TIEMPO DE NAVIDAD

Día 2 de Enero

 

1.- 1 Jn 2, 22-28

1-1.

Herejía es confundir a Cristo con nuestro pensar y nuestro querer y fabricar un Cristo a nuestra imagen y semejanza. Cuando menos se espera se levanta un visionario fanático y nos da una imagen de Cristo que nada tiene que ver con el evangelio.

Este Cristo manipulado y tantas veces cambiado es claro que no puede ser nunca el Cristo Salvador.

S. Juan en esta primera lectura orienta nuestra sensibilidad más allá de toda concesión y en el único sentido salvador. No se trata de hacer de Jesús un ídolo, sino de abrir nuestros oídos a su palabra. La única manera de estar unidos al Padre por Jesús es aceptando su persona. Un Jesús que no nos sirva como camino al Padre es un Jesús que no nos interesa desde el punto de vista de la fe. Jesús es el misterioso lazo de unión entre la humanidad caída y el Padre.

"Todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre. Quien confiesa al Hijo posee también al Padre".

Como cristianos somos esencialmente oyentes de la palabra de salvación, aceptadores del Hijo y escuchándole nos realizamos como hijos del Padre.

No se nos va a pedir cuenta de nuestros conocimientos, sino de nuestra fidelidad. Seremos cristianos y seremos salvos en tanto sepamos aceptar al Hijo, enviado del Padre, y nos identifiquemos con El.

Contemplar a Jesús para contemplar a Dios. La única y verdadera revelación de Dios es Jesús.

"En medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mi, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia" (Jn/01/26-27).

Contemplación de Jesús.

Conocimiento interno del Señor que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga.


1-2.

El testimonio sobre Jesús nos lo dará hoy san Juan, hombre que vivió con El y le observó y escuchó en múltiples ocasiones durante mucho tiempo.

Juan afirma: «Jesús es Dios», Hijo del Padre, igual al Padre. Esta afirmación no fue hecha a la ligera ni irreflexivamente, se inscribe en una controversia teológica. Algunos decían -¡ya entonces!-, que Jesús no es Dios sino tan sólo un hombre eminente del cual se sirvió Dios para anunciar su mensaje al mundo.

Muchos hombres rectos de HOY estarían de acuerdo con esto: Jesús, «¡un gran genio religioso!», «¡un hombre que ha marcado la historia¡». Esto es todo. Para Juan, que conoció muy bien a Jesús, esto es insuficiente.

-Hijos míos: ¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ese es precisamente el Anticristo: el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo, tampoco posee al Padre y quien confiesa al Hijo, posee también al Padre.

Negar la divinidad de Jesús, es, para Juan, condenarse a no conocer nada de Dios. Todos los sentimientos religiosos del mundo... todas sus especulaciones filosóficas no son sino imperfectas aproximaciones al descubrimiento de Dios.

La única y verdadera revelación de Dios es Jesús.

Tenemos ahí ciertas afirmaciones típicas del evangelio de Juan:

-"Nadie va al Padre sino por el Hijo..." (Juan 14, 6)

-"El que conoce al Hijo, conoce también al Padre..." (Juan 8, 19)

-"EI Hijo es el único capaz de revelar al Padre..." (Juan 14, 7)

En mi búsqueda de Dios me esforzaré más en la meditación evangélica. Contemplar a Jesús para contemplar a Dios.

Gracias, Jesús, por habernos dado acceso al «secreto» de Dios... Por habernos introducido en lo «incognoscible»... por habernos hecho ver al Dios «escondido»...

Me coloco humildemente ante un «pesebre», y contemplo:

Dios se revela de ese modo. El verdadero rostro de Dios está ahí. El semblante del Hijo nos aporta el verdadero rostro del Padre.

-Por vuestra parte, guardad en vosotros lo que aprendisteis desde el principio.

Fidelidad: Guardar lo que se ha oído.

DESOLACIÓN:FE/CRISIS: Esto es más necesario todavía en las horas de crisis de fe, cuando surgen nuevas preguntas en nuestros corazones, cuando viene la «noche». Es preciso entonces agarrarse a las certezas elementales, y a los puntos de referencia que han marcado nuestro anterior itinerario. No sé a donde voy, pero sé de donde vengo... y continúo caminando en el mismo sentido que ha iluminado mi camino anteriormente.

-La unción con que él os ungió sigue con vosotros...

Es el símbolo del Espíritu que penetra todo el ser desde el interior, como el aceite impregna un tejido.

Dios-Espíritu está ahí, impregnando mi ser, y a la vez distinto de mí, si bien inmanente en mi vida.

¡Estoy «consagrado», impregnado por Dios... en comunión contigo, Señor!

-Permaneced en él.

Permanecer en Dios. ¡Y esto basta! Alegría y paz.

-Para que cuando se manifieste, nos sintamos seguros y no quedemos avergonzados delante de él el día de su venida.

Esa es la esperanza: verle cara a cara, en la luz eterna. Camino hacia ese descubrimiento final. Y Jesús es el «camino» que nos conduce hacia ese dulce encuentro en la luz del último día.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 74 s.


2.- Jn 1, 19-28

2-1.

VER ADVIENTO 03B


2-2.

-Sacerdotes y levitas vinieron de Jerusalén para preguntar a Juan:

-Tú ¿quien eres?"

Estos sacerdotes y levitas, encargados del culto en el Templo de Jerusalén, estaban, como todo el mundo, a la espera...

Deseaban la venida del Mesías prometido por las Escrituras.

Y, habiendo oído hablar de lo que Juan Bautista hacía, se toman el trabajo de desplazarse hasta el campo, hasta el Jordán.

¿Me dejo yo cuestionar por los acontecimientos? ¿Por las movilizaciones de las gentes?

¿Por los anhelos y deseos que percibo a mi alrededor? Juan Bautista intrigaba a los demás por su comportamiento, por su palabra, por las muchedumbres que atraía a orillas del río.

Mi manera de vivir, ¿plantea, quizá, alguna cuestión?

-Yo no soy el Mesías, ni Elías, ni el Gran Profeta

Humildad. Veracidad.

Se ha reprochado a la Iglesia el haberse colocado en el lugar debido a Cristo.

Se reprocha a menudo a los cristianos sus aires de suficiencia, la impresión que dan de estar seguros de sí mismos, como si ellos fuesen el Cristo en persona.

Ayúdanos, Señor, a hacer las distinciones necesarias:

Sí, Cristo es Dios... y yo, no soy mas que un pobre ser limitado.

Sí, Cristo es Santo... y yo, un pobre y débil pecador.

Si, Cristo es Señor... y yo, hago lo que puedo para seguirle.

La Iglesia está ligada a Cristo, pero tiene también un lado humano y pecador.

-Yo no soy ni aun digno de desatar la correa de su sandalia.

Ayúdanos, Señor, a reconocer tu grandeza, y nuestra pequeñez, como Juan Bautista.

Lo que hacían los antiguos esclavos a su amo, cuando se arrodillaban a sus pies para desatarles las sandalias... Juan, ni de esto se encuentra digno...

Juan Bautista tenía una idea muy alta del misterio de la persona de Jesús.

Se insiste a menudo, en una cierta familiaridad con Dios que puede ser expresión de ternura y de intimidad con El... pero que podría también llevar a una cierta desenvoltura, a cierto descuido, a una falta de respeto.

Señor, quiero respetarte, con amor, incluso y sobre todo cuando "Tú mismo te arrodillas a nuestros pies para desatar la correa de nuestro calzado", como hiciste la tarde del jueves santo, antes de lavar los pies a tus amigos.

-¿Por qué bautizas, si no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?

Estos especialistas del culto están ante todo según parece, preocupados, celosos por el exacto cumplimiento de las reglas rituales: ¿por qué introduces nuevas ceremonias, nuevas soluciones? ¡Eran ya tantas, según la religión de Moisés!

-Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis, que viene en pos de mí...

En vez de meterse en estas cuestiones rituales, Juan dirige la atención de sus interlocutores hacia lo esencial: la personalidad de Jesús.

Es a El a quien hay que procurar conocer mejor, mi yo no tiene importancia.

Es su bautismo el que cuenta, no el mío.

Es siempre cierto, y hoy también lo es que no sabemos identificar a "Aquel que está en medio de nosotros". Le creemos ausente, y El está presente.

Señor, ayúdanos a reconocer tu presencia misteriosa, secreta.

Pareces lejano, y estás cerca... Pareces ausente, y estás aquí. Eres el eterno desconocido. Se requiere silencio y un oído atento como a una brisa ligera para percibir tu presencia discreta.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 74 s.


2-3.

1. Sigue el tema de los anticristos. Juan llama así a los que no creen en Jesús como el Mesías, el Ungido enviado por Dios, que ha asumido en verdad nuestra carne humana. Y si no creen en Cristo, tampoco creen en Dios Padre. Y al revés, el que confiesa su fe en Cristo, cree también en el Padre.

En su comunidad se ve que algunos, abandonando la doctrina que habían recibido desde el principio, habían ofuscado su fe en Cristo, tanto con herejías doctrinales como con una práctica descuidada en la vida. Juan quiere que sus lectores estén vigilantes y no se dejen seducir.

El verbo que más veces se repite es «permanecer». Un verbo que habla de fidelidad, de perseverancia, de mantenimiento de la verdadera fe, sin dejarse engañar. Permanecer en la doctrina es permanecer en comunión con Cristo y con Dios Padre, ungidos y movidos por su Espíritu, y ésta es la clave fundamental para que nuestra vida sea un éxito y no tengamos que avergonzarnos en su venida.

2. En el evangelio leemos el testimonio que Juan Bautista da de Jesús, siguiendo con la lectura del primer capítulo de Juan.

El Bautista, al que habíamos oído en el Adviento preparando los caminos del Señor, ahora lo señala ya presente en medio de Israel.

Con toda honradez da testimonio de que él, Juan, no es el Mesías: yo no soy.

Yo soy la voz que grita. Al que viene detrás de mí yo no soy digno de desatarle la correa de la sandalia. La Palabra es Jesús: Juan sólo es la voz. La luz es Cristo: Juan sólo es el reflejo de esa luz.

Y anuncia a Cristo: «en medio de vosotros hay uno que no conocéis, que existía antes que yo».

3. a) En los primeros días de este nuevo año, los que estamos celebrando en cristiano la Encarnación de Dios en nuestra historia, tenemos motivos para llenarnos de alegría y empezar el año en la confianza. El Dios-con-nosotros sigue siendo la base de nuestra fiesta, y permanecerle fieles la mejor consigna para el nuevo año.

Hemos aceptado a Cristo Jesús en nuestra historia, en nuestra existencia personal y comunitaria. No por eso sucederán milagros en nuestra vida, pero si Navidad continúa dentro de nosotros, y no sólo en los días del calendario, cambiará el color de todo el año.

El Señor saldrá a nuestro encuentro cada día, en la vida ordinaria, en los días felices y en los de tormenta, para darnos ánimos y sentido de vivir.

b) También nosotros experimentamos la presencia, en nosotros mismos y en el mundo que nos rodea, del mal y de lo que podemos llamar «anticristos», 0 sea, lo que no es Cristo, lo que no es su Evangelio, sino el antievangelio.

Las bienaventuranzas de Jesús no coinciden para nada con las que nos ofrece el mundo. Haremos bien en mantener abiertos los ojos y saber discernir lo que es verdad y lo que es mentira.

Después de una semana de la Navidad, ¿«permanecemos» en la misma clave de fe y alegría, unidos al Padre y a Cristo, movidos por su Espíritu? ¿o ha sido una celebración fugaz y superficial?

Ojalá no nos dejemos engañar y Jesús sea el criterio de vida para todo el año que empieza.

c) Cara a los demás, podemos preguntarnos, siguiendo el ejemplo de Juan Bautista, si somos buenos testigos de Jesús. ¿Somos su voz, su luz reflejada? ¿o nos predicamos a nosotros mismos? ¿sabemos decir, humildemente, «yo no soy»?

Nuestra misión como cristianos -y más si somos religiosos o sacerdotes- es decir a este mundo: «en medio de vosotros está...». Y ayudarles a que lo conozcan.

Ojalá, además, nosotros mismos no seamos anticristos: que no enseñemos lo contrario de lo que nos enseña Cristo Jesús.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995 . Pág 130 s.


2-4.

Primera lectura: 1ª de Juan 2, 22-28
Esta es la promesa que él mismo les hizo: la vida eterna.

Salmo responsorial: 97, 1.2-3ab.3cd-4
Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.

Evangelio: San Juan 1, 19-28
Yo soy "la voz que grita en el desierto, allanen el camino del Señor".

Juan el Bautista, hombre de firme carácter, es interrogado por los enviados de las autoridades. Ya sabe de qué se trata. No ignora las reservas que tienen contra todo lo novedoso. Pero no duda en sus respuestas y asiente con gallardía. Tampoco se disuelve en explicaciones piadosas. Deja bien claro ante sus acuciosos cuestionadores y todos los presentes que no es el Ungido, ni un profeta. Se sabe sólo "voz que grita en el desierto", cuyo papel es exhortar a todos a prepararse para recibir una novedad muy grande, para la que es preciso la transparencia en el andar.

Los tales doctores de la Ley no pueden visualizar verdades más allá de las que han acuñado y que consideran únicas. Quieren investigar sobre lo que expone "la voz que grita en el desierto" porque temen que un profeta les haga alguna propuesta alternativa. El profeta no está bajo su control y les causa peligrosas sospechas.

Un "animador de utopías", como Juan, será siempre un peligro para los que preferimos la tranquilidad y el "orden establecido", lo que se ha hecho siempre. Y quienes asuman el papel profético del Bautista han de saber que sufrirán incomprensiones y hasta persecución. Es preciso ser sabios como Juan, que no se extrañó de todo ello, y fue consciente de lo poco de su valía frente al proyecto utópico mismo que anunciaba... Las interpelaciones de Juan a la sociedad, por lo demás, iban a ser mínimas en comparación con las del propio Jesús...

Juan nos da un testimonio de esfuerzo por mantener despierta la utopía, sin que cuenten las dificultades de las incomprensiones ajenas. Como Juan, debemos insistir en la utopía, en la esperanza contra toda esperanza, en el optimismo contagioso: por algo estamos en navidad y en año nuevo: Dios nos ha mostrado su amor lleno de ternura y no podemos dejarnos derrotar por el pesimismo.

SERVICIO BIBLICO _LATINOAMERICANO


2-5.

1 Jn 2,22-28: Problemas en la comunidad joánica ante algunos que niegan que Jesús es el Cristo.

Jn 1,19-28: Juan el Bautista responde que él no es el Mesías.

Reconocer el misterio de Cristo en toda su dimensión no es fácil. Es necesario reconocer el conjunto de sus enseñanzas junto con el misterio de su misma identidad (tal como lo decíamos en la reflexión del día anterior). Y este problema también tuvo que enfrentarlo la primera comunidad.

La comunidad joánica, tal como veíamos en el comentario a las lecturas del martes 13 de diciembre, tenía un serio conflicto con algunos de sus miembros que no aceptaban la encarnación del Verbo. En esta misma línea hay que leer el texto de la primera carta de hoy. Negar la encarnación, "que Cristo vino en carne", es negar a Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre.

Es notable que no haya conflicto con la negación de la divinidad. Parece que en este punto se está de acuerdo. Sin embargo, suena escandaloso que el Dios Omnipotente e Infinito, haya querido asumir la impotencia humana, a tal punto que también sufrió la injusticia y la muerte violenta de manos de los opresores de su propio pueblo.

La dificultad de reconocer la identidad de Cristo también se extiende a reconocer el lugar en donde está el Cristo, y aún más, la dificultad de reconocer quién en verdad es el Cristo.

A esto se refiere la lectura del evangelio de Juan. Los enviados del poder religioso de Jerusalén (sacerdotes, levitas, según el vers. 19, y del grupo de los fariseos, según el vers. 24) quieren una respuesta de la identidad de Juan.

Su actuación era confusa: bautizaba y predicaba la inminencia del Reino con un lenguaje apocalíptico. Por eso, muchos podían confundirlo con las expectativas del pueblo de entonces. El bautismo era un signo escatológico y esto podía indicar que quien bautizaba anunciaba el fin de los tiempos. Ahora bien, anunciar el fin de los tiempos, para algunos, estaba asociado al retorno de Elías, y para otros, con la manifestación del Mesías.

¿Qué hacía Juan entonces bautizando si no era Elías, ni el Mesías, ni el Profeta de los últimos tiempos?

Ninguna categoría de entonces encuadra con la acción de este hombre. Había, es cierto, otros grupos bautistas entonces. Todos ellos proclamaban un bautismo de conversión de un modo apocalíptico: era necesario arrepentirse porque el fin estaba cerca. Algo así como algunos grupos y movimientos religiosos actuales.

Pero en el contexto de la expectativa mesiánica de aquel pueblo estos bautismos podían indicar, en verdad, el comienzo del cumplimiento de las promesas que Dios había hecho a Israel.

Las respuestas de Juan ante las preguntas de esta gente, en principio, son desde la negación: no es el Mesías, no es Elías, no es el Profeta. Luego viene, sí, una definición de su identidad: es la voz del que clama... es un llamado de atención a la conversión.

Y por fin, también una definición de su misión: yo bautizo con agua, pero hay uno en medio de ustedes, que no conocen. El viene detrás de mi, y yo no merezco soltarle la correa de la sandalia. Cuando Juan define su misión también anuncia la presencia del Cristo en medio de ellos.

Lo importante en esta afirmación es la denuncia de que ellos no lo conocen, lo cual es algo muy serio, porque son los personajes destacados de la religión de entonces, son los teólogos y quienes debían discernir los signos de los tiempos a la espera de la liberación.

Y no hay caso, es difícil reconocer a Cristo en medio nuestro. Es difícil cuando se está en medio de análisis, elucubraciones y en busca de los "herejes" de turno, es difícil cuando lo que más importa es no perder el poder, en lugar de reconocer el poder de Dios.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


2-6.

1 Jn 2, 22-28: Permanezcan unidos

Salmo 97, 1-4

Jn 1, 19-28: La voz que grita en el desierto

Continuamos leyendo, en estos días del tiempo de Navidad, la primera carta de Juan que en el pasaje de hoy nos exhorta a ser fieles a Cristo. Hay diversas maneras de ser fieles: con el pensamiento y el corazón, con las palabras del testimonio que demos ante los demás y con las acciones, los compromisos, las decisiones de la vida. La lectura nos llama a ser fieles íntegramente: confesando a Jesús como al Mesías, al Hijo de Dios, al salvador del mundo; si no lo hacemos así, seremos como los anticristos de quienes hablaba Juan a sus hermanos, a quienes dirigió la carta hace tantos siglos. También hoy podemos cambiar la fe en Cristo por muchas otras cosas: el dinero, la fama, el poder sobre los demás, los ídolos del deporte, de la música, de las modas y del consumo. No habremos guardado lo que escuchamos desde el principio, desde que recibimos la fe. No estaremos en Cristo y, por lo tanto, no estaremos en Dios nuestro Padre.

Para el tiempo de Navidad que estamos celebrando, viene muy bien leer este primer capítulo del evangelio de Juan; en él hay una especie de concentración en el misterio de Jesucristo, una revelación del significado de su persona. Hoy contemplamos la figura de Juan Bautista, el profeta precursor de Jesús. Dió su testimonio con absoluta entereza, con fidelidad y valentía. No quiso hablar de sí mismo, ni contar sus méritos ni sus hazañas. Ante las insistentes preguntas de los que fueron a entrevistarlo negó ser el Mesías, ni ser Elías, el personaje reservado por Dios para los últimos tiempos según las espectativas judías; negó también ser el profeta definitivo esperado según esas mismas expectativas. ¡Qué diferencia con los "personajes" de nuestro tiempo! Todos se presentan como lo último, lo más perfecto, la solución. Van ansiosos de poder y de prestigio, alabándose a sí mismos, acreditándose, testimoniándose. Juan Bautista solo quiso que lo consideraran "la voz del que clama en el desierto", la voz que prepara los caminos de Dios, que llama a prepararle a Dios su lugar en el mundo.

También nosotros, como Juan Bautista, deberíamos hablar menos de nosotros mismos, acreditarnos menos a nosotros mismos y convertirnos en "la voz" que da testimonio de Dios, de su amor presente en Jesucristo y ofrecido a los pobres, a los pecadores, a los lejanos, a los excluídos de nuestra sociedad. Nos vendría bien un poco de la austeridad de Juan Bautista para hacer frente al consumismo y al derroche que caracterizan las fiestas de Navidad, aún las nuestras, las de los cristianos.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


2-7. CLARETIANOS 2002

Al comienzo de este año 2002 os deseo de corazón "gracia y paz". Este es -como sabéis bien- el saludo más habitual en las cartas paulinas. Pues eso: que los doces meses de este año estén llenos de la ternura de Dios y del fruto pleno que es la paz. Nada será perfecto, pero todo puede ser un destello del Señor que nos bendice. Y esto es suficiente en este mundo de peregrinos.

¿Cómo habéis vivido el primer día del año nuevo? ¿No os pareció valiente y hermoso el mensaje que ayer nos dirigió Juan Pablo II con motivo de la Jornada de la Paz? Si no habéis tenido ocasión de leerlo entero, podéis encontrarlo en: www.vatican.va Os lo recomiendo. Merece la pena meditarlo con atención en este momento tan delicado para la humanidad. Es un mensaje que toca tierra y ofrece cielo, que habla de nuestros problemas y nos regala la luz que viene de la Palabra.

Vamos ya con la liturgia de hoy. De la primera carta de Juan me llama la atención las repetidas veces que usa el verbo "permanecer". Si no he contado mal, son seis. No todas tienen el mismo sentido, pero creo que el mensaje central es claro: se nos invita a "permanecer en Él"; es decir, a morar en Él, a quedarnos con Él, a plantar nuestra tienda en Él como Él la ha plantado en medio de nosotros.
Sé que este verbo no suena bien hoy. Estamos tan habituados a cambiar, a ir de novedad en novedad, que permanecer puede sonarnos a no avanzar al ritmo de los tiempos, a quedarnos detenidos en el pasado. Nada de esto. Permanecer significa no cambiar a Cristo por nada ni por nadie, "no anteponer nada a Cristo", como decía San Benito de Nursia. Al actuar así notaremos que nuestra vida tiene raíces profundas. Y, como todo árbol de raíces profundas, podremos ser muy flexibles sin miedo a quebrarnos. A mayor profundidad, a mayor permanencia, mayor flexibilidad, mayor capacidad de abrirnos a lo nuevo.

El evangelio de hoy es como un pórtico a lo que nos aguarda en los días siguientes: una galería de respuestas a la pregunta sobre quién es Jesús. Antes de presentarnos esas respuestas, hoy, Juan Bautista, suscita en nosotros la curiosidad. Nos abre el apetito. Sus palabras resultan tan actuales y tan directas como cuando fueron pronunciadas o escritas: "En medio de vosotros hay uno que no conocéis". ¿De qué nos sirve confesar a Jesús como Mesías o como Hijo de Dios si antes no caemos en la cuenta de que está "en medio de nosotros"? Una vieja canción que muchos de vosotros habréis cantado nos lo decía así: "Con vosotros está y no lo conocéis". Y, a continuación, con un lenguaje directo, iba desgranando las diversas presencias "ocultas" de Cristo: "Su nombre es el Señor y pasa hambre ... está desnudo ... está en la cárcel". ¡Este es el misterio de Navidad: caer en la cuenta de que ya está en medio de nosotros y no acabamos de conocerlo! ¿Cómo es posible que venga a los suyos y los suyos no lo conozcan? Esta pregunta, que nos afecta a todos, se me ha hecho muy patente cuando he viajado a Israel. Es como si en el país de Jesús se concentrara toda la indiferencia de la humanidad. En ese diminuto país, "su" país, son muy pocos los que lo confiesan como el Señor. ¿Qué significa eso?

A partir de mañana, el evangelio de Juan nos irá ofreciendo algunas pistas, pero, ¿no os parece que es bueno antes caer en la cuenta de que ese desconocido ya está en medio de nosotros? Os invito a abrir los ojos a la realidad que nos rodea, a dejarnos espabilar por una canción que dice: "Cristo nace cada día / en la cara del obrero cansado, / en el rostro de los niños que ríen jugando, / en cada anciano que tenemos al lado /. Cristo nace cada día / y por mucho que queramos matarlo, / nacerá día tras día, / minuto a minuto, en cada hombre que quiera aceptarlo.

Gonzalo cmf. (gonzalo@claret.org)


2-8. CLARETIANOS 2002

De la primera carta de Juan me llama la atención las repetidas veces que usa el verbo "permanecer". Si no he contado mal, son seis. No todas tienen el mismo sentido, pero creo que el mensaje central es claro: se nos invita a "permanecer en Él"; es decir, a morar en Él, a quedarnos con Él, a plantar nuestra tienda en Él como Él la ha plantado en medio de nosotros, a “recomenzar” desde Él.

Sé que este verbo no suena bien hoy. Estamos tan habituados a cambiar, a ir de novedad en novedad, que permanecer puede sonarnos a no avanzar al ritmo de los tiempos, a quedarnos detenidos en el pasado. Nada de esto. Permanecer significa no cambiar a Cristo por nada ni por nadie, "no anteponer nada a Cristo", como decía San Benito de Nursia. Al actuar así notaremos que nuestra vida tiene raíces profundas. Y, como todo árbol de raíces profundas, podremos ser muy flexibles sin miedo a quebrarnos. A mayor profundidad, a mayor permanencia, mayor flexibilidad, mayor capacidad de abrirnos a lo nuevo.

El evangelio de hoy es como un pórtico a lo que nos aguarda en los días siguientes: una galería de respuestas a la pregunta sobre quién es Jesús. Antes de presentarnos esas respuestas, hoy, Juan Bautista, suscita en nosotros la curiosidad. Nos abre el apetito. Sus palabras resultan tan actuales y tan directas como cuando fueron pronunciadas o escritas: "En medio de vosotros hay uno que no conocéis". ¿De qué nos sirve confesar a Jesús como Mesías o como Hijo de Dios si antes no caemos en la cuenta de que está "en medio de nosotros"? Una vieja canción que muchos de vosotros habréis cantado nos lo decía así: "Con vosotros está y no lo conocéis". Y, a continuación, con un lenguaje directo, iba desgranando las diversas presencias "ocultas" de Cristo: "Su nombre es el Señor y pasa hambre ... está desnudo ... está en la cárcel". ¡Este es el misterio de Navidad: caer en la cuenta de que ya está en medio de nosotros y no acabamos de conocerlo! ¿Cómo es posible que venga a los suyos y los suyos no lo conozcan? Esta pregunta, que nos afecta a todos, se me ha hecho muy patente cuando he viajado a Israel. Es como si en el país de Jesús se concentrara toda la indiferencia de la humanidad. En ese diminuto país, "su" país, son muy pocos los que lo confiesan como el Señor. ¿Qué significa eso?

A partir de mañana, el evangelio de Juan nos irá ofreciendo algunas pistas, pero, ¿no os parece que es bueno antes caer en la cuenta de que ese desconocido ya está en medio de nosotros? Os invito a abrir los ojos a la realidad que nos rodea, a dejarnos despabilar por una canción que dice: "Cristo nace cada día / en la cara del obrero cansado, / en el rostro de los niños que ríen jugando, / en cada anciano que tenemos al lado /. Cristo nace cada día / y por mucho que queramos matarlo, / nacerá día tras día, / minuto a minuto, en cada hombre que quiera aceptarlo.

Gonzalo Fernández cmf (gonzalo@claret.org)


2-9.

vv. 19-28 Testimonio de Juan, que había sido anticipado en 1,6-8. En la primera parte, la triple negación (1,19-23) desarrolla la frase de 1,8: No era él la luz. La segunda parte, sobre el que había de venir (24-38) explicita su testimonio en favor de la luz (1,7-8).

La actividad de Juan, que despierta en el pueblo el deseo de vida y plenitud (1,6), alarma a las supremas autoridades religioso-políticas (Je­rusalén) (19). Preguntas: el Mesías era el salvador esperado; Elías, el precursor que había de preparar su llegada; el Profeta, el segundo Moisés (20-21). Las tres figuras encarnaban aspectos de la salvación como poseedores y transmisores del Espíritu (Is 11,2; 2 Re 2,9-15; Dt 18,15.18; cf. Nm 11,16s). Para Jn, Jesús es el único que posee y comu­nica el Espíritu (1,32), y en él se integran las tres figuras mencionadas. Juan Bautista es sólo una voz; su mensaje va dirigido a las autoridades, acusándolas de haber torcido el camino del Señor (cf. Is 40,3) (22-23). Esta acusación indica la postura de Juan y el sentido que imprime a su actividad.

El grupo fariseo acusa a Juan de usurpador (25). El bautismo o inmersión en el agua era símbolo de muerte a un pasado para comenzar una vida diferente; en el caso de Juan, simbolizaba la ruptura con la institución judía y la ideología propuesta por ella (1, 5-8 la tiniebla) Suscitando en el pueblo el deseo de vida, Juan quiere emanciparlo de la sumisión a las instituciones que cierran el camino a Dios (23). Promueve, por tanto, un movimiento popular que muestra su desacuerdo con el sistema religioso.

Su bautismo no es el definitivo El salvador está presente y él no puede tomar su puesto (1,27 desatarle la correa de las sandalias). La imagen alude a una costumbre matrimonial judía: Jesús tiene derecho preferente a ser el Esposo. Se alude a la antigua alianza donde Dios se llamaba el Esposo del pueblo (Is 54; 62; Jr 2; Ez 16; Os 2,4ss). Se establece, por tanto, una alianza nueva una nueva relación entre Dios y los hombres; en ella, la figura que requiere la adhesión y la fidelidad de los hombres (el Esposo) es Jesús, el Hombre Dios (cf 2, 1-11) (24-27)

Betania, al otro lado del Jordán (28), fuera del territorio de Israel será el lugar de la comunidad de Jesús (10, 40-42).

Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)


2-10.

El Evangelio nos presenta el testimonio de Juan Bautista a quienes muchos confundieron con el Mesías esperado. La lección de Juan Bautista la debemos aprender todos los cristianos: no ponernos en el lugar de Cristo, no interponernos entre él y los humildes hermanos suyos que esperan su palabra y su liberación. No hacernos los protagonistas. Ser simplemente la voz humilde que anuncia la buena noticia, el evangelio de que Dios, por Jesucristo, ha llegado hasta nosotros. Como personas y comunidades cristianas, debemos hacer nuestras las palabras del Bautista: "en medio de ustedes está uno que no conocen...", es Cristo, presente entre los pobres y humildes del mundo. Es tal vez uno de tantos rostros de los que nos hablaban los obispos de Latinoamérica: los rostros de hombres y de mujeres pobres, hambrientos, perseguidos, ignorantes, enfermos, desempleados, desplazados. Entre ellos está el Señor a quien no somos dignos ni de desatarle la correa de las sandalias, pero al que podemos prestar el homenaje de nuestra solidaridad y de nuestro servicio, más grato para él que las ofrendas de los templos o las muchas oraciones sin mayor sentido.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


2-11. Como a Juan Bautista, a nosotros también se nos pide dar testimonio de Jesús, cuyo nacimiento esta­mos celebrando. Muchas personas, de diversas creencias, de variados intereses, oficios y profesiones, nos preguntarán por qué creemos y predicamos el Evangelio. Y Juan Bautista nos enseña a responder.

Él y nosotros no somos otra cosa que "la voz que clama en el desierto" del mundo injusto y violento que Jesús viene con nosotros a ofrecer la Buena Noti­cia de salvación a todo el que experimente el dolor, el mal y el sufrimiento. Que Jesús nos ofrece en su palabra, en su Evangelio, la fuerza divina que puede transformarnos a cada uno; y puede transformar la historia de exclusión y de explotación que los países pobres del mundo, que son la mayoría, están pade­ciendo a causa de la ceguera y la ambición de los pocos países ricos que dominan la economía mundial.

El evangelista nos dice que Juan dio su testimo­nio sobre Jesús a quienes lo interrogaron. Nos está diciendo que también nosotros debemos dar hoy, más de 2000 años después, nuestro testimonio. No sólo con palabras, siempre necesarias, sino con nuestras actitudes cristianas, nuestro compromiso concreto, nuestra vivencia comunitaria.

Ser testigo es ser mártir, es llegar hasta la muerte por la causa que se defiende. Así Juan Bautista y tantos cristianos y cristianas a lo largo de estos 20 si­glos. Ahora nos toca a nosotros afrontar esta posibili­dad: llegar hasta la muerte en el servicio de los her­manos, por amor al Evangelio de Jesucristo.


2-12. ACI DIGITAL 2003

19. Sacerdotes y levitas: Véase Ez. 44, 15. Cf. Luc. 10, 31 s.

20. Muchos identificaban a Juan con el Mesías o Cristo; por eso el fiel Precursor se anticipa a desvirtuar tal creencia. Observa S. Crisóstomo que la pregunta del v. 19 era capciosa y tenía por objeto inducir a Juan a declararse el Mesías, pues ya se proponían cerrarle el paso a Jesús.

21. El Profeta: Falsa interpretación judaica de Deut. 18, 15, pasaje que se refiere a Cristo. Cf. 6, 14 s.

26. Yo bautizo con agua: Juan es un profeta como los anteriores del Antiguo Testamento, pero su vaticinio no es remoto como el de aquellos, sino inmediato. Su bautizo era simplemente de contrición y humildad para Israel (cf. Hech. 19, 2 ss. y nota), a fin de que reconociese, bajo las apariencias humildes, al Mesías anunciado como Rey y Sacerdote (cf. Zac. 6, 12 s. y nota), como no tardó en hacerlo Natanael (v. 49). Pero para eso había que ser como éste "un israelita sin doblez" (v. 47). En cambio a los "mayordomos" del v. 19, que usufructuaban la religión, no les convenía que apareciese el verdadero Dueño, porque entonces ellos quedarían sin papel. De ahí su oposición apasionada contra Jesús (según lo confiesa Caifás en 11, 47 ss.) y su odio contra los que creían en su venida (cf. 9, 22).


2-13. DOMINICOS 2003

Celebrada litúrgicamente la octava de la Navidad, la Palabra nos lanza a reflexionar sobre el misterio de Dios encarnado y sobre su mensaje.

Jesús ya está en acción y comienza a pedirnos que en libertad hagamos opción clara a su favor, confesando, como Juan Bautista, que el Reino de Dios ya ha llegado, está entre nosotros, está en nosotros.

Ciertamente somos libres para acoger o rechazar a Jesús y su mensaje, pero en ello nos va la vida misma.

Rechazarlo es querer ignorar la revelación que en Cristo se nos ha hecho.

Acogerlo es reconocer y confesar que Jesús es el Hijo de Dios Padre, y que quien vive en el Hijo vive en el Padre.

Esta es y tiene que ser la actitud, tanto íntima como pública, del cristiano: vivir comprometido con Cristo en el Padre y en el Espíritu, y anunciarlo a todos los vientos.

Lo demás tiene ribetes de rechazo, de pertenecer al anticristo, como si el Reino no hubiera llegado a nosotros.

Juan Bautista nos da ejemplo: Yo no soy nadie, dice; pero os anuncio que en medio de vosotros está ya el Cordero de Dios, el Señor que bautiza en sangre, que da nueva vida entregando la suya por los que ama.


2-14. Reflexión

Al iniciar el año la palabra de Dios nos invita a descubrir que Jesús ya está en medio de nosotros. Está presente, en nuestros hermanos, sobre todo en los más necesitados, en su Palabra, en la Eucaristía, en la oración, etc.. Es triste que muchos de nosotros, por estar sumergidos en el mar de nuestras ocupaciones diarias no seamos capaces de descubrirlo. Por ello es fundamental que al iniciar nuestro día y al menos de vez en cuando nos detengamos un momento y veamos a nuestro alrededor; que iniciemos nuestro día con un momento de oración y silencio que nos permita descubrir al Dios cercano que busca ser parte de nuestro día y de nuestras misma historia. Decía un santo sacerdote: No dejes lo importante por hacer lo urgente… Lo único importante es Dios… todo lo demás siempre será urgente.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


2-15.

Comentario: Rev. D. Joan Costa i Bou (Barcelona, España)

«Yo soy voz del que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor»

Hoy, el Evangelio nos propone contemplar la figura de Juan Bautista. «Quién eres?» —le preguntan los sacerdotes y levitas. La respuesta de Juan manifiesta claramente la conciencia de cumplir una misión: preparar la venida del Mesías. Juan contesta a los emisarios: «Soy una voz que grita en el desierto: allanad el camino del Señor» (Jn 1,23). Ser la voz de Cristo, su altavoz, quien anuncia el Salvador del mundo y quien prepara su venida: ésta es la misión de Juan y, como él, la de todas las persones que se saben y sienten depositarias del tesoro de la fe.

Toda misión divina tiene como fundamento una vocación, también divina, que garantiza su realización. Estoy seguro de una cosa —decía san Pablo a los cristianos de Filipos—: «quien inició en vosotros la buena obra, la irá consumando hasta el Día de Cristo Jesús» (Flp 1,6). Todos, llamados por Cristo a la santidad, hemos de ser su voz en medio del mundo. Un mundo que vive, a menudo, de espaldas a Dios, y que no ama al Señor. Es necesario que lo hagamos presente y lo anunciemos con el testimonio de nuestra vida y de nuestra palabra. No hacerlo, sería traicionar nuestra más profunda vocación y misión. «La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado» —comenta el Concilio Vaticano II.

La grandeza de nuestra vocación y de la misión que Dios nos ha encomendado no proviene de méritos propios, sino de Aquel a quién servimos. Así lo expresa Juan Bautista: «No soy digno ni de desatarle la correa del calzado» (Jn 1,27). ¡Cuánto confía Dios en las personas!

Agradezcamos de corazón la llamada a participar de la vida divina y la misión de ser, para nuestro mundo, además de la voz de Cristo, también sus manos, su corazón y su mirada, y renovemos, ahora, nuestro deseo sincero de serle fieles.


2-16. Homilía atribuida a San Hipólito de Roma (hacia 235) presbítero y mártir. PG 10, 852-861

“No soy el Mesías”

Juan, el precursor del Maestro... llamaba a los que venían a bautizarse: “Raza de víboras ¿quién os ha enseñado a escapar del juicio inminente? “ (Mt 3,6) Yo no soy el Mesías. Soy un servidor y no el Maestro. Soy un súbdito, no soy el rey. Soy una oveja y no el pastor. Soy un hombre y no soy Dios. Al venir al mundo he curado la esterilidad de mi madre, pero no ha permanecido virgen. He surgido de la tierra no del cielo. He hecho enmudecer a mi padre, no he derramado la gracia divina. Mi madre me ha reconocido, no ha sido una estrella que me ha mostrado. Soy miserable y pequeño, pero después de mí viene el que es antes que yo.

Viene después, en el tiempo; antes, estaba en la luz inaccesible e inefable de la divinidad. “El que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de quitarle las sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y con fuego.” (Mt 3,11) Yo me someto a él, él es libre. Yo estoy sujeto al pecado, él destruye el pecado. Yo inculco la ley, él nos trae la luz de la gracia. Yo predico siendo esclavo, él promulga la ley como maestro. Yo vengo de la tierra, él viene de arriba. Yo predico un bautizo de conversión, él concede la gracia de la adopción filial: “Él os bautizará con Espíritu Santo y con fuego. ¿Por qué me reverenciáis? Yo no soy el Mesías.”


2-17. Primer Testimonio de Juan

Autor: P. Sergio A. Córdova

Reflexión

Uno de los personajes clave que aparecen en escena antes de la predicación de Jesús es Juan el Bautista. Como buen precursor, toma siempre la delantera para preparar la llegada del Mesías y ofrecerle un pueblo bien dispuesto; para “hacer volver –como dice el profeta Malaquías– el corazón de los padres hacia los hijos, y convertir el corazón de los hijos hacia los padres”. Es este mismo profeta quien, refiriéndose a la misión del nuevo Elías, anuncia a Israel esta promesa de parte de Dios: “He aquí que Yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará el camino delante de mí” (Mal 3,1). Y sabemos que Jesús, en el Evangelio, siempre que habla de Elías se refiere a Juan el Bautista.

Pero, ¿quién este Juan Bautista? El evangelista san Juan nos dice que “éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz y para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz”(Jn 1, 7-8). Su misión es, por tanto, hablar en nombre de otro y dar testimonio en favor de otro. ¡Mucha humildad se necesita para cumplir esta misión! Y Juan supo hacerlo de modo excelente, aun a costa de su vida. Cuando se presentaron ante él los sacerdotes y levitas, enviados por las autoridades judías desde Jerusalén, confesó con toda claridad: “Yo no soy el Mesías” –respondió sin rodeos–. Y, sin las falsas modestias típicas de las mojigatas, también declaró que él no era Elías, ni el Profeta. Él, simple y llanamente se autodefinía “la voz”. Sí, “la voz que grita en el desierto”, como dijo Isaías.

Pero, ¿para qué sirve una voz que grita en el desierto? ¿es que alguien puede escucharla? El desierto significa que tenemos que hacer espacios de silencio en la soledad de nuestro interior para acoger esta voz; y también que hemos de saber desprendernos de las cosas materiales que nos disipan y nos distraen para poder concentrarnos en lo esencial.

San Agustín comenta bellamente este pasaje en uno de sus sermones diciendo que “Juan era la voz y Cristo la Palabra eterna del Padre”. El sonido de la voz de Juan permitió a Jesús pronunciar la Palabra de vida y hacerla llegar hasta nuestro corazón. Juan cumplió su misión de voz y desapareció: “Conviene que Él crezca –dirá en otro momento– y que yo disminuya”.

Pero el mensaje de esta voz es de una grandísima profundidad y trascendencia: “Preparad los caminos del Señor” –clama esta voz–. Preparar los caminos del Señor significa abandonar el pecado y acercarnos a la gracia; significa aprender a ser humildes, como Juan Bautista, dejar entrar al Señor en nuestro corazón y que Él sea quien rija el destino de nuestra existencia. Significa también estar con el corazón atento para poder descubrir a Dios que viene a nosotros, pues tal vez por su humildad, su silencio y su sencillez, podría pasarnos desapercibido, como sucedió a los judíos: “En medio de vosotros hay uno –les decía el Bautista– a quien no conocéis, al que yo no soy digno de desatar la correa de la sandalia”.

Ojalá, pues, que seamos dóciles a esta voz que grita en el desierto y sigamos “preparando los caminos del Señor”. Que cuando Cristo venga, nos encuentre a todos con el alma bien dispuesta, prontos para escuchar su palabra, para acoger su mensaje y recibir su salvación.


2-18.

El evangelio de hoy me lleva a cuestionarme con las mismas preguntas que le hicieran a Juan. ¿Quién soy? ¿Qué puedo decir de mi misma? Juan tenía muy clara su misión. Él era la voz que clamaba en el desierto para que fueran allanados los caminos para el Señor. Puedo yo acaso tener tan clara mi misión. Puedo decir a quien me preguntase de una forma segura quién soy, cuál es el propósito de mi vida como Hija de Dios, si es que acaso me reconozco como tal. Lo que dice Juan de sí mismo, nada tiene que ver con él. Se define en tanto la misión que Dios le ha encomendado.

Cuando alguien me pregunta sobre mí, lo primero que atino a decir es, que soy economista, egresada de INTEC y con maestría en Costa Rica. Nada dice mi hoja de vida profesional, o yo misma, de ser Hija muy amada de Dios. Me preocupo más por saber decir que soy para el mundo y no quién soy ante Dios.

Tal vez, con la vida y el testimonio que doy, ni siquiera los que están a
mi alrededor conocen esta gran verdad: Soy Hija Amada de Dios y por Dios.

Señor quiero que me ayudes a definir mi vida en pos de Ti. Que pueda yo
saber y decir claramente que soy tu Hija, que ya no soy esclava del mundo, sino tu servidora.

Dios nos bendice,

Miosotis


2-19. 2004

LECTURAS: 1JN 2, 22-28; SAL 97; JN 1, 19-28

1Jn. 2, 22-28. Considerando a Jesús como si fuera sólo el recipiente del Hijo, a quien se le llama Cristo, algunos pensaron que Jesús sólo había sido un recipiente de paso del Hijo de Dios y que después Jesús fue abandonado a la muerte, pues el Cristo habría cumplido ya su misión y de nada le hubiese servido el haber subido a una dimensión superior para después volver a bajar, indignamente, a tomar la naturaleza humana de Jesús. Quienes así pensaban en el tiempo de Juan Apóstol, negaban la resurrección o el que Jesús hubiese tenido realmente una naturaleza humana como la nuestra. A nuestro Salvador nosotros le llamamos Jesucristo. Nosotros, junto con Él, hemos recibido la unción del Espíritu Santo; y esa unción (crisma) permanece en nosotros y nos conduce, como personas humanas, hacia la salvación, pues jamás dejaremos de ser hijos de Dios y lo veremos tal cual es con nuestra naturaleza . Quien rechaza a Cristo rechaza al Padre; y a pesar de estar bautizado y ungido por el Espíritu Santo, está rechazando la salvación. Permanezcamos en Jesucristo, para que al final logremos, junto con Él, la vida eterna; pues de lo contrario seríamos confundidos eternamente.

Sal. 97. Dios se ha levantado victorioso sobre el pecado y la muerte. Él es el Salvador y protector de su pueblo. Así se ha manifestado ante todas las naciones como el Dios que ama y es leal a los suyos. Si nosotros vivimos también de un modo fiel y leal en el amor al Señor, seremos una manifestación de nuestro Dios y Padre para todas las naciones. Efectivamente la Iglesia tiene como misión dar a conocer el poder salvador de Dios a todos como la mejor Buena Nueva que hemos recibido. No podemos, por tanto, vivir destruyéndonos como si no conociéramos a Dios.

Jn. 1, 19-28. Juan, el Bautista, da testimonio de algo que ha visto. Quien lo envió a Bautizar le dio un signo para reconocer al Enviado de Dios. Por eso su testimonio es verdadero, pues sabe que la salvación ha llegado a nosotros por medio de Jesucristo. Juan no ocupa un lugar que no le corresponde en la economía de salvación. Sabe que Él sólo es la voz; hay alguien, entre nosotros, que es la Palabra que nos salva por haberse convertido en el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Él, el Hijo de Dios encarnado, nos ha bautizado con el Espíritu Santo. Sumergidos siempre en Él, vamos siendo conformados a imagen del Hijo de Dios, día a día, hasta llegar a la perfección a la que hemos sido llamados. Ojalá y no nos quedemos ciegos ante el Señor que ha venido a nosotros como salvación, pues si así sucediera podríamos, tal vez, hablar cosas muy elocuentes sobre Cristo, pero nos faltaría ser testigos de Él desde una vida que se ha unido al Señor.

El Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, nos ha reunido en esta Celebración que, como ofrenda agradable, ofrecemos a nuestro Dios y Padre. No sólo hemos de estar dispuestos a escuchar su voz, sino a dejar que sea sembrada en nuestros corazones, como una semilla en un buen terreno, para que germine y llegue a producir abundantes frutos de salvación. Este es el sentido de nuestra comunión de vida con el Señor. A partir de ese momento, no somos nosotros, sino el Señor mismo quien se manifestará, con todo su poder salvador, desde nosotros. Entonces podremos decir, también nosotros: es necesario que Él crezca y que nosotros vengamos a menos.

La Iglesia de Jesucristo debe continuar, por mandato del mismo Cristo, la obra de salvación que le ha sido confiada. No podemos apropiarnos la obra de salvación y actuar al margen del Señor. No podemos manipular el Evangelio a nuestro arbitrio o antojo. Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad. Por eso hemos de presentar a todos, sin distinción, el mensaje de Salvación de un modo auténtico y fiel a lo que el Señor nos ha confiado. Pero no podemos anunciar el Nombre del Señor sólo con palabras, sino como testigos. Esto nos ha de llevar a ser los primeros en vivir el Evangelio; a ser los primeros liberados del pecado, no por nuestro esfuerzo, sino porque confiemos totalmente nuestra vida en Dios. Partiendo de esa experiencia de Dios en nosotros, sabiendo que participamos de la unción del Espíritu de Dios en nosotros, viviremos como constructores del Reino de Dios entre los hombres, trabajando por la paz, por la unión fraterna, por la comunión y por la solidaridad entre todos. Entonces el llamado de Juan a la conversión habrá iniciado su camino en nosotros hasta que juntos lleguemos a la perfección del Hijo de Dios, y participemos de la Gloria que el Señor nos ofrece.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de dejarnos formar por el Espíritu Santo como signos y testigos creíbles de su amor para cuantos nos traten. Amén.

www.homiliacatolica.com


2-20. ARCHIMADRID 2004

“Si permanece en vosotros lo que habéis oído desde el principio, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre; y ésta es la promesa que él mismo nos hizo: la vida eterna”. Los medios de comunicación parecen ejercer una gran influencia en nuestra sociedad actual. Además, uno de los factores que han hecho que el mundo mediático prolifere, y resulte más ágil y rápido, es el uso de las nuevas tecnologías, en especial internet. Sin olvidar los beneficios que se pueden obtener con el uso de estos medios, existe también el peligro de su manipulación, o el empleo interesado y sesgado, que van más allá del mero hecho de informar. Os contaré un ejemplo.

El domingo pasado, fiesta de la Sagrada Familia, el Cardenal Arzobispo de Madrid, D. Antonio María Rouco, pronunció una homilía (que podéis obtener en la siguiente dirección de la página web de la Archidiócesis de Madrid: http://www.archimadrid.es/princi/menu/vozcar/framecar/homilias/2003/28122003.htm ) en la Catedral de la Almudena con motivo de dicha festividad. Es uno de los párrafos de la homilía se lee lo siguiente: “Al pretender equiparar a la familia, nacida y entrañada en el matrimonio indisoluble del varón y la mujer, a uniones de todo tipo, incluso, a las incapaces por naturaleza para tener hijos, se termina por la destrucción institucional sistemática de la célula primera de la sociedad. Las dramáticas consecuencias del rechazo del modelo de Dios no se han hecho esperar. Están a la vista de cualquier observador y conocedor objetivo de lo que está pasando en el momento actual de Europa: sociedades avejentadas, amenazadas por una más que probable quiebra de los sistemas de su seguridad social, crecientemente insensibles a las exigencias de la solidaridad mutua, nacional e internacional, hoscas y sin pulso creador, en las que se multiplica el dolor y sufrimiento de los niños y de los jóvenes por las rupturas de sus padres y la pérdida del insustituible ambiente familiar que se crea y se recrea al calor del hogar paterno”.

Pues bien, los medios de comunicación (radio, televisión, prensa, publicaciones en internet,…), han dado el pábulo suficiente para que colectivos de “parejas de hecho”, no sólo se hayan sentido discriminados, sino que han visto en dichas declaraciones del Cardenal una ofensa directa a sus derechos más fundamentales, como puede ser el que los homosexuales “tengan” hijos.

“Yo soy la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor”. Más allá de entrar en un debate acerca de la condición sexual del ser humano, se trata de que los cristianos no perdamos nunca de vista ese camino que, iniciado por Cristo, nos lleva a entender que una de las cosas que nos pueden ayudar a clarificar la verdad es saber estar unidos a nuestros pastores (incluso interviniendo en los medios de comunicación antes aludidos), sobre todo cuando éstos dan la cara por proteger y defender aspectos que son realmente esenciales para nosotros, como puede ser el auténtico sentido de la familia…. Quien tenga oídos para oír, ya sabrá como aplicar estas palabras.