LUNES DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA

LECTURAS: 

1ª: Dn 9. 4b-10  

2ª: Lc 6. 36-38 = DOMINGO 07C


1.

La lectura de hoy es un fragmento de la oración de Daniel, que nos muestra el aspecto dramático que, a menudo, incluyen las relaciones hombre-Dios. El Señor permanece fiel a la Alianza y está siempre dispuesto a otorgar su amor; el hombre, muchas veces, prefiere vivir por su propia cuenta.

MISA DOMINICAL 1990/06


2.

En el evangelio de hoy, Jesús nos pide que seamos «misericordiosos», como El es «misericordioso» con nosotros.

La plegaria de Daniel se apoya, por entero, sobre esa misericordia de Dios. Esto nos permite no «descorazonarnos» cuando pensamos en nuestros pecados.

-¡Oh! Señor, Dios grande y temible...

Es el primer pensamiento que cruza nuestra mente.

La grandeza, la perfección, la santidad de Dios. "Santo, santo, santo es el Señor, Dios del universo. El cielo y la tierra están llenos de tu gloria".

Ese Dios santo, hermoso y grande... espera de los hombres santidad, belleza, grandeza. Sed perfectos como vuestro Padre es perfecto.

Me detengo y reflexiono sobre la noción de «perfección»: un objeto perfecto, un trabajo perfecto.

-Nosotros hemos pecado, hemos cometido la iniquidad, hemos sido malos, nos hemos rebelado y nos hemos apartado de tus mandamientos.

El mal. Lo contrario a la perfección.

Pienso en un objeto frustrado, un trabajo mal hecho, chapucero. Lo contrario de Dios. El egoísmo en lugar del amor. La fealdad en lugar de la belleza.

Pienso en mis pecados habituales y los miro desde ese ángulo. Trato de darme cuenta mejor que son un fallo, un mal. Trato de ver si haciendo yo lo contrario sería un bien, un resultado mejor.

-Nosotros... nosotros... nosotros... no hemos escuchado...

Lo que los profetas dijeron a nuestros reyes, a nuestros jefes, a nuestros padres, a todo el pueblo.

Esa oración penitencial de Daniel es muy justa. No se dirige a Dios desde una perspectiva «individual» solamente -mis pecados-, sino desde una perspectiva "comunitaria" -nuestros pecados-.

Ayúdanos, Señor, a dirigirnos a ti en nombre de todos nuestros hermanos. «Nosotros» hemos pecado... Yo soy solidario de los pecados de los demás.

Cuando, en esta cuaresma pronuncio unas plegarias penitenciales, estoy rogando por el mundo entero. «Ten piedad de nosotros, Padre de todos nosotros, Tu estás viendo nuestra miseria. En este mismo momento, esta oración mía, la estoy haciendo a cuenta de toda la humanidad.

Te ruego, Señor, por todos los pecadores de los cuales formo parte.

-A ti, Señor, la justicia... A nosotros la vergüenza en el rostro...

He ahí donde nos encontramos, por el momento.

EI descubrimiento indispensable de nuestras deficiencias, de nuestros límites, de nuestro poco dominio de nosotros mismos, no es muy hermoso. No hay de qué enorgullecerse. Se siente más bien vergüenza.

Esta es una primera etapa.

-Al Señor Dios nuestro, la piedad y el perdón.

En efecto y felizmente Tú eres mejor que nosotros, Señor.

Te doy gracias por esas palabras: la piedad... el perdón...

Por todas las veces que has perdonado mis debilidades, bendito seas.

Cuando Jesús nos dirá de «ser misericordiosos como Dios es misericordioso», nos invitará a una misericordia infinita -hay que perdonar- setenta y siete veces siete... La grandeza de Dios, su Santidad, su Infinitud, se aplican también a su misericordia.

Su misericordia perfecta, infinita es una de las perfecciones de Dios.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 114 s.


3. 

Es famosa entre las famosas la profecía de las «setenta semanas». Ha sido con frecuencia interpretada, pero no siempre con su debida objetividad. No vamos ahora a proceder a una crítica del texto, trataremos sólo de esclarecerlo algún tanto.

El problema que nos plantea el autor es el de siempre: quisiera uno ver de continuo con claridad y que, en todos los momentos del conflicto, Dios acudiera a solucionar los problemas. Pero el proceder de Dios es otro, y a menudo no vemos la historia con la diafanidad que quisiéramos sino pasados unos siglos, desde una perspectiva lejana.

El autor se mantiene aquí en un equilibrio difícil: él no se halla en los tiempos de Daniel, pero al igual que en los textos que hemos venido comentando, juega con la ficción de estar en ellos. Habla de las semanas de Jeremías, refiriéndose a Jr 25,11; pero, como quiera que el consuelo que predica es para sus coetáneos, en seguida se refiere a los sucesos importantes de su tiempo.

Huelga señalar que es inútil recurrir a una equivalencia exacta por lo que toca a las setenta semanas, mayormente cuando el número siete y sus múltiplos tienen siempre en la Biblia un valor simbólico. Por ello es mejor que nos conformemos con una aproximación. A partir del v 24, el texto alude explícitamente a los hechos que ocurrían en Jerusalén en tiempos de Antíoco y de Onías, el sacerdote asesinado por orden del rey. Repite lo que ha dicho más de una vez: la realidad actual no puede perdurar, Dios hará justicia y los fieles triunfarán.

Antíoco desencadenó una persecución tal que el pueblo corría el riesgo de perder la confianza. El autor de Daniel, igual que Abrahán, posee aquella fe intrépida que impele a esperar contra toda esperanza y confía en Dios incluso en los momentos y avatares que parecen ser totalmente adversos.

Todo lo malo pasará; en cambio, la fe de los fieles perdurará para siempre.

J. MAS BAYÉS
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 431 s.


4.

Ser bueno "sin medida", como Dios.

-Sed misericordiosos...

Es una palabra intraducible que hoy corre el riesgo de ser mal comprendida. Que cada uno según su modo de ser se ejercite en encontrarle sinónimos.

--Compartid las penas de los demás...
--Sed indulgentes...
--Dejaos conmover...
--Excusad...
--Participad en las tribulaciones de vuestros hermanos...
--Olvidad las injurias.. .
--Sed sensibles...
--No guardéis rencor...
--Tened buen corazón...

-Así como también vuestro Padre es misericordioso.

La moral cristiana, a menudo tan próxima a una simple moral humana, se caracteriza por el hecho de que es, habitualmente, una imitación de Dios.

San Juan dirá "Dios es amor", Lucas dice: "Dios es misericordia." Jesús ha insistido a menudo sobre este punto. El mismo era una perfecta "imagen de Dios", que modelaba su comportamiento según el del Padre.

En mi oración, evoco las escenas en las que Jesús ha mostrado especialmente su misericordia...

¿Y yo? A menudo, por desgracia, no me asemejo ni al Padre, ni a Jesús. Desfiguro la imagen de Dios en mí. Doy una mala idea de ti, Señor, cada vez que falto al amor. Cada una de mis palabras duras, de mis acritudes, de mis malas intenciones... cada una de mis indiferencias a las preocupaciones de mis hermanos... ¡es lo contrario de Dios! Perdón, oh Padre, por deformar, a veces, el espejo que yo debería ser de ti.

Y me dejo captar por este pensamiento: Tú esperas, Señor, que yo me parezca a ti, que sea el representante de tu amor cerca de mis hermanos. Ser el corazón de Dios, ser la mano de Dios... ser "como si" estuviese Dios presente cerca de un tal... o un cual... Cada una de mis tareas humanas de hoy tiene un valor infinito, un peso de eternidad: es Dios mismo el que actúa en y por mí, en mis afectos.

¡Sed como Dios!

-No juzguéis, y no seréis juzgados...
No condenéis, y no seréis condenados...
Perdonad, y seréis perdonados.
Dad, y se os dará...

Hay que dejarse interpelar e interrogar por estas frases.

Hay que escucharlas de la boca misma de Jesús, como si hubiéramos estado presentes en su auditorio cuando él las pronunciaba. ¿A propósito de qué detalles concretos de mi vida, de qué personas... Jesús me repite esto, a mí:

No juzgues a un tal... un cual...

No condenes a un tal... una cual...

Perdona a... a...

Da...

Y todo ello no es propio en primer lugar de la "Moral": es hacer como Dios.

Jesús nos dice que Dios es así.

-Una buena medida, llena, apretada, colmada.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 118 s.


5.

Jesús abre su sabiduría para hacer entender a sus discípulos los requisitos centrales del proyecto del Reino. Les explica que todos los pecados de la humanidad tienen el mismo origen: en la codicia, en la que se manifiesta el egoísmo. Este es el principal obstáculo para la conversión que debe buscar todo buen cristiano. Debido a esto, todo ser humano que quiera ser acogido por el Padre, debe trabajar por llegar a tener su misma compasión y misericordia para con los otros. Esta misericordia y compasión no sólo debe ser externa. Es indispensable que toque y permee la mente en el momento de hacer cualquier juicio sobre los demás.

La gente del tiempo de Jesús, a pesar de tener una institución tradicionalmente reconocida como el Templo, nunca escuchó de parte de sus sacerdotes palabras que buscaran una sociedad alternativa, estructuralmente diferente a la heredada. Había quedado muy distante la experiencia del éxodo y de la liberación de Egipto. De ahí su extrañeza al oír cómo Jesús ofrecía, con palabras humanas corrientes, un concepto del querer de Dios muy diferente al de la oficialidad. Frente a sus planteamientos había sólo dos alternativas: aceptarlos como voluntad del Padre, o rechazarlos y condenar a Jesús. La manera como la comunidad debía entender el mensaje de Jesús era desde la preocupación que él mostraba por la situación que vivía el empobrecido. A éste sólo se le podía redimir si en las personas nacía la compasión por el más necesitado. Compasión es compartir el sufrimiento de los otros y así experimentar qué es lo que ellos realmente necesitan para que su calidad de vida mejore. Queda, pues, como conclusión que al comprometernos todos a ser compasivos con los demás, vamos a lograr universalizar valores que ayudarán al mundo a ser cada vez más humano. Por algo Jesús nos recuerda que con la medida con que midamos a los demás, con esa misma se nos medirá a nosotros.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


6.

1. Empezamos la segunda semana de la Cuaresma con una oración penitencial muy hermosa, puesta en labios de Daniel. Él reconoce la culpa del pueblo elegido, tanto del Sur (Judá) como del Norte (Israel), tanto del pueblo como de sus dirigentes. No han hecho ningún caso de los profetas que Dios les envía: «hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos sido malos, nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus normas, hemos pecado contra ti».

Mientras que por parte de Dios todo ha sido fidelidad. Daniel hace una emocionada confesión de la bondad de Dios: «Dios grande, que guardas la alianza y el amor a los que te aman... Al Señor Dios nuestro la piedad y el perdón».

2. Si la dirección de la primera lectura era en relación con Dios -reconocernos pecadores y pedirle perdón a él- el pasaje del evangelio nos hace sacar las consecuencias (cosa más incómoda): Jesús nos invita a saber perdonar nosotros a los demás.

El programa es concreto y progresivo: «sed compasivos... no juzguéis... no condenéis... perdonad... dad». El modelo sigue siendo, como ayer, el mismo Dios: «sed compasivos como vuestro Padre es compasivo». Esta actitud de perdón la pone Jesús como condición para que también a nosotros nos perdonen y nos den: «la medida que uséis, la usarán con vosotros». Es lo que nos enseñó a pedir en el Padrenuestro: «perdónanos... como nosotros perdonamos».

3. a) Nos va bien reconocer que somos pecadores, haciendo nuestra la oración de Daniel. Personalmente y como comunidad.

Reconocer nuestra debilidad es el mejor punto de partida para la conversión pascual, para nuestra vuelta a los caminos de Dios. El que se cree santo, no se convierte. El que se tiene por rico, no pide. El que lo sabe todo, no pregunta. ¿Nos reconocemos pecadores? ¿somos capaces de pedir perdón desde lo profundo de nuestro ser? ¿preparamos ya con sinceridad nuestra confesión pascual?

Cada uno sabrá cuál es su situación de pecado, cuáles sus fallos desde la Pascua del año pasado. Ahí es donde la palabra nos quiere enfrentar con nuestra propia historia y nos invita a volvernos a Dios. A mejorar en algo concreto nuestra vida en esta Cuaresma. Aunque sea un detalle pequeño, pero que se note. Seguros de que Dios, misericordioso, nos acogerá como un padre.

Hagamos nuestra la súplica del salmo: «Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados... Iíbranos y perdona nuestros pecados».

b) Pero también debemos aceptar el otro paso, el que nos propone Jesús: ser compasivos y perdonar a los demás como Dios es compasivo y nos perdona a nosotros. Ya el sábado pasado se nos proponía «ser perfectos como el Padre celestial es perfecto», porque ama y perdona a todos. Hoy se nos repite la consigna.

¿De veras tenemos un corazón compasivo? ¡Cuántas ocasiones tenemos, al cabo del día, para mostrarnos tolerantes, para saber olvidar, para no juzgar ni condenar, para no guardar rencor; para ser generosos, como Dios lo ha sido con nosotros! Esto es más difícil que hacer un poco de ayuno o abstinencia.

Ahí tenemos un buen examen de conciencia para ponernos en línea con los caminos de Dios y con el estilo de Jesús. Es un examen que duele. Tendríamos que salir de esta Cuaresma con mejor corazón, con mayor capacidad de perdón y tolerancia.

Antes de ir a comulgar con Cristo, cada día decimos el Padrenuestro. Hoy será bueno que digamos de verdad lo de «perdónanos como nosotros perdonamos». Pero con todas las consecuencias: porque a veces somos duros de corazón y despiadados en nuestros juicios y en nuestras palabras con el prójimo, y luego muy humildes en nuestra súplica a Dios.

«Sálvame, Señor, ten misericordia de mí» (entrada)

«Hemos pecado, hemos sido malos, no hemos escuchado la voz del Señor» (1ª lectura)

«Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados» (salmo)

«Sed compasivos, no juzguéis, no condenéis» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 2
La Cuaresma día tras día
Barcelona 1997. Pág. 44-46


7.

Retomamos el proceso del camino de los seguidores de Jesús que habíamos dejado el sábado pasado. Esta vez con el evangelista del camino: Lucas.

En las relaciones que debemos tener hay un modelo para actuar, y eso debemos hacer: ser como Dios... Tener compasión, perdonar, dar. Esa es la medida. Debemos ir mucho más allá de la Ley, ya lo habíamos dicho, pero también debemos ir más allá de nosotros. Debemos liberarnos de las tendencias y manías, muchas veces inconscientes, sí, (pero no hay excusa por ello), que condicionan y malogran las relaciones y la comunidad. Dios no es así y nosotros debemos ser como él.

Hay un tufillo de amenaza en el texto: hacerlo para que lo hagan con nosotros; tener una medida, "generosa, rebosante, colmada, remecida" para que nos midan así; no hacerlo para que no lo hagan con nosotros... Esa amenaza no es criterio fundamental ni debe ser la motivación para la vida de un cristiano.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


8. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

La oración de Daniel que leemos en la primera lectura de hoy puede ser un perfecto guión para componer nuestra "oración mundial" en momentos tan críticos como los que vivimos. Esta oración pertenece al género de "súplicas penitenciales". Seguramente es anterior al libro mismo. Está dividida en tres partes. La primera presenta el pecado del pueblo (desobediencia a la ley y a los profetas) y la inocencia de Dios. La segunda contempla el castigo como consecuencia lógica del pecado. La tercera es una súplica de perdón basada en los hechos salvadores de Dios en el pasado: la liberación de Egipto, la elección del pueblo y de Jerusalén y el honor de Dios. ¿No os parece que hoy podríamos componer una oración semejante? La única condición es que no brote de una actitud castigadora sino de una verdadera solidaridad con nuestro mundo enfermo. ¿No podríamos decir hoy: "Señor, nosotros hemos pecado. No hemos sabido acoger tu amor. Nos hemos creído autosuficientes, maduros, capaces de gestionar el mundo según nuestros criterios. No hemos escuchado a los mejores hombres y mujeres de la humanidad sino que nos hemos dejado seducir por la propaganda, por las invitaciones a lo más fácil, por el señuelo de la violencia"?
Sin poner nombre a nuestros desvaríos, ¿cómo podríamos entender el mensaje liberador de Jesús, que nos habla de un Dios compasivo? ¿No correríamos el riesgo de no dar importancia a la compasión divina, de confundirla con un sentimiento superficial?

En un libro titulado "La compasión en la vida cotidiana", que, por cierto, os recomiendo, Henri Nouwen escribe: "Dios es un Dios compasivo. Esto significa, ante todo, que es un Dios que ha elegido ser Dios-con-nosotros". Para acercarnos a la fuerza de esta presencia es útil partir de una experiencia que todos tenemos: "Cuando alguien nos dice en medio de una crisis: 'No sé qué decirte o qué hacer, pero quiero que sepas que estoy contigo, que no te abandonaré', contamos con un amigo a través del cual podemos encontrar consuelo y alivio. En una época tan saturada de métodos y técnicas ideadas para cambiar a la gente, para influir en su conducta, para hacerla realizar nuevas cosas y pensar nuevas ideas, hemos olvidado el simple pero difícil don de estar mutuamente presentes. Hemos perdido este don porque se nos ha hecho creer que la presencia tiene que ser útil. Decimos: '¿Por qué tengo que visitar a esa persona? No puedo hacer nada en absoluto. No tengo nada que decirle' ...Y de este modo hemos olvidado que con frecuencia, en la mutua presencia 'inútil', sin pretensiones, humilde, sentimos consuelo y alivio".

Caigamos en la cuenta de los verbos que se nos proponen en el evangelio de hoy: ser compasivos, no juzgar, no condenar, perdonar, dar. ¿Es útil plantear la vida desde estas claves? Conjuguemos estos verbos en pasiva y examinemos los sentimientos que provocan en nosotros: ser compadecidos, no ser juzgados, no ser condenados, ser perdonados, recibir. ¿Qué? ¿Hay alguna utilidad?

Vuestro amigo,

Gonzalo Fernández cmf. (gonzalo@claret.org)


9. CLARETIANOS 2003

En el museo del holocausto que se encuentra en la zona oeste de Jerusalén hay una inscripción que reza así: “We forgive but we do not forget” (es decir: “Perdonamos, pero no olvidamos”). Quiero entender la sentencia en el mejor sentido: perdonamos a nuestros verdugos, pero no queremos olvidar sus acciones para que esta memoria impida que se repitan en el futuro. Hoy se habla mucho de “recuperar la memoria”, tanto en el plano personal como en el colectivo. Me merece mucho respeto este tratamiento terapéutico de la memoria. Pero, a menudo, no llega a su meta: se detiene en la peligrosa fase del resentimiento y de la venganza. Y esto explica una buena parte de nuestros sinsabores, de nuestras amarguras, de la agresividad con la que a menudo nos conducimos en la vida.

Lo que Jesús nos propone es ser como Dios, que perdona “olvidando”. Esta es una manera muy humana de hablar, pero anclada en la sabiduría de la Escritura. Perdonar significa creer en la capacidad que los seres humanos tenemos de empezar de nuevo. El perdón no es un simple armisticio para hacer tolerable la vida sino una nueva creación que nos aproxima al plan de Dios. Creo que nuestro gran desafío es llegar a entender que toda la existencia cristiana la vivimos en la dinámica del perdón, que es como decir la dinámica del comienzo permanente.

Cuando leáis estas notas no se qué rumbo habrá tomado el asunto de Irak. Si finalmente se cumple el ultimátum dado por Estados Unidos, Reino Unido y España, tal vez hoy sea el comienzo de la guerra. O quizá las cosas se enderecen de otro modo. El Papa, en su alocución de ayer domingo, ha insistido en que todavía hay tiempo para la paz. Él vivió la Segunda Guerra Mundial y sabe en carne propia lo que significa una guerra. Teniendo como telón de fondo la preocupación que cunde en nuestro mundo, siento que podríamos recitar juntos la oración que un portavoz de la comunidad judía añadió al libro de Daniel, particularmente las palabras: Señor, a nosotros la vergüenza, a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres, porque hemos pecado contra ti.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


10. 2001

COMENTARIO 1

UNA REGLA DE ORO, VALIDA PARA TODOS

La segunda parte del discurso del llano va orientada a los oyentes, a todo el pueblo. En primera instancia, Jesús invita a todos a un amor generoso y universal (6,27-38), a fin de llegar a asemejarse del todo al Padre del cielo. De no ser así, si actuamos como lo hacen los paganos y descreídos, ¡vaya gracia! Si pagamos con la misma moneda, quiere decir que no hemos renunciado a sus falsos valores. El hombre que se abre al amor se vuelve generoso como el Dios de la creación; él mismo se fabrica la medida con la que será recompensado.



COMENTARIO 2

Jesús abre su sabiduría para hacer entender a sus discípulos los requisitos centrales del proyecto del Reino. Les explica que todos los pecados de la humanidad tienen el mismo origen: en la codicia, en la que se manifiesta el egoísmo. Este es el principal obstáculo para la conversión que debe buscar todo buen cristiano. Debido a esto, todo ser humano que quiera ser acogido por el Padre, debe trabajar por llegar a tener su misma compasión y misericordia para con los otros. Esta misericordia y compasión no sólo debe ser externa. Es indispensable que toque y permee la mente en el momento de hacer cualquier juicio sobre los demás.

La gente del tiempo de Jesús, a pesar de tener una institución tradicionalmente reconocida como el Templo, nunca escuchó de parte de sus sacerdotes palabras que buscaran una sociedad alternativa, estructuralmente diferente de la heredada. Había quedado muy distante la experiencia del éxodo y de la liberación de Egipto. De ahí su extrañeza al oír cómo Jesús ofrecía, con palabras humanas corrientes, un concepto del querer de Dios muy diferente del de la oficialidad. Frente a sus planteamientos había sólo dos alternativas: aceptarlos como voluntad del Padre, o rechazarlos y condenar a Jesús.

La manera como la comunidad debía entender el mensaje de Jesús era desde la preocupación que él mostraba por la situación que vivía el empobrecido. A éste sólo se le podía redimir si en las personas nacía la compasión por el más necesitado. Compasión es compartir el sufrimiento de los otros y así experimentar qué es lo que ellos realmente necesitan para que su calidad de vida mejore. Queda, pues, como conclusión que al comprometernos todos a ser compasivos con los demás, vamos a lograr universalizar valores que ayudarán al mundo a ser cada vez más humano. Por algo Jesús nos recuerda que con la medida con que midamos a los demás, con esa misma se nos medirá a nosotros.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


11. 2002

Jesús quiere cambiar de raíz el esquema en el que se encuentra sustentado el orden del mundo. Por eso el texto bíblico de hoy comienza con una invitación profunda y trascendental que cambia todo en la historia: “sean generosos como su Padre es generoso”. Jesús no quiere simplemente darle la vuelta al orden vigente en el judaísmo ni en el mundo, por que El sabe que de esa forma no cambiaría la historia, ni mejoraría la realidad humana. El, lo que se ha propuesto al hacer esta invitación es cambiar el sistema que impera. De allí la invitación que hace a sus discípulos y herederos de su obra y ministerio. Esta propuesta surge de la experiencia que El tiene de Dios como Padre lleno de ternura y de amor sin límites. Un Dios que acoge a todas las personas y que ama a todos pero de una forma especial a los empobrecidos y marginados de la sociedad.

La invitación de Jesús que aparece en estos versículos de hoy rompe el esquema y el comportamiento tradicional judío. Jesús excluye de su programa mesiánico la actitud de venganza de los pobres para con los ricos. Jesús propone tener una actitud contraria, nueva, diferente: el amor a los enemigos. Jesús sabe que el amor verdadero, que el amor que humaniza, no puede ni debe depender del amor que yo recibo del otro. El amor sólo debe querer el bien del otro, la humanización del otro, la felicidad y realización del otro, independientemente de lo que él o ella hagan por mí. Así es el amor de Dios Padre con nosotros y esa es la difícil invitación que Jesús nos hace, para hacer de este mundo un espacio de vida verdadera y de humanidad plena. Qué tarea tan difícil, pero no imposible de vivir.

Para poder actuar y vivir de acuerdo a la enseñanza de Jesús, se hace necesario un proceso de conversión profunda, donde cada hombre y cada mujer, por la fuerza del Espíritu, pueda renunciar libremente a los falsos valores que el mundo, con sus estructuras perversas, nos ha colocado como paradigma. En la medida que nos dejemos moldear por el programa de Jesús y logremos transformar nuestras conciencias acaparadoras por conciencias libres, universales y no dominadoras, entonces nos abriremos al amor, volviéndonos generosos como el Dios de la creación. De esta forma el ser humano construye la medida con la que será recompensado.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


12. DOMINICOS 2003

SI SOMOS OFENDIDOS, PERDONEMOS

¿TENGO FRÍO Y DOY CALOR?

La conciencia del hombre, si es cultivada, si no se entumece, si actúa desde su hondón de bien, nos lleva a realizar acciones que pueden ser al mismo tiempo sencillas y maravillosos, capaces de sorprender a cualquier observador.

A veces nos complace alabar en seres vivos y sensibles ciertos rasgos fascinantes que hablan de fidelidad y amistad en extremos inauditos. Sirva de ejemplo la actitud de un perrillo de compañía que –desde su sensibilidad, pobreza y amor- acepta y sabe compartir con un niño o con su amo una buena mesa, una mesa escasa, unas migajas de pan, un hambre no deseada, y hasta una hambruna de muerte, dando de sí todo el calor y alivio que su ser le permite.

Pues mucho más nos debe complacer una persona feliz, una mujer-madre, un corazón compasivo, un trabajador agobiado, un educador solícito, si

teniendo más frío que calor,
más hambre y necesidad que pan,
más preocupaciones que sosiegos,
más fatiga que descanso, 

más desengaño que esperanzas,  

siempre llevan en su alforja espiritual un tarro de bondad, una palabra de ánimo, una candela que encender, un vaso de agua que dar a otro más necesitado...

Sea hoy hilo conductor de nuestra celebración el querer compartir, dar todos los dones recibidos, en la medida en que podamos ser solidarios de los demás, especialmente con los más necesitados, y oremos desde nuestra pobreza al modo de Teresa de Calcuta:

¡Señor!, me atrevo a pedirte que cuando tenga hambre no me abandones, pero que de cuando en cuando pongas a mi lado a alguien que sea tan necesitado y tan pobre o más pobre que yo,

y que me complazca en compartir con él el pan duro que hoy me quede o al menos la palabra y la paciencia para encontrarlo y compartirlo mañana. Amén.

 

 PALABRA DE PIEDAD, EN DIOS; DE VERGÜENZA, EN MÍ                       

Lectura del profeta Daniel 9, 4-10

“En aquellos días, -yo, Daniel-  derramé mi oración al Señor mi Dios y le hice esta confesión: ¡Ah, Señor, Dios grande y temible, que guardas la alianza y el amor a los que te aman y observan tus mandamientos!

Nosotros hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos sido malos, nos hemos rebelado y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus normas.

No hemos escuchado a tus siervos, los profetas, que en tu nombre hablaban a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres...

A ti, Señor, la justicia; a nosotros la vergüenza en el rostro... Y al Señor Dios nuestro, la piedad y el perdón...”

En esta confesión de Daniel nos sentimos todos: por el reconocimiento de nuestra carga de pecado al traicionar a los hombres, porque no escuchamos la voz de la conciencia, porque no aceptamos el mensaje de salvación que nos viene  en la voz de los profetas y signos. Si Dios no es misericordioso, ¿tenemos nosotros futuro?

 

Evangelio según san Lucas 6, 36-38:

“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo.

No juzguéis, y no seréis juzgados.

No condenéis, y no seréis condenados.

Perdonad, y seréis perdonados.

Dad, y se os dará.

Os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis la usarán con vosotros” .

El conjunto de ideas es hermoso: hemos de mirarnos en el espejo que es Dios compasivo; hemos de tender a comprender, acoger y perdonar; y no debemos pedir otra medida para premiarnos sino la medida que nosotros utilizamos para premiar a los demás ¡Desdichados, si Dios tiene en cuenta nuestro pecado!

 

MOMENTO DE REFLEXIÓN 

1. Mira, Señor, nuestro pecado, pero ten misericordia.

Guiados por el profeta Daniel, hoy lo primero que debemos hacer es reconocer nuestras miserias, sentirnos pecadores y confesarlo paladinamente ante Dios, sin engañarnos.

Sólo al pecador consciente de su mal puede sobrevenirle el derroche de las misericordias del Señor.

Si en cuaresma no nos concedemos tiempos de silencio, de discernimiento, de mirada profunda a nuestro interior, mal podremos emprender o adelantar en el camino de la santidad, mediante el reinado de la caridad que cubra nuestras miserias.

Desear la novedad de vida en la sencillez, humildad, servicio, sacrificio, es punto de partida.

Sin un deseo sincero de caminar, las ruedas de la máquina no se mueven. Comencemos por ello.

Y no olvidemos la consigna de hoy:

 

A mi puerta de pobre, pecador, puede llegar hoy otro pobre, pecador;

he de sacar del tesoro de la gracia algún bien a compartir, algún gesto de bondad, alguna palabra de amor y paz.

 

2. Jesús insiste: ¿Qué medida rebosante es la que utilizas con los demás?

Los misterios de Dios no los entendemos, ni hemos de intentar comprenderlos.

Pero las cosas evidentes, claras, justas, proporcionadas a nuestro sentir y pensar, sí las entendemos.

Por eso, no tendremos perdón si, escuchando la lección que hoy nos ofrece Jesús, pretendemos engañar a Dios camuflando nuestra maldad y pecado con follaje de honestidad.

¿Somos amigos de la justicia, igualdad, honor, generosidad, magnanimidad, gratuidad de vida, y la buscamos? 

Si es así, al final  nos encontraremos con un caudal rebosante a nuestro favor.

¿Somos mezquinos, egoístas, aprovechados, engañadores?

Si obramos de es modo, ¿qué esperamos encontrar el día de nuestra evaluación?

Según nos habla Jesús, en Dios la misericordia y el perdón se armonizan con la justicia, y, para salvarnos, todos necesitaremos de esa Misericordia. Pero ¿nos permitiremos abusar de ella en la tierra? Eso sería nuestra ruina final.


13. ACI DIGITAL 2003

36. Otro paralelismo de gran importancia para el conocimiento de Dios, señalaremos entre este texto y el correspondiente de Mat. 5, 48. Allí se nos manda ser perfectos y se nos da como modelo la perfección del mismo Padre celestial, lo cual parecería desconcertante para nuestra miseria. Aquí vemos que esa perfección de Dios consiste en la misericordia, y que El mismo se digna ofrecérsenos como ejemplo, empezando por practicar antes con nosotros mucho más de lo que nos manda hacer con el prójimo, puesto que ha llegado a darnos su Hijo único, y su propio Espíritu, el cual nos presta la fuerza necesaria para corresponder a su amor e imitar con los demás hombres esas maravillas de misericordia que El ha hecho con nosotros. Véase Mat. 18, 35 y nota.

37. Absolver es más amplio aun que perdonar los agravios. Es disculpar todas las faltas ajenas, es no verlas, como dice el v. 41. Hay aquí una gran luz, que nos libra de ese empeño por corregir a otros (que no están bajo nuestro magisterio), so pretexto de enseñarles o aconsejarles sin que lo pidan. Es un gran alivio sentirse liberado de ese celo indiscreto, de ese comedimiento que, según nos muestra la experiencia, siempre sale mal.

38. Véase sobre este punto primordial Mat. 7, 2 y nota. ¡Medida rebosante! Nótese la suavidad de Jesús que no nos habla de retribución sobreabundante para el mal que hicimos, pero sí para el bien. Cf. Denz. 1014.


14.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Sálvame, Señor, ten misericordia de mí. Mi pie se mantiene en el camino llano. En la asamblea bendeciré al Señor» (Sal 25,11-12).

Colecta (del Gelasiano y Gregoriano): «Señor, Padre santo, que, para nuestro bien espiritual nos mandaste dominar nuestro cuerpo mediante la austeridad; ayúdanos a librarnos de la seducción del pecado, y a entregarnos al cumplimiento filial de tu santa Ley».

Comunión: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo, dice el Señor» (Lc 6,36).

Postcomunión: «Señor, que esta comunión nos limpie de pecado, y nos haga partícipes de las alegrías del cielo».

Daniel 9,4-10: Nosotros hemos pecado, nos hemos apartado de tus mandamientos. En la plegaria de Daniel se reconoce la malicia del pecado con gran sinceridad. Reflexionemos sobre nuestros pecados, en este tiempo de penitencia cuaresmal. De una parte, el amor y la misericordia de Dios; de otra, nuestras caídas e infidelidades. ¿No debiera Él abandonarnos? ¿No lo hemos merecido? ¿Y no parece a veces que Dios deja también abandonada, en su alocado camino, a nuestra generación infiel? Bien merecido lo tenemos.

¿Quién puede salvarnos? Solamente la penitencia, el recogimiento, la conversión. Todos los profetas reclaman, en nombre de Dios, la conversión: «Convertíos a Mí de todo corazón con ayunos, llanto y lágrimas de penitencia... arrepentíos y convertíos de los delitos que habéis perpetrado y estrenad un corazón nuevo y un espíritu nuevo; y así no moriréis, casa de Israel. Pues no quiero la muerte de nadie... arrepentíos y viviréis» (Ez 18,30-32).

«Convertíos a Mí... y yo me convertiré a vosotros... No seáis como vuestros padres, a quienes predicaban los antiguos profetas. Así dice el Señor: Convertíos de vuestra mala conducta y de vuestras malas obras» (Za 1,3-4).  «Buscad al Señor, mientras se le encuentra, invocadlo mientras está cerca; que el malvado abandone su camino, y el criminal sus placeres; que regrese al Señor y Él tendrá piedad. Nuestro Dios es rico en perdón» (Is 55,6-7).

–El Salmo 78 nos enseña a reconocer sinceramente nuestros pecados y nos abre a la misericordia de Dios:

«Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados. No recuerdes contra nosotros las culpas de nuestros padres; que tu compasión nos alcance pronto, pues estamos agotados. Socórrenos, Dios Salvador nuestro, por el honor de  tu nombre. Llegue a tu presencia el gemido del cautivo, con tu brazo poderoso salva a los condenados a muerte. Mientras nosotros, pueblo tuyo, ovejas de tu rebaño, te daremos gracias siempre, cantaremos tus alabanzas de generación en generación».

¿Quién puede salvarnos? La conversión a la ley y a los mandamientos del señor. La ley del Señor es intachable. Ella encamina y reconforta a las almas.

Lucas 6,36-38: Perdonad y seréis perdonados. Esta es la actitud del verdadero discípulo de Cristo. La grandeza del hombre, la realización auténtica de su ser, consiste en ser imagen de Dios, acercándose a su modelo, Cristo. La misericordia de Dios es necesaria para juzgar como Él, superando todas las medidas humanas. Comenta San Agustín:

«Ved, hermanos, que la cosa está clara y que la amonestación es útil... Todo hombre, al mismo tiempo que es deudor ante Dios, tiene a su hermano por deudor... Por esto el Dios justo estableció que, así como te comportes con tu deudor, se comportará Él contigo... Respecto al perdón, tú no solo quieres que se te perdone tu pecado, sino que también tienes a quién perdonar... Por tanto, si queremos que se nos perdone a nosotros, hemos de estar dispuestos a perdonar todas las culpas que se cometan contra nosotros...» (Sermón 83,2-4).

Resida en el alma amansada y humilde la misericordiosa disponibilidad para el perdón. Solicite perdón quien ofendió; concédalo quien lo recibió. Así observaremos el precepto del Señor.


15. Comentario: Rev. D. Antoni Oriol i Tataret (Vic-Barcelona, España)

«Dad y se os dará»

Hoy, el Evangelio de Lucas nos proclama un mensaje más denso que breve, ¡y eso que es muy breve! Lo podemos reducir a dos puntos: un encuadramiento de misericordia y un contenido de justicia.

En primer lugar, un encuadramiento de misericordia. En efecto, la consigna de Jesús sobresale como una norma y resplandece como un ambiente. Norma absoluta: si nuestro Padre del cielo es misericordioso, nosotros, como hijos suyos, también lo hemos de ser. Y el Padre, ¡es tan misericordioso! El versículo anterior afirma: «(...) y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y con los malos» (Lc 6,35).

En segundo lugar, un contenido de justicia. En efecto, nos encontramos ante una especie de “ley del talión” en las antípodas de (inversa a) la rechazada por Jesús («Ojo por ojo, diente por diente»). Aquí, en cuatro momentos sucesivos, el divino Maestro nos alecciona, primero, con dos negaciones; después, con dos afirmaciones. Negaciones: «No juzguéis y no seréis juzgados»; «No condenéis y no seréis condenados». Afirmaciones: «Perdonad y seréis perdonados»; «Dad y se os dará».

Apliquémoslo concisamente a nuestra vida de cada día, deteniéndonos especialmente en la cuarta consigna, como hace Jesús. Hagamos un valiente y claro examen de conciencia: si en materia familiar, cultural, económica y política el Señor juzgara y condenara nuestro mundo como el mundo juzga y condena, ¿quién podría sostenerse ante el tribunal? (Al volver a casa y leer el periódico o al escuchar las noticias, pensamos sólo en el mundo de la política). Si el Señor nos perdonara como lo hacen ordinariamente los hombres, ¿cuántas personas e instituciones alcanzarían la plena reconciliación?

Pero la cuarta consigna merece una reflexión particular, ya que, en ella, la buena ley del talión que estamos considerando deviene de alguna manera superada. En efecto, si damos, ¿nos darán en la misma proporción? ¡No! Si damos, recibiremos —notémoslo bien— una medida buena, apretada, remecida, rebosante» (Lc 6,38). Y es que es la luz de esta bendita desproporción que somos exhortados a dar previamente. Preguntémonos: cuándo doy, ¿doy bien, doy mirando lo mejor, doy con plenitud?


16. 2004. Servicio Bíblico Latinoamericano

Análisis

Sabemos que Lucas y Mateo comparten textos en común que no han recibido de Marcos; esa fuente común es conocida como “Q” (del alemán: Quelle = fuente). El Evangelio de hoy nos presenta una serie de textos que podemos fácilmente atribuir a Q y encontramos en Mt en el “Sermón de la Montaña”. El orden es semejante y algunas intenciones también.

En realidad la unidad es mucho más extensa (20-49 o 27-38 o 12-49 según diferentes autores) y la liturgia ha seleccionado sólo una parte:

v.36 es la conclusión de lo que viene diciendo hasta aquí y la preparación a lo que viene (un texto bisagra), y vv.37-38 algunas conclusiones de esto en la vida.

Veamos estas dos partes detalladamente:

“Sean misericordiosos”: el término oiktirmôn es exclusivo de este párrafo en los evangelios (sólo se repite en Sgo 5,11). Como se ha visto, Mateo prefiere “sean perfectos” haciendo referencia a la “justicia mayor” que la de los escribas y fariseos. Lo interesante es que el esquema de la frase es semejante al texto de Lev 19,2: “sean santos como Yavé es santo”, pero aquí modificado. En el AT se afirma con frecuencia que Dios es “misericordioso” (señalamos solamente los textos de la Biblia griega de LXX que utiliza oiktimôn: 2 Sam 24,14; 1 Cr 21,13; Sal 24,6; 39,12; 50,3; 68,17; 76,10; 78,8; 102,4; 118,77.156; 144,8.9; Is 63,15; Dan 9,18; Os 2,21; Zac 1,16; Sir 5,6; Bar 2,27; es interesante que el griego de Zac 12,10, allí donde el texto hebreo dice “espíritu de gracia y oración” prefiere “de gracia y misericordia”). Por lo tanto, vemos que el texto no contradice en nada la tradición bíblica. Frecuentemente oiktimôn traduce el hebreo raham que es ternura (preferentemente materna, de su seno), o también hnn que es gracia, piedad, aunque ambas palabras hebreas también se traducen con frecuencia por éleeô. En síntesis, de Dios también se predica su ternura y misericordia, no solamente su santidad. Sin embargo, en tiempos de Jesús, la santidad tenía una lectura muy negativa: puesto que el santo es el separado (Dios se separó para sí un pueblo, dentro de ese pueblo se separó una tribu, dentro de la tribu un clan y dentro del clan una persona), la fe se va viviendo como un sistema de exclusiones donde cuanto más “separado” se es, más cercano a Dios se está; de este modo, son cada vez más los grupos que van siendo excluidos de la cercanía de Dios: los paganos, los impuros (por ejemplo, los leprosos), las mujeres, los niños, la “gente de la tierra”. Es conocida la tradicional acción de gracias rabínica: “te doy gracias, Señor, por haberme hecho judío y no pagano, libre y no esclavo, varón y no mujer” (que no pretendía tanto manifestar la exclusión de los otros sectores sino manifestar que estando con los beneficiados se podía estar más cerca de Dios). El sistema de “santidad” termina siendo un sistema de exclusiones; al poner el acento en la ternura, la misericordia, en cambio, se pone el acento en las inclusiones. El término éleeô/os lo encontramos más frecuentemente en Lucas: de entrada se afirma que la misericordia de Dios alcanza a todos los que le temen (1,50), porque “Dios se acordó de la misericordia” (1,54). Recordando su alianza “hizo misericordia” (1,72) manifestando “entrañas de misericordia” (1,78), Lázaro le pide a Abraham misericordia por su sed (16,24) y los leprosos le piden a Jesús que tenga misericordia de su exclusión (17,13), cosa que también pide el ciego (18,38.39); esto debe ser imitado reconociendo como prójimo a todo caído y sufriente (10,37). También es cercano a este término lo “entrañable” (splagjnízomai; recordar 1,78; además 7,13; 10,33; 15,20). La misericordia es lo que mueve a Dios a actuar en la historia, y lo que mueve a Jesús hacia el que sufre, y es también lo que debe mover a sus seguidores. Es muy probable que Jesús haya cuestionado todo el sistema de exclusiones judías como lo demuestra su constante cercanía a los excluídos del régimen de la pureza, y seguramente en otra característica de Dios, la misericordia, ha encontrado un rostro divino más coherente con su abbá. Podemos afirmar, entonces, que la misericordia aparece como un predicado nuevo de Dios con el que Jesús enfrenta al judaísmo de su tiempo. No es cosa de imitar a Dios alejándonos de los demás, sino aproximándonos a ellos.

A continuación siguen dos ejemplos, dos negativos y dos positivos donde se muestra cómo Dios mira nuestras actitudes. A nuestras acciones -positivas o negativas- le siguen sendas acciones divinas expresadas en voz pasiva (“serán juzgados”, “serán absueltos”, que suponen a Dios como sujeto). La idea de “juzgar” supone especialmente “condenar”, guíarse sin misericordia con respecto a los demás. Absolver es liberar, dejar ir, o incluso perdonar. Dios parece guíarse con un criterio “mercantil” con quien no tiene misericordia con su hermano: usará el mismo criterio. En cambio su generosidad será desbordante con quien se guíe con criterios de misericordia (ver también 8,18; 19,25-26). Y esto incluye nuestra actitud con respecto a los bienes terrenos, como queda claro en el cuarto de los ejemplos, el de dar y la medida. La disponibilidad a la misericordia, al perdón, a la generosidad (¿limosna?) deben marcar la vida cotidiana del seguidor de Jesús.

Comentario

El amor no es un producto más de mercancía, de compra-venta, sujeto a la oferta y la demanda, no es "doy para que me des". Al menos el amor que quiere ser como el de Dios, a quien estamos llamados a imitar. El amor es generoso, es entrega de sí, es vida y produce vida; el amor no se tiene en cuenta a sí mismo sino al ser amado (aún a costa de sí mismo; aún hasta dar la vida). El amor no es algo palpable y científicamente analizable; tampoco es algo que se puede reducir a un "sentimiento" que hoy está y mañana puede desaparecer... El amor es siembra de vida, entrega de comunión, es imitación del mismísimo Dios. Las actitudes del amor son: misericordia, perdón, generosidad, no condenar... son actitudes como las que tiene el mismo Dios y deben tener sus hijos.

Dios derrama su amor sin esperar nada a cambio, eso es la misericordia, eso es la fidelidad de Dios a su mismo ser y su compromiso con los amados; a eso nos llama: a dar sin esperar respuesta, e incluso dispuestos a recibir a cambio desprecio, incomprensión y violencia.

¿No es ingenuo esto? ¿Cómo puede vivirse esto en nuestro mundo? En este tiempo del "hombre lobo del hombre", todo esto que Jesús plantea, ¿no es una suerte de suicidio? Lo parece. Y sin embargo lo dice. Jesús nos invita a una vida semejante a la de él, nos invita a una entrega de amor, a saber que el hombre ¡puede ser “hermano del hombre”! ¡Qué diferente sería nuestro mundo, nuestro país y nuestros barrios o pueblos si hubiera muchos sinceramente dispuestos a amar como Jesús, a dar y darse generosamente y sin medida! ¡Cuánto fruto estaría germinando!


17.

Reflexión

El tiempo de la cuaresma nos invita a descubrirnos como pecadores, como personas necesitadas del amor y la misericordia de Dios. Y es importante llegar a ser conscientes de esta realidad ya que solamente cuando uno reconoce lo miserable que es, su corazón se puede abrir a los hermanos. Ordinariamente las personas, soberbias, déspotas y egoístas no han tenido nunca la experiencia de encontrarse con sus debilidades y darse cuenta que no solo no son mejores que la gentes a las que han juzgado o maltratado sino que incluso muchas veces han sido peores que ellas mismas. Cuando sientas el impulso de juzgar o de condenar, mira un poco en tu interior y descubrirás que no eres mejor que él, y que a pesar de esto, Dios te ama y te muestra su misericordia… seguramente esta mirada interior te llevará a amar, a perdonar y a ayudar a tu hermano.

Que el Señor sea luz y lámpara para tu camino.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


18. No juzguen y no serán juzgados

Fuente: Catholic.net
Autor: José Fernández de Mesa

Reflexión

En este texto del evangelio, Jesús tiene la intención de mover nuestros corazones en una sola dirección: el amor a nuestros enemigos. “¡Qué fácil es amar a los que nos aman!”, dirá en otra ocasión. Sin embargo lo más difícil del amor cristiano es vivirlo con los que no nos corresponderán, con los que nos insultan o persiguen, con los que hablan mal de nosotros a nuestras espaldas, con los que luchan por arrebatarnos nuestro puesto de trabajo: nuestros enemigos.

La consigna que nos envía Jesucristo es muy clara: “Sed misericordiosos”. Un corazón que no perdona no es un corazón cristiano sino que es un corazón que no agrada ni da gloria a Dios. Por eso Cristo dirá en otra ocasión que si cuando nos acercamos a Dios para rendirle una ofrenda recordamos una enemistad con alguno de nuestros hermanos, primero debemos reconciliarnos con él, y después realizar la ofrenda.

Practiquemos estas dos virtudes que nos propone Jesús en nuestra vida: la misericordia y la benevolencia. Propongámonos que en ninguna de nuestras conversaciones, charlas o discusiones se mezcle jamás la más mínima crítica hacia ninguno de nuestros hermanos, que son todos los hombres.


19. Si me hiciste daño, no lo tomo en cuenta

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez

Cada vez que en la Cuaresma se nos presenta el grito de súplica, de perdón por parte del pueblo de Israel, al mismo tiempo está hablándonos de la importancia que tiene la conversión interior. La Escritura habla de que se han cometido iniquidades, de que se han hecho cosas malas, pero, constantemente, la Escritura nos habla de cómo nuestro corazón tiene que aprender a volverse a Dios nuestro Señor, de cómo nuestro corazón tiene que irse convirtiendo, y de cómo no puede haber ninguna dimensión de nuestra vida que quede alejada del encuentro convertido con Dios nuestro Señor. Así es importante que convirtamos y cambiemos nuestras obras, es profundamente importante que también cambiemos nuestro interior.

La Escritura nos habla de la capacidad de ser misericordiosos, de no juzgar, de no condenar y de perdonar. Esto que para nosotros podría ser algo muy sencillo, porque es que si me hiciste un daño, yo no te lo tomo en cuenta; requiere del alma una actitud muy diferente, una actitud de una muy profunda transformación. Una transformación que necesariamente tiene que empezar por la purificación, por la conversión de nuestra inteligencia.

Cuántas veces es el modo en el cual interpretamos la vida, el modo en el cual nosotros «leemos» la vida lo que nos hace pecar, lo que nos hace apartarnos de Dios. Cuántas veces es nuestro comportamiento: lo que nosotros decimos o hacemos. Cuántas veces es simplemente nuestra voluntad: las cosas que nosotros queremos. ¡Cuántas veces nuestros pecados y nuestro alejamiento de Dios viene porque, en el fondo de nuestra alma, no existe un auténtico amor a la verdad! Un amor a la verdad que sea capaz de pasar por encima de nosotros mismos, que sea capaz de cuestionar, de purificar y de transformar constantemente nuestros criterios, los juicios que tenemos hechos, los pensamientos que hemos forjado de las personas. Cuántas veces, tristemente, es la falta de un auténtico amor a la verdad lo que nos hace caminar por caminos de egoísmo, por caminos que nos van escondiendo de Dios.

Y cuántas veces, la búsqueda de Dios para cada una de nuestras almas se realiza a través de iluminar nuestra inteligencia, nuestra capacidad de juzgar, para así poder cambiar la vida. ¡Qué difícil es cambiar una vida cuando los ojos están cerrados, cuando la luz de la inteligencia no quiere reconocer dónde está el bien y dónde está el mal, cuál es el camino que hay que seguir y cuál el que hay que evitar!

Uno de los trabajos que el alma tiene que atreverse a hacer es el de cuestionar si sus criterios y sus juicios sobre las personas, sobre las cosas y sobre las situaciones, son los criterios y los juicios que tengo que tener según lo que el Evangelio me marca, según lo que Dios me está pidiendo. Pero esto es muy difícil, porque cada vez que lo hacemos, cada vez que tenemos que tocar la conversión y la purificación de nuestra inteligencia, nos damos cuenta de que estamos tocando el modo en el cual nosotros vemos la vida, incluso a veces, el modo en el cual nosotros hemos estructurado nuestra existencia. Y Dios llega y te dice que aun eso tienes que cambiarlo. Que con la medida con la que tú midas, se te va a medir a ti; que el modo en el cual tú juzgas la vida y la estructuras, el modo en el cual tú entiendas tu existencia, en ese mismo modo vas a ser juzgado y entendido; porque el modo en el cual nosotros vemos la vida, es el mismo modo en el cual la vida nos ve a nosotros.

Esto es algo muy serio, porque si nosotros vamos por la vida con unos ojos y con una inteligencia que no son los ojos ni la inteligencia de Dios, la vida nos va a regresar una forma de actuar que no es la de Dios. No vamos a ser capaces de ver exactamente cómo Dios nuestro Señor está queriendo actuar en esta persona, en esta cosa o en esta circunstancia para nuestra santificación.

“Con la misma medida que midáis, seréis medido”. Si no eres capaz de medir con una inteligencia abierta lo que Dios pide, si no eres capaz de medir con una inteligencia luminosa las situaciones que te rodean, si no eres capaz de exigirte ver siempre la verdad y lo que Dios quiere para la santificación de tu alma en todas las cosas que están junto a ti, ésa medida se le está aplicando, en ese mismo momento, a tu alma.
Qué importante es que aprendamos a purificar nuestra inteligencia, a dudar de los juicios que hacemos de las personas y de las cosas, o por lo menos, a que los confrontemos constantemente con Dios nuestro Señor, para ver si estamos en un error o para ver qué es lo que Dios nuestro Señor quiere que saquemos de esa situación concreta en la cual Él nos está poniendo.

Pero cuántas veces lo que hacemos con Dios, no es ver qué es lo que Él nos quiere decir, sino simplemente lo que yo le quiero decir. Y éste es un tremendo riesgo que nos lleva muy lejos de la auténtica conversión, que nos aparta muy seriamente de la transformación de nuestra vida, porque es a través del modo en el cual vemos nuestra existencia y vemos las circunstancias que nos rodean, donde podemos estar llenando nuestra vida, no de los criterios de Dios, no de los juicios de Dios, sino de nuestros criterios y de nuestros juicios. Además, tristemente, los pintamos como si fuesen de Dios nuestro Señor, y entonces sí que estamos perdidos, porque tenemos dentro del alma una serie de criterios que juzgamos ser de Dios, pero que realmente son nuestros propios criterios.

Aquí sí que se nos podría aplicar la frase tan tremenda de nuestro Señor en el Evangelio: “¡Ay de vosotros, guías ciegos, que no veis, y vais llevando a los demás por donde no deben!”. También es muy seria la frase de Cristo: “Si lo que tiene que ser luz en ti, es oscuridad, ¿cuáles no serán tus tinieblas?”.

La conversión de nuestra inteligencia, la transformación de nuestros criterios y de nuestros juicios es un camino que también tenemos que ir atreviéndonos a hacer en la Cuaresma. ¿Y cuál es el camino, cuál es la posibilidad para esta transformación? El mismo Cristo nos lo dice: “Dad y se os dará”. Mantengan siempre abierta su mente, mantengan siempre dispuesto todo su interior a darse, para que realmente Dios les pueda dar, para que Dios nuestro Señor pueda llegar a ustedes, pueda llegar a su alma y ahí ir transformando todo lo que tiene que cambiar.

Es un camino, es un trabajo, es un esfuerzo que también nos pide la Cuaresma. No lo descuidemos, al contrario, hagamos de cada día de la Cuaresma un día en el que nos cuestionemos si todo lo que tenemos en nuestro interior es realmente de Dios.

Preguntémosle a Cristo: ¿Cómo puedo hacer para verte más? ¿Cómo puedo hacer para encontrarme más contigo?

La fe es el camino. Ojalá sepamos aplicar nuestra fe a toda nuestra vida a través de la purificación de nuestra inteligencia, para que en toda circunstancia, en toda persona, podamos encontrar lo que Dios nuestro Señor nos quiera dar para nuestra santificación personal.


20. La conciencia, luz del alma

I. La conciencia es la luz del alma, de lo más profundo del ser del hombre, y, si se apaga, el hombre se queda a oscuras y puede cometer todos los atropellos posibles contra sí mismo y contra los demás. Jesús compara la función de la conciencia a la del ojo en nuestra vida (Lucas 11, 34-35). Cuando el ojo está sano se ven las cosas tal como son, sin deformaciones. Un ojo enfermo no ve o deforma la realidad, engaña al propio sujeto, y la persona puede llegar a pensar que los sucesos y las personas son como ella los ve con sus ojos enfermos. La conciencia se puede deformar por no haber puesto los medios para alcanzar la ciencia debida acerca de la fe, o bien por una mala voluntad dominada por la soberbia, la sensualidad o la pereza. La Cuaresma es un tiempo muy oportuno para pedirle al Señor que nos ayude a formarnos muy bien la conciencia y para que examinemos si somos sinceros con nosotros mismos y en la dirección espiritual.

II. La luz que hay en nosotros no brota de nuestro interior, sino de Jesucristo. Yo soy –ha dicho Él- la luz del mundo; el que me sigue no anda en tinieblas (Juan 8, 12). Su luz esclarece nuestras conciencias: más aún, nos puede convertir en luz que ilumine la vida de los demás: vosotros sois la luz del mundo (Mateo 5, 14). Lo haremos con nuestra palabra y con nuestro comportamiento, para lo cual tenemos necesidad de formarnos una conciencia recta y delicada, que entienda con facilidad la voz de Dios en los asuntos de la vida cotidiana. La ciencia moral debida y el esfuerzo por vivir las virtudes cristianas (doctrina y vida) son los dos aspectos esenciales para la formación de la c onciencia. Nadie nos puede sustituir ni podemos delegar esta grave responsabilidad.

III. Para el caminante que verdaderamente desea llegar a su destino lo importante es tener claro el camino. Agradece las señales claras, aunque alguna vez indiquen un sendero un poco más estrecho y dificultoso, y huirá de los caminos que, aunque sean anchos y cómodos de andar, no conducen a ninguna parte... o llevan a un precipicio. Necesitamos luz y claridad para nosotros y para quienes están a nuestro lado. Es muy grande nuestra responsabilidad. El cristiano está puesto por Dios como antorcha que ilumina a otros en su caminar hacia Dios. Pidamos a Nuestra Señora que nos ayude a ser luz para los que nos rodean con nuestra palabra y nuestro ejemplo.

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.

Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


21. DOMINICOS 2004

"A ti la piedad y el perdón"

La luz de la Palabra de Dios
1ª Lectura: Daniel 9,4-10
Rogué al Señor, mi Dios, e hice esta confesión: «¡Señor, Dios grande y terrible, que mantienes el pacto y la fidelidad a quienes te aman y guardan tus mandamientos! Nosotros hemos pecado, hemos cometido injusticias y delitos, nos hemos rebelado y apartado de tus mandamientos y tus preceptos. No hemos escuchado a los profetas, tus siervos, que hablaban en tu nombre a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo del país.

A ti, oh Señor, la justicia; a nosotros la vergüenza, como ahora la soportan los hombres de Judá, los habitantes de Jerusalén y de todo el país, próximos y lejanos, en todas las tierras donde los has dispersado por los delitos que cometieron contra ti.

Señor, a nosotros la vergüenza, a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres, porque hemos pecado contra ti. Al Señor Dios nuestro la misericordia y el perdón, porque nos hemos rebelado contra él y no hemos escuchado la voz del Señor, nuestro Dios; no hemos procedido conforme a las leyes que él nos dio por medio de sus siervos los profetas.

Evangelio Lucas 6,36-38
Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso. No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados. Perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; se os dará una buena medida, apretada, rellena, rebosante; porque con la medida con que midáis seréis medidos vosotros

Reflexión para este día.
“Ah, Señor, Dios grande, que guardas la alianza y el amor a los que te aman y observan tus mandamientos... Nosotros hemos pecado, hemos sido malos. A ti la piedad y el perdón”.
Hoy comenzamos la segunda semana de Cuaresma. Durante ella sobresalen cinco valores de nuestra fe cristiana: La compasión misericordiosa, la confianza en el Señor, la sinceridad, la primacía del amor como servicio y la coherencia valiente del testimonio de fe.

La plegaria de Daniel es punto de referencia para nosotros, los creyentes de hoy. Es un reconocimiento del pecado, con acentos de sinceridad y confianza. Más aún, es una oración solidaria, abierta al pecado de todo el pueblo creyente. Está marcando pautas para los cristianos de hoy. Los cristianos, en comunión con sus hermanos de humanidad, tenemos que implorar de Dios no sólo el perdón por nuestro pecado personal, sino también el perdón por el pecado del mundo, de la sociedad actual. Es una manera de solidarizarnos con nuestro prójimo y ampliar el amor, según la dimensión de la compasión y misericordia de nuestro Padre Dios. Es nuestro grito confiado en favor de cada uno y de todos los humanos: “Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados”.

La experiencia liberadora y gozosa del perdón que Dios nos regala, nos invita a ser agradecidos y a acercarnos a los hermanos con ese talante compasivo y misericordioso. Ese es el deseo de Jesús: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”. Más aún, nos invita a no dar juicios de valor sobre nadie. Sólo Dios es capaz y tiene derecho a juzgar en la verdad. La compasión misericordiosa a la que Dios nos invita es la mejor actitud práctica para presentarnos ante el Señor. Así nos lo enseña Jesús: “La medida que uséis con los otros, la usará mi Padre con vosotros”.


22. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

Comenzamos esta segunda semana de Cuaresma con una recomendación de Lucas: sed compasivos como vuestro Padre es compasivo . Invitación que en palabras de Mateo suena así: sed perfectos como vuestro Padre es perfecto. La perfección evangélica y más, tratándose de Mateo y la comunidad judaizante, suele sonar a santidad. En el Levítico se nos dice: sed santos como Yahvéh es Santo.

No deja de ser curioso y sugerente que una misma realidad o experiencia sea transmitida por cada uno de nosotros de forma distinta: Dios es compasivo, es misericordioso, es santo. Adjetivos todos que nos llevan a una misma conclusión: así es nuestro Dios y por eso, así queremos ser nosotros.

Pero hay algo más: no solo se trata de nombrar una misma realidad con distintos adjetivos, sino que la tradición bíblica –y por tanto, la experiencia de los creyentes y la revelación del mismo Dios- nos recuerda que ser santo no consiste en separarse del mundo, ser perfecto no consiste en pedir cuentas de cada coma y cada punto “mal colocado”, ser compasivo no es dejarse llevar por el sentimentalismo o la pena. Si quieres ser perfecto compadécete, “padece-con” la vida que te rodea; si quieres ser santo, sé como nuestro Padre Dios, que hace salir el sol sobre buenos y malos , sobre perfectos e imperfectos.

¿Cómo podría ser de otra forma? ¿quién quedaría libre de reproche si Dios nos tratara como merecemos? Más aún: ¿qué sería de nuestro mundo si todos nos tratáramos entre nosotros como merecen nuestros pecados? Con el salmo 102, podemos rezar hoy diciendo:

Señor, sabemos que no nos tratas como merecen nuestros pecados, debilidades, incoherencias, fragilidades, huidas...
Tú nos tratas como merece nuestra condición de hijos e hijas, de criaturas queridas por Ti.
Por eso, Padre, enséñanos a no ansiar más perfección
que la que puede alcanzar alguien tan imperfecto como un ser humano;
a no buscar la santidad en la exclusión y el juicio,
sino en la capacidad para tratarnos a nosotros mismos y a los demás, como Tú lo haces: con tu compasiva medida.
¡¡¡Qué descanso y qué exigencia saber que Tú no utilizas mi medida para medirme!!!

Vuestra hermana en la fe:

Rosa Ruiz, rmi (rraragoneses@hotmail.com)


23.LECTURAS: DAN 9, 4-10; SAL 78; LC 6, 36-38

Dan. 9, 4-10. Nuestra es la vergüenza en el rostro, pues nos hemos rebelado contra el Señor y nos hemos apartado de la fidelidad a su Palabra y a la Alianza que hemos pactado con Él. Con el corazón humillado sólo alcanzamos a golpearnos el pecho, y con el rostro en tierra le decimos al Señor: Ten misericordia de mí, porque soy un pecador. Llegamos ante el Señor con la confianza de saber que nos presentamos ante nuestro Dios y Padre, rico en misericordia y siempre dispuesto a perdonarnos. Pero no buscamos al Señor para burlarnos de Él. No venimos a pedir su perdón para después volver a nuestros pecados. Buscamos al Señor y nos humillamos ante Él porque estamos dispuestos, en adelante, a cumplir en todo su voluntad; a vivir y a caminar en el amor tanto a Él como a nuestro prójimo, de tal forma que no sólo nos llamemos hijos suyos, sino que lo seamos en verdad.

Sal. 78. Roguémosle al Señor que olvide nuestras culpas; que nos perdone, porque en verdad queremos volver a Él y queremos que su Espíritu nos guíe. Dios sale a nuestro encuentro por medio de su Hijo, hecho uno de nosotros. Dios no se olvida de que somos barro, inclinados al pecado. Por eso se manifiesta como un Padre lleno de compasión y de ternura para con nosotros. No nos está siempre acusando, ni nos guarda rencor. Jesús, clavado en la cruz nos perdonó para llevarnos, junto con Él, a la gloria que como a Hijo unigénito le pertenece. Por eso, quienes hemos recibido sus dones, quienes hemos sido hechos hijos de Dios, debemos saber amarnos como Él nos ha amado; y debemos perdonar como nosotros hemos sido perdonados por Dios. Que esta cuaresma nos ayude a retirar de nosotros el gesto amenazador y los deseos de venganza para que, trabajando por la paz, construyamos una sociedad más fraterna, más unida y con una capacidad mayor para sabernos comprender y perdonar mutuamente. Cuando esto suceda sabremos que el Reino de Dios ha llegado a nuestros corazones.

Lc. 6, 36-38. Contemplamos a nuestro Dios y Padre, rico en misericordia para con todas su criaturas. Él no nos abandonó a la muerte, sino que, compadecido de nosotros, tendió su mano para que pueda encontrarle todo aquel que le busque con un corazón sincero. Si Dios se ha manifestado así para con nosotros, quien se precie de ser hijo de Dios debe ser misericordioso como nuestro Padre es misericordioso. El punto de referencia del hombre de fe es Dios mismo, en quien creemos y cuya vida hemos aceptado en nosotros. Por eso no podemos juzgar, ni condenar a los demás; no podemos cerrar nuestras manos ante las necesidades de nuestro prójimo. Dios nos quiere convertidos en un signo de su amor, de su misericordia, de su entrega para todos aquellos con quienes nos relacionamos en la vida. Seamos capaces, incluso, de entregar nuestra propia vida buscando el bien de los demás. Al final, en la medida de nuestra entrega por los demás Dios se entregará a nosotros. Si queremos que Dios sea todo en nosotros, seamos nosotros todo para los demás haciéndoles el bien y procurando que disfruten de la paz y de una vida digna.

En la Eucaristía celebramos la plenitud del amor y de la misericordia de Dios hacia nosotros. ¿Quién puede negar su propio pecado?; pero, al mismo tiempo, ¿quién puede negar que Dios le sigue amando? Dios nos quiere con Él. La Eucaristía adelanta, en esta vida, nuestro encuentro con el Señor y nuestra participación de su Vida. Por eso, al presentarnos ante Él, debemos saber pedirle que nos perdone y que nos fortalezca para que no volvamos a alejarnos de Él, ni a dejarnos dominar por la maldad. Dios, por medio de su Hijo, nos ha buscado por los caminos que nos desviaron y nos alejaron de su presencia. Esa actitud de Dios nos está demostrando hasta dónde llega su amor por nosotros. Cristo, clavado en la cruz por amor al Padre y por amor a nosotros, es el lenguaje más claro de que Dios está de nuestra parte y que nos quiere eternamente con Él. Que la Redención de Cristo no sea inútil en nosotros. Por eso aprovechemos este tiempo de cuaresma para dejarnos perdonar por Dios, de tal forma que, reconciliados con Él, podamos no sólo llamarnos hijos de Dios, sino serlo en verdad.

Procuremos mostrar nuestra fe en Dios mediante nuestras obras. No podemos creer en Dios conforme a nuestras imaginaciones, ni crearlo conforme a nuestras aspiraciones, sino conocerlo y aceptarlo conforme al Rostro que de Él nos reveló su Hijo. Por eso hemos de vivir cercanos a nuestro Dios y Padre. Hemos de experimentar su amor y su misericordia. No podemos sólo convertirnos en quienes proclaman su Nombre con los labios. Si hemos sido amados y perdonados por Dios; si Él ha sido misericordioso para con nosotros es para que vayamos y hagamos nosotros lo mismo. Quien se acerca a Dios pero desprecia a su hermano, quien no sabe perdonarle, quien le deja abandonado en medio de sus dolores y sufrimientos, no puede decir que en verdad conoce a Dios y el amor que Él nos tiene. Seamos misericordiosos, como nuestro Padre es misericordioso. Que esta cuaresma nos ayude a abrir los ojos ante las angustias y tristezas de nuestros hermanos para que, guiados por el Espíritu de Dios que habita en nuestros corazones, podamos vivir en paz, unidos fraternalmente por el amor que Dios ha infundido en nosotros.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de recibir con amor la Vida que Dios nos ofrece. Que viviendo en comunión de Vida con Cristo, nuestro Dios y Señor, podamos ser portadores de su perdón, de su amor, de su generosidad y de su misericordia para todas las personas de todos los pueblos de la tierra. Amén.

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24. ARCHIMADRID 2004

LA AUTOESTIMA

Seguimos humillándonos, no te importe, tenemos motivos de sobra.”Señor, nos abruma la vergüenza: a nuestros reyes, príncipes y padres, porque hemos pecado contra ti”. ¿Hace cuánto que no sientes vergüenza?. Me imagino que la psicología me echará en cara el favorecer la vergüenza como un sentimiento positivo o el pensar que la culpabilidad- en bastantes casos- es positiva ya que los psicólogos modernos (es decir, desde mediados del siglo pasado) favorecen la autoestima, la huida de pensamientos “negativos” y el ocultar el sentimiento de culpa. Reconozco que suspendí dos veces psicología (lo que me obligó a estudiarla tres veces), pero aun así no me convenció del todo.
La autoestima. Cuántas horas oyendo hablar de la autoestima, cuántos libros publicados y con qué vocecilla de torno de convento, escuchar conferencias y consejos sobre aprender a quererse. Es muy útil para justificar conciencias, admitir actos y actitudes que nos incomodan “un poco”, pero cuando te encuentras con una vida que está en la basura, que objetivamente no tiene un agarradero donde cogerse, porque día tras día ha ido perdiendo a su familia, a sus amigos e incluso a sí mismo y que ha llegado a ser una sombra de su pasado, de nada me ha servido decirles que se quieran, pues no quisieran su estado ni para su peor enemigo. Esas personas no tienen que quererse, que “auto-estimarse”, lo que tienen que hacer es sentirse queridas no por lo que son sino por quién son. A lo mejor estás pensando en drogadictos terminales, en delincuentes peligrosos, mendigos crónicos y tienes razón, ni ellos pueden quererse en esa situación pero, no nos vayamos tan lejos, piensa en ti que yo ahora pensaré en mí.
Ya voy cumpliendo mis años (no demasiados), descubro vidas de personas que a mi edad ya habían descubierto claramente el amor de Dios, que habían entregado su vida sin reservas, que no buscaban fútiles compensaciones ni justificaciones baratas en “los tiempos”, “las modas” o “las situaciones”. No eran impecables pero descubrían el amor intenso y misericordioso de Dios. Por mi parte, tengo a Dios en mis manos y lo comulgo todos los días pero sigo “enganchado” a mi bienestar con repugnancia a la cruz, recibo el perdón de Dios y lo comunico en nombre de toda la Iglesia, pero sigo intentando robar de los demás prestigios o prebendas, he descubierto el tesoro de mi vocación sacerdotal pero sigo mendigando otros bienes que son males. ¿Cómo voy a estimar todo eso? ¿De qué manera me pondré de rodillas frente al crucifijo y le diré al Señor: “En el fondo me quiero”? Sólo me saldrá del corazón decirle: “Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados… pues estamos agotados”. No es falta de autoestima ni complejo de culpa, es la realidad: Dios te quiere aunque seas pecador y te quiere santo, “nuestro Dios es compasivo y perdona”, no se enorgullece del pecado de sus hijos, pero seguimos siendo sus hijos.
Desde aquí pregúntate sinceramente: ¿A quién vas a condenar?, ¿A quién vas a juzgar? ¿A quién vas a medir? ¿A quién no vas a perdonar?. María, madre de los dolores, ayúdame a llorar un poco más y a “quererme” un poco menos.


25.Fray Nelson Lunes 21 de Febrero de 2005
Temas de las lecturas: Hemos pecado, Señor, hemos cometido iniquidades * Perdonen y serán perdonados.

Más información.

1. Juzgarse para no ser juzgado
1.1 Podríamos sintetizar la lección preciosa que nos deja la primera lectura de hoy con un lema: "júzgate para no ser juzgado". La sinceridad de nuestro arrepentimiento es un modo de juicio que nos pone en manos, no de la justicia sino de la misericordia divina. Si ante la justicia del mundo declararse culpable es ser reo de pena, ante la justicia de Dios reconocerse culpable es darse la posibilidad de ser perdonado.

1.2 Otro modo de decir esto es así: nosotros, los que no hemos sido justos, reconocemos nuestra falta; el mundo nos ajusticia, Dios nos ajusta. El mundo quiere que paguemos lo que debemos, Dios quiere que agradezcamos lo que recibimos. Dios nos justifica, el mundo nos enjuicia. Para el mundo, la justicia pasa por la condena; para Dios, la justicia evita la condena.

2. Curso rápido para aprender a arrepentirse (Basado en Daniel 9,4-10)
2.1 Reconoce que Dios fue fiel a su parte y tú no fuiste fiel a la tuya.

2.2 No te justifiques; déjale la parte de las explicaciones a Dios.

2.3 No te defiendas; deja ese trabajo a tu Abogado, el Paráclito, y a tu Abogada, la Sangre de Cristo.

2.4 Reconoce que no eres el primero, ni el más importante ni el más terrible de los enemigos de Dios. Eres uno más. No cedas al orgullo de creer que lo tuyo es "rarísimo", "gravísimo" o "singularísimo". Eres... uno más.

2.5 Reconoce --y sonríe al reconocer-- que es típico de ti equivocarte o pecar, y es propio de Dios comprender y perdonar.

2.6 Aún más: alaba al Señor, porque es más capaz de perdonar que tú de pecar.

2.7 Predica que en Él hay misericordia. Predícalo mucho y de muchas maneras en muchos lugares de muchos estilos y culturas.