TIEMPO DE NAVIDAD
DÍA 12 DE ENERO
1.- 1 Jn 5, 14-21
1-1.
Leemos HOY la conclusión de la 1ª Epístola de san Juan.
Es una invitación a la oración... en particular a la plegaria por los pecadores.
-Lo que nos da confianza ante Dios es que nos escucha si le pedimos algo según su voluntad.
La «oración» es como el signo de nuestra «comunión» con Dios. Es el testimonio de que estamos en «unidad» con El, de que "vivimos en conformidad con su voluntad".
Ayúdanos, Señor, a no pedirte más que lo que sea conforme a lo que Tú quieres para nosotros... Sabemos que quieres nuestro mayor bien.
Esta es la invitación de Jesús en el Padrenuestro: «Hágase tu voluntad.»
-Si alguno ve que su hermano comete un pecado...
La vida de unión con Dios no nos tapa los ojos. Por el contrario debería hacernos estar más atentos a ciertas cosas. Adoptar los puntos de vista de Dios quiere decir ser lúcido para ver el «mal»; detectar donde hay egoísmo, falta de amor; sentir pena en lo íntimo de uno mismo por todo lo que se opone a Dios. El ejercicio espiritual llamado «revisión de vida» comporta esta búsqueda en un acontecimiento, en un hecho de vida, descubrir el pecado que yace escondido, los contra-valores, mezclados allí... no para condenar o juzgar con cierta altivez -es una tentación siempre renaciente- sino para contemplar la obra salvadora de Dios y rogar para que la salvación de Dios progrese.
Allí donde hay pecado, está Dios como salvador.
-Si alguno ve que su hermano comete un pecado que no es de muerte, rogará, y Dios dará de nuevo vida al pecador.
El pecado suscita la oración y no la condena. Adoptar los puntos de vista de Dios es llegar a ser salvador con El. Jesús nos ha repetido que «Dios ama a los pecadores», que El es esencialmente bueno, que «hace brillar el sol sobre los buenos y sobre los malos».
Sabemos que Jesús ha venido «no para los sanos, sino para los que necesitan al médico».
«Pecado que no es de muerte». San Juan utiliza aquí una distinción que el mismo Jesús usaba también: no se trata forzosamente de la distinción clásica entre «pecado venial» y «pecado mortal»... sino de lo que Jesús llamaba el «pecado contra el Espíritu Santo», es decir, el rechazo de la luz, el rechazo del ver claro. Es el más grave.
-Toda injusticia es pecado, pero hay pecados que no son de muerte.
Son los que no dañan «directamente» nuestra relación con Dios.
-Lo sabemos: El hombre que ha nacido de Dios no comete pecado. El Hijo engendrado de Dios lo protege, y el maligno no llega a tocarlo.
El estado de impecabilidad del que habla san Juan no consiste en la capacidad de evitar todo pecado. Como, para él, el único verdadero pecado es el revés de la «comunión con Dios», es decir, la «separación de Dios»... nos dice que ¡el estado normal del cristiano es «no poder ser tocado hasta ese punto por el Maligno»! Gracias, Señor.
Tenemos experiencia de que muchos de nuestros pecados en lugar de alejarnos de Dios, nos conducen a El... siempre y cuando somos leales y lúcidos. Porque es entonces cuando reconocemos nuestros límites y nuestra incapacidad de realizar, según Dios, nuestra vida por nuestras solas fuerzas humanas.
NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 92 s.
1-2. /1Jn/05/14-21 FE/CONOCIMIENTO
La sección conclusiva de este escrito de la escuela joánica vuelve sobre dos temas ya tratados en otra parte: el de la confianza en la oración (vv 14-15) y el de la condición del creyente (18- 21). Pero hay un elemento que impregna estos versículos: el "nosotros sabemos" (15[bis].18.19.20). Es decir, la certeza, profundamente arraigada en la fe. En los escritos joánicos la fe comporta una profundización en el conocimiento del misterio que se nos revela en Jesús. Y esta profundización da firmeza a la convicción del creyente. Fe y conocimiento van juntos y casi se identifican. Pero la prioridad se la lleva la fe. Sin fe no hay proceso de conocimiento. En cambio, el conocimiento solo no lleva más que a la autosuficiencia cerrada sobre sí misma, que la escuela joánica encuentra ejemplificada en el judaísmo.
P/MU: En la sección de hoy hay afirmaciones que hacen referencia al «pecado que lleva a la muerte» y que le contraponen al «pecado que no lleva a la muerte». Desde dentro de la escuela joánica estaríamos muy lejos de la verdad si pensáramos en el pecado mortal y el pecado venial. Son conceptos totalmente ajenos al pensamiento joánico y muy anacrónicos respecto al NT en general. Tampoco podemos pensar directamente en la apostasía. Al fin y al cabo, el texto nos habla de «hermanos» que "pecan". Ahora bien, el pecado que verdaderamente lleva a la muerte es el pecado del homicida, del que ciertamente ha hablado nuestro escrito ("quien aborrece a su hermano es un asesino, y sabéis que ningún asesino conserva dentro la vida eterna": 3,15). El que odia "permanece en la muerte" no «pasa de la muerte a la vida». De la misma forma que el amor lleva a la vida ("si alguien ve que su hermano peca... que ore y le dará la vida"), el odio lleva a la muerte (cf. 3,11.14-15). Es casi innecesario recordar que, para el hombre de la Biblia, pecado y muerte van siempre juntos (los primeros capítulos del Génesis nos recuerdan, entre otras cosas, la unión entre pecado y muerte). Con frecuencia perdemos el sentido de estos puntos de vista e intentamos espiritualizar los conceptos: la muerte que está ligada al pecado es la muerte espiritual... ¿Es que realmente hay tanta diferencia entre lo que llamamos muerte «espiritual» y la que llamamos «física»? ¿No nos quiere decir la Biblia algo más profundo cuando une pecado y muerte (cf. /Rm/05/12-13)? Si tuviésemos más presente lo que nos dice la Biblia no necesitaríamos hacer distinciones para entender el fragmento de hoy.
ORIOL TUÑI
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las
Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 627 s.
2.- Jn 3, 22-30
2-1.
"Nadie puede arrogarse nada si no se le ha dado del cielo".
¡Palabras de una fe maravillosa en boca del Bautista! Sólo hay un pecado capaz de conducirnos a la muerte: el de atribuirselo todo a uno mismo sin pedir nada a Dios. Por eso es Juan el santo por excelencia. Él mismo define su santidad como una frase: "¡Yo soy el amigo del Esposo!". Una santidad plena de alegría y de amor.
Una santidad que pone al hombre en su lugar, hecho de humildad y de grandeza a un tiempo.
¡Amigo del Esposo! Todo, en la nueva alianza, se enuncia en términos de bodas y de amor, de comunión y de vida. Jesús, el Esposo, nos ama hasta entregar su cuerpo por nosotros, para que seamos uno con él. Todo amor lleva su señal, todo amor tiende hacia él. En esta asombrosa alianza todo se transfigura, y cada ser es amado por Dios en Jesús, el Amado. Ya nadie podrá atribuirse nada que no haya recibido de Dios. Los esposos se reciben mutuamente en el nombre de Dios vivo que santifica su amor. Padres e hijos, amos y criados, jóvenes y adultos, pastores y fieles, todos se dan los unos a los otros por el amor de Dios, que hace nuevas todas las cosas. Flota sobre el mundo un aire de fiesta, y cada cual crece, bajo la mirada de Dios, en la medida en que disminuye para que el otro crezca. Somos todos, los unos para los otros, precursores de la buena noticia, en medio de la límpida alegría de la amistad.
¿Qué más da que el uno bautice aquí y el otro allá? ¿Qué importa el que ésta viva su fe de una manera y aquél la viva de otra? Si cada cual vive como amigo del Esposo, todo es gracia.
DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
ADVIENTO-NAVIDAD Y SANTORAL
SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 126
2-2. /Jn/03/30 JBTA/FECHA
La última recomendación que el Bautista da a sus discípulos: "El tiene que crecer y yo tengo que disminuir", expresando así la norma que en la visión joánica ha de prevalecer entre el precursor y el consumador.
La liturgia cristiana ha expresado esto de modo gráfico al establecer la fiesta de Juan Bautista el día 24 de junio, tres días después del equinoccio de verano, mientras que celebra la fiesta de Navidad el 25 de diciembre, cuatro días después del equinoccio de invierno (así en el hemisferio septentrional). El "sol menguante" es el símbolo del Bautista, mientras que el "sol creciente" es el símbolo de Cristo.
EL NT Y SU MENSAJE
EL EVANG. SEGUN S. JUAN/04-1A
HERDER BARCELONA 1983.Pág. 301
2-3.
-Vino Jesús a la tierra de Judea y bautizaba. Juan bautizaba también en Ainon, cerca de Salim, donde había mucha agua
¿Es una rivalidad, un conflicto entre dos escuelas, una batalla entre dos bautismos, una concurrencia entre dos predicadores celebres?
-Se suscitó una discusión entre los discípulos de Juan y cierto judío acerca de la purificación y vinieron a Juan y le dijeron: Rabí, aquel que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio, está ahora bautizando y todos se van a El.
La cosa fue pues bien percibida por ellos: como una concurrencia... especialmente desleal, puesto que se subraya todo lo que Jesús debe a Juan Bautista, que lo ha lanzado, por así decir. Y he aquí que ese recién venido a bautizar tiene más éxito y atrae a los discípulos y a las gentes que seguían al primero.
-Juan les respondió, diciendo: "No debe el hombre tomarse nada si no le fuere dado del cielo."
Juan Bautista, seguro y rápido, toma la pura actitud de un hombre que mira hacia Dios y no hacia sí mismo ni de cara al mundo.
Todo lo que de bueno hay en mí, viene de Dios, ¡me es dado del cielo! Procuro hacer un poco el inventario de ello, no para enorgullecerme, sino para agradecértelo, Señor.
-Vosotros mismos sois testigos de que dije: Yo no soy el Mesías, sino que he sido enviado ante El.
Humildad. Veracidad. Serenidad.
Lejos de ofuscarse por el éxito de Jesús. Juan se alegra de ello.
Cúrame, Señor, de mis envidias, de las comparaciones que suelo hacer al ver las cualidades de los demás. Ayúdame a saber darte gracias de los éxitos que tengan los demás.
-El esposo es aquel a quien pertenece la esposa.
El amigo del esposo, que le acompaña y le oye, se alegra en gran manera al oír la voz del esposo.
No, no hay ninguna concurrencia entre Juan Bautista y Jesús: Juan se retira de puntillas para dejar todo el lugar a quien él anunciaba.
Una larga y admirable tradición del Antiguo Testamento, presentaba a Dios como el Esposo de la humanidad: Oseas 2, 21; Ezequiel 16, 8; Isaías 62, 4.
Esta tradición se ha continuado en el Nuevo Testamento: 2ª Co 11, 2; Efesios, 5, 25; Apocalipsis, 21, 2; 22, 17.
Dios-Esposo. Dios-Amor. Dios-Alianza Nada de temas, ni ideas a meditar solamente... sino una realidad misteriosa que hay que vivir.
Atreverse a decir a Dios: "Amor mío, amigo mío... ternura y gozo míos...
Y procurar vivir en consecuencia. Señor, yo no soy digno, pero di solo una palabra y podré responder a tu amor.
-Pues así mi gozo será cumplido.
Es preciso que él crezca y que yo mengüe.
Ninguna amargura. Su renuncia a toda ambición personal le deja muy contento.
Cuánto me gustaría que esta alegría estuviera en mí y en todos los hombres. La alegría de Juan, la que nace de la proximidad del Esposo.
NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 96 s.
2-4.
1. La carta de Juan termina, en el último día ferial del Tiempo de Navidad, con varias ideas más o menos repetidas de días anteriores.
Ante todo, la convicción de que «si pedimos al Hijo de Dios algo según su voluntad, nos escucha». Nuestra comunión de vida con Cristo Jesús nos llena de confianza ahora y ante el momento del juicio. Nuestra oración será escuchada.
Esta confianza se extiende también al caso del pecado. Todos somos pecadores, pero «el engendrado de Dios», o sea, Cristo Jesús, «nos guarda» y nos da fuerza en nuestra lucha contra el mal.
Juan distingue los pecados que son de muerte y los que no llevan a la muerte. No es fácil de entender su sentido. Pero del conjunto de su carta se puede deducir que, como quiera que la meta del cristiano es la comunión de vida con Dios, todo aquello que impida esta meta es pecado que lleva a la muerte.
Por tanto, el pecado que consista en no estar en comunión con Dios, o en no creer en Jesús, que es el que nos da la vida, es un pecado de muerte. La apostasía, por ejemplo, que es el caso que seguramente preocupaba a Juan a fines del siglo I. Pero ya antes había dicho que el que odia a su hermano es un homicida, o sea que el odio es un pecado que lleva a la muerte, porque equivale a la apostasía, al no guardar el mandamiento fundamental del cristiano.
Por eso termina el pasaje y la carta con una advertencia sorprendente: «hijos míos, guardaos de los ídolos». La idolatría es adorar, no a Cristo Jesús, sino a otros dioses creados por nosotros y por el mundo. Si no creemos en Jesús, habremos de creer en los horóscopos o en las religiones orientales o en las sectas o en los varios mesías falsos que se pondrán en nuestro camino. Y sobre todo, elevaremos un altar a nuestro propio yo: el egoísmo es la idolatría más generalizada.
2. La última de las manifestaciones de Jesús que hemos ido leyendo estos días, es la que se nos presenta hoy, último día ferial de la Navidad: el testimonio del Bautista, una vez más.
Los discípulos del Bautista sienten celos porque Jesús también está bautizando. Pero Juan muestra la grandeza de su corazón y la coherencia con su postura de precursor. Vuelve a recordar: «yo no soy el Mesías», y se compara con el amigo del esposo, que acompaña a éste a la boda. Él no es el esposo, sino el compañero, que se alegra por la alegría del esposo. Juan dice claramente: «él tiene que crecer y yo tengo que menguar».
3. a) De nuevo, la carta de Juan nos sitúa ante la existencia del pecado en nosotros y en torno a nosotros.
Sobre todo, si el pecado es rechazo de Dios y de su Hijo Jesús, o bien actitud de odio para con el hermano.
En el mundo de hoy ha decrecido mucho la conciencia de pecado. Si antes algunos se quejaban -en parte con razón- de que a todo le llamábamos pecado, ahora es al revés: nada parece pecado, todo es indiferente.
Juan nos ha puesto en guardia ante la posibilidad de negar la luz, de vivir en el odio, de no creer en verdad en Cristo Jesús sino en los ídolos. Es bueno que todos, ya desde pequeños, tengamos conciencia de que existe el mal, que somos débiles, que podemos fácilmente fallar al amor de Dios y al amor al prójimo, y que por tanto no estamos viviendo en plena vida, sino en la penumbra o en la debilidad y la muerte.
La Navidad, que ha sido experiencia del amor que Dios nos tiene, y convicción de que como nacidos de Dios somos sus hijos, hermanos de Cristo Jesús y hermanos los unos de los otros, debe dejarnos como consecuencia una actitud más positiva y una opción más clara por estos valores cristianos, empeñándonos más decididamente en la lucha contra el mal en nuestra vida. Mientras a la vez trabajamos y rezamos para que los demás también venzan al mal en sus vidas.
b) El último pensamiento es para la modélica actitud de Juan. Él sabe que no es la Palabra, sino la voz que le hace eco. No se busca a sí mismo. Es testigo de Otro, le prepara el camino y dirige hacia él a sus discípulos.
¿Nos predicamos a nosotros mismos, en nuestro testimonio cristiano? ¿queremos triunfar nosotros, o que triunfe el Reino, el amor de Dios?
Terminada la Navidad, con la fiesta del Bautismo del Señor, no puede seguir como antes nuestra vida. Tiene que notarse más esperanza en nuestra vida. Más alegría. Más confianza en Dios. Más amor al hermano.
J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995 . Pág 154 ss.
2-5. CLARETIANOS 2002
El Juan Bautista que nos presenta el cuarto evangelio no es el hombre perplejo de Mt 11,2-6. Conoce perfectamente la verdad de Jesús y conoce también a la perfección la propia verdad. De ahí le nacerá la verdadera alegría: de la conciencia de la propia verdad y de la propia misión; del conocimiento y la celebración de quien es la Verdad.
Sabemos que quien aspira por encima de sus posibilidades fracasa; y lo mismo quien, subiendo en el escalafón, al final alcanza su nivel de incompetencia y en él se queda estancado por tiempo indefinido. Por eso nos importa tanto conocer nuestra propia verdad. En un libro similar a los de Murphy se hablaba de una maestra de párvulos que realizaba su labor con extraordinaria competencia y con reconocimiento general. Le ofrecieron otros puestos, pero ella no los aceptó. Había conocido la propia verdad y quería apurar la copa hasta el final, explorando nuevos sabores y conociendo nuevos territorios que todavía le quedaban por descubrir. ¿Acertó? ¿Se equivocó? Sospechamos que lo primero: cualquier empeño humano que no sea puramente mecánico da de sí lo suficiente para colmar una vida. En todo caso, cada cual ha de llevar a cabo el propio discernimiento y tomar la decisión que considere correcta, no cediendo a cantos de sirena ni a intereses espurios.
Sabemos también -lo recordábamos hace unas
semanas- que quien aspira por debajo de sus posibilidades enferma. Tanteemos sin
miedo las nuestras. Juan Bautista conoció su propia verdad, la vio en relación
con la verdad de Jesús y la vivió en función de ésta. Ni se encogió ni se
abultó. Él, como el "rey" Baltasar (Dn 5), como todos, como tú y yo, fue pesado,
contado, medido. Dio su peso, su número y medida. De esa armonía con su verdad
profunda le vino el gozo colmado.
Pablo Largo (pldomizgil@hotmail.com)
2-6. COMENTARIO 1
Jesús bautiza (22) o hace bautizar a sus discípulos (4,1), mostrando así su
acuerdo con el movimiento contestatario comenzado por Juan Bautista (1,28). Este
ha tenido que cambiar de lugar, ya ha comenzado la persecución contra él (23).
Se quiere absolutizar a Juan Bautista; aunque él se presentaba sólo como
precursor (1,6-8.15.26.30), sus discípulos pretenden oponerlo a Jesús (26); Juan
reafirma su misión y manifiesta su gozo por el éxito del Mesías-Esposo (27-30).
Lo ocurrido con Juan ha sido la tónica general de judaísmo: se había dado valor
permanente a los enviados de Dios en el AT, en particular a Moisés. Ellos y su
mensaje no se consideraban anuncio y preparación del Mesías, sino término en sí
mismos.
COMENTARIO 2
La lectura del evangelio de hoy se cierra con una hermosa parábola en boca del
Bautista, la de las bodas mesiánicas. "El que lleva la esposa es el esposo...
el amigo del esposo se alegra con su voz". Se trata de las costumbres nupciales
de Palestina: el amigo del esposo sería algo así como el padrino de nuestras
costumbres matrimoniales. El no suplanta al esposo sino que le sirve y acompaña
y se alegra con su alegría.
Así, Juan el Bautista llega a la plenitud de la alegría con la presencia de
Cristo. Su declaración final es conmovedora: "Él tiene que crecer y yo tengo que
menguar", como la luna que se oculta para dejar al sol irrumpir en el día con
su luz y su calor.
Hemos celebrado el nacimiento y la manifestación de Jesucristo al mundo. ¿De
verdad lo dejaremos irrumpir en la vida de nuestros hermanos, en nuestras
comunidades, para liberarlos con la Buena Noticia del reinado del Padre? Suele
suceder que nos interpongamos entre Cristo y los demás, con afanes de
protagonismo, creyéndonos indispensables, reclamando acatamiento y hasta
privilegios y recompensas.
La persona de Juan el Bautista, sus palabras en la lectura evangélica de hoy,
nos invitan a ser humildes, a sabernos retirar para que Cristo entre y se
manifieste a los hermanos plenamente; a saber renunciar a cualquier privilegio,
porque sólo queremos como recompensa alegrarnos con la voz del esposo.
1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)
2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
2-7. 2004 SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO
INICIO
1Jn 5,14-21: Éste es el Dios verdadero y la vida eterna
Salmo responsorial: 149
Jn 3,22-30: Él tiene que crecer y yo tengo que menguar
En este último día del tiempo litúrgico de Navidad, la Iglesia nos propone un fragmento del evangelio muy significativo. Se trata del testimonio final del Bautista acerca de Jesús. Los discípulos de Juan discuten acerca del bautismo y le hacen saber a su maestro que Jesús, a quien él ha bautizado, está también bautizando y convocando numerosos discípulos. La reacción de Juan es ejemplar: no se siente desplazado ni suplantado.
El Bautista emplea la hermosa y antigua imagen del esposo que recibe a la novia. El esposo es Jesús. La gente que acude a Él es el nuevo Israel, la amada esposa anunciada por los profetas. Son los tiempos de las bodas del Mesías con su pueblo, y Juan se alegra al escuchar el eco de su voz, como el amigo del novio, que lo acompaña, lo asiste y es testigo de su alianza de amor. Como amigo del esposo se contenta con que el novio ocupe el lugar principal, crezca en respeto y consideración entre los suyos y realice plenamente su misión.
La actitud del Bautista es modélica para nosotros. Como él, debemos hacer que Jesús sea recibido por todos, que crezca en el amor y en la fe que le deben los suyos, que ocupe el primer lugar en las vidas de todos aquellos a quienes se proclame el evangelio, de quienes conformen las comunidades cristianas. Es una lección de humildad ante el Señor Jesús a quien no podemos suplantar con nuestros intereses personales de poder o de honor.
2-8. Tercer testimonio de Juan
Autor: P. José Rodrigo Escorza
Juan 3, 22-30
Reflexión
El último testimonio de Juan sobre Jesús subraya nuevamente no sólo la
superioridad de la misión de Jesús frente a la de Juan, sino el sentido
mesiánico de la obra de Jesús. Jesús hace posible y realiza una nueva relación
entre el ser humano y Dios, fundada en la gracia del Espíritu y la verdad de su
Palabra.
La fe de Juan Bautista es ejemplar para el discípulo cristiano; un modelo a
seguir para todo aquel que quiera ser testigo fiel de Cristo en el mundo. Él
aceptó sin reservas su papel de testigo que conduce a los seres humanos al
Mesías, permaneciendo siempre fiel al plan salvífico de Dios, a pesar de la
inclinación de sus propios discípulos a dejarse influir por sentimientos humanos
egoístas.
El austero predicador del desierto que se había presentado como testigo del
Mesías, en este texto aparece como ejemplo para todos los que seguimos a Jesús y
lo anunciamos entre los seres humanos. Juan no ha dudado ni un momento en
disminuir, en ocultarse hasta desaparecer, con tal de que Él, Jesús el Mesías,
crezca, resplandezca con toda su luz y sea aceptado y creído por los otros
2-9. 2004
LECTURAS: 1JN 5, 14-21; SAL 149; JN 3, 22-30
1Jn. 5, 14-21. Cuando oramos no buscamos satisfacer nuestros propios deseos,
sino descubrir la voluntad de Dios para poder cumplirla. Así vivimos conforme a
aquella petición del Padre nuestro: Hágase tu voluntad, así en la tierra como en
el cielo. El Señor nos pide orar; y orar sin desfallecer, aún cuando sabemos que
el Padre Dios sabe lo que necesitamos antes de que se lo pidamos. Ojalá y
nuestra principal oración consistiera en sólo decirle a Dios con gran amor:
Hágase conforme a tu voluntad. Y aceptar, amorosamente, la voluntad soberana y
amorosa de Dios sobre nosotros, sobre nuestra vida, sobre nuestra familia, sobre
nuestra sociedad y sobre los diversos acontecimientos que nos rodean. Sólo Dios
sabe cuáles son los caminos por los que nos va guiando para que alcancemos la
salvación que nos ofrece. Ante las miserias de los demás, no nos dediquemos a
criticarlos y a acabar con su buena fama; reconozcamos que también nosotros
somos pecadores; y, por tanto, más bien pidámosle a Dios que los libre de todo
mal, pues con la medida con que midamos a los demás seremos medidos nosotros.
Sal. 149. Alabemos al Señor, nuestro Dios, porque se ha
levantado victorioso sobre nuestros enemigos. A Él se dirigen nuestros cantos,
nuestras danzas; y en Él está nuestro pensamiento, lleno de gratitud y alabanza,
incluso cuando estamos en el descanso de nuestro lecho. Poseedores de la
Victoria de Cristo, vivimos alegres y seguros en Dios que nos ama. Pero, al
mismo tiempo, proclamamos su Nombre a todas las naciones, de tal forma que la
salvación de Dios llegue hasta los últimos rincones de la tierra. No sólo
elevemos un cántico de alabanza al Señor porque nos ha librado de nuestros
enemigos, sino que demos, con nuestra vida, un testimonio auténtico de que la
obra salvadora de Dios no ha sido inútil en nosotros.
Jn. 3, 22-30. El Esposo del nuevo pueblo de Dios es Jesús. Y Juan Bautista le ha
preparado el camino. Ahora que Juan ha cumplido su misión, es necesario que
Jesús crezca y que Juan venga a menos. Quienes preparamos el camino al Señor
para que Él llegue al corazón de los demás, no podemos apropiarnos la obra de
salvación, ni podemos querer continuar brillando ahí dónde sólo Dios ha de
habitar. Ciertamente el anuncio del Evangelio y la catequesis para profundizar
en el mismo, no puede llevarnos a querer ser nosotros los que quedemos en el
corazón de los demás. Nosotros sólo somos colaboradores del Evangelio; es Cristo
quien ha de llegar y transformar las conciencias. Cumplida nuestra misión y
llegado el momento de retirarnos hemos de vivir alegres de haber servido al
Señor en la misión que nos haya confiado. Dios mismo continuará su obra en
aquellos que le pertenecen.
Mediante esta Eucaristía entramos en contacto con el Hijo de Dios hecho hombre,
que nos ha revelado el amor que el Padre Dios nos tiene. Lo más importante no
son los ritos externos, tal vez muy atractivos, sino nuestra comunión de vida
con Aquel que, por amor a nosotros, dio su vida clavado en una cruz. Cada vez
que comemos de este pan y bebemos de este cáliz aumenta en nosotros la vida del
Señor, de tal forma que, día a día, vamos siendo transformados en un signo cada
vez más claro del Señor en el mundo. La Iglesia se construye, como Reino de
Dios, en torno a la Eucaristía, pues en ella recibe de su Señor la purificación
de sus pecados y la participación de su Espíritu para poder convertirse en un
signo de salvación para todos los hombres. Quienes hemos acudido a esta
celebración hemos de volver a casa y al trabajo con un espíritu renovado, de tal
forma que podamos, con la gracia de Dios, esforzarnos porque el Señor llegue a
todos los ambientes y les transforme por el amor. Entonces crecerá, se
incrementará y fortalecerá el Reino de Dios entre nosotros.
Los cristianos no podemos cerrar los ojos ante la maldad que impera en el mundo.
Tampoco podemos decir que todo es pecado. Ahí donde sabemos que se necesita de
alguien que se preocupe de infundir un poco de amor en medio de un mundo
tecnificado y olvidado de darle su verdadero valor a la persona humana, debe
aparecer el hombre de fe para propiciar relaciones más fraternas entre todos y
evitar ser considerados como engranajes de la gran maquinaria de producción. Dar
testimonio de Cristo significa tener la capacidad de amar en medio de las
realidades temporales; es tener la capacidad de construir el Reino de Dios
cuando no eludimos nuestra responsabilidad en la construcción de la ciudad
terrena. El mundo pasa, y todo lo que hay en él también termina. Sólo el hombre
permanece, pues posee un espíritu inmortal recibido de Dios. Ojalá y no
entreguemos nuestro corazón a las cosas pasajeras, sino que, en medio de ellas,
nos elevemos hasta Dios y tratemos de vivir aquí fraternalmente unidos, siempre
dispuestos a hacer el bien a todos y a amar como nosotros hemos sido amados por
Dios.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, la gracia de abrir nuestro corazón a la presencia de Dios, que nos
impulse a vivir con mayor rectitud en un continuo amor mutuo; y la gracia de
trabajar para preparar los corazones de todos los hombres a recibir al Redentor
en sus propias vidas, no buscando brillar nosotros, sino haciendo que el Señor
crezca, mientras nosotros vengamos a menos. Amén.
www.homiliacatolica.com
2-10. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO
1Juan 5,14-21: Nos escucha en lo que le pedimos
Salmo responsorial: 149
Juan 3,22-30: El amigo del esposo se alegra con la voz del esposo
«Nos escucha en lo que pedimos»... Difícil problema: la oración de petición. Se
trata de un esquema de pensamiento tan introyectado dentro de nosotros mismos,
que muchas personas son incapaces de analizarlo críticamente, y aunque en otras
zonas de su pensamiento sean críticos y racionales, en el de la oración de
petición caen en el pensamiento mágico más craso, y en un antropomorfismo
lamentable.
Pensamiento mágico: es aquél que nos consiente concebir una interacción entre el «mundo sobre natural» y el mundo físico, como si Dios interviniese interfiriendo en el curso de las cosas: del clima, de las enfermedades, de la sociedad... No se acaba de aceptar la autonomía de las realidades terrestres: las cosas funcionan según sus propias leyes, y no existen los milagros, mucho menos los milagros diarios, a la orden del día, a la orden del ordenante mediante la oración de petición: no tiene sentido pedir la lluvia, ni el frío ni el calor, ni la curación o la evitación de una enfermedad... Hemos de saber vivir solos en un mundo , sin el recurso fácil de echar mano de nuestro Padre, que interpondrá su mano para protegernos o para concedernos lo que le pidamos...
Antropomorfismo: imaginar a Dios a manera humana. Es lo que pasa con mucha oración de petición, que imagina a dios como un humano con mucho poder, que estaría allá arriba, y que estaría pendiende de intervenir o no en función de si se lo piden o no... Por eso le podemos decir incluso «ten piedad», como si no tuviera amor suficiente y necesitara que le ablandáramos el corazón «llorándole»... Dios no necesita ni una sugerencia nuestra, ni muchas palabras nuestras pueden añadir una gota de amor o de predisposición hacia nosotros en su corazón... Difinitivamente Dios no necesita nuestras sugerencias, nuestros lloros, nuestras insistencias...
¿Entonces? La oración de petición no es para cambiar a Dios, sino para cambiarnos a nosotros mismos... Pero ése es un tema más largo.
2-11. Fray Nelson Sábado 8 de Enero de 2005
Temas de las lecturas: Dios nos escucha en todo lo que le pedimos conforme a su
voluntad * El amigo del novio se alegra de oír su voz.
1. Los límites de nuestra oración
1.1 Una de las diferencias entre la fe y la magia es que la magia se presenta
con una promesa de omnipotencia. Brujos y hechiceros creen que todo finalmente
se puede conseguir a fuerza de mayor concentración mental, mejores recetas o
conocimientos más recónditos. La fe no es así. Nuestra fe no nos vuelve
omnipotentes; nuestra oración no es una varita mágica; no es tampoco una
amplificación de nuestra voluntad. Y ahí está el apóstol Juan para
recordárnoslo.
1.2 El texto de hoy, en efecto, nos enseña dos límites de la oración cristiana.
El primero es que lo que pedimos concuerde con la voluntad divina. Orar no es
hacerle presión a Dios, sino dejarnos guiar, y además ayudar a guiar al mundo,
por los senderos del amor y la sabiduría de Aquel que mejor nos conoce y ama.
1.3 El segundo límite es más difícil de entender. Tiene que ver con aquello de
no orar por los pecados que llevan a la muerte (1 Jn 5,16). Es extremadamente
arduo determinar la naturaleza exacta de este pecado y si Juan cree que uno
puede estar seguro de que alguien lo ha cometido. En cualquier caso parece
imposible que un cristiano vea que un pecado gravísimo se comete y decide no
orar por el que cometió ese pecado, sólo porque está convencido de que ya ese es
un pecado "que lleva a la muerte".
1.4 Lo que sí parece cierto es que hay un límite a nuestra oración. No podemos
lograrlo todo con nuestra oración, al punto de pensar que podremos convertir a
cualquier persona, incluso si ella se obstina en no quererlo. Tal vez ese pecado
que lleva a la muerte alude precisamente a la condición del que se obstina en su
maldad rechazando toda posibilidad de gracia, de conversión o de misericordia
hacia sí mismo. Un caso extremo sería el de los condenados. Aunque la Iglesia
nunca ha definido la condenación de nadie en particular, ni aún Judas Iscariote,
ha sido convicción suya desde siempre que no hay que orar por los condenados,
aunque de hecho no sepamos quiénes puedan estar en esa condición.
1.5 Lo cierto, insisto, es que hemos de entender que nuestra oración no usurpa
soberanía a Dios; no es una fuerza sobre Él, sino de Él.
2. El Amigo del Esposo
2.1 El evangelio de hoy nos trae un tema distinto. Juan, el bautista, el coloso
que nos ha acompañado desde el adviento, se despide. Su misión ha concluido. Su
dedo ya señala al Esperado, el bendito Mesías, y sus palabras ya anuncian al
Cordero que quita el pecado. Ha preparado la Boda de su Amigo; ha vivido para
ver el gran momento; toda su energía y su tiempo han sido también su ofrenda, y
la hora de la ofrenda es llegada. ¡Dios, qué grande es este hombre!
2.2 Cristo-Esposo: así lo mira Juan. Poco se predica de las bodas de Cristo, y
sin embargo fueron la imagen que el Precursor escogió para retratar la vida de
su Amigo, y de paso la suya propia. Enseñanza y propósito: meditaré y predicaré
más a menudo en esta preciosa imagen: Cristo es el Esposo; nosotros, la Iglesia,
somos su Amada, somos el amor de su alma. Cristo no es un solterón empedernido,
es un Novio enamorado, es un Esposo fidelísimo, es el Divino Amante que quiere
dar de su amor como sólo se entrega el amor en la intimidad del tálamo más puro
y más bello.
2.3 Juan es el amigo del Esposo. ¡Cuánta humildad, cuánta pureza, cuánto vigor
en esa imagen! Él es el que entrega amor a su amigo haciendo posible el
encuentro con la Amada. ¿Hay amor más fino, varonil y puro que el de ese amigo
del Esposo? Tal modelo han de tomar el sacerdote, el predicador, el misionero.
Todos ellos son o somos, como el Bautista, amigos del Esposo, y nuestra meta es
que la gente, la Iglesia bella, se quede con Él, no con nosotros. ¡Y es tan
hermoso ver cómo, después de la comunión eucarística, cada uno queda en su
asiento, y todos somos uno en Él y junto a Él, pero cada uno lo siente suyo y se
siente suyo!