JUEVES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA

 

LECTURAS 

1ª: Hch 15, 7-21 

2ª: Jn 15, 9-11 (Ver Jn 15, 9-17 = PASCUA 06B)


1.

-Después de una larga discusión -sobre la necesidad de las observaciones judías en orden a la salvación- se levantó Pedro y dijo...

Imagino la escena. La discusión es viva. Las diversas posturas son violentas. Cada uno está convencido de que la suya es la buena, la que asegura la fe y el porvenir de la Iglesia...

Acaba la discusión, ¡Pedro se levanta!

Aparece claramente como el jefe del Colegio Apostólico.

Recordemos que Jesús lo eligió; y que Jesús confió a Pedro ese papel: ser el garante de la fe de sus hermanos (Lc 22, 32). Ayuda, Señor, a tu Iglesia, HOY también a aceptar plenamente

- tanto la discusión franca y libre de búsqueda donde todos expongan su opinión.

- como la autoridad y jerarquía del Papa, que zanja definitivamente la cuestión...

-«Dios me ha escogido entre vosotros para que de mi boca oigan los gentiles la Palabra de la Buena Nueva y abracen la fe..»

Pedro alude aquí a la conversión del Centurión romano, «Cornelio» (Hechos 10). El discurso de Pedro es breve como un decreto de Concilio. Cierra el debate. Toma partido por Pablo y Bernabé: La Iglesia es para el mundo... la puerta de la Iglesia está abierta de par en par a los Gentiles.

-Dios no hizo distinción alguna entre los gentiles y nosotros... ¿Por qué pues ahora tentáis a Dios, queriendo imponer sobre los discípulos un yugo que ni vuestros padres ni nosotros podemos sobrellevar?

Por otra parte, es por la gracia del Señor Jesús que creemos salvarnos exactamente como ellos...

¡Gracias, Señor, de esta decisión importante para la Iglesia! Todos los hombres son iguales. Todos son hijos tuyos ya sean judíos o gentiles, blancos o negros, de tales o cuales costumbres. ¡Dios no hace distinción alguna! Sólo la fe y la gracia, nos salvan.

Te doy gracias, Señor, por los motivos que Pedro utiliza para zanjar el debate en favor de la apertura a los gentiles: una sola referencia, Dios.

«Dios me eligió entre vosotros...

«Dios que conoce los corazones dio testimonio en su favor...

«Dios no hizo ninguna distinción entre ellos y nosotros...

«Dios purificó sus corazones por la fe...

«¿Por qué tentáis a Dios queriendo imponer las costumbres mosaicas a los gentiles»

-Cuando Pablo y Bernabé terminaron de hablar tomó la Palabra Santiago y dijo...

La discusión conciliar continúa. Porque si el problema teórico está zanjado, lo que ahora se trata es de «la convivencia». No queda todo regulado por la decisión del Concilio.

Santiago es el representante cualificado de la «tendencia opuesta»: es obispo de Jerusalén... los judíos son mayoritarios en su comunidad... cree conveniente mantener algunas costumbres judías. ¡Está de acuerdo con que se abandone la «circuncisión»! Pero propone que se pida a los gentiles que adopten algunas prácticas de la Ley de Moisés, las que parecen más importantes. Con el fin de asegurar una fraternidad real entre todos, Santiago propone que los «cristianos venidos del paganismo» se abstengan, no obstante, de aquello que más repugna a los «cristianos venidos del judaísmo». Es un compromiso. La delicadeza hacia los demás pasa delante de los derechos personales.

¡Ayúdanos, Señor, a encontrar puntos de conciliación! Que tu Iglesia sea «diálogo».

Ayúdame, Señor, a escuchar los puntos de vista de los demás, sobre todo cuando no piensan como yo.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 228 s.


2.

El autor de los Hechos nos presenta el llamado Concilio de Jerusalén, y parece hacerlo con un cierto énfasis. El episodio, situado intencionadamente en el centro del libro, es como el eje de su dinámica narrativa: hay un antes y un después, está Jerusalén con su comarca y la diáspora con la misión entre los gentiles, Pedro y Pablo. El v 5, junto con los cuatro precedentes, describe el motivo de la convocatoria: en Antioquía y en Jerusalén «algunos de la facción farisea que se habían hecho creyentes» se oponen violentamente a la opción de liberar el evangelio de la sinagoga. La decisión favorable del Concilio tiene tres fases culminantes. El discurso de Pedro (6-12) invoca tres hechos: la conversión de Cornelio, el yugo insoportable de la ley y la salvación de todos por la gracia de Jesús. El discurso de Santiago (13-21), jefe respetado e indiscutible de la comunidad judía de Jerusalén, invoca un texto universalista de la Escritura, pero pide que se observen las llamadas «cláusulas de Santiago». El decreto del Concilio (22-29) se limita a imponer esas cláusulas, al tiempo que alaba la obra de Pablo y Bernabé y censura a sus adversarios. La promulgación del decreto apostólico en Antioquía (30-35), donde había surgido la disensión, es el epílogo del relato. Así quedaba solemnemente avalada la misión universal de Pablo.

Parece que en Gál 2,1-10 tenemos una información paralela de nuestro acontecimiento eclesial. Puede ayudar a verificar críticamente y leer con mayor provecho la narración de los Hechos. Las versiones de Pablo y de Lucas coinciden en los hechos sustanciales, pero presentan diferencias importantes. La de Pablo, que es protagonista de los sucesos narrados y escribe todavía en plena lucha, es más polémica y no se aviene a los compromisos: ignora las cláusulas de Santiago. La de Lucas, que escribe a finales de siglo, con la batalla bien ganada, es más conciliadora y parece suavizar las polarizaciones del pasado. Este acontecimiento crucial de la época apostólica es una lección permanente para la Iglesia en el tiempo y en el espacio. Si el mensaje evangélico debe abrazar todas las culturas para que llegue a todos con eficacia la buena nueva de Jesucristo, la Iglesia tiene que considerar como una especie de infidelidad a la misión el hecho de quedar prisionera de una cultura determinada. Por eso podríamos decir que el Vaticano II, al optar por un mayor pluralismo y por una actualización de acuerdo con los signos de los tiempos, ha tomado una decisión histórica en el campo misionero. Como la de Pablo en el corazón de la época apostólica.

F. CASAL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 203 s.


3.

-Como mi Padre me amó, Yo también os he amado.

¡Es inversosímil! ¡Es maravilloso! El amor con que Jesús nos ama es el mismo con el que El es amado por el Padre.

Nuestra unión con Jesús es comparable a la de Jesús con el Padre.

La frase siguiente nos lo dirá de manera inaudita.

-Permaneced en mi amor... Y Yo permanezco en su amor. Si guardáis mis mandamientos, como Yo he guardado los mandamientos del Padre. Permaneceréis en mi amor.

Fijémonos en la estructura de la frase. A un lado están las relaciones de los discípulos con Jesús... y al otro, las relaciones del Hijo con el Padre... y ¡son las mismas!

Los discípulos permanecen en el amor de Jesús =Jesús permanece en el amor del Padre.

Hay que guardar los mandamientos de Jesús. =Jesús guarda los mandamientos del Padre.

-Como Yo guardé fielmente los preceptos de mi Padre... Y como Yo permanezco en su amor.

Este es el modelo.

¡La fidelidad de Jesús a su Padre! ¡Como quien no dice nada! A través del evangelio, evoco esta fidelidad... que le ha conducido hasta la Pasión.

"Si es posible que se aleje de mí este cáliz" dirá Jesús dentro de pocas horas, en el huerto de los olivos. Su fidelidad tampoco fue fácil para El. "Pero, Padre, no lo que Yo quiero, sino lo que Tú quieres"

-Si guardáis mis mandamientos...

Este "si" ¡es inquietante para nosotros! Es la responsabilidad de nuestra libertad.

La relación con Dios no es algo automático.

-Permaneceréis en mi amor...

Hay que dejarse introducir en todas las delicadezas de este pensamiento.

Dios está presente en todas partes. Dios ama a todos los seres, incluso a los peores malvados. Sí; Dios ama a los pecadores, y no les está ausente! Pero hay diferentes modos de presencia de Dios y diversos modos de relación. Hay una presencia particular, una relación privilegiada, de Dios con "aquel que le ama y guarda sus mandamientos"... más que con "aquel que no le ama".

Es una cuestión de amor. ¡El que ama lo comprende! ¡Señor! Ayúdame a guardar fielmente tus mandamientos.

Ayúdame a permanecer en tu amor.

Como Tú has guardado fielmente los mandamientos de tu Padre.

Y como Tú permaneces en su amor.

-Os he dicho estas cosas a fin de que os gocéis con el gozo mío, y vuestro gozo sea completo.

Tú ya nos has dado tu paz. Tú nos das también el gozo tuyo.

Tu gozo = permanecer en el amor del Padre. El gozo de Jesús es ser amado y amar.

Dios es la fuente de su gozo.

¿Y yo? El gozo cruza el evangelio desde el comienzo hasta el fin, desde Navidad a la Pascua.

De mi vida, ¿brota también el gozo?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984
.Pág. 232 s.


4.

1. Hechos 15, 7-21.

a) Las deliberaciones del «concilio de Jerusalén» fueron tensas, como leemos hoy, porque entraban de por medio convicciones opuestas de parte de unos y de otros. Fue un momento de «crisis», o sea de juicio, de discernimiento.

Ante todo toma la palabra Pedro, con una postura claramente aperturista, basada en la «aprobación del Espíritu Santo» en la admisión del pagano Cornelio a la fe. La lectura de aquel episodio es decisiva: «no hizo distinción entre ellos y nosotros», «lo mismo ellos que nosotros nos salvamos por la gracia del Señor Jesús».

A continuación, después de que todos escuchan atentamente lo que Pablo y Bernabé cuentan sobre «los signos y prodigios que habían hecho entre los gentiles con la ayuda de Dios», habla el que parece tener la palabra decisiva, como responsable de la iglesia de Jerusalén, Santiago. Da la razón a Pedro, y refuerza su postura universalista con citas del AT: «todos los gentiles llevarán mi nombre». Concluye reconociendo que «no hay que molestar a los gentiles que se convierten», o como había dicho Pedro, no hay que ponerles más cargas que las necesarias.

La reunión, por tanto, desautoriza a aquellos que habían ido a Antioquía a inquietar a los hermanos de allí.

Eso sí. Hay algunos aspectos que creyeron razonable exigir a todos: evitar la idolatría y la fornicación, y también mantener la norma -de los judíos y de otros pueblos, entonces y ahora- de no comer sangre ni animales estrangulados, por el carácter sagrado que se atribuye a la sangre.

b) La asamblea que se reunió en Jerusalén, a pesar de las fuertes discusiones, dio la imagen de una comunidad capaz de escuchar, de valorar pros y centras, de saber reconocer los pasos de apertura que el Espíritu les está inspirando, aunque fueran incómodos, por la formación cultural y religiosa recibida.

Si nosotros, ante los varios conflictos que van surgiendo en la historia, imitáramos este talante dialogador, si supiéramos discernir con seriedad y a la vez con apertura los diversos movimientos que van surgiendo en la Iglesia, sabiendo ver sus valores además de sus inconvenientes, si nos dejáramos guiar por el Espíritu, discerniendo lealmente, a la luz de la fe y de la experiencia de los demás, lo que Dios quiere en cada momento: seríamos una comunidad más cristiana, más del Espíritu.

El Concilio Vaticano II ¿no ha sido de nuevo una llamada a la apertura de la Iglesia al mundo de hoy, siguiendo la inspiración del Espíritu, sobre todo con la Gaudium et Spes?

Eso puede interpelar a un consejo presbiteral, parroquial o pastoral, a una comunidad religiosa, a un capítulo general, a un concilio provincial, a una asamblea diocesana. Y también a cada uno de nosotros, en nuestro comportamiento de diálogo con los demás. La democracia es antes una actitud personal que un sistema político. Una actitud más tolerante nos ayuda no sólo a ser mejores ciudadanos, sino también mejores cristianos, porque el punto de referencia no deben ser nuestras convicciones, sino la voluntad de Cristo y su Espíritu.

2. Juan 15, 9-11

a) Con la metáfora de la vid y los sarmientos Jesús invitaba a «permanecer en él», para poder dar fruto. Hoy continúa el mismo tema, pero avanzando cíclicamente y concretando en qué consiste este «permanecer» en Cristo: se trata de «permanecer en su amor, guardando sus mandamientos».

Se establece una misteriosa y admirable relación triple. La fuente de todo es el Padre. El Padre ama a Jesús y Jesús al Padre. Jesús, a su vez, ama a los discípulos, y éstos deben amar a Jesús y permanecer en su amor, guardando sus mandamientos, lo mismo que Jesús permanece en el amor al Padre, cumpliendo su voluntad.

Y esto lleva a la alegría plena: «que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud». La alegría brota del amor y de la fidelidad con que se guardan en la vida concreta las leyes del amor.

b) Uno de los frutos más característicos de la Pascua debe ser la alegría. Y es la que Cristo Jesús quiere para los suyos. Una alegría plena. Una alegría recia, no superficial ni blanda. La misma alegría que llena el corazón de Jesús, porque se siente amado por el Padre, cuya voluntad está cumpliendo, aunque no sea nada fácil, para la salvación del mundo. Ahora nos quiere comunicar esta alegría a nosotros.

Esta alegría la sentiremos en la medida en que «permanecemos en el amor» a Jesús, «guardando sus mandamientos», siguiendo su estilo de vida, aunque resulte contra corriente. Es como la alegría de los amigos o de los esposos, que muchas veces supone renuncias y sacrificios. O la alegría de una mujer que da a luz: lo hace en el dolor, pero siente una alegría insuperable por haber traído una nueva vida al mundo (es la comparación que pronto leeremos que trae el mismo Jesús, explicando qué alegría promete a sus seguidores).

Popularmente decimos que «obras son amores», y es lo que Jesús nos recuerda. La Pascua que estamos celebrando nos hará crecer en alegría si la celebramos no meramente como una conmemoración histórica -en tal primavera como esta resucitó Jesús- sino como una sintonía con el amor y la fidelidad del Resucitado. Entonces podremos cantar Aleluyas no sólo con los labios, sino desde dentro de nuestra vida.

«Concede a quienes ya hemos sido justificados por la fe la fuerza necesaria para perseverar siempre en ella» (oración)

«Cristo, sabemos que estás vivo. Rey vencedor, míranos compasivo» (aleluya)

«Permaneced en mi amor» (evangelio)

«Que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 3
El Tiempo Pascual día tras día
Barcelona 1997. Págs. 111-113


5.

Primera Lectura : Hechos 15, 7-21 Dios me escogió para que los gentiles oyeran de mi boca el mensaje de salvación.

Salmo responsorial : 95, 1-2a.2b-3.10 Contad a los pueblos la gloria del Señor.

Evangelio : Juan 15, 9-11 Como el Padre me ha amado, así les he amado yo.

"Yo los amo... como el Padre me ama a mí"... Jesús explicita el tipo de amor que les tiene a sus discípulos: un amor parecido al del Padre y basado en el cumplimiento de sus mandamientos. El eje fundamental de la enseñanza de Jesús es la práctica del amor. Por las energías que despierta y los caminos que abre, el amor es la gran fuerza que mueve al ser humano. El hecho de que Jesús proponga un amor fundamentado en la obediencia, no le quita valor. Al contrario, lo libera y lo vuelve expedito, ya que garantiza el crecimiento del grupo al establecer el amor sobre relaciones solidarias, igualitarias, justas y fraternas.

Si quisiéramos identificar la principal causa de la crisis de nuestra sociedad, tendríamos que decir que es la falta de amor. Hace falta en las relaciones sociales ese sentimiento que nos acerca y nos permite reconocer en el otro y en la otra a un hermano/a, sabiendo que somos hijos de un mismo padre. Sin embargo, los esfuerzos individuales no son suficientes. A la cabeza de los sistemas que rigen nuestras sociedades hay ideologías que fomentan el egoísmo y la individualidad, el bienestar de unos pocos a costa del malestar de muchos.

Hoy cuando un nuevo ídolo se erige como paradigma universal, proclamando como ley suprema "la libre economía y el libre mercado", se hace urgente volver al mandamiento del amor. Es necesaria una renovación de las mentes y de las estructuras sociales, donde las propuestas y las nuevas experiencias surjan de los sectores sociales tradicionalmente marginados y explotados. La "alegría será completa" (v. 11) sólo cuando el amor sea la alternativa que supere la lógica de la supervivencia del más fuerte.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


6.

La experiencia del Espíritu llevó a las primeras comunidades a liberarse de los yugos insoportables e inútiles que imponía el legalismo judío. La tensión creciente entre la tendencia "helenista" y la judaizante se resolvió a favor de la libertad.

Toda la predicación de Jesús se encaminó a liberar a las personas de las trabas inútiles. La ley, el sistema de pureza, los signos exteriores (circuncisión, uniformes, etiquetas) fueron puestos a la luz de la Palabra de Jesús. Las comunidades encontraron en el camino liberador de Jesús un derrotero para vencer los temores y las inhibiciones. El resucitado los convoca a una vida nueva.

El discurso de Pedro es una clara defensa de la libertad cristiana. La experiencia junto al pagano Cornelio, sintetizada en "el mantel" (Hch 10, 14-16), le ayudó a descubrir el valor de las personas. "Dios me ha enseñado que no debo llamar profano ni impuro a nadie. Ahora entiendo de veras que Dios no hace diferencia entre una persona y otra"(Hch 10, 28.34). Las diferencias de raza, cultura y religión son un valor que enriquece al cristianismo. Este es universal precisamente porque acepta todas las particularidades y no por uniformar al resto de la humanidad.

Pedro, a pesar de la enconada crítica de los judaizantes (Hch 11, 2), da testimonio de la obra del Espíritu en medio de las naciones extranjeras. La propuesta de Jesús, el Reino, es un camino abierto para los excluidos y marginados. Por tanto, no se debe someter a las otras naciones al criterio único de una facción de la Iglesia. Por esta razón, Pedro insiste ante el concilio de Jerusalén para que sea reconocida la obra del Espíritu y no se les endilguen trabas inútiles a los nuevos evangelizados.

El evangelista continúa la temática propuesta en la comparación del viñedo. Ahora Jesús comunica sus mandamientos a todos los discípulos. "Este es mi mandamiento: que se amen unos/as a otros/as como yo los/las amé".

La ley que Jesús comunica es su propia experiencia de Dios. El amor del Padre lo ha cobijado de manera tan radical que Jesús, como Hijo, se solidariza con todos los que acogen la propuesta del Reinado. Quien opte por Jesús, por el reinado de Dios, permanece en el amor del Padre.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


7. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

La asamblea de Jerusalén, "después de una fuerte discusión", llega a una conclusión fundamental de la que se extraen consecuencias prácticas. La conclusión es ir al centro del evangelio: "Lo mismo ellos que nosotros nos salvamos por la gracia del Señor Jesús". Nada puede colocarse a este nivel. Aclarado esto, es normal que concluyan que no hay que imponer más cargas que las imprescindibles. ¿No tendríamos que proceder así en las discusiones que hoy tenemos sobre problemas morales, sobre la inculturación del evangelio en nuevos contextos, sobre asuntos intraeclesiales?

El fundador de mi Congregación religiosa decía que en el evangelio Jesús nunca aparecía riéndose. Sin embargo, hoy Jesús nos habla de la alegría desbordante que lleva dentro y que quiere rebosar sobre nosotros: "Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud". ¿No podríamos, a lo largo de la jornada, dejarnos seducir por la alegría de Jesús?

Gonzalo Fernández, cmf (gonzalo@claret.org)


8. CLARETIANOS 2003

La asamblea de Jerusalén llega hoy al segundo tiempo. Es la hora del diálogo y del discernimiento. En el orden del día, hay tres oradores que han pedido la palabra:

Primero interviene Pedro con un discurso enérgico en el que, usando términos de hoy, expone la tesis central: Creemos que lo mismo ellos (es decir, los no judíos) que nosotros nos salvamos por la gracia del Señor Jesús.

A continuación, les llega el turno a Bernabé y Pablo (por este orden). Lo suyo es una teología narrativa con un toque de reivindicación personal: Contaron los signos y prodigios que habían hecho entre los gentiles con la ayuda de Dios.

Por último, cierra la sesión Santiago, que hace un balance del diálogo y sugiere unas resoluciones de compromiso para contentar a todos: No hay que molestar a los gentiles que se convierten. Basta escribirles que no se contaminen con la idolatría ni con la fornicación y que no coman sangre ni animales estrangulados.

A más de uno, la salida de Santiago puede parecerle tímida, contemporizadora, de escasa fuerza profética. Pero quizá este es el modo de ir conduciendo una comunidad en cada nueva encrucijada. Toda facción se cree en posesión de la verdad y a menudo hace lo permitido y hasta lo indigno por sacarla adelante. ¿No hemos puesto nombre a esta tensión en las últimas décadas hablando de conservadores y progresistas? El paso del tiempo nos ayuda, no sin una pizca de humor, a caer en la cuenta de lo ridículas y falsas que resultan muchas posturas cuando se absolutizan y no entran en la ascética de un diálogo constructivo.

Me encantan las palabras con las que se cierra el evangelio de hoy: Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud. En el tiempo de Pascua, el Resucitado se acerca a cada uno de nosotros y nos dice “Alégrate”. Cualquiera que sea nuestra situación, su sola presencia inaugura en cada uno de nosotros una fiesta que no tiene fin. Os invito, por eso, a recitar hoy la oración de la alegría.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


9. 2002

COMENTARIO 1

v. 9: Igual que el Padre me demostró su amor, os he de­mostrado yo el mío. Manteneos en ese amor mío.

El Padre de­mostró su amor a Jesús comunicándole la plenitud de su Espíritu (1,32s), que era la comunicación de su gloria o amor fiel (1,14). Jesús demuestra su amor a los discípulos de la misma manera, comunicán­doles el Espíritu que está en él (1,16; 7,39); la unión a Jesús-vid (15,1ss) se expresa ahora en términos de amor. Los discípulos deben vivir en el ámbito de ese amor (cf. 15,4).

v. 10: Si cumplís mis mandamientos, os mantendréis en mi amor, como yo vengo cumpliendo los mandamientos de mi Pa­dre y me mantengo en su amor.

Jesús pone en paralelo la relación de los discípulos con él y la suya con el Padre (10,15); la fidelidad del amor se expresa en ambos casos por la respuesta a las necesidades de los hombres (cumplir los mandamientos del Padre/de Jesús). La praxis asegura la unión con él. No existe amor a Jesús sin compromiso con los demás. Los mandamientos o encargos del Padre a Jesús se identifican con su misión de salvar a la humanidad. El criterio objetivo de la relación con él y con el Padre es el amor de obra (cf. 1 Jn 3,14); éste demuestra la autenticidad de la experiencia interior.

v. 11: Os dejo dicho esto para que llevéis dentro mi propia alegría y así vuestra alegría llegue a su colmo.

La alegría es «objetiva», por el fruto que nace (15,8), y «subje­tiva», porque el amor practicado produce la experiencia del amor; los discípulos viven circundados del amor de Jesús. Pero además, Jesús comparte con ellos su propia alegría, la que procede del fruto de su muerte y de su experiencia del Padre.

COMENTARIO 2

El capítulo 15 del libro de los Hechos, que hoy hemos leído casi todo, narra un acontecimiento que fue trascendental en la vida de la iglesia naciente: la llamada “Asamblea Apostólica” o “Concilio Apostólico” de Jerusalén. El tema no podía ser más importante. Ya varios evangelizadores, entre otros Pedro y Pablo y sus compañeros, había experimentado la misericordia que Dios otorgaba a los paganos, concediéndoles creer en Jesucristo, dándoles su Espíritu y convocándolos en comunidades como las que acababan de fundar Pablo y Bernabé, según el relato de Hechos, en la meseta de Anatolia (hoy Turquía). Ahora se trataba de resolver la cuestión planteada por los judíos más observantes convertidos al cristianismo: Los paganos recién convertidos ¿debían hacerse circuncidar, o no? ¿Debían cumplir las normas rituales de la Ley de Moisés? Para ellos esto era evidente y por eso habían ido representantes suyos a Antioquia, a exigir a los hermanos de origen pagano el atenerse a esta norma; pero otros, entre ellos Pablo, el más aguerrido, defendían la libertad de los paganos convertidos al cristianismo frente a las instituciones judías: circuncisión, normas rituales, etc.

A una distancia de veinte siglos no alcanzamos a captar la trascendencia del acontecimiento, porque vivimos un cristianismo completamente liberado de las antiguas normas judías, aunque conservamos estrechos vínculos espirituales y afectivos con la religión de Moisés. Para la iglesia naciente se trataba en cambio de una cuestión de vida o muerte. ¿Se convertiría el cristianismo en una secta más del judaísmo, como la de los esenios? ¿O se emanciparía reclamando originalidad y autonomía? Estas fueron las cuestiones tratadas en la asamblea cuyo relato acabamos de escuchar. Se nos dice que Pedro y Santiago por su parte aceptaron que se respetara la libertad de los cristianos venidos de la gentilidad frente a las normas judías, mientras que Santiago, el hermano de Jesús, aceptando básicamente la opinión de los otros, propuso que se les escribiera exigiéndoles atenerse a un mínimum: abstenerse de la idolatría y de la fornicación, exigencias obvias para un cristiano que había sido pagano, y abstenerse igualmente de la sangre y de la carne de animales muertos por extrangulamiento, pues para los judíos la sangre era la sede de la vida, y pertenecía exclusivamente a Dios (cfr Gn 9,1-7). Es el contenido del llamado “Decreto apostólico”, cuyas circunstancias de envío leeremos pasado mañana.

La trascendencia de la Asamblea Apostólica queda de manifiesto en el hecho de que tenemos una segunda versión, algo diferente, del acontecimiento: el mismo Pablo nos la da en la carta a los Gálatas (2,1-10). Por ambos relatos deducimos que la cuestión de la circuncisión y de otras normas judías fue crucial para los primeros cristianos. Según san Pablo se trataba de comprender y aceptar el alcance redentor de la cruz de Jesucristo. Imponer o mantener las normas judías era como negar que Dios nos había ofrecido a todos, judíos y paganos sin distinción, su misericordia y su amor salvador.

¿Y nosotros hoy? ¿No confiamos más en los ritos y en prácticas externas que en el mismo Jesucristo? ¿No creemos que Dios nos debe mucho por nuestras buenas obras, como los antiguos fariseos, negando hipócritamente nuestra condición de pecadores y haciendo entonces inútil la cruz de Jesucristo? La lectura de Hechos nos debe hacer volver a la actitud agradecida de los primeros cristianos que estaban convencidos que la salvación por Jesucristo es solo gracia de Dios. Que no hemos hecho, ni podremos hacer nada, por merecerla.

De la brevísima lectura del evangelio de San Juan, apenas tres versículos, debemos destacar dos realidades: el amor y la alegría. El amor que nos aquí un sentimiento o una pasión humanos, sino divinos. Es Dios quien ama a Jesucristo, es Jesucristo quien nos ama a nosotros y está dispuesto a entregar su vida para nuestra salvación; somos nosotros, invitados a permanecer en el amor de Cristo. Este amor de Dios, no es como nuestros frágiles amores humanos; es eterno, irrevocable, inextinguible. Podemos nosotros dejar de amar a Dios porque nos extraviemos yéndonos detrás de cualquier ídolo, pero Dios no dejará de amarnos jamás. Su amor es tan irrevocable como la cruz de Cristo, como su sangre derramada injustamente, precisamente para demostrarnos este amor de Dios. Muchos seres humanos, hermanos nuestros, podrán dolerse de no haber sido nunca amados, de no haber recibido en la vida sino dolores y sufrimientos. A nosotros corresponde testimoniarles el amor de Dios, el amor de Cristo, hacérselo presente. Así guardamos o cumplimos los mandamientos de Cristo.

Este amor es causa de alegría, es fundamento de felicidad. Y Cristo quiere que esta felicidad llegue en nosotros a la plenitud. Mucho se nos ha acusado a los cristianos de vivir una fe triste, pesimista. Así pensaba el gran filósofo alemán Friedrich Nietzsche, que decía que no se nos veía cara de ser felices. Y así han pensado muchos otros. Sin embargo la mayoría de los santos cristianos han manifestado poseer una gran alegría, ser completamente felices, aún en las dificultades, persecuciones y tormentos a que se han visto sometidos. Porque el verdadero amor es la fuente de la felicidad, como lo habremos experimentado muchos de nosotros cuando hemos amado de verdad a alguien. Pues con mayor razón la experiencia del amor de Dios y de su Hijo Jesucristo debe ser en nosotros fuente de felicidad para compartir con los demás. Con los que se sienten solos, fracasados, abandonados. Con los enfermos y los desahuciados, los que han sido rechazados por la sociedad, los encarcelados, los pobres... Tantos y tantos seres humanos que merecen ser algún día felices, experimentar el amor liberador de Dios.

1. Juan Mateos, El evangelio de Juan. Texto y comentario. Ediciones El almendro, Córdoba 2002 (en prensa).

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).


10. DOMINICOS 2003

Amar, discernir, buscar la verdad

En la primera de las lecturas del día asistimos hoy al inicio del primer concilio de la Iglesia de Cristo, el celebrado en Jerusalén entre los años 48 y 50.

En él, los apóstoles y responsables, tras larga deliberación, decidieron que a los convertidos a la fe desde el paganismo no se les impusiera la práctica judía de la circuncisión como signo de entrada en la Alianza o Vida en Dios, sino que éstos se vieran libres de ese rito.

Esta fue la primera ocasión en que la Asamblea de responsables, tras largo y atento discernimiento, utiliza en un decreto eclesial estas solemnes palabras: “Nos ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros ninguna otra carga....”

Con esa frase se pone de manifiesto y se confiesa públicamente que el Espíritu Santo anima a toda la Iglesia; que Él le sugiere el camino correcto a seguir, que Él la guía en sus deliberaciones, y la impulsa a hacer el bien. Sólo espera que lo convoquemos y que queramos escucharlo.

¿Qué nos sugiere hoy a nosotros el Espíritu de Dios en medio de un mundo turbulento? Tal vez nos sugiera que sepamos discernir la verdad que se encierra en algunas de estas actitudes saludables que honran al ser humano:

Mientras vivas, vive para dar.
No te canses de caminar para encontrar tu ideal.
Procura sonreír y así alegrarás a otros menos afortunados.
Piensa que lo que tienes lo  tienes para compartir, y crecerá tu espiritual granero.
Aprende a repartir y experimentarás que así te sientes espiritualmente aliviado.
Busca la verdad, espera para alcanzarla y se acrecentará tu felicidad.

ORACIÓN:

Señor, Dios nuestro, concédenos ser instrumentos de justicia, de amor y de paz; ilumina nuestro discernimiento; pon calor de vida en nuestros corazones; haz que la Iglesia sea hoy –como lo fue ayer-   foco de luz, hogar de acogida. Amén

 

Palabras de amor y discernimiento

Hechos de los apóstoles 15, 7-21:

“En la asamblea de Jerusalén, después de una larga discusión, se levantó Pedro y dijo a los apóstoles y a los ancianos: Hermanos, desde los primeros días, como sabéis, Dios me escogió para que los gentiles oyeran de mi boca el mensaje del Evangelio, y creyeran... Pero Dios no hizo distinción entre ellos (gentiles) y nosotros... Creemos que tanto ellos como nosotros nos salvamos por la gracia del Señor Jesús.

Luego, toda la asamblea hizo silencio para escuchar a Bernabé y a Pablo, que les contaron los signos y prodigios que habían hecho entre los gentiles con la ayuda de Dios. Cuando terminaron, Santiago resumió la discusión... y añadió: a mi parecer no hay que molestar a los gentiles que se convierten; basta escribirles que no se contaminen con la idolatría...”

En nuestras reuniones, en las asambleas eclesiales, en la actuación de todos los responsables de la Iglesia de Cristo, ése debe ser el criterio de actuación: sintonizar con Dios y con los hombres para buscar y llegar a la verdad en caridad.

Evangelio según san Juan 15, 9-11:

“Jesús continuó hablando a sus discípulos: Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud”.

Jesús mantiene el mismo tono, encarece las mismas verdades, comunica las mismas esperanzas, proporciona a todos el mismo gozo de la vida de ‘hijos’, fomentando un clima de ‘amor correspondido’ que haga nuevas todas las cosas.

 

Momento de reflexión

Dios no hace distinciones entre judíos y gentiles en su amor.  

En la lectura primera tenemos una lección de historia de la Iglesia y del modo como, según el Espíritu, debemos proceder en nuestras asambleas e instituciones  cristianas:

Primero, hay que vivir con la mente y el corazón abiertos a las sugerencias de la Palabra, del Espíritu, y de la realidad cultural-religiosa.

Supuesto eso, hay que discernir entre los signos y movimientos espirituales suscitados por la Palabra (a través de las mediaciones humanas: misioneros, apóstoles, maestros, padres de familia...) cuáles son los mensajes del Señor.

A continuación, se delibera y se toman las decisiones pertinentes, aunque a algunos no satisfagan (como sucedió a algunos  cristianos procedentes del judaísmo con las decisiones del concilio de Jerusalén).

Tomada la decisión pertinente, la comunidad se atendrá a ella fielmente: y si no procede circuncidar a los gentiles, no se hará tal cosa.

¿En qué clima espiritual deben tomarse las decisiones eclesiales, religiosas?

En el clima que es propio de los hijos de Dios, de quienes viven en fidelidad y amor a Jesús, lo mismo que él vive en fidelidad y amor al Padre.

Nunca nos acercaremos al grado de fidelidad y amor de Jesús, porque esa perfección queda muy lejos de nuestras flaquezas, pero hacia ella debemos caminar.

Y eso ha de ser “en alegría y gozo”, pues no es poco ser y sentirse hijo de Dios y hermano de los hombres en cualquier momento de la vida.

Obremos bien,  y hagámoslo alegremente, porque eso hace sonrerir al mismo Dios. La vida es el regalo que Dios nos hace, y la forma en que  vivimos esa vida es el regalo que nosotros hacemos a Dios.


11. ACI DIGITAL 2003

9. No se puede pasar en silencio una declaración tan asombrosa como ésta. Jesús vino a revelarnos ante todo el amor del Padre, haciéndonos saber que nos amó hasta entregar por nosotros a su Hijo, Dios como El (3, 16). Y ahora, al declararnos su propio amor, usa Jesús un término de comparación absolutamente insuperable, y casi diríamos increíble, si no fuera dicho por Él. Sabíamos que nadie ama más que el que da su vida (v. 13), y que Él la dio por nosotros (10, 11), y nos amó hasta el fin (13, 1), y la dio libremente (10, 18), y que el Padre lo amó especialmente por haberla dado (10, 17); y he aquí que ahora nos dice que el amor que El nos tiene es como el que el Padre le tiene a Él, o sea que Él, el Verbo eterno, nos ama con todo su Ser divino, infinito, sin límites, cuya esencia es el mismo amor (cf. 6, 57; 10, 14 s.). No podrá el hombre escuchar jamás una noticia más alta que esta "buena nueva", ni meditar en nada más santificante; pues, como lo hacía notar el Beato Eymard, lo que nos hace amar a Dios es el creer en el amor que Él nos tiene. Permaneced en mi amor significa, pues, una invitación a permanecer en esa privilegiada dicha del que se siente amado, para enseñarnos a no apoyar nuestra vida espiritual sobre la base deleznable del amor que pretendemos tenerle a Él (véase como ejemplo 13, 36 - 38), sino sobre la roca eterna de ese amor con que somos amados por Él. Cf. I Juan 4, 16 y nota: "En cuanto a nosotros, hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en ese amor. Dios es amor; y el que permanece en el amor, en Dios permanece y Dios permanece en él". Permanecer en el amor no significa (como muchos pensarán), permanecer amando, sino sintiéndose amado, según vemos al principio de este v.: hemos creído en ese amor. S. Juan que acaba de revelarnos que Dios nos amó primero (v. 10), nos confirma ahora esa verdad con las propias palabras de Jesús que el mismo Juan nos conservó en su Evangelio. "Permaneced en mi amor" (Juan 15, 9). También allí nos muestra el Salvador este sentido inequívoco de su palabras, admitido por todos los intérpretes: no quiere El decir: permaneced amándome, sino que dice: Yo os amo como Mi Padre me ama a Mí; permaneced en mi amor, es decir, en este amor que os tengo y que ahora os declaro. Lo que aquí descubrimos es, sin duda alguna, la más grande y eficaz de todas las luces que puede tener un hombre para la vida espiritual, como lo expresa muy bien S. Tomás diciendo: "Nada es más adecuado para mover al amor, que la conciencia que se tiene de ser amado" (cf. Os. 2, 23 y nota). No se me pide, pues, que yo ame directamente, sino que yo crea que soy amado. ¿Y qué puede haber más agradable que ser amado? ¿No es eso lo que más busca y necesita el corazón del hombre? Lo asombroso es que el creer, el creerse que Dios nos ama, no sea una insolencia, un audacia pecaminosa y soberbia, sino que Dios nos pida esa creencia tan audaz, y aun nos la indique como la más alta virtud. Feliz el que recoja esta incomparable perla espiritual que el divino Espíritu nos ofrece por boca del discípulo amado; donde hay alguien que se cree amado por Dios, El, pues que El es ese mismo amor. La liturgia del Jueves Santo (lavatorio de los pies) aplica acertadamente este concepto a la caridad fraterna, diciendo: "Donde hay caridad y amor, allí está Dios", lo cual también es exacto porque ambos amores son inseparables (v. 23), y Jesús dijo también que El está en medio de los que se reúnen en su Nombre (Mat. 18, 20). Fácil es por lo demás explicarse la indivisibilidad de ambos amores si se piensa que yo no puedo dejar de tener sentimientos de caridad y misericordia en mi corazón mientras estoy creyendo que Dios me ama hasta perdonarme toda mi vida y dar por mí su Hijo para que yo pueda ser tan glorioso como El. Por eso es que no podría decirse "peca fuerte y cree más fuerte", según la célebre fórmula, pues cuando pecamos lo primero que falla es la fe (cf. 5, 4; I Pedro 5, 9).

11. Porque no puede existir para el hombre mayor gozo que el de saberse amado así. En 16, 24; 17, 13; I Juan 1, 4, etc., vemos que todo el Evangelio es un mensaje de gozo fundado en el amor.


12.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Cantemos al Señor, sublime es su victoria. Mi fuerza y mi poder es el Señor; Él fue mi salvación. Aleluya» (Ex 15,1-2)

Colecta (del Gelasiano): «Señor Dios Todopoderoso, que, sin mérito alguno de nuestra parte, nos has hecho pasar de la muerte a la vida y de la tristeza al gozo; no pongas fin a tus dones, ni ceses de realizar tus maravillas en nosotros, y concede a quienes ya hemos sido justificados por la fe la fuerza necesaria para perseverar siempre en ella».

Ofertorio: «¡Oh Dios!, que por el admirable trueque de este sacrificio nos haces partícipes de tu divinidad; concédenos que nuestra vida sea manifestación y testimonio de esta verdad que conocemos».

Comunión: «Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos. Aleluya» (2 Cor 5,15).

Postcomunión: «Ven, Señor, en ayuda de tu pueblo, y, ya que nos has iniciado en los misterios de tu reino, haz que abandonemos nuestra antigua vida de pecado y vivamos, ya desde ahora, la novedad de la vida eterna».

Hechos 15,7-21: A mi parecer no hay que molestar a los gentiles que se convierten. En el concilio de Jerusalén, Pedro y Santiago toman la palabra en favor de los nuevos cristianos en relación con la ley judaica: libertad plena ante la ley, pero evitar prácticas que resulten demasiado chocantes a los judíos. En definitiva: moderación, caridad y libertad. Nosotros aceptamos la gracia de Cristo, que nos comunica la salvación y no un precepto legal. Orígenes comenta:

«Pienso que no pueden explicarse las riquezas de estos inmensos acontecimientos si no es con ayuda del mismo Espíritu que fue autor de ellas» (Homilía sobre el Exodo 4,5).

Y San Efrén hace decir a San Pedro:

«Todo lo que Dios nos ha concedido mediante la fe y la ley,  lo ha concedido Cristo a los gentiles mediante la fe y sin la observancia de la ley» (Sermón sobre los Hechos 2).

Fue un acontecimiento importantísimo en la vida de la Iglesia, que mostró la excelencia, la sublimidad y la eficacia de la obra redentora realizada por Jesucristo. Es admirable cómo aquellos judíos tan extremadamente celosos de las prácticas judaicas cambiaron radicalmente ante la obra salvadora de Cristo. Esto, ciertamente, no se explica sin una gracia especialísima del mismo Cristo.

–El anuncio de las maravillas que ha hecho Dios tiene una proyección universal. Está destinado a todos los pueblos. A todos tiene que llegar ese anuncio. De ahí la vocación misionera del cristiano: contar a todas las naciones las maravillas del Señor. Por eso usamos el Salmo 95 para clamar: «Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra; cantad al Señor, bendecid su nombre. Proclamad día tras día su victoria. Contad a los pueblos: “El Señor es Rey. Él afianzó el orbe y no se moverá. Él gobierna a los pueblos rectamente”».

Juan 15,9-11: Permaneced en mi amor para que vuestra alegría llegue a plenitud. El lazo de amor que une al Padre con Cristo y sus discípulos es la obediencia a los mandamientos de Cristo, fuente de la perfecta alegría. Comenta San Agustín:

«Ahí tenéis la razón de la bondad de nuestras obras. ¿De dónde había de venir esa bondad a nuestras obras sino de la fe que obra por el amor? ¿Cómo podríamos nosotros amar si antes no fuéramos amados? Ciertamente lo dice este mismo evangelista en su carta: “Amemos a Dios porque Él nos amó primero... Permaneced en mi amor”. ¿De qué modo? Escuchad lo que sigue: “Si observareis mis preceptos, permaneceréis en mi amor”.

«¿Es el amor el que hace observar los preceptos o es la observancia de los preceptos la que hace el amor? Pero, ¿quién duda de que precede el amor? El que no ama no tiene motivos para observar los preceptos. Luego, al decir: “Si guardareis mis preceptos, permaneceréis en mi amor”, quiere indicar no la causa del amor, sino cómo el amor se manifiesta. Como si dijere: “No os imaginéis que permanecéis en mis amor si no guardáis mis preceptos; pero, si los observareis, permaneceréis” en es decir, “se conocerá que permanecéis en mi amor si guardáis mis mandatos” a fin de que nadie se engañe diciendo que le ama si no guarda sus preceptos, porque en tanto le amamos en cuanto guardamos sus mandamientos» (Tratado 82,2-3 sobre el Evangelio de San Juan).


13. DOMINICOS 2004

Como el Padre me ama, así os amo yo

En actitud orante, agradecida, hacemos hoy memoria de nuestro pasado eclesial. Las actitudes de fe son actitudes humanas, y su dinamismo está en armonía con nuestra condición de seres pensantes, discernidores, libres.

A veces solemos decir con verdad que la Iglesia es maestra en humanidad, pero somos conscientes de nuestros errores e infidelidades al Señor, a la Verdad.

En la primera lectura de la misa asistimos hoy al inicio del primer concilio de la Iglesia de Cristo, el celebrado en Jerusalén entre los años 48 y 50. En él los apóstoles y responsables deliberaron sobre la conducta a observar con los paganos que accedían a la fe en Cristo, y decidieron que no se les impusiera la práctica judía de la circuncisión como signo de entrada en la Alianza o Vida en Dios, sino que quedarán libres de ese rito, sustituido por el bautismo.

Curiosamente en esa Asamblea de responsables fue cuando, por primera vez, se empleó en un documento eclesial este lenguaje solemne: “Nos ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros ninguna otra carga....” Así se confesaba públicamente que el Espíritu Santo anima a la Iglesia y la guía en sus decisiones.


La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Hechos de los apóstoles 15, 7-21:
“En aquella asamblea de Jerusalén, después de haber tenido una larga discusión, Pedro se levantó y dijo a los apóstoles y a los ancianos:

Hermanos, desde los primeros días, como sabéis, Dios me escogió para que los gentiles oyeran de mi boca el mensaje del Evangelio, y creyeran...

Dios no hizo distinción entre ellos y nosotros... Creemos que todos, ellos y nosotros, nos salvamos por la gracia del Señor Jesús.

Dicho eso, toda la asamblea hizo silencio para escuchar a Bernabé y a Pablo. Éstos contaron los signos y prodigios que habían hecho entre los gentiles con la ayuda de Dios. Y cuando terminaron, Santiago resumió la discusión... y añadió: a mi parecer no hay que molestar a los gentiles que se convierten; basta escribirles que no se contaminen con la idolatría ...”

Evangelio según san Juan 15, 9-11:
“Jesús continuó su discurso sobre la Vid y los sarmientos, y dijo a sus discípulos:

Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor.

Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.

Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud”.


Reflexión para este día
Todos hemos renacido en Cristo. Démosle gracias. Dios no hace distinciones entre judíos y gentiles en su amor. Todos vivimos en la comunidad eclesial adheridos a Cristo, como sarmientos vivos de la Vid, y a todos nos mueve el Espíritu con su gracia e iluminación para que seamos discípulos fieles de la Verdad. Ayer y hoy, todos necesitamos vivir con la mente y el corazón abiertos a las sugerencias de la Palabra y del Espíritu que hablan a la comunidad de mil maneras, sin que nadie pueda o deba traicionar a su voz y a los signos de los tiempos. Por eso, el clima espiritual o ambiente religioso en que deben deben tomarse las decisiones eclesiales es el propio de unos hijos de Dios que viven en fidelidad y amor a Jesús, en fidelidad y amor al Padre, en fidelidad y amor a los hombres redimidos. Nunca nos acercaremos al grado de fidelidad y amor de Jesús, porque esa perfección queda muy lejos de nuestras flaquezas, pero hacia ella debemos caminar. Y eso ha de ser “en alegría y gozo”, pues no es poco ser y sentirse hijo de Dios y hermano de los hombres en cualquier momento de la vida.


14. CLARETIANOS 2004

“…que vuestra alegría llegue a plenitud”

Queridos amigos y amigas:

En los tiempos que corren recibimos estos deseos del Señor con los brazos abiertos. ¡Está el mundo tan necesitado de ALEGRÍA, de la verdadera alegría!; de esa que nace del corazón y que es capaz de mantener iluminados los ojos de una persona aún en medio de las mayores dificultades y sufrimientos. Estamos sedientos de alegría. El hombre moderno la busca denodadamente y no acaba de encontrarla. Cuando parece tocarla con sus manos se esfuma en un instante. ¿Es tan difícil alcanzarla? ¿Es un sueño imposible? ¿Dónde estamos buscando la alegría?

La respuesta la conocemos –al menos teóricamente- y nos la da el Señor de forma clara y contundente como el mediodía, en el breve y precioso Evangelio de hoy; el Señor nos da un “notición”, nos habla de algo inconcebible para nuestra limitada capacidad; y nos lo cuenta una y otra vez para que su alegría esté en nosotros y, de este modo, la nuestra no sólo sea abundante o suficiente, ¡no!, -así es el Señor de “exagerado”-, nos habla para que en su alegría la nuestra llegue a plenitud.

A esta plenitud de alegría estamos llamados. ¿Nos lo creemos? ¿Llevamos en el rostro reflejada la Gloria gozosísima del Señor Resucitado?

Sin embargo el mundo está triste. Y, lo que es más asombroso, los cristianos manifestamos muchas veces tristeza. Nosotros, los herederos del gozo de la Resurrección.

León Bloy decía que la única manera de vencer la tristeza es dejar de amarla. Pero parecemos seguir aferrados a ella. Tal vez, por eso Cristo quiso dedicarnos cuarenta días de alegría pascual para explicarnos ese camino del gozo por el que, inexplicablemente, no acertamos a transitar.

¡Cuánto nos cuesta aprender a ser felices! ¡Qué difícil nos resulta aprender que nuestro Dios es infinitamente mejor de lo que nos imaginamos!

“La tierra cree que tiene mil razones para estar triste. Y el cielo tiene mil razones para que estemos alegres” (L. Evely)

Ahora sabemos que ya nadie será capaz de quitarnos esa Alegría (Jn 16,22). Pero, ¿cuál es el secreto de esta alegría? Creo que es también muy sencillo de entender pero no tan fácil de hacerlo carne de nuestra carne: ¡creer y permanecer en el AMOR del Señor! “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo” No necesitamos nada más.

Esto lo interiorizaron muy bien las primeras comunidades cristianas, por ello fueron capaces de abrirse a otras culturas, costumbres y mentalidades para que primara y porque primara sobre otras la ÚNICA LEY capaz de hacernos libres: el AMOR de Cristo.

A Nuestra Señora de Fátima, que hoy recordamos, le suplicamos que no deje de susurrarnos al oído las PALABRAS de su Hijo para que nuestra alegría llegue a plenitud.

Me falta el vino del amor, María,
el vino que mi cántaro vacío
siempre soñó: Tu corazón y el mío
ricos de Dios y llenos de alegría.
(Jesús Bermejo,cmf. Cumbre de gozo, María)

Vuestra hermana en la fe,

Carolina Sánchez, Filiación Cordimariana
(carolinasasami@yahoo.es)


15.

Comentario: Rev. D. Lluís Raventós i Artés (Tarragona, España)

«Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros»

Hoy escuchamos nuevamente la íntima confidencia que Jesús nos hizo el Jueves Santo: «Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros» (Jn 15,9). El amor del Padre al Hijo es inmenso, tierno, entrañable. Lo leemos en el libro de los Proverbios, cuando afirma que, mucho antes de comenzar las obras, «yo estaba allí, como arquitecto, y era yo todos los días su delicia, jugando en su presencia en todo tiempo» (Prov 8,30). Así nos ama a nosotros y, anunciándolo proféticamente en el mismo libro, añade que «jugando por el orbe de su tierra, mis delicias están con los hijos de los hombres» (Prov 8,31).

El Padre ama al Hijo, y Jesús no deja de decírnoslo: «El que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a Él» (Jn 8,29). El Padre lo ha proclamado bien alto en el Jordán, cuando escuchamos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me he complacido» (Mc 1,11) y, más tarde, en el Tabor: «Éste es mi Hijo amado, escuchadle» (Mc 9,7).

Jesús ha respondido, «Abbá», ¡papá! Ahora nos revela, «como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros». Y, ¿qué haremos nosotros? Pues mantenernos en su amor, observar sus mandamientos, amar la Voluntad del Padre. ¿No es éste el ejemplo que Él nos da?: «Yo hago siempre lo que le agrada a Él».

Pero nosotros, que somos débiles, inconstantes, cobardes y —por qué no decirlo— incluso, malos, ¿perderemos, pues, para siempre su amistad? ¡No, Él no permitirá que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas! Pero si alguna vez nos apartásemos de sus mandamientos, pidámosle la gracia de volver corriendo como el hijo pródigo a la casa del Padre y de acudir al sacramento de la Penitencia para recibir el perdón de nuestros pecados. «Yo también os he amado —nos dice Jesús—. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado» (Jn 15,9.11).


16. Comentarios “Misal-Meditación”

¿Un mandamiento..., hoy?

San Juan 15, 9-11
Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado. Éste es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado.

Lectura:
Jesús está a punto de ser apresado y morir por nosotros. Él lo sabe, y antes de irse quiere compartir con sus discípulos la fuente de la alegría: el amor. Tan importante es esto, que lo eleva a mandamiento, una obligación para el hombre que quiera ser cristiano.

Meditación:
Vivimos en un mundo en que se rechazan todos los mandamientos, por considerarlos impositivos. Y sin embargo, las últimas palabras de Cristo nos dejan un nuevo mandamiento. ¿Qué hay en el amor para que Jesús lo presente así? Él es el primero en vivir la ley del amor. Quien quiera ser feliz, debe amar, y quien quiera amar, debe cumplir la voluntad del Padre.

¡Cuántas veces olvidamos que Dios es Padre, y que un padre sólo busca el bien de sus hijos! Si nos da sus mandamientos, es porque ellos nos harán ser más hombres. El Padre que nos creó, que nos conoce desde la eternidad, nos señala el camino para vivir con plenitud. Amar es lo más propiamente humano, y elegir libremente amar siendo lo que Dios espera de nosotros es la gran manera de ser hombres libres.

Oración:
Señor, ayúdanos a entender que sólo buscas nuestro bien y felicidad, y que todas las leyes que nos das son un camino seguro para llegar a ti.

Actuar:
Cumpliré hoy mis obligaciones con perfección, viendo en ellas una forma de amar.


17. Reflexión

Uno de los conceptos que tendríamos que cambiar en nuestra vida es el que la los mandamientos que Dios nos ha dado, limitan y coartan nuestra libertad. En el pasaje que hemos leído hoy, escuchamos como Jesús dice: “Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría de plena”. Es decir la alegría y al felicidad plena la podemos alcanzar solo si cumplimos los mandamientos. Y es que los mandamientos nos previenen de las consecuencias que el pecado trae a nuestra vida, Y así por ejemplo, cuando Dios dice: “no robarás”, lo que está buscando es evitar todos los daños que el robar trae para nosotros y para nuestro prójimo. De tal manera que cuando le hacemos caso y obedecemos sus mandamientos, estamos construyendo nuestra felicidad y nuestra paz interior. De la misma manera que nuestros padres nos cuidan advirtiéndonos de los peligros (advertencias que en ocasiones se convierten en prohibiciones), y con ello nos muestran que nos aman, así Dios también, al habernos dado los Mandamientos, nos ha mostrado que nos ama. Mostrémosle ahora que nosotros le amamos, obedeciendo.

Que la resurrección de Cristo, llene de amor tu corazón.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


18. El gozo de Jesús

Fuente: Catholic.net
Autor: Óscar Santana

Reflexión

“Permaneced en mí y yo en vosotros”

Jesucristo en este pasaje nos hace viva una realidad que posiblemente nos es difícil recordar. Puede ser porque parece a simple vista algo complicado. “Permaneced en mí y yo en vosotros”.

¿Qué significa esta frase de Cristo en nuestras vidas? Quiere decir la realidad más grande de nuestra Fe. ¡Dios está con nosotros!

Es una presencia que se hace real no sólo en el Sacramento de la Eucaristía, donde Dios mismo, bajo las apariencias de pan y vino, se queda junto a nosotros. Es también real en la vida diaria, en mis dificultades y en mis alegrías, en mis altas y en mis bajas. En todo momento Jesús quiere estar conmigo.

Mas Cristo quiere que yo también me una a Él. Quiere que junto a Él yo viva los afanes del día. Que mis estudios, mi trabajo, los asuntos de la familia y demás ocupaciones las viva junto a Él. Que mi día no corra sin ningún sentido. ¿Cuántas veces no he llegado al final del día y al mirar atrás no me he sentido vacío, como si sólo hubiese ido y venido sin ningún fruto? Pues si eso ha sucedido es la prueba más contundente de que esa jornada Dios no ha estado presente en lo más mínimo. Jesús ya nos lo había dicho. “Como el sarmiento no puede dar fruto sin estar unido a la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis unidos a mí... Yo soy la vid, vosotros los sarmientos.”

El cristiano no debería pasar por la vida como quien sólo busca “matar el tiempo”, “divertirme lo más posible para no aburrirme”. El cristiano debe ir por esta vida sufriendo, disfrutando; mas no como un animal sino como un hombre que vive unido a la vid. Hagamos la prueba. Vivamos un día, tan sólo un día unido a la vid, ofreciendo a Dios nuestras alegrías, nuestras penas, nuestras venturas y desventuras. Y al final, cuando llegue la noche, preguntémonos: ¿He tenido frutos hoy? ¿Ha valido la pena que yo haya vivido hoy? Si la respuesta es un sí, no tengas miedo a darle sentido a tu vida y a las de tus semejantes. “ Quien permanece en mí y yo en Él tendrá mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada.”


19. 2004

LECTURAS: HECH 15, 7-21; SAL 95; JN 15, 9-11

Hech. 15, 7-21. La apertura de la Iglesia al mundo entero, para anunciarle el Evangelio de la gracia, la hace entrar en una continua relación con diversas culturas. No podemos imponer la vivencia de la fe, conforme a una cultura, como si esta fuera la única forma de responder a la vida de fe a la que el Señor nos llama a todos. Hay cosas fundamentales, que no pueden cambiar y que consideramos los dogmas de nuestra fe, expresados especialmente en el Credo de la Iglesia. Pero no podemos decir que han perdido la fe quienes en sus manifestaciones externas de la misma se expresan, en la diversidad de pueblos y culturas, de modo diferente a como lo hacemos nosotros. Por eso el Evangelio, más que llegar y destruir las culturas de los pueblos para imponer la que tiene el evangelizador, lo cual sería como una especie de colonialismo religioso, hace que el Evangelio llegue a todos y purifique a las culturas de aquello que es contrario a la Verdad y al Amor que nos vienen de Dios, y se conviertan en un signo del mismo Dios, que se encarna y camina con el hombre insertado en su propia realidad, para poderlo conducir desde ahí a la vida eterna.

Sal. 95. Todos somos llamados e invitados a celebrar la soberanía y la grandeza de Dios. Él nos ama a todos, sin distinción de razas ni culturas. Él nos ha creado porque nos quiere con Él, junto con su Hijo, participando de su Vida y de su Gloria eternas. Por eso alabemos y bendigamos al Señor y proclamemos sus maravillas a todos los pueblos, para que todos conozcan el amor que Él nos ofrece y para que, reconociéndolo ellos también como su Dios y Padre, junto con nosotros alcancen los bienes eternos, de los que el Señor quiere hacernos partícipes. A Él sea dado todo honor y toda gloria, ahora y por siempre.

Jn. 15, 9-11. El Padre Dios ama a su Hijo porque este cumple, con amor, sus mandamientos. El Hijo no rehuyó ser el Enviado del Padre para salvarnos, aún a costa de la entrega de su propia vida. Quien se deje amar por Cristo no sólo tendrá consigo la salvación y la manifestación más grande del amor que el Padre Dios nos tiene, sino que estará llamado a vivir en fidelidad a la Palabra que Dios ha pronunciado sobre nosotros para que, dejándonos transformar por ella, vivamos en verdad como hijos de Dios. Sólo entonces podremos decir que en verdad permanecemos en Dios, pues no nos alejaremos de Él a causa de nuestras rebeldías. Ciertamente, a pesar de sentirnos amados y protegidos por Dios, no dejaremos de ser acosados por una serie de diversas tentaciones, ni dejaremos de ser perseguidos y calumniados. Pero en medio de las diversas pruebas por las que debamos pasar no podemos perder ni la paz, ni la alegría, pues el Señor jamás se olvidará de nosotros, ya que Él vela y camina siempre con los que le aman y le viven fieles.

Alegrémonos en el Señor, pues Él nos ha amado, nos ha perdonado nuestros pecados y nos ha hecho hijos de Dios. El Señor ha pronunciado sobre nosotros su Palabra en esta celebración del Memorial de su Misterio Pascual. Él quiere que vayamos tras sus huellas, siguiéndolo hasta entrar, junto con Él, en la gloria del Padre. Sabemos que, si Él padeció por nosotros, nosotros debemos, como Él, dar la vida por nuestros hermanos. Si queremos que nuestra vida tenga la misma fecundidad que la de Cristo, debemos morir a nosotros mismos, no buscar nuestros propios intereses, sino abrir nuestros ojos y nuestro corazón para saber buscar el bien de todos; pues sólo el que ama a su prójimo, como Cristo nos ha amado a nosotros, puede decir que en verdad tiene consigo a Dios. Entrar en comunión de Vida con Cristo, por tanto, es todo un compromiso de amor fiel a Dios, amor que no se nos quede en vana palabrería, sino que nos impulse a pasar haciendo el bien a todos, como Cristo lo hizo para con nosotros.

¿En verdad amamos a nuestro prójimo como Jesús nos ha amado a nosotros? Unidos a Cristo debemos de preocuparnos del bien de todos. Junto a nosotros hay mucho dolor, pobreza y enfermedad; hay muchos ánimos decaídos y puestos a merced de cualquier viento. Nuestro amor por nuestro prójimo nos ha de llevar a procurar el bien de todos, a fortalecer las manos cansadas y las rodillas vacilantes. Mientras en lugar de procurar la alegría y la paz de los demás seamos para ellos ocasión de tristeza, de dolor o de sufrimiento, no podemos, en verdad, decir que vivimos unidos a Cristo y que su Vida es nuestra vida, y que su Espíritu habita en nosotros. Ante un mundo que enfrenta nuevas realidades que muchas veces no alcanza a interpretar adecuadamente, la Iglesia de Cristo debe saber poner al servicio de la humanidad de nuestro tiempo, la voz del Señor, su Evangelio, para que se convierta en Luz que ilumine el camino del hombre y oriente sus pasos, para que no pierda el rumbo ni el sentido de la bondad, del amor, de la alegría y de la paz. Sólo viviendo con la máxima responsabilidad nuestra capacidad de hacer siempre el bien a todos podremos manifestar a los demás, con las obras, que Dios permanece en nosotros y nosotros en Él.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de saber permanecer unidos a Él, de tal forma que, dando testimonio de su amor en medio de nuestros hermanos, colaboremos para que a todos llegue la salvación que Dios ofrece a la humanidad entera. Amén.

www.homiliacatolica.com


20. ARCHIMADRID 2004

SEGURIDAD LABORAL

Hace no muchos años cuando te acercabas a algún edificio que estaba en construcción aparecía un pequeño cartel que avisaba: “Prohibido el paso a toda persona ajena a esta obra.” Se suponía que los trabajadores que accedían a aquel lugar eran profesionales y sabían cómo moverse entre andamios, ladrillos, cables, maquinaria y socavones. Desgraciadamente fueron ocurriendo accidentes y añadieron otro cartelito al lado del interior que indicaba: “Obligatorio el uso del casco.” La experiencia demostró que el casco servía de algo cuando te caía algo en la cabeza, pero de nada cuando era el trabajador el que se caía, con lo que se fue aumentando el número de carteles que se colocaban a la entrada del edificio en construcción. Actualmente ponen una especie de sábana llena de dibujos que hacen que el equipamiento del peón albañil supere ampliamente al de “Robocop” -que a su lado parece un “Boy-scout” de un colegio de Ursulinas-: tienen que llevar guantes, gafas, chaleco, casco, arneses y un montón más de artilugios que dificultan la movilidad pero impiden una sanción en una posible inspección de seguridad, y que, efectivamente, han evitado unos cuantos accidentes inevitables en muchos casos a pesar de la pericia del trabajador.
“Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor.” Tristemente para muchos cristianos hoy –parafraseando el evangelio y el catecismo-, los diez mandamientos de la ley de Dios se resumen en dos: el quinto y el séptimo (robar y matar por si alguno tiene que refrescar su memoria). Curiosamente cuando aumentan los “mandamientos” para nuestra seguridad física disminuimos los mandamientos para nuestra salud espiritual. Los mandamientos de la ley de Dios no son un fin en sí mismo, son expresión de la vida en Cristo: “Lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.” Dios no nos ha creado para coartar la naturaleza que Él mismo nos ha dado, ni añade mandamientos por caprichos aleatorios como no se pide a un albañil que se ponga casco porque quede “mas mono.”
Estoy convencido de que si dejásemos que la moral que la Iglesia proclama no hiciese explicitos los mandamientos de Dios en el mundo actual y dejásemos que los tratados de moral se escribiesen por cada uno de nosotros escribiríamos unos tomos enormes “imponiendo a estos discípulos una carga que nosotros ni nuestros padres hemos podido soportar.” Al trabajador de la construcción le quitaríamos el casco (que pesa mucho en la cabeza y estéticamente es horrible) pero le obligaríamos a llevar calcetines de “Lacoste” para que quede elegante presumiendo de cocodrilo.
Si de verdad procuras crecer en el amor de Dios los mandamientos los vivirás “naturalmente” y tu primera preocupación no será el pecado sino crecer en la virtud, pero de eso hablaremos mañana.
Hoy, Nuestra Señora de Fátima, pídele a la Madre del Amor hermoso que no te preocupes tanto de qué no tienes que hacer como de cuánto puedes amar y, además de vivir los mandamientos, encontrarás la alegría. “Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud.”


21. Fray Nelson Jueves 28 de Abril de 2005

Temas de las lecturas: Juzgo que no se debe importunar a los paganos que se convierten a Dios * Permanezcan en mi amor para que su alegría sea plena.

1. Una decisión que hizo historia
1.1 El “asunto de la circuncisión” de que nos habla la primera lectura de hoy no era algo tan lejano ni tan complicado ni tan inútil como puede parecernos fácilmente.

1.2 La circuncisión era la señal visible de la pertenencia al pueblo de Abraham, según dijo Dios al que es padre de todos nosotros en la fe: “Este es mi pacto que guardaréis, entre yo y vosotros y tu descendencia después de ti: Todo varón de entre vosotros será circuncidado. Seréis circuncidados en la carne de vuestro prepucio, y esto será la señal de mi pacto con vosotros. A la edad de ocho días será circuncidado entre vosotros todo varón por vuestras generaciones; asimismo el siervo nacido en tu casa, o que sea comprado con dinero a cualquier extranjero, que no sea de tu descendencia. Ciertamente ha de ser circuncidado el siervo nacido en tu casa o el comprado con tu dinero; así estará mi pacto en vuestra carne como pacto perpetuo” (Gen 17,10-13).

1.3 Y aunque esta señal fuera propia de los varones solamente, quedaba entendido, según la mentalidad de la época, que el rumbo de toda familia y la religión propia de cada hogar, lo mismo que su vida moral y las palabras de enseñanza, correspondían todas al varón, de modo que era claro que entrar en la circuncisión era darle una familia a Dios. Y así, cuando los judíos se dispersaron entra las naciones, su miembro circuncidado era algo más que una operación quirúrgica: era prácticamente un motivo de orgullo como pueblo y como raza; de modo que era normal y bien visto llamarse “de la circuncisión”, como leemos en los Hechos de los Apóstoles (cf. Hch 10,45; 11,2).

1.4 Por contraste, éstos, lo “de la circuncisión” lanzaban una mirada de cierto desprecio a los paganos “incircuncisos”, de modo que Pablo llega a hablar de una especie de “muro” que separaba a los dos pueblos, y por eso escribe a los efesios: “Ahora en Cristo Jesús, vosotros, que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido acercados por la sangre de Cristo. Porque El mismo es nuestra paz, quien de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne la enemistad, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un nuevo hombre, estableciendo así la paz, y para reconciliar con Dios a los dos en un cuerpo por medio de la cruz, habiendo dado muerte en ella a la enemistad” (Ef 2,13-16).

1.5 Es decir que lo que estamos presenciando en la escena de la primera lectura es la caída de ese muro, mayor y más altanero y perjudicial que el infame “muro de Berlín”. El Espíritu Santo, obrando con y más allá de los Apóstoles, traza una ruta que será la gran ruta de la evangelización de los pueblos paganos. Si somos salvos por la gracia y mediante la fe, no cabe considerar a la Ley de Moisés como una obligación o como un requisito que todos han de cumplir para alcanzar la salvación. Una decisión que hizo historia.

2. Permanecer en el Amor
2.1 El evangelio nos enseña lo mismo con otras palabras. Notemos que los que fueron salvados de las garras del Faraón, en otro tiempo, no pudieron permanecer en la alianza de Moisés. Para dolor del mismo Moisés, el pueblo que fue rescatado por Dios dio la espalda a su salvador, y no una sino muchas veces, al punto que el profeta Isaías, dándole su boca al dolor de amor del Santo entre los Santos exclama: “Oíd, cielos, y escucha, tierra, porque el Señor habla: Hijos crié y los hice crecer, mas ellos se han rebelado contra mí. El buey conoce a su dueño y el asno el pesebre de su amo; pero Israel no conoce, mi pueblo no tiene entendimiento. ¡Ay, nación pecadora, pueblo cargado de iniquidad, generación de malvados, hijos corrompidos! Han abandonado al Señor, han despreciado al Santo de Israel, se han apartado de El” (Is 1,2-4).

2.2 Uno puede preguntarse por qué no puede suceder lo mismo con la salvación que nos trae Jesucristo. ¿No será que también esta vez, después de un comienzo estelar, vendrán la rebeldía y la traición al deseo de Dios? ¿En qué es mejor la alianza de Jesús comparada con la de Moisés? ¿Qué nos hace suponer que esta vez si triunfará el plan de Dios?

2.3 Para responder, démonos cuenta de qué es o era lo propio de la alianza de Moisés, leyendo en el libro Levítico: “Yo soy el Señor vuestro Dios. No haréis como hacen en la tierra de Egipto en la cual morasteis, ni haréis como hacen en la tierra de Canaán adonde yo os llevo; no andaréis en sus estatutos. Habréis de cumplir mis leyes y guardaréis mis estatutos para vivir según ellos; yo soy el Señor vuestro Dios. Por tanto, guardaréis mis estatutos y mis leyes, por los cuales el hombre vivirá si los cumple; yo soy el Señor” (Lev 18,1-5). Entendemos pronto que todo el peso de esta alianza reposa en las palabras “guardar” y “cumplir”. Cosa que resulta agradable a nuestra mente, pues son ciertamente muy bellas las disposiciones que allí se describen, pero muy pesada para nuestra carne mal inclinada y para la limitación de nuestras fuerzas.

2.4 El lenguaje de Cristo es nuevo. No se trata ahora de ver lo bueno y cumplirlo, sino de recibir lo bueno y dejarlo obrar en nosotros. Bien claro lo enseña el apóstol Juan: “Nosotros amamos, porque El nos amó primero” (1 Jn 4,19). Y lo que hoy pide Cristo es que “permanezcamos” en ese amor. Abastecidos de amor, tenemos cómo amar lo que él nos pide y cómo esperar en lo que nos promete. ¿No es cosa bella y eficaz, con la eficacia del poder de Dios?


22. Meditación extraída de la colección "Hablar con Dios"

OFRECER LAS OBRAS DEL DIA[1]
 
-El ofrecimiento de obras dirige a Dios nuestro día desde los comienzos. Nuestra primera oración.
-Cómo hacerlo. El “minuto heroico”.
-El ofrecimiento de obras y la Santa Misa. Ofrecer nuestra tarea al Señor muchas veces al día.
 
I. Para ordenar nuestra vida, el Señor nos ha dado los días y las noches. El día habla al día y la noche comunica sus pensamientos a la noche (1). Y cada nuevo día, al despedirse el día pasado, nos recuerda que hemos de continuar nuestros trabajos interrumpidos y renovar nuestros proyectos y nuestras esperanzas. “El hombre sale a trabajar hasta el anochecer: entonces llega la noche y, con una amable sonrisa, (Dios) nos manda dejar todos nuestros juguetes, con los cuales nos alborotamos tanto nosotros (...), nos cierra los libros, nos esconde las distracciones, extiende un gran manto negro sobre nuestra vida...; cuando la oscuridad se cierra a nuestro alrededor, vivimos un ensayo general de la muerte; el alma y el cuerpo se dan las buenas noches... Luego llega la mañana y con la mañana el renacimiento” (2).

Cada día comienza, en cierto modo, con un nacimiento y acaba con una muerte; cada día es como una vida en miniatura. Al final, nuestro paso por el mundo habrá sido santo y agradable a Dios si hemos procurado que cada jornada fuera grata a Dios, desde que despunta el sol hasta su ocaso. También la noche, porque del mismo modo la hemos ofrecido al Señor. El hoy es lo único de que disponemos para santificarlo. El día habla al día; el día de ayer susurra al de hoy, y nos dice de parte del Señor: Comienza bien. “Pórtate bien "ahora", sin acordarte de "ayer", que ya pasó, y sin preocuparte de "mañana", que no sabes si llegará para ti” (3). El día de ayer ha desaparecido para siempre, con todas sus posibilidades y con todos sus peligros. De él sólo han quedado motivos de contrición por las cosas que no hicimos bien, y motivos de gratitud por las innumerables gracias, beneficios y cuidados que recibimos de Dios. El “mañana” está aún en las manos del Señor.

Lo que debemos santificar es el día de hoy. ¿Y cómo vamos a empezarlo si no es ofreciéndoselo a Dios? Sólo quienes no conocen a Dios y los cristianos tibios comienzan sus días de cualquier manera. El ofrecimiento de obras por la mañana es un acto de piedad que orienta bien el día, que lo dirige a Dios desde sus comienzos, de la misma manera que la brújula señala al Norte. El ofrecimiento de obras nos dispone desde el primer momento para escuchar y atender las innumerables inspiraciones y mociones del Espíritu Santo en este día, que ya no se repetirá nunca más. Hoy si oís su voz no queráis endurecer vuestros corazones (4). Y en cada jornada nos habla Dios.

Le decimos al Señor que le queremos servir en el día de hoy, que le queremos tener presente. “Renovad cada mañana, con un serviam! decidido -¡te serviré, Señor!-, el propósito de no ceder, de no caer en la pereza o en la desidia, de afrontar los quehaceres con más esperanza, con más optimismo, bien persuadidos de que si en alguna escaramuza salimos vencidos podremos superar ese bache con un acto de amor sincero” (5), Nuestras obras llegarán antes a Dios si hacemos el ofrecimiento a través de su Madre, que es también Madre nuestra. “Aquello poco que desees ofrecer, procura depositarlo en aquellas manos de María, graciosísimas y dignísimas de todo aprecio, a fin de que sea ofrecido al Señor sin sufrir de Él repulsa” (6).
 
II. La costumbre de ofrecer el día a Dios también la vivían los primeros cristianos: “apenas despertar, antes de enfrentarse de nuevo con el trasiego de la vida, antes de concebir en su corazón cualquier impresión, antes incluso de acordarse del cuidado de sus intereses familiares, consagran al Señor el nacimiento y principio de sus pensamientos” (7).

San Pablo exhortaba a los primeros cristianos a ofrecer todo su día a Dios. Recomendaba a los primeros cristianos de Corinto: Ya comáis, ya bebáis o ya hagáis alguna otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios (8). Y a los colosenses: Y todo cuanto hagáis de palabra o de obra, hacedlo todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por Él (9).

Muchos buenos cristianos tienen el hábito adquirido de dirigir su primer pensamiento a Dios. Y enseguida el “minuto heroico”, que es una buena ayuda para hacer bien el ofrecimiento de obras y comenzar bien el día. “Sin vacilación: un pensamiento sobrenatural y... ¡arriba! -El minuto heroico: ahí tienes una mortificación que fortalece tu voluntad y no debilita tu naturaleza” (10). “Si, con la ayuda de Dios, te vences, tendrás mucho adelantado para el resto de la jornada.

“¡Desmoraliza tanto sentirse vencido en la primera escaramuza!” (11).

Aunque no hay por qué adaptarse a una fórmula concreta, es conveniente tener un modo habitual de hacer esta práctica de piedad, tan útil para que marche bien toda la jornada. Unos recitan alguna oración sencilla aprendida de pequeños...o de mayores. Es muy conocida esta oración a la Virgen, que sirve a la vez de ofrecimiento de obras y de consagración personal diaria a Nuestra Señora: ¡Oh Señora mía! ¡Oh madre mía! yo me ofrezco del todo a Vos, y en prueba de mi filial afecto, os consagro en este día mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón; en una palabra, todo mi ser. Ya que soy todo vuestro, ¡oh Madre de bondad!, guardadme y defendedme como cosa y posesión vuestra. Amén. Aparte del ofrecimiento de obras, cada cual verá lo que estima oportuno añadir a sus oraciones al levantarse: alguna oración más a la Virgen, a San José, al Angel de la Guarda. Es un momento también oportuno para traer a la memoria los propósitos de lucha que se concretaron en el examen de conciencia del día anterior, renovando el deseo y pidiendo a Dios la gracia para cumplirlos.

Señor, Dios todopoderoso, que nos has hecho llegar al comienzo de este día: sálvanos hoy con tu poder, para que no caigamos en ningún pecado; sino que nuestras palabras, pensamientos y acciones sigan el camino de tus mandatos (12).
 
III. Hemos de dirigirnos al Señor cada día pidiéndole ayuda para tenerle siempre presente; y no sólo en los momentos expresamente dedicados a hablar con Él, sino también en las normales actividades diarias, pues queremos que además de estar bien realizadas sean oración grata a Dios. Por eso podemos decir con la Iglesia: Te pedimos, Señor, que prevengas nuestras acciones y nos ayudes a proseguirlas, para que todo nuestro trabajo empiece en Ti y por Ti alcance su fin (13).

En la Santa Misa encontramos el momento más oportuno para renovar el ofrecimiento de nuestra vida y de las obras del día. Cuando el sacerdote ofrece el pan y el vino, nosotros ofrecemos cuanto somos y poseemos, y todo aquello que nos proponemos hacer en esa jornada que comienza. En la patena ponemos la memoria, la inteligencia, la voluntad... Además, familia, trabajo, alegrías, dolor, preocupaciones... Y las jaculatorias y actos de desagravio, las comuniones espirituales, las pequeñas mortificaciones, los actos de amor con que esperamos llenar el día. Siempre resultarán pobres y pequeños estos dones que ofrecemos, pero al unirse a la oblación de Cristo en la Misa se hacen inconmensurables y eternos. “Todas sus obras, sus oraciones e iniciativas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el cotidiano trabajo, el descanso de alma y de cuerpo, si son hechas en el Espíritu, e incluso las mismas pruebas de la vida, si se sobrellevan pacientemente, se convierten en sacrificios espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo (Cfr. 1 Pdr 2, 5), que en la celebración de la Eucaristía se ofrecen piadosamente al Padre junto con la oblación del Cuerpo del Señor” (14).

En el altar, junto al pan y al vino, hemos dejado cuanto somos y poseemos: ilusiones, amores, trabajos, preocupaciones... Y en el momento de la Consagración se lo entregamos definitivamente a Dios. Ahora, ya nada de eso es sólo nuestro, y por tanto -como quien lo ha recibido en depósito y administración- deberemos utilizarlo para el fin al que lo hemos destinado: para la gloria de Dios y para hacer el bien a quienes están cerca de nosotros.

El haber ofrecido todas nuestras obras a Dios nos ayudará a hacerlas mejor, a trabajar con más eficacia, a estar más alegres en la vida de familia aunque estemos cansados, a ser mejores ciudadanos, a vivir mejor la convivencia con todos. El ofrecimiento de nuestras obras podemos repetirlo, aunque sólo sea con el pensamiento, muchas veces a lo largo del día; por ejemplo, cuando iniciamos una nueva actividad, o cuando lo que estamos haciendo nos resulte particularmente dificultoso. El Señor también acepta nuestro cansancio, que así adquiere un valor redentor.

Vivamos cada día como si fuera el único que tenemos para ofrecer a Dios, procurando hacer las cosas bien, rectificando cuando las hemos hecho mal. Y un día será el último y también se lo habremos ofrecido a Dios nuestro Padre. Entonces, si hemos procurado vivir ofreciendo continuamente a Dios nuestra vida, oiremos a Jesús que nos dice, como al buen ladrón: En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso (15).
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(1) Sal 18, 3.- (2) R. A. KNOX, Ejercicios para seglares, Rialp, 2ª ed., Madrid 1962, pp. 45-46.- (3) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 253.- (4) Sal 35, 8.- (5) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Amigos de Dios, 217.- (6) SAN BERNARDO, Hom. en la Natividad de la B. Virgen María, 18.- (7) CASIANO, Colaciones, 21.- (8) 1 Cor 10, 31.- (9) Col 3, 17.- (10) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 206.- (11) Ibídem, n. 191.- (12) Liturgia de las Horas. Laudes .- (13) Ibídem, Oración de Laudes. Lunes 1ª semana.- (14) CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 34.- (15) Lc 23, 43.