MIÉRCOLES DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA

 

LECTURAS 

1ª: Hch 5,17-26 

2ª: Jn 3, 16-21 = CUARESMA 04B


1.

Los apóstoles han sido detenidos ya una vez por su predicación (Act 4, 1-21). Pero reinciden. Su detención es decretada de nuevo (v. 18) y no cabe esperar sino que esta vez la condena será pesada.

En los Hechos, cada detención de los apóstoles va seguida inmediatamente de una liberación providencial: así, por ejemplo, la de Pedro (Act 12, 7-10), la de Pablo (Act 16, 25-26) y la que es objeto de la lectura de este día (v. 19). Esta liberación milagrosa se produce, ante todo, para dar ánimos (v. 20) a los perseguidos y convencerles de que viven realmente los tiempos mesiánicos caracterizados por la apertura de las prisiones (Is 42, 7; Sal 106/107, 10; Is 49, 9).

Tras su primera detención, los apóstoles habían pedido precisamente a Dios que les hiciera patente su presencia mediante algunos signos, para darles fuerza y valor (Act 4, 23-31): he aquí que han sido escuchados.

El misterio de la liberación pascual no se les presenta ya a los apóstoles tan solo como un acontecimiento de la vida de Cristo de la que han de dar testimonio: se convierte en una experiencia religiosa personal, un hecho de vida concreto. Solo en ese momento alcanza la fe su culminación. La Eucaristía conmemora precisamente los hechos antiguos para que aprendamos a encontrarlos en nuestra vida personal, y especialmente en todo acontecimiento que libera y promociona al hombre. La amnistía de los prisioneros y la asistencia a los condenados incluso por delitos de derecho común han sido siempre signos de la fe cristiana en las estructuras del mundo.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA IV
MAROVA MADRID 1969.Pág. 57


2.

Todos los apóstoles han sido detenidos. Pronto pagará Esteban con la vida su fidelidad a Cristo; Pedro volverá a ser detenido, al igual que Pablo. La Iglesia de Jerusalén no conoce tregua. Sus adversarios no han cambiado; sigue siéndolo el partido de los saduceos, esos aristócratas del culto y las finanzas, tan reacios a las ideas nuevas y que gozan de mayoría en el sanedrín. Lo cual no les va a permitir poner freno a la palabra de Dios.

Deberían haberlo sabido aquellos sacerdotes de Jerusalén, responsables ya de la muerte de Jesús, pero que no habían podido impedir que rodara la piedra del sepulcro en la mañana de Pascua.

Hoy serán las puertas de la prisión las que no puedan resistir la fuerza del Espíritu....

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 142


3.

-Llenos de animosidad, echaron mano de los apóstoles y los metieron en la cárcel. Los sumos sacerdotes y sus partidarios quisieron impedir el nacimiento de esa "comunidad virulenta", de esa gente disconforme con la religión oficial y tradicional. Los discípulos de Jesús aparecen como unos innovadores:

-su fe es nueva- ¡un nuevo dogma! Jesús es hijo de Dios...

-su modo de vida es nuevo- ¡trastornan el sistema de propiedad privada de los bienes, poniéndolo todo en común...!

A esa gente peligrosa ¡que se la detenga de una vez, que se la meta en la cárcel!

-Pero, durante la noche, el ángel del Señor abrió las puertas de la cárcel. Decididamente ¡Dios está con ellos! Ese movimiento naciente cambiará la faz de la tierra.

A condición de que los discípulos de Jesús no le sean infieles jamás y que continúen siendo «fermento» que fermente toda la masa humana. «El reino de Dios es sal, levadura, simiente...» Las palabras de Jesús vienen a nuestra memoria.

Perdón, Señor, por nuestras cobardías, por nuestra falta de audacia.

-El ángel les dice: "Id al Templo y anunciad valientemente al pueblo todas esas palabras de vida".

Tal es el mandato del ángel que les libera.

No es para «salir del paso» tranquilamente y para reemprender una vidita cómoda, al abrigo de arrestos y encarcelamientos. ¡Es para volver a empezar! ¡Cuidado! Que quede bien entendido: «Anunciar en el Templo» no significa solamente «en las iglesia» El Templo era una gran explanada, la mayor plaza de la ciudad, el lugar de todas las reuniones públicas. HOY se traduciría: «id a anunciar esas palabras de vida en vuestro quehacer cotidiano... en vuestras Asociaciones... en los cines... allí donde se reúne la gente» Señor, Tú nos das HOY el mismo mandato ¿A quién debo comunicar las «palabras de vida» sobre Dios, sobre la resurrección, sobre la justicia, sobre el amor? No solamente con palabras, sino con actos.

«Valientemente» Esa palabra se repite sin cesar en San Pablo (Ef 6, 19; Hb 3, 6). Valentía. Audacia. Iniciativa. Dinamismo. Señor, danos esa actitud.

-Obedecieron y, al amanecer, entraron en el Templo y se pusieron a enseñar. Llegó el sumo sacerdote con los suyos. Se convocó el Gran Consejo.

¡Esta es la "valentía"!

Habían sido liberados de la cárcel durante la noche y ya desde el amanecer empiezan de nuevo a predicar. Imagino la escena.

¿Tienen los cristianos de HOY esa virulencia, ese fervor? ¿Son capaces de proponer al mundo «soluciones» originales, los «puntos de vista» de Dios, las soluciones de Dios, sobre los grandes problemas del momento: la paz... el hambre... el desarrollo de los pueblos... la justicia... el amor?

¡Oh, Señor, cuán lejos estamos de ello! Somos timoratos; a los cristianos nos falta audacia y valor.

¡Señor, que el poder de tu resurrección nos penetre!

-Mirad, los hombres que pusisteis en la cárcel, están en el Templo y enseñan al pueblo. Es una reincidencia. Esta vez la condena será más dura.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 190 s.


4.

-Tanto amó Dios al mundo...

Todo viene de una iniciativa divina.

¡Nuestro Dios es un Dios que "ama"! Es un Dios Padre.

Dios es amor.

Medito sobre el adverbio: Dios ha amado tanto, de tal manera ha amado, tan fuertemente amó... Se adivina que va a hacer locuras, que este amor le llevará a hacer cosas sorprendentes.

"El mundo". Sin embargo se comprende un poco que Dios ame el mundo: después de todo es su obra, es su creación, es su hijo.

-... ¡Que le dio su unigénito Hijo!

Juan no cesa de contemplar ese "don". Jesús es el don de Dios, el regalo maravilloso que el Padre ha dado: lo que de más precioso tenía.

Jesús es la maravilla de Dios.

Se tiende, a veces, a pensar que "el amor de Dios" se ha manifestado solamente en el calvario... pero, la "venida del Hijo a este mundo" es ya una manifestación del amor.

-Todo el que crea en El no perecerá, sino que tendrá la "vida eterna" Dios es el "viviente" por excelencia: la "vida" en el mayor bien que el hombre pueda poseer.

Pues bien, Dios ha comunicado su vida. Las imágenes son abundantes: el árbol de vida, el camino de la vida, la fuente de la vida, el libro de vida, el pan de vida...

Vincularse a Dios, conformarse a su voluntad, es "vivir"...

Desobedecer a la voluntad divina es "perecer"...

¡El que cree, no perecerá!

-Pues Dios ha enviado su Hijo al mundo...

Esta fórmula será repetida más de 50 veces en el evangelio de San Juan. Es el Padre quien ha tenido esta idea, quien ha enviado a su Hijo.

-No para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por El.

Nos encontramos siempre con el único y mismo pensamiento: "Tanto ha amado Dios..."

El único deseo de Dios, el único anhelo, la gran empresa de Dios, ¡es la de "salvar"! Basta con evocar nuestras propias experiencias, nuestros propios amores, para experimentar cuán natural es esto: cuando se ama, se quiere el bien para aquellos a quienes se ama.

¡Dios quiere que "yo" sea salvado! Gracias, Señor.

¡Dios quiere que "Un Tal" que conozco, mi hijo, mi amigo, mi colega, mi marido, sea salvado! Gracias, Señor.

-El que cree en El, no es juzgado.

El que no quiere creer, ya está condenado.

Volvemos a encontrar "la opción" radical:

por... o contra... Jesús.

creer... no creer en... Jesús.

Hay pues una responsabilidad del hombre. ¡Qué misterio! Dios quiere salvar. Pero algunos "rehúsan" esta salvación y se condenan a sí mismos.

-Cuando vino la luz al mundo, los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal aborrece la luz... Pero el que obra según la verdad viene a la luz.

"Hacer el bien"... "Hacer el mal"... Suele ser de esta manera práctica que se hace la división. Cualquiera que hace el bien aun si no conoce a Cristo -está ya en una cierta comunión con Dios.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 194 s.


5.

1. a) De nuevo han ido a parar a la cárcel los apóstoles. Los ha mandado detener el Sanedrín, sobre todo el grupo de los saduceos.

Pero el ángel del Señor les libera y les anima a seguir dando testimonio. Se repite la dinámica de la Pascua de Jesús: la muerte y la resurrección, la persecución y la liberación. Y los apóstoles, obedientes una vez más, e íntimamente convencidos de lo que hacen, «se pusieron a enseñar en el templo» ya de buena mañana. La obra de Dios sigue adelante: no tiene barreras.

Las autoridades tienen que volver a mandar que los detengan, aunque con miedo al pueblo.

A la fe en Cristo Jesús que predican los apóstoles la llama el ángel: «ese modo de vida». Y es que no se trata sólo de un conocimiento, sino un estilo que revoluciona la vida entera de los seguidores de Jesús.

El salmo responsorial refleja bien el espíritu de la lectura: «el ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege»; «si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y le salva de sus angustias». No es con las propias fuerzas como los apóstoles dan testimonio: les está ayudando eficazmente Dios.

b) ¿Cuántas veces hemos sido detenidos nosotros, y enviados a la cárcel, por ser cristianos que dan testimonio de Jesús? ¿cuántas veces hemos sido azotados? ¿cómo sabemos si es madura nuestra fe, si no hemos padecido contradicciones por su causa?

Si nos persiguieran a causa de nuestra fe, perdiendo prestigio social, o ventajas humanas; si nos pasara lo que les pasó a aquellos apóstoles, por querer anunciar a Cristo y seguir su estilo de vida, ¿seguiríamos dando testimonio valientemente? ¿o buscaríamos componendas para sobrevivir?

¿Nuestra fe es un «modo de vida», un estilo evangélico y convencido de conducta? ¿o meramente unos conocimientos que sabemos?; el menor obstáculo ¿ya nos hace tambalear en nuestro seguimiento de Cristo?

En los momentos en que la fatiga, el cansancio o el miedo nos hacen dudar en nuestra fe, podríamos rezar desde lo más profundo de nuestro ser el salmo de hoy: «yo consulté al Señor y me respondió, me libró de todas mis ansias», «si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias», «gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él». Esto nos daría fuerzas para seguir con nuestro testimonio, de palabra y de obra, en medio de los ambientes en que vivimos.

2. a) En el diálogo con Nicodemo, Jesús llega todavía a mayor profundidad en la revelación de su propio misterio. Aquí ya debe ser el mismo evangelista Juan quien introduce su comentario teológico a lo que pudo ser históricamente el diálogo en sí.

La fe en Cristo la presenta en dos vertientes muy claras.

Por parte de Dios, el pasaje de hoy nos dice claramente que todo es iniciativa de amor: «tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único». Dios ha demostrado históricamente su amor. Quiere la vida eterna de todos: por eso ha enviado al Hijo. Dios ama. Ama a todos. Al mundo entero. Esta es la perspectiva que lo explica todo: la Navidad (cuántas veces escuchamos en la carta de Juan la afirmación de Dios como amor) y la Pascua, y toda la historia de antes y de después. Lo propio de Dios no es condenar, sino salvar. Como se vio continuamente en la vida de Jesús: vino a salvar y a perdonar. Acogió a los pecadores. Perdonó a la adúltera. La oveja descarriada recibió las mejores atenciones del Buen Pastor, dándole siempre un margen de confianza, para que se salvara.

Pero por parte nuestra hay la dramática posibilidad de aceptar o no ese amor de Dios. Una libertad tremenda. El que decide creer en Jesús acepta en sí la vida de Dios. El que no, él mismo se condena, porque rechaza esa vida. Juan lo explica con el símil de la luz y la oscuridad. Hay personas -como muchos de los judíos- que prefieren no dejarse iluminar por la luz, porque quedan en evidencia sus obras. Es una luz que tiene consecuencias en la vida. Y viceversa: la clase de vida que uno lleva condiciona si se acepta o no la luz. La antítesis entre la luz y las tinieblas no se juega en el terreno de los conocimientos. sino en el de las obras.

b) Cristo ha muerto por todos. Es la prueba del amor que a todos y a cada uno nos tiene Dios Trino. Yo, cada uno de nosotros, soy amado por Dios. He sido salvado por Jesús cuando hace dos mil años se entregó a la muerte y fue resucitado a la nueva vida. Puedo desconfiar de muchas personas y de mí mismo. Pero la Pascua que estamos celebrando me recuerda: tanto me ha amado Dios, que ha entregado por mí a su Hijo. Para que creyendo en él y siguiéndole, me salve y tenga la vida eterna.

Sólo si yo no quiero la salvación o el amor o la luz, quedaré excluido de la vida: pero seré yo mismo el que no quiere entrar a la nueva existencia que me está ofreciendo Dios. La Pascua anual que estamos celebrando, y la Eucaristía en que participamos, deberían aumentar nuestra fe en Cristo Jesús, nuestra unión con él: «el que me come permanece en mí y yo en él». Y esto daría fuerza y aliento a nuestra vida cristiana de cada día.

«Que el misterio pascual que celebramos se actualice siempre en el amor» (oración)

«Contempladlo y quedaréis radiantes» (salmo)

«Jesucristo, nos amaste y lavaste nuestros pecados con tu sangre» (aleluya)

«Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único» (evangelio)

«Que nuestra vida sea manifestación y testimonio de esta verdad que conocemos» (ofrendas)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 3
El Tiempo Pascual día tras día
Barcelona 1997. Págs. 48-51


6.

Primera lectura : Hechos 5, 17-26 El ángel los liberó y les dijo: vayan al Templo y expliquen al pueblo este modo de vida 

Salmo responsorial : 33, 2-3.4-5.6-7.8-9 Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha 

Evangelio : Juan 3, 16-21 Tanto amo Dios al mundo, que entregó a su Hijo único.

Dios nos ama, y su amor nos hace ser. Y nos hace crecer. Nos quiere llevar a nuestra perfecta humanización, que no es distinto de nuestra divinización. Esta humanización incluye a nuestro mundo, naturalmente. La transformación del mundo es simplemente la prolongación de la creación: Dios dejó al mundo (y al ser humano) -en cierto sentido- a medio hacer», a medio camino de su proyecto, su plan de salvación, y nos ofrece y nos encomienda a nosotros el llevarlo a plenitud, a su realización total.

La salvación consiste en entrar en ese plan, y comprender que dar la vida para dar Vida es la mejor forma de encontrarse con la Vida. A quien se deja llevar por esa corriente de Vida, Dios no lo juzgará: lo acogerá en la vida en abundancia».

A quien se aparte de este torbellino de la Vida y prefiera sus pequeños y egoístas proyectos, no hará falta tampoco que Dios lo juzgue ni que lo condene, porque él mismo será quien se estará apartando de la Vida, camino de la muerte eterna...

Dios es amor. Dios no condena a nadie como lo haría un juez humano. Cada uno según su modo de actuar está haciendo su salvación o condenación. El cielo, la salvación, comienza aquí.

Dios ha creado todo... menos una cosa: el infierno, que sólo lo crearán aquellos que voluntariamente decidan apartarse de la Vida. El infierno es la no-vida-eterna, la conciencia no-identificada con Dios, identificada con las obras del egoísmo que buscan el bien individual excluyendo a los demás.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


7.

La obra iniciada con el lisiado continúa con otros marginados que viven en la periferia de Jerusalén. Todos son liberados de la terrible carga moral y psicológica que imponía la exclusión por causa de las enfermedades físicas y mentales.

La comunidad muestra un progresivo crecimiento y se afianza al interior del judaísmo. El pórtico de Salomón, puerta oriental del templo, era el lugar de reunión de los nuevos discípulos de Jesús. Allí continúan insistiendo en los puntos centrales de la enseñanza: Jesús no murió por accidente, sino que fue víctima de una conspiración. A pesar de la muerte, Dios continuó su acción resucitando a Jesús y convirtiéndolo en puente de salvación para el pueblo de Israel.

Los saduceos, por supuesto, reprimieron duramente la nueva avanzada apostólica. Metieron a sus miembros en la cárcel para silenciar su testimonio.

La liberación de los apóstoles, por la intervención de un mensajero de Dios, es ocasión para reanudar con mayor entusiasmo la obra de Jesús. El pueblo los apoya y previene que se cometan desmanes contra ellos.

En el evangelio de Juan, el paso de las tinieblas a la luz simboliza la opción ética que debe tomar cada ser humano frente a la realidad del mundo. El pecado de no creer en Jesús consiste en esto, precisamente: en mantenerse deliberadamente del lado de la oscuridad; en no optar por la verdad y por la luz; en no tomar la opción por el Dios de la vida como una decisión categórica y definitiva.

La obra de Dios en el mundo es principalmente el amor. Por esto, entrega a su Hijo para que él dé vida en abundancia a todos los seres humanos. En la medida en que los seres humanos acogen la vida divina, sus obras se iluminan por la verdad. La defensa incondicional de todos los seres humanos, principalmente de los excluidos y marginados, se convierte en la obra de Dios en el mundo. De este modo, la vida alcanza a todos los seres humanos y los ilumina con la luz de la esperanza.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


8. CLARETIANOS 2002

La fe mueve montañas. Y el amor supera todos los obstáculos. Hasta los barrotes de una cárcel. Los apóstoles se han dejado seducir por el amor de Dios en Cristo resucitado y ya no hay nada ni nadie que los pare.

Para el cristiano invadido de resurrección no hay barrotes que impidan escapar al amor y repartirse entre los demás, incluso dentro de la misma cárcel. Con certeza será el ejemplo de muchos cristianos perseguidos e incluso encarcelados en distintas latitudes del planeta.

Pensando en ellos me viene a la mente esa frase a propósito de los problemas para creer: "Para el que ama, mil objeciones no llegan a formar una duda. Para el que no ama, mil pruebas no llegan a constituir una evidencia". Creo que lleva dentro mucha verdad. A quien ama no le importa el grosor de los barrotes que le pongan delante. Y es que en cuestiones de amor desmedido tenemos un buen modelo: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único" . En esa frase se condensa toda la obra salvífica de Dios. Y tras ella se encuentra un único objetivo: "que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna". Si el sentirnos mirados con amor por otro nos alegra, nos abre, nos esponja, nos hace felices, ¿qué podremos decir si ese otro es Dios? A mí hoy se me ocurre cantar con el poeta: "Evangelio es romper cadenas / es abrir sepulcros./ No le busquéis muerto que está entre los vivos."

Vuestro amigo.

Carlos M. Oliveras, cmf (carlosoliveras@hotmail.com)


9. CLARETIANOS 2003

Reconozco que a veces estoy un poco obsesionado con la increencia de la que los sociólogos levantan acta en el ambiente en el que vivo. Y yo mismo la percibo en los criterios que se manejan en los medios de comunicación social, en conversaciones con algunos conocidos, en la manera como se conducen -al menos externamente- muchas de las personas que crean opinión.

¿Será verdad que Dios “no dice nada”? ¿Será verdad que su Palabra ha perdido crédito y ya no sirve para iluminar y dar esperanza? Esto es lo que solemos decir, pero no acabo de estar convencido, porque no es fácil describir la lucha interna que se da en el interior de cada uno de nosotros. A veces, tras la increencia verbal, se agazapa una profunda y agónica inquietud religiosa. En otras ocasiones, tras la apariencia de religiosidad, sólo hay costumbre y rutina.

¿A través de qué signos podemos entender que tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo? ¿Cómo experimentar este amor incondicional, inefable, en medio de nuestras pobres experiencias de cada día? No se trata de una experiencia reservada a una élite, porque, de hecho, quienes más profundamente perciben este misterio son, de ordinario, las personas sencillas.

Si hay tantos que dicen no percibir este amor, ¿no será prueba de que estamos viviendo una cultura de la autoafirmación, del orgullo? ¿Cómo es posible que seamos sensibles a tantas cosas menores y hayamos perdido sensibilidad para percibir lo único que realmente merece la pena?

Todas estas preguntas me las hago a mí mismo para caer en la cuenta de que estoy despierto y de que todavía puedo estremecerme ante la revelación de Jesús: Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


10. 2002

COMENTARIO 1

16-18 Porque así demostró Dios su amor al mundo, llegando a dar a su Hijo único, para que todo el que le presta su adhesión tenga vida definitiva y ninguno perezca. Porque no envió Dios el Hijo al mundo para que dé sentencia contra el mundo, sino para que el mundo por él se salve. E1 que le presta adhesión no está sujeto a sentencia: el que se niega a pres­társela ya tiene la sentencia, por su negativa a prestarle ad­hesión en su calidad de Hijo único de Dios.

La razón de todo esto es el amor de Dios por la humanidad. Subraya el texto hasta dónde ha llegado ese amor: Dios no se ha reservado para sí a su Hijo único, sino que lo ha dado para que todo ser humano tenga plenitud de vida.

De hecho, la denominación "el Hijo único" alude a la historia de Abrahán, que llegó a exponer a la muerte a su hijo único o amado, Isaac (Gn 22,2). También Dios, por amor a la humanidad, expone al peligro de muerte a su Hijo único, para que todo ser humano tenga plenitud de vida.

La única condición para ello es la adhesión al Hijo, que significa la adhesión a todo lo más noble de la condición humana. Dios no quiere que los hombres perezcan, es decir, que acaben en la muerte, porque en él no hay nada negativo. De hecho, Dios no se acerca al mundo en su Hijo para condenar al mundo; no es un Dios airado contra el género humano: es puro amor, pretende sólo salvar mediante el Hijo, es decir, comunicar a los hombres plenitud de vida hasta superar la muerte.

En consecuencia, no hay juicio por parte de Dios; él no juzga. Es el hombre mismo el que, por su opción, determina su suerte. Quien opta por la vida, que Dios ofrece en Jesús, tendrá vida; quien rechaza la vida, firma su propia sentencia.

Dar la adhesión a Jesús como a Hijo único o amado de Dios (cf. Gn 22.2) equivale a creer en las posibilidades del hombre, viendo el horizonte que el amor de Dios abre al género humano. Significa aspirar a la plenitud que aparece en Jesús y ha sido hecha posible por él, modelo de los hijos de Dios que nacen por su medio.



19-21 Ahora bien, ésta es la sentencia: que la luz ha venido al mundo y los hombres han preferido las tinieblas a la luz, porque su modo de obrar era perverso. Todo el que obra con bajeza, odia la luz y no se acerca a la luz, para que no se le eche en cara su modo de obrar. En cambio, el que practica la lealtad se acerca a la luz, y así se mani­fiesta su modo de obrar, realizado en unión con Dios.

La Ley era norma de conducta. Ahora lo es el Hijo del hombre levantado en alto, el que expresa el amor hasta el fin. Él es la luz que penetra en la tiniebla y distingue actitudes. Su figura descubre la opción pro­funda del hombre; éste puede aceptar la luz-vida o rechazarla.

El evangelista ha afirmado antes que el que rechaza dar la adhesión al Hijo pronuncia su propia sentencia. Ahora lo explica: el que opta contra la vida-amor elige la muerte. La razón de la opción mala es que su modo de obrar era perverso; es el modo de obrar de los opresores y explotadores, de los causantes de muerte, de los que prefieren la tiniebla, que les proporciona justificaciones ideológicas a su manera de proceder; odian la luz, porque no pueden soportar su de­nuncia (1,5; 11,53; 12,10; 19,15). No son doctrinas las que separan de Dios, sino conductas (su modo de obrar).

En el polo opuesto se encuentra el que practica la lealtad, es decir, aquel cuya conducta está inspirada por el amor; éste se acerca a Jesús, en quien ve el modelo de su modo de obrar; no teme a la luz, porque no tiene nada de qué avergonzarse; aunque no lo supiera, su modo de obrar estaba apoyado por Dios.


COMENTARIO 2

La Palabra de Dios no se deja encadenar; esta frase podría sintetizar el contenido de la lectura del libro de los Hechos que acabamos de hacer. Al sumo sacerdote judío y a los de su partido, el de los saduceos, se atribuye la determinación de encarcelar a los apóstoles de Jesús que predican su resurrección. Se trataba de las mismas razones de estado que los llevaron a condenar al Maestro: debían mantener inalterado el orden querido por los dominadores romanos. Nada de agitaciones populares ni de movimientos peligrosos. Los sacerdotes del partido saduceo debían dar cuenta de ello.

Se trataba de un movimiento aristocrático que convocaba a los jefes de las familias más ricas de Jerusalén y a los funcionarios más poderosos del Templo. Ellos representaban los intereses de la antigua dinastía de los asmoneos, a la cual los romanos reconocían el poder religioso, reservándose la suprema autoridad política y civil. Los saduceos se mostraban ideológicamente conservadores, partidarios de una religión arcaica y excesivamente patriarcal. No reconocían más autoridad que la de la Toráh (nuestro Pentateuco), negando el carácter inspirado de los demás libros y cualquier validez a la tradición oral, que sus contrincantes, los fariseos, privilegiaban grandemente. Su doctrina de la retribución era por tanto “materialista”: Dios premiaba al justo con larga vida, cuantiosas riquezas, numerosa descendencia, prestigio y honor entre sus iguales. En cambio el castigo del pecador era la enfermedad y la muerte temprana, la pobreza y la esterilidad. No había lugar para la esperanza en un más allá donde Dios pudiera realizar su misericordia y su justicia, por tanto no creían ni en los espíritus, los ángeles, ni mucho menos en la resurrección. Se trataba entonces de una religiosidad aristocrática, lejos de las necesidades del pueblo sencillo. Habían pactado con los romanos con tal de mantener los privilegios de poder y dinero que les aseguraba la posesión del Templo, y no querían ni propiciar ni tolerar lo que les parecían aventuras de exaltados, como los apóstoles.

Pero, como hemos dicho, la Palabra de Dios no se deja encadenar. El libro de los Hechos nos presentará escenas similares a ésta: los apóstoles, Pedro o Pablo cuando es el caso, son liberados de las cárceles a las que son arrojados, los ángeles desatan sus cadenas, hacen caer los grillos, abren las puertas selladas y deslumbran a los guardias. Resultan después predicando libremente el evangelio, allí donde se les quería impedir hacerlo. Los primeros cristianos estaban convencidos de que era imposible encadenar la voz de los misioneros, que la Palabra de Dios traspasaba los muros más gruesos de las cárceles.

Así ha sido durante estos 20 siglos de existencia cristiana: ni los más represivos sistemas han podido impedir la difusión de la Buena Noticia de Cristo resucitado. Ni los propios pecados de la iglesia, ni los crímenes de los que se llaman cristianos han logrado callar la verdad del evangelio.

Las palabras de Jesús en el evangelio de san Juan hacen parte de la conversación con Nicodemo que ayer comenzamos a leer. Fue una conversación nocturna, seguramente a la luz de una pequeña lámpara. Fue también una conversación secreta porque Nicodemo había ido a hablar con Jesús evitando ser visto por sus colegas del Sanedrín y del partido de los fariseos. Jesús le hace ver su cobardía: ha preferido, como tantas veces preferimos los seres humanos, las tinieblas a la luz. La luz potente del evangelio que trae Jesús a nuestro mundo. Porque nuestras obras malas no resisten ningún examen, por eso las tenemos que hacer a escondidas, tenemos que disimularlas y maquillarlas, si las exponemos a la luz demostrarán nuestra maldad, nuestra codicia y crueldad. Quien hace el bien lo hace libremente, abiertamente, a la luz del mundo, porque no tiene nada de que avergonzarse.

Todo es cuestión de amor, le ha dicho antes Jesús a Nicodemo: el amor de Dios manifestado en el envío de su Hijo único al mundo, no para condenar sino para salvar, para dar vida eterna, salvación. Es un correctivo a la imagen que muchos tienen de Dios, un Dios como el que han descrito los filósofos y los psicoanalistas ateos: la proyección de nuestros temores y remordimientos, de nuestros complejos de culpa por esas acciones ocultas de codicia y crueldad que tanto nos avergüenzan. Un Dios celoso y cruel que toma los rasgos de las figuras tiránicas de nuestra existencia: el padre irresponsable, el guardián insobornable, el juez inflexible, el jefe o el superior opresivo y tiránico. Pero nada de eso es el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, El es amor, como dijo lapidariamente el mismo san Juan (1Jn 4, 8). Amor que salva y que libera, que devuelve la dignidad a los ofendidos y humillados de este mundo. Amor luminoso que revela la vergüenza del pecado y la gloria y la belleza de la virtud.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


11. DOMINICOS 2003

¿Vergüenza de ser amados?

Somos muchos los Nicodemos que andamos por el mundo un tanto sorprendidos. Como si nos diera vergüenza de que Dios nos ame tanto. Si se nos ocurre decir a un niño que a Dios le gustó mucho venir hasta nosotros, porque nos amaba muchísimo, es posible que algún listo nos amoneste: ¡Cuidado. No te pases. No presumas!

Pues no hacemos fábulas al afirmar, leer y entender así el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios: vino a nosotros porque nos amaba. Otros motivos podrían añadirse, pero el único que realmente vale ante el Corazón de Dios es que nos ama, nos quiere, nos busca, nos acompaña, nos salva.

En ese caso, en vez de ponernos colorados cuando hablamos del amor de Dios a nuestras personas, deberíamos avergonzarnos de no corresponderle con la misma moneda. Él vino y viene a nosotros, se hace hombre, para elevarnos a nosotros a la condición de hijos de Dios, y, a partir de esa gracia, nuestra más bella decisión es dejarnos conducir por Él  hacia la perfección de vida en el amor.

Seamos, pues, espiritualmente hijos, amigos, agraciados de Dios. Demos la mano a quien nos la pide, y démosela con el gozo de hacerle feliz. Compartamos con él nuestro talento, ingenio, alegría y dolor, porque confiamos en él. Hagámonos solidarios con él en justicia, trabajo, cultura, porque él es algo nuestro. Celebremos con él sus éxitos, gozos, y tribulaciones, porque así tendremos paz interior...

En esa actitud de hijos en el amor, compartimos hoy la palabra y la mesa eucarística yendo con los apóstoles desde la cárcel al templo para dar testimonio de la verdad y de su fe, y escuchamos la lección de Jesús a Nicodemo: “Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenarlo sino para que todo el mundo se salve por Él”.

Nos acompaña en la Mesa Eucarística san Pío V (1504-1572), dominico, impulsor de la reforma de la Iglesia a partir del concilio de Trento, defensor de la fe, de la justicia, de la piedad cristiana, y promotor del Rosario.

 

ORACIÓN:

¡Oh Dios mío, déjame decirte que soy feliz porque tu rostro de padre y amigo me acompaña en cada jornada!

¡Gracias por el don de la fe que, sin negarme nada humano y honesto, me inunda con luz divina y me eleva a tu hogar espiritual!

Infunde ese mismo amor, confianza, fe, esperanza, en el corazón de todos los redimidos, allí donde se encuentren y sea cual fuere la suerte que a cada cual le haya cabido de oír hablar de Ti en lenguajes que sólo Tú entiendes bien. Amén.

 

Palabra y Gestos

Hechos de los apóstoles  5, 17-26:

“En aquellos días, el sumo sacerdote y los de su partido –saduceos-  mandaron prender a los apóstoles y meterlos en la cárcel común, y así  lo hicieron.

Pero por la noche un ángel del Señor les abrió las puertas y los sacó fuera, diciéndoles: Id al templo y explicadle allí al pueblo este modo de vida. Al amanecer, ellos entraron en el templo y se pusieron a enseñar... El comisario salió con los guardias y se los trajo de nuevo a la cárcel, sin emplear la fuerza, por miedo a que el pueblo reaccionara apedreándolos”.

La conciencia de ser testigos de la vida, obra, muerte y resurrección del Señor no permitía a los apóstoles arredrarse ante las dificultades, y, en cuanto se sintieron libres de cadenas, volvieron al templo a proclamar la verdad. ¿Fue prudente o fue imprudente actuar de ese modo? Hay aparentes imprudencias que son mociones del Espíritu.

Evangelio según san Juan 3, 16-21:

“Continuando su conversación, Jesús dijo a Nicodemo: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Dios no mandó a  su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El cree en él no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras son malas...”

Esta reflexión de Jesús es una lección de teología: sobre los motivos de la encarnación del Hijo de Dios, sobre nuestra disponibilidad al don de la fe, y sobre las consecuencias de la infidelidad a la gracia. Cada frase da tema para una meditación y revisión de vida. Debemos aprovecharla.

 

Momento de reflexión

Detalles de Dios, audacia de hombres.

Situémonos en el inicio de la historia de la Iglesia, comunidad de creyentes que camina en la fe, esperanza y amor, siguiendo las huellas de Cristo. Dadas las condiciones adversas en que se organiza y desarrolla, no es de maravillar que la mano de Dios se hiciera especialmente presente con atenciones y delicadezas.  Una comunidad incipiente está como necesitada de signos que la impulsen por caminos de fidelidad.

Hoy es una palabra de ángel la que anima a los apóstoles a ser audaces y correr riesgos : salid de la cárcel, acudid al templo y exponed allí los motivos y el estilo de vuestro vivir en la fe y compromiso con Cristo, mostraos en la nueva luz. Si os devuelven a la cárcel, no importa; lo importante es dar testimonio de que el mensaje de Jesús está vivo, palpitante, e invita a la conversión.

Luz de luz: Jesús, Hijo de Dios, vino a salvarnos.

El Hijo de Dios no vino ‘a juzgarnos y condenarnos sino a salvarnos’. A veces acentuamos tanto las actitudes negativas de los hombres ante el mensaje salvífico de Cristo, y subrayamos tanto en nuestra predicación el temor a la condenación eterna, que casi anteponemos ‘pecado y condenación’ a  ‘amor y salvación’.

No es bueno poner las dos líneas en paralelo. Que triunfe la gracia y salvación. Y no es bueno hablar de dos caminos,  de vida y de muerte, como si en el Evangelio de Jesús ambos tuvieran la misma importancia y prioridad. En modo alguno.

El Hijo de Dios vino al mundo “para salvarnos”, y “ofreció la salvación a todos”, y “entregó su vida por todos”. Eso quiere decir que lo propio, lo directo, lo buscado, lo propuesto, fue “la salvación para todos”, y que lo excepcional, lo que contrasta con la vocación universal a la salvación, es su repulsa, el obstinamiento en renunciar a Dios y a su gracia.    

Demos gracias al Señor que nos ha ofrecido en textos evangélicos como el de hoy, el sentido directo de la encarnación, evangelización, pasión y muerte de Cristo: llevarnos a su gloria, que es nuestra gloria.


12.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Te daré gracias entre las naciones, Señor; contaré tu fama a mis hermanos. Aleluya» (Sal 17,50; 12.23).

Colecta (compuesta con textos del Gelasiano): «Al revivir nuevamente este año el misterio pascual, en el que la humanidad recobra la dignidad perdida y adquiere la esperanza de la resurrección futura, te pedimos, Señor de clemencia, que el misterio celebrado en la fe se actualice siempre en el amor».

Ofertorio: «Oh Dios, que por el admirable trueque de este sacrificio nos haces partícipes de tu divinidad; concédenos que nuestra vida sea manifestación y testimonio de esta verdad que conocemos».

Comunión: «Dice el Señor: “Yo os he escogido sacándoos del mundo y os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto dure”. Aleluya» (cf. Jn 15, 16.19).

Postcomunión: «Ven,  Señor en ayuda de tu pueblo y, ya que nos has iniciado en los misterios de tu reino, haz que abandonemos nuestra antigua vida de pecado y vivamos, ya desde ahora, la novedad de la vida eterna».

Hechos  5,17-26: Los hombres que metisteis en la cárcel están ahí en el Templo y siguen enseñando al pueblo. Por segunda vez son detenidos los apóstoles, pero se ven libres de la prisión de modo milagroso. Los apóstoles son fieles al mandato de Jesucristo de predicar la buena nueva, aunque los persigan y encarcelen. La Palabra de Dios triunfa siempre. En los Apóstoles triunfa Cristo, que los llena de su fortaleza. Siempre ha sido así.

Oigamos a San Juan Crisóstomo:

«Muchas son las olas que nos ponen en peligro y una gran tempestad nos amenaza; sin embargo, no tememos ser sumergidos, porque permanecemos de pie sobre la roca. Aun cuando el mar se desate, no romperá esta roca; aunque se levanten las olas nada podrán contra la barca de Jesús. Decidme, ¿qué podemos temer? ¿La muerte? Para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia. ¿El destierro? Del Señor es la tierra y cuanto la llena. ¿La confiscación de los bienes? Nada trajimos al mundo, de modo que nada podemos llevarnos de él. Yo me río de todo lo que es temible en este mundo y de sus bienes. No temo la muerte ni envidio las riquezas. No tengo deseos de vivir si no es para vuestro bien espiritual. Por eso os hablo de lo que ahora sucede, exhortando vuestra caridad a la confianza» (Homilía antes del exilio 1-3).

–Todas las aflicciones del hombre son pequeñas muertes. Pero la muerte ha sido vencida, por eso el Apóstol puede clamar con esperanza, lleno de fortaleza, desde lo más profundo de su contradicción, de su dolor, de su propia miseria. Lo decimos con el Salmo 33: «Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor, ensalcemos juntos su nombre. Yo consulté al Señor y me respondió, me libró de todas mis ansias. Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo salva de sus angustias. El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege. Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a Él».

Juan 3, 16-21: Dios mandó su Hijo al mundo para que el mundo se salve por Él. La fe en Cristo Jesús supone aceptarlo como el único Salvador; vivir en la Luz, es decir, en la práctica de las obras buenas, hechas según el mandato del Señor. Esto tiene como consecuencia la salvación, que es iluminación y manifestación de que las obras están hechas según Dios. Lo contrario es no creer, es la condenación, es no tener a Cristo como Salvador. Comenta San Agustín:

«Amaron las tinieblas más que la luz... Muchos hay que aman sus pecados y muchos también que los confiesan. Quien confiesa y se acusa de sus pecados hace las paces con Dios. Dios reprueba tus pecados... Deshaz lo que hiciste para que Dios salve lo que hizo. Es preciso que aborrezcas tu obra y que ames en ti la obra de Dios. Cuando empiezas a desterrar lo que hiciste, entonces empiezan tus obras buenas, porque repruebas las tuyas malas. El principio de las obras buenas es la confesión de  las malas. Practicas la verdad y vienes a la luz. ¿Qué es practicar la verdad? No halagarte, ni acariciarte, ni adularte tú a ti mismo, ni decir que eres justo, cuando eres inicuo. Así es como tú empiezas a practicar la verdad, así es como vienes a la Luz» (Tratado 12 sobre el Evangelio de San Juan 13).


13. DOMINICOS 2004

Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo

Por mi nombre, dice el Señor, os perseguirán y condenarán.

Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenarlo.

Apóstoles, id al templo y explicad vuestro modo de vida.

Hoy compartimos con los apóstoles y discípulos de Jesús una experiencia de acción de gracias. Dios, sacándolos de la cárcel providencialmente, los envía al templo para que den testimonio de la verdad, de su fe, de su entrega y servicio a la novedad del Reino.

Quien es fiel seguidor del Maestro y conocedor de su sabiduría humana y divina, no puede ocultar la luz de su fe. Tanto en la sencillez de vida como en su oración tiene que mostrar su fe con júbilo, pues allá da sentido a toda su existencia.

Esa luz de la fe es la verdad de Cristo, Hijo de Dios. Él vino al mundo, pero no fue enviado para condenarlo sino para salvarlo.

Este es un principio sumamente luminoso a partir del cual hemos de entender la historia de salvación y el sentido final de nuestra vida.


La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Hechos de los apóstoles 5, 27-33:
“En aquellos días el sumo sacerdote y los de su partido –los saduceos- mandaron prender a los apóstoles y meterlos en la cárcel común. Y así lo hicieron.

Pero por la noche un ángel del Señor les abrió las puertas de la cárcel y los sacó fuera, diciéndoles: Id al templo y explicad allí al pueblo este modo de vida.

Al amanecer, ellos entraron en el templo y se pusieron a enseñar... El comisario salió con los guardias y se los trajo de nuevo a la cárcel, sin emplear la fuerza, por miedo a que el pueblo los apedrease”

Evangelio según san Juan 3, 31-36:
“Continuando su conversación con Nicodemo, Jesús le dijo: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.

Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

Quien cree en el Hijo no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras son malas...”


Reflexión para este día
Al iniciarse la historia de la Iglesia --comunidad de creyentes que camina en la fe, esperanza y amor, tras las huellas de Cristo-- la mano de Dios se hizo especialmente presente con atenciones y delicadezas. Incluso los hombres comprendemos que una comunidad todavía tierna está necesitada de signos que la impulsen a ser fiel.

Hoy el impulso se lo dan a los apóstoles un ángel, unas cadenas rotas, una invitación a ser audaces y a predicar valores nuevos en la vida: paz, amor, filiación, esperanza...

Poniendo ante nuestros ojos a aquéllos que son testigos, celebremos la actitud positiva de cuantos, en medio de las dificultades, han asumido y asumen como misión predicar el amor, poder y gracia salvadora de Cristo, transmitiendo su mensaje a los hombres, mensaje que no es tanto de temor (por el pecado) como de gozo (por la misericordia).

No es bueno hablar de dos caminos en el Evangelio, el de la vida y el de la muerte, como si para Jesús ambos aspectos tuvieran la misma importancia. El Hijo de Dios vino al mundo “para salvarnos”, y “ofreció la salvación a todos”, y “entregó su vida por todos”. Eso quiere decir que lo propio, lo directo, lo buscado, es “la salvación para todos”, y que lo excepcional, lo que contrasta con la vocación universal a la salvación, es su repulsa, el obstinamiento en renunciar a Dios y a su gracia.


14. CLARETIANOS 2004

NO PARA CONDENAR, SINO PARA SALVAR

La larga conversación con Nicodemo permite a Jesús mostrar también qué pretensiones guarda Dios en su infinito cerebro. Él, positivamente, quiere salvar al hombre, a todo hombre. Pretende solamente eso, nada más que eso. Por ello ha maquetado la vida como historia de salvación, no de condenación. Para conseguirlo hace lo absolutamente imprevisible, lo escandaloso, lo impensable... ¡entrega -y pierde- nada menos que a su Hijo! ¡Cómo es Dios! ¡Ama en serio,... hasta que se le rompe el alma! Como alguien afirmaba: “Si no existiera un Dios así, habría que inventarlo”.

Nosotros, sin embargo.. ¡condenamos! Se ha dicho que la mayoría de los creyentes somos propensos a una neurosis típica, la del divorcio entre fe y vida. Decimos creer en un Dios que salva, pero nos especializamos en el viperino arte de juzgar y condenar. Nuestra historia personal y común así lo certifica. Conseguimos con ello algunas rastreras cotas de poder porque “para hacer el mal cualquiera es poderoso” (Fray Luis de León).

La acogida de esta página evangélica debería provocar una decidida toma de conciencia: Dios no condena. Somos nosotros los que lo hacemos. Por tanto, al menos no invoquemos jamás el nombre de Dios sobre nuestras venganzas, enredos, acusaciones y condenas. El jamás aplastó con su dedo acusador. Su oficio es perdonar. No quiere que nadie perezca. La condena no es obra de sus manos.

Porque nos sentimos hijos de un Dios así, se nos impone el tenaz aprendizaje de las reglas del perdón. La manera de proceder de Dios descalifica y anula todo comportamiento que no la secunde. De ahí que debamos tender a:

Evitar los prejuicios , que son juicios previos, sin base, estrechos, casi siempre automáticos, precipitados, cargados de envidia y, por todo ello, muy poco certeros. Cuando se eliminan los prejuicios se mejoran sustancialmente las relaciones. Para no juzgar se precisa limpieza de ojos a fin de mirar y ver sin deformar.

No dividir a los hombres en buenos y malos . Hacerlo nos convierte en inquisidores. Pretendemos con ello salvar a unos pocos,- nosotros mismos entre ellos- y condenar a otros muchos. El “malo”, a menudo mi enemigo, es sólo una persona equivocada. Para vencer a un enemigo, basta con convertirlo en amigo.

Conocer al otro en su verdad . El otro no es una repetición del yo. Es otro, distinto. Para conocerlo hay que hacer el “santo viaje” a su interior. Ya decía Goethe que “no conocemos a los hombres cuando vienen a vernos: tenemos que visitarlos a ellos para averiguar cómo son”. Es imposible la alteridad sin el éxodo del propio yo.

Tratarlo con la misma medida que me aplico a mí mismo. Somos capaces de justificarlo todo lo nuestro, absolutamente todo. ¡Usemos también ese mismo procedimiento con los demás!

Vuestro hermano en la fe,

Juan Carlos Martos (martoscmf@claret.org)


15.

Comentario: Rev. D. Manel Valls i Serra (Barcelona, España)

«Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna»

Hoy, el Evangelio nos vuelve a invitar a recorrer el camino del apóstol Tomás, que va de la duda a la fe. Nosotros, como Tomás, nos presentamos ante el Señor con nuestras dudas, pero Él viene igualmente a buscarnos: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).

La mañana del día de Pascua, en la primera aparición, Tomás no estaba. «Pasados ocho días», no obstante su rechazo a creer, Tomás se une a los otros discípulos. La indicación está clara: lejos de la comunidad no se conserva la fe. Lejos de los hermanos, la fe no crece, no madura. En la Eucaristía de cada domingo reconocemos su Presencia. Si Tomás muestra la honestidad de su duda es porque el Señor no le concedió inicialmente lo que sí tuvo María Magdalena: no sólo escuchar y ver al Señor, sino tocarlo con sus propias manos. Cristo viene a nuestro encuentro, sobre todo, cuando nos reencontramos con los hermanos y cuando con ellos celebramos la fracción del Pan, es decir, la Eucaristía. Entonces nos invita a “meter la mano en su costado”, es decir, a penetrar en el misterio insondable de su vida.

El paso de la incredulidad a la fe tiene sus etapas. Nuestra conversión a Jesucristo —el paso de la oscuridad a la luz— es un proceso personal, pero necesitamos de la comunidad. En los pasados días de Semana Santa, todos nos sentimos urgidos a seguir a Jesús en su camino hacia la Cruz. Ahora, en pleno tiempo pascual, la Iglesia nos invita a entrar con Él a la vida nueva, con obras hechas según la luz de Dios (cf. Jn 3,21).

También nosotros hemos de sentir hoy personalmente la invitación de Jesús a Tomás: «No seas incrédulo, sino fiel» (Jn 3,21). Nos va la vida en ello, ya que «el que cree en Él, no es juzgado» (Jn 3,18), sino que va a la luz.


16. Comentarios Misal Meditación

Tanto amó que se entregó

Lectura
El evangelista toma la palabra para decirnos que el proyecto de Dios no es de condenación, ni de juicio, sino de vida eterna y salvación. El juicio se concreta en la adhesión a Cristo, la luz que vino al mundo, y en el rechazo de la tiniebla, de las obras malas. Escuchamos la motivación y la finalidad del don o del envío por Dios del Hijo único. La motivación es el amor («tanto amó Dios al mundo»), y la finalidad: «para que tengan vida eterna», «para que el mundo se salve por Él».

Meditación
San Juan nos presenta la amplitud universal del proyecto de Dios. Se muestra de manera inmediata a Dios en el origen de movimiento de la salvación, en virtud de su amor incomparable. En el corazón de la misión de Jesús se encuentra a Dios que ama al mundo. San Juan nos presenta a Dios como realidad fundadora, absoluta. El amor precede a todo. El Dios que ama tiene exclusivamente como designio la salvación y la vida.

El mundo tiene necesidad de ser salvado. El don del Hijo incluye toda su trayectoria en este mundo: su bajada, su ministerio en obras y palabras, su ascensión, su presencia continuada por el Espíritu. Toda la vida de Jesús es un don del Padre. La finalidad de este don es la vida eterna de los creyentes y la salvación del mundo. La vida o la muerte dependen de la fe en Cristo.

El creyente no es juzgado, mientras que el incrédulo está ya juzgado por no haber dado fe al Nombre del Hijo único de Dios. El juicio es una realidad dramática que recae sobre el hecho de que los hombres dan preferencia a las tinieblas sobre la luz. Esto es así porque las obras de los hombres son malas y aborrecen la luz por miedo a que ésta manifieste sus obras tal como son. Rechazar a Jesús es realizar el mal y odiar la luz. Creer en Él es hacer la verdad, «venir a la luz».

Oración
Según san Agustín, «el que medita día y noche la Palabra del Señor, es como si rumiase y encontrase deleite en el sabor de esa Palabra divina dentro del que podría llamarse ´paladar del corazón`».

Actuar
Quiero acercarme a la luz, que es Cristo, y que todas mis obras estén hechas según Dios.


17. Dios mandó a su Hijo para salvar al mundo

Fuente: Catholic.net
Autor: Ignacio Sarre

Reflexión

La oscuridad nos inquieta. La luz, en cambio, nos da seguridad. En la oscuridad no sabemos dónde estamos. En la luz podemos encontrar un camino. En pocas líneas, el Evangelio nos presenta los dos grandes misterios de nuestra historia. Por un lado, “tanto amó Dios al mundo”. Sin que lo mereciéramos, nos entregó lo más amado. Aún más, se entregó a sí mismo para darnos la vida. Cristo vino al mundo para iluminar nuestra existencia. Y en contraste, “vino la luz al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz”. No acabamos de darnos cuenta de lo que significa este amor de Dios, inmenso, gratuito, desinteresado, un amor hasta el extremo.

El infinito amor de Dios se encuentra con el drama de nuestra libertad que a veces elige el mal, la oscuridad, aún a pesar de desear ardientemente estar en la luz. Pero precisamente, Cristo no ha venido para condenar sino para salvarnos. Viene a ser luz en un mundo entenebrecido por el pecado, quiere dar sentido a nuestro caminar.

Obrar en la verdad es la mejor manera de vivir en la luz. Y obrar en la verdad es vivir en el amor. Dejarnos penetrar por el amor de Dios “que entregó a su Hijo unigénito”, y buscar corresponderle con nuestra entrega.


18.

Reflexión

San Pablo en su carta a los Romanos no sale del asombro en cuanto al desmedido amor de Dios, pues dice: “Por un hombre bueno alguien estaría dispuesto a dar su vida, pero Dios probó que nos ama, dando a su Hijo por nosotros que somos malos”. ¿Quién puede entender un amor como este, un amor que no reclama sino que se goza en dar, y en dar incluso lo que más ama? Esta es la locura del amor de Dios: amarnos a nosotros, pobres pecadores. Pero si esto es asombroso lo es más el hecho de que no sólo nos amó y se entregó por nosotros, sino que junto con esto nos regalo el poder ser “hijos de Dios”, nos dio la vida y la Vida en Abundancia. Es triste que haya todavía quien no acepta este regalo y que sigue creyendo en el Dios vengativo y castigador. Jesús, murió y resucitó para que no sigamos viviendo en el temor. Su resurrección nos abrió las puertas a la alegría y al gozo, a la confianza infinita en el amor y el perdón del Padre que nos ha amado, nos ama y no dejará jamás de amarnos. Y lo mejor es que no puede hacer otra cosa que amarnos de manera infinita. Te invito a hacerte consciente del gran amor de Dios en tu vida.

Que la resurrección de Cristo, llene de amor tu corazón.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


19. 2004

LECTURAS: HECH 5, 17-26; SAL 33; JN 3, 16-21

Hech. 5, 17-26. ¿Hasta dónde hemos permitido que sea Dios quien actúe por medio nuestro? Si nuestra fe en el Señor no es sincera podremos trabajar arduamente por el Evangelio, pero al margen del Señor, más que buscando su gloria buscando la nuestra. Dios es quien nos ha escogido y nos ha liberado de todas nuestras esclavitudes y nos ha enviado a dar testimonio ante los demás de la propia experiencia que hemos tenido de lo misericordioso que ha sido el Señor para con nosotros. Obedezcamos al Señor y demos testimonio de Él. Ciertamente en ese testimonio encontraremos muchas dificultades provocadas, especialmente, por quienes viven atados a la maldad, a la injusticia, a tradiciones que pareciera que de ellas dependiera la salvación. Dios nos pide ser valientes en el testimonio de la vida nueva que nos ha concedido en Jesús, su Hijo y Señor nuestro. Vivamos con lealtad nuestra fe y nuestro compromiso con el Señor y con su Evangelio de salvación.

Sal. 33. Dios está cerca de aquellos que le temen y en su bondad confían; los libra de la mano de sus enemigos. Hagamos la prueba y veremos qué bueno es el Señor. Sintiéndonos amados y protegidos por Dios, vivamos con fidelidad en su presencia, de tal forma que toda nuestra vida se convierta en una continua alabanza de su santo Nombre. Él jamás abandonará a los suyos, pues es nuestro Dios y Padre. Él sabe que somos frágiles e inclinados a la maldad desde muy temprana edad; por eso envió a nuestros corazones su Espíritu Santo, para que nos fortalezca y desde nosotros dé testimonio de la Verdad, del Amor y de la rectitud que se espera de quienes ya no se dejan guiar por los propios caprichos y pasiones, sino por Aquel que habita en nuestros corazones como en un templo.

Jn. 3, 16-21. La Palabra estaba junto a Dios. Todo fue hecho por Ella y sin Ella no se hizo nada de cuanto llegó a existir. Por eso quien quiera tener vida, y vida en abundancia, y vida eterna, debe aceptar al Enviado del Padre, pues no hay otro camino que nos conduzca a la Vida en Dios. La Palabra era la luz verdadera, que con su venida al mundo ilumina a todo hombre. Pero muchos, por querer permanecer y caminar en el pecado, rechazaron la luz y con ello rechazaron la oportunidad que Dios les daba de salvarse. Nosotros no fuimos llamados a la vida en este mundo para encaminarnos hacia nuestra perdición eterna. Ciertamente nadie puede presumir de ser justo ante Dios, pues todos somos pecadores. Pero el amor que Dios nos tiene se ha manifestado en esto: en que siendo pecadores nos envió a su propio Hijo para perdonarnos y para hacernos hijos suyos. Ojalá y escuchemos hoy la voz del Señor y no endurezcamos nuestro corazón ante la oportunidad que Él nos da.

Dios, en la Eucaristía, nos da su misma Vida para que ya no vayamos tras las obras del pecado y de la muerte, sino para que, renovados en Cristo y revestidos de Él, podamos convertirnos en signos auténticos de reconciliación y de vida para todos los pueblos. El Señor nos reúne, sin distinción de razas, culturas o condiciones sociales, en torno suyo y nos sienta a su Mesa. Él quiere que por nuestra unión a Él iluminemos con la verdad, con el amor, con la justicia, con la rectitud, la vida de un mundo que se encuentra deteriorado por muchos males provocados por el egoísmo del hombre. Tanto amó Dios al mundo que ahora hace que su Iglesia entre en una auténtica Alianza con el Señor Jesús, de tal forma que pueda enviarla para salvar al mundo. Esa salvación no será fruto de nuestro esfuerzo, pues es un don gratuito que Dios nos ha concedido ya por medio de su Hijos Jesús. Pero esa salvación Dios, en su bondad para con todos los hombres de todos los tiempos y lugares, ha querido que llegue por medio de su Iglesia. Vivamos, pues, nuestra comunión de vida con Cristo para que podamos cumplir la Misión que Él nos ha confiado.

El Señor no nos quiere sólo en torno suyo; Él quiere que salgamos de nuestro enclaustramiento y vayamos a dar testimonio de Él ante todos los pueblos. Es cierto que tal vez muchos tratarán de silenciarnos, pero el Señor nos dice: en el mundo tendrán tribulaciones, pero ¡Ánimo, no tenga miedo! Yo he vencido al mundo. Seamos ocasión de luz y de vida para nuestro prójimo y no ocasión de oscuridad, de tropiezo o de muerte para ellos. Aprendamos a abrir las prisiones de quienes viven atrapados por la maldad, el egoísmo, la injusticia, el vicio. Que todos seamos libertos en Cristo y proclamemos su Santo Nombre no sólo en el Templo sino en todos los lugares y ambientes en que se desarrolle nuestra vida, pues para eso nos ha llamado el Señor con santa llamada y nos ha comunicado su Espíritu, para que seamos luz del mundo y sal de la tierra, trabajando para que todos se acerquen a Cristo y encuentren en Él el perdón, la paz y la salvación.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de dejarnos amar, reconciliar y santificar por Dios para que, poseyendo su Vida y su Espíritu en nosotros podamos colaborar, como luz, al bien de todos los hombres para que, iluminados por Cristo, encuentren en Él el camino que nos conduzca a nuestra perfección como hijos de Dios. Amén.

www.homiliacatolica.com


20. ARCHIMADRID 2004

LOS HIPERACTIVOS

Ya alguna vez he comentado que la psicología no es mi fuerte, aunque cada día compruebo que el dicho que decía un amigo mío: “A ningún loco le da por ir a Misa”, es bastante falso. Cada día encuentro en catequesis a más niños a quienes los padres quieren llevar al psicólogo animados por el último programa de radio o televisión que han oído. A veces te lo presentan y en vez de decir lo típico: “mi niño es un sol, es la alegría de mi vida, el rey de la casa, etc. ...” te dicen: “este es Gustavito y es hiperactivo.” El pobre niño suele ser un poco inquieto y, sobre todo, algo falto de cariño y, cuando lo tratas un poco a fondo, desearías que la mitad de su grupo de catequesis fuera “hiperactivo” pues tardan tres cuartos de hora en colorear una lámina, son como un batallón de pequeños “zoombies” con la lengua fuera con menos empuje que un triciclo eléctrico.

“Los hombres que metisteis en la cárcel están ahí en el templo y siguen enseñando al pueblo”. Gracias a Dios el Espíritu Santo hizo algo “hiperactivos” a los Apóstoles, hombres con arrojo, con ganas, con sangre, menos mal que en aquel momento se contentaban con azotarlos y mandarlos a la cárcel, pero no los mandaban a una sesión de psiquiatría porque habrían apagado al mismo Espíritu. Hiperactivos en buen plan, capaces de hacer cosas, de hacer muchas cosas. No están los tiempos para dormirse, para esperar que sean otros los que hagan las cosas, otros los que sean los testigos de Cristo resucitado, otros los que vivan “íntegramente este modo de vida”, otros los que manifiesten que “sus obras están hechas según Dios”.

Cada día estoy más convencido de que el que más cosas hace es al que más cosas se le pueden pedir. Al “hiperactivo”, en el buen sentido de la palabra, se le complicará la vida pero tendrá tiempo para todo, surgirán quince mil imprevistos, pero será capaz de abarcarlos todos, a veces tal vez surja algún pequeño mal gesto pero rectificará la intención y seguirá adelante.

Sin embargo cada día me encuentro más “hipoactivos”, parecen perfeccionistas, tardan horas en hacer una cosa sencilla que normalmente dejan sin terminar, andan siempre preocupados, es decir ocupados en cosas previas que nunca llegan a realizar. No se les puede pedir nada pues siempre están tan imbuidos en pensamientos sobre lo que van a hacer que, al final, lo dejan para otro día. Son como Felipe, el personaje de Mafalda, que después de colgar en su habitación un cartel que rezaba: “No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”, lo miraba orgulloso y sentenciaba: “Mañana mismo comienzo.” Si los Apóstoles hubieran sopesado tan humanamente sus actos todavía estarían discutiendo sobre quién abría la puerta de cenáculo. Los “hipoactivos” parece que tienen miedo a equivocarse y por eso no hacen nada, “detesta la luz y no se acerca a la luz para no verse acusados por sus obras”, o por su falta de obras.

Coloca al principio del día tu rato de oración, pon otros momentos a lo largo del día para comentarle a tu Padre Dios lo que estás haciendo y verás como te conviertes en un “hiperactivo” bueno, y ni la cárcel, ni el juicio de los otros, ni las contrariedades, ni los imprevistos o los inoportunos te quitarán las fuerzas para hacer las cosas según Dios.

Y si te equivocas por hacerlo, rectifica humildemente, pídele ayuda a la Virgen y vuelve a comenzar. Más vale desandar un trozo de camino que no comenzar nunca a andar.


21. 06 de Abril 354. Amor con obras

I. La Pasión y Muerte de Jesucristo es la manifestación suprema del amor de Dios por los hombres. Él tomó la iniciativa en el amor entregándonos a su propio Hijo. Dios es amor, amor que se difunde y se prodiga; y todo se resume en esta gran verdad que todo lo explica y lo ilumina. Es necesario ver la historia de Jesús bajo esta luz. Él me ha amado, escribe San Pablo, y cada uno de nosotros puede y debe repetírselo a sí mismo: Él me ha amado y sacrificado por mí (Gálatas 2, 20)”. El amor de Dios por nosotros culmina en el Sacrificio del Calvario. La entrega de Cristo constituye una llamada apremiante para corresponder a ese amor: amor con amor se paga. El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1, 27), y Dios es Amor (1 Juan 4, 8). Por eso el corazón del hombre está hecho para amar, y cuanto más ama, más se identifica con Dios; sólo cuando ama puede ser feliz. La santificación personal está centrada en el amor a Cristo, en un amor de mutua amistad. Para amar al Señor es necesario tratarle, hablarle, conocerle. Le conocemos en el Evangelio, en la oración y en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía.

II. Cuanto el Señor ha hecho por nosotros es un derroche de amor. Nunca nos debe parecer suficiente nuestra correspondencia a tanto amor. La prueba más grande de esta correspondencia es la fidelidad, la lealtad, la adhesión incondicional a la Voluntad de Dios. La Voluntad de Dios se nos muestra principalmente en el cumplimiento fiel de los Mandamientos y de las demás enseñanzas que nos propone la Iglesia. El amor a Dios no consiste en sentimientos sensibles. Consiste esencialmente en la plena identificación de nuestro querer con el de Dios. “Amor con amor se paga”, pero amor efectivo, que se manifiesta en realizaciones concretas, en cumplir nuestros deberes para con Dios y para con los demás, aunque esté ausente el sentimiento, y hayamos de ir “cuesta arriba”, incluso con una aridez total, si el Señor permitiera esta situación.

III. El verdadero amor, sensible o no, incluye todos los aspectos de la existencia, en una verdadera unidad de vida. Una persona verdaderamente piadosa procura cumplir su deber de cada día con pleno abandono, abrazando siempre la Voluntad del Señor. La falsa piedad carece de consecuencias en la vida ordinaria del cristiano: no se traduce en el mejoramiento de la conducta, en una ayuda a los demás. La Santísima Virgen, que pronunció y llevó a la práctica aquel hágase en mí según tu palabra (Lucas 1, 38), nos ayudará a cumplir en todo la Voluntad de Dios.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre