvífica de Dios que no le cierra la puerta a nadie, por pecador que sea.

Es un gesto de misericordia, reconciliación, llamado a la conversión y perdón por parte de Jesús, en nombre de Dios santísimo. Como Leví, a pesar de nuestros pecados, podemos sentarnos a la mesa del Maestro, junto con sus demás discípulos. Como Jesús, debemos buscar pacientemente a la oveja perdida, no debemos desdeñar llamarla y ofrecerle el amor de Dios.


2-14. DOMINICOS 2004

Por ser sábado, hagamos desde la mañana especial memoria de María, la madre de Jesús y madre nuestra, y pongamos en sus manos y en su corazón nuestra súplica por la justicia, el pan y la paz de los pueblos.
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El libro de Samuel hoy da paso a la introducción de la realeza en la estructuración socio-política-religiosa del pueblo de Israel. Y lo hace mediante la presentación de una figura humana, la de Saúl, mozo bien plantado que se gana el prestigio en las peleas y obtiene la bendición de lo alto para que sea ungido rey por elección de Dios.

Una vez más, en ese gesto se da la conjunción de lo humano y lo divino como presagio de días venturosos para el pueblo. ¡Lástima que luego se tuerzan las cosas!

LA LUZ DE LA PALABRA DE DIOS

Libro primero de Samuel 9, 1-4. 17-19; 10, 1 :
“Había un hombre de Loma de Banjamín, llamado Quis, hijo de Abiel,... benjaminita, de buena posición. Tenía un hijo que se llamaba Saúl, un mozo bien plantado; era el israelita más alto... Su padre, Quis, al que se le habían extraviado unas burras, dijo a su hijo: vete a buscarlas ... Saúl se fue con un mozo y cruzaron la serranía de Efraím... y la comarca de Benjamín... Cuando llegaron a la región de Suf..., el mozo y Saúl fueron a ver al “vidente”... Y cuando éste -Samuel- vio a Saúl, el Señor le avisó: ése es el hombre de quien te hablé; ése regirá a mi pueblo... Samuel tomó la aceitera, derramó aceite sobre la cabeza de Saúl y lo besó diciendo: ¡El Señor te unge como jefe de su heredad! Tú regirás al pueblo del Señor ...”

Evangelio según san Mateo 9, 16-26 :
“En aquel tiempo se le acercó un joven a Jesús y le preguntó: Maestro ¿qué tengo que hacer de bueno para alcanzar la vida eterna? Jesús le contestó :... Mo matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio... El muchado le dijo: todo eso ya lo he cumplido. ¿Qué me falta? Jesús le contestó: si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres..., y luego vente conmigo. Al oir esto el joven de marchó triste, porque era rico...”

REFLEXIÓN PARA ESTE DÍA

Elegidos, bendecidos por Dios.

El capítulo 8º del libro de Samuel es una maravilla descrita con aparente ingenuidad, sencillez, locución divina, discernimiento humano, cultura rural, juego de adivinación, y llamamiento al Señor por parte del anciano Samuel, juez y árbitro de Israel.

En el contexto de ese capítulo, no en invenciones fantasiosas, hay que colocarse para entender el mensaje de la Palabra de Dios dirigida a aquellos hijos suyos.

Samuel es un patriarca y profeta venerable, pero no puede entrever el futuro de la humanidad y de su pueblo. Quiere un futuro venturoso caminando hacia la realeza, pero pide a Dios que sea el elector del futuro rey y que le mande ungir su cabeza.

El mensaje para los antiguos y para nosotros parece claro: en la vida hay que caminar sin desmayar, pero contando con la bendición del Señor en todos los asuntos humanos, pues las cosas serán más humanas cuanto tengan más copiosa bendicion divina.

En nuestra condición de ‘hijos de Dios’ y ‘hermanos de los hombres’, todos somos elegidos y ungidos de Dios, como Saúl. Y hagamos lo que hagamos, esa unción de hijos debe notarse, vayamos al desierto con Antonio Abad o vivamos en la ciudad con gestores o beneficiarios de la misma. Lo importante es que siempre nos mostremos como lo que somos, ‘hijos de Dios’.


2-15.

LECTURAS: 1SAM 9, 1-4. 10. 17-19; 10, 1a; SAL 20; MC 2, 13-17

1Sam. 9, 1-4. 10. 17-19; 10, 1a. Saúl es el primero que ha sido ungido como jefe del Pueblo de Israel y constituido salvador del mismo. Se inicia así el camino que culminará con el Ungido, o Mesías de Dios, que será también el Salvador del mundo: Jesucristo. La forma como Dios cumple sus planes a veces son incomprensibles. La pérdida y búsqueda de unos animales lleva a Saúl hasta la presencia de Samuel, a quien Dios le dice: este es el que estará al frente de mi pueblo como Jefe, úngelo. Pongámonos en manos de Dios; vayamos siempre en su presencia, sabiendo que Dios tiene un plan de salvación para nosotros. Estemos abiertos para reconocer la voluntad de Dios y vivir conforme a ella para que Dios lleve adelante su obra de salvación en nosotros y por medio nuestro; pues su Iglesia no puede inventarse sus propios caminos, sino caminar con un amor fiel en los designios maravillosos de Dios, que quiere que todos le conozcan y alcancen la salvación por medio de la Comunidad de creyentes.

Sal. 20. Dios ha dado a su propio Hijo, Jesús, el poder sobre el pecado, el mal y la muerte. Él se ha levantado victorioso sobre sus enemigos, y a nosotros, que creemos en Él, nos ha hecho partícipes de esa victoria. A pesar de que era el Hijo aprendió a obedecer padeciendo, y llegado a su perfección llevó consigo a todos los que creemos en Él. Pero no basta confesar con los labios que Jesús es Señor de nuestra vida. Es necesario manifestar con las obras que en verdad nosotros permanecemos en Dios y Dios en nosotros. Que Él nos conceda vivir sin esclavitudes al pecado; que nos ayude para que jamás seamos signos de muerte, sino más bien de vida, para cuantos nos traten. Que llevemos el signo de la victoria de Cristo en nuestra propia vida, porque aprendamos a amar a los demás, como nosotros hemos sido amados por el Señor.

Mc. 2, 13-17. Jesucristo vino a buscar y a salvar todo lo que se había perdido. Y, nos dice san Pablo: Esta doctrina es segura y debe ser aceptada sin reservas: Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Si alguno dice que no tiene pecado, es un mentiroso y quiere hacer pasar a Dios también por mentiroso. Dios envió a su propio Hijo para salvarnos a todos del pecado y hacernos hijos suyos. Nadie puede creerse puro. Y si alguien viviese sin pecado, lo cual es muy difícil, pues la escritura dice que hasta el justo peca siete veces al día, debería ser el primero en compadecerse de quienes, viviendo bajo el dominio del pecado, han de ser liberados de sus esclavitudes y ser conducidos a Cristo para alcanzar en Él la salvación. Jamás despreciemos a quienes viven tal vez hundidos en grandes miserias. No huyamos de ellos. Por ellos Cristo dio su vida en la Cruz. Y para ellos Cristo fundó su Iglesia; pues en ella todos, sin excepción, han de encontrar el camino que les conduzca al Padre.

El Hijo de Dios, hecho uno de nosotros en la humildad de nuestra carne mortal, vivió cercano a los pobres y a los pecadores. Él vino a decirles y a demostrarles cuánto los sigue amando el Padre Dios. Y nosotros, pobres y pecadores, hemos sido invitados, en este día, a participar mediante esta Eucaristía, de la gran riqueza de salvación que Dios ha reservado para los suyos. Y a nosotros nos quiere suyos. Para eso nos ha convocado en este día, para ofrecernos su perdón y para hacernos, nuevamente, partícipes de su vida divina. ¿Habrá acaso un amor más grande de Dios hacia nosotros? Dios nos quiere parte de su Reino y Familia. Para eso nos ha ungido con su Espíritu. Y llenos de su Espíritu nos quiere como un signo de su salvación en el mundo y su historia. Por eso Él le ha confiado a la Iglesia el ministerio de la reconciliación. No podemos, por tanto, conformarnos con proclamar el Evangelio del Señor a quienes ya viven cerca de Dios, sino ir al encuentro de toda clase de pecadores, y sin miedo a ser mal juzgados o criticados, anunciarles el gran amor que Dios nos tiene a todos.

Jesucristo convive y come con los pecadores. Los llama para que estén con Él, pues quiere convertirlos en testigos de su Evangelio. Con esas actitudes Él quiere hacernos entender que nadie puede hablar del amor y del perdón de Dios mientras no lo haya experimentado en su propia vida. Por eso el Apóstol, el Testigo del Evangelio no es el erudito, sino el amigo de Dios. Esto no puede llevarnos a despreciar a quienes dedican su vida a investigar las cosas de Dios; pero mientras sólo los hinche la ciencia y no vivan cercanos a Dios podrán dejarnos deslumbrados con sus investigaciones, pero de ahí no podrá surgir la salvación. No son los sabios, sino los santos los que, por su unión con Dios, serán los auténticos colaboradores para que a todos llegue la salvación. Efectivamente, la salvación vendrá del desierto; de aquellos que viven una relación íntima con Dios en un auténtico silencio sonoro. Quien escuche al Señor, quien se deje amar y transformar por Él, a pesar de que haya sido el más grande de los pecadores, podrá hablarnos, desde su propia experiencia, del Dios salvador, del Dios que es amor y que es misericordia.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la apertura necesaria para dejarnos amar, perdonar y enviar por Él. Que así, desde una vida que el mismo Señor restaura, podamos dar testimonio al mundo de cuánto nos ama Dios, y cómo para Él no cuentan los criterios humanos, sino sólo su amor, su bondad y su misericordia para quienes eligió para que fuesen uno en Cristo. Amén.

www.homiliacatolica.com


2-16. CLARETIANOS 2004

Ya conocemos otra cosa más de Jesús: le gustaba pasear por la orilla de lago. Supongo que sería porque en su entorno se producen algunas de las cosas más maravillosas de la experiencia humana: la relajación que proporciona caminar descalzo sobre la arena, la hermosura de contemplar la inmensidad y sentirse pequeño, la dura faena de los pescadores para quienes el lago no tenía nada de bucólico, ver anochecer con la confianza de que nuestro Dios nos regalará pocas horas después otro día...

Y vio a Mateo, el de Alfeo, el recaudador de impuestos, el explotador, el ladrón, el colaboracionista... Qué suerte para Mateo que Jesús miraba el corazón y no las apariencias, si no de qué... Qué suerte para nosotros que Jesús siga mirando el corazón y no las apariencias. Y digo yo: ¿por qué nos empeñamos tanto en juzgar por la fachada?

A lo que iba: había que celebrar el encuentro con una fiesta. Fiesta y encuentro que cada día celebramos en la Eucaristía (digo yo). En la cultura mediterránea las grandes celebraciones se hacen con un banquete (y que no se pierda esta sana costumbre). Los fariseos ya estaban al acecho: si es que se junta con una gente... (dicen ellos). Y Jesús, a lo suyo: a salvar. No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores (dice Él); los enfermos y pachuchos son los que necesitan médico (insiste).

Dios es el Dios gratuito de aquellos que no le pueden comprar. Mateo tenía mucho dinero (robado) y por mucho más que hubiera podido tener (incluso logrado justamente, con el sudor de su frente), jamás hubiera podido comprar al Dios que le salvó gratis...

Y los fariseos siguieron murmurando y sus rollos llegan hasta hoy. Menos mal que Jesús no les hace caso. Estaba paseando por el lago...

Vuestro amigo y hermano Oscar
(claretmep@planalfa.es)


2-17. ARCHIMADRID 2004

LOS ELEGIDOS.

Saúl sale de su casa a buscar unas burras extraviadas y regresa como rey de Israel. Ya podría volver triunfador de una batalla, como un gran sabio, descubridor de algún invento innovador, como gran empresario del mundo antiguo, descubridor, poeta o filósofo, pero…, fue a buscar unas burras y volvió como rey.

Así son los elegidos de Dios, no son los que el mundo aplaude, aclama, vitorea y luego- habitualmente-, olvida. son los que Él quiere para que le sirvan: “te basta mi gracia”. Es cierto que Dios da su gracia a quien la necesita y está dispuesto a ser fiel y a poner en juego su vida, pero la gracia de Dios basta para cumplir la misión encomendada. Conozco a algunos de los que ahora se llaman “Directores de Recursos Humanos” -(los RR.HH.)-, y me dicen que ciertamente no es una labor fácil. Saben que de su decisión depende el futuro de una persona y, en muchos casos, de una familia. Saben que les enseñan la “cara” que quieren ver y que, en la mayoría de los casos, se inflan los currículos y sólo el tiempo dirá de la dedicación y sabiduría de una persona para un cargo determinado. Saben que después de un tiempo de formación y de inversión en una persona puede marcharse a otra empresa y convertirse en la competencia, por lo que hay que pagar generosamente su fidelidad.

Pienso que si Dios se presentase a director de RR. HH. se le despediría enseguida, sería el hundimiento de la empresa en unos pocos meses. ¿Cómo actúa Dios con sus elegidos?, ¿cómo ha actuado Dios contigo y conmigo?, ¿cómo actuó con Saúl, Mateo, Pablo. Pedro, Ignacio, Teresa, Francisco, …?. Todos somos los elegidos de Dios: “no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”, algo incompresible si no hacemos como San Mateo: “Se levantó y lo siguió”. A nuestro Señor no le hacen falta currículum-vitae para darnos su gracia y mostrarnos que somos sus elegidos, nos pide tan sólo la humildad de reconocerle y, por eso, quererle, y queriéndole, seguirle. Así, al seguirle nos conoceremos a nosotros mismos y percibiremos el amor que nos tiene.

Se ha puesto muy de moda la “autoestima”, es decir quererte porque sí. No es que sea nada malo, de hecho ayuda a muchos, pero, sinceramente, prefiero hablar de la “teoestima”, quiérete porque Dios te quiere, apréciate a ti mismo como aprecias al más pecador del mundo (pues Cristo murió por él y por ti), y aún sabiendo que en cualquier momento puedes fallar, “abandonar el primer amor” y convertirte en aquello que ahora más odias, siempre podrás volverte a tu Padre Dios en la confesión y saber que estás enfermo porque hay sanación para tu mal, te has caído pero puedes levantarte y volver a caminar, los demás (como a Leví, el de Alfeo) te juzgarán, pero Jesús tiene una palabra de aliento para ti. Quizá muchos piensen que has ido a buscar “burras perdidas” pero tú sabes que has encontrado la Salvación. María, madre mía, que nunca sea sordo a las palabras de cariño de Dios que- aunque exigentes-, me hacen ser yo, me hacen ser tuyo.


2-18. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Heb 4, 12-16: La Palabra de Dios es viva y eficaz.
Salmo responsorial: 18, 8-10.15: Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.
Mc 2, 13-17: He venido a llamar a los pecadores.

Conforme avanzamos en este relato evangélico, descubrimos cómo la manera de actuar de Jesús suscita controversia con los adversarios del Reino. Ellos no quieren abrir sus corazones y voluntades al paso de Dios que se manifiesta de formas tan diversas que, en una expresión, no se dejan penetrar por “la Palabra que es viva y eficaz...”

La relación de Jesús con los pecadores es una realidad constante en los evangelios. Esa forma diferente de ver a las personas, ya no como pecadores sino como hijos de Dios Padre, nos abre horizontes nuevos. Esto se concreta en el llamado de Leví, donde se ve que Jesús no hace acepción de personas. Así cómo llamó a sus primeros discípulos en sus puestos de trabajo, del mismo modo llama a Mateo (Leví), en su labor de Publicano, considerada indigna y pecaminosa. El oficio del cobrador de impuestos era visto por todos, tanto fanáticos nacionalistas como ultraortodoxos religiosos, como colaboracionismo con el imperio y contacto permanente con el mundo impío de los paganos.

La llamada de Jesús le permite a Leví-Mateo romper con esa situación e incorporarse a una comunidad que ofrece una alternativa de vida auténtica. El banquete de Jesús con los pecadores nos hace comprender la novedad del evangelio. Dios viene al encuentro del ser humano hundido en el pecado y en su propia miseria.


2-19. Fray Nelson Sábado 15 de Enero de 2005
Temas de las lecturas: Acerquémonos con plena confianza al trono de la gracia * No he venido a llamar justos, sino pecadores.

1. La Palabra Penetrante
1.1 El elogio de la Palabra Divina, que todo lo desnuda, es una invitación a vivir y caminar en la verdad. Ya Pablo nos había llamado "hijos de la luz e hijos del día" (1 Tes 5,5), y en otro lugar había explicitado su pensamiento un poco más: porque antes erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz, porque el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad, examinando qué es lo que agrada al Señor" (Ef 5,8-10).

1.2 Con todo, hay que saber que no son nuestras opciones las que dan poder a la Palabra, pues "toda criatura es transparente para Dios" (Heb 4,13). Ella se abre camino; es soberana, majestuosa, poderosa. Conquista terreno, o mejor: reclama lo que le pertenece, ya que Ella "sostiene todas las cosas" (Heb 1,3). Su autoridad proviene de su condición de autora. Somos su escritura en el universo; somos su obra; viene pues a nosotros con una fuerza que no puede compararse con nada de nuestro mundo interior o de aquello que conocemos en el universo.

2. Un cielo distinto
2.1 Por otra parte, el texto de la Carta a los Hebreos en el día de hoy es capaz de cambiarnos el cielo. Antes, cielo significaba sólo perfección, y como sentíamos que no podíamos alcanzar esa perfección, el cielo era inalcanzable, y el Dios del cielo nos infundía tal temor que de seguro hubiéramos tenido que repetir con los israelitas en el desierto: "que no hable Dios con nosotros, no sea que muramos" (Éx 20,19). El solo conocimiento de la santidad de Dios se convierte en solo conocimiento del pecado nuestro. Un conocimiento así engendra distancia, temor, casi desesperanza.

2.2 Mas ahora resulta que nuestro Sumo Sacerdote, Jesucristo, es eminente y ha atravesado los cielos, pero a la vez es compasivo porque ha sido probado en todo como nosotros. El que nos abre camino hacia el cielo es el que se abrió camino desde el cielo. Por humildad y a impulsos de amor vino a nosotros; con piedad y a fuerza del mismo amor quiere llevarnos hacia él.

3. Se levantó y lo siguió
3.1 ¡Cuánta fuerza tienen las palabras de Cristo! ¡Cuánto puede la Palabra cuando nos habla! Desde que llegó esa voz, desde que resonó la voz del Señor ya no fue igual la vida de Mateo. Con ese "¡sígueme!" Jesús abrió el capítulo nuevo y decisivo en la vida de aquel hombre. Y puede hacer otro tanto en nosotros.

3.2 "¡Sígueme!" significa muchas cosas. El seguimiento implica confianza, obediencia, paciencia, humildad, virtudes todas que no abundaban en un hombre acostumbrado al lucro próximo y contante de sus recaudos. De esto entendemos que no le habló Cristo solamente con voz exterior, sino que una voz interior hizo que la palabra de Cristo fascinara a Mateo. Invitándole a seguirlo le daba la gracia de seguirlo; llamándole le hacía capaz, a la vez. A esa voz o impulso interior aludió el Señor cuando dijo en otro lugar: "nadie puede venir a mí, si mi Padre no le trae" (Jn 6,44).

3.3 "¡Sígueme!" es una palabra pronunciada una vez pero llamada a ser vivida muchas veces. Cuando el guía de un grupo de visitantes les dice al comienzo del tour: "síganme", entiende que esa palabra se repite, ya sin palabras, cada vez que el grupo entra o sale de algún recinto o de un jardín o campo. "¡Sígueme!" no es entonces una palabra: es un programa para la vida. Es el programa propio de los verdaderos discípulos de Jesús.


2-20.

Comentario: Rev. D. Joaquim Monrós i Guitart (Tarragona, España)

«No he venido a llamar a justos, sino a pecadores»

Hoy, en la escena que relata san Marcos, vemos cómo Jesús enseñaba y cómo todos venían a escucharle. Es manifiesta el hambre de doctrina, entonces y también ahora, porque el peor enemigo es la ignorancia. Tanto es así, que se ha hecho clásica la expresión: «Dejarán de odiar cuando dejen de ignorar».

Pasando por allí, Jesús vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado donde cobraban impuestos y, al decirle «sígueme», dejándolo todo, se fue con Él. Con esta prontitud y generosidad hizo el gran “negocio”. No solamente el “negocio del siglo”, sino también el de la eternidad.

Hay que pensar cuánto tiempo hace que el negocio de recoger impuestos para los romanos se ha acabado y, en cambio, Mateo —hoy más conocido por su nuevo nombre que por el de Leví— no deja de acumular beneficios con sus escritos, al ser una de las doce columnas de la Iglesia. Así pasa cuando se sigue con prontitud al Señor. Él lo dijo: «Y todo el que haya dejado casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o campo por mi nombre, recibirá el ciento por uno y gozará de la vida eterna» (Mt 19,29).

Jesús aceptó el banquete que Mateo le ofreció en su casa, juntamente con los otros cobradores de impuestos y pecadores, y con sus apóstoles. Los fariseos —como espectadores de los trabajos de los otros— hacen presente a los discípulos que su Maestro come con gente que ellos tienen catalogados como pecadores. El Señor les oye, y sale en defensa de su habitual manera de actuar con las almas: «No he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (Mc 2,17). Toda la Humanidad necesita al Médico divino. Todos somos pecadores y, como dirá san Pablo, «todos han pecado y se han privado de la gloria de Dios» (Rm 3,23).

Respondamos con la misma prontitud con que María respondió siempre a su vocación de corredentora.


2-21.

Reflexión:

Heb. 4, 12-16. Aquel que medita la Palabra de Dios para anunciarla a sus hermanos como camino de salvación y de unión con Cristo, debe ser el primero en ser cuestionado y juzgado por esa Palabra; debe ser el primero en vivirla, de tal forma que, cuando la anuncie no lo haga desde discursos bella y magistralmente elaborados, sino desde la propia experiencia que el mensajero haya tenido de esa Palabra. Sólo así podrá hacer que quienes le escuchen no lo escuchen a él, sino al Señor que se acerca a toda persona de buena voluntad para tenderle la mano, levantarla de sus miserias y conducirla a la salvación eterna. Cristo Jesús, ofrecido de una vez para siempre para el perdón de nuestros pecados, nos llama a participar de su Gloria a la diestra de Dios, su Padre y Padre nuestro. Y la Iglesia colabora en esa misión no sólo ofreciendo un sacrificio grato al Señor y rogando por los pecadores, sino convirtiendo su vida en una continua oblación grata a Dios; oblación en que se convierte la entrega de todos sus miembros al realizar el bien a favor de todos. Sólo así estaremos colaborando para que todos puedan acercarse al trono de la gracia a fin de obtener misericordia y encontrar la gracia de un socorro oportuno en los momentos de prueba, pudiendo, así, con la ayuda del mismo Dios, permanecerle siempre fieles.

Sal. 19 (18). Reconocemos la eficacia de la Palabra de Dios, que es espíritu y vida, descanso y alegría, luz y felicidad; Palabra que penetra hasta lo más íntimo de nosotros y descubre los secretos e intenciones del corazón; Palabra que nos salva, pues, al tomar carne en nosotros, nos hace manifestarnos como hijos de Dios. Pero no basta con saber todo esto; no basta, incluso, con aprender de memoria la Palabra de Dios. Es necesario que esa Palabra transforme nuestra vida y nos convierta en un signo del amor que Dios manifestó al mundo en Cristo, Jesús, su Hijo y Hermano nuestro. Si vivimos conforme a la Palabra de Dios seremos rectos, y motivo de paz y alegría para nuestro prójimo pues ya no viviremos conforme a nuestros egoísmos, ni conforme a nuestras bajas pasiones, que nos dividen, sino conforme al amor de Dios que nos une a todos como hermanos, pues su Espíritu en nosotros nos hará reconocernos como hijos del mismo Dios y Padre.

Mc. 2, 13-17. Jesucristo vino a buscar y a salvar todo lo que se había perdido. Y, nos dice san Pablo: Esta doctrina es segura y debe ser aceptada sin reservas: Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Si alguno dice que no tiene pecado, es un mentiroso y quiere hacer pasar a Dios también por mentiroso. Dios envió a su propio Hijo para salvarnos a todos del pecado y hacernos hijos suyos. Nadie puede creerse puro. Y si alguien viviese sin pecado, lo cual es muy difícil, pues la escritura dice que hasta el justo peca siete veces al día, debería ser el primero en compadecerse de quienes, viviendo bajo el dominio del pecado, han de ser liberados de sus esclavitudes y ser conducidos a Cristo para alcanzar en Él la salvación. Jamás despreciemos a quienes vivan tal vez hundidos en grandes miserias. No huyamos de ellos. Por ellos Cristo dio su vida en la Cruz. Y para ellos Cristo fundó su Iglesia; pues en ella todos, sin excepción, han de encontrar el camino que les conduzca al Padre. El Señor, aún conociendo nuestras propias miserias y pecados, nos llama para que vayamos tras de Él como discípulos para que, así como Él ha tenido misericordia de nosotros y nos ha salvado, así aprendamos a ser misericordiosos aún con los más grandes pecadores, y trabajemos para que también a ellos llegue el perdón, el amor de Dios y la salvación que ofrece a toda la humanidad.

El Hijo de Dios, hecho uno de nosotros en la humildad de nuestra carne mortal, vivió cercano a los pobres y a los pecadores. Él vino a decirles y a demostrarles cuánto los sigue amando el Padre Dios. Y nosotros, pobres y pecadores, hemos sido invitados, en este día, a participar, mediante esta Eucaristía, de la gran riqueza de salvación que Dios ha reservado para los suyos. Y a nosotros nos quiere suyos. Para eso nos ha convocado en este día, para ofrecernos su perdón y para hacernos, nuevamente, partícipes de su vida divina. ¿Habrá acaso un amor más grande de Dios hacia nosotros? Dios nos quiere parte de su Reino y Familia. Para eso nos ha ungido con su Espíritu. Y llenos de su Espíritu nos quiere como un signo de su salvación en el mundo y su historia. Por eso Él le ha confiado a la Iglesia el ministerio de la reconciliación. No podemos, por tanto, conformarnos con proclamar el Evangelio del Señor a quienes ya viven cerca de Dios, sino que hemos de ir al encuentro de toda clase de pecadores, y sin miedo a ser mal juzgados o criticados, anunciarles el gran amor que Dios nos tiene a todos.

Jesucristo convive y come con los pecadores. Los llama para que estén con Él, pues quiere convertirlos en testigos de su Evangelio. Con esas actitudes Él quiere hacernos entender que nadie puede hablar del amor y del perdón de Dios mientras no lo haya experimentado en su propia vida. Por eso el Apóstol, el Testigo del Evangelio no es el erudito, sino el amigo de Dios. Esto no puede llevarnos a despreciar a quienes dedican su vida a investigar las cosas de Dios; pero mientras a estos sólo los hinche la ciencia y no vivan cercanos a Dios podrán dejarnos deslumbrados con sus investigaciones, pero de ahí no podrá surgir la salvación. No son los sabios, sino los santos los que, por su unión con Dios, serán los auténticos colaboradores para que a todos llegue la salvación. Efectivamente, la salvación vendrá del desierto; de aquellos que viven una relación íntima con Dios en un auténtico silencio sonoro. Quien escuche al Señor, quien se deje amar y transformar por Él, a pesar de que haya sido el más grande de los pecadores, podrá hablarnos, desde su propia experiencia, del Dios salvador, del Dios que es amor y que es misericordia.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la apertura necesaria para dejarnos amar, perdonar y enviar por Él. Que así, desde una vida que el mismo Señor restaure, podamos dar testimonio al mundo de cuánto nos ama Dios, y cómo para Él no cuentan los criterios humanos, sino sólo su amor, su bondad y su misericordia para quienes eligió para que fuesen uno en Cristo y testigos de su amor en el mundo. Amén.

Homiliacatolica.com


2-22.

250. Convivir con todos

I. Los fariseos se sorprenden al ver a Jesús sentarse a comer con toda clase de personas: ¿Porqué come con publicanos y pecadores? (Marcos 2, 13-17). Jesús se siente bien con todo el mundo, porque ha venido a salvar a todos. No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. En esta escena contemplamos cómo el Señor no rehuye el trato social; más bien lo busca. Su afán salvador se extiende a todas las criaturas de cualquier clase y condición. Jesús mostró un gran aprecio a la familia, donde se ha de ejercer en primer término la convivencia, con las virtudes que ésta requiere, y donde tiene lugar el primero y principal trato social. Jesús es un ejemplo vivo para nosotros porque debemos aprender a convivir con todos, por encima de sus defectos, ideas y modos de ser. Debemos aprender de Él a ser personas abiertas, con capacidad de amistad, dispuestos siempre a comprender y a disculpar. Un cristiano que sigue a Cristo no puede estar encerrado en sí mismo, y despreocupado de lo que sucede a su alrededor.

II. Nosotros tenemos a lo largo del día muchos encuentros esporádicos y fugaces con diversas personas. Para un cristiano son importantes, pues es una ocasión de mostrarles aprecio porque son hijos de Dios. Y lo hacemos normalmente a través de esas muestras de educación y cortesía. La virtud de la afabilidad -que encierra en sí a muchas otras, según enseña Santo Tomás-, ordena “las relaciones de los hombres con sus semejantes, tanto en los hechos como en las palabras” (Suma Teológica), nos lleva a hacer la vida más grata a quienes vemos todos los días. El cristiano sabrá convertir los múltiples detalles de la virtud humana de la afabilidad en otros actos de la virtud de la caridad, al hacerlos también por amor a Dios.

III. Son muchas las virtudes que facilitan y hacen posible la convivencia: la benignidad y la indulgencia, la gratitud, la cordialidad y la amistad, la alegría y el respeto mutuo. El ejemplo de Jesús nos inclina a vivir amablemente abiertos hacia los demás; a comprenderlos, a mirarlos con simpatía inicial y siempre, con una mirada que alcanza las profundidades del corazón y sabe encontrar la parte de bondad que existe en todos. Y muy cercana a la comprensión está la capacidad de disculpar con prontitud. Hoy sábado, hacemos el propósito, en honor de la Virgen, el cuidar con esmero todos los detalles de fina caridad con el prójimo.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre