MARTES DE LA QUINTA SEMANA DE CUARESMA

 

Libro de los Números 21,4-9.

Los israelitas partieron del monte Hor por el camino del Mar Rojo, para bordear el territorio de Edóm. Pero en el camino, el pueblo perdió la paciencia y comenzó a hablar contra Dios y contra Moisés: "¿Por qué nos hicieron salir de Egipto para hacernos morir en el desierto? ¡Aquí no hay pan ni agua, y ya estamos hartos de esta comida miserable!". Entonces el Señor envió contra el pueblo unas serpientes abrasadoras, que mordieron a la gente, y así murieron muchos israelitas. El pueblo acudió a Moisés y le dijo: "Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti. Intercede delante del Señor, para que aleje de nosotros esas serpientes". Moisés intercedió por el pueblo, y el Señor le dijo: "Fabrica una serpiente abrasadora y colócala sobre un asta. Y todo el que haya sido mordido, al mirarla, quedará curado". Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso sobre un asta. Y cuando alguien era mordido por una serpiente, miraba hacia la serpiente de bronce y quedaba curado.

Salmo 102,2-3.16-21.

Señor, escucha mi oración y llegue a ti mi clamor;
no me ocultes tu rostro en el momento del peligro; inclina hacia mí tu oído, respóndeme pronto, cuando te invoco.
Las naciones temerán tu Nombre, Señor, y los reyes de la tierra se rendirán ante tu gloria:
cuando el Señor reedifique a Sión y aparezca glorioso en medio de ella;
cuando acepte la oración del desvalido y no desprecie su plegaria.
Quede esto escrito para el tiempo futuro y un pueblo renovado alabe al Señor:
porque él se inclinó desde su alto Santuario y miró a la tierra desde el cielo,
para escuchar el lamento de los cautivos y librar a los condenados a muerte. Los hijos de tus servidores tendrán una morada y su descendencia estará segura ante ti,


Evangelio según San Juan 8,21-30.

Jesús les dijo también: "Yo me voy, y ustedes me buscarán y morirán en su pecado. Adonde yo voy, ustedes no pueden ir". Los judíos se preguntaban: "¿Pensará matarse para decir: 'Adonde yo voy, ustedes no pueden ir'?". Jesús continuó: "Ustedes son de aquí abajo, yo soy de lo alto. Ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo. Por eso les he dicho: 'Ustedes morirán en sus pecados'. Porque si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados". Los judíos le preguntaron: "¿Quién eres tú?". Jesús les respondió: "Esto es precisamente lo que les estoy diciendo desde el comienzo. De ustedes, tengo mucho que decir, mucho que juzgar. Pero aquel que me envió es veraz, y lo que aprendí de él es lo que digo al mundo". Ellos no comprendieron que Jesús se refería al Padre. Después les dijo: "Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada". Mientras hablaba así, muchos creyeron en él.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



Leer el comentario del Evangelio por :
 

 

LECTURAS 

1ª: Nm 21, 4-9 

2ª: Jn 8, 21-30 


1. 

La primera lectura nos presenta cómo, en el desierto, el pueblo de Israel realiza la experiencia de la dificultad de vivir la fe, de confiar en la promesa de Dios. Su rebelión le muestra cómo fuera de Dios no hay salvación.

MISA DOMINICAL 1990/07


2.

En el evangelio de hoy, Jesús afirma que «debe ser levantado del suelo» y que será entonces un signo de salvación... La cruz. La serpiente de bronce era un anuncio de ese signo de salvación.

-Durante su marcha a través del desierto, el pueblo de Israel se desanimó... habló contra Dios y contra Moisés.

A lo largo de toda la Biblia, el desierto es el lugar de la tentación y de las pruebas.

La gran prueba es la de dudar de Dios mismo. Ese estado de duda en nuestras relaciones con Dios suele aparecer cuando nos sentimos excesivamente aplastados por el peso de nuestras preocupaciones. Y esto sucede, en verdad, también a los cristianos más generosos y a los apóstoles más ardientes. Con mayor razón esto puede explicar en parte el ateísmo y la incredulidad: ¡con el desánimo a cuestas, se acusa a Dios!

Pienso en la gran masa de nuestros contemporáneos que prescinden de Dios y ruego por ellos... ¡Ten piedad, Señor! ¡Alivia la carga que pesa sobre ellos!

-Entonces, el Señor envió contra el pueblo serpientes venenosas.

La serpiente ha sido siempre símbolo de espanto. Animal sinuoso y deslizante, difícil de atrapar, que ataca siempre por sorpresa y cuya mordedura es venenosa: el veneno que inyecta en la sangre no guarda proporción con su herida aparentemente benigna. Se está tentado de atribuirlo a una potencia maléfica, casi mágica. Los hebreos, en el desierto no ignoraban que habían "hablado contra" Dios.

Sabiéndose pecadores, interpretaban como un castigo del cielo las desgracias naturales que les sobrevenían.

-Hemos pecado contra el Señor y contra ti. Intercede ante el Señor para que aparte de nosotros las serpientes.

Toma de conciencia que acaba en intercesión.

Señor, ayúdanos a ser conscientes de nuestros pecados.

Haz que veamos claro; pero que la evidencia de nuestra culpa no nos deje sucumbir en el desaliento.

-Moisés intercedió por el pueblo.

Con frecuencia vemos a Moisés en oración. Moisés reza, pero no por sí mismo, sino por su pueblo.

¡Que tampoco yo deje de ampliar mi oración más allá de mis intereses particulares! El mundo espera intercesores, pararrayos. En el mundo, un poco en todas partes, hay almas que rezan y que salvan. ¿Soy una de ellas?

Puedo hacerlo ahora mismo. Evocar en mi espíritu los grandes sectores de ateísmo, de pecado colectivo... rogar por esas intenciones.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 152 s.


3.

En el evangelio, a base de contrastes y respuestas enigmáticas, Jesús revela su trascendencia y llama a la conversión. "Yo soy" es un título reservado a Dios. En el levantamiento (=muerte y exaltación, unidas en la cruz) es donde se revela precisamente quién es Jesús y el porqué de su misión.

MISA DOMINICAL 1990/7-25


4. INCREDULIDAD/SV:

El cap. 8 del evangelio según S. Juan toca de lleno el enfrentamiento de Jesús con el judaísmo oficial. El tema principal de este enfrentamiento es sin duda la lucha acerca de la revelación y estrechamente vinculada a la misma, la cuestión acerca del lugar de la presencia de Dios. Es bastante significativo que tal enfrentamiento haya ocurrido en el templo de Jerusalén, el lugar de la presencia de Yahvé.

En el texto de hoy, Jesús habla de su marcha:"Yo me voy y vosotros me buscaréis y moriréis en vuestro pecado".

Se trata en primer término de la muerte de Jesús, de su ausencia completa del mundo.

Pero en realidad se trata a la vez de la partida de Jesús al Padre, y este es el aspecto positivo de la marcha, que desde luego sólo la fe puede reconocer. Y así, cuando Jesús se haya ido, se le buscará; para los incrédulos, sin embargo, tal búsqueda será inútil, porque no tendrán más que la ausencia más completa de Jesús; nada más.

La afirmación de Jesús: "Moriréis en vuestro pecado" se refiere a la pérdida de la salvación. El pecado es la incredulidad y este para el evangelista se identifica con la pérdida de la salvación, con la misma muerte. Así como la salvación está en la comunión de vida con Jesús, así la desgracia o condenación está en la separación definitiva de Jesús. "Donde yo voy no podéis venir vosotros". Esta es la razón concluyente. Para la incredulidad no hay consumación alguna de la comunión con Jesús como la que se da ciertamente para los que creen. (14, 1-3): "voy a prepararos un lugar, y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo".

La incredulidad como actitud básica y permanente excluye al hombre de la salvación, de la vida eterna.

Los enemigos, que no ven más que de tejas abajo, que no admiten más que lo que pueden razonar: "¿Será que va a suicidarse y por eso dice: donde yo voy no podéis venir vosotros?".

"Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allá arriba; vosotros sois de este mundo. Yo no soy de este mundo". Estas palabras confirman la diferencia esencial que hay entre Jesús y el mundo, haciendo hincapié precisamente en el origen diferente. Jesús, el revelador del Padre, pertenece por completo a la esfera divina, a la que tiene acceso la fe, mientras que la incredulidad queda excluida de la misma. Y además por sí misma la incredulidad no puede superar su origen de "abajo". Lo cual significa que la inteligencia de la revelación está cerrada a la incredulidad.

"Si no creéis que yo soy, moriréis en vuestro pecado". Los oyentes morirán en su pecado si no creen que yo soy. Es muy importante este presente: "Ego eimi=yo soy" que aparece repetidas veces en S. Juan. Según los comentaristas todo parece indicar que la afirmación "yo soy" había que entenderla desde las afirmaciones semejantes de Yahvé en el A.T. y muy especialmente desde la famosa revelación del nombre divino de Yahvé a Moisés en la visión de la zarza ardiente (/Ex/03/14) que se traduce de esta forma: "Yo soy el que estoy aquí".

Y continuó: así hablarás a los hijos de Israel: "Yo estoy aquí" me envía a vosotros".

YO-SOY:En la opinión de la mayor parte de los comentaristas modernos, esta revelación no es ninguna definición metafísica de la esencia divina. No se trata, por tanto, de designar a Dios como el ser absoluto, ni como el existente sin más; sino que la afirmación apunta a la proximidad y presencia auxiliadora de Dios en medio de su pueblo. Moisés debe confiar en la ayuda de Dios, pero no ha de pensar que puede disponer de Dios. Y es precisamente en ese sentido como debe entenderse la expresión del "yo soy" como fórmula de revelación cristológica. Tampoco se trata aquí de una definición metafísica ni de una equiparación ingenua y simplista de Jesús con Dios, sino más bien de la respuesta cristológica a la pregunta acerca del "lugar de Dios". Jesús en persona es ahora el sitio de la presencia divina, el lugar en que el hombre puede encontrar a Dios en el mundo.

El mismo Jesús exhorta a los hombres a encontrar en él al Dios escondido, que aquí asegura el hombre su proximidad salvadora, su salvación. Quien escapa a esa proximidad salvadora, escapa también a la verdadera vida y cae en la muerte.

"Cuando levantéis al Hijo del hombre sabréis que yo soy". Este levantar al Hijo del hombre es la exaltación de Jesús mediante su muerte en la cruz. Con esta conexión establecida entre la cruz y la afirmación "Yo soy" queda definitivamente claro dónde hay que buscar y encontrar el lugar de la presencia salvadora de Dios: en Cristo crucificado.

-Con esta pregunta "¿Quién eres tú?" los enemigos de Jesús declaran que no han entendido la afirmación de Jesús acerca de su origen, ni tampoco su afirmación "Yo soy" . A esta pregunta no hay respuesta por parte de Jesús.

El problema de si Jesús es el nuevo lugar de la presencia de Dios, en el que Dios sale al encuentro del hombre dándole la salvación y la vida, no es un problema que puede resolverse con alguna prueba externa. Aquí se trata de la fe: del reconocimiento o no reconocimiento de esa presencia de Dios en Jesús. Por eso la pregunta de los judíos "¿quién eres tú?" lleve consigo la renuncia a creer. Y la respuesta de Jesús saca la consecuencia de todo esto cuando dice: "Después de todo ¿para qué sigo hablando con vosotros?" Realmente Jesús no puede decir acerca de sí mismo más de lo que ha dicho hasta ahora. Si los enemigos no quieren creer ni comprender, eso es cosa suya.

"Podría decir y condenar muchas cosas en vosotros", es decir, podría desenmascarar con pocas palabras vuestra negativa a creer. Pero Jesús renuncia ahora a ejercer su función judicial. Ahora no hace más que decir al mundo lo que ha escuchado de su Padre y entre esas cosas se encuentra esta revelación: YO SOY: este es en adelante el lugar de la presencia salvadora de Dios: No es el templo, ni la ley.

"Cuando levantéis al Hijo del hombre sabréis que yo soy y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado".

La muerte de Cristo en la cruz no solamente es una revelación más de la cercanía salvadora de Dios, sino que es el punto culminante de ese acontecimiento revelador y salvador. Porque justamente esa elevación mostrará que Jesús puede decir con toda razón el "yo soy", ya que la cruz es el lugar en que se ha revelado al mundo de manera más plena y más aplastante el amor entrañable de Dios.

/Jn/03/14-16: "Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre... Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna".

Jn 19, 37. Y se cumplió la Escritura: "Mirarán al que traspasaron" para ser salvado hay que "mirar" -con el corazón-.Cristo levantado en la cruz.

"Y cuando levantéis al Hijo del hombre sabréis también que yo no hago nada por mi cuenta". Jesús mediante su muerte en la cruz proclama su obediencia a la voluntad del Padre. Y esa palabra tan fácil de decir "nada hago por mi cuenta" define exactamente la conducta de Jesús y en su muerte se confirma y se realiza de una manera perfecta.

"El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada".

Jesús se sabe siempre y en todo unido al Padre ¡Precisamente en esta hora suprema el Padre está con Jesús y no le deja solo! "Y no me ha dejado solo" aquí responde el evangelista a una objeción judía que se extendió también en varias comunidades cristianas y que llegó a ser después una verdadera herejía, tomando como argumento las palabras de Jesús en la cruz, que transmiten los sinópticos, (Mt 27, 46) "Dios mío, por qué me has abandonado?" Eso no es verdad, dice S. Juan, el Padre no ha abandonado a su Hijo ni siquiera al ser izado en la cruz y la razón está en que "yo hago siempre lo que le agrada", es decir, cumplo siempre su voluntad.


5.

Conocer a "Dios": Jesús nos lo revela.

-Vosotros, sois "de abajo"... Yo soy "de arriba" Vosotros sois de este mundo... Yo, no soy de este mundo...

Este mundo, del cual el hombre ha torcido el rodaje por su pecado. De hecho el mundo es bueno, es Dios quien lo ha creado, y "vio Dios ser todo muy bueno". Pero vino a ser un mundo malo cuando perdió su referencia a Dios.

Tú, Señor, no eres de este mundo. Tú no tienes pecado.

Contemplo tu persona: eres el santo, el hombre perfecto, el que se asemeja exactamente a lo que Dios ha querido crear.

-Si no creéis que Yo soy "el que es", moriréis en vuestros pecados.

"El que es" Es el nombre que Dios se ha dado en la zarza ardiente del Sinaí (Ex 3, l4) Es la palabra hebrea que designa a Dios: "Yahveh" = el que es.

Ningún auditor de Jesús podía hacerse ilusiones. Jesús se atrevía a aplicar a sí mismo esta palabra inefable que los judíos de su tiempo no se atrevían siquiera a pronunciar, ¡de tal manera les parecía imposible de nombrar! "El que existe". Tal es el nombre que Dios se ha dado.

Los contemporáneos de Jesús piensan en su muerte. "¿es que se va a matar?", acaban de decir. Y Jesús, muy sencillamente, les contesta: "Yo soy el que existe", el que dura más allá de todos los avatares del tiempo, soy el Eterno. Soy la vida-sin-muerte. ¡Prerrogativa divina!

-Le preguntaron: "Tú, ¿quién eres?" Jesús respondió: "Desde el principio, Yo soy" lo que os digo".

Tal es el misterio profundo de su persona.

"Desde el principio..." Fórmula solemne, con ella empieza el primer libro de la Biblia: "en el principio, creó Dios el cielo y la tierra". Y es también la fórmula que Juan escogió para el principio de su evangelio: "En el principio era el Verbo". Fórmula que trata de acercarnos al misterio de eternidad que es el de Dios: "El es, era, será..." Aquél cuya existencia no depende de nadie... ni de nada... Aquél que no ha "nacido" y que no "muere".

-Lo que le oigo a El -ellos no comprendieron que les hablaba del Padre- es de lo que Yo hablo al mundo... Yo no hago nada de mí mismo, sino que hablo según me enseñó el Padre.

Revelación de las relaciones entre el Padre y el Hijo.

Jesús está enteramente "vuelto hacia otro", "dependiendo vitalmente de su Padre", "recibiendo todo de El". Es Hijo de Dios.

No centrado en sí mismo, sino centrado en Otro.

Es lo propio del amor.

Dios es Amor.

Es lo propio de la "filiación": recibir la vida de otro.

-Y el que me envió está "conmigo". No me ha dejado solo, porque Yo hago siempre lo que es de su agrado.

Repetir y meditar largamente estas palabras... tan simples, y tan evocadoras.

Por Jesús, y en El me es ofrecida esta misma intimidad con Dios. ¿Me siento solo, quizá?

Ayúdame, Señor, a vivir "contigo".

"Hacer siempre lo que es de su agrado": he aquí una de las más perfectas expresiones del amor. Jesús es "amor del Padre".

Y por esto es también "amor nuestro". Amaos los unos a los otros como yo os he amado.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 156 s.


6.

Este fragmento forma parte de unos capítulos centrales del cuarto Evangelio. Jesús sube a Jerusalén para la fiesta de las Chozas (7,2.10), y el lector asistirá a gran número de controversias entre Jesús y los judíos de Jerusalén (los fariseos son nombrados explícitamente en varias escenas), que culminarán en el intento de apedrear a Jesús al final del capítulo 8 («entonces tomaron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo»: 8,59). Son unos capítulos llenos de discusiones doctrinales sobre el origen del Mesías y sobre la validez del testimonio de Jesús sobre sí mismo. La tensión dramática del evangelio llega aquí a un momento verdaderamente culminante. El lector está convencido de que todo lo que va a seguir no puede llevar más que a la muerte de Jesús.

El contexto litúrgico de estos capítulos forma un trasfondo importante para entender el fragmento de hoy. La fiesta de las Chozas era para los judíos la fiesta por excelencia de la esperanza mesiánica. En ella la autoproclamación de Yahvé tenía una fuerza y centralidad sin igual, y los salmos y textos del AT, que probablemente se utilizaban, venían a subrayar esta presencia poderosa de Yahvé en el templo con el majestuoso «yo soy» de la liturgia. Jesús, en medio de este contexto, se autoproclama «yo soy». La revelación no puede ser más clara. Y en estas palabras majestuosas, que quieren responder a la pregunta explícita: «¿Tú quién eres?» (25), se da precisamente la razón fundamental del escándalo y del rechazo judío: lo quieren apedrear. El cuarto Evangelio pone un contrapunto a esta actitud negativa radical, y el fragmento de hoy acaba diciendo: «muchos del pueblo creyeron en él» (30). La revelación de Jesús ha provocado la división radical: unos la han aceptado y otros rechazado.

En el cuarto Evangelio hay pocos capítulos tan doctrinales como 7-8. El autor ha querido dejar claro a sus lectores que también en el terreno doctrinal hay argumentos para mostrar que Jesús es el Mesías, el hijo de Dios. Ahora bien, ha dejado igualmente clara una cosa fundamental: la fe o la no-fe no son el resultado de una controversia doctrinal. Tal vez nosotros deberíamos aprender a re-situar las diversas actitudes doctrinales. Quizá, por encima de ellas, está la opción por Jesús, que es mucho más radical y, en sí misma, no es doctrinal.

ORIOL TUÑI
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 898 s.


7.

1. Son diversas las interpretaciones que los entendidos ofrecen sobre este episodio en el desierto: la plaga de picaduras de serpientes y la curación que se conseguía mirando a la serpiente de bronce enarbolada por Moisés.

Podría ser que esta serpiente recordara restos de idolatría en la región. Con frecuencia este animal era divinizado en las diversas culturas, por ejemplo como símbolo de la fecundidad. Parece que se permitió exhibir una imagen de la serpiente incluso en el Templo de Jerusalén, por la antigüedad de la costumbre y la interpretación más religiosa que se le daba en relación a Yahvé: hasta que el rey Ezequías mandó destruirla (cf. 2 R 18,4).

El sentido más probable parece que era éste. En el desierto abundaban las serpientes, que constituían un peligro para el pueblo peregrino. Una plaga especialmente mortal fue interpretada como castigo de Dios por los pecados del pueblo, y así mirar a esa serpiente mandada levantar por Moisés se podía entender como un volver a Dios, reconocer el propio pecado e invocar su ayuda. El libro de la Sabiduría valora esta serpiente no en sí misma, sino como recordatorio de la bondad de Dios, cuando el pueblo la mira: «el que a ella se volvía, se salvaba, no por lo que contemplaba, sino por ti, Salvador de todos» (Sb 1 6,ó-7). No salva mágicamente, sino por la fe. Sería lo que el salmo de hoy nos invita a decir: «Señor, escucha mi oración, que mi grito llegue hasta ti, no me escondas tu rostro el día de la desgracia».

2. Pero, si no sabemos qué significaba la serpiente del desierto, lo que sí sabemos es que el NT la interpreta como figura de Cristo en la Cruz: y él sí que nos cura y nos salva, cuando volvemos la mirada hacia él, sobre todo cuando es elevado a la cruz en su Pascua. Jesús, el Salvador.

En este capitulo octavo, que empezamos a leer ayer, estamos ante el tema central del evangelio de Juan: ¿quién es Jesús? El mismo responde: «yo soy de allá arriba... yo no soy de este mundo... cuando levantéis al Hijo del Hombre (en la cruz) sabréis que yo soy».

Los que crean en él -los que le miren y vean en él al enviado de Dios y le sigan- se salvarán. Y al revés: «si no creéis que yo soy, moriréis en vuestro pecado».

Quienes le oyen no parecen dispuestos a creer: se le oponen frontalmente y el conflicto es cada vez mayor.

3. El mismo Jesús, en su diálogo con Nicodemo, nos explica el simbolismo de esta figura: «Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna» (Jn 3,14). Y en otra ocasión: «cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí. Decía esto para significar de qué muerte iba a morir» (Jn 12, 32-33). Este «ser levantado» Jesús se refiere a toda su Pascua: no sólo a la cruz, sino también a su glorificación y su entrada en la nueva existencia junto al Padre.

Es lo que los cristianos nos disponemos a celebrar en los próximos días. Miraremos a Cristo en la cruz con creciente intensidad y emoción en estos últimos días de la Cuaresma y en el Triduo Pascual. Le miraremos no con curiosidad, sino con fe, sabiendo interpretar el «yo soy» que nos ha repetido tantas veces en su evangelio. A nosotros no nos escandaliza, como a sus contemporáneos, que él afirme su divinidad. Precisamente por eso le seguimos.

Una consigna prioritaria del Jubileo del año 2000, ya desde los años de su preparación, es la de fijar nuestros ojos en ese Jesús que Dios ha enviado a nuestra historia hace dos mil años, y que es el que da sentido a nuestra existencia y nos salva de nuestros males.

No entendemos cómo podían ser curados de sus males los israelitas que miraban a la serpiente. Pero sí creemos firmemente que, si miramos con fe al Cristo de la cruz, al Cristo pascual, en él tenemos la curación de todos nuestros males y la fuerza para todas las luchas. Sobre todo nosotros, a quienes él mismo se nos da como alimento en la Eucaristía, el sacramento en el que participamos de su victoria contra el mal.

«Hemos pecado hablando contra el Señor» (1ª lectura)

«Señor, escucha mi oración: no me escondas tu rostro» (salmo)

«Yo hago siempre lo que agrada al que me envió» (evangelio)

«Perdona nuestras faltas y guía tú mismo nuestro corazón vacilante» (ofrendas)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 2
La Cuaresma día tras día
Barcelona 1997. Pág. 97-99


8.

Primera lectura : Números 21, 4-9 ¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto?
Salmo responsorial : 101, 2-3.16-18.19-21 Señor, escucha mi oración, que mi grito llegue hasta ti
Evangelio : Juan 8, 21-30 Cuando levanten al hijo del hombre sabrán que yo soy

Llegar a conocer a Jesús a través de la justicia de sus obras llevaba necesariamente a conocerlo a través de su muerte. La práctica de la justicia llevó a Jesús a la muerte. Para el poder, la muerte era sólo el precio de la derrota. Por eso, un ajusticiado no podía tener argumentos de triunfo. Era sencillamente un derrotado. La lógica de Jesús, contraria a la lógica del poder, consideraba la muerte como fruto de la entrega. En Jesús era la expresión máxima de la presencia activa de Dios en su ser. Por eso, su muerte en razón de la justicia era argumento a favor de su filiación divina.

Quien no entendiera a Jesús desde la perspectiva de su muerte, no acabaría de entenderlo a cabalidad. El Nuevo Testamento nos recuerda que pensar a un Dios crucificado era un escándalo para los judíos y una locura para los gentiles» (1 Cor 1,23).

Sin embargo, Jesús probará la bondad de su Causa, precisamente desde la muerte, ya que ella estaba cargada de amor por el hermano. En realidad, no es la muerte en sí misma la que nos acerca correctamente a Jesús. Es la Causa de la misma, correctamente entendida, asimilada, vivida, la que nos identifica con él.

No acompañar a Jesús en su muerte -en la justicia que contenía su muerte- separaba de Jesús para siempre. Los judíos que ajusticiaron a Jesús estuvieron al pie de su cruz para burlarse de él. Pero no estuvieron con él en el contenido de su cruz. No llegar a comprender los contenidos de justicia que acompañan al ser de Dios, separa de Dios.

Cuando el ser humano llegue a confrontar su vida de injusticia con el ser de Dios que es todo justicia, entrará en esa muerte definitiva de la que habla Juan y que no tiene otra interpretación posible que la contradicción esencial que se genera entre el Dios de la justicia y la vida de quien vivió en injusticia. Este hecho será el más terrible infierno.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


9.

Se va imponiendo en la lectura la propuesta de los contrarios: abajo-arriba; este mundo-otro mundo. Y ello para clarificar la propuesta de Jesús frente a la vivencia que tienen los enemigos.

Esta semana se va haciendo más compleja para Jesús. Los enemigos pretenden acorralarlo, y Jesús va clarificando para sus oyentes lo que él es de cara al proyecto del Padre: un enviado, pero algo más que un enviado. Empieza a plantearse para sí mismo las consecuencias de su actuar y de su decir.

¿Quién eres tú? Será la pregunta que le hagan ante la confusión y ante el deseo de sacarlo de en medio y _l responderá que es un enviado del Padre, que será levantado y que de todas maneras hará un juicio a sus escuchas.

Jesús ratifica siempre que su deber es hacer lo que agrada a Dios (no morir de modo masoquista, como nos han enseñado). Y que está dispuesto a morir como una consecuencia de la vida y de lo que hace.

A nosotros se nos irá imponiendo, a esta alturas de la cuaresma, también la pregunta: ¿Quién es Jesús ? ¿Qu_ significa para nosotros? Pero también, y de cara a la vida que nos toca vivir, preguntarnos por la calidad de vida que llevamos y por las consecuencias que hemos de pagar. O por las consecuencias que hemos evadido. O por el estilo de vida que hemos asumido, fácil, alejado de compromisos y sin coherencia.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


10. CLARETIANOS 2003

A Jesús lo acusaron de muchas cosas: de comilón, de borracho, de amigo de publicanos y prostitutas, quizá de eunuco, de transgresor de la ley. Hoy aparece un “título” nuevo, muy desconcertante: se sospecha que tiene inclinaciones al suicidio. Los comentarios no dejan lugar a dudas: ¿Será que va a suicidarse, y por eso dice “donde yo voy no podéis venir vosotros”? Esta acusación, como todas las anteriores, no refleja la verdad de Jesús, pero insinúa uno de sus flancos. Jesús no es un suicida, en el sentido que esta palabra tiene ordinariamente, pero sí es alguien que entrega su vida para manifestar el amor del Padre al mundo.

Este mensaje no se entiende. Choca con la manera humana de conducirnos. Por eso Jesús experimenta una frustración: ¿Para qué seguir hablándoos? Podría decir y condenar muchas cosas en vosotros, pero el que me envió es veraz y yo comunico al mundo lo que he aprendido de él.

¿Cuándo comprenderemos lo que Jesús significa para nosotros? ¿Cuándo creeremos en el sentido de su entrega hasta la muerte? Para la teología que subyace al cuarto evangelio no hay ninguna duda: Cuando levantéis al Hijo del Hombre sabréis que yo soy. Este levantamiento se refiere a la cruz, pero a una cruz que es, al mismo tiempo, el trono de la manifestación plena del misterio de Cristo (sabréis que Yo Soy), una cruz, por tanto, que es también fuente de salud. Por eso, la liturgia de este día pone en relación el texto del evangelio de Juan con el del libro de los Números, que parece estar en el trasfondo: Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte; cuando una serpiente mordía a uno, miraba la serpiente de bronce y quedaba curado.

Por tanto, Jesús no es un depresivo abocado al suicidio sino el Hijo que se entrega, que deja que lo cuelguen para manifestar un amor total.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


11.  COMENTARIO 1

Jesús habla en el mismo lugar y a los mismos oyentes, aunque más adelante (v. 22) se hablará de "los judíos", los dirigentes y sus adeptos.

De nuevo pronuncia una frase enigmática, pero explicitando el peligro que corren: "Yo me voy, me buscaréis, pero vuestro pecado os llevará a la muerte. Adonde yo voy, vosotros no sois ca­paces de venir" (cf. 7,34) Ellos planeaban eliminar a Jesús como a un enemigo pe­ligroso y Jesús les descubre que el peligro no está en él, sino en la hostilidad contra él. El presunto enemigo es el único que los puede salvar; recha­zarlo será su ruina.

Es el pecado quien los llevará a la muerte (Jr 31,29s); muerte que consiste en impedir, reprimir o suprimir la vida, impidiendo la plenitud a la que Dios llama al hombre. Este pecado se comete al dar la adhesión e integrarse voluntariamente en un orden o sistema injusto: el hombre se priva y priva a otros de la li­bertad, ejerce o acepta la opresión y se hace cómplice de la injusticia. La injusticia radical del orden social lleva la muerte en sí misma y está necesariamente abocada a la ruina, arrastrando consigo a los individuos.

Jesús sabe que no aceptarán nunca seguir a un Mesías crucificado ("no sois capaces de venir"); esto los obligaría a renunciar a su posición e ideales. Los dirigentes se sienten intrigados, pero no ya inquietos (cf 7,35s; v 22). Su comentario es irónico: "¿Irá a suicidarse, y por eso dice «Adonde yo voy, vosotros no sois capaces de venir"?". No comprenden que se pueda dar la vida por amor.

Jesús les explica dónde está la diferencia radical entre ellos y él y, en consecuencia, en qué consiste su pecado: "Vosotros pertenecéis a lo de aquí abajo, yo perte­nezco a lo de arriba; vosotros pertenecéis a este orden, yo no pertenezco al orden este"(v. 23). Lo de arriba es la esfera de Dios, la del Hombre acabado por el Espíritu; lo de abajo, la esfera sin Espíritu, la de los hombres inacabados (carne). Arriba / abajo = espí­ritu / carne = luz / tinieblas = vida / muerte. "El pecado", la traición al hombre optando por el sistema injusto, llevará a cometer múltiples injusticias (los pecados) (v. 24). La única manera de salir de la dinámica pe­cado-muerte consiste en reconocer a Jesús como Mesías (8,12: luz del mundo) y pasar a la esfera de arriba.

Ahora le preguntan innecesariamente: "Tú, ¿quién eres?" (v. 25), pues Él es lo que ha venido afirmando: el en­viado de Dios (5,36; 7,28; 8,18), el Mesías, aunque no pronuncia este título que podía prestarse a interpretaciones nacionalistas.

La denuncia de Jesús está avalada por Dios mismo, el Padre, cuyo mensaje expone, anticipando su final: "Cuando levantéis en alto al Hombre, entonces com­prenderéis que yo soy lo que soy y que no hago nada de por mí, sino que propongo exactamente lo que me ha en­señado el Padre. Además, el que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; la prueba es que yo hago siempre lo que le agrada a él. Mientras hablaba así muchos le dieron su adhesión" (vv.27-29).

"Levantar en alto" (v. 28) tiene el doble sentido de muerte y exaltación. El Hijo del Hombre ha aprendido del Padre su oposición a la injusticia; su muerte demostrará su plena coherencia, la de un amor que llega hasta dar la vida, y con ella, su misión divina. Jesús no se acobarda (v. 29), por­que el Padre lo acompaña y apoya. Reacción favorable de muchos a sus palabras. La claridad de su denuncia ha hecho impresión (v. 30).



COMENTARIO 2

El Evangelio de hoy continúa los discursos de Jesús que comenzaron en el capítulo séptimo con motivo de la fiesta de las tiendas. Como no ha llegado su hora, Jesús sigue revelando su condición divina. En Jn 7,38 se había revelado como fuente de agua viva y en 8, 12 como luz del mundo. Quien rechace la luz y la vida morirá en su pecado. Por esto no podrán ir a donde Jesús está a punto de marchar, pues su ceguera llevará a Jesús hacia la muerte, de donde lo resucitará el Padre para ponerlo de nuevo a su lado. Y a este lugar de la vida, sus adversarios que optaron por la muerte, nunca podrán llegar. Los judíos piensan que va a suicidarse. Definitivamente Jesús y sus adversarios se mueven en dos planos completamente opuestos. Jesús, que es de "arriba", representa por su cercanía a Dios la luz y la vida. Los judíos son de "abajo", quienes con su actitud representan la obstinación, la infidelidad, la mentira y la muerte.

La afirmación de Jesús suscita la reacción de sus adversarios que preguntan ¿Quién eres tú? La pregunta se puede entender de dos modos. O los judíos no han entendido nada y mucho menos el "Yo Soy", o, por el contrario, quedaron tan sorprendidos escuchando a Jesús usar el nombre que Dios se había dado en el Exodo, que reaccionan con esta pregunta, que tendría el sentido de ¿cómo te atreves a atribuirte el nombre de Dios?. Esta segunda que es la más probable, refleja el estado de la situación. Por más que se les explique, no podrán entender mientras no acepten la relación Jesús-Dios o Hijo- Padre. En este momento el discurso de Jesús deja todo para el futuro: con la cruz y la resurrección comprenderán que "Yo Soy". El largo discurso de Jesús termina con una expresión de esperanza: "y muchos creyeron en él". Demos gracias a Dios porque a pesar de tanta oposición a la vida, siempre hay un grupo, del cual esperamos ser parte, que cree en el proyecto de Jesús y gasta su vida a su servicio.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


12. DOMINICOS 2003

CRISTO Y LA SERPIENTE EN CRUZ

Hoy la liturgia nos transmite su mensaje de salvación a través de un símbolo, la serpiente de bronce.

La serpiente, elevada como estandarte en el desierto, y dotada de poderes mágicos curativos, prefigura lo que será en la historia de la salvación Jesucristo crucificado.

Reparemos en esa imagen, símbolo,  que se utiliza para nuestra luz en el libro de los Números y en el Evangelio.

¿De dónde procede esa imagen-símbolo de la serpiente curativa?

Tal vez el judaísmo la tomó de algunas tradiciones populares extrabíblicas, con sabor a “culto idolátrico” en busca de sanación o de fecundidad : la serpiente, fuente mágica de salud y vida.

El judaísmo se familiarizó tanto con esa tradición y símbolo que mantuvo la serpiente de bronce en su estandarte, en el templo, hasta la reforma hecha por el rey Ezequías (II Reyes 18,4). Significaba la protección de Yhavé.

Cuando Jesús alude de nuevo a ese símbolo, lo transfigura, pues lo hace para predecir su muerte en la cruz , muerte que se convertirá en fuente de salvación. Y con ello nos ofrece un ejemplo de cómo la religión judeo-cristiana incomporó a su cultura símbolos de otras culturas y religiones, adaptándolas a su peculiar significación

Noa ayudarán a retener esas ideas dos frases de los libros sagrados:

Libro de los Números: Los mordidos por la serpiente en tierra miraban a la serpiente de bronce  y se curaban

Evangelio de Juan: Cuando el Hijo del hombre sea levantado en la cruz sabréis que yo soy el enviado del Padre...

ORACIÓN:

Señor Jesús, Hijo del Padre, Salvador nuestro:

Tú por amor viniste hasta nosotros tomando un cuerpo en el seno de María; tú por amor fuiste fiel al Padre y a los hombres que venías a salvar;

tú nos dejaste el ejemplo supremo de donación total a los demás con olvido de ti mismo.

Te pedimos que desde la Cruz, con tu sangre y con tu amor, nos atraigas y nos ganes para siempre. Amén.

 

PALABRA ESCRITA CON SANGRE

Libro de los Números 21, 4-9:

“Los hebreos se encaminaban desde el monte Hor hacia el mar Rojo rodeando el territorio de Edom. El pueblo, extenuado..., habló contra Dios y contra Moisés: ¿por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto?

El Señor envió contra el pueblo serpientes venenosas, y murieron muchos israelitas. Entonces el pueblo acudió a Moisés, diciendo: hemos pecado contra el Señor y contra ti; reza para que aparte de nosotros las serpientes.

Moisés rezó..., y el Señor le respondió: haz una serpiente y colócala en un estandarte: los mordidos de serpiente quedarán sanos al mirarla....”

Dos extremos a considerar.  Primero: Israel huye de Egipto, pasa con dolor por el desierto, se rebela contra el Señor providente, y es castigado. Segundo: Israel reconoce su pecado, sufre el castigo, suplica a Dios el perdón, Dios acogie su oración y le concede su ayuda medianta el símbolo de una serpiente elevada en cruz. Es el flujo y reflujo de toda la historia de Israel.

 

Evangelio según san Juan 8, 21-30:

 “Jesús hizo reflexionar a los judíos: yo me voy y me buscaréis, y moriréis por vuestro pecado. A donde yo voy no podéis venir vosotros.

Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allá arriba: vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo ...; y si no creéis que yo soy, moriréis por vuestros pecado.

Mirad, el que me envió es veraz, y yo comunico al mundo lo que he aprendido de El.

Ellos no comprendieron que hablaba del Padre.

Entonces les dijo: cuando levantéis al Hijo del hombre (al modo como Moisés levantó la serpiente en el desierto), sabréis que yo soy, y que no hago nada por mi cuenta...”

 

Seria advertencia de Jesús a los judíos: yo he venido a vosotros, y aquí abajo estoy, con mensaje de allí arriba; pero vosotros no hacéis caso; lo siento, seréis víctimas de vuestro pecado. Sabed que mi Padre y vuestro realizará su obra de amor, y que yo subiré a la cruz, dando un signo de ofrenda total  y mostrando quién soy.

 

MOMENTO DE REFLEXIÓN

Varias reflexiones debemos hacer en torno al significado completo de la serpiente elevada en estandarte y de la cruz salvífica de Cristo.

1. La multiplicación de serpientes venenosas (que matan) es como la multiplicación de los pecados (que matan) . En la vida las infidelidades son como mordeduras de serpientes; de ellas hay que curarse.

2.  Elevar la mirada al estandarte-serpiente (para curarse) es un símbolo de la elevación del corazón arrepentido hacia Dios, por vía de fe, de dolor, de cambio de conducta, pues por ese camino se llega a nueva vida de amor.

3. Recordemos esta gran verdad declarada en el libro de la Sabiduría: “el enfermo que se volvía con la mirada a la serpiente se salvaba, pero no por lo que contemplaba, sino por tu poder y fuerza del Salvador de todos” (Sb 116, 6-7) . La curación y salvación no es obra de magia sino de fe en Cristo Jesús.

4. Cristo, muriendo en la Cruz, se constituye para los creyentes en fuente de gracia  y salvación.

 

Jesús levantado no es sólo cruz, muerte, ser arrojado fuera de la ciudad,

sino comienzo de la Pascua de salvación en la que todos nos sentimos y llegamos a ser hijos de Dios,

en el amor,

en el sufrimiento,

en el bautismo,

en la solidaridad,

en la oración.


13.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor» (Sal 26,14).

Colecta (del misal anterior y antes, del Gelasiano): «Concédenos, Señor, perseverar en el fiel cumplimiento de tu santa voluntad, para que en nuestros días crezca en santidad y en número el pueblo dedicado a tu servicio».

Comunión: «Cuando Yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia Mí, dice el Señor» (Jn 12, 32).

Postcomunión: «Concédenos, Dios Todopoderoso, que, participando asiduamente en tus divinos misterios, merezcamos alcanzar los dones del Cielo».

Números 21,4-9: Los mordidos de serpiente quedarán sanos si miran a la serpiente de bronce... Esta lectura nos permite ver el poder y fecundidad de la Cruz. «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre para que todo el que cree en Él tenga vida eterna» (Jn 3,14-15). San León Magno dice:

«¡Oh  admirable poder de la Cruz!... En ella se encuentra el tribunal del Señor, el juicio del mundo, el poder del Crucificado. Atrajiste a todos hacia ti, Señor, a fin de que el culto de todas las naciones del orbe celebrara mediante un sacramento pleno y manifiesto, lo que realizaban en el templo de Judea como sombra y figura... Porque tu Cruz es fuente de toda bendición, el origen de toda gracia; por ella, los creyentes reciben de la debilidad, la fuerza; del oprobio, la gloria; y de la muerte, la vida» (Sermón 8 sobre la Pasión).

Y San Teodoro Estudita:

«La Cruz no encierra en sí mezcla del bien y del mal como el árbol del Edén, sino que toda ella es hermosa y agradable, tanto para la vista cuantos para el gusto. Se trata, en efecto, del leño que engendra la vida, no la muerte; que da luz, no tinieblas; que introduce en el Edén, no que hace salir de él...» (Disertación sobre la adoración de la Cruz).

–El autor del Salmo 101 es un pobre gravemente enfermo, pero que no ha perdido la confianza de ser salvado de su enfermedad, pues conoce las frecuentes visitas de Dios a su pueblo.

Por profundo que sea nuestro abatimiento, alcemos nuestros ojos a Dios, como Israel los levantó al signo que le presentaba Moisés y contemplemos a Jesucristo, nuestra salvación, en la Cruz. El Señor nos librará, aunque por nuestros pecados nos sintamos condenados a muerte:  «Señor, escucha mi oración, que mi grito llegue hasta ti, no me  escondas tu rostro el día de la desgracia. Inclina tu oído hacia mí, cuando te invoco, escúchame en seguida... Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario, desde el cielo se ha fijado en la tierra, para escuchar los gemidos de los cautivos y librar a los condenados a muerte».

Juan 8,21-30: Cuando levantéis al Hijo del Hombre sabréis que soy yo. Jesús anuncia su pasión con expresiones veladas. Hay que creer en Cristo para escapar de la muerte eterna. La respuesta definitiva será la exaltación de Jesucristo. San Germán de Constantinopla contempla la Cruz y la obediencia de Cristo:

«A raíz de que Cristo se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte y muerte de Cruz (cf. Flp 2,8), la Cruz viene a ser el leño de obediencia, ilumina la mente, fortalece el corazón y nos hace participar del fruto de la vida perdurable. El fruto de la obediencia hace desaparecer el fruto de la desobediencia. El fruto pecaminoso ocasionaba estar alejado de Dios, permanecer  lejos del árbol de la vida y hallarse sometido a la sentencia condenatoria que dice: “volverá a la tierra de donde fuiste formado” (Gén 3,19). El fruto de la obediencia, en cambio, proporciona familiaridad con Dios, dando cumplimiento a estas palabras de Cristo: Cuando yo sea levantado en alto atraeré a todos a Mí (Jn 12,32). Esta promesa es verdad muy apetecible» (Sobre la Adoración de la Cruz).


14.

Se acerca la Semana Santa, que son momentos en los que podríamos quedarnos simplemente en una contemplación sentimental de los misterios de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor, cuando lo que está sucediendo en la Semana Santa es que Cristo se convierte en el juez y Señor de la historia, en el único que puede vencer a lo que destruye a la historia, que es la muerte. Cristo, vencedor de la muerte, se convierte así en el Señor de toda la historia y de toda la humanidad; en juez de toda la historia de la humanidad, y lo hace a través de la cruz, por lo que se transforma de condena en redención.

Autor: P. Cipriano Sánchez

Nm 21, 4-9
Jn 8, 21-30

La liturgia de estos días nos va hablando de cómo Jesús se va encontrando cada vez más ante un juicio. Un juicio que Él hace sobre el mundo y, al mismo tiempo, un juicio que el mundo hace sobre Él. El juicio que el mundo hace sobre Él se define en la fe, y por eso dirá: “Si no creen que Yo soy”. Ese juicio, que se define en la fe, es el juicio del hombre que tiene que acabar por aceptar la presencia de Dios tal y como Él la quiere poner en su vida, porque mientras el hombre no acepte esto, Jesucristo no podrá verdaderamente salvarlo.

Cristo es acusado, y por eso dirá: “Cuando hayan levantado al Hijo del Hombre conocerán lo que Yo soy”. Pero, al mismo tiempo es juez, y es Él mismo el que realiza el veredicto definitivo sobre nuestro pecado.

El juicio que nosotros hacemos sobre Cristo se resume en la cruz. Dios envía a su Hijo, y el mundo lo crucifica; Dios realiza la obra de la redención a través del juicio que el mundo hace de su Hijo, es decir de la cruz.

Esto es para nosotros un motivo de seria reflexión. El darnos cuenta de que nuestro juicio sobre Cristo es un juicio condenatorio, porque lo llevan a la cruz.

Nuestros pecados, nuestras debilidades, nuestras miserias, reconocidas o no, son las que juzgan a Cristo. Y lo juzgan haciéndolo que tenga que ser levantado y muerto por nosotros. Ésa es nuestra palabra sobre Cristo; pero, al mismo tiempo, tenemos que ver cuál es la palabra de Cristo sobre nosotros. Jesús dirá: “Cuando hayan levantado al Hijo del Hombre, entonces conocerán que Yo soy”. Ese “Yo soy”, no es simplemente un pronombre y un verbo, “Yo soy” es el nombre de Dios. Cuando Cristo está diciendo “Yo soy”, está diciendo Yo soy Dios.

La cruz es la que nos revela, en ese misterio tan profundo, la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, porque la cruz es el camino que Dios elige, que Dios busca, que Dios escoge para hacer que nuestro juicio sobre Él de ser condena, se transforme en redención. Ésa es la moneda con la que Dios regresa el comportamiento del hombre con su Hijo.

Hay situaciones en las que, por nuestros pecados y por nuestras debilidades, vivimos en la obscuridad y en la amargura. Parecería que la expulsión de la comunión con Dios, que produce todo pecado, sería la auténtica respuesta de Dios al hombre, y, sin embargo, no es así. La auténtica respuesta de Dios al hombre es la redención. Mientras que el hombre responde a Dios juzgando, condenando y crucificando a su Hijo, Dios responde al hombre con un juicio diferente: la redención, el perdón. Pero para eso nosotros necesitamos ponernos en manos de Dios nuestro Señor.

Cristo constantemente nos está diciendo que Él es redentor porque es Hijo de Dios. Es decir, Él es el redentor porque es igual al Padre. “Yo soy”, no me ha dejado solo, yo hago siempre lo que a Él le agrada. Ése es Cristo. Por eso es nuestro redentor. Cristo no es solamente alguien que se solidariza con nosotros, con nuestros pecados, con nuestras debilidades; Cristo es, por encima de todo, el Hijo de Dios, enviado al mundo para salvarnos.

Tenemos urgencia de descubrir esto para hacer de Cristo el primero. Único y fundamental punto de referencia; criterio, centro y modelo de toda nuestra vida cristiana, apostólica, espiritual y familiar, para que verdaderamente Él pueda redimir nuestra vida personal, para que Él pueda redimir la vida conyugal de los esposos cristianos, para que Él pueda redimir la vida familiar, para que Él pueda redimir la vida social de los seglares cristianos, porque si Cristo no se convierte en punto de referencia, no podrá redimirnos.

Se acerca la Semana Santa, que son momentos en los que podríamos quedarnos simplemente en una contemplación sentimental de los misterios de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor, cuando lo que está sucediendo en la Semana Santa es que Cristo se convierte en el juez y Señor de la historia, en el único que puede vencer a lo que destruye a la historia, que es la muerte. Cristo, vencedor de la muerte, se convierte así en el Señor de toda la historia y de toda la humanidad; en juez de toda la historia de la humanidad, y lo hace a través de la cruz, por lo que se transforma de condena en redención.

Seamos capaces de ir cristianizando cada vez más nuestros criterios, de ir cristianizando cada vez más nuestros comportamientos y de ir haciendo de nuestro Señor el punto de referencia de nuestra existencia. Que nuestra fe, nuestra adhesión, nuestro ponernos totalmente del lado de Cristo se conviertan en la garantía de que nosotros no muramos en nuestros pecados, sino que hagamos de la condena que sobre ellos tendría que cernirse, redención; y del castigo que sobre ellos tendría que caer en justicia, hagamos misericordia en nuestros corazones.


15. Comentario: Rev. D. Josep Mª Manresa i Lamarca (Les Fonts-Barcelona, España)

«Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que yo soy»

Hoy, martes V de Cuaresma, a una semana de la contemplación de la Pasión del Señor, Él nos invita a mirarle anticipadamente redimiéndonos desde la Cruz: «Jesucristo es nuestro pontífice, su cuerpo precioso es nuestro sacrificio que Él ofreció en el ara de la Cruz para la salvación de todos los hombres» (San Juan Fisher).

«Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre...» (Jn 8,28). En efecto, Cristo Crucificado —¡Cristo “levantado”!— es el gran y definitivo signo del amor del Padre a la Humanidad caída. Sus brazos abiertos, extendidos entre el cielo y la tierra, trazan el signo indeleble de su amistad con nosotros los hombres. Al verle así, alzado ante nuestra mirada pecadora, sabremos que Él es (cf. Jn 8,28), y entonces, como aquellos judíos que le escuchaban, también nosotros creeremos en Él.

Sólo la amistad de quien está familiarizado con la Cruz puede proporcionarnos la connaturalidad para adentrarnos en el Corazón del Redentor. Pretender un Evangelio sin Cruz, despojado del sentido cristiano de la mortificación, o contagiado del ambiente pagano y naturalista que nos impide entender el valor redentor del sufrimiento, nos colocaría en la terrible posibilidad de escuchar de los labios de Cristo: «Después de todo, ¿para qué seguir hablándoos?»

Que nuestra mirada a la Cruz, mirada sosegada y contemplativa, sea una pregunta al Crucificado, en que sin ruido de palabras le digamos: «¿Quién eres tú?» (Jn 8,25). Él nos contestará que es «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6), la Vid a la que sin estar unidos nosotros, pobres sarmientos, no podemos dar fruto, porque sólo Él tiene palabras de vida eterna. Y así, si no creemos que Él es, moriremos por nuestros pecados. Viviremos, sin embargo, y viviremos ya en esta tierra vida de cielo si aprendemos de Él la gozosa certidumbre de que el Padre está con nosotros, no nos deja solos. Así imitaremos al Hijo en hacer siempre lo que al Padre le agrada.


16. DOMINICOS 2004

"Cuando levantéis al hijo del hombre sabréis que YO SOY"

La luz de la Palabra de Dios

1ª Lectura: Números 21,4-9

Partieron de Hor de la Montaña camino del mar Rojo, para rodear la tierra de Edón. En el camino empezó a impacientarse el pueblo, que murmuraba contra el Señor y Moisés, diciendo:

«¿Por qué nos sacasteis de Egipto, para hacernos morir en el desierto? No hay pan ni agua, y estamos ya hartos de esta comida miserable».

El Señor envió entonces contra el pueblo serpientes venenosas, que los mordían y hacían morir a muchos israelitas.

El pueblo fue a decir a Moisés:

«Hemos pecado murmurando contra el Señor y contra ti. Pide al Señor que aleje de nosotros las serpientes».

Moisés intercedió por el pueblo. El Señor dijo a Moisés:

«Hazte una serpiente de bronce, ponla sobre un asta; los que hayan sido mordidos, al mirarla, sanarán».

Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso sobre un asta; cuando alguno era mordido por una serpiente, miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado.

Evangelio: Juan 8,21-30

En otra ocasión les dijo: «Yo me voy. Me buscaréis, pero moriréis en vuestro pecado. Adonde yo voy no podéis ir vosotros». 

Los judíos decían: «¿Irá a suicidarse, pues dice: Adonde yo voy, no podéis ir vosotros?».J

Jesús continuó: «Vosotros sois de abajo. Yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo. Yo no soy de este mundo. Os he dicho que moriréis en vuestros pecados, porque si no creyereis que "yo soy el que soy" moriréis en vuestros pecados».

Y le decían:

«Y ¿tú quién eres?».

Jesús les contestó:

«Pues lo que os vengo diciendo. Tengo muchas cosas que decir y condenar de vosotros; pero el que me envió es veraz, y yo digo al mundo lo que le he oído a él».

Ellos no entendieron que les hablaba del Padre.

Jesús les dijo:

«Cuando hayáis levantado al hijo del hombre, conoceréis que yo soy el que soy y que nada hago por mi cuenta, sino que digo lo que me enseñó el Padre. El que me ha enviado está conmigo y no me deja solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a él».

Cuando dijo esto, muchos creyeron en él.

 

Reflexión para este día.

“Jesús les dijo: Si no creéis que yo soy, moriréis por vuestro pecados. Cuando levantéis al Hijo del Hombre, sabréis que yo soy y que hablo como el Padre me ha enseñado”.

            La Palabra de Dios que acabamos de escuchar es una evocación directa al amargo trago de la Pasión y muerte de Jesús. La trama urdida por los dirigentes religiosos de Israel se va a cebar sobre Él. Asume con generosa serenidad ser el Nuevo Moisés, dispuesto a corarnos de las heridas del pecado. Moisés intenta sostener y apaciguar al “pueblo que caminaba extenuado por el desierto y protestaba contra Dios”.  La figura de la “serpiente elevada en el estandarte”, es una profecía de lo que Jesús conseguirá cuando esté crucificado en el tosco estandarte de la Cruz.

            Los judíos, como con frecuencia nos sucede hoy a nosotros, no entendían casia nada de los caminos que Dios había trazado para liberarnos. No aceptamos con fe y esperanza las exigencias de nuestra travesía por el desierto de la historia. En vez de aceptar los caminos providenciales de Dios, nos empecinamos en trazar y seguir nuestros caminos. A veces se nos olvida la advertencia del Señor: “Mis caminos no son vuestros caminos”.

            Jesús nos ha marcado el rumbo verdadero: El diseñado y decidido por el Padre. No debemos empeñarnos en permanecer en “la esclavitud de Egipto” a la que de diversas maneras nos invita el mundo, gran parte de la sociedad de hoy. Aunque estamos en el mundo, “no somos del mundo”. Somos de Cristo y estamos al servicio de los hermanos de camino hacia el “nuevo cielo y la nueva tierra”. Llegaremos al Hogar del Padre Común, si, pese a las persecuciones, las dificultades y la fatiga del camino, estamos convencidos de que nos acompaña Dios. Nos lo dice Jesús: “El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada”.


17. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

El pueblo hebreo, peregrino por el desierto en pos de la libertad y del cumplimiento de las promesas de Dios, no era muy diferente al resto de la humanidad. Cada uno de nosotros, en mayor o menor medida, puede sentirse identificado con él. Como también hoy nos pasa, se cansaba. Habían abandonado una posición dolorosa, en la que eran esclavos, pero en la que los “mínimos” para sobrevivir estaban relativamente asegurados: no les faltaba techo, comida ni vestido. Pero no era suficiente: el ser humano no llega a realizarse plenamente si no puede tomar entre sus manos las riendas de su propio destino. Abrasado por esta sed, escuchó y siguió a Moisés. Pero en el camino hacia esa realización... comienzan a fallar los mínimos y surge la duda: “¿por qué nos has traído a este desierto para morir sin remedio?” Agobiados por la carencia de una satisfacción inmediata de sus deseos, vuelven los ojos atrás y suspiran por las cadenas que les daban de comer. Han cambiado la esperanza por la nostalgia. Y lo peor es que abandonan la esperanza en la Tierra prometida por la nostalgia de una tierra ajena en la que sólo podían aspirar a la dádiva puntual del amo de turno, renunciando a sí mismos si era preciso en aras de una actitud de sumisa complacencia.

No queda más remedio: Dios tiene que intervenir. Las serpientes venenosas muerden más su conciencia que su carne y en el reconocimiento del pecado renacen los motivos que les lanzaron a lo desconocido. Al pueblo se le pedirá algo muy simple para curar de su mal: mirar el estandarte que les recordaba que el poder de Dios es siempre más fuerte que todas las vicisitudes humanas.

El Evangelio evoca esta imagen. Una vez más vemos a Jesús enfrentándose con quienes se niegan a admitir más realidad que aquella que le devuelven sus propios sentidos (sin caer en la cuenta de que abarcan un ámbito pequeñísimo) y les advierte: “cuando levantéis en alto al Hijo del Hombre sabréis que yo soy”. Pero declara, al tiempo, que no está solo. Dios Padre está con él alentando su misión que no es otra que la de revelar su amor por esta misteriosa raza humana que goza de la vida y se mata buscándole un sentido a la par que niega el más obvio y evidente. Aunque un poco duros de mollera algo debieron entender sus coetáneos porque añade el Evangelista que “cuando les exponía esto muchos creyeron en él”.

Casi terminando esta Cuaresma del 2004, quisiera unir mi plegaria a la de todos los “ciber–orantes” que visitan esta página para suplicar, unos por otros, que en los mil caminos que transitamos, siempre buscando, siempre más lejos, nos alumbre la esperanza cierta de unas promesas que se cumplirán. No dejemos que la sombra de la nostalgia del camino que va quedando atrás nos impida trabajar con todo empeño en alcanzar el Reino o, mejor, en instaurar el Reino construido con nuestros pasos sostenidos por la fe. Que sepamos aceptar el riesgo de lo desconocido donde Dios nos espera, donde se harán experiencia “los cielos y la tierra nuevos” en que habite la justicia.
Vuestra hermana en la fe,

Olga Elisa Molina (olga@filiacio.e.telefonica.net)


18.

La Cuaresma son cuarenta días en los cuales Dios nos llama a la conversión, a la transformación. Cada Evangelio, cada oración, cada Misa durante la Cuaresma no es otra cosa sino un constante insistir de Dios en la necesidad que todos tenemos de convertirnos y de volvernos a Él. Sin embargo, pudiera ser que nos hubiésemos acostumbrado incluso a eso; como quien se acostumbra a ser amado, como quien se acostumbra a ser consentido y se transforma en caprichoso en vez de agradecido, porque así es el corazón humano..

Autor: P. Cipriano Sánchez

Nm 21, 4-9
Jn 8, 21-30

La Cuaresma, como camino de conversión y de transformación, es al mismo tiempo, una exigencia de una firme decisión de frente a Dios nuestro Señor. La Cuaresma nos pone delante lo que nosotros tenemos o podríamos elegir: con Dios o contra Él; junto a Él o separados de Él. Esta decisión no simplemente se convierte en una elección que hacemos, sino es una decisión que tiene una serie de repercusiones en nuestra vida.

El ejemplo de la Serpiente de Bronce que nos pone el Libro de los Números, no es otra cosa sino una llamada de atención al hombre respecto a lo que significa alejarse de Dios. Cuando el pueblo se aleja de Dios aparece el castigo de las serpientes venenosas. Dios, al mismo tiempo, les envía un remedio: la Serpiente de Bronce.

En ese mirar a la Serpiente de Bronce está encerrado el misterio de todo hombre, que tiene que terminar por elegir a Dios o por apartarse de Él. Está en nuestras manos, es nuestra opción el hacer o no lo que Dios pide.

Esta misma situación es la que vivían los hebreos de cara a Dios en medio de las adversidades, en medio de las dificultades: los hebreos se encontraban en el desierto y estaban hartos del milagro cotidiano del maná y de las dificultades que tenían, lo que hace que el pueblo murmure contra Dios. Algo semejante nos podría pasar también a nosotros: ser un pueblo que se acostumbra al milagro cotidiano y acaba murmurando contra Dios, como les pasó a los judíos de la época de nuestro Señor: acostumbrados, se cegaron al milagro que era tener frente a ellos, ni más ni menos, que a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.

También nosotros podemos ser personas que acaban por acostumbrarse al milagro: El milagro «tan normal» de la vida de Dios en nosotros a través del Bautismo y a través de la Eucaristía. El milagro «tan normal» del constante perdón de nuestro Señor a través de la confesión, a través de nuestro encuentro con Él. El milagro «tan normal» de la Providencia de nuestro Señor que está constantemente ayudándonos, sosteniéndonos, robusteciendo nuestro corazón.

Y cuando uno se acostumbra al milagro, acaba murmurando, acaba quejándose, porque ha perdido ya la capacidad de apreciar lo que significa la presencia de Dios en su vida. Ha perdido ya la capacidad de apreciar lo que puede llegar a indicar la transformación que Dios quiere para su vida.

La Cuaresma son cuarenta días en los cuales Dios nos llama a la conversión, a la transformación. Cada Evangelio, cada oración, cada Misa durante la Cuaresma no es otra cosa sino un constante insistir de Dios en la necesidad que todos tenemos de convertirnos y de volvernos a Él. Sin embargo, pudiera ser que nos hubiésemos acostumbrado incluso a eso; como quien se acostumbra a ser amado, como quien se acostumbra a ser consentido y se transforma en caprichoso en vez de agradecido, porque así es el corazón humano.

La constante llamada a la conversión, la constante invitación a la transformación interior —que es la Cuaresma—, nos puede hacer caprichosos, superficiales e indiferentes con Dios, en lugar de hacernos agradecidos. Y, cuando se presenta el capricho, aparece la queja y la rebelión en contra de Dios, y aparece también la ceguera de la mente y la dureza de la voluntad: “Ellos no comprendieron que les hablaba el Padre”. Los judíos habían llegado a cerrar su mente y endurecer su voluntad de tal manera que ya ni siquiera comprendían lo que Jesucristo les estaba queriendo transmitir. ¡Qué tremendo es esto en el alma del hombre! ¡Qué efectos tan graves tiene!

Jesús, en el Evangelio de hoy, nos dice: “Si no creen que Yo soy, morirán en sus pecados”. En la vida no tenemos más que dos opciones: abrirnos a Dios en el modo en el cual Él vaya llegando a nuestra vida, o morir en nuestros pecados. Es la diferencia que hay entre levantarse o quedarse tirado; entre estar constantemente superándose, siguiendo la llamada que Dios nuestro Señor nos va haciendo de transformación personal, de cambio, de conversión, o vernos encerrados, encadenados cada vez más por nuestros pecados, debilidades y miserias.

Preguntémonos: ¿Dónde encuentro dificultades para superarme? ¿En mi psicología, en mi afectividad, en mi temperamento, en mi amor, en mi vida de fe, en mi oración? Muy posiblemente lo que me falta en esa situación no sea otra cosa sino la capacidad de poner a Dios nuestro Señor como centro de mi existencia. Creer que Cristo verdaderamente es Dios, creer que Cristo verdaderamente va a romper esa cadena. Recordemos que Cristo necesita de nuestra fe para poder romper nuestras cadenas; Cristo necesita de nuestra voluntad abierta y de nuestra inteligencia dispuesta a escuchar, para poder redimir nuestra alma; Cristo necesita nuestra libertad.

Quizá en esta Cuaresma podríamos haber seguido muchas tradiciones, hecho ayuno, vigilias, sacrificios y oraciones, pero a lo mejor, podríamos habernos olvidado de abrir nuestra libertad plenamente a Dios. Podríamos habernos olvidado de abrir de par en par nuestro corazón a Dios para dejar que Él sea el que va guiándonos, el que nos va llevando y el que nos libra —como dice el Evangelio— de morir en nuestros pecados. Es decir, el que nos libra de la muerte del alma, que es la peor de todas las muertes, producida no por otra cosa, sino por el encadenarse sobre nosotros nuestras debilidades, miserias y carencias.

No hay otro camino, no hay otra opción: o rompemos con esas cadenas, creyendo en Cristo, o nuestra vida se ve cada vez más encerrada y enterrada. A veces podríamos pensar que el egoísmo, el centrarnos en nosotros, el intentar conservarnos a nosotros mismos es una especie de liberación y de realización personal y la única salida de nuestros problemas; pero nos damos cuenta que cuanto más se encierra uno en uno mismo, más se entierra y menos capacidad tiene de salir de uno mismo.

El Evangelio de hoy nos dice al final: “Después de decir estas palabras, muchos creyeron en Cristo”. Después de que Cristo habla de la presencia de Dios en su alma y en su vida, la fe en los discípulos hace que ellos se adhieran a nuestro Señor. Vamos a preguntarnos también nosotros: ¿Cómo es mi fe de cara a Jesucristo? ¿Cómo es mi apertura de corazón de cara a Jesucristo? ¿Cuál es auténticamente mi disponibilidad? ¿Soy alguien que busca echarse cadenas todos los días, que busca encerrarse en sí mismo, que no permite que Dios nuestro Señor toque ciertas puertas de su vida?

No olvidemos que donde la puerta de nuestra vida se cierra a Dios, ahí quien reina es la muerte, no la superación; ahí quien reina es la oscuridad, no la luz. A cada uno de nosotros nos corresponde el estar dispuestos a abrir cada una de las puertas que Dios nuestro Señor vaya tocando en nuestra existencia. Estamos terminando la Cuaresma, preguntémonos: ¿Qué puertas tengo cerradas? ¿Qué puertas todavía no he abierto al Señor? ¿En qué aspectos de mi personalidad no he permitido al Señor entrar?

Ojalá que nuestro Señor, que viene a nuestro corazón en cada Eucaristía, sea la llave que abre algunas de esas puertas que podrían todavía estar cerradas. Es cuestión de que nuestra libertad se abra y de que nuestra inteligencia nos ilumine para poder encontrar a Dios nuestro Señor; para poder librarnos de esa cadena que a veces somos nosotros mismos y que impide el paso pleno de Dios por nuestra vida.

Se acerca la Pascua, que es el paso de Señor, el momento en el cual Dios pasa entre su pueblo para liberarlo de sus pecados, nuestras puertas deben estar abiertas. Ojalá que el fruto de esta Cuaresma sea abrirnos verdaderamente a nuestro Señor con generosidad, con libertad, con la inteligencia que nos es necesaria para seguirlo sin ninguna duda y sin ningún miedo, para que Él nos entregue la vida eterna que Él da a los que creen en Él.


19. 2004  Comentario Servicio Bíblico Latinoamericano

1ª Lectura
Núm 21,4-9
4 Partieron de Hor de la Montaña camino del mar Rojo, para rodear la tierra de Edón. En el camino empezó a impacientarse el pueblo, 5 que murmuraba contra el Señor y Moisés, diciendo: «¿Por qué nos sacasteis de Egipto, para hacernos morir en el desierto? No hay pan ni agua, y estamos ya hartos de esta comida miserable». 6 El Señor envió entonces contra el pueblo serpientes
venenosas, que los mordían y hacían morir a muchos israelitas. 7 El pueblo fue a decir a Moisés: «Hemos pecado murmurando contra el Señor y contra ti. Pide al Señor que aleje de nosotros las serpientes». Moisés intercedió por el pueblo. 8 El Señor dijo a Moisés: «Hazte una serpiente de bronce, ponla sobre un asta; los que hayan sido mordidos, al mirarla, sanarán». 9 Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso sobre un asta; cuando alguno era mordido por una serpiente, miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado.

Salmo Responsorial
Sal 102,2-3
2 Señor, escucha mi plegaria, llegue hasta ti mi grito; 3 no me ocultes tu rostro el día de mi angustia, atiéndeme el día que te llamo, respóndeme enseguida.

Sal 102,16-18
16 Las naciones respetarán el nombre del Señor y los reyes de la tierra tu gloria, 17 cuando el Señor reconstruya a Sión y aparezca en su gloria, 18 cuando atienda la oración del expoliado, y no rechace sus ruegos.

Sal 102,19-21
19 Que esto quede escrito para la edad futura, y los que luego nazcan alaben al Señor. 20 El Señor se asomó desde su excelso santuario, miró desde los cielos a la tierra, 21 para escuchar el gemido de los encarcelados y libertar a los condenados a muerte;

Evangelio
Jn 8,21-30
21 En otra ocasión les dijo: «Yo me voy. Me buscaréis, pero moriréis en vuestro pecado. Adonde yo voy no podéis ir vosotros». 22 Los judíos decían: «¿Irá a suicidarse, pues dice: Adonde yo voy, no podéis ir vosotros?». 23 Jesús continuó: «Vosotros sois de abajo. Yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo. Yo no soy de este mundo. 24 Os he dicho que moriréis en vuestros pecados, porque si no creyereis que "yo soy el que soy" moriréis en vuestros pecados». 25 Y le decían: «Y ¿tú quién eres?». Jesús les contestó: «Pues lo que os vengo diciendo. 26 Tengo muchas cosas que decir y condenar de vosotros; pero el que me envió es veraz, y yo digo al mundo lo que le he oído a él». 27 Ellos no entendieron que les hablaba del Padre. 28 Jesús les dijo: «Cuando hayáis levantado al hijo del hombre, conoceréis que yo soy el que soy y que nada hago por mi cuenta, sino que digo lo que me enseñó el Padre. 29 El que me ha enviado está conmigo y no me deja solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a él». 30 Cuando dijo esto, muchos creyeron en él.

* * *

Análisis

Con una referencia a “hablar” al principio y al final de la unidad (vv.21.30), el texto del evangelio nos presenta una parte de un largo discurso de Jesús y discusión con los “judíos” que seguiremos leyendo en los próximos días. Varias características propias de Juan se hacen presentes en la unidad: los malentendidos, la ironía, el uno de “yo soy”, los textos de la elevación del “hijo del hombre”, la relación de Jesús y su Padre. Veamos el “movimiento” del discurso y luego analicemos algunos elementos.



Jesús plantea dos elementos:

1. se va, y los judíos lo buscarán, pero sin aceptarlo. Por eso “morirán en su pecado”;

2. a donde él va, “no pueden ir”.



Entonces empieza el diálogo sobre estos elementos en orden inverso: primero el .2 (v.22-23) ¿será que se va a suicidar? -malentendido- ¡soy de arriba! No de este mundo; luego pasa al .1 (vv.24-27) “morirán en sus pecados si no creen que yo soy”, ¿quién eres? -malentendido- enviado del Padre, habla al mundo. Como se ve, el diálogo toma los dos elementos que había presentado Jesús. Pero después presenta un segundo párrafo en paralelo con el final de esta parte en una nueva referencia a lo dicho para ampliar el discurso:

creer que Yo Soy (v.24) - hablar (lalein, v.26) - el que me envió... es (estín, v.26)

conocer que Yo Soy (v.28) - hablar (lalein, v.28) - el que me envió está (estín, v.29)

El relato presenta dos “interrupciones” del relator, el v.27: “no comprendieron que les hablaba del Padre” que permite ampliar, como acabamos de decir, lo último que ha dicho (porque “no comprendieron”); y el v.30 “al hablar así muchos creyeron en él” con lo que da una conclusión a la unidad. conclusión que será retomada, un poco incómodamente por el v.31 para la unidad que sigue.

Es interesante hacer un pequeño paréntesis sobre las “incomprensiones” en el Cuarto Evangelio. Como se ha dicho, Jesús es presentado como “el” revelador del Padre, su misión es conducir hacia Él por el camino de la fe (la fe es entendida como camino, por eso en Juan no se usa el sustantivo “fe” sino el verbo “creer”; además, es interesante que la fe es “hacia” Dios/Jesús, no “en”, lo que da un claro sentido dinámico). Precisamente por este aspecto de “revelador”, el Evangelio dedica buena parte a los “discursos” de Jesús. Estos, frecuentemente aclaran algún aspecto de lo que los “signos” han dejado en penumbras, para lo cual Jesús recurre muchas veces a decir “yo soy....” con un predicado que lo aclara (la luz, el pan, el agua, etc...). El “malentendido” precisamente es un recurso estilístico que hace que Jesús sea parcialmente comprendido (a veces con un dejo irónico, también característico de Juan) lo que permite al autor dar un paso más en la profundización del discurso.

Vayamos, entonces, al discurso: como dijimos comienza por el segundo tema, los judíos no comprenden que Jesús se vaya y ellos no puedan ir. El malentendido los hace preguntarse “¿se matará a sí mismo?”. Esto es a su vez una ironía, ya que sabemos que a Jesús no pueden matarlo; él mismo maneja la situación (18,8) y por eso dice que “nadie le quita la vida, yo la doy voluntariamente” (10,18). Esto da paso a un nuevo elemento, ser de abajo - ser de arriba, ser de “este mundo” - no ser de “este mundo”. Ciertamente los de abajo, los de este mundo no pueden ir “arriba”, al Padre. El pecado en el que están encerrados se lo impide, y en ese pacado morirán (y acá da paso al primer tema, el segundo en el debate). Como es característico en Juan, “el” pecado (intercala el singular “pecado”, v.21 y el plural “pecados”, v.24) es “no-creer”, en este caso que “yo soy”. El malentendido es que esperan un predicado a este “yo soy”, de allí la pregunta “¿quién eres?”.

Aparentemente, la intención de Juan es no poner predicado a este “Yo soy”, y a su paralelo en v.28. ¿Qué quiere decir “yo soy”? Algunos pretenden que hay que buscar un predicado tácito en el contexto, por lo que querría decir “yo soy de arriba”, pero no se entiende porqué un autor como Juan que no elude las repeticiones lo habría omitido. En v.58 volvemos a encontrar un “yo soy” sin predicado y la conclusión es que quieren apedrearlo (la restante vez donde Jn usa “yo soy” sin predicado es 13,19: “para que crean cuando suceda que Yo Soy”). Parece que Juan recurre a la frase “yo soy” que corresponde al nombre divino “Yavé”, que algunas veces, es leído como simplemente como “yo soy” y a veces en el judaísmo tardío es visto como nombre divino (ver Is 43,25; 51,12; 52,6 LXX; en los dos primeros, el texto griego dice yo soy, yo soy... egô eimí egô eimí). Jesús se presenta en una íntima cercanía con Dios, lleva nombre divino y esto deben creerlo.

La respuesta de Jesús al malentendido es difícil de entender, incluso algunas traducciones se ven en la necesidad de añadir palabras interpretando que faltan en el original: uno de los manuscritos más antiguos de Jn (el papiro Nº 66, de cerca del año 200) dice: “les dije al principio lo mismo que les estoy diciendo”, y muchas Biblias recurren a traducciones más o menos semejantes (aunque hay muchas variantes), literalmente puede sonar más o menos así “del principio que esto y hablo a ustedes”, pero “principio”, “que esto” pueden leerse de diversas maneras, incluso como pregunta. Sin embargo, Jesús está respondiendo, y es posible que remita a sus palabras desde los comienzos de su predicación. Ya desde el diálogo con Nicodemo sabemos que Jesús viene de lo alto (3,6-7).

Jesús no habla por su cuenta (v.26) sino de lo que oyó al Padre (12,49), ni hace nada por su cuenta (v.28), porque es “enviado” (vv.26.29) y por ello cumple su misión de revelador; y habla “al” mundo, pero -ya lo ha dicho, y lo dice también de los discípulos- “no es del” mundo (v.23; 17,13-14.16). Ya sabemos que Jesús fue “enviado” al mundo por el amor del Padre (3,16), pero el mundo no lo conoció (1,10), y por eso lo odia y odia también a los suyos (15,18-19), por eso en el mundo tendrán tribulación pero Jesús lo ha vencido (16,33). Los discípulos son tomados “del mundo” (17,6) y como Jesús enviados al mundo (17,18) y por ellos, no por el mundo, pide Jesús (17,9) porque están en el mundo (17,11) y deben ser cuidados. Ahora comprendemos por qué “no pueden” ir adonde Jesús va y cual es su pecado.

En uno de los discursos de la exaltación del hijo del hombre (v.28; ver 3,13 y 12,32-34), que pueden reemplazar los anuncios sinópticos de la Pasión, Jesús remite a la hora de la Pascua como el momento en el que “conocerán”. Recordemos que la revelación por signos, que necesita ser precisada por los discursos, es reemplazada por la visión de la gloria al llegar la hora. Los que creen podrán ver en plenitud, y los que no creen serán en parte responsables de esa “elevación” en la cruz, y serán juzgados a sí mismos por su actitud ante el Hijo. Este conocimiento postpascual está en relación al ser atraídos por Jesús (12,32), la elevación de Jesús, no es sólo elevación en la cruz, o referencia a la resurrección, sino que también es a su vez regreso al Padre, ya que es “de arriba” de donde fue enviado.

Comentario

Jesús sigue su discusión con los “judíos” y esta vez lo hace en dos partes: él se va y los adversarios morirán en su pecado y por otro lado, donde él va los otros no pueden ir. Dicho esto, empieza a desarrollar el discurso en orden inverso, primero aclara por qué no pueden ir y luego cuál es el pecado en el que morirán los adversarios.

Con elementos característicos de Juan, como ironías y malentendidos, sintetiza en un párrafo algo que ha ido desarrollando a lo largo del Evangelio, presentado con dos imágenes: los oyentes de abajo, Jesús es de arriba; los oyentes son del mundo, Jesús no es del mundo. Arriba-abajo es evidentemente ser de Dios y no serlo, algo que ha venido repitiendo el Evangelio de estos días. Ser o no del mundo es un tema más extenso, en Juan el mundo es el espacio al cual Dios envió a su Hijo, pero no lo recibió, y no sólo no lo recibió sino que lo odia. Los seguidores de Jesús, que no son “de arriba” aunque allí Jesús les prepara una morada, no deben ser del mundo aunque “estén en él”; ellos también serán odiados, como Jesús, pero Él ya ha vencido al mundo. Precisamente por ser del mundo, no han recibido a Jesús, y por eso no pueden ir “arriba”. Ese es su pecado en el que morirán.

La fe, en Juan, es una acción dinámica que nos pone en movimiento por el camino de Jesús, que es camino de luz y camino al Padre. Jesús nos pone en la disyuntiva de escuchar su palabra y seguir su camino, o morir en nuestro pecado. La Pascua, que se acerca, revelará definitivamente dónde estamos parados y en qué dirección caminamos: un camino que conduce a la muerte, o un camino que conduce a la vida.


20.

Reflexión

De la misma manera que para los judíos, y en general para los contemporáneos de Jesús, les resultaba difícil el creer que el “hombre” que se presentaba ante ellos era el mismo YHVH, es decir “Yo Soy”, así para muchos resulta imposible que el pedacito de pan que está sobre el altar después de la consagración sea ese mismo YHVH, sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Quizás esa sea la causa de que, así como Cristo fue despreciado en su humanidad, hoy no se valore e incluso sea despreciada la Sagrada Comunión por muchos “cristianos” (y ni que decir de los que no conocen a Cristo). Llama la atención la poca devoción con la que algunos cristianos se acercan a recibir a Jesús Eucaristía. ¿Será que piensan que no es posible que ese sea el Mismo que ahora reina por los siglos de los siglos? La oración que decimos antes de comulgar, causó la curación de un enfermo pues quien la pronunció creyó verdaderamente que se encontraba ante “Dios”, para quien nada es imposible. Pensemos cuantas cosas pasarían en nuestra vida, en nuestros enfermos si nosotros tuviéramos la fe del Centurión, y viéramos en la hostia a “Yo Soy”, al mismo Jesús, para quien todo es posible. Ojalá y, como en el evangelio, después de estas palabras muchos crean en él.

Que el Señor sea luz y lámpara para tu camino.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


21. Mirar a Cristo. Vida de piedad

I. La gracia recibida en el Bautismo, llamada a su pleno desarrollo, está amenazada por los mismos enemigos que siempre han atacado a los hombres: egoísmo, sensualidad, confusión y errores en la doctrina, pereza, envidias, murmuraciones, calumnias...En todas las épocas se dejan notar las heridas del pecado de origen y de los pecados personales. Los cristianos debemos buscar el remedio y el antídoto en el único lugar donde se encuentra: en Jesucristo y en su doctrina salvadora. No podemos dejar de mirarlo elevado sobre la tierra en la Cruz. Mirar a Jesús, no podemos apartar la vista del Señor, nuestro Amor. Debemos buscar la fortaleza en el trato de amistad con Jesús, a través de la oración, de la presencia de Dios a lo largo de la jornada y en la visita al Santísimo Sacramento.

II. El Señor quiere a los cristianos corrientes metidos en la entraña de la sociedad, laboriosos en sus tareas, en un trabajo que de ordinario ocupará de la mañana a la noche. Jesús espera que no nos olvidemos de Él mientras trabajamos. Jesucristo es lo más importante de nuestro día, de nuestra vida, por eso cada uno de nosotros debe ser alma de oración siempre y mantener Su presencia a lo largo de la jornada. Para lograrlo echaremos mano de esas “industrias humanas”: jaculatorias, actos de amor y desagravio, comuniones espirituales, miradas a la imagen de Nuestra Señora (San Juan María Escrivá de Balaguer, Camino): cosas sencillas, pero de gran eficacia. Si ponemos el mismo interés en acordarnos del Señor, nuestro día se llenará de pequeños recordatorios que nos llevarán a t enerle presente. Poco a poco, si perseveramos, llegaremos a estar en la presencia de Dios como algo normal y natural. Aunque siempre tendremos que poner lucha y empeño.

III. Muchas veces vemos al Señor que se dirigía a su Padre Dios con una oración corta, amorosa, como una jaculatoria. Nosotros también podemos decirlas desde el fondo de nuestra alma, y que responden a necesidades o situaciones concretas por las que estamos pasando. Santa Teresa recuerda la huella que dejó en su vida una jaculatoria: ¡Para siempre, siempre, siempre! Al terminar nuestra oración le decimos, como los discípulos de Emaús: Quédate con nosotros, Señor, porque se hace de noche (Lucas 24, 29). Todo es oscuridad cuando Tú no estás. Y acudimos a la Virgen, y le decimos amorosamente: Dios te salve, María... bendita tú entre todas las mujeres.

Fuente: Colección «Hablar con Dios»
por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


22. 2004

LECTURAS: NUM 21, 4-9; SAL 101; JN 8, 21-30

Núm. 21, 4-9. Ante las mordeduras de las serpientes abrazadoras, el pueblo pide a Moisés que ruegue para que el Señor las aleje; pero el Señor sólo les da un signo de su misericordia; quien, después de haber sido mordido por las serpientes, que continuarán como una amenaza entre ellos, vuelva la mirada hacia ese signo dado por Dios, no morirá. Ojalá y el Señor alejara para siempre de nosotros toda influencia del maligno espíritu. Pero mientras vamos como peregrinos por este mundo, encaminándonos, en medio de pruebas y tentaciones hacia la Patria eterna, muchas veces tal vez caigamos en tentación. En algunas ocasiones nuestras caídas llegarán incluso a causar grandes estragos en nosotros o en aquellos con quienes nos relacionamos en la vida. Pero los que seamos mordidos por la maldad, los que caigamos en tentación, tendremos siempre la oportunidad de arrepentirnos y volver la mirada hacia Aquel que nos perdona, y que nos libra de la muerte eterna. Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Pongamos en Él nuestra existencia, dejémonos amar y perdonar por Él. Entonces, aún siendo peregrinos por este mundo hacia la Patria eterna, viviremos ya dentro de su Reino de amor, de santidad, de justicia y de paz.

Sal. 101. Dios nos contempla siempre con gran amor y misericordia. Somos sus hijos y jamás rechaza la obra de sus manos. Cuando lo invocamos Él nos escucha y nos libra de la mano de nuestros enemigos. Dios no quiere que vivamos en la desgracia; y cuando los muros de nuestra vida parecieran derrumbarse, Él acude a nosotros para sostenernos, para reedificarnos, para librarnos de la desgracia. Por eso, quienes hemos sido hechos partícipes de su misma vida, debemos ser también un signo del amor protector y misericordioso de Dios para los demás. No seamos, por tanto, ocasión de pecado, de escándalo, de destrucción de la conciencia de nuestro prójimo. Dios nos contempla con amor y nos tiende la mano en nuestras necesidades. Vayamos y hagamos nosotros lo mismo con nuestro prójimo.

Jn. 8, 21-30. Dios está en medio de nosotros como poderoso Salvador. Ojalá y antes de que termine nuestro paso por este mundo nos encontremos con Cristo y seamos perdonados de nuestros pecados. Después será demasiado tarde. Él es el testigo fiel que nos ha hablado de las cosas del Padre. Y lo ha hecho no sólo con sus palabras, sino también con sus obras, con sus actitudes y con su vida misma. Levantado en alto, glorificado por el Padre Dios, se ha convertido en ocasión de salvación para todos los que lo reciban, pues a ellos les ha dado el poder de llegar a ser hijos de Dios. Reconozcamos nuestros pecados. Humillémonos ante el Señor. Pidamos perdón y Dios nos glorificará junto a su Hijo eternamente.

Dios jamás nos ha abandonado como para que muramos en nuestro pecado. Pero si nosotros nos cerramos a su oferta de salvación, nosotros mismos estaremos cerrándole las puertas al Redentor. Él se acerca a nosotros como salvador, especialmente en este encuentro que estamos viviendo por medio de la Eucaristía. Aprovechemos este tiempo de gracia para que Aquel que fue levantado, sea para nosotros motivo de salvación y no de condenación. No vengamos a la Eucaristía sólo como un pasatiempo, ni sólo como un acto de piedad. Vengamos porque nos reconocemos pecadores y hemos comenzado a desandar nuestros caminos de maldad para retornar al Señor, para contemplar su Rostro y ser perdonados; para escuchar su Palabra y vivir conforme a ella de tal forma que nuestra fe no se nos hiele en los labios. Si Cristo en verdad ha sido aceptado en nuestra vida, ya no caminemos bajo nuestros caprichos, sino a la luz de su Espíritu que habita en nosotros.

Quienes participamos del Misterio Pascual de Cristo, exaltado a la diestra del Padre, debemos ser un signo auténtico de salvación para nuestros hermanos. Es verdad que continuamente estamos sometidos a una diversidad de tentaciones. Pero el Señor, que está a nuestro lado, más aún, que vive dentro de nosotros, pues ha hecho de nosotros su templo, nos purificará constantemente; nos curará de nuestros males y hará que seamos para el mundo un signo de la Misericordia, que Él ofrece a todos. El Señor nos pide ser sencillos como las palomas y prudentes como las serpientes. No nos pongamos nosotros mismos en tentación. Si el autor del pecado y de la muerte ha sido vencido, no permitamos que nos vuelva a esclavizar. Quien participa de la vida de Cristo, pero con sus obras sigue siendo un malvado, está manifestando que en verdad no ha vuelto la mirada hacia Cristo, sino que continúa viéndose a sí mismo y encadenándose al pecado. Trabajemos constantemente en la construcción del Reino de Dios entre nosotros. Entonces, día a día, resplandecerá con mayor nitidez el Rostro glorioso de Jesucristo en el rostro de su Iglesia. Entonces la Comunidad de creyentes será realmente un signo de salvación para todos.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de retornar, arrepentidos, a Cristo, para que recibiendo de Él el perdón de nuestros pecados, vivamos ya desde ahora como criaturas nuevas, y podamos encaminarnos, con nuestra cruz a cuestas, a la participación de la exaltación gloriosa del Hijo de Dios. Amén.

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23. ARCHIMADRID 2004

LA ORACIÓN DE LOS HIJOS DE DIOS

“Señor, escucha mi oración, que mi grito llegue hasta ti”. Uno de los temas que se aborda con más frecuencia en la predicación cristiana es la que hace referencia a la oración. Algunos piensan que para iniciarse en semejante “instrucción” son necesarias una serie de cualidades especiales, y unas predisposiciones tan señaladas, que son verdaderamente pocos los que pueden adentrarse en la práctica de la oración. De esta manera, son muchos los que reducen la oración a meros rezos vocales (que son importantes), o a la práctica de determinadas devociones piadosas (que también son importantes). Sin embargo, hablar de oración es, en primer lugar, adoptar una actitud, y ésta no es otra sino saber a quién me dirijo, por qué me dirijo a él, y cómo me dirijo a él. Se nos dice que orar es hablar con Dios; y, desde este sencillo punto de partida, sobraría cualquiera otra definición. Pero si hemos aludido a las anteriores condiciones necesarias para la oración, no es otro el motivo, sino el de resaltar la importancia que tiene para el cristiano una verdadera disposición orante.

En la oración nos dirigimos a Dios. Él es mi Padre y creador, sentido y fin de todas las cosas (pasadas, presentes y futuras); en Él todo el orden creado tiene la existencia que le conviene, así como el que la mayoría de las criaturas le den gloria, aunque sea de forma “instintiva”. El ser humano, sin embargo, es de una “pasta” especial; tiene una responsabilidad muy concreta recibida del Creador: llevar a término todas las cosas iniciadas por Dios. De hecho, el hombre está configurado a imagen y semejanza Suya, es decir, goza de libertad.

Decir que Dios lo es todo, y yo nada, valdría para explicar el motivo de dirigirme a Él en la oración. Pero esto, para algunos, puede resultar poco eficaz en el orden las cosas. Es más, para otros serviría como excusa para la pasividad o el mero quietismo, es decir, lo que vulgarmente se denomina “pasar de todo”. Sin embargo, paradójicamente, ese reconocimiento de la “nada” personal es algo que exige mucha más actividad de la que se puede pensar. En primer lugar, una predisposición, es decir, una actitud por “empaparse” de todo aquello que provenga de Dios; y esto, en definitiva, se llama “gracia”. La Eucaristía, la Reconciliación, y los sacramentos en general, son ya algo que nos preparan para tener ese vínculo que exige la oración. En segundo lugar, se encuentran las virtudes (no los manoseados “valores”, que corresponden a otro orden), y que todo cristiano ha de buscar para despojarse de aquello que resulta un impedimento para su relación personal con Dios.

Respecto al “cómo” de esa oración, existen multitud de aspectos. Sin embargo, deberíamos ceñirnos a dos: la sencillez y la perseverancia. La oración es sencilla cuando uno, sin grandes complicaciones ni disquisiciones, se dirige a Dios como quien habla con un amigo, un padre o un confidente. Sabe, a ciencia cierta, que aquello que pida se le concederá si resulta ser un bien para su alma; pero, sobre todo, se sabe escuchado y pone atención en escuchar, que es quizás lo más importante; para ello, la oración por excelencia es la que enseñó Jesús a sus discípulos: el Padrenuestro (oración que, por otra parte, vale la pena “paladearla” y “saborearla” sin prisas, y con espíritu de contemplación).

¿Qué ocurriría si todos nuestros actos, pensamientos y palabras estuvieran impregnadas de oración?… He aquí el segundo aspecto de la oración: la perseverancia. Jesús repitió en alguna que otra ocasión la conveniencia de orar siempre. No se trata de caer en la obsesión, o en un mal entendido perfeccionismo, donde uno deja de comportarse con naturalidad, para pasar a la autocensura de que “no se puede llegar a todo”. Más bien, se trata de recoger las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy y, de esta manera, adquirir nuestra auténtica condición de hijos de Dios: “No hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada”. Y ésta, es la normalidad que Dios nos pide.


24. Fray Nelson Martes 15 de Marzo de 2005

Temas de las lecturas: Si alguien es mordido y mira la serpiente de bronce, quedará curado * Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, entonces sabrán que soy yo.

1. Quítale poder al que se esconde
1.1 El mal se oculta, porque mal y tinieblas se hermanan bien. Por eso suele suceder que la primera victoria sobre el mal es sacarlo a luz, sea mediante la denuncia de su perversidad, sea mediante la obra misma de abrir otros caminos, pues el mal gusta de presentarse como "inevitable".

1.2 Algo así fue lo que sucedió en el relato que nos trae la primera lectura de hoy. Si hay un animal astuto es la serpiente. Su modo de esconderse es su gran fuerza al momento de atacar. Pues bien, la serpiente de bronce, indefensa y exhibida en derrota, es la imagen misma del mal desenmascarado, denunciado, maniatado.

1.3 Es interesante aplicar este principio a nuestra vida. Los males ocultos corresponden a varias cosas. Por ejemplo: las mentiras que nos gusta creer. Pensamos que somos buenos pero detestamos que se nos exija serlo. Simplemente queremos creer que sí somos buenos, sin examen, sin confrontación, sin exigencia. Como un modo de acariciarnos en secreto. De pronto llega esa confrontación. Alguien nos pide algo que nos cuesta. Nos sentimos "incómodos". ¿Por qué? Porque una verdad está a punto de revelarse: no éramos lo que parecíamos ser.

1.4 Otros males reposan en una penumbra que el psicoanálisis llama el "inconsciente". Muchos recuerdos terribles y heridas espantosas están sepultados bajo la presión de "mecanismos de defensa" con los que nos sentimos aliviados, aunque sólo sea falsamente aliviados. Una buena terapia, ojalá psicológica y espiritual, va sacando a luz mucho de esa basura, con lo que ciertamente alcanzamos libertad. El mal desenmascarado pierde poder.

2. La frase enigmática por excelencia
2.1 El evangelio de hoy nos ofrece la gran pregunta y el gran enigma. La gran pregunta está en labios de los enemigos de Cristo: "¿Tú quién eres?". Lo inquieren, sin duda, para atraparle, para acusarle, para juzgarle. Pero, en fin, ahí queda enunciada su cuestión. Y es una cuestión hondísima: ¿Quién es Jesús?

2.2 El gran enigma es la respuesta del Señor. La traducción que acompaña estas palabras se lee así: "Precisamente es lo que les estoy diciendo desde el principio". Otras traducciones dicen: "El que al principio también os he dicho" (Reina Valera); "Exactamente lo que acabo de decirles" (Edición Latinoamérica); "Desde el principio, lo que os estoy diciendo" (Biblia de Jerusalén). Es una frase extremadamente difícil de traducir. Es la frase enigmática por excelencia.

2.3 Guiados por algunas explicaciones de la Biblia de Jerusalén, algo podemos entender, sin embargo: la unión que hay entre el ser de Cristo y su propia palabra. Su ser y su hablar se esclarecen mutuamente, casi como si dijera: "soy mi palabra; siempre lo he sido", es decir: "desde el principio no soy distinto de lo que escuchan, no soy diferente de lo que ven". Por otra parte, esta expresión, que nos parece asaz oscura, sería, paradójicamente, la manifestación misma de la transparencia de Cristo: "soy lo que manifiesto ser". ¡Adorable, Señor, tus misterios nos fascinan y desbordan a la vez!


25.

Hoy, martes V de Cuaresma, a una semana de la contemplación de la Pasión del Señor, Él nos invita a mirarle anticipadamente redimiéndonos desde la Cruz.

«Cuando hayan levantado al Hijo del hombre...» (Jn 8,28). En efecto, Cristo Crucificado —¡Cristo “levantado”!— es el gran y definitivo signo del amor del Padre a la Humanidad caída. Sus brazos abiertos, extendidos entre el cielo y la tierra, trazan el signo indeleble de su amistad con nosotros los hombres. Al verle así, alzado ante nuestra mirada pecadora, sabremos que Él es (cf. Jn 8,28), y entonces, como aquellos judíos que le escuchaban, también nosotros creeremos en Él.

Sólo la amistad de quien está familiarizado con la Cruz puede ayudar a adentrarnos en el Corazón del Redentor.

Que nuestra mirada a la Cruz, mirada sosegada y contemplativa, sea una pregunta al Crucificado, en que sin ruido de palabras le digamos: «¿Quién eres tú?» (Jn 8,25). Él nos contestará que es «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6), la Vid a la que sin estar unidos nosotros, pobres sarmientos, no podemos dar fruto, porque sólo Él tiene palabras de vida eterna.

Y así, si no creemos que Él es, moriremos por nuestros pecados. Viviremos, sin embargo, y viviremos ya en esta tierra si aprendemos de Él la gozosa certidumbre de que el Padre está con nosotros y no nos deja solos.

Así imitaremos al Hijo en hacer siempre lo que al Padre le agrada.