JUEVES DE LA QUINTA SEMANA DE CUARESMA

 

Libro de Génesis 17,3-9.

Abrám cayó con el rostro en tierra, mientras Dios le seguía diciendo: "Esta será mi alianza contigo: tú serás el padre de una multitud de naciones. Y ya no te llamarás más Abrám: en adelante tu nombre será Abraham, para indicar que yo te he constituido padre de una multitud de naciones. Te haré extraordinariamente fecundo: de ti suscitaré naciones, y de ti nacerán reyes. Estableceré mi alianza contigo y con tu descendencia a través de las generaciones. Mi alianza será una alianza eterna, y así yo seré tu Dios y el de tus descendientes. Yo te daré en posesión perpetua, a ti y a tus descendientes, toda la tierra de Canaán, esa tierra donde ahora resides como extranjero, y yo seré su Dios". Después, Dios dijo a Abraham: "Tú, por tu parte, serás fiel a mi alianza; tú, y también tus descendientes, a lo largo de las generaciones.

Salmo 105,4-9.

¡Recurran al Señor y a su poder, busquen constantemente su rostro;
recuerden las maravillas que él obró, sus portentos y los juicios de su boca!
Descendientes de Abraham, su servidor, hijos de Jacob, su elegido:
el Señor es nuestro Dios, en toda la tierra rigen sus decretos.
El se acuerda eternamente de su alianza, de la palabra que dio por mil generaciones,
del pacto que selló con Abraham, del juramento que hizo a Isaac:


Evangelio según San Juan 8,51-59.

Les aseguro que el que es fiel a mi palabra, no morirá jamás". Los judíos le dijeron: "Ahora sí estamos seguros de que estás endemoniado. Abraham murió, los profetas también, y tú dices: 'El que es fiel a mi palabra, no morirá jamás'. ¿Acaso eres más grande que nuestro padre Abraham, el cual murió? Los profetas también murieron. ¿Quién pretendes ser tú?". Jesús respondió: "Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada. Es mi Padre el que me glorifica, el mismo al que ustedes llaman 'nuestro Dios', y al que, sin embargo, no conocen. Yo lo conozco y si dijera: 'No lo conozco', sería, como ustedes, un mentiroso. Pero yo lo conozco y soy fiel a su palabra. Abraham, el padre de ustedes, se estremeció de gozo, esperando ver mi Día: lo vio y se llenó de alegría". Los judíos le dijeron: "Todavía no tienes cincuenta años ¿y has visto a Abraham?". Jesús respondió: "Les aseguro que desde antes que naciera Abraham, Yo Soy". Entonces tomaron piedras para apedrearlo, pero Jesús se escondió y salió del Templo.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
 

 

LECTURAS 

1ª: Gn 17, 3-9 

2ª: Jn 8, 51-59 


 

1.

La primera lectura nos presenta la alianza que Dios establece con Abrahán. Una alianza perpetua. Los verdaderos descendientes de Abrahán son aquellos que por la fe confían en las promesas de Dios. El cambio de nombre de Abrahán indica un cambio de misión: será el padre de una muchedumbre de pueblos, y su fe será referencia constante para sus hijos.

MISA DOMINICAL 1990/07


2.

En el evangelio de hoy, Jesús se vincula a la gran historia que comienza en Abraham: «Abraham exultó esperando ver mi día. Lo vio y se alegró... Antes que naciera Abraham, ¡Yo soy!»

Es pues conveniente meditar sobre la actitud de Abraham y sobre la Alianza que empezó entonces entre Dios y la humanidad.

-Cayó Abraham rostro en tierra y Dios le habló así...

Me imagino esa escena, esa actitud: en una imagen concreta, en todo un símbolo. Ese hombre prosternado, rostro en tierra, concentrado interiormente ante Dios y habiendo renunciado a todo lo restante. El universo ha desaparecido de su vista. No ve más nada.

Ha cerrado los ojos, la faz contra el suelo. ¡Y Dios le habla!

-Esta es mi alianza contigo: Serás padre de una multitud de pueblos. Te haré fecundo sobremanera.

A ese hombre que estaba deseando un hijo, desde tanto tiempo, Dios le anuncia una fecundidad sobrehumana. La verdadera «fecundidad» de Abraham no es su descendencia biológica, que le vino por el nacimiento de Isaac. Es su inmensa fecundidad espiritual: él es el «padre de los creyentes»: es el primero en haber creído... puso su fe en Dios... se lanzó a la mayor aventura espiritual de todos los tiempos, renunciando a apoyarse en sus propias luces y en sus propias fuerzas, para únicamente apoyarse en Dios.

Es el hermoso riesgo de la Fe. La aventura de la Fe.

Abandonar su país. Sus seguridades humanas.

Esperarlo todo de otro.

Renunciar a sus aparentes certezas naturales, para confiarse a la Palabra y a la Promesa de otro.

-Estableceré mi alianza entre nosotros dos, una alianza perpetua...

Jesús dirá: «Si alguien guarda mi Palabra, no verá jamás la muerte».

Una alianza eterna entre Dios y el hombre.

El hombre que no quiere morir, el hombre que se agarra excesivamente a la vida... es ridículo y loco. Tener ese deseo es una locura, racionalmente hablando. Porque sabemos que todos moriremos. Y, sin embargo, el conjunto de los hombres tiene ese deseo.

Si no queremos morir, tenemos sólo un medio a nuestra disposición; se trata de un famoso salto a lo desconocido: aceptar un contrato con Dios, hacer «Alianza con El».

«En verdad, yo os digo: si alguien guarda mi Palabra, no verá jamás la muerte.» ¡Esa fue la apuesta de Abraham! La Fe.

Abraham hizo esa apuesta, fue el primero entre esa categoría de hombres que juegan toda su vida a una carta: Dios. San Pablo dirá que Abraham apostó sobre «aquel que es capaz de resucitar a los muertos» (Rm 4, 18).

Esperando contra toda esperanza, creyó, y pasó a ser padre de una multitud.

-Yo seré tu Dios... y tú, guardarás mi alianza...

Dios, por su parte, es fiel.

Pero nosotros, ¿somos fieles a la alianza?

¿De veras hemos apostado todo a Dios? ¿Confiamos, realmente, en su Palabra? Nuestra vida diaria, nuestros gustos y decisiones cotidianas no ponen de manifiesto, a menudo, que sólo nos fiamos de nosotros mismos? Señor, creo, pero haz que crezca mi Fe.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 156 s.


2.

Para san Juan, mantenerse fiel a la Palabra de Jesús da la Vida, tal como Jesús recibe la plenitud de la vida gloriosa del Padre, porque se mantiene obediente y guarda su Palabra.

Las autoridades judías, que eran las que habían de reconocer al Mesías y lo habían de presentar al pueblo, traman lo contrario, el complot que condenará a muerte al que es la Vida.

MISA DOMINICAL 1990/07


3.

"Os aseguro: quien guarda mi palabra no verá jamás la muerte". Quien guarda la palabra de Jesús con fe y la convierte en algo determinante para su vida, no verá la muerte jamás; frase que no es sino el giro negativo de la expresión positiva "vida eterna", que ya ha salido repetidas veces. Es una afirmación que escandaliza a los judíos.

"Los judíos le dijeron: ahora vemos claro que estás endemoniado; Abraham murió, los profetas también, ¿y tú dices: "quien guarda mi palabra no probará la muerte jamás" ¿Eres tú más que nuestro padre Abrahan? ¿Por quién te tienes?"

Los judíos han entendido perfectamente la pretensión que hay en la afirmación de Jesús: que él confiere la vida eterna. Y en esto ven la confirmación del reproche que le hicieron de estar endemoniado. Un hombre que asegura poder dar vida eterna con su palabra, no puede ser una persona "normal", puesto que se atribuye una facultad que compete sólo a Dios. Si el gran patriarca del pueblo judío hubo de pagar tributo a la muerte y si los emisarios de Dios en el AT, los profetas, murieron, no cabe duda de que en la pretensión de Jesús hay una valoración excesiva de sí mismo. Jesús se contrapone de una manera irritante a los grandes hombres piadosos del pasado, cuando asegura que quien guarde su palabra "no saboreará la muerte jamás".

Cuando los enemigos le preguntan "¿Pero tú, por quién te tienes?" en sus palabras late el convencimiento de que la pretensión de Jesús sólo puede apoyarse en una supervaloración infundada e insostenible de sí mismo.

"Jesús contestó: si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada. El que me glorifica es mi Padre, de quien vosotros decís "es nuestro Dios", aunque no lo conocéis. Yo sí lo conozco, y si dijera "no lo conozco" sería, como vosotros, un embustero, pero yo lo conozco y guardo su palabra. Lo que Jesús afirma no es ningún farol sino la pura verdad, que debe proclamar en virtud de su vinculación radical a Dios. Jesús no se da gloria a sí mismo. Es el Padre el que "honrará" y "glorificará" a Jesús. Lo cual significa que no es Jesús el que hace valer una pretensión personal, sino una pretensión de Dios, Dios mismo glorificará a Jesús porque Jesús es fiel a su misión de revelador de Dios, ese Dios a quien los judíos no conocen, aunque estén llamándole siempre "nuestro Dios". Jesús sí lo conoce -es el Hijo que está en la casa por derecho propio- veíamos ayer. Tiene el conocimiento profundo de la esencia más íntima de Dios, ya que le conoce y proclama como Padre. Si afirmara algo distinto es cuando Jesús sería un mentiroso. Es todo lo contrario de lo que piensan sus enemigos; sería mentiroso, si cediendo al deseo humano rebajase su propia pretensión o si quisiera negarla. Pero no hace más que guardar fielmente la palabra de su Padre, permaneciendo fiel a su mandato hasta el fin.

Y ahora Jesús avanza un paso más y dice que el patriarca Abrahán había esperado ver "mi día": "Abrahan, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día: lo vio y se llenó de alegría".

El júbilo que Jesús descubre en la actitud de Abraham es una manera de interpretar la risa del patriarca, cuando se le anuncie que va a tener su hijo de su propia mujer, estéril, y los dos viejos. Risa que denota la extrañeza ante la enormidad de la promesa de Dios.

Isaac significa: Dios, sonríe. Y la sonrisa de Dios llena de alegría el corazón del viejo patriarca. Jesús se declara el verdadero objeto de la promesa hecha a Abrahan, la verdadera causa de su alegría, el Isaac espiritual.

Y termina el texto de hoy con las más escandalosa afirmación que jamás hombre alguno haya podido hacer de sí mismo.

"Los judíos le dijeron: No tienes todavía 50 años, ¿y has visto a Abraham? Jesús les dijo: os aseguro (amen, amén dico vobis: en verdad, en verdad os digo: fórmula solemne que garantiza la palabra dada con la misma personalidad de quien la pronuncia). Os aseguro que antes que naciera Abraham existo yo".

Hacía mil años que había vivido Abraham y Jesús afirma no que él ya existía, sino yo existo. Yo existo desde siempre. Abraham tuvo el antes y el después. Yo siempre existo. "Dios no tiene pasado ni futuro. Está siempre en eterno presente." "En el principio ya existía el Verbo y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios" dice el primer versículo del evangelio de S. Juan.

También así fue presentado Jesús por el Bautista: "vino después que yo, pero existía antes que yo" (Jn/01/30).

"Entonces cogieron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo". Jesús sale huyendo del templo. Y dice un comentarista: la shekina de Yavhé, la gloria de Dios, la presencia de Dios, se retiró para siempre del templo judío.

¿Qué os parece la actitud de los judíos? Es una conducta lógica. Porque no se puede creer en Cristo simplemente como hombre. Porque sería el más orgulloso de los hombres.


4.

¡Querer vivir! Con Jesús, no ver la muerte jamás.

-Entonces tomaron piedras para arrojárselas...

No resultará inútil el representarse esta escena. Hostilidad.

Ambiente de homicidio. No se trata solamente de propósitos violentos: se busca camorra... llegarán a las manos... se pelearán.

-Pero Jesús se ocultó y salió del Templo.

Te imagino, Jesús, esquivando los golpes, huyendo, tratando de salir del barullo. Tu pasión va acercándose; pero no ha llegado todavía la hora. Huyes.

Pero, ¿qué es lo que habías dicho, Señor, para suscitar un odio tal?

-Jesús decía a los judíos: "En verdad os digo: si alguno guardare mi palabra, jamás verá la muerte." Y es por eso que están contra ti. Vienes a anunciarles la gran noticia, la única noticia importante: la victoria de la vida sobre la muerte.

Sin embargo esto es a lo que toda la creación aspira, si bien todo camina hacia la muerte. Y Tú vienes a anunciar el triunfo sobre la muerte, y no quieren creerte.

"Si alguno guardare mi palabra, jamás verá la muerte." ¡Cuánta confianza debemos poner en ti, Señor! Tú también pasaste por la muerte... ¡La has visto! Has experimentado lo que es morir. Y ello no fue especialmente dulce ni fácil para ti. Tu muerte fue violenta y atroz... hasta la última gota... suspendido a unos clavos.

Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.

Confío en ti, Señor. Espero la resurrección de los muertos.

-Ahora nos convencemos de que estás endemoniado.

Te toman por loco, por poseso.

Tienen alguna excusa. Se les comprende.

Sólo después de tu resurrección podrán verdaderamente comprender. Señor, ven en ayuda de nuestra Fe. Ayúdanos a dar el gran salto en lo desconocido. Ayúdanos a confiar en ti, hasta en la muerte, hasta el último punto imaginable... hasta no reservar nada para sí.

-¿Acaso eres Tú mayor que nuestro padre Abraham, que murió? Y los profetas también murieron. ¿Quién pretendes ser?

El debate está bien situado a su más profundo nivel. Comprenden muy bien que Jesús pretende ser Dios.

Y está aquí, el gran debate de la humanidad, el núcleo del gran problema. El único, en el fondo. Pues si la humanidad está destinada solamente al "agujero negro" entonces es inútil proponerse todos los "otros" problemas.

-En verdad os digo: Antes de que Abraham naciese, era Yo.

Siempre la misma afirmación serena y fuerte.

La existencia sólida. La roca. La vida. La eternidad. Dios.

Esto es lo que Tú aportas a la finitud humana, a la humanidad efímera.

Da, Señor, esta certidumbre a los que sufren. A los que se acercan a la muerte.

-No conocéis a mi Padre, pero Yo sí le conozco; y si dijere que no le conozco, sería un embustero... Entonces tomaron piedras...

Solamente Dios puede liberar al hombre de su fatalidad extrema.

¿Tengo en mí este "querer vivir"? ¿Qué hago para obtenerlo? Vivir con Dios. Conocer al Padre. Amar.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 160 s.


5.

1. Ayer se nombraba a Abrahán en el evangelio, porque los judíos se sentían orgullosos de ser sus hijos. Hoy de nuevo aparece en las dos lecturas -y en el salmo- como figura del Jesús que con su Pascua se dispone a agrupar en torno a sí al nuevo pueblo elegido de Dios.

Yahvé hace un pacto de alianza con Abrahán. Le cambia el nombre, con lo que eso significa de misión específica: ahora no es Abrán (hijo de un noble), sino Abrahán (padre de muchedumbres). Dios le promete descendencia numerosa, a él que es ya viejo, igual que su mujer; y le promete la tierra de Canaán, a él que no posee ni un palmo de tierra.

Por parte de Dios no hay problema. Él cumple sus promesas: «el Señor se acuerda de su alianza eternamente», como nos ha hecho repetir el salmo.

Pero Abrahán y sus descendientes tienen que guardar también su parte de la alianza, tienen que creer y seguir al único Dios. Yahvé será el Dios de Israel, e Israel, su pueblo. Abrahán sí creyó, a pesar de todas las apariencias en contra.

2. Pero los que se vanaglorían de ser descendientes de Abrahán, no quieren reconocer a Jesús como el Enviado de Dios. Toman piedras para apedrearle. No son precisamente seguidores de su padre Abrahán, el patriarca de la fe. No aceptan que en Jesús quiera sellar Dios una Nueva Alianza con la humanidad y empezar una nueva historia.

La verdad es que algo de razón tenían en «escandalizarse» de lo que decía Jesús.

¿Cómo se puede admitir que una persona diga: «quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre», «antes que naciera Abrahán existo yo»? A no ser que sea Dios: pero esto es lo que los judíos no pueden o no quieren admitir.

En el prólogo del evangelio ya decía Juan que «en el principio existía la Palabra», que es Cristo. Y que vino al mundo «y los suyos no le recibieron». Ahí ya estaba condensado lo que ahora vivimos en la proximidad de la Pascua: el rechazo a Jesús hasta llevarlo a la muerte.

3. Ayer la clave de este diálogo era la libertad. Nos preguntábamos si somos en verdad libres, y de qué esclavitudes tendrá que liberarnos el Resucitado en la Pascua de este año.

CREER-EN-J/A-J: Hoy la clave es la vida: los que creen en Jesús, además de ser libres, tienen vida en plenitud y «no conocerán lo que es morir para siempre». Si nuestra fe en Cristo es profunda, si no sólo sabemos cosas de él, si no sólo «creemos en él», sino que «le creemos a él» y le aceptamos como razón de ser de nuestra vida: si somos fieles como Abrahán, si estamos en comunión con Cristo, tendremos vida. Como los sarmientos que se unen a la cepa central. Como los miembros del cuerpo que permanecen unidos a su cabeza. Los que «no sabrán qué es morir» serán «los que guardan mi palabra»: no los que la oyen, sino quienes la escuchan y la meditan y la cumplen.

En vísperas de la Pascua -la fiesta de la vida para Jesús, aunque sea a través de su muerte- también nosotros sentimos la llamada a la vida. La Pascua no debe ser sólo una conmemoración histórica. Sino una sintonía sacramental y profunda con el Cristo que atraviesa la muerte hacia la vida. Así entramos en la nueva alianza del verdadero Abrahán y nos hacemos con él herederos de la vida.

Los que celebramos la Eucaristía con frecuencia oímos con gusto la promesa de Jesús: «el que come mi Cuerpo y bebe mi sangre tendrá vida eterna y yo le resucitaré el último día». La Eucaristía, memoria sacramental de la primera Pascua de Jesús hace dos mil años, es también anticipo de la Pascua eterna a la que nos está invitando.

«Mira con amor, Señor, a los que han puesto su esperanza en tu misericordia» (oración)

«Guardad mi alianza, tú y tus descendientes» (1ª lectura)

«El Señor se acuerda de su alianza eternamente» (salmo)

«Quien guarda mi palabra no sabrá qué es morir para siempre» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 2
La Cuaresma día tras día
Barcelona 1997. Pág. 102-104


6.

Primera lectura : Génesis 17, 3-9 Mira, éste es mi pacto contigo: serás padre de muchedumbres
Salmo responsorial : 104, 4-5.6-7.8-9 El Señor se acuerda de su alianza eternamente
Evangelio : Juan 8, 51-59 Les aseguro que antes de que naciera Abraham existo yo

Uno de los títulos más preciados del Israel del tiempo de Jesús era el de ser "hijos de Abraham", el padre de la fe, el patriarca trasmisor de la vida y del derecho a la tierra. Toda la fe del pueblo se apoyaba en la fe de este patriarca, que había creído contra toda esperanza. Además, toda la historia del pueblo gravitaba sobre su personalidad, cargada de humanidad, de confianza en Dios, de astucia campesina, de valentía, de buen humor y de lucha diaria. Todo buen israelita se identificaba con este patriarca, santo según el modelo del pueblo y, por lo mismo, contradictorio y popular. No podía existir un israelita que se creyera más grande que Abraham, padre del pueblo.

El planteamiento que los judíos le hacían a Jesús era precisamente éste: ¿cómo era posible que hablara de ausencia de muerte, si Abraham había muerto? ¿Cómo podía Jesús hablar del testimonio de Abraham en su favor, si él era un campesino reciente, un joven para la sociedad judía? ¿De dónde le salían a Jesús tantos humos?

Lo que los judíos no entendían era el doble cuestionamiento que Jesús les hacía. En primer lugar, les cuestionaba su interpretación literal de la Biblia, para pasarlos a una correcta interpretación espiritual o simbólica. Quien leyera la Biblia pensando sólo en un tiempo "cuantitativo" o cronológico, quedaba atrapado en una fecha, un tiempo y un espacio limitado, sin que pudiera proyectar la Palabra de Dios al tiempo y al espacio en el que se realizaba su proyecto. Además, con base en esta interpretación simbólica o espiritual, Jesús les cuestionaba también su tan cacareada filiación abrahamita. Ser hijo de Abraham no se podía entender de una manera biológica, carnal, cuantitativa, sino de un modo simbólico o espiritual. Significaba tener las cualidades espirituales de Abraham y su bella utopía de un pueblo libre. Sólo los amantes de la justicia y de la libertad podían llamarse de verdad hijos del viejo y santo patriarca.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


7. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

Lo oyeron y se irritaron. Oyeron los fariseos hablar a Jesús de la vida eterna, de que si alguien guardaba su palabra no probaría la muerte jamás, y se rebelaron. No dieron crédito a sus propios oídos. Estaban horrorizados y también se sentirían embargados por una perversa alegría al oír decir tales enormidades a su adversario odiado. Ya no les sería difícil acabar con un hombre que tales cosas afirmaba.

De otra manera, pero también hoy y aquí, en nuestra cultura occidental, grandes masas de hombres y mujeres no aceptan la idea de que el hombre pueda vivir para siempre, pueda, después de muerto, volver a la vida. Se ridiculiza esta manera de concebir la vida y la muerte. No importa que se rebele nuestro corazón. No importa que las grandes tradiciones religiosas crean en la vida eterna. Da lo mismo. No es algo plausible culturalmente hablar de la otra vida.

Por eso, en medio de este ambiente, uno respira oyendo a Jesús. De una manera bien sencilla tiene para todos nosotros una noticia, una buena noticia que guarda y comunica como un tesoro: el hombre es el ser de quien Dios siempre se acuerda; el hombre es el ser de quien Dios nunca se olvida. Su amor nos sacó un día de la nada para existir, nos mantiene ahora en la existencia en el pervivir, y ¿cómo no nos mantendrá erguidos ante la muerte el día del desistir?

¿Nos parece imposible? Para Dios no hay nada imposible. Para un Dios que nos ama infinitamente nada hay imposible. No nos rebelemos, pues, ante el que viene de parte de Dios y nos habla de esta manera. Agradezcámoselo y marchemos a su luz para un día ver la Luz para siempre.

Vuestro amigo.

Patricio García (cmfcscolmenar@ctv.es)


8. CLARETIANOS 2003

En la galería de personajes que acompañan nuestra Cuaresma, hoy le toca el turno al “viejo beduino”: o sea, a Abrahán. El libro del Génesis nos cuenta la alianza que Dios hace con él. Y en el evangelio de Juan, Jesús se atreve a decir que en él se realiza plenamente la alianza que Dios hizo con el viejo beduino: Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día: lo vio, y se llenó de alegría.

Vayamos por partes. La alianza que se describe en el Génesis no está registrada en ningún tratado de derecho. Dios le promete a Abrahán dos cosas: una descendencia numerosa (Serás padre de muchedumbre de pueblos) y una tierra a perpetuidad (Os daré a ti y a tu descendencia futura la tierra en que peregrinas, como posesión perpetua). A cambio, este contrato tan original pide del otro socio una sola cosa: Guardad mi alianza, tú y tus descendientes, por siempre. Es la famosa fórmula “dos contra uno”.

La cosa no tendría más trascendencia si no fuera por dos pequeños, insignificantes detalles que Dios parece pasar por alto: el socio Abrahán, y su pareja Sara, son unos viejos de cuidado (por lo tanto, poco aptos para fáciles procreaciones) y la tierra que piensa darles tiene ya título de propiedad (por lo tanto, va a ser necesaria una expropiación que va contra todo derecho internacional). En otras palabras, la alianza que Dios hace es una verdadera provocación. No se trata de poner la firma a bienes contantes y sonantes sino a promesas que no se ven y que exigen una fe de caballo (quizá fuera mejor decir de “camello”, teniendo en cuenta las costumbres del viejo beduino). En el texto que leemos hoy no se dice expresamente, pero Abrahán, en el borde de lo absurdo, se fía. Ahora entendemos por qué se le conoce como el “padre de los creyentes”.

Vayamos ahora a Jesús. Su estilo no es menos provocativo que el de Dios Padre: Os aseguro que antes que naciera Abrahán existo yo. Después de una afirmación de este calibre, no es nada extraño que cogieran piedras para tirárselas. ¿De qué se está hablando en la controversia? ¡Pues de la verdadera identidad de Jesús! La referencia a Abrahán es un recurso para poner de relieve el contraste promesa-realidad. Abrahán representa la promesa. Jesús es ya la realidad. En él, la alianza ha llegado a su plenitud: nace un pueblo numeroso que habita la tierra como propiedad.

No pasemos por alto un pequeño detalle sobre el que los exegetas no acaban de ponerse de acuerdo (¿Se ponen de acuerdo sobre algo alguna vez?). Me refiero a esa “insinuación cronológica” que parece hacer a Jesús un poco más viejo de lo que solemos imaginar: No tienes todavía cincuenta años. O sea, que no debía de andar demasiado lejos. ¿O también aquí el cincuenta tiene sólo un valor simbólico? Discuten los autores.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


9. 2001

COMENTARIO 1

Jesús les expone el fruto del amor al hombre, de las exigencias de Dios: "Quien cumpla mi mensaje, no sabrá nunca lo que es morir" (v. 51).

A los que lo quieren matar quiere atraerlos a la vida. La actividad en favor del hom­bre ("quien cumpla mi mensaje"), a la que lleva el Espíritu, es fuente de vida, hasta el punto de excluir toda experiencia de muerte. Ésta no existe para el que sigue a Jesús. La muerte física no interrumpe la vida ni es una experiencia de destrucción. La vida que Jesús comunica no conoce fin (3,16; 4;34; 5,21).

Pero los judíos no responden a la invitación de Jesús y continúan oponiéndose a él: "ahora sabemos que estás loco", dicen (v. 52). Piensan haber encontrado la prueba final de su locura, pues según ellos, hasta los hombres más cercanos a Dios (Abrahán y los profetas) han muerto.

Por eso insisten en la idea de la muerte inevitable (v. 53) y le preguntan de nuevo por su identidad: "¿Quién pretendes ser?" (v. 53); no piensan por un momento que sea el Mesías. Jesús no pretende arrogarse títulos (v. 54); le basta el amor / gloria del Pa­dre que resplandece en él; pero ellos no han conocido a Dios (v. 55), o lo que es igual, no practican la jus­ticia y el derecho (Jr 22,15b-17; Os 4,1-2); nunca las han practicado. Jesús sabe que Dios es el Padre cuyo designio es comunicar vida al hombre.

Por eso se distancia de nuevo de ellos llamando a Abrahán "vuestro padre" (v. 56); él no quiere particularismos; no reconoce más Padre que Dios, que lo es de todos. En tiempos de Jesús se pensaba que, cuando Dios hizo alianza con Abrahán, le había revelado el lejano futuro, que podía incluir los días del Mesías. Abrahán habría visto ese futuro, pero Jesús es superior a Abrahán por ser el cumplimiento de la promesa que Dios hizo a Abrahán: "Abrahán, vuestro padre, -dice Jesús- saltó de gozo porque iba a ver este día mío, lo vio y se llenó de alegría". Abrahán se alegró al ver ese futuro; pero ellos se enfurecen con Jesús: no son, por tanto, hijos de Abrahán. Tampoco entienden la alusión mesiánica y respon­den con el sarcasmo: "¿No tienes todavía cincuenta años y has visto a Abrahán en persona?" (57). A los cincuenta años terminaba la vida activa. Ahora cambian la perspectiva: no preguntan si Abrahán vio el día de Jesús / el Mesías, sino si Jesús ha visto a Abrahán.

Y Jesús hace una declaración solemne: "Pues sí, os lo aseguro: Desde antes que existiera Abrahán, soy yo lo que soy" (v.58). Jesús no se detiene en la cuestión que ellos proponen, su afirmación es más genérica y también toma pie de las opiniones del tiempo sobre el Mesías Se afirmaba. que, desde antes de la creación, Dios había concebido el proyecto de Israel, la Ley y el Mesías. Jesús, el Mesías, fue siempre un determinante de la historia, pues en él había de brillar la gloria / amor de Dios (17,1) y realizarse su proyecto (1,14). Y como no pueden tolerar que Jesús se haga superior a Abrahán, dice el evangelista que " cogieron piedras para tirárselas, pero Jesús se ocultó saliendo del templo" (v. 51).


COMENTARIO 2

El Evangelio de hoy, que mantiene la referencia a Abrahán y Jesús, añade un nuevo tema al largo discurso de Jesús: la vida y la muerte en relación a la aceptación de la Palabra: "En verdad les digo: el que guarda mi palabra no probará la muerte jamás". Jesús ofrece la vida eterna a quienes acogen (escuchar y poner en práctica) su Palabra, tal como se la había ofrecido a Nicodemo (3,16); a la samaritana (4,14); a los judíos de Jerusalén (5,24), a los galileos (6,40.47). La promesa hecha a Abrahán pasa ahora por la Palabra de Jesús, pues si con el patriarca se aseguró un linaje, con Jesús se asegura la vida eterna. Los judíos, que no aceptan que Jesús pueda rescatarlos de la muerte, entienden sus palabras en forma literal, tildando de loco a quien pretende ser más que Abrahán y los profetas. A la pregunta sobre su identidad, Jesús vuelve a responder presentándose en relación al Padre, a quien él conoce y por quien es enviado a anunciar la palabra. Abrahán mismo vio y se alegró por Jesús. Ellos siguen sin entender. Y Jesús, en la última respuesta de este discurso, hace una nueva y contundente revelación al proclamarse Dios, preexistente y viviente: "En verdad les digo que antes que Abrahán existiera, Yo Soy". Los judíos intentan apedrearlo, pero Jesús se escabulle porque no ha llegado la hora. La luz ha sido rechazada y el lugar con sus habitantes han perdido la oportunidad de encontrar la luz y la vida. Después de escuchar a Jesús durante este largo discurso, intentando convencer a los judíos de su divinidad, de su Palabra, de ser fuente de vida... uno queda con la preocupación de hasta dónde llega mi conocimiento de Jesús, hasta dónde mi fe, hasta dónde mi fidelidad, hasta dónde mi capacidad de ligar mi vida a la de Jesús para contribuir a rescatar la vida de los proyecto de muerte, económicos, políticos y religiosos, que llenan de oscuridad, tristeza y muerte los hogares del mundo ¿Hasta dónde?

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


10. 2002

A nosotros no nos escandaliza la afirmación de Jesús de que Él existe antes de Abrahán, ni la de que Abrahán vio el día de su encarnación y de su glorifi­cación y se llenó de gozo. Pero no se trata de simples afirmaciones ni de fórmulas teológicas. Los cristianos guardamos la palabra de Jesús y esperamos por ella tener la vida eterna. Guardar esa palabra es vivirla cada día, hacerla realidad en nuestro trato con los demás, realizar el mandato de Jesús de amar a los hermanos con un amor como el suyo, capaz de llegar hasta la muerte. Y amar a todos los seres humanos, incluso a los enemigos, con el amor con que Dios Pa­dre los ama a todos por igual.

Tener la vida eterna es saber que nuestro destino se realiza plenamente en la vida inmortal de Dios. Que en Él llegan a la perfección nuestros anhelos, afectos, ilusiones, sueños y utopías más queridos. Que Él supera todos nuestros males y todos nuestros lími­tes. Desde Abrahán hasta nosotros, todos los seres humanos nos gozamos en el día de Cristo, porque fue el día de nuestra salvación que vamos a conmemorar solemnemente la semana entrante...

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


11. DOMINICOS 2003

ABRAHÁN, HOMBRE DE FE

                                   

Caminaba Abrahán sin rumbo fijo,
arrancado de su casa,  y de su tierra.
Las noches se le hacían muy oscuras,
Contaba por millares las estrellas.
 

Con las sandalias rotas, los pies desnudos,
descalzo fue pisando por la arena.
Le sostenía el bastón, la Palabra
de ver pronto cumplida la promesa.
 

¡Avanza, hombre de fe!, por el desierto,
camina hacia la tierra prometida.
La estrella de tu noche no se apague;
en el fuego de amor siga encendida.  

Abrán, caminar en fe no es meta,
no es fin, ni posada; es larga travesía. 
Hazla mirando estrellas en el cielo,

y en el suelo pisando las arenas .

Dos personajes concentran hoy la atención litúrgica: Abrahán y Jesús de Nazaret.

Abrahán aparece, según el relato de la tradición sacerdotal, como pieza clave en la génesis del pueblo elegido: por su fe es padre de muchos pueblos, bendecido con una Alianza de amor que no se extinguirá. Convocado para tomar posesión de tierra y reino nuevo, sus descendientes se multiplicarán como las arenas del mar.

Y Jesús, mostrándose en calidad de Hijo, muy superior en grandeza a profetas y a su precursor y prefigurador, hes la voz que nos llama a la cordura, advirtiendo con valor y claridad a los que desprecian su juventud: antes que Abrahan naciera, ya existía yo.

ORACION:

Señor Jesús, tú que con el Padre y el Espíritu llamaste a Abrahán para que fuera padre de los creyentes, mira a nuestro alrededor, ilumina a cuantos no tienen todavía fe en Dios, y a nosotros, creyentes, haznos auténticos instrumentos en la formación de un mundo mejor. Amén.

FE, PALABRA, MENSAJERO

Libro del Génesis 17, 3-9 :

“En aquellos días, Abrán cayó de bruces, y Dios le dijo: Mira, este es mi pacto contigo: serás padre de muchedumbre de pueblos; ya no te llamarás Abrán sino Abrahán, porque te hago padre de muchedumbres...

Cumpliré mi pacto contigo y con tu descendencia en futuras generaciones, como pacto perpetuo. Seré tu Dios y el de tus decendientes..

Os daré a ti y a tus descendientes la tierra en que peregrinas, como posesiòn perpetua, y seré tu Dios...”

Elementos a retener: Dios elige a Abrahán, y Abrahán se postra ante Él.  

Dios se compromete a guardarle fidelidad y le promete servirse de su descendencia para la obra de salvación, y Abrahán celebra esa amistad, amistad que se ha de mantener en una ‘tierra bendita’ que le otorga como don.

Evangelio según san Juan 8, 51-59 :

”Un día dijo Jesús a los judíos:

Os aseguro: quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre.

Los judíos le dijeron: ahora vemos claro que estás endemoniado. Abrahán murió, los profetas también, ¿y tú dices que “quien guarde mi palabra no conocerá lo que es morir para siempre”? ¿Acaso eres más grande que nuestro padre Abrahán... ¿Por quién te tienes? ...

Jesus contestó: Si me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada. Pero quien me glorifica es mi Padre... Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día...

Le replicaron: No tienes todavía cincuenta años ¿y has visto a Abrahán?...Y él respondió: Os aseguro: Antes que naciera Abrahán, existo yo.

Entonces cogieron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo”

Vivir en nuestra familia de hijos de Dios, por fe en Cristo, es estar siempre abiertos al espíritu de Cristo. Abrahán saltaba de gozo pensando que a todos nos llegaría ese momento. Los judíos no lo entendían. Cristo no era para ellos más que Abrahán.

MOMENTO DE REFLEXIÓN

1. Te llamarás Abrahán. Seré vuestro Dios; y vosotros, mi pueblo.

En la Biblia y en la cultura de la Biblia, uno de los signos de amor, de predilección, de destino a misiones especiales y relevantes, es que se  otorgue nombre nuevo a quien es elegido o tomado para ese ministerio y servicio.

Cuando Dios llama a Abrán y le asigna nombre nuevo, Abrahán, le está abriendo un horizonte deslumbrante: ser padre de multitudes, ser semilla de fe y vida que multiplicará casi hasta el infinito.

Naturalmente, eso supone, por parte de Dios, el compromiso de mantenerse al lado de Abrahán, el elegido. El futuro no puede estar sólo en manos de los hombres.

La Alianza entre Dios y Abrahán, que se repetirá en los descendientes, es juramento de mutua fidelidad con vistas a la fundación de un Reino Nuevo que subsistirá por generaciones y generaciones.

Y en todas esas generaciones futuras se tendrá siempre como prototipo de hombre fiel, leal, consagrado, al creyente y confiado Abrahán que abrió la marcha de una historia de salvación. Israel jamás podrá dejar marginado a este personaje providencial.

Para nosotros, ser hijo de Abrahán es gran título de honor y gloria; es como comenzar a ser hijo de Dios.

2. ¡Qué contraste: llamarse hijo de Abrahán y no aceptar a Jesús! 

 Jesús se presenta a su pueblo con cualidades y actitudes de nuevo Profeta, de amigo de Dios, de Enviado del Padre, y los judíos desconfían de él y, en ocasiones, para contrariarle,  se atreven a pedirle que se mire en el espejo de Abrahán: si Abrahán habló de esta o de la otra manera, ¿cómo tú te permites enmendarle la plana? ;  si él, amigo de Dios, murió, ¿como te atreves tú a hablar de que los tuyos no morirán para siempre? Jesús, hijo del carpintero de Nazaret, no te empeñes en que aceptamos que eres superior a Abrahán, nuestro padre.

Por ese camino tan condicionado y predeterminado, ni Jesús llega a influir en los letrados judíos, ni éstos se le abren a perspectivas nuevas para llegar a entender que Dios es nuestro Padre y que Jesús es su Hijo.


12. ACI DIGITAL 2003

51. Porque esa gloria (v. 50) que Jesús pedirá al Padre en 17, 1 consistirá precisamente en poder darnos vida eterna, es decir, librar de la muerte a los que guardemos su Palabra (17, 2 y nota). Sobre este misterio, cf. 5, 24; 6, 40; 11, 26; I Juan 5, 13.

54. Si Yo me glorifico, es decir, si Yo me glorificase y fuese orgulloso, como vosotros pretendéis, mi gloria sería falsa. Es lo que Jesús ha establecido en 7, 18 y en el v. 53. "Mi Padre... que es vuestro Dios": se identifica aquí la persona del Padre con Yahvé, el Dios de Israel. Cf. 7, 28; Mat. 22, 44; S. 109, 1.

56. En las promesas que Dios le dio, presintió Abrahán el día del Mesías (cf. Mat. 13, 17; Luc. 7, 22; Hebr. 11, 13). También los creyentes nos llenaremos un día de ese gozo (I Pedr. 1, 8). Cf. Mat. 8, 1: "Jesús, pues bajó del monte, y empezaron a seguirlo muchedumbres".

58. Yo soy: presente insólito, que expresa una existencia eterna, fuera del tiempo. Cf. Juan 1, 1 ("En el principio era la Palabra y la Palabra estaba ante Dios, y la Palabra era Dios") y Hebr. 9, 14 ("pero con toda seguridad la sangre de Cristo, que se ofreció como víctima sin mancha, purificará nuestra conciencia de las obras de muerte, para que sirvamos al Dios vivo") donde la divinidad de Jesús es llamada "el Espíritu eterno".


13.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Cristo es mediador de una alianza nueva; en ella ha habido una muerte; y así los llamados pueden recibir la promesa de la vida eterna» (Heb 9,15).

Colecta (Veronense): «Escucha nuestras súplicas, Señor, y mira con amor a los que han puesto su esperanza en tu misericordia; límpialos de todos sus pecados, para que perseveren en una vida santa y lleguen de este modo a heredar tus promesas».

Comunión: «Dios no perdonó a su perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros. Con Él nos lo ha dado todo» (Rom 8,28).

Postcomunión: «Después de haber recibido los dones de nuestra salvación, te pedimos, Padre de misericordia, que este sacramento con que ahora nos alimentas nos haga partícipes de la vida eterna».

Génesis 17,3-9: Serás padre de muchedumbre de pueblos. Dios promete a Abrahán que será el comienzo de una dinastía, de una gran multitud, de una alianza y de la tierra de promisión. Según la doctrina de San Pablo, los hombres son llamados por la fe en Cristo a convertirse en hijos de Abrahán y en herederos de las promesas. La teología de esta alianza es una fe inquebrantable en la voluntad de Yahvé de establecer una alianza divina con un pueblo representado en Abrahán.

A pesar de todas las dificultades por parte del pueblo, que se aparta del recto camino establecido por Dios, éste es fiel a la promesa. Dios no puede fallar. Todo se consumó perfectamente en Cristo y en los que lo siguen, en su santa Iglesia.  San Ambrosio dice:

«Es cosa normal que, en medio de este mundo tan agitado, la Iglesia del Señor, edificada sobre la piedra de los Apóstoles, permanezca estable y se mantenga firme sobre esta base inquebrantable contra los furiosos asaltos del mar (Mt 16,18). Está rodeada por las olas, pero no se bambolea, y aunque los elementos de este mundo retumban con inmenso clamor, ella, sin embargo, ofrece a los que se fatigan la gran seguridad de un puerto de salvación» (Carta 2,1-2).

La descendencia de Abrahán por Cristo permanece segura en la promesa de Dios. Él es fiel y se acuerda de su alianza eternamente.

–Con el Salmo 104 meditamos la historia de la salvación y las promesas de Dios, que tendrán su pleno cumplimiento en Cristo y sus seguidores. Por eso necesitamos recordar que Dios tiene siempre presente su alianza.

Somos los verdaderos hijos de Abrahán. El Señor es fiel a sus promesas, ¿por qué, pues, perder la paz ante las dificultades que nos suceden? «Recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su Rostro. Recordad las maravillas que hizo, sus prodigios, las sentencias de su boca. ¡Estirpe de Abrahán, su siervo, hijos de  Jacob, su elegido! El Señor es nuestro Dios, Él gobierna toda la tierra. Se acuerda de su alianza eternamente, de la palabra dada por mil generaciones, de la alianza sellada con Abrahán, del juramento hecho a Isaac»

Juan 8,51-59: Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo por ver mi día. Jesucristo da cuenta de su existencia eterna: antes que naciera Abrahán ya existía Él. Esto provoca una reacción adversa entre sus enemigos: por ser la Vida le quieren dar muerte. Pero todavía no ha sonado la hora en el plan divino de la salvación y Jesús se esconde. La venida de Cristo al mundo se ha realizado en un momento determinado de la larga historia humana, y en un espacio concreto.

Los Santos Padres se alegran al ver que en Cristo se cumplen todas las promesas de Dios. El enlace entre el Israel antiguo y la Iglesia es visto por San Agustín de esta manera:

«Aquel pueblo no se acercó por eso, esto es, por la soberbia. Se convirtieron en ramos naturales, pero tronchados del olivo, es decir, del pueblo creado por los patriarcas; así se hicieron estériles en virtud de su soberbia; y en el olivo fue injertado el acebuche. El acebuche es el pueblo gentil. Así dice el Apóstol que el acebuche fue injertado en el olivo, mientras que los ramos naturales fueron tronchados. Fueron cortados por la soberbia e injertado el acebuche por la humildad» (Sermón 77,12).


14. DOMINICOS 2004

La alianza de Abraham y la Nueva Alianza

La luz de la Palabra de Dios

1ª Lectura: Génesis 17,3-9

Abrán se postró rostro en tierra, y Dios continuó diciendo:

«Éste es mi pacto contigo: Tú llegarás a ser padre de una multitud de pueblos. No te llamarás Abrán, sino Abrahán, porque yo te constituyo padre de una multitud de pueblos. Te multiplicaré inmensamente: yo haré que de ti salgan pueblos y nazcan reyes. Yo establezco mi pacto contigo y con tu descendencia después de ti de generación en generación. Un pacto perpetuo. Yo seré tu Dios y el de tu descendencia después de ti. Yo te daré a ti y a tu descendencia después de ti en posesión perpetua la tierra en la que habitas ahora como extranjero, toda la tierra de Canaán. Yo seré vuestro Dios».

Dios dijo a Abrahán:

«Guardaréis mi pacto tú y tu descendencia después de ti.»

Evangelio: Juan 8,51-59

«Os aseguro que el que guarda mi palabra nunca morirá».

Los judíos le dijeron:

«Ahora estamos seguros de que estás endemoniado. Abrahán y los profetas murieron, y

tú dices: El que guarde mi palabra nunca morirá. ¿Es que eres tú más que nuestro padre Abrahán, que murió? Y los profetas también murieron. ¿Por quién te tienes?». 

Jesús respondió:

«Si yo me diera a mí mismo el honor, mi honor no sería nada. Es mi Padre el que me honra; el que decís vosotros que es vuestro Dios, y no lo conocéis; pero yo lo conozco. Si dijera que no lo conozco, sería un mentiroso como vosotros; pero lo conozco y guardo su palabra. Vuestro padre Abrahán se alegró deseando ver mi día: lo vio y se regocijó».

Los judíos le dijeron:

«No tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abrahán?».

Jesús les dijo:

«Os aseguro que antes que naciera Abrahán existo yo».

Entonces agarraron piedras para tirárselas. Pero Jesús se escondió y salió del templo.

 

Reflexión para este día

Las dos lecturas de este jueves evocan la magnífica figura de Abraham, Padre de los creyentes. El génesis nos presenta su Alianza, su Pacto de amor con Abraham, como un vaticinio de la que será la Nueva Alianza en su Hijo Jesús.

  “Dios dijo a Abraham: Mira, este es mi pacto contigo: serás padre de muchedumbre de pueblos. Guardad mi Alianza, tú y tus descendientes, por siempre”.

            Sabemos por la historia y creemos por la fe la fidelidad imperturbable de la que dio testimonio Abraham. Esta actitud de lealtad le exigió lo más que se puede pedir a un padre: Su disposición decidida de sacrificar a su propio hijo. Este gesto generoso del Padre de los creyentes era un verdadero signo de la generosidad de Dios-Padre, que “nos entregó a su Hijo Jesús, para que ninguno pereciéramos”.

            En el Evangelio de hoy, Jesús reafirma su divinidad y la misión que le ha confiado el Padre.

“Os aseguro que antes que naciese Abraham existo yo. Quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre”.

            Esta afirmación de Jesús provocó una reacción agresiva de parte de sus adversarios. Se establece una verdadera polémica. Jesús trata de persuadirles, apoyándose en la Escritura, de la que ellos decían ser guardianes y estudiosos. No lo consiguió. Tampoco le disuadieron a Él para que renunciara a su misión: Perdonar a todos, morir por todos, resucitar y conducirnos a todos a la vida eterna.

            Los cristianos de hoy tampoco debemos dejarnos persuadir de ninguna propuesta ni conducta contrarias al Evangelio. Nuestro sí cotidiano a Jesús es la mejor respuesta para nosotros y para los demás. Tal vez esa actitud de fidelidad y coherencia sea la mejor manera de hacer pensar a nuestros adversarios y hasta conseguir que el mundo crea en Jesús, Evangelio de Dios.


15. CLARETIANOS 2004

Queridas amigos y amigas:

Dios no olvida su alianza. La primera lectura de hoy recoge su Voz ante un Abran atónito, de bruces y silencioso, todo él pura escucha y apertura a una realidad que le trasciende infinitamente y que le va afectar hasta sus mismas raíces cambiando su nombre: “Ya no te llamarás Abran sino Abraham”. Abraham cree, y su fe le permite acoger y transmitir, a las generaciones futuras, el gran Misterio de Dios escondido en los siglos. Podríamos decir que acepta su condición humana, reconoce un Misterio que está más allá de sí mismo y de lo que puede comprender, y en esa aceptación descubre y acoge la Luz que dará aliento y sentido a un incansable peregrinar en pos de una Promesa que verá apenas iniciada pero no cumplida.

La palabra de Jesús va aún más lejos: quien guarde mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre. Pero sus oyentes no son los mismos y su respuesta queda muy lejos de aquel “caer de bruces” de Abraham. Los judíos que escuchan a Jesús viven de las rentas de la fe de Abraham y han llegado a confundir de modo lastimoso la letra con el espíritu, la ley con la vida. Se sienten “herederos” de Abraham y, como tales, dueños absolutos de su fe. Han heredado las palabras y han pensado que “conservarlas” literalmente era el mejor modo de compaginar la “fidelidad” a Dios con su propio afán de poder y de dominio erigiéndose en celosos guardianes de su cumplimiento. Esta mezcla les ha hecho ciegos. Su mundo se divide en “buenos” y “malos” sin más categoría de discernimiento que el cumplimiento literal de infinitas normas (que sólo los iniciados conocían) nacidas, a lo largo de los siglos, de la interpretación que los maestros han ido haciendo. Jesús hecha por tierra todo su andamiaje y, por lo tanto, les resulta imposible soportarlo: hay que quitarlo de en medio.

La escena evangélica de unos maestros de la ley queriendo apedrear a quien se presenta como Hijo de Dios y les habla de una Vida que trasciende lo que perciben nuestros ojos, nos resulta incomprensible. Pero, ¿cuántas veces hacemos lo mismo cuando atacamos sin misericordia a quien hace o dice algo que queda fuera de lo que hemos aceptado como “establecido”?

Como la mejor respuesta, el salmo nos invita a recordar las maravillas de Dios. Cada uno de nosotros puede repasar su propia historia y verificar en ellas las maravillas que Dios ha hecho: milagros sencillos, cotidianos, en lo que triunfa la vida... En definitiva Él gobierna la tierra y puede transformar en Bien hasta nuestras infidelidades. Mi reflexión compartida de hoy quiere terminar en un canto de confianza en el Dios fiel “que se acuerda de su alianza eternamente”.

Vuestra hermana en la fe,
Olga Elisa Molina (olga@filiacio.e.telefonica.net)


16.

Comentario: Rev. D. Enric Cases i Martín (Barcelona, España)

«Vuestro Padre Abraham se regocijó pensando en ver mi día; lo vio y se alegró»

Hoy nos sitúa san Juan ante una manifestación de Jesús en el Templo. El Salvador revela un hecho desconocido para los judíos: que Abraham vio y se alegró al contemplar el día de Jesús. Todos sabían que Dios había hecho una alianza con Abraham, asegurándole grandes promesas de salvación para su descendencia. Sin embargo, desconocían hasta qué punto llegaba la luz de Dios. Cristo les revela que Abraham vio al Mesías en el día de Yahvé, al cual llama mi día.

En esta revelación Jesús se muestra poseyendo la visión eterna de Dios. Pero, sobre todo se manifiesta como alguien preexistente y presente en el tiempo de Abraham. Poco después, en el fuego de la discusión, cuando le alegan que aún no tiene cincuenta años les dice: «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy» (Jn 8,58) Es una declaración notoria de su divinidad, podían entenderla perfectamente, y también hubieran podido creer si hubieran conocido más al Padre. La expresión “Yo soy” es parte del tetragrama santo Yahvhé, revelado en el monte Sinaí.

El cristianismo es más que un conjunto de reglas morales elevadas, como pueden ser el amor perfecto, o, incluso, el perdón. El cristianismo es la fe en una persona. Jesús es Dios y hombre verdadero. «Perfecto Dios y perfecto Hombre», dice el Símbolo Atanasiano. San Hilario de Poitiers escribe en una bella oración: «Otórganos, pues, un modo de expresión adecuado y digno, ilumina nuestra inteligencia, haz también que nuestras palabras sean expresión de nuestra fe, es decir, que nosotros, que por los profetas y los Apóstoles te conocemos a ti, Dios Padre y al único Señor Jesucristo, podamos también celebrarte a ti como Dios, en quien no hay unicidad de persona y confesar a tu Hijo, en todo igual a ti».


17. 2004 Comentarios Servicio Bíblico Latinoamericano

1ª Lectura
Gén 17,3-9
3 Abrán se postró rostro en tierra, y Dios continuó diciendo: 4 «Éste es mi pacto contigo: Tú llegarás a ser padre de una multitud de pueblos. 5 No te llamarás Abrán, sino Abrahán, porque yo te constituyo padre de una multitud de pueblos. 6 Te multiplicaré inmensamente: yo haré que de ti salgan pueblos y nazcan reyes. 7 Yo establezco mi pacto contigo y con tu descendencia después de ti de generación en generación. Un pacto perpetuo. Yo seré tu Dios y el de tu descendencia después de ti. 8 Yo te daré a ti y a tu
descendencia después de ti en posesión perpetua la tierra en la que habitas ahora como extranjero, toda la tierra de Canaán. Yo seré vuestro Dios». 9 Dios dijo a Abrahán: «Guardaréis mi pacto tú y tu descendencia después de ti.

Salmo Responsorial
Sal 105,4-5
4 Recurrid al Señor y a su poder, buscad siempre su rostro. 5 Recordad los milagros que hizo, sus prodigios y las leyes que salieron de su boca,

Sal 105,6-7
6 raza de Abrahán, su siervo, hijos de Jacob, su elegido. 7 El Señor es nuestro Dios, sus leyes rigen en el mundo entero.

Sal 105,8-9
8 Él se acuerda de su alianza eternamente, de la palabra dada, por mil generaciones; 9 del pacto que firmó con Abrahán, del juramento que hizo a Isaac,

Evangelio
Jn 8,51-59
51 Os aseguro que el que guarda mi palabra nunca morirá». 52 Los judíos le dijeron: «Ahora estamos seguros de que estás endemoniado. Abrahán y los profetas murieron, y tú dices: El que guarde mi palabra nunca morirá. 53 ¿Es que eres tú más que nuestro padre Abrahán, que murió? Y los profetas también murieron. ¿Por quién te tienes?». 54 Jesús respondió: «Si yo me diera a mí mismo el honor, mi honor no sería nada. Es mi Padre el que me honra; el que decís vosotros que es vuestro Dios, 55 y no lo conocéis; pero yo lo conozco. Si dijera que no lo conozco, sería un mentiroso como vosotros; pero lo conozco y guardo su palabra. 56 Vuestro padre Abrahán se alegró deseando ver mi día: lo vio y se regocijó». 57 Los judíos le dijeron: «No tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abrahán?». 58 Jesús les dijo: «Os aseguro que antes que naciera Abrahán existo yo». 59 Entonces agarraron piedras para tirárselas. Pero Jesús se escondió y salió del templo.

* * *

Análisis

La discusión va llegando a la ruptura (recordar lo dicho el día de ayer). Jesús comienza con un solemne “en verdad, en verdad les digo” que marca momentos importantes en el Evangelio. Los que guardan la palabra (tiene cierta semejanza con “permanecer” ya que se guarda la palabra de Jesús, y Jesús “guarda” la del Padre, v.55, que “permanece” en Jesús, 14,10), como se guardan los mandamientos (14,15.21), que es lo mismo que “guardar la palabra” (14,23), y en quien la guarda, el Padre y el Hijo harán su “permanencia”, porque es Palabra del Padre (14,24). La semejanza entre “guardar” y “permanecer” viene recordada en 15,10: “si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi padre y permanezco en su amor”. Y la palabra de los discípulos -que guardan la palabra de Jesús- también debería ser guardada, porque ellos son enviados por el enviado (15,20; 17,6) que se ocupa de cuidarlos (= guardarlos, 17,11.12.15). Notemos, de paso, que para Juan, los “mandamientos” no son algo que se debe “obedecer”, sino la fidelidad a la palabra reveladora del Hijo. Esto lleva a una interacción de amor entre Dios (Padre e Hijo, que permanecen en el que es fiel) y los discípulos.

Es importante que el discípulo “no verá” (es decir, no participará de) la muerte. Esto será repetido en el signo de Lázaro “aunque muera, vivirá... no morirá para siempre” (11,25-26). Es claro que no se refiere a la muerte física (como cuando utiliza vida, no se refiere a la vida física), sino a la muerte espiritual, eterna. La palabra guardada es “antídoto” para el pecado y la muerte. El malentendido con la muerte física sirve para reintroducir a Abraham en el discurso.

La idea de que Abraham vio “el día” de Jesús parece semejante a 12,41 donde Isaías “vio la gloria” de Jesús. En este caso, puede referirse a la gloria que el profeta ve en el templo (Is 6,1-13). En el caso de Abraham puede remitir a tradiciones como las que siguen: el libro de los Jubileos cuenta que los mensajeros de Dios fueron recibidos por Abraham, al que le anuncian el nacimiento de Isaac; el texto precisa: “Toda la descendencia de sus hijos serían naciones, contadas como tales, pero de los hijos de Isaac habría uno que sería descendencia santa y no sería contado entre las naciones. Suya sería la suerte del Altísimo, habiéndole correspondido estar entre los poseídos por Dios, para que toda su descendencia sea del Señor, pueblo heredero entre todos los pueblos, reino sacerdotal y pueblo santo. Y continuamos nuestro camino informando a Sara de cuanto le habíamos dicho a él: ambos se regocijaron mucho” (16,17-19); en 4 Esdras se dice: “Y ocurrió que cuando practicaban las iniquidades ante ti, Tú te elegiste a uno de entre ellos, cuyo nombre era Abraham. Lo amaste y sólo a él le mostraste el fin de los tiempos, secretamente, en la noche. Estableciste con él una alianza eterna y le dijiste que jamás abandonarías a su descendencia” (3,13-15). Probablemente el Evangelio aluda a algún momento de la vida de Abraham donde empieza a ver realizada la promesa, posiblemente el nacimiento de Isaac, que además da razón a la alegría (“Abraham se llenó de alegría”) ya que “Abraham rió” (Gn 17,17).

Es interesante que con frecuencia, cuando Jn alude a “mortales”, como Juan el Bautista, o Abraham utiliza el verbo “existir”, o “venir a ser” (ginesthai, 1,3.6; 8,58) mientras que de Jesús se dice que “es” (einai, 1,1; 8,58); Abraham fue un “precursor” de Jesús.

Pero lo que escandaliza es el uso absoluto de “Yo soy” que provoca la intención de apedrearlo ya que la blasfemia debe ser castigada con la muerte (Lv 24,16). Con esto confirman irónicamente que -al igual que su padre, el diablo- son asesinos (v.44).

Pero Jesús se ocultó, todavía faltan unos pocos momentos para que se desencadene “la hora”.

Comentario

Nos acercamos a la Semana Santa, y el discurso se concentra en el tema de la muerte. En realidad Jesús habla de dos tipos diferentes de muerte, como habla de dos tipos diferentes de vida. Podemos llamarlas “física” y “espiritual” pero quizá los adjetivos confundan; “humana” y “eterna” serían preferibles, pero tampoco totalmente claras. Jesús afirma que un grupo, los que “guardan su palabra”, es decir los discípulos (guardar y permanecer son prácticamente sinónimos en Juan), “no verán la muerte”. El malentendido los lleva a preguntarse cómo podrían no morir si el mismo Abraham murió, y nada menos que él.

Jesús vuelve a llevar el discurso al terreno de su unión con el Padre, porque es esa la vida que promete. La no-muerte que anuncia es la vida que da el Padre, y que queda indicada en el signo de Lázaro que realizará ya cercana la Pascua. Esa es la vida definitiva y la muerte también definitiva que dará la comunión o no con el Padre. Incluso los gozos de Abraham al ver realizada la promesa en su vida (“terrena”) son anticipos del gozo definitivo; la promesa realizada de Abraham en Isaac es anticipo del día definitivo del cumplimiento de las promesas en el Hijo de Dios.

Esa vida que Jesús anuncia es en realidad vida divina, porque Jesús comparte eso también con el Padre, por eso puede decir “yo soy”, como era el nombre divino en el AT. Los que lo oyen se escandalizan y pretenden matarlo (lo que no lograrán -ya lo hemos visto insistentemente en estos días- porque no ha llegado la hora). Con esto algo queda patente, mientras Jesús procura la vida de los hombres, estos procuran la muerte de Jesús; Jesús es hijo del padre de vida, los judíos son hijos del diablo que es homicida. Pero esto es también esperanza para quienes pretenden “guardar su palabra” ya que contamos con la garantía de Jesús que seremos artesanos de la vida.


18. Es mi Padre quien me glorifica

Fuente: Catholic.net
Autor: Jaime Rodríguez

Juan 8, 51-59

Reflexión

Los fariseos eran los doctores de la ley. Conocían la Escritura, las profecías, cumplían todos los preceptos, llevaban filacterias colgando y constantemente recordaban que el Señor era el único Dios, se acordaban de él estando en casa y yendo de camino, acostados y levantados...

A estos fariseos, tan conocedores de la ley, les acusa Jesús de no conocer a Dios, autor de la ley: «De quien vosotros decís: “es nuestro Padre”. Vosotros no lo conocéis». Es triste ver que también hoy corremos el riesgo de convertir el cristianismo en una serie de leyes, normas y preceptos. El cristianismo es mucho más. Es, ante todo, la Revelación al hombre del misterio de Cristo, Hijo de Dios. Sería una pena que viviéramos preocupados por “cumplir” nuestros deberes de cristianos, olvidándonos de Cristo, como los fariseos “cumplían” la ley y no conocían a Dios.

Por otra parte, cuando uno conoce a Dios, cuando llega a ser su amigo, entonces nace espontáneamente el deseo de agradarlo en todo, de cumplir con delicadeza su voluntad. Por eso Cristo dice: «yo lo conozco y guardo su palabra». Primero lo “conoce”.

Después, “guarda su palabra”. Nos conviene pues conocer a Dios para cumplir su voluntad, ser fiel a sus leyes y preceptos.

Cuando escuchamos a alguien quejarse de que la moral cristiana es muy exigente, cuando nosotros mismos nos revelamos internamente ante alguna dificultad que conlleva, ¿no será porque hemos “vaciado” el cristianismo de Cristo? ¿no será que estamos intentando vivir la ley, sin conocer profundamente a Dios, autor de la ley?

Enamorémonos de Dios. Conozcamos a Cristo. Todo se nos hará mucho más fácil y llevadero.


19. Ser verdaderamente hijos de Dios

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez


Gn 17, 3-9
Jn 8, 51-59

El tiempo cuaresmal es un camino de conversión que no es simplemente arrepentirnos de nuestros pecados o dejar de hacer obras malas. El camino de conversión no es otra cosa sino el esfuerzo constante, por parte nuestra, de volver a tener la imagen, la visión que Dios nuestro Señor tenía de nosotros desde el principio. El camino de conversión es un camino de reconstrucción de la imagen de Dios en nuestra alma.

La liturgia del día de hoy nos presenta dos actitudes muy diferentes ante lo que Dios propone al hombre. En la primera lectura, Dios le cambia el nombre a Abram. Y de llamarse Abram, le llama Abraham. Este cambio de nombre no es simplemente algo exterior o superficial. Esto requiere de Dios la disponibilidad a cambiar también el interior, a hacer de este hombre un hombre nuevo.
Pero, al mismo tiempo, requiere de Abraham la disponibilidad para acoger el nombre nuevo que Dios le quiere dar.

Por otro lado, en el Evangelio vemos cómo Jesús se enfrenta una vez más a los judíos, haciéndoles ver que aunque se llamen Hijos de Abraham, no saben quién es el Dios de Abraham.

Son las dos formas en las cuales nosotros podemos enfrentarnos con Dios: la forma exterior; totalmente superficial, que respeta y vive según una serie de ritos y costumbres; una forma que incluso nos cataloga como hijos de Abraham o hijos de Dios. Y por otro lado, el camino interior; es decir, ser verdaderamente hijos de Abraham, ser verdaderamente hijos de Dios.

Lo primero es muy fácil, porque basta con ponerse una etiqueta, realizar determinadas costumbres, seguir determinadas tradiciones. Y podríamos pensar que eso nos hace cristianos, que eso nos hace ser católicos; pero estaríamos muy equivocados. Porque todo el exterior es simplemente un nombre, y como un nombre, es algo que resuena, es una palabra que se escucha y el viento se lleva; es tan vacía como cualquier palabra puede ser. Es en el interior de nosotros donde tienen que producirse los auténticos cambios; de donde tiene que brotar hacia el exterior la verdadera transformación, la forma distinta de ser, el modo diferente de comportarse.

No son las formas exteriores las que configuran nuestra persona. Son importantes porque manifiestan nuestra persona, pero si las formas exteriores fuesen simplemente toda nuestra estructura, toda nuestra manera de ser, estaríamos huecos, vacíos. Entonces también Jesús a nosotros podría decirnos: “Sería tan mentiroso como ustedes”. También Jesús nos podría llamar mentirosos, es decir, los que vacían la verdad, los que manifiestan al exterior una forma como si fuese verdad, pero que realmente es mentira.

Qué difícil y exigente es este camino de conversión que Dios nos pide, porque va reclamando de nosotros no solamente una «partecita», sino que acaba reclamando todo lo que somos: toda nuestra vida, todo nuestro ser. El camino de conversión acaba exigiendo la transformación de nuestras más íntimas convicciones, de nuestras raíces más profundas para llegar a cristianizarlas.

Para los judíos solamente Dios estaba por encima de Abraham, por eso, cuando Cristo les dice: “Antes de que Abraham existiese, Yo soy”, ellos entendieron perfecta- mente que Cristo estaba yendo derecho a la raíz de su religión; les estaba diciendo que Él era Dios, el mismo Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Y es por eso que agarran piedras para intentar apedrearlo, por eso buscan matarlo.

No es simplemente una cuestión dialéctica; ellos han entendido que Cristo no se conforma con cambiar ciertos ritos del templo. Cristo llega al fondo de todas las cosas y al fondo de todas las personas, y mientras Él no llegue ahí, va a estar insistiendo, va a estar buscando, va a estar perseverando hasta conseguir llegar al fondo de nuestro corazón, hasta conseguir recristianizar lo más profundo de nosotros mismos.

El hecho de que Dios le cambie el nombre a Abram, además de significar el querer llegar al fondo, está también significando que solamente quien es dueño de otro le puede cambiar el nombre. (Según la mentalidad judía, solamente quien era patrón de otro podía cambiarle el nombre). Algo semejante a lo que hicieron con nosotros el día de nuestro Bautismo cuando el sacerdote, antes de derramar sobre nuestra cabeza el agua, nos impuso la marca del aceite que nos hacia propiedad de Dios.

¿Realmente somos conscientes de que somos propiedad de Dios? Dios es tan consciente de que somos propiedad suya, que no deja de reclamarnos, que no deja de buscarnos, que no deja de inquietarnos. Como a quien le han quitado algo que es suyo y cada vez que ve a quien se lo quitó, le dice: ¡Acuérdate de que lo que tú tienes es mío! Así es Dios con nosotros. Llega a nuestra alma y nos dice: Acuérdate de que tú eres mío, de que lo que tú tienes es mío: tu vida, tu tiempo, tu historia, tu familia, tus cualidades. Todo lo que tú tienes es mío; eres mi propiedad.

Esto que para nosotros pudiera ser una especie como de fardo pesadísimo, se convierte, gracias a Dios, en una gran certeza y una gran esperanza de que Dios jamás va a desistir de reclamar lo que es suyo. Así estemos muy alejados de Él, sumamente hundidos en la más tremenda de las obscuridades o estemos en el más triste de los pecados, Dios no va a dejar de reclamar lo que es suyo. Sabemos que, estemos donde estemos, Dios siempre va a ir a buscarnos; que hayamos caído donde hayamos caído, Dios nos va a encontrar, porque Él no va a dejar de reclamar lo que es suyo.

Éste es el Dios que nos busca, y lo único que requiere de nosotros es la capacidad y la apertura interior para que, cuando Él llegue, nosotros lo podamos reconocer. “El que es fiel a mis palabras no morirá para siempre”. No habrá nada que nos pueda encadenar, porque el que es fiel a las palabras de Cristo, será buscado por Él, que es la Resurrección y la Vida.

Ojalá que nosotros aprendamos que tenemos un Dios que nos persigue y que busca llegar hasta el fondo de nosotros mismos, y que nos va hacer bajar hasta el fondo de nosotros para que nos podamos, libremente, dar a Él.

¿De qué otra manera más grande puede Dios hacer esto, que a través de la Eucaristía? ¿Qué otro camino sigue Dios sino el de la misma presencia Eucarística? ¿Acaso alguien en la tierra puede bajar tan a lo hondo de nosotros mismos como Cristo Eucaristía? Cristo es el único que, amándonos, puede penetrar hasta el alma de nuestra alma, hasta el espíritu de nuestro espíritu, para decirnos que nos ama.

Permitamos que el Señor, en esta Semana Santa que se avecina, pueda llegar hasta nosotros. Permitámosle hacer la experiencia de estar con nosotros. Y nosotros, a la vez, busquemos la experiencia de estar con Él. Un Dios que no simplemente caminó por nuestra tierra, habló nuestras palabras y vio nuestros paisajes. Un Dios que no simplemente murió derramando hasta la última gota de sangre; un Dios que no solamente resucitó rompiendo las ataduras de la muerte. Un Dios que, además, ha querido hacerse Eucaristía para poder estar en lo más profundo de nuestras vidas y poder encontrarnos, si es necesario, en lo más profundo de nosotros mismos.


20. Reflexión

Uno de los grande problemas de nuestro mundo moderno es la falta de fidelidad. Con una facilidad asombrosa nos cambiamos de marca, de automóvil, de trabajo, etc.. Esto se extiende a la vida matrimonial en donde, muchas parejas (incluso cristianas) desde el momento de sus matrimonio ya consideran la posibilidad del divorcio olvidándose de las promesas ante al altar. Igualmente, muchos hermanos, con facilidad se dejan conducir por doctrinas extrañas olvidándose de las promesas bautismales y del credo que durante años han recitado en la Eucaristía. Y es que ser fiel no es fácil, implica en ocasiones arriesgarlo todo. Ser fiel a la palabra de Dios, sobre todo en cuestiones sociales, en nuestro testimonio diario, o en la vida matrimonial puede implicarlo todo… incluso la misma vida, como en el caso de Jesús. Si algo se valora de un servidor es que éste sea “fiel”, que sea capaz de sostener la palabra dada aun a costa de la propia vida. Para ellos, para los que han sido fieles, Jesús promete la vida que no acaba Jamás. Preparémonos para reafirmar nuestras promesas bautismales en la vigilia de Pascua.

Que el Señor sea luz y lámpara para tu camino.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


21.Contemplar la Pasión

Nos hace mucho bien contemplar la Pasión de Cristo: en nuestra oración personal, al leer los Santos Evangelios, en los misterios dolorosos del Santo Rosario, en el Vía Crucis...

I. La liturgia de estos días nos acerca ya al misterio fundamental de nuestra fe: la Resurrección del Señor. Pero no podremos participar de Ella, si no nos unimos a su Pasión y Muerte.. Por eso, durante estos días, acompañemos a Jesús, con nuestra oración, en su vía dolorosa y en su muerte en la Cruz. No olvidemos que nosotros fuimos protagonistas de aquellos horrores, porque Jesús cargó con nuestros pecados (1 Pedro 2, 24), con cada uno de ellos. Fuimos rescatados de las manos del demonio y de la muerte a gran precio (1 Corintios 6, 20), el de la Sangre de Cristo. Santo Tomás de Aquino decía: ?La Pasión de Cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida?. Al preguntarle a San Buenaventura de donde sacaba tan buena doctrina para sus obras, le contestó presentándole un Crucifijo, ennegrecido por los muchos besos que le había dado: ?Este es el libro que me dicta todo lo que escribo; lo poco que sé aquí lo he aprendido?

II. Nos hace mucho bien contemplar la Pasión de Cristo: en nuestra oración personal, al leer los Santos Evangelios, en los misterios dolorosos del Santo Rosario, en el Vía Crucis... En ocasiones nos imaginamos a nosotros mismos presentes entre los espectadores que fueron testigos en esos momentos. También podemos intentar con la ayuda de la gracia, contemplar la Pasión como la vivió el mismo Cristo (R.A. KNOX, Ejercicios para seglares). Parece imposible, y siempre será una visión muy empobrecida de la realidad, pero para nosotros puede llegar a ser una oración de extraordinaria riqueza. Dice San León Magno que ?el que quiera de verdad venerar la pasión del Señor debe contemplar de tal manera a Jesús crucificado con los ojos del alma, que reconozca su propia carne en la carne de Jesús? (Sermón 15 sobre la Pasión)

III. La meditación de la Pasión de Cristo nos consigue innumerables frutos. En primer lugar nos ayuda a tener una aversión grande a todo pecado, pues Él fue traspasado por nuestras iniquidades y molido por nuestros pecados (Isaías 53, 5) . Los padecimientos nos animan a huir de todo lo que pueda significar aburguesamiento y pereza; avivan nuestro amor y alejan la tibieza. Hacen nuestra alma mortificada, guardando mejor los sentidos. Y si alguna vez, el Señor permite el dolor, nos será de gran ayuda y alivio considerar los dolores de Cristo en su Pasión. Hagamos el propósito de estar más cerca de la Virgen estos días que preceden a la Pasión de su Hijo, y pidámosle que nos enseñe a contemplarle en esos momentos en los que tanto sufrió por nosotros.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


22.

Autor: P. Cipriano Sánchez
Gn 17, 3-9
Jn 8, 51-59

La cercanía a la Semana Santa va haciendo que la Iglesia nos vaya presentando a Jesucristo en contraposición con sus enemigos. En el Evangelio de hoy se nos presenta la auténtica razón, la razón profunda que lleva a los enemigos de Cristo a buscar su muerte. Esta razón es que Cristo se presenta ante los judíos como el Enviado, el Hijo de Dios. Este conflicto permanente entre los dirigentes judíos y nuestro Señor, se convierte también para nosotros en una interrogación, para ver si somos o no capaces de corresponder a la llamada que Cristo hace a nuestra vida.

Cristo llega a nosotros, y llega exigiendo su verdad; queriendo mostrarnos la verdad y exigiéndonos que nos comportemos con Él como corresponde a la verdad. La verdad de Cristo es su dignidad, y nosotros tenemos que reflexionar si estamos aceptando o no esta dignidad de nuestro Señor. Tenemos que llegar a reflexionar si en nuestra vida estamos realizando, acogiendo, teniendo o no, esta verdad de nuestro Señor.

Cristo es el que nos muestra, por encima de todo, el camino de la verdad. Cristo es el que, por encima de todo, exige de los cristianos, de los que queremos seguirle, de los que hemos sido redimidos por su sangre, el camino de la verdad.

Nuestro comportamiento hacia Cristo tiene que respetar esa exigencia del Señor; no podemos tergiversar a Cristo. No podemos modificar a Cristo según nuestros criterios, según nuestros juicios. Tenemos necesariamente que aceptar a Cristo.

Pero, a la alternativa de aceptar a Cristo, se presenta otra alternativa ?la que tomaron los judíos?: recoger piedras para arrojárselas. O aceptamos a Cristo, o ejecutamos a Cristo. O aceptamos a Cristo en nuestra vida tal y como Él es en la verdad, o estamos ejecutando a Cristo.

Esto podría ser para nosotros una especie de reticencia, de miedo de no abrirnos totalmente a nuestro Señor Jesucristo, porque sabemos que Él nos va a reclamar la verdad completa. Jesucristo no va a reclamar verdades a medias, ni entregas a medias, ni donaciones a medias, porque Jesucristo no nos va a reclamar amores a medias. Jesucristo nos va a reclamar el amor completo, que no es otra cosa sino el aceptar el camino concreto que el Señor ha trazado en nuestra vida. Cada uno tiene el suyo, pero cada uno no puede ser infiel al suyo.

Solamente el que es fiel a Cristo tiene en su posesión, tiene en su alma la garantía de la vida verdadera, porque tiene la garantía de la Verdad.?El que es fiel a mis palabras no morirá para siempre?.

Nosotros constantemente deberíamos entrar en nuestro interior para revisar qué aspectos de mentira, o qué aspectos de muerte estamos dejando entrar en nuestro corazón a través de nuestro egoísmo, de nuestras reticencias, de nuestro cálculo; a través de nuestra entrega a medias a la vocación a la cual el Señor nos ha llamado.
Porque solamente cuando somos capaces de reconocer esto, estamos en la Verdad.

Debemos comenzar a caminar en un camino que nos saque de la mentira y de la falsedad en la que podemos estar viviendo. Una falsedad que puede ser incluso, a veces, el ropaje que nos reviste constantemente y, por lo tanto, nos hemos convencido de que esa falsedad es la verdad. Porque sólo cuando permitimos que Cristo toque el corazón, que Cristo llegue a nuestra alma y nos diga por dónde tenemos que ir, es cuando todas nuestras reticencias de tipo psicológico, todos nuestros miedos de tipo sentimental, todas nuestras debilidades y cálculos desaparecen.

Cuando dejamos que la Verdad, que es Cristo, toque el corazón, todas las debilidades exteriores ?debilidades en las personas, debilidades en las situaciones, debilidades en las instituciones?, y que nosotros tomamos como excusas para no entregar nuestro corazón a Dios, caen por tierra.

Nos podemos acomodar muchas cosas, muchas situaciones, muchas personas; pero a Cristo no nos lo podemos acomodar. Cristo se nos da auténtico, o simplemente no se nos da. ?Se ocultó y salió de entre ellos?. En el momento que los judíos se dieron cuenta de que no podían acomodarse a Cristo, que tenían que ser ellos los que tenían que acomodarse al Señor, toman la decisión de matarlo.

A veces en el alma puede suceder algo semejante: tomamos la decisión de eliminar a Cristo, porque no nos convence el modo con el que Él nos está guiando. Y la pregunta que nace en nuestra alma es la misma que le hacen los judíos: ?¿Quién pretendes ser??. Y Cristo siempre responde: ?Yo soy el Hijo de Dios?.

Sin embargo, Cristo podría regresarnos esa pregunta: ¿Y tú quién pretendes ser? ¿Quién pretendes ser, que no aceptas plenamente mi amor en tu corazón? ¿Quién pretendes ser, que calculas una y otra vez la entrega de tu corazón a tu vocación cristiana en tu familia, en la sociedad? ¿Por qué no terminar de entregarnos? ¿Por qué estar siempre con la piedra en la mano para que cuando el Señor no me convenza pueda tirársela?

Cristo, ante nuestro reclamo, siempre nos va a responder igual: con su entrega total, con su promesa total, con su fidelidad total.

Las ceremonias que la Iglesia nos va a ofrecer esta Semana Santa no pueden ser simplemente momentos de ir a Misa, momentos de rezar un poco más o momentos de dedicar un tiempo más grande a la oración. La Semana Santa es un encuentro con el misterio de un Cristo que se ofrece por nosotros para decirnos quien es. El encuentro, la presencia de Cristo que se me da totalmente en la cruz y que se muestra victorioso en la resurrección, tenemos que realizarla en nuestro interior. Tenemos que enfrentarnos cara a cara con Él.

Es muy serio y muy exigente el camino del Señor, pero no podemos ser reticentes ante este camino, no podemos ir con mediocridad en este camino. Siempre podremos escondernos, pero en nuestro corazón, si somos sinceros, si somos auténticos, siempre quedará la certeza de que ante Cristo, nos escondimos. Que no fuiste fiel ante la verdad de Cristo, que no fuiste fiel a tu compromiso de oración, que no fuiste fiel en tu compromiso de entrega en el apostolado, que no fuiste fiel, sobre todo, en ese corazón que se abre plenamente al Señor y que no deja nada sin darle a Él.

Cristo en la Eucaristía se nos vuelve a dar totalmente. Cada Eucaristía es el signo de la fidelidad de la promesa de Dios: ?Yo estaré contigo todos los días hasta el fin del mundo?. Dios no se olvida de sus promesas. Y cuando vemos a un Dios que se entrega de esta manera, no nos queda otro camino sino que buscarlo sin descanso.

Buscarlo sin descanso a través de la oración y, sobre todo, a través de la voluntad, que una vez que ha optado por Dios nuestro Señor, así se le mueva la tierra, no se altera, no varía; así no entienda qué es lo que está pasando ni sepa por dónde le está llevando el Señor, no cambia.

Dios promete, pero Dios también pide. Y pide que por nuestra parte le seamos fieles en todo momento, nos mantengamos fieles a la palabra dada pase lo que pase. Romper esto es romper la verdad y la fidelidad de nuestra entrega a Cristo.

Que la Eucaristía abra en nuestro corazón una opción decidida por nuestro Señor. Una opción decidida por vivir el camino que Él nos pone delante, con una gran fidelidad, con un gran amor, con una gran gratitud ante un Dios que por mí se hace hombre; ante un Dios que tolera el que yo muchas veces haya podido tener una piedra en la mano y me haya permitido, incluso, intentar arrojársela. Y sobre todo, una gratitud profunda porque permitió que mi vida, una vez más, lo vuelva a encontrar, lo vuelva a amar, consciente de que el Señor nunca olvida sus promesas.


23. 2004

LECTURAS: GEN 17, 3-9; SAL 104; JN 8, 51-59

Gen. 17, 3-9. El pueblo elegido vive en el destierro; pero no olvida las promesas que Dios hizo a Abrahán. Dios pactó con él una alianza eterna de ser el Dios de Abrahán y de su posteridad. Por eso, en esos momentos difíciles, viviendo en Babilonia, deben recordar la Alianza pactada por Dios con Abrahán, padre de todos ellos. Dios jamás abandonará la obra de sus manos, ni dará marcha atrás en sus promesas. Tanto a Abrahán, como a sus descendientes, sólo se les pide caminar en la presencia de Dios y ser perfectos. Quien dedique su vida a la maldad se estará haciendo acreedor a perder la patria prometida, pues ha roto la Alianza con el dueño de esa tierra. Dios nos pide que quienes somos sus hijos, caminemos en su presencia, con un amor fiel; que dejemos que el mismo Dios nos haga cada día más perfectos, más dignos en su presencia. Dios no sólo es nuestro Dios y Señor; por medio de nuestra fe en Cristo, y nuestra unión a Él por medio del bautismo, se han rebasado las expectativas de todos los patriarcas y profetas, pues hemos sido elevados a la dignidad del Hijo de Dios. En verdad tenemos a Dios por Padre. Ojalá y no vayamos a perder la posesión de la patria definitiva, de los bienes eternos, a causa de no vivir conforme a las inspiraciones y guía del Espíritu de Dios que Él infundió en nosotros. Así, no tanto tenemos una circuncisión carnal, sino la circuncisión del corazón que nos ha consagrado a Dios como hijos suyos. Caminemos en su presencia con el gozo de sabernos amados por Dios, pero también con el compromiso de amar a nuestro prójimo como nosotros hemos sido amados por el Señor.

Sal. 104. Dios, siempre fiel a pesar de las infidelidades de su Pueblo. Pero aun cuando Dios siempre está dispuesto a perdonar nuestras culpas, no podemos pensar que ha quedado sin efecto lo que le corresponde al Pueblo. El Salmo concluirá diciendo que si Dios ha sido fiel, al Pueblo corresponde obedecer sus mandamientos y practicar sus leyes. Dios siempre está a nuestro lado como Padre y como poderoso defensor. Busquémoslo sin descanso para vivir totalmente comprometidos con Él y no sólo para recibir sus beneficios. El mismo Cristo nos invita a buscar primero el Reino de Dios y su justicia, sabiendo que todo lo demás llegará a nosotros por añadidura.

Jn. 8, 51-59. Por la Palabra eterna del Padre fueron creadas todas las cosas. El que sea fiel a las palabras de Jesús, no morirá para siempre. Aquel que es antes de Abrahán y de cualquier otra criatura, se ha hecho uno de nosotros para convertirse para nosotros en fuente de vida eterna. Quien lo acepte tendrá la vida, quien lo rechace, la habrá perdido para siempre, pues no hay otro camino de salvación, sino sólo Cristo. Así la fe de Abrahán ha quedado superada por la fe en Cristo. Por eso debemos no sólo escuchar la Palabra de Dios, sino ser fieles a ella. Entonces no sólo conoceremos a Dios, sino que en verdad lo tendremos como Padre nuestro. Y teniendo a Dios con nosotros tendremos vida, y Vida eterna; y, a pesar de que tengamos que pasar por la muerte nuestro destino final estará escondido con Cristo en Dios, con quien viviremos eternamente.

La participación en la Eucaristía nos hace entrar en intimidad con el Señor, Pan de Vida eterna. El Misterio Pascual de Cristo no nos conduce a la muerte, sino a la vida. Dios ha pactado con nosotros una Alianza nueva y eterna, en la que Él se compromete a ser nuestro Padre, y nosotros nos comprometemos a ser sus hijos. Al paso del tiempo somos testigos de la fidelidad de Dios. Pero también somos conscientes de nuestras infidelidades a esa Alianza. Por eso, también nosotros, arrepentidos y humillados, nos presentamos ante el Señor para pedir su perdón y para prometerle que en adelante, no confiando en nuestras débiles fuerzas, sino en el poder de su Espíritu en nosotros, caminaremos en su presencia como hijos suyos. Y Dios se hace compañero de nuestro peregrinar por este mundo; más aún, nos hace uno con Él mediante la comunión de su propia vida, de la que nos hace partícipes por medio de la Eucaristía. Si Él permanece en nosotros y nosotros en Él, si somos fieles a su Palabra, tenemos una prenda segura de que no moriremos para siempre, pues nuestro destino será llegar a la posesión de los bienes definitivos que Dios ha reservado para los que le viven fieles.

El Señor nos comunica su misma Vida para que nosotros seamos signos de vida en el mundo. A través del tiempo la Iglesia se esfuerza por hacer llegar la vida de Dios a todos los hombres, muchas veces deteriorados a causa del pecado. No podemos cerrar los ojos ante las injusticias, ante los crímenes que conmueven al mundo entero. ¿Cuál es la voz de la Iglesia ante estas angustias de la humanidad? Y la Iglesia no son sólo los pastores de la misma; lo somos todos los bautizados. Si no somos una luz que clarifique el camino del hombre en medio de tantas incertidumbres e interrogantes, si no somos motivo de esperanza para los decaídos ¿de qué nos sirve confesarnos como hombres de fe en Cristo? No podemos, por tanto, quedarnos sólo como aquellos que escuchan a su maestro y se olvidan de sus enseñanzas. Si hemos venido ante el Señor es porque nos queremos comprometer a trabajar para darle un nuevo rumbo a nuestra historia desde la fe que profesamos. Que la Iglesia, nosotros todos, demos a conocer al mundo entero el amor de Dios, no sólo con palabras bellamente estructuradas, sino con una vida comprometida a profundidad para trabajar por la paz, por la unidad, por una sociedad más unida por un auténtico amor fraterno. A partir de ese esfuerzo, fortalecidos por el Espíritu Santo que actúa en nosotros y desde nosotros, podremos hacer que nuestro mundo sea fecundo en hombres nuevos, capaces de llegar a ser hijos de Dios y de manifestarse como tales por sus obras y no sólo por sus palabras.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de unir nuestra existencia a Jesucristo, con tal lealtad que en verdad podamos convertirnos en un signo de la vida nueva que Dios ofrece a la humanidad, hasta lograr alcanzar la plenitud de esa vida en la eternidad. Amén.

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24. ARCHIMADRID 2004

“PUEDO PROMETER Y PROMETO”

“Mantendré mi pacto contigo”. ¿No te has quejado alguna vez de aquello que un día te prometieron y, pasado el tiempo, nunca se cumplió? Aún recuerdo esa comedia americana (no me preguntes el título, pues no me acuerdo), en la que un militar, que se jactaba de pasarlo bien (cosa que compartía con sus subalternos), llevaba años comprometido con su novia y, cada año (pues habían sido muchos los intentos), al llegar la fecha de la boda, se le olvidaba ir a la iglesia para contraer matrimonio. Lo curioso es que la buena chica (otros la calificarían de “tonta del bote”), a pesar del desplante de su prometido, seguía confiando en su palabra, año tras año… Y os aseguro, tal como se mostraba en el film, que el susodicho militar daba la impresión de querer de verdad a su novia. ¿Olvido?, ¿indiferencia? ¿dejadez? Creo, más bien, que se trata de un mal universal que atañe a la propia condición humana. Nos dejamos seducir por las cosas que deseamos, siendo capaces de prometer lo que no podemos cumplir, sólo por lograr alcanzar ese objeto… o esa persona.

La Biblia nos dice que “sólo Dios cumple sus promesas”. Y toda la Sagrada Escritura está jalonada del “quiero y no puedo” de tantos hijos de Israel. Éstos, sin embargo, también somos tú y yo, que tenemos, cómo no, nuestras respectivas condecoraciones de lo no cumplido y, por otra parte, presumimos de ser personas de una sola pieza. Sólo la humildad nos lleva al reconocimiento de que Dios, verdaderamente, ha guardado su palabra en nuestra vida. Y sin necesidad de echar la vista atrás, hemos de reconocer todos esos momentos en los que hemos palpado la sugerencia de Dios para que cambiáramos un “poquito” (rezar un poco más, sonreír un poco más, criticar un poco menos…, pues en esto consistía la alianza que establecimos con Él), y, sin embargo, nos hemos “achantado” ante la más mínima contradicción.

Así pues, las promesas están tejidas de fidelidad y de lealtad. Estamos ante auténticas virtudes que hacen a la persona más humana y más veraz. Y como podemos observar, una vez más, no son cosas que se vean todos los días en nuestros ambientes; todo lo contrario, a veces el que sabe seducir con engaños y mentiras es considerado como alguien que “tendrá mucho futuro”.

“Recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su rostro”. Cuando el otro día, alguien me aseguraba que había perdido toda esperanza de confiar en la gente (debo de reconocer que los “palos” que ha recibido esta persona, son abundantes y dolorosos), le pregunté si sabía cuál era esa misma impresión de los demás con respecto a él. Por un momento se quedó un tanto desconcertado pero, posteriormente, con lágrimas en los ojos me dijo: “tiene razón… pocas veces he abierto mi corazón al que me pedía consuelo o compasión”. Este buen hombre besó un crucifijo que había sobre la mesa, y nos dimos un abrazo.

¡Se me olvidada!… en la película que aludía más arriba, al final, nuestro militar se casa con la chica. ¿No será, que a pesar de lo “malos” que podamos ser, siempre hay un destello de la bondad de Dios en cada uno de nosotros?


25.

Jesús no deja de arriesgarse.
El evangelio de Juan de estos días nos fue mostrando a un hombre que se exponía cada vez más, y ahora llega a un punto máximo, hasta tener que escaparse para no ser apedreado como un falso profeta.

Todo ya fue dicho, todo fue revelado, ahora queda que se cumpla, definitivamente, el proyecto de Dios.

El cristianismo es más que un conjunto de reglas morales elevadas, como pueden ser el amor perfecto, o, incluso, el perdón. El cristianismo es la fe en una persona. Jesús es Dios y hombre verdadero.

Claro que nos escandalizamos de Jesús muchas veces, y es, sobre todo, porque él es más generoso que nosotros. Él está por delante de nosotros para enseñarnos el camino y a nosotros nos pasa algo muy curioso. Decimos que Jesús es Dios y que por eso no podemos hacer lo que Él hizo. Pero en el fondo es porque somos unos cobardes, que no nos atrevemos a dar el sentido que Cristo le dio a sus actos.

Nosotros no podremos caminar sobre las aguas ni multiplicar panes. Pero lo que debemos aprender de Cristo no es tanto lo que hizo sino cómo lo hizo.

Y es que detrás de nuestra actitud de temor existen estos sofismas. “Todos los demás lo dicen, la televisión lo ha dicho, se lo he escuchado a mis amigos, así lo hace todo el mundo, si no lo hago así se ve raro”.. Y mientras tanto, tomo una piedra del suelo y se la lanzo a Jesús, porque prefiero darle una pedrada a Jesús que quedar mal delante de los hombres.


26. Fray Nelson Jueves 17 de Marzo de 2005

Temas de las lecturas: Serás padre de una multitud de pueblos * Su padre Abrahán se regocijaba con el pensamiento de verme.

1. Una muchedumbre de pueblos
1.1 De la esterilidad vencida viene una fecundidad maravillosa, una muchedumbre de pueblos. Y conmueve pensar que a esa muchedumbre pertenecemos también nosotros, pues ciertamente es la fe de Abraham la que ha hecho posible que un día cada uno de nosotros lleguemos a la fe.

1.2 La alianza con Abraham tiene tres puntos: una descendencia, una tierra y sobre todo, una relación: "yo seré el Dios de tus descendientes". Aunque ciertamente lo más inmediato y visible es la tierra y la descendencia, es sobre todo ese modo de relación lo que va a resultar más durable y decisivo en la alianza cuyo comienzo presenciamos en esta primera lectura.

1.3 Nosotros mismos, en una inmensa mayoría, no somos descendencia de Abraham según la carne y la sangre; no venimos de Isaac, en ese sentido. Tampoco vivimos en Palestina. Pero el género nuevo y único de relación de amor y bendición que Dios inauguró con Abraham, y que tiene su plenitud en Cristo, el Unigénito, eso sí es herencia nuestra.

2. Jesús, el de Abraham
2.1 La descendencia de Abraham es sobre todo Jesús. Todo miraba desde el principio a Jesús, aunque el mismo Abraham no lo tuviese del todo claro.

2.2 Todo miraba a Jesús, todo preparaba a Jesús, todo esperaba a Jesús. Y todo aguarda a Jesús, porque sólo Jesús puede lo que sin Jesús desfallece; sólo Jesús sostiene lo que sin Jesús se derrumba; sólo Jesús sana lo que sin Jesús se corrompe y muere.

2.3 Jesús, Jesús... Antes de Abraham, ya eras; antes de aquella esperanza, antes de aquella alianza, antes del monte en que Isaac fue tendido para el sacrificio. Antes, ya tú existías, antes ya tú nos amabas, antes de todo ello, ya tú querías venir al pueblo que sin ti es ruina y contigo ciudad amurallada, jardín apacible, fuente serena, baluarte inexpugnable.

2.4 Jesús, me avergüenzo de pertenecer a la raza que te expulsó de tu propio templo. Te pido perdón por haber dado la espalda a tu rostro bello. Imploro de tu compasión lágrimas nuevas de amor por mí y por el mundo necio, por mí y por el mundo loco, por mí y por el mundo pérfido; porque soy de ese mundo, lo llevo en mi sangre y por eso sé que sólo tu Sangre hará nueva mi sangre, hará nueva mi vida.