JUEVES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA

 

 LECTURAS 

1ª: Hch 8, 26-40 

2ª: Jn 6, 44-52 (Ver Jn 6,41-52 = DOMINGO 19B)


1.

Hoy meditaremos sobre un nuevo avance del evangelio que se encamina ya hacia los "confines de la tierra" según la promesa. El diácono Felipe convertirá a un etíope, un alto funcionario de la Reina de Etiopía. Y he ahí que dentro de unos días, cuando llegará a casa, habrá un primer cristiano en el Sudán actual, al sur del Nilo, en pleno corazón de África, sólo algunos meses después de la resurrección de Jesús... será promesa de la evangelización de éste y de otros continentes. Dejémonos embargar por la alegría y el dinamismo interior de los Hechos de los Apóstoles... ¡un dinamismo pascual!

-«Levántate y marcha hacia el mediodía, por el camino que baja de Jerusalén a Gaza.»

Por el camino que va de Jerusalén a Emaús...

Por el camino que va de Jerusalén a Gaza...

El evangelio está en los caminos y no en el Templo. ¡A Jesús se le encuentra por las carreteras! Por la vía que va de París a Marsella... Por la que va de Alejandría a Addis-abeba... Por la calle que va de «mi» casa a la casa de los demás. El etíope volvía a su casa, muy sencillamente, hacia el sur.

-El espíritu dijo a Felipe: «Acércate, y alcanza ese carruaje...»

Por el camino dos vehículos se encuentran o se cruzan.

Los dos conductores se hablan. El etíope está leyendo la Biblia que debió de comprar en Jerusalén, en su viaje. Y hay un pasaje que no entiende. Lee, en el profeta Isaías, el poema del Siervo -que hemos meditado durante la semana santa-. Y se sorprende de que el «justo» sea conducido al matadero como un cordero mudo, de que la vida del "justo" sea humillada y de que se termine en el fracaso.

El sufrimiento... la muerte de los inocentes... ¡Es también nuestra pregunta! La injusticia, la opresión...¡es la pregunta de todos los hombres! A Dios no se le encuentra cerrando los ojos ante las verdaderas preguntas de los hombres. No se logra hacer que los hombres encuentren a Dios, si uno cierra los ojos ante las verdaderas preguntas humanas que nuestros hermanos se formulan.

Señor, que estemos atentos a las preguntas de nuestros hermanos.

-Felipe tomó entonces la palabra, y, partiendo de ese texto bíblico, le anunció la Buena Nueva de Jesús.

La humillación de Jesús, su fracaso aparente, sólo son un pasaje. La finalidad de la vida de Jesús no ha sido la "matanza" del calvario, sino la alegría de Pascua. La finalidad de la vida del hombre no es el sufrimiento y la muerte a perpetuidad, ni la opresión y la injusticia para siempre...¡es la vida a perpetuidad, es la vida eterna, es la vida resucitada! «¡Era necesario que Cristo sufriera para entrar en su gloria!»

-Aquí hay agua, ¿qué impide que yo sea bautizado?

Este es el último punto de la andadura catecumenal, la marcha de toda iniciación cristiana, el ritmo del descubrimiento de Dios:

1. Una pregunta formulada por los acontecimientos, por la vida, por una lectura, por un encuentro...

2. Una respuesta hallada en la Palabra de Dios comentada por la Iglesia, y que da un «sentido» nuevo a la existencia...

3. La terminación del encuentro con Dios en un rito, signo sacramental, que explicita el «don que Dios hace al hombre»... Ia vida eterna, la salvación.

-Y el Etiope siguió gozoso su camino.

Jesucristo está presente en todos nuestros caminos, pero está «velado». Está en todas nuestras casas, en todos nuestros ambientes de trabajo... ¡portador de alegría!

(·QUESSON-1/3.Pág. 204 s.)

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2. FE/PALABRA-DE-DIOS

La misión de Felipe, que constituye la primera expansión de la Iglesia fuera de Jerusalén, consta de dos episodios contrapuestos: el de Simón Mago (Hch 8,9-25), que indica una actitud incorrecta de la fe, y el del eunuco etíope (8,26-40), que representa la buena actitud de la fe.

El eunuco etíope es un modelo para todo buen judío de la diáspora llamado al cristianismo, que es la plenitud de su fe. Se trata de un creyente en el Dios de los padres que había ido a adorar en Jerusalén. De regreso va leyendo al profeta Isaías y busca el sentido de las Escrituras santas. Buscar el sentido cristiano de las Escrituras manifiesta la buena disposición del creyente, ya que a Cristo se llega a través de las Escrituras y de la catequesis basada en ellas. Es el caso opuesto al de Simón Mago, que llegó a la fe a través de hechos extraordinarios, lo cual no comporta necesariamente una regeneración interior. Leer la palabra de Dios, descubrir su sentido cristiano y aceptarla con todas las consecuencias es el único camino seguro para alcanzar la plenitud de la fe cristiana. Jesús dijo a los judíos cuando se opusieron por vez primera a su revelación: «Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas la vida eterna; son ellas las que dan testimonio de mí» (Jn 5,39).

El eunuco etíope acepta de buen grado el comentario que el catequista Felipe le ofrece sobre el fragmento de Is 53. La dificultad del eunuco para comprender este texto refleja probablemente uno de los problemas de interpretación cristiana del Antiguo Testamento en la comunidad primitiva: «¿De quién dice eso el profeta: de sí mismo o de otro?». Sin embargo, la catequesis, la «doctrina apostólica» (Hch 2,42) ayuda a encontrar un significado cristiano en los textos más significativos del Antiguo Testamento. Y Felipe, como tantas veces había hecho Jesús, ofrece a su discípulo una catequesis itinerante que desemboca en el bautismo, de la misma manera que el camino de los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35) había terminado en la eucaristía. El gesto sacramental realiza lo que la palabra proclama: el eunuco recibe el bautismo porque ha recibido antes la palabra de Dios, y nace a la nueva vida cristiana. Su camino toma un nuevo sentido, un sentido de alegría porque ha encontrado la plenitud de la salvación de Dios en Cristo Jesús.

O. COLOMER
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 189 s.


3. GRACIA/ESFUERZO EU/MUERTE

-Nadie puede venir a mí si el Padre, que me ha enviado, no le trae. En los profetas está escrito: "Serán todos enseñados por Dios mismo". Todo el que escucha las enseñanzas del Padre, viene a mí.

He aquí un pensamiento muy sutil. Sin entrar en ninguna controversia, Jesús afirma buenamente:

--el papel de la "gracia", iniciativa divina...

--el papel de la "libertad", correspondencia humana...

"Todos serán instruidos por Dios". ¡Es la acción de Dios! "Todo el que escucha al Padre".

¡Aquí esta la parte del hombre! Ambas acciones son necesarias.

-"Nadie puede venir a mí si el Padre no le trae".

Sería falso tomar esta fórmula en un sentido restrictivo, como si Jesús quisiera decir "son pocos los atraídos"... de hecho Jesús dice inmediatamente, "todos son instruidos por Dios".

En realidad Jesús pone de relieve la necesidad absoluta de la gracia: es necesaria una iluminación interna de Dios para comprender las cosas de Dios, para venir hacia Cristo, para tener la Fe.

Pero, a esta iluminación divina, dada a todos, el hombre puede siempre resistir: sólo aquellos que consienten en "escuchar" al Padre vienen a Jesús. Es el gran misterio de la responsabilidad libre del hombre.

Señor, ¿te escucho yo? ¿te respondo? ¿me dejo instruir y atraer?

-Nadie ha visto al Padre, sino Aquel que viene de Dios. Ese ha visto al Padre. Jesús pretende aportarnos algo más que una ideología; El es la irrupción en la historia humana de una Persona divina; El afirma "venir de Dios"... El afirma "ser el único que ha visto a Dios"...

Por Jesús, estamos introducidos verdaderamente en el dominio de Dios, en el conocimiento de Dios... y ¡le veremos, y viviremos con El!

-El que cree en mí tiene la vida eterna. Yo soy el pan de vida.

Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron.

Pero este es el pan que desciende del cielo, a fin de que quien comiere de él, no muera.

Yo soy el pan vivo, que ha descendido del cielo. Quien comiere de este pan, vivirá eternamente.

El primer libro de la Biblia, el Génesis, afirma que Dios había hecho al hombre para la inmortalidad, pues estaba en un "jardín donde había el árbol de la vida". El último libro, el Apocalipsis, afirma que Dios volverá a dar esta inmortalidad: "Al vencedor le daré a comer del árbol de la vida, que está en el jardín de Dios" (Ap 2, 7. 17).

Ahora bien, Jesús afirma aquí que esta inmortalidad nos está ya devuelta por la Fe, y por la Eucaristía... "Quien come de ese pan no morirá jamas".

Se podría objetar: pero, ¡los que comen el pan eucarístico mueren como todo el mundo! Pues bien, Jesús afirma que el alimento eucarístico, recibido en la Fe pone al fiel en posición, ya desde ahora -en el presente- de una vida eterna a la cual la muerte física no la afecta en absoluto.

Más que un dogma, más que una moral, más que una ideología, más que un comportamiento humano generoso... el cristianismo es esto: ¡la divinización del hombre! El gozo y la acción de gracias -eucaristía en griego- deberían ser el estado normal de los cristianos. La grande, la gozosa, la "buena nueva" -evangelio en griego-, hela aquí: Dios nos da ¡su vida eterna!

-El pan que Yo daré es mi carne, para la vida del mundo.

Es sobre todo a partir de este párrafo que el conjunto de los comentaristas, ven en este discurso de Jesús, una orientación más explícitamente eucarística: "el pan que Yo daré es mi carne...

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 208 s.


4. 

1. a) El episodio del eunuco a quien evangeliza y bautiza el diácono Felipe es un relato típicamente lucano, bastante paralelo al de los discípulos de Emaús: entonces la catequesis la hizo el mismo Jesús y desembocó en la fracción del pan. Ahora es un diácono el que anuncia la fe y termina con el Bautismo.

La escena parece que tiene la intención de presentar cómo es el camino de la iniciación cristiana: el anuncio de Jesús, la fe, la celebración sacramental y la vida cristiana. Evangelización, conversión, sacramento, vida.

El proceso está bien descrito. El eunuco, pagano, tiene buena disposición religiosa. No puede ser admitido al pueblo de Israel, pero lee sus Escrituras. Tiene curiosidad por saber quién es el Siervo de Yahvé. Felipe, a partir de esa situación -sube a la carroza del eunuco: todo un símbolo-, entra en diálogo con él, le explica las Escrituras. Del AT le ayuda a pasar al NT y le da a conocer a Jesús como el Mesías, el Siervo y el Salvador. También Jesús, a los de Emaús, les invitó a entender los hechos actuales a partir del AT.

El eunuco es bautizado, y sigue su camino lleno de alegría. ¿Fue el primer pagano que recibió el Bautismo? ¿dónde fue a parar? ¿fundó alguna comunidad en su tierra? Por su parte, el diácono es conducido por el Espíritu a seguir evangelizando en otro lugar.

No es extraño que el salmo responsorial de hoy sea misionero: «aclama al Señor, tierra entera. Bendecid, pueblos, a nuestro Dios»

b) El diácono Felipe -siempre guiado por Dios, que lleva la iniciativa- nos da una espléndida lección de pedagogía en la evangelización: ayudar a las personas, a partir de su curiosidad, de sus deseos, de sus cualidades, a que encuentren la plenitud de todo ello en Cristo Jesús y le acepten en su vida.

Felipe ayudó al eunuco a partir del AT que estaba leyendo. Cada una de las personas que encontramos tiene su particular AT, su formación, su sensibilidad, sus dones, sus ansias, sus miedos. Nosotros tendríamos que ser el diácono Felipe que sube a su carroza, les acompaña en su camino y les ayuda a descubrir a Cristo. Como el mismo Jesús, que también se hizo compañero de camino de los de Emaús y con paciencia les iluminó para que entendieran los planes de Dios.

El AT, leído desde Cristo. Los deseos humanos, leídos desde Cristo. Muchos siguen buscando y preguntando dónde está el Mesías y el Salvador: ¿en las sectas? ¿en las religiones orientales? ¿en los mil medios de huida de la vida hacia mundos utópicos? ¿Quién les anuncia a estas personas, jóvenes o mayores, que la respuesta está en Cristo Jesús? De un encuentro y un diálogo con nosotros, ¿suelen marchar las personas con una chispa de fe y con alegría interior?

2. a) El discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm sigue adelante, progresando hacia su plenitud.

La idea principal sigue siendo también hoy la de la fe en Jesús, como condición para la vida. La frase que la resume mejor es el v. 47: «os lo aseguro, el que cree tiene vida eterna». Ahora bien, a los verbos que encontrábamos ayer-«ver», «venir» y «creer»- hoy se añade uno nuevo: «nadie puede venir a mí si el Padre que me ha enviado no le atrae». La fe es un don de Dios, al que se responde con la decisión personal.

Dentro de este discurso sobre la fe en Jesús hay una objeción de los oyentes -que no se lee en la selección de la Misa- que refleja bien cuál era la intención de Jesús. Murmuraban y se preguntaban: «¿cómo puede decir que ha bajado del cielo?» (v. 42). Lo que escandalizaba a muchos era que Jesús, cuyo origen y padres creían conocer, se presentara como el enviado de Dios, y que hubiera que creer en él para tener vida.

Al final de la lectura de hoy parece que cambia el discurso. Ha empezado a sonar el verbo «comer». La nueva repetición: «yo soy el pan vivo» tiene ahora otro desarrollo: «el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo».

Donde Jesús entregó su carne por la vida del mundo fue sobre todo en la cruz. Pero las palabras que siguen, y que leeremos mañana, apuntan también claramente a la Eucaristía, donde celebramos y participamos sacramentalmente de su entrega en la cruz.

b) Nosotros, cuando celebramos la Eucaristía, acogiendo la Palabra y participando del Cuerpo y Sangre de Cristo, tenemos la suerte de que sí «vemos, venimos y creemos» en él, le reconocemos, y además sabemos que la fe que tenemos es un don de Dios, que es él que nos atrae.

Tenemos motivos para alegrarnos y sentir que estamos en el camino de la vida: que ya tenemos vida en nosotros, porque nos la comunica el mismo Cristo Jesús con su Palabra y con su Eucaristía. La vida que consiguió para nosotros cuando entregó su carne en la cruz por la salvación de todos y de la que quiso que en la Eucaristía pudiéramos participar al celebrar el memorial de la cruz.

Creemos en Jesús y le recibimos sacramentalmente: ¿de veras esto nos está ayudando a vivir la jornada más alegres, más fuertes, más llenos de vida? Porque la finalidad de todo es vivir con él, como él, en unión con él.

«Mi fuerza y mi poder es el Señor» (entrada)

«En estos días de Pascua nos has revelado claramente tu amor» (oración)

«Bendecid, pueblos, a nuestro Dios» (salmo)

«El que cree, tiene vida eterna» (evangelio)

«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo» (evangelio)

«Que nuestra vida sea manifestación y testimonio de esta verdad que conocemos» (ofrendas)

«Vivamos, ya desde ahora, la novedad de la vida eterna» (poscomunión)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 3
El Tiempo Pascual día tras día
Barcelona 1997. Págs. 71-73


5.

Primera lectura : Hechos 8, 26-40 El Espíritu dijo a Felipe: Acércate y pégate a la carroza

Salmo responsorial : 65, 8-9.16-17.20 Aclama al Señor , tierra entera

Evangelio : Juan 6, 44-52 Nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre

Este fragmento del evangelio se abre con una afirmación categórica de Jesús sobre la intervención del Padre en la vida del cristiano: "nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre". Lo interesante de esta afirmación es que Jesús la clarifica en seguida: "no es que alguien haya visto al Padre". Esto nos plantea la necesidad de saber entender la forma en que Dios interviene en nuestra vida. Ciertamente no lo hace con apariciones, sino en el silencio de la vida cotidiana. Aquí es donde, según Jesús, hay que descubrir la presencia de Dios.

Este planteamiento de Jesús choca con nuestra mentalidad contradictoria que, cuando no está absorbida por el seco análisis racional, está entregada al deseo utilitarista de lo milagroso.

Jesús, en cambio, les pedía a sus discípulos una disponibilidad abierta a descubrir, leer y encontrase con Dios Padre en el interior de la propia vida. Esto es lo que permite abrirse y dejarse penetrar por un mensaje que cambiará la manera de apreciar la realidad, de relacionarse unos con otros y de entender a Dios.

Según Jesús, hay dos cosas que podemos hacer desde la cotidianidad: escuchar al Padre y reproducir las obras que él hace (v. 45b). No habla de un Padre alejado del ser humano en los cielos; habla de un Padre-Dios que se hace manifiesto en la vida a través del Hijo que ha enviado y que se identifica con él. Es precisamente en la cotidianidad de la asamblea comunitaria donde se da la comunión en Jesús.

Hoy se impone la valoración de la cotidianidad en nuestros pueblos y culturas, pues es allí donde actúa y se descubre a Dios. En espacios como la casa, la calle, el trabajo... él nos interpela, nos invita a escucharlo y nos pide que respondamos. Nuestros pueblos tienen sus propias mediaciones en su camino hacia Dios. Valorar estos caminos y descubrir en ellos sus propios elementos de amor, de acogida, de justicia... es el mejor camino para que la asamblea comunitaria eucarística y la vida sacramental, conduzcan al encuentro del Dios de la Vida para todos.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


6.

Felipe, siguiendo las orientaciones del Espíritu, se encamina hacia tierra pagana. Va de Jerusalén a Gaza. Su camino pasa por un desierto a donde lo conduce el Espíritu. En Samaria había intentado comunicar el Espíritu, pero sólo había logrado bautizar a la gente. Ahora, el Espíritu lo lleva a guiar a un funcionario etiope que venía decepcionado de Jerusalén. Su condición de eunuco lo marginaba de la religión judía.

El funcionario de alto rango volvía de Jerusalén sin encontrar respuesta a sus más hondas aspiraciones religiosas. La lectura de las Escrituras, la ayuda de Felipe y el bautismo lo condujeron a aceptar a Jesús como Buena Noticia. Felipe y el Etiope se sumergen, por igual, en el agua y salen vivificados por el Espíritu. Felipe es entonces arrebatado por el Espíritu y continúa la misión en tierras paganas, al norte de Samaria.

En el Evangelio, Jesús replica a la crítica que le han dirigido. Su obra se entiende a la luz de una interpretación abierta de las Escrituras: "todos serán discípulos de Dios". No únicamente en la tradición interpretativa oficial de los fariseos. Estos creían que la fiel observancia de la ley conducía a la resurrección. La comunidad del discípulo amado, en boca de Jesús, plantea, por el contrario, que el único camino a la resurrección es la fe u opción por la persona de Jesús.

La verdad del testimonio a favor de Jesús se prueba por su propio testimonio, por su talante de vida. El hecho de observar infinidad de normas piadosas, o de participar de la comida celestial, no excluyó a la multitud de la muerte en el desierto. El cambio de mentalidad, nacer de nuevo, o éxodo, que Jesús exige a sus seguidores los lleva a romper con las seguridades del pasado.

El tema del "Pan de Vida" nos invita a reflexionar sobre los grandes símbolos cristianos. La Eucaristía, como encuentro personal con el Señor, y la Palabra de Dios reflexionada en comunidad constituyen "Pan de Vida" en la medida que se acepte el camino de Jesús: el camino de la entrega personal y la cruz. Otros caminos conducen únicamente a las seguridades en las que se endurecen los oyentes de Jesús, incluidos los discípulos. Al final, sus seguidores se escandalizan de la predicación y lo abandonan. En definitiva verán a Dios exclusivamente los seguidores que sean capaces de reconocerlo en el crucificado.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


7. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

El movimiento por el que los creyentes vamos a Jesús es nuestro: somos nosotros los que nos movemos. Pero este movimiento nace de una atracción por la que el Padre nos lleva a Jesús. Nadie conoce al Hijo sino el Padre. Nadie ama al Hijo sino el Padre. Nadie lo conoce como el Padre y nadie lo ama como el Padre. Atraernos el Padre al Hijo es introducirnos en su vida de comunión con él, hacernos participar en el conocimiento que el Padre tiene del Hijo y en el amor que lo vincula a él. ¿Significa eso que tomamos parte en la paternidad de Dios respecto del Hijo? Parece una afirmación demasiado aventurada. Habría que ver qué quiere decir.

Nosotros lo podemos entender de una forma más sencilla. El mismo Jesús, en la tradición sinóptica, decía que quien cumple la voluntad de su Padre es hermano, hermana e incluso madre suya (se olvida a posta del paterfamilias y deja atrás los esquemas patriarcales vigentes en su tiempo). Y san Francisco de Asís nos enseñaba cómo podemos ser, con una conciencia pura, madres del Verbo. En realidad se trata de algo simple a la vez que misterioso: por el conocimiento y el amor le hacemos existir en nosotros. Y esta generación del Hijo en nosotros no es una operación que se cumple por nuestro solo querer. Es un don que nos hace el Padre: por este don vamos a él y por este don le hacemos ser en el hondón de nuestro espíritu.

A esa fecundidad estamos llamados. Y a dejar que él viva su vida en nosotros, por el conocimiento que tenemos de él, por la participación en su resurrección y por la comunión en sus padecimientos. Esa fecundidad se proyectará en otras formas concretas de fecundidad que ya apuntábamos ayer. La mística de comunión se despliega en una práctica múltiple de modos de unión fraterna y servicio efectivo: nos abre los ojos, muestra lo que es del agrado de Dios, capacita y mueve para cumplirlo.

Vuestro amigo.

Pablo Largo, cmf (pldomizgil@hotmail.com)


8. CLARETIANOS 2003

El relato del encuentro de Felipe con un ministro de la reina de Etiopía es un prodigio catequético y literario semejante al relato de los discípulos de Emaús. Os invito a meditarlo con calma, sin perder detalle. Por si os ayuda, os ofrezco algunos chispazos sueltos:

Es la primera vez que se anuncia el evangelio a un extranjero. Los frutos de la “dispersión” causada por la muerte de Esteban comienzan a hacerse visibles.

Este extranjero es un personaje de relieve, simpatizante del judaísmo.

El relato tiene una estructura sacramental: hay liturgia de la Palabra y liturgia sacramental (en este caso, rito del bautismo). En el fondo, el relato es un reflejo del proceso de iniciación cristiana que se vivía en las comunidades lucanas.

Lo que comienza siendo un encuentro “en el desierto” (en la carretera de Jerusalén a Gaza, que cruza el desierto) acaba siendo un encuentro “junto al agua”.

Este encuentro impulsa al neo-bautizado (cuyo nombre no se indica en ninguna parte) a seguir su viaje lleno de alegría.

Lo que el viajero no entiende del libro de Isaías es lo mismo que “no entendían” los discípulos de Emaús: el escándalo de un Mesías sufriente.

¿No encontramos en este relato algunas claves para la evangelización de nuestro tiempo? Descubro las siguientes:

Necesitamos “ponernos en camino hacia el Sur”, aunque esto implique atravesar algunos desiertos. Sólo “en el camino” suceden los encuentros que rompen nuestra modorra eclesial. Sólo saliendo descubrimos a las personas que buscan.

Necesitamos “acercarnos y pegarnos a la carroza” de la gente y atrevernos a dar el primer paso, a preguntar: ¿Entiendes lo que está pasando? ¿Cómo ves la vida? ¿Qué es importante para ti?

Necesitamos dejarnos invitar a compartir nuestra experiencia acerca de la Palabra de la vida, sabiendo –como nos recuerda el evangelio de hoy- que nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado.

Necesitamos simplificar las cosas, hacer propuestas de seguimiento que vayan a lo esencial y no obliguen a las personas a interminables itinerarios que desgastan y hacen perder la paciencia y la alegría.

Seguro que vosotros descubrís muchas más cosas. No olvidéis que siempre podemos compartirlas a través de este desierto “poblado” que es la red. ¡Suerte!

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


9. 2002

COMENTARIO 1

v.44: Nadie puede lle­gar hasta mí si el Padre que me envió no tira de él, y yo lo resucitaré el último día.

Jesús pone al descubierto la actitud que delatan sus críticas. No reconocen que Dios es Padre dador de vida y que quiere comuni­carla al hombre, sacándolo de toda esclavitud (5,37s). El Padre empuja hacia Jesús, porque éste es su don, la expresión de su amor a la huma­nidad. Ellos, a quienes no interesa el bien del hombre, no esperan ese don ni lo desean. Jesús es el dador de la vida definitiva (resurrección). "El último día", es el día de la muerte de Jesús (cf. 5,39).

vv. 45-46: Está escrito en los profetas: «Se­rán todos discípulos de Dios»; todo el que escucha al Padre y aprende se acerca a mi. 46No por que alguien haya visto personalmente al Padre, excepto el que procede de Dios; ése ha visto personalmente al Padre.

Jesús reinterpreta el texto de Is 54,13 (cf. Jr 31,33s); del Padre no se aprende a observar la Ley, sino a dar la adhesión a Jesús. El texto del profeta mencionaba a "los hijos de Jerusalén"; Jesús suprime esta mención y universaliza el sentido. El término "Dios" del profeta queda sustituido por "el Padre". El Padre dador de vida enseña a amar al hombre. Quien perciba esto se sentirá atraído hacia Jesús, que libera a los débiles. No hace falta una experiencia extraordinaria; a los judíos les bastaba prestar atención a su antigua historia para comprender que Dios está en favor de los oprimidos (v. 46). Unicamente Jesús, que ha tenido la plena experiencia de Dios como Padre, puede explicar lo que es Dios.

vv. 47-50: Pues sí, os lo aseguro: El que cree posee vida defini­tiva. Yo soy el pan de la vida: Vuestros padres comie­ron el maná en el desierto, pero murieron; éste es el pan que baja del cielo para comerlo y no morir. Efecto de la adhesión a Jesús es poseer una plenitud de vida que realiza al hombre haciéndolo superar la muerte y asegurando así el éxito de su liberación. Jesús es el pan de vida, contrapuesto al maná, que no consiguió llevar al pueblo a la tierra prometida (Nm 14,21-23; Jos 5,6; Sal 95,7ss). La asimilación a Jesús evita el fracaso del hombre (para comerlo y no morir). Incesante comunicación de vida procedente de Dios (baja del cielo), que el hombre debe hacer suya (comerlo).

vv. 51-52: Yo soy el pan vivo bajado del cielo; el que come pan de éste vivirá para siempre. Pero, además? el pan que yo voy a dar es mi carne, para que el mundo viva. Los judíos aquellos discutían acaloradamente unos con otros diciendo: -¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?

Siguiendo la simbología del éxodo, se pasa de la figura del maná a la del cordero (mi carne). El Espíritu no se da fuera de su realidad hu­mana; "su carne" lo manifiesta y lo comunica. A través de lo humano el don de Dios se hace concreto, adquiere realidad para el hombre. Jesús-hombre, lugar donde Dios se hace presente (1,14), se entrega como don al mundo (3,16). En Jesús, su Palabra, Dios se expresa en la historia y manifiesta su voluntad de diálogo con la humanidad. Es en el hombre y en el tiempo donde se encuentra a Dios, donde se le acepta o se le rechaza. Discordia entre los adversarios.



COMENTARIO 2

Jerusalén, en tiempos de Jesús y de los apóstoles, era meta de peregrinación para los judíos esparcidos por toda la cuenca del Mediterráneo oriental. Algunos ahorraban toda la vida con el fin de poder hacer algún día, junto con su familia, la peregrinación a la ciudad santa, peregrinación que consideraban casi obligatoria. Otros llegaban a dejar legados especiales en su testamento, para que sus herederos trasladaran sus restos y los sepultaran lo más cerca posible del Templo. Hoy, en la lectura de Hechos, se nos habla de un etíope, un convertido al judaísmo, un “prosélito” como técnicamente se les llamaba. Ha venido a Jerusalén a adorar a Dios en el Templo y regresa a su país, la lejana Etiopía, en donde es nada menos que ministro de la reina Candace. Va en su carroza seguramente acompañado de miembros de su familia y de un numeroso cortejo, acorde con su rango. Y va leyendo al profeta Isaías, precisamente el pasaje del siervo doliente (Is 53, 7-8).

Felipe, el compañero de Esteban y de los otros servidores de la comunidad de Jerusalén consagrados por los apóstoles, a quien habíamos dejado en Samaria predicando con éxito el evangelio, es movido por el Espíritu divino a alcanzar al etíope, a pegarse a su carroza y a preguntarle si entiende lo que lee. Asistimos a un verdadero proceso de iluminación por la Palabra. El etíope se queja a Felipe de no entender lo que lee, pues no tiene quien le explique, y lo invita a acompañarlo en su carroza. Luego le pregunta sobre el sujeto de la profecía del siervo doliente. No podía ser mejor la oportunidad para que Felipe evangelizara al ministro de Candace, mientras regresaba a su país por la carretera que, en dirección sudoeste, conducía de Jerusalén a la ciudad de Gaza, atravesando el Neguev, el desierto del sur de Palestina. Ya hemos oído como, llegados a un lugar donde había agua, la evangelización culminó con el bautismo del eunuco que había proclamado su fe en Jesús, Mesías, Hijo de Dios. Seguramente el texto de los Hechos quiere aludir a la rápida difusión del evangelio hacia el sur de Palestina: Egipto, Arabia, Etiopía, de la cual, por otra parte, tenemos solo noticias legendarias.

¿Entiendes lo que lees? Es también la pregunta que se nos hace a cada uno de nosotros cuando abrimos la Biblia. No se trata solo de entender para saber más, para acumular conocimientos que, a la larga, resultan inútiles. Se trata de entender para creer, para vivir, para conocer mejor a Jesucristo de quien nos hablan las Sagradas Escrituras desde la primera hasta la última página. Para dejar que la Palabra de Dios transforme nuestras vidas como transformó la vida del eunuco etíope y nos haga fieles discípulos de Jesús. Es una invitación a la lectura orante de la Biblia, seguros de que el Espíritu Santo nos concederá comprenderla, aceptarla y vivirla.

Todavía hoy, 20 siglos después, hay varios millones de cristianos en Etiopía, un país al noreste del continente africano. Conforman la iglesia copta que posee una rica tradición litúrgica y que lee las Escrituras en una lengua antiquísima, derivada de la que hablaban los egipcios antes de las conquistas de Grecia y de Roma, el copto, precisamente. Ellos son los descendientes espirituales del ministro de la reina Candace, nuestros hermanos en la fe por quienes debemos orar.

La lectura de Hechos termina diciéndonos que, una vez bautizado, el etíope no vio más a Felipe y siguió su camino lleno de alegría. Mientras que Felipe, en alas del Espíritu, evangelizaba desde Azoto, una ciudad en el litoral sur de Palestina, hacia el norte, hasta Cesarea marítima, la ciudad fundada por Herodes el Grande en el año 20 AC. Es que para el evangelio de Jesucristo no hay largas distancias, ni lugares inaccesibles.

Del pasaje del discurso eucarístico (Jn 6) que hemos leído hoy, vamos a destacar una idea muy interesante que procede del AT: la sabiduría divina. El Señor evoca unas palabras del profeta Isaías (54, 13) en las que se anuncia que todos los miembros del pueblo de Israel, espiritualmente hijos de Sión-Jerusalén, serán discípulos de Dios, por lo tanto, concluye Jesús, escucharán lo que dice el Padre y aprenderán una sabiduría nueva que los hará apegarse a Jesús, a su enseñanza, a su ejemplo y a su vida.

Jesús se presenta pues como la meta última de esa sabiduría divina que se expresaba tan maravillosamente ya en los profetas, pero que se desarrolló y materializó en todo un cuerpo literario, el de los libros sapienciales: Job, Proverbios, Eclesiastés (Qohélet = Predicador), Cantar de los Cantares, Eclesiástico (Ben Sirá o Sirácida) y Sabiduría. En ellos se nos presenta la sabiduría como un atributo de Dios, por medio del cual creó el mundo y lo sigue conservando y recreando para complacerse en él y para que sirva de hogar a los seres humanos. Esa sabiduría divina se ha expresado también en la Ley que Dios dio a su pueblo, a cuya reflexión y meditación se dedican los verdaderos sabios. Una Ley que es garantía de vida para el pueblo, siempre que la guarde y ajuste su existencia a sus preceptos.

Personificada como una matrona que se hace presente en el mundo (Prov 8-9; Eclo 1, 1-21; 24; Sab 6-9 y Job 28) la sabiduría divina se ofrece a la humanidad para que esta pueda alcanzar el verdadero gozo que procede de Dios y no de las vanidades del mundo. Justicia, derecho, paz, abundancia de bienes para todos, salud, belleza, equidad. Estos y otros muchos valores se ofrecen con la sabiduría que los contiene y abarca todos. Ella, finalmente, los ofrece en forma de banquete al cual se invita a todos los humanos, especialmente a los simples, los necios, los que este mundo reputa como ignorantes: “Vengan y coman de mi pan, beban del vino que he mezclado; dejen las simplezas y vivirán, diríjanse por los caminos de la inteligencia” (Prov 9, 5-6).

En el discurso eucarístico Jesús, tácitamente, se nos presenta como la verdadera sabiduría de Dios. Quien escucha lo que dice el Padre y aprende como buen discípulo la lección, va hacia Cristo. Y el que está con Cristo y cree en El tiene la vida eterna y la resurrección. Para vivir es necesario el pan de cada día. Para tener la vida eterna es necesario este pan de la Eucaristía que nos ofrece Jesucristo en un banquete suculento como el que la sabiduría del AT ofrecía a sus devotos. Aquí la sabiduría es Jesucristo, una sabiduría nada teórica, nada intelectualista. Todo lo contrario: la sabiduría de Cristo nos da la vida en plenitud que es el amor. El verdadero amor, que para ser amor a Dios tiene que ser, necesariamente, amor al prójimo, al hermano cercano. ¿Y qué ser humano no es para nosotros cercano en estos tiempos de globalización?

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


10. DOMINICOS 2003

Día Internacional de la Cruz Roja

Hoy en nuestra liturgia vamos a poner de relieve varias cosas importantes:

En la vida de la Iglesia primitiva, la actuación del diácono Felipe.

En la vida de la Iglesia actual, el sentido misionero de nuestra fe.

En la vida de nuestra sociedad, la preocupación de todos por la solidaridad, ayuda mutua, mano tendida al necesitado para surja de su postración. Su símbolo lo tenemos en la Cruz Roja.

Al hacer memoria del diácono Felipe, recordamos a numerosos grupos de cristianos:

A los cristianos coptos de Etiopía y Egipto, que se consideran llamados a la fe en Cristo por mediación de su palabra y testimonio de vida. Él fue quien, movido por el Espíritu -como leeremos en los Hechos de los apóstoles-  bautizó al eunuco etíope, ministro de Candaces, reina de los etíopes. De este eunuco, lleno de buen espíritu, puede proceder la evangelización primera de aquellas gentes de África.

A los cristianos de Ruanda, Burundi, Sudáfrica, Congo, Camerún, Nigeria... Todos son hermanos nuestros en la fe,  y fuente de esperanza para el futuro de la Iglesia de Cristo, en medio de sus adversidades.

Y a la legión de voluntarios que, bajo la bandera y el espíritu simbolizado en la Cruz Roja, son animadores de paz, promotores de obras sociales, canal de numerosos auxilios a muchos marginados que confían y esperan de su caridad (y de la nuestra) la providencia para subsistir, amar y trabajar.

ORACIÓN:

Señor, Dios nuestro, Jesús nos dijo que nadie puede ir a Él si su Padre no lo atrae. Te rogamos que nos atraigas a todos con fuerza para que seamos generosos servidores de nuestros hermanos, especialmente de los más necesitados, apóstoles de la Verdad que nos salva, discípulos del Maestro que nos ilumina y guía. Amén

 

Palabra de Dios atracción del hombre

Hechos de los apóstoles 8, 26-40:

“En aquellos días (de expansión de la Iglesia de Jerusalén) el ángel del señor le dijo a Felipe: ponte en camino hacia el sur, por la carretera de Jerusalén a Gaza, que cruza el desierto. Felipe se puso en camino y pronto vio venir a un etíope: era un eunuco, ministro de Candaces, reina de Etiopía e intendente del tesoro. Había ido en peregrinación a Jerusalén, y regresaba, sentado en su carroza, leyendo al profeta Isaías... Felipe se acercó y le preguntó: ¿entiendes lo que vas leyendo?  Él contestó: ¿cómo voy a entenderlo si nadie me guía? E invitó a Felipe a subir y a sentarse junto a él. El pasaje era éste: “Como un cordero llevado al matadero... enmudecía y no abría la boca...” El eunuco preguntó: ¿de quién dice esto el profeta?... Entonces Felipe, tomando pie de este pasaje, le anunció la Buena Noticia de Jesús.

En el viaje llegaron a un sitio donde había agua, y dijo el eunuco: mira, agua. ¿Qué dificultad hay en que me bautice? Si crees de corazón, dijo Felipe, se puede. Y él respondió: Creo que Jesús es el hijo de Dios. Bajaron los dos al agua, y Felipe lo bautizó...”

Dios cuenta con nosotros para la evangelización. Las oportunidades son signos que se nos ofrecen para hablar de ello. Si encontramos a alguien que gusta o está inquieto por la dimensión religiosa, viajemos con él como Felipe y aclarémosle cómo entendemos nosotros el mensaje de la fe en Cristo y en Dios nuestro padre.

Evangelio según san Juan 6, 44-52:

“En aquel tiempo, Jesús siguió hablando a los judíos: Nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre que me ha enviado; y al que venga yo lo resucitaré el último día... Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí... Os aseguro: el que cree tiene vida eterna.

Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná, y murieron. Éste es el pan que ha bajado del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo le daré es mi carne, para la vida del mundo”.

Quien cree en Jesús lo hace movido por Dios. Todos debemos estar deseosos y abiertos a su impulso, pues Él a todos quiere salvarnos y mueve sin violencia. El camino de salvación es creer y adherirse a Jesús, nutrirse más y más de su alimento, pan, vida, verdad, amor, es decir, participar eficazmente de su mesa.

 

Momento de reflexión

En manos de Dios, para ser evangelizadores.

Interioricemos el papel desempeñado por los diversos actores en la escena narrada por los Hechos: el Espíritu, Felipe, el Eunuco, el Campo de evangelización.

El Espíritu anuncia a Felipe (y a nosotros) que hay almas de buena voluntad que, viviendo con honradez su vida, están a la espera de nueva iluminación, y que nosotros, creyentes en cristo, somos los llamados a actuar. Si creemos en el Espíritu y Bondad divina, dejémosle insinuarnos lo que debemos hacer y cómo debemos obrar apostólicamente.

Felipe representa a todos los cristianos que, adheridos al Señor Jesús, tienen desplegadas las antenas de su fe y sensibilidad y viven prestos a secundar la acción de la gracia y voluntad salvífica de Dios, nuestro padre. Subrayemos la prontitud de ánimo con que actúa Felipe y la delicadeza de su comportamiento.

El Eunuco representa, por una parte, a todas las semillas de verdad que Dios ha esparcido por el mundo de las religiones, para que todos, fieles a su luz, se salven; y, por otra, a todas las vocaciones misioneras que –en cualquier parte del mundo- han ido suscitándose y seguirán suscitándose por los siglos. Oremos por la fidelidad de cuantos sean llamados.

El campo de evangelización, Etiopía, es el orbe universo que, en cada una de sus regiones, espera la luz de Cristo, y quiere contar con nuestra generosidad de ofrenda y servicio.

El Pan de vida, alimento del misionero.

En conformidad con las palabras de los Hechos que acabamos de comentar, las palabras de Jesús son elocuentes para los evangelizadores: Quien ha escuchado o escucha la Palabra de fe, y la acoge en su corazón, se está salvando, por gracia de Dios. -Quien cree en Cristo, y habla las palabras de Cristo, tiene palabras de vida eterna. -Quien participa, por la fe y el amor, de la mesa del Pan de vida no perecerá, como perecieron los que se alimentaron del maná en el desierto.  

La mesa de la Palabra y del Pan, que es Cristo, es vida eterna en el espíritu, no en la carne que fenece.


11.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Cantemos al Señor; sublime es su victoria. Mi fuerza y mi poder es el Señor. Él fue mi salvación. Aleluya» (Ex 15,1-2).

Colecta (del Gelasiano): «Dios Todopoderoso y eterno, que en estos días de Pascua nos has revelado claramente tu amor y nos has permitido conocerlo con más profundidad; concede a quienes has librado de las tinieblas del error adherirse con firmeza a las enseñanzas de tu verdad».

Ofertorio: «¡Oh Dios! que por el admirable trueque de este sacrificio nos haces partícipes de tu divinidad; concédenos que nuestra vida sea manifestación y testimonio de esta verdad que conocemos».

Comunión: «Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos.  Aleluya» (2 Cor 5,15).

Postcomunión: «Ven Señor en ayuda de tu pueblo y, ya que nos has iniciado en los misterios de tu reino, haz que abandonemos nuestra antigua vida de pecado y vivamos, ya desde ahora, la novedad de la vida eterna».

Hechos 8,26-40: Mira, agua. ¿Qué dificultad hay en que me bautice? Felipe interpreta en favor de un peregrino llegado a Jerusalén un pasaje del libro de Isaías acerca del Siervo de Yahvé, mostrándole su cumplimiento en Jesucristo. El etíope recibe el bautismo y Felipe prosigue su obra de evangelización hasta Cesarea. La expansión de la Iglesia es obra del Espíritu Santo y se lleva a cabo mediante el anuncio de la Buena Noticia de Jesús. Él es quien, con su muerte y su resurrección, ya anunciada proféticamente, ha conseguido la salvación universal que es la única fuente de alegría. La alegría del recién bautizado es lógica por las muchas gracias que confiere el bautismo. San Juan Crisóstomo dice:

«Los nuevos bautizados son libres, santos, justos, hijos de Dios, herederos del cielo, hermanos y coherederos de Cristo, miembros de su Cuerpo, templos de Dios, instrumentos del Espíritu Santo... Los que ayer estaban cautivos son hoy hombres libres y ciudadanos de la Iglesia. Los que ayer estaban en la vergüenza del pecado se encuentran ahora en la seguridad de la justicia; y no sólo libres sino santos» (Catequesis bautismales 3,5).

Y San León Magno:

«El sacramento de la regeneración nos ha hecho partícipes de estos admirables misterios, por cuanto el mismo Espíritu, por cuya virtud fue Cristo engendrado, ha hecho que también nosotros volvamos a nacer con un nuevo nacimiento espiritual» (Carta 31).

   –El creyente puede testimoniar lo que Dios ha hecho con él: le ha devuelto la vida. Por esto invita a todos los pueblos a que bendigan al Dios que tan portentosamente le ha salvado y lo hacemos con el Salmo 65: «Bendecid, pueblo, a nuestro Dios, haced resonar sus alabanzas: Porque  Él nos ha devuelto la vida y no dejó que tropezaran nuestros pies. Fieles de Dios, venid a escuchar, os contaré lo que ha hecho conmigo; a Él gritó mi boca y lo ensalzó mi lengua. Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica, ni me retiró su favor».

Juan 6,44-52: Yo soy el Pan vivo que ha bajado del cielo. El Pan de vida, que es Cristo, hay que comerlo ante todo con fe. Mas la revelación avanza aún más cuando Jesús afirma que el pan que Él dará es su propia carne, como sacrificio para la vida del mundo. Comenta San Agustín:

«El maná era signo de  este pan, como  lo era también el altar del Señor. Ambas cosas eran signos sacramentales: como signos son distintos, más en la realidad  hay identidad... Pan vivo, porque desciende del cielo. El maná también descendió del cielo; pero el maná era sombra, éste la verdad... ¡Oh qué misterio de amor, y qué símbolo de la unidad y qué vínculo de la caridad! Quien quiere vivir sabe donde está su vida y sabe de dónde le viene la vida. Que se acerque y que crea, y que se incorpore a este cuerpo, para que tenga participación de su vida...» (Tratado 26,12 y 15 sobre el Evangelio de San Juan).

Y San Ambrosio:

«Cosa grande, ciertamente, y de digna veneración, que lloviera sobre los judíos maná del cielo. Pero, presta atención. ¿Qué es más: el maná del cielo o el Cuerpo de Cristo? Ciertamente que el Cuerpo de Cristo, que es el Creador del cielo. Además, el que comió el maná, murió; pero el que comiere el Cuerpo recibirá el perdón de sus pecados y no morirá  para siempre. Luego, no en vano dices tú “Amén”, confesando ya en espíritu que recibes el Cuerpo de Cristo... Lo que confiesa la lengua, sosténgalo el afecto» (Sobre los Sacramentos 24-25).


12.

Comentario: Rev. D. Pere Montagut i Piquet (Barcelona, España)

«Yo soy el pan vivo, bajado del cielo»

Hoy cantamos al Señor de quien nos viene la gloria y el triunfo. El Resucitado se presenta a su Iglesia con aquel «Yo soy el que soy» que lo identifica como fuente de salvación: «Yo soy el pan de la vida» (Jn 6,48). En acción de gracias, la comunidad reunida en torno al Viviente lo conoce amorosamente y acepta la instrucción de Dios, reconocida ahora como la enseñanza del Padre. Cristo, inmortal y glorioso, vuelve a recordarnos que el Padre es el auténtico protagonista de todo. Los que le escuchan y creen viven en comunión con el que viene de Dios, con el único que le ha visto y, así, la fe es comienzo de la vida eterna.

El pan vivo es Jesús. No es un alimento que asimilemos a nosotros, sino que nos asimila. Él nos hace tener hambre de Dios, sed de escuchar su Palabra que es gozo y alegría del corazón. La Eucaristía es anticipación de la gloria celestial: «Partimos un mismo pan, que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, para vivir por siempre en Jesucristo» (San Ignacio de Antioquía). La comunión con la carne del Cristo resucitado nos ha de acostumbrar a todo aquello que baja del cielo, es decir, a pedir, a recibir y asumir nuestra verdadera condición: estamos hechos para Dios y sólo Él sacia plenamente nuestro espíritu.

Pero este pan vivo no sólo nos hará vivir un día más allá de la muerte física, sino que nos es dado ahora «por la vida del mundo» (Jn 6,51). El designio del Padre, que no nos ha creado para morir, está ligado a la fe y al amor. Quiere una respuesta actual, libre y personal, a su iniciativa. Cada vez que comemos de este pan, ¡adentrémonos en el Amor mismo! Ya no vivimos para nosotros mismos, ya no vivimos en el error. El mundo todavía es precioso porque hay quien continúa amándolo hasta el extremo, porque hay un Sacrificio del cual se benefician hasta los que lo ignoran.


13.

Reflexión

Este texto que hemos venido leyendo esta semana (capítulo 6) se le conoce como el “Sermón Eucarístico”. En virtud de que el evangelio de san Juan fue el último en escribirse, cuando ya toda la comunidad cristiana celebraba “la Cena del Señor”, Juan ha omitido el relato de la “institución Eucarística” pero ha recogido una serie de instrucciones de Jesús sobre el significado de lo que la comunidad ya celebraba y con ellos a construido esta magnifica catequesis sobre la Eucaristía. En este sermón, hace pasar a la comunidad del pan que se necesita para vivir (pan común - maná) al pan que “da la Vida”, al pan que hace posible la vida eterna. No desprecia la comida del cuerpo; de hecho primero alimenta a la comunidad físicamente y después espiritualmente. El Cuerpo y la Sangre de Jesús son “verdadera comida”: Es una comida como la que comieron junto al lago. La comida del pan, alimenta el cuerpo, la Eucaristía el espíritu. Sin estos alimentos el hombre se debilita y puede morir. ¿Realmente tomas la Eucaristía como un alimento?

Que la resurrección de Cristo, llene de amor tu corazón.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


14. Comentarios "Misal-Meditación"

1ª Lectura
He 8,26-40
26 El ángel del Señor dijo a Felipe: «Ponte en marcha hacia el sur, por el camino que va de Jerusalén a Gaza a través del desierto». 27 Y se puso en marcha. En esto un etíope eunuco, ministro de Candaces, reina de Etiopía, administrador de todos sus bienes, que había venido a Jerusalén, 28 regresaba y, sentado en su carro, leía al profeta Isaías. 29 El Espíritu dijo a Felipe: «Avanza y acércate a ese carro». 30 Felipe corrió, oyó que leía al profeta Isaías y dijo: «¿Entiendes lo que estás leyendo?». 31 Él respondió: «¿Cómo lo voy a entender si alguien no me lo explica?». Y rogó a Felipe que subiera y se sentara con él. 32 El pasaje de la Escritura que leía era éste: Como cordero llevado al matadero, como ante sus esquiladores una oveja muda y sin abrir la boca. 33 Por ser pobre, no le hicieron justicia. Nadie podrá hablar de su descendencia, pues fue arrancado de la tierra de los vivos. 34 El eunuco dijo a Felipe: «Por favor, ¿de quién dice esto el profeta? ¿De él o de otro?». 35 Felipe tomó la palabra y, comenzando por este pasaje de la Escritura, le anunció la buena nueva de Jesús. 36 Continuaron su camino y llegaron a un lugar donde había agua; el eunuco dijo: «Mira, aquí hay agua; ¿qué impide que me bautice?». 38 Y mandó detener el carro. Bajaron los dos al agua, Felipe y el eunuco, y lo bautizó. 39 Al salir del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe. El eunuco ya no lo vio más, y continuó su camino muy contento. 40 Felipe se encontró con que estaba en Azoto, y fue evangelizando todas las ciudades hasta llegar a Cesarea.

Salmo Responsorial
Sal 66,8-9
8 Pueblos, bendecid a nuestro Dios, proclamad a plena voz sus alabanzas; 9 él nos conserva la vida y no permite que tropiecen nuestros pies.

Sal 66,16-17
16 Fieles del Señor, venid a escuchar, os contaré lo que él hizo por mí. 17 Mi boca lo llamó y mi lengua lo ensalzó.

Sal 66,20
20 Bendito sea Dios, que no ha rechazado mi plegaria ni me ha retirado su misericordia.

Evangelio
Jn 6,44-51
44 Nadie puede venir a mí si el Padre que me envió no lo trae, y yo lo resucitaré en el último día. 45 Está escrito en los profetas: Todos serán enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y acepta su enseñanza viene a mí. 46 Esto no quiere decir que alguien haya visto al Padre. Sólo ha visto al Padre el que procede de Dios. 47 Os aseguro que el que cree tiene vida eterna. 48 Yo soy el pan de la vida. 49 Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. 50 Éste es el pan que baja del cielo; el que come de él no muere».

PROMESA DE LA EUCARISTÍA
51 «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».

* * *

San Juan 6, 41-51

Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: «Yo soy el pan que ha bajado del cielo». Y decían: «¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del cielo?» Jesús les respondió: «No murmuréis entre vosotros. «Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día.

Lectura

En Jn 6,41-43 los judíos murmuran sobre lo que Jesús ha dicho y creen conocer su origen. Esta murmuración hace posible una nueva exposición sobre la fe y la incredulidad por parte de Jesús. Les recuerda una palabra de la Escritura ("Serán todos discípulos de Dios": Is 54,13) y les exhorta abrir sus oídos a la llamada del Padre. El Padre es quien le ha enviado y, a través de la imagen de "venir" o acercarse, dice Jesús que sólo puede allegarse a Él aquel a quien el Padre "atrae".

Meditación

Nadie puede venir al Hijo si no es atraído por el Padre. Y el Hijo promete la resurrección en el último día. El que cree tiene vida eterna: esta expresión en presente de indicativo es algo más que una promesa: se trata de una evidencia. Jesús está junto a Dios y ha visto al Padre, a diferencia de todos los demás hombres.

El Padre, atrayendo a los hombres, los orienta hacia el Hijo. El Padre, que está en el origen y en el término de la misión de Jesús, está también en el origen de la acogida que le prestan los hombres. Los hombres a los que ha sido enviado Jesús no pueden recibir la vida sin una docilidad interior al Padre. Se resalta la iniciativa salvífica de Dios. Todos los hombres están invitados a la fe y la atracción divina se realiza en el amor.

Reconocer a Jesús es entrar en el misterio divino, lo cual no puede realizarse sin que Dios abra el acceso. La atracción divina se realiza en la escucha y en la recepción de la enseñanza. La palabra de Dios invita a escucharla, a vivir de ella. Si se recibe en profundidad, la enseñanza del Padre transmitida a Israel, conduce al Hijo. Todo pasa por Jesús y todo procede del Padre y todo acabará en el Padre. El presente está transfigurado por la presencia de Jesús. El pan que da Jesús, el pan vivo que es Jesús mismo, es su carne, entregada para la vida del mundo.

Oración

San Ignacio de Loyola escribió: "Demandar conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le me y le siga".

Actuar

Rechazaré todo lo que me pueda apartar del Padre que me atrae.


15.Si comes de este pan, vivirás para siempre

Fuente: Catholic.net
Autor: Ignacio Sarre

Reflexión

Tenemos hambre, hambre de Dios. Necesitamos el pan de vida eterna. Quizás hemos probado otros “banquetes” y hemos descubierto que no sacian nuestro deseo plenamente. Pero Cristo se revela como el alimento que necesitamos, el único que puede colmar nuestras necesidades y darnos la fuerza para el camino.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que en la comunión recibimos el pan del cielo y el cáliz de la salvación, el Cuerpo y la Sangre de Cristo que se entregó para la vida del mundo (cfr. CIC 1355).

Como el cuerpo es sostenido por el alimento, así nuestra alma necesita de la Eucaristía. Cristo baja del cielo al altar, por manos del sacerdote. Viene a nosotros y espera que también nosotros vayamos a El, que le busquemos con frecuencia para recibirle, para visitarle en el Sagrario.

Es pan de vida eterna, según su promesa: “Que todo el que ve al Hijo y cree en El tenga la vida eterna”. Quien vive sostenido por la Eucaristía, crece progresivamente en unión con Dios, y viéndole en este mundo bajo el velo de las especies del pan y el vino, nos preparamos para contemplarle cara a cara en la vida futura.


16. 2004

LECTURAS: HECH 8, 26-40; SAL 65; JN 6, 44-51

Hech. 8, 26-40. Dios a nadie excluye de la oferta de salvación que ha hecho a la humanidad por medio de su Hijo Jesús. Ante Él incluso los extranjeros o eunucos tienen el mismo valor. Y a cada uno el Señor le da la oportunidad de encontrarse con Él para que se decida, de un modo personal, a aceptar a Jesucristo por medio de la fe. Pero como la fe viene de lo que se oye, la Palabra de Dios debe resonar hoy en el mundo, con toda fidelidad, por medio de su Iglesia. Mientras el anuncio de la Palabra de Dios no haga arder el corazón de los oyentes para que crean y sigan a Cristo, tenemos que examinar si lo que proclamamos lo hacemos impulsados por el Espíritu Santo, o sólo con el afán de brillar nosotros mismos. Cuando uno vive bajo el impulso del Espíritu Santo Él hará que florezca la fe incluso en los más arduos desiertos, pues para Dios nada hay imposible, como tampoco hay imposibles para el que realmente cree en Cristo Jesús y ha sido bautizado en su Nombre. El Señor nos envió a encontrarnos con el hombre pecador, estéril en buenas obras y fecundo en maldades y pecados. Dios quiere, por medio de su Iglesia, llamar a todos a la conversión. Cuando, por medio nuestro, el Señor haga que la humanidad continúe alegre su camino, en paz, en un sincero amor fraterno por sabernos y sentirnos hijos de un mismo Dios y Padre, entonces podremos decir que en verdad la Iglesia de Cristo continúa realizando la obra de salvación de Dios en el mundo y su historia.

Sal. 65. Quien ha recibido los beneficios de Dios; quien ha sido perdonado de sus pecados, aun cuando estos hayan sido demasiado graves; quien ha sido hecho hijo de Dios participando de su misma Vida y de su mismo Espíritu, no puede quedarse mudo ante un mundo dominado por todos aquello males de los cuales uno ha sido librado, de un modo totalmente gratuito, por la bondad y misericordia de Dios. Aquel mandato de Cristo al antes endemoniado: Ve a los tuyos, a los de tu casa, y cuéntales lo misericordioso que ha sido Dios para contigo, debe también ser cumplido por nosotros, que hemos sido objeto de su amor y de su misericordia. Alabemos al Señor agradecidos por todo lo que de Él hemos recibido; y proclamemos ante el mundo entero lo que Él hizo por nosotros, pues, siendo pecadores, nos envió a su propio Hijo, el cual entregó su vida para que fuésemos perdonados y hechos hijos de Dios. Así vemos cómo Dios ha cumplido sus promesas de salvación para con cada uno de nosotros. Acudamos al Señor y dejemos que su salvación se haga realidad en nosotros, pues Él nos ama sin medida y sin distinción de personas. Entonces, no sólo nuestras palabras, sino nuestra vida misma, se convertirá en un anuncio eficaz de la Buena Nueva de salvación que Dios quiere que llegue a todos y hasta el último rincón de la tierra.

Jn. 6. 44-51. Aquel que ha visto a Dios nos lo ha dado a conocer mediante su Palabra, sus obras y su vida misma. Y lo ha hecho cercano a nosotros especialmente a través de la Eucaristía, Pan de Vida eterna. Y la Vida eterna es Dios mismo, por eso quien acepta alimentarse con la carne de Cristo está haciendo suyo a Dios mismo pudiendo llegar a decir: Yo estoy en Dios y Dios está en mí. Por eso la Iglesia de Cristo camina en la fe en su Señor dejándose no sólo instruir por Él, sino alimentándose de Él para que Él continúe asegurando su presencia salvadora en el mundo por medio de la Comunidad de creyentes. La Iglesia, por tanto, no sólo debe proclamar el Nombre del Señor con las palabras, sino que debe convertirse en Pan de Vida eterna para el mundo haciéndole cercano a Dios, a ese Dios que continuamente experimentamos en nuestra vida y con quien entramos en una verdadera comunión de Vida en la participación Eucarística.

Y el Señor nos convoca para instruirnos con su Palabra y para alimentarnos con su Cuerpo y con su Sangre. Venimos como una verdadera comunidad de fe ante Él, pues no sólo hemos venido a orar, sino a unir nuestra vida a Cristo haciendo nuestro el Don Eucarístico de su Misterio Pascual, cuyo Memorial estamos celebrando. El Señor quiere que su Iglesia se convierta en el Don del Padre Dios al mundo para que, por medio de ella, que vive unida plenamente a su Señor como se une la cabeza a los miembros del cuerpo, el mismo mundo encuentre el camino hacia su plenitud en Aquel que nos hizo cercano a Dios, con todo su amor y con toda su misericordia. Por eso no vengamos a la Eucaristía sólo a contemplar lo que otros hacen. Vengamos nosotros mismos a ofrecer nuestra vida para que, unidos a Cristo, podamos hacer que en nuestro mundo se vaya instaurando con mayor firmeza el Reino de Dios, hasta que todos lleguemos a ser en un verdadero signo de Vida, dejando atrás nuestras esclavitudes al pecado y a la muerte.

Quienes conocemos a Cristo por la fe y lo hemos aceptado como Señor en nuestra vida no podemos encerrar cobardemente esa Luz en nuestro interior. En nuestro mundo hay muchos signos de esterilidad; la vida no sólo se ha disminuido, sino que ha desaparecido de muchos corazones. Pero el Señor puede hacer fecundos nuestros desiertos. Quienes hemos recibido la Vida de Dios y hemos entrado en comunión de Vida con Él debemos proclamar su Nombre a quienes viven lejos de Dios y lejos de su prójimo a causa del pecado y del egoísmo. Nuestra experiencia de Dios no puede quedarse sólo en la oración, que ciertamente es algo muy importante. Debemos, además, dejarnos instruir por el Señor conforme a las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia. Entonces estaremos ciertos de que podremos, bajo la guía del Espíritu Santo, ayudar a los demás para que experimenten el amor de Dios, y se dejen instruir por Él y vivan su compromiso de fe siguiendo las huellas del Señor. Nuestro camino de fe, por tanto, es en una plena comunión con los pastores del Pueblo Santo de Dios. No queramos proclamar el Nombre del Señor si hemos roto la comunión con su Iglesia. Felipe, Diácono de la Iglesia primitiva, se convierte en evangelizador desde que se le impusieron las manos por medio de los apóstoles. Así tratemos nosotros de proclamar el Nombre del Señor desde una verdadera comunión con su Iglesia y no desde una Iglesia inventada, imaginada por nosotros mismos al margen de aquellos a quienes Dios puso al frente de su Pueblo.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir en plena unión con Cristo Jesús para que, unidos como su Pueblo Santo, demos testimonio de Él con la vida, con las obras y con las palabras para ayudar a que Dios se haga cercanía a todos los hombres, y su salvación se convierta para todos en vida eterna. Amén.

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17. ARCHIMADRID 2004

PARA LOS QUE BUSCAN LA LUZ

Ya se ve que en Madrid ocurren muchas anécdotas… aunque algunas no verdaderamente alegres. Algunos (y esta es la anécdota), se han propuesto realizar un espectáculo en la capital de España que, ya sólo el nombre (perdonadme, pero se trata de una auténtica blasfemia, aunque, gracias al correo electrónico o los medios de comunicación, muchos ya estaréis enterados), nos invita a pensar que hay algo que no funciona. Por otro lado, como habéis podido advertir, en los últimos comentarios hemos hablado mucho de la familia. Y, sin ponernos melodramáticos, cuando algo que alimenta a la sociedad se adultera o corrompe, pues, ¿qué vamos a decir?: Todos con “colitis”, mareos, nauseas… y demás males que se nos ocurran. Por tanto, uno de los frutos de semejante virus que nos atormenta, es el cómo la cultura (qué tanto ha enriquecido, con sus matices y contrastes, a los hombres de toda condición y época), parece haberse mutado en un instrumento para el caos y la confusión. Y todo esto, indudablemente, ejerce una gran influencia en las familias, ya que el espíritu humano no tiene como finalidad la incoherencia y el desconcierto, sino el orden y la armonía.

“Dios es luz sin tiniebla alguna”. Estas palabras de san Juan nos colocan perfectamente en nuestro tema. ¿Alguna vez alguien se ha disgustado por encontrarse con un día radiante, y poder disfrutar del sol, del color del campo o la majestuosidad de las montañas…? Bueno sí, alguien raro habrá que le “guste” lo contrario. Pero, ¡escucha!, se trataría de alguien no precisamente “normal”. Y este es el “quid” de la cuestión, que la normalidad no es algo que abunde como debería. Si el libro del Génesis nos dice que Dios puso orden al caos, será precisamente porque preparaba, para aquella criatura que iba a constituir en imagen y semejanza suya, un lugar donde la luz fuera algo que haría referencia, en todo momento, a su Creador. ¿Cuál es el problema entonces? De nuevo, san Juan, nos da la respuesta: “Sí decimos que no hemos pecado, nos engañamos y no somos sinceros”. ¿Por qué será que la palabra “pecado” se ha convertido para muchos en un “tabú”? Creo que la respuesta resulta evidente: porque nos enfrenta con la verdad de lo que somos y, curiosamente, con la esperanza de reconciliarnos con Aquel que es el “responsable” de nuestra existencia.

Las palabras del salmista de hoy son también esclarecedoras, y llenas de esperanza: “Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades, él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura”. Esta toma de conciencia, adquirida hace cerca de tres mil años, nos pone en el “punto de mira” del conocimiento propio. Si cada uno de nosotros fuera consciente de la necesidad de que nuestras obras están siempre condicionadas por la limitación de lo que somos (“Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles; porque él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro”), no actuaríamos sólo “de cara a la galería”. De esta manera, una obra de teatro que pretenda como finalidad: “las enseñanzas impartidas en los colegios como cimiento en el que se apoyan las futuras víctimas de la Iglesia, equiparando la religión con sustancias dañinas para los jóvenes como el tabaco o el alcohol”, no es otra cosa sino un “snobismo” fuera de lugar. ¿Es esta la libertad que queremos? ¿Son estas las intenciones que necesitan los jóvenes de hoy para madurar y crecer en nuestra sociedad?… Una cosa es la debilidad humana, y otra, muy distinta, hacer de ella fuente y modelo de lo que ha de ser lo normal y necesario para el ser humano.

¿Cuál ha de ser nuestra actitud ante los que se mofan de los auténticos valores de la dignidad humana? Quizás, hacernos partícipes de las misma palabras de Jesús: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”.


18.  14 de Abril 362. El pan que da la vida eterna

I. Yo soy el pan vivo que ha bajado del Cielo. Si alguno come de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. Jesús revela el gran misterio de la Sagrada Eucaristía. Sus palabras son de un realismo tan grande que excluyen cualquier otra interpretación. Sin la fe, estas palabras no tienen sentido. Por el contrario, aceptada por la fe la presencia real de Cristo en la Eucaristía, la revelación de Jesús resulta clara e inequívoca, y nos muestra el infinito amor que Dios nos tiene. Te adoro con devoción, Dios escondido, decimos con aquel himno a la Sagrada Eucaristía Adoro te devote, que compuso Santo Tomás y que constituye un resumen de los principales puntos de la doctrina católica sobre este sagrado Misterio. Te adoro, Dios escondido, le decimos nosotros en nuestra oración, manifestándole nuestro amor, nuestro agradecimiento y el asentimiento humilde con que le acatamos. Es una actitud imprescindible para acercarnos a este misterio de amor.

II. La Consagración en la Santa Misa ha sido y es la piedra de toque de la fe cristiana. Por la transubstanciación, “convertida la sustancia o naturaleza del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, no queda ya nada de pan y de vino, sino las solas especies: Bajo ellas Cristo entero está presente en su realidad física, aun corporalmente, aunque no del mismo modo como los cuerpos están en su lugar” (PABLO VI, Mysterium fidei). En la Sagrada Comunión se nos entrega el mismo Cristo, perfecto Dios y perfecto Hombre; misteriosamente escondido, pero deseoso de comunicarnos la vida divina. Su Divinidad actúa en nuestra alma, mediante su Humanidad gloriosa, con una intensidad mayor que cuando estuvo aquí en la tierra. Oculto bajo las especies sacramentales, Jesús nos espera, y le decimos: Tú eres nuestro Redentor, la razón de nuestro vivir.

III. La Comunión sustenta la vida del alma de modo semejante a como el alimento corporal sustenta al cuerpo: mantiene al cristiano en gracia de Dios librando el alma de la tibieza, y ayuda a evitar el pecado mortal y a luchar contra el venial. La Sagrada Eucaristía también aumenta la vida sobrenatural, la hace crecer y desarrollarse, y deleita a quien comulga bien dispuesto. Nada se puede comparar a la alegría de la cercanía de Jesús, presente en nosotros. Jesús nos espera cada día. Si se lo pedimos, la Santísima Virgen nos ayudará a ir a la Comunión mejor dispuestos cada día.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


19. Fray Nelson 3. Textos para leer. Jueves 14 de Abril de 2005

Temas de las lecturas: Aquí hay agua. ¿Hay alguna dificultad para que me bautices? * Yo soy el pan vivo, que ha bajado del cielo.

1. Enseñanzas de vida
1.1 Podemos aprender muchas cosas de la escena que nos ofrece la primera lectura de hoy.

1.2 El dignatario etíope va leyendo la Escritura. Pero necesita ayuda y guía para entender el sentido de lo que lee. En contra de los que hablan de la "sola Biblia", la Biblia nos muestra que la comprensión de su sentido no es algo automático ni obvio, sino el resultado de integrarse en el sentir de la comunidad de creyentes. O dicho de otra manera: la Iglesia es el lugar natural de comprensión de la Biblia.

1.3 Un Ángel de Dios y luego el Espíritu Santo van guiando al diácono Felipe. La misión de los evangelizadores, incluso cuando los vemos solos y casi abandonados nunca es una tarea en soledad. Aunque la tierra tenga desiertos y montes, que no dejan ver la obra de los que predican el Reino, todo está patente a la mirada de los cielos.

1.4 Es el Espíritu Santo quien le dice: "Acércate y ponte junto a esa carroza". La salvación de cada hombre es así también un acto de elección, un acto de predilección y ternura con que el Espíritu de Dios mueve a los evangelizadores para que hablen y mueve a los evangelizados para que escuchen y acojan lo que se les habla.

1.5 El bautismo del etíope sucede de manera inesperada, casi informal. Acontece como un regalo más que rompe el camino de su carroza y de su vida. Estemos también nosotros dispuestos a que nuestros planes sean cambiados. Las normas y rituales son importantes pero no son un absoluto. El Dios que nos salvó tan admirablemente, sobrepasando toda expectativa y todo límite de la Ley Antigua, tiene derecho a introducir su "santo desorden" y a abrir caminos que no conocemos ni podemos entender a primera vista.

2. Mi Pan es su Carne
2.1 El evangelio de hoy nos invita a dar un paso más en la comprensión del misterio del Cristo vivo. Su carne es nuestro pan; su carne es nuestro alimento; su carne es nuestra resurrección.

2.2 Jesús, en efecto, repite varias veces en este capítulo sexto de Juan: "yo lo resucitaré...". La resurrección es la palabra, la única palabra, que se levanta frente a la palabra de la muerte. El canto de la vida responde al aullido de la muerte en le día de la Pascua de Cristo. Y ese canto es la misma melodía que le da ritmo a la vida que ya llevamos en esta tierra.

2.3 Así pues, "yo le resucitaré" significa: "en esa historia la victoria es mía y no de la muerte; yo triunfaré en esa existencia que está llamada a perdurar y no a hundirse en el vacío ni en las garras del enemigo". El acto sublime de darnos su carne es entonces la manera de introducir su victoria en el ámbito de nuestra vida.