VIERNES DE CENIZA

 

Libro de Isaías 58,1-9.

¡Grita a voz en cuello, no te contengas, alza tu voz como una trompeta: denúnciale a mi pueblo su rebeldía y sus pecados a la casa de Jacob! Ellos me consultan día tras día y quieren conocer mis caminos, como lo haría una nación que practica la justicia y no abandona el derecho de su Dios; reclaman de mí sentencias justas, les gusta estar cerca de Dios: "¿Por qué ayunamos y tú no lo ves, nos afligimos y tú no lo reconoces?". Porque ustedes, el mismo día en que ayunan, se ocupan de negocios y maltratan a su servidumbre. Ayunan para entregarse a pleitos y querellas y para golpear perversamente con el puño. No ayunen como en esos días, si quieren hacer oír su voz en las alturas. ¿Es este acaso el ayuno que yo amo, el día en que el hombre se aflige a sí mismo? Doblar la cabeza como un junco, tenderse sobre el cilicio y la ceniza: ¿a eso lo llamas ayuno y día aceptable al Señor? Este es el ayuno que yo amo -oráculo del Señor-: soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia carne. Entonces despuntará tu luz como la aurora y tu llaga no tardará en cicatrizar; delante de ti avanzará tu justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor. Entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás auxilio, y él dirá: "¡Aquí estoy!". Si eliminas de ti todos los yugos, el gesto amenazador y la palabra maligna;

Salmo 51,3-6.18-19.

¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad, por tu gran compasión, borra mis faltas!
¡Lávame totalmente de mi culpa y purifícame de mi pecado!
Porque yo reconozco mis faltas y mi pecado está siempre ante mí.
Contra ti, contra ti solo pequé e hice lo que es malo a tus ojos. Por eso, será justa tu sentencia y tu juicio será irreprochable;
Los sacrificios no te satisfacen; si ofrezco un holocausto, no lo aceptas:
mi sacrificio es un espíritu contrito, tú no desprecias el corazón contrito y humillado.


Evangelio según San Mateo 9,14-15.

Entonces se acercaron los discípulos de Juan y le dijeron: "¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacemos nosotros y los fariseos?". Jesús les respondió: "¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.

 

 

1ª LECTURA: Is 58. 1-9a

2ª LECTURA: Mt 9. 14-15 


 

1.

El profeta denuncia la vaciedad del ayuno exterior, incapaz de transformar la conducta. Dios quiere que la penitencia lleve a la renovación del espíritu por la práctica de la justicia y del bien. El Señor sólo está al lado de aquellos que se esfuerzan en la práctica del amor.

MISA DOMINICAL 1990/05


2. /Is/58/09a-14

Estas dos lecturas son el eco del movimento profético que se levantó contra el formalismo del culto judío después del destierro. La voz del profeta sustituye a la trompeta que hasta entonces convocaba al pueblo a las ceremonias del ayuno (v.1). Se trata, en efecto, de invitar al pueblo a un nuevo género de ascesis: no ya al ayuno egocéntrico de quien se viste de saco e inclina la cabeza (v. 4) y todavía se extraña de que Dios no le escuche (v. 3a), sino el ayuno egoísta mediante el cual se renuncia a tratar egoístamente sus negocios (v. 3b) y a entrar en conflicto con los demás (v. 4).

El ayuno agradable a Dios pertenece, pues, a una política de "coparticipación" (vv. 6-7). Constituye igualmente una etapa en la preparación de la era escatológica (vv. 10-13). Este pasaje termina con dos versículos que atribuyen el mismo significado a la observación del sábado (vv. 13-14).

AYUNO/CV:A ejemplo de la mayoría de las religiones de su tiempo, Israel considera el ayuno como un acto esencial de su religión, sobre todo con motivo de la fiesta de expiación (Lev 23, 26-32) o del recuerdo de los días angustiosos del asedio de Jerusalén (Zac 8, 19; 7, 3-5; 2 Re 25, 1, 4, 8, 25). Eso no obstante, algunos profetas tenían miedo de esas prácticas en la medida en que implicaban, antes de la letra, un sabor a "maniqueismo" e invitaban a la abstención de alimentos so pretexto de la impureza de la materia o se desarrollaban en un clima formalista (Is 58; Zac 7, 1-14). Algunos profetas aceptaron, sin embargo, el ayuno (Jl 1, 13-14; 2, 12-17), en determinadas ocasiones al menos, porque veían en él un signo más representativo de la sinceridad de una conversión que, por ejemplo, un simple sacrificio. El ayuno refleja, pues, un deseo de conversión; no se legitima si no se observa en el amor de Dios (la oración y el culto: Zac 7) o el amor de los hombres (la limosna y la justicia social: Is 58) o como signo de la espera de los últimos tiempos (Jl 2).

La Iglesia ha permanecido fiel a este concepto del ayuno y su reciente legislación depende de él. El ayuno no se concibe sin caridad; por eso culmina en la organización reciente de las Cuaresmas de coparticipación que indudablemente se impondrán algún día diluyendo su carácter institucional cristiano para "perderse" en las diferentes actividades caritativas profanas, como sugiere Mt 6, 3. El ayuno cristiano es también ocasión para un encuentro con Dios: la Iglesia no está aún sino parcialmente en los últimos tiempos: camina todavía y espera una plenitud sin duda todavía lejana; en este sentido el ayuno -y sobre todo la penitencia que refleja- se celebra en determinados períodos del año en que la Iglesia se encuentra de manera particular en estado de vigilia.

Por eso puede decirse que lo que importa en el ayuno no es la privación de alimento, sino la seriedad de la fe en las tareas de la vida para que sean la expresión más viva del servicio de Dios y de los hombres.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA III
MAROVA MADRID 1969.Pág. 10s


3.

El pueblo de Dios ha vuelto del destierro y se ha instalado en Judea, las obras de reconstrucción del templo y de las murallas son lentas y desalentadoras. Se han multiplicado los días de ayuno. La ley sólo prescribía uno al año, el gran día de la expiación. Pero ya desde los tiempos de Josué, de los jueces y posteriormente de Samuel, se proclamaban estos días con motivo de cualquier calamidad. Probablemente el día en que actuó nuestro profeta fuera un gran día de ayuno en el que se conmemoraba la caída de Jerusalén y en el que pudieran nacer los cinco lamentos del llamado Libro de las Lamentaciones.

El pueblo se queja a Dios. Su fidelidad demostrada en la escrupulosa observancia del ayuno no sirve para nada. Dios ni oye ni entiende. El día de la salud para el pueblo no aparece por ningún lado. Cunde el desánimo y están dispuestos a abandonar incluso la estricta observancia ritual.

El profeta en nombre de Dios les sale al paso, abre los ojos de los sencillos, cuyos gritos eran sinceros, para que vean la hipócrita maldad de las clases dirigentes. El ayuno debía ser un acto de igualdad social en que el rico, el único que puede realmente ayunar por ser el único que tiene algo de qué privarse, se igualará al pobre sintiendo ambos hambre, sintiéndose ambos iguales por lo menos ese día. En cambio, como el día de ayuno era el día de las grandes aglomeraciiones de peregrinos lo aprovechaban para sus pingües negocios y para recordar las deudas de sus servidores. Y malhumorados por el ayuno exterior convertían el día en ocasión de riñas y disputas.

AYUNO/PROJIMO:Este ayuno, gritará el profeta, no puede llegar al cielo. Es la forma más perversa de engreimiento.

El ayuno que Dios quiere es el cumplimiento de los deberes morales y humanos con el prójimo. Desde los más elementales de la comida, bebida y habitación hasta los más serios y básicos derechos de la persona humana como es el respeto a su libertad, romper ataduras y quebrar todos los yugos.

El ayuno que yo quiero es éste, oráculo del Señor.

Quizás nunca nos hemos preguntado en serio cuáles son las mortifica- ciones que prefiere el Señor. Porque no todas las penitencias que nos impongamos en cuaresma pueden ser agradables a Dios.

A lo mejor o a lo peor estamos instalados en la falsa ilusión de que cualquier mortificación que hagamos tiene que se bien vista por Dios.

Una norma muy sencilla: la penitencia o práctica cuaresmal que intentas llevar a cabo hace crecer en ti, además del amor a Dios (cosa muy difícil de medir), el amor a los demás (cosa muy fácil de comprobar en términos concretos).

Y una regla muy práctica: hacia el próximo más próximo es hacia quien deben orientarse nuestras mortificaciones. O sea, es la comunidad en la que uno vive la que debe beneficiarse de las prácticas penitenciales de cada uno.

Por ejemplo: ¿puede agradar a Dios el madrugón que se pega un padre de familia para asistir al vía-crucis de los viernes, si durante la semana es tan comodón que siempre consigue que sea su mujer la que se levante de la cama para atender al pequeño que llora?

¿Puede agradar a Dios que te decidas a venir a comulgar todos los días de cuaresma, si luego no te esfuerzas por tragar a ese prójimo que te resulta tan antipático?


4.

En el Evangelio de hoy, Jesús insiste en que la «alegría» sea primero. Antes del «ayuno», antes del sacrificio, hay la alegría de estar «con el Esposo», con Dios. "Los compañeros del Esposo ¿deben ayunar mientras el Esposo está con ellos?"

-Me buscan, según parece... Les agrada mi vecindad... Dicen: nosotros ayunamos y Tú, Señor, ¿no lo ves?

Emocionante confesión de Dios: reconoce nuestras pobres tentativas humanas. Efectivamente, es verdad, la humanidad busca a Dios. Se le quisiera cercano y favorable a nuestros proyectos; y para ello uno es incluso capaz de ayunar, de hacer alguna penitencia.

-Pero mientras ayunáis sabéis buscar vuestro negocio, explotáis a vuestros trabajadores, continuáis las querellas, las disputas, los puñetazos.

Ayunar es bueno, dice Dios, pero no es lo esencial. Lo esencial es respetar al prójimo, no explotarle, no considerarlo como un objeto que ponemos a nuestro provecho.

Ayúdanos, Señor, a no buscar con avidez nuestra ventaja y menos si hay detrimento para los demás. ¡Ayuda a cada hombre a no explotar a otro hombre! En nuestras vidas de familia, en nuestro trabajo, en nuestras relaciones, ayúdanos a no ser exigentes ni duros, ni atropelladores, ni tajantes; que renunciemos a las «disputas y a las querellas» y, como dice el Señor, que nuestro ayuno sea «desatar los lazos de maldad». Privarse de suscitar disputas y atropellos es más necesario que privarse de alimento o de golosinas.

La Cuaresma que me agrada es:

-Aflojar las cadenas injustas...
-Liberar a los oprimidos...
-Compartir el pan con el hambriento...
-Dar acogida al desgraciado...
-Cubrir al que veas sin vestido...
-No esquivar a tu semejante...

Esas frases deberían pasar sin comentario. Es preciso llevar a la oración esas palabras que nos queman como brasas.

Eso es lo que Tú esperas de mí, Señor. ¡Ah, si todos los cristianos pudieran oír esas llamadas. Si tu pueblo aceptara dejarse interrogar sobre esas cuestiones, durante cuarenta días al año! ¡Cuál sería la renovación de la sociedad humana, con esa levadura! ¡Qué revolución sin violencia sería la Iglesia en medio del mundo!

Pero, cuidado, no he de aplicar esas palabras a mis vecinos. Van dirigidas a mí. Concédeme, Señor, no andar soñando en sacrificios y en «ayunos» excepcionales; te pido saber aceptar francamente los que me imponen mis relaciones humanas, cotidianas. «¡Comparte!» «¡Acoge!» «¡Da!».

-Un día agradable al Señor...

Lo significativo de ese día no es el «ayuno», sino el amor a los semejantes.

-Entonces brotará tu luz como la aurora. Entonces clamarás al Señor y te contestará: "Aquí estoy".

Si la búsqueda de Dios, el deseo de su cercanía parece a menudo tan inoperante, es porque no ponemos los medios adecuados. El encuentro con Dios está condicionado por nuestras conductas humanas fraternas o no.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983
.Pág. 98 s.


5. /Is/58/01-12: AYUNO/JUSTICIA:

El profeta es llamado por el Señor parar denunciar con energía y coraje el divorcio entre el culto y la moral: «Grita a voz en cuello, sin cesar, alza la voz como trompeta, denuncia a mi pueblo sus delitos, a la casa de Jacob sus pecados» (v 1). En circunstancias calamitosas, Israel multiplicaba los días de ayuno; y así lo hace ahora. Se siente satisfecho de su propia religiosidad y reta al profeta a que explique en qué desagrada al Señor. La argumentación del que critica en nombre de Dios la falsa religiosidad no podía ser más contundente: "Mirad: el día de ayuno buscáis vuestro interés y apremiáis a vuestros servidores. Mirad: ayunáis entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad" (3-4a). El profeta acentúa el adjetivo «vuestro» ayuno porque Dios no puede aceptarlo, no puede hacerlo suyo, dado que no sólo continúan las injusticias, sino que ese acto de culto es una coartada para la inmoralidad social.

El ayuno, que originariamente debía servir para unir a los ricos y los pobres en la conciencia de que unos y otros proceden del mismo polvo, se convierte en una auténtica provocación: sólo pueden ayunar los ricos, que son los únicos que tienen el vientre lleno, los únicos que pueden privarse de algo, aunque sea de lo superfluo y de lo injustamente retenido. Ayunar y conspirar contra el pobre es la forma más perversa de religiosidad. El Tercer Isaías conoce la eficaz denuncia del Primer Isaías: «Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de cebones... Aunque multipliquéis las plegarias no escucharé... Vuestras manos están llenas de sangre... Aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda» (1,11b.15b.17). El culto, para ser auténtico, debe ir precedido de la justicia intramundana: antes de acercarse al altar hay que estar en paz con el hermano. Los profetas están convencidos de que se puede y se debe realizar la justicia en la tierra. Ezequiel contempla cómo la gloria de Yahvé -es decir, el mismo Dios- vuelve al templo cuando ya no hay corazones de piedra: «Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne» (Ez 36,26). El Dios de los profetas se conoce en el implacable imperativo moral de justicia. Es un error separar el amor y la justicia. El mensaje de Isaías coincide con el de 1 Jn 3, 17-18: "Si uno posee bienes de este mundo y, viendo que su hermano pasa necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios? Hijos, no amemos con palabras y de boquilla, sino con obras y de verdad". Según Lc 10,25-37 (parábola del samaritano), la única vez que Jesús explica qué significa «amar al prójimo como a ti mismo» no presenta a un hombre cualquiera, sino a un hombre que había padecido la injusticia y la violencia y que había sido ignorado por los representantes del culto, el sacerdote y el levita.

F. RAURELL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 533 s.


6.

Jesús quiere indicar, a propósito de la discusión sobre el ayuno que su presencia lleva una alegría que desborda el espíritu de la ley antigua. Con su venida ha empezado la gran fiesta de los esponsales de Dios con la humanidad; hemos de rehuir, pues, la tristeza y vivir en el clima alegre de la nueva alianza, que debe impregnar las necesarias prácticas penitenciales.

MISA DOMINICAL 1990/5-6


7. AYUNO/ESPERANZA: AYUNO/SENTIDO:

El pasaje evngélico al que pertenecen estos dos versículos describe el banquete que Mateo el publicano ofreció a Jesús y sus discípulos a raíz del llamammiento que se le hizo de seguir al Mesías. Los vv. 9-13 planteaban el problema de la participación de Jesús en la mesa con los pecadores; los versiculos 14-15 airean el tema del ayuno. Entre tanto, los interlocutores de Jesús han cambiado: en nuestro pasaje, los "discípulos de Juan" siguen a los fariseos.

Los "discípulos de Juan" se extrañan de que Jesús y sus discípulos no ayunen como lo hace ellos mismos, de una manera rigurosa que supera ampliamente las observancias judías relativas a los ayunos. La respuesta de Jesús pone de relieve que los discípulos de Juan bautista no han descubierto aún en Jesús al "esposo" mesiánico. Porque, si lo hubieran descubierto, hubieran comprendido que de ahora en adelante el ayuno no tiene el mismo significado.

El ayuno está relacionado con el tiempo de la espera. Jesús mismo ha ayunado en el desierto, resumiendo en Sí la larga preparación de la humanidad en la instauración del Reino. Pero, cuando comienza el ministerio público, Jesús puede decir con toda razón que el Reino está ya allí; ha llegado el esposo, y no conviene que los "amigos del esposo" ayunen mientras el esposo está con ellos; el ayuno no tiene sentido en el tiempo del cumplimiento.

Hasta después de la Resurrección no volverá a tener sentido el ayuno (cf. la alusión del v. 15 a la pasión) en la medida en que el tiempo de la iglesia debe integrar aún la dimensión de preparación y de construcción del Reino.

EP/CUMPLIMIENTO:  Hay que insistir en torno al significado eclesial del ayuno. La Iglesia es acá abajo la que espera y posee ya el objeto de su espera. Es la que avanza, día tras día, hacia el Reino, al mismo tiempo que es ya su manifestación. Tal es el ritmo de la Iglesia: lo que ya posee da su verdadero sentido a lo que está todavía construyendo, y lo que está construyendo da idea de lo que ya posee. Dentro de este ritmo se sitúa el ayuno: está vinculado por la Iglesia a los días que dedica expresamente a la espera y a la preparación. En la antigua liturgia, esos días no se celebraba la Eucaristía o se celebraba por la noche. Porque la Eucaristía es por excelencia el momento de la vida de la Iglesia en que se concentra la "posesión", una vez terminada la espera. En el domingo que celebra el día de la Resurrección, nunca se permitió ayunar.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA III
MAROVA MADRID 1969.Pág. 11s


8.

-Los discípulos de Juan se acercaron a Jesús y le dijeron.

Eso es lo que deberíamos hacer a menudo.

Acercarnos a Jesús... preguntarle ¿qué piensas, sobre tal y cuál asunto? Antes de seguir adelante, me pregunto: ¿por qué no voy a hacerlo?

-"¿Cómo es que, ayunando nosotros y los fariseos, tus discípulos no ayunan?

Los discípulos de Juan Bautista están extrañados. Ellos, y los fariseos ayunaban, hacían sacrificios austeros, se privaban de varias cosas, por generosidad iban más allá de las observancias judías legales.

Jesús, y el grupo de sus discípulos se presentaban como gentes abiertas y felices "que no ayunaban".

Ya recordamos haber oído decir a Jesús que era preciso "perfumarse la cabeza, cuando uno ayunaba, para no tener un aspecto macilento (Mateo, 6, 16) ¿Cuál es mi aspecto? ¿Con qué cara me presento?

-Jesús respondió: "Los compañeros del Esposo ¿pueden por ventura llorar, mientras está el Esposo con ellos?"

La imagen del esposo era bien conocida por los judíos. En la Biblia este símbolo es usado muchas veces. Dios ama a su pueblo. Dios es el esposo (Is 54 4-8; 61, 1O) "No te llamarán ya más la "despreciada", la "abandonada, "Sino que te llamarán "Mi complacencia", mi "desposada"... "Como la esposa hace las delicias del esposo, así harás tú las delicias de tu Dios... (Is, 62, 4-5).

"Así habla Yahvé: Me acuerdo de tu fidelidad al tiempo de tu adolescencia, de tu amor hacia mí cuando te desposé conmigo; de cuando tú me seguías a través del desierto..." (Jr 2, 2).

"La seduciré, la llevaré al desierto y le hablaré al corazón. Y allí me responderá y cantará como en los días de su juventud... (Oseas, 2, 16)

Jesús se presenta pues como el esposo mesiánico. Para justificar la "alegría" -la ausencia de "ayuno"- de sus discípulos, Jesús los presenta como "compañeros del esposo".

Sí, ¡ha llegado el Esposo de la humanidad! No hay que estar triste. Primero es el amor. Quizá tenga yo tendencia, como los fariseos, a hacer de la Cuaresma un tiempo de luto, de rigidez, de austeridad...

Para Jesús es ante todo un tiempo de amor.

"El esposo está con ellos". Dios está con ellos.

¿Cuál es el tiempo de intimidad con Dios que he decidido reservarle cada día de esta cuaresma? Vivir "con El" todo el día, en medio de mis ocupaciones, pero también procurar algún tiempo fuerte de presencia, de encuentro.

-Días vendrán en que les será arrebatado el Esposo, y entonces ayunarán. Jesús, de manera velada, anuncia su muerte. Pronto va a ser "arrebatado" a sus amigos. Durante el tiempo que pasa entre este "arrebatamiento" y su "retorno" al final de los tiempos, el ayuno adquiere un valor nuevo: ¡es el tiempo de la espera! Un día el esposo les será devuelto.

¿Espero yo este Reencuentro?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 102 s.


9.

La denuncia del profeta Isaías contra un ayuno mal entendido es enérgica . El pueblo de Israel -o sus dirigentes- cree poder aplacar a Dios y reparar sus pecados con un ayuno que el profeta tacha de falso e hipócrita.

El fallo está en que la abstinencia de alimentos no va acompañada de lo que Dios considera prioritario, el amor, la justicia, la misericordia con los demás: «el día del ayuno buscáis vuestro interés... ayunáis entre riñas y disputas». El ayuno se queda en unos formalismos exteriores: «os mortificáis elevando vuestras voces... movéis la cabeza como un junco... os acostáis sobre saco y ceniza: ¿a eso le llamáis ayuno?».

Lo que quiere Dios, el día del ayuno -que no se desautoriza, naturalmente-, es «abrir las prisiones injustas... partir el pan con el hambriento... no cerrarte a tu propia carne (a tu familia)». Entonces sí escuchará Dios las oraciones y ofrendas.

Lo dice también el salmo 50, el «Miserere», que se vuelve a cantar hoy como responsorial. Cuando la conversión es interior y se muestra en obras, no sólo en ritos o palabras, es cuando agrada a Dios. No valen los ritos exteriores si no van acompañados de un amor desde dentro: «los sacrificios no te satisfacen... mi sacrificio es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias».

2. 

Puede resultar sorprendente la actitud de Jesús ante el ayuno. Parece como si no le diera importancia. En efecto, el estilo de vida que Jesús enseña es sobre todo estilo de alegría: se compara a sÍ mismo con el novio, y esto nos recuerda espontáneamente la fiesta y no precisamente el ayuno.

Pero también anuncia Jesús que «se llevarán al novio y entonces ayunarán».

3.

a) Tampoco nosotros tenemos que conformarnos con un ayuno -o con unas prácticas cuaresmales- meramente externos. SerÍa muy superficial que quedáramos satisfechos por haber cumplido todo lo que está mandado en la Cuaresma -colores de los vestidos litúrgicos, cantos, supresión del aleluya, las pequeñas privaciones de alimentos- y no profundizáramos en lo más importante, de lo que todo los ritos exteriores quieren ser signo y recordatorio.

El ayuno, por ejemplo, debería conducir a una apertura mayor para con los demás. Ayunar para poder dar a los más pobres. Si la falta de caridad continúa, si la injusticia está presente en nuestro modo de actuar con los demás, poco puede agradar a Dios nuestro ayuno y nuestra Cuaresma. ¿Nos podremos quejar, como los judíos del tiempo de Isaías, de que Dios no nos escucha? Será mejor que no lo hagamos, porque oiríamos su contraataque como lo oyeron ellos por boca del profeta.

La lista de «obras de misericordia» que recuerda Isaías tiene plena actualidad para nosotros: el ayuno cuaresmal debe ir unido a la caridad, a la justicia, a la ayuda concreta a los más marginados, a la amnistía concedida a los que tenemos «secuestrados». Todavía más en concreto: "no cerrarte a tu propia carne", o sea, a los miembros de nuestra familia, de nuestra comunidad, que son a los que más nos cuesta aceptar, porque están más cerca.

b) Nuestro ayuno cuaresmal no es signo de tristeza. Tenemos al Novio entre nosotros: el Señor Resucitado, en quien creemos, a quien seguimos, a quien recibimos en cada Eucaristía, a quien festejamos gozosamente en cada Pascua. Nuestra vida cristiana debe estar claramente teñida de alegría, de visión positiva y pascual de los acontecimientos y de las personas. Porque estamos con Jesús, el Novio.

Pero a la vez esta presencia no es transparente del todo. A Cristo Jesús no le vemos. Aunque está presente, sólo lo experimentamos sacramentalmente. Está y no está: ya hace tiempo que vino y sin embargo seguimos diciendo «ven, Señor Jesús». Y la presencia del Resucitado tiene también sus exigencias. Las muchachas que esperaban al Novio tenían la obligación de mantener sus lámparas provistas de aceite, y los invitados al banquete de bodas, de ir vestidos como requería la ocasión.

Por eso tiene sentido el ayuno. Un ayuno de preparación, de reorientación continuada de nuestra vida. Un ayuno que significa relativizar muchas cosas secundarias para no distraernos. Un ayuno serio, aunque no triste.

Nos viene bien a todos ayunar: privarnos voluntariamente de algo lícito pero no necesario, válido pero relativo. Eso nos puede abrir más a Dios, a la Pascua de Jesús, y también a la caridad con los demás. Porque ayunar es ejercitar el autocontrol, no centrarnos en nosotros mismos, relativizar nuestras apetencias para dar mayor cabida en nuestra existencia a Dios y al prójimo.

Como dice el III prefacio de Cuaresma: «con nuestras privaciones voluntarias (las prácticas cuaresmales) nos enseñas a reconocer y agradecer tus dones (apertura a Dios), a dominar nuestro afán de suficiencia (autocontrol) y a repartir nuestros bienes con los necesitados, imitando así tu generosidad (caridad con el prójimo)».

Muchos ayunan por prescripción médica, para guardar la línea o evitar el colesterol y las grasas excesivas. Los cristianos somos invitados, como signo de nuestra conversión pascual, a ejercitar alguna clase de ayuno en esta Cuaresma para aligerar nuestro espíritu (y también nuestro cuerpo), para no quedar embotados con tantas cosas, para sintonizar mejor con ese Cristo que camina hacia la cruz y también con tantas personas que no tienen lo suficiente para vivir dignamente.

El ayuno nos hace más libres. Nos ofrece la ocasión de poder decir «no» a la sociedad de consumo en que estamos sumergidos y que continuamente nos invita a más y más gastos para satisfacer necesidades que nos creamos nosotros mismos.

No es un ayuno autosuficiente y meramente de fachada. No es un ayuno triste. Pero sí debe ser un ayuno significativo: saberse negar algo a sí mismo, en el terreno de la comida y en otros parecidos, como signo de que queremos ayunar sobre todo de egoísmo, de sensualidad, de apetencias de poder y orgullo. «Tome su cruz cada día y sígame». No hace falta que vayamos buscando cruces raras: la vida de cada día ya nos ofrece ocasiones de practicar este ayuno y este «via crucis» hacia la Pascua.

«Confírmanos, Señor, en el espíritu de penitencia con que hemos empezado la Cuaresma» (oración)

«El ayuno que yo quiero es éste: partir tu pan con el hambriento» (la lectura)

«Yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado» (salmo)

«Señor, enséñame tus caminos e instrúyeme en tus sendas» (comunión) 24

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 2
La Cuaresma día tras día
Barcelona 1997. Pág. 20-23


10.

Nos encontramos frente a un relato que pareciera ser un ataque del profeta Isaías a un acto de piedad muy conocido como es el ayuno. Pero en realidad, el profeta no ataca el ayuno como camino para acercarnos a Dios; ataca un ayuno asumido por la legalidad judía que lo absolutiza y lo convierte en fin que hay que realizar a costa de lo que sea. Ésa es la fuerte crítica que en el capítulo 58 dedica a la costumbre ya tergiversada del ayuno y de la penitencia. Isaías les recrimina las veces en que haciendo actos externos buscan únicamente su propio interés; lo que a ellos menos les importa es hacer la voluntad de Dios, y caminar por la justicia. Ellos sólo querían "quedar bien" frente a los poderosos del pueblo y frente a toda la gente. Solo querían ser reconocidos como buenos cumplidores de la ley.

En la voz del profeta Dios invita al pueblo a hacer un ayuno verdadero. Un ayuno en el que el rito se tradujera en vida, en justicia, en igualdad, en respeto. No es posible realizar actos de piedad y de penitencia por una parte, si nuestra vida entra en connivencia con procesos o estructuras que propician el hambre y la muerte para los hermanos.

Los fariseos del tiempo de Jesús, habían asimilado una búsqueda de Dios basada en los actos jurídicos de piedad y en el cumplimiento de normas externas que los hacían ganar el prestigio de ser los más fieles a la tradición. Jesús mismo tuvo que enfrentar esta realidad con mucha exactitud, pero sobre todo tuvo que enseñar con su vida que lo importante no era aparecer como buenos religiosos, sino amar a Dios sinceramente en justicia y solidaridad con los pobres de la tierra.

Los discípulos de Juan se acercan a Jesús a preguntarle porqué sus discípulos no ayunaban. Pero Jesús es muy claro en la respuesta que da: está convencido que primero es la justicia y el amor, y que ése es el ayuno primero que Dios quiere; después de ese "primer ayuno" que no puede faltar, puede tener sentido el otro.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


11.

La presencia de Jesús es motivo de alegría. Donde está Jesús, sus amigos no pueden hacer otra cosa que alegrarse. Nadie puede sentirse deprimido o acongojado, precisamente cuando puede experimentar en su propia vida y en la vida del mundo, que la salvación de Dios, su Reino, está creciendo y prometiendo cosecha abundante. Se ha decretado al mundo la alegría. Contra todo escepticismo, contra toda situación negativa.

El ayuno, que era una forma en el viejo Israel de hacer más eficaz la oración o una exigencia para enfrentar el peligro o la prueba, y que estaba decretado para algunos días, es reevaluado por Jesús. No lo niega ni lo clausura, simplemente lo pospone, para cuando el novio, El, no esté. Y ¿cuándo no estará Jesús ? Pasarán la cuaresma, la semana santa, los días grises de la pasión y, el novio, resucitado y coronado por la vida para siempre, permanecerá oculto y presente a la vez en todas las experiencias humanas para revitalizarlas con su presencia.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


12.

 

El tema del corazón contrito, de la conversión del corazón es el tema que debería de recorrer nuestra Cuaresma. Es el tema que debería recorrer toda nuestra preparación para la Pascua. La liturgia nos insiste que son importantes las formas externas, pero más importantes son los contenidos del corazón. La Iglesia nos pide en este tiempo de Cuaresma, que tengamos una serie de formas externas que manifiesten al mundo lo que hay en nuestro corazón, y nos pide que el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo hagamos ayuno, y que todos los viernes de Cuaresma sacrifiquemos el comer carne. Pero esta forma externa no puede ir sola, necesita para tener valor, ir acompañada con un corazón también pleno.

El profeta Isaías veía con mucha claridad: “¿es lo que Yo busco: que inclines tu cabeza como un junco, que te acuestes en fango y ceniza?” Dios Nuestro Señor lo que busca en cada uno de nosotros es la conversión interna, que cuando se realiza, se manifiesta en obras, que cuando se lleva a cabo, tiene que brillar hacia fuera; pero no es solamente lo externo. De qué poco serviría haber manchado nuestras cabezas de ceniza, si nuestro corazón no está también volviéndose ante Dios Nuestro Señor. De qué poco nos serviría que no tomásemos carne en todos los viernes de Cuaresma, si nuestro corazón está cerrado a Dios Nuestro Señor.

La dimensión interior, que el profeta reclama, Nuestro Señor la toma y la pone en una dimensión sumamente hermosa, cuando le preguntan: ¿Por qué ustedes no ayunan y sin embargo los discípulos de Juan y nosotros si ayunamos? Y Jesús responde usando una parábola: “¿Pueden los amigos del esposo ayunar mientras está el esposo con ellos?” Jesús lo que hace es ponerse a sí mismo como el esposo. En el fondo retoma el tema bíblico tan importante de Dios como esposo de Israel, el que espera el don total de Israel hacia Él.

Esta condición interior, el esfuerzo por que el pueblo de Israel penetre desde las formalidades externas a la dimensión interna, es lo que Nuestro Señor busca. El ayuno que Él busca es el del corazón, la conversión que Él busca es la del corazón y siempre que nos enfrentemos a esta dimensión de la conversión del corazón nos estamos enfrentando a algo muchas veces no se ve tan fácilmente; a algo que muchas veces no se puede medir, pero a algo que no podemos prescindir en nuestra vida. ¿Quién puede palpar el amor de un esposo a su esposa? ¿Quién puede medir el amor de un esposo a su esposa? ¿Cómo se palpa, cómo se mide? ¿Solamente por las formas externas? No. Hay una dimensión interior en el amor esponsal del cual Jesucristo se pone a sí mismo como el modelo. Hay una dimensión que no se puede tocar, pero que es también imprescindible en nuestra conversión del corazón. Tenemos que ser capaces de encontrar esa dimensión interior, una dimensión que nos lleva profundamente a descubrir si nuestra voluntad está o no entregada, ofrecida, dada como la esposa al esposo, como el esposo a la esposa, a Dios, Nuestro Señor.

La conversión no es simplemente obras de penitencia. La conversión es el cambio del corazón, es hacer que mi corazón, que hasta el momento pensaba, amaba, optaba, se decidía por unos valores, unos principios, unos criterios, empiece a optar y decidirse como primer principio, como primer criterio, por el esposo del alma que es Jesucristo.

Sólo cuando llega el corazón a tocar la dimensión interior se realiza, como dice el profeta, que “Tu luz surgirá como la aurora y cicatrizarán de prisa tus heridas, se abrirá camino la justicia y la gloria del Señor cerrará tu mancha”. Entonces, casi como quien ve el sol, casi como quien no es capaz de distinguir la fuente de luz que la origina, así será en nosotros la caridad, la humildad, la entrega, la conversión, la fidelidad y tantas y tantas cosas, porque van a brotar de un corazón que auténticamente se ha vuelto, se ha dirigido y mira al Señor.

Este es el corazón contrito, esto es lo que busca el Señor que cada uno de nosotros en esta Cuaresma, que seamos capaces en nuestro interior, en lo más profundo, de llegar a abrirnos a Dios, a ofrecernos a Dios, de no permitir que haya todavía cuartos cerrados, cuartos sellados a los cuales el Señor no puede entrar, porque es visita y no esposo, porque es huésped y no esposo. El esposo entra a todas partes. La esposa en la casa entra a todas partes. Solamente al huésped, a la visita se le impide entrar en ciertas recámaras, en ciertos lugares.

Esta es la conversión del corazón: dejar que realmente Él llegue a entrar en todos los lugares de nuestro corazón. Convertirse a Dios es volverse a Dios y descubrirlo como Él es. Convertirse a Dios es descubrir a Dios como esposo de la vida, como Aquél que se me da totalmente en infinito amor y como Aquél al cual yo tengo que darme totalmente también en amor total.

¿Es esto lo que hay en nuestro corazón al inicio de esta Cuaresma? ¿O quizá nuestra Cuaresma está todavía encerrada en formulismos, en estructuras que son necesarias, pero que por sí solas no valen nada? ¿O quizá nuestra Cuaresma está todavía encerrada en criterios que acaban entreteniendo al alma? Al huésped se le puede tener contento simplemente con traerle un café y unas galletas, pero al esposo o a la esposa no se le puede contentar simplemente con una formalidad. Al esposo o la esposa hay que darle el corazón.

Que la Eucaristía en nuestra alma sea la luz que examina, que escruta, que ve todos y cada uno de los rincones de nuestra alma, para que, junto con el esposo sea capaz de descubrir dónde todavía mi entrega es de huésped y no de esposo.

Pidamos esta gracia a Jesucristo para que nuestra Cuaresma sea una Cuaresma de encuentro, de cercanía de profundidad en la conversión de nuestro corazón.

P. Cipriano Sánchez


13. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

Viernes. Ayuno. ¡Vaya! Ya saltó automáticamente el chip. Una de esas palabras clave de la Cuaresma. Una práctica habitual (ya la misma expresión empieza a quitarle fuerza) en estos días. El viernes pasado celebramos el día del ayuno voluntario en sintonía con la Campaña de Manos Unidas. Quizá nos privamos de algunas cosas, incluso tuvimos alguna cena del hambre, en clave solidaria. Pero me da la impresión de que nuestro ayuno fuera todavía poco comprometido. Como si no tuviera la fuerza necesaria, el testimonio atrayente. Quizá lo hemos dulcificado demasiado. Nos hemos hecho un ayuno a nuestra medida. Unos contados días al año, con algo simbólico. Es cierto que lo que más importa en el ayuno, no es la privación de alimentos. (Si así fuera, desgraciadamente habría que canonizar a más de media humanidad). Lo que determina su valor es el espíritu con que se realiza, es decir, el deseo profundo de conversión, unido a la seriedad en las tareas y en las responsabilidades de la vida. En cualquier caso, hay un vicio del que hemos de ayunar siempre, y más en cuaresma: la fiebre del tener y el consumir. Sería un estridente chirrido en nuestra dinámica cristiana. Sería una de esas incoherencias que se cuelan en nuestra vida y que, a la larga, tanto destrozo hacen por dentro. Sería una bofetada a tantos hermanos que padecen necesidad. Pero la incoherencia en el tema del ayuno ya la veían muy clara los profetas de Israel.

Las palabras de Isaías hoy nos trasmiten no solo una queja. Su tono es de indignación desatada, escándalo bochornoso, violencia impetuosa. "...¿a eso llamáis ayuno, día agradable al Señor?" El ayuno que yo quiero es éste: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos,...". Quizá puede que por estos días haya algunos "Isaías" que desde el Foro Social Mundial de Porto Alegre gritan al mundo de Davos: "...¿a eso lo llamáis economía global? ¿a eso lo llamáis globalizar? ¿a eso lo llamáis ayudar a los países pobres o en desarrollo? ¿a eso lo llamáis defender a los pueblos indígenas? ¿a eso lo llamáis fomentar la paz? ¿No os estáis haciendo una economía a vuestra medida donde los que ayunan al final son los de siempre y además de modo forzado? La Economía que yo quiero es ésta: pan para todos, dignificación del hombre, trabajo sin explotación, derechos humanos, niños en la escuela, mujeres sin discriminar, solidaridad globalizada, paz en Israel, condonación de la deuda,...

Ayuna de todo lo que te separe de Jesús y practica la justicia que más te acerque a Él.

Cordialmente,

Carlos (carlosoliveras@hotmail.com)


14. CLARETIANOS 2003.

Los discípulos de Juan son, como su maestro, unos ascetas. Se sorprenden de que Jesús y sus discípulos no lo sean. Pareciera como si, a sus ojos, tuvieran razón quienes le acusaban de ser un comilón y un borracho. Y van directamente a preguntarle porqué ellos no ayunan. La respuesta de Jesús tiene que ver con la contraposición entre la tristeza del luto de la muerte y la alegría de las bodas de la vida. De nuevo la Pascua. Jesús es el novio de esa boda y sus discípulos participan de la alegría en el banquete. Celebran aquello que proclamó el profeta Isaías: “la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo” (Is 62, 5).

Jesús es el novio, “el amado, el predilecto” de Dios (Mt 3, 17). Pero también Él vive amando, de manera apasionada, a ese Dios, cuya voluntad es la construcción del Reino, en la que todos están llamados a participar. El Reino de Dios es un Reino de amor. Quien lo encuentra, encuentra una perla preciosa y un tesoro escondido, y, por la alegría que experimenta, no tiene dificultad en postergar todo lo demás, con tal de adquirirlo. Todo ocurre como entre dos enamorados en pleno romance (cf. Ef 5, 25-32). La relación de amor está en el centro de la vida y todo lo demás gira en torno a ese centro. No puede faltar, ni se puede aguar el vino de la fiesta con reclamos ascéticos. Hay que alegrarse. Hay que amar y ponerse manos a la obra para hacer una historia y un mundo en el que Dios pueda reinar. Y no puede, ni quiere reinar en una historia y en un mundo ayuno de fraternidad y de justicia, aunque quienes lo hagan sean personas que muestran deseo de conocer su camino.

El ayuno que Dios quiere, porque es misericordioso, es la liberación de los pobres y oprimidos. Es abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojo de los cepos, dejar libres a los oprimidos, partir el pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al desnudo y no cerrarse a la propia carne. Este ayuno sí que lo proclama y lo practica Jesús, y lo manda practicar a sus discípulos. Más aún: sólo a través de esta práctica se dirá a los verdaderos discípulos: “pasa al banquete de tu señor”, mientras no se admitirá al festín a aquellos que dicen con frecuencia “Señor, Señor”, pero sus obras no fructifican en misericordia (cf. Mt 25, 31-46).

La liberación de los pobres y oprimidos nos va a juzgar. No podemos ocultar la injusticia y la cerrazón a la propia carne. Tenemos que sacudirnos el miedo a entrar en los conflictos de la historia y defender los derechos humanos, comenzando por los de abajo. Tenemos que practicar la misericordia, elevándola a categoría de principio estructurante de nuestro amor, sin quedarnos en una postura meramente asistencialista. Hay que preguntarse por las causas de la miseria y de la falta de justicia. Y, después, no esconderse de manera cómplice, sin prestar voz en grito, como una trompeta, a los que no tienen voz o a quienes sí que la tienen, pero es una voz que no nos gusta escuchar. Hay que denunciar el pecado. No sólo el pecado personal, sino también el pecado estructural. Y hay que anunciar y realizar la salvación ofrecida por Dios en la muerte y resurrección de Jesús.

José Vico Peinado cmf. (jvico@planalfa.es)


15. 2001

COMENTARIO 1

Juan Bautista está ya en la cárcel (4,12). Según la presentación que ha hecho Mt, Juan no ha pretendido hacer discípulos ni fun­dar escuela; su papel era de mero precursor (3,11). Aparecen aho­ra, sin embargo, «los discípulos de Juan», que mantienen su adhe­sión a él. »Discípulos» son los que siguen la doctrina de un maes­tro; éstos han conferido a Juan ese papel. Quieren perpetuar su figura y doctrina, absolutizándolas, contradiciendo a su carácter de precursor. De hecho, no llaman a Jesús «Maestro».

La práctica religiosa de los discípulos de Juan se ha asimilado a la de los fariseos. El papel renovador de Juan y su oposición a los fariseos, a quienes calificó de «carnada de víboras» (3,7), han sido olvidados por sus discípulos. Estos han integrado a Juan en el antiguo sistema. Reprochan a Jesús no atenerse a la tradición ascética de los grupos observantes de Israel. Consideran indiscutible que para formar a los discípulos hay que imponerles una severa disciplina.

La respuesta de Jesús enfoca la cuestión desde un punto de vista completamente distinto. Compara su convivencia con los discípulos a un banquete de bodas, donde él representa al novio/esposo. Los discípulos son «los amigos del Esposo» (lit.: «los hijos del tálamo o de la sala del banquete», modismo semítico para designar a los amigos íntimos del novio, que se ocupaban de todo lo necesario para la celebración de la boda y de animar la fiesta).

La denominación «el Esposo» enlaza con las palabras de Juan Bautista «yo no merezco ni quitarle las sandalias» (3,11). «El Es­poso» o marido era designación de Dios en el AT dentro del sim­bolismo de la alianza como unión nupcial entre Dios y el pueblo (Os 2). Como lo indicaba ya Juan, Jesús asume esa función; nueva transferencia de una función divina a Jesús, «el Dios entre nos­otros» (1,23). La imagen del Esposo supone el cambio de alianza (cf. Jr 31,31-34). Características de ésta son la amistad, la intimidad, la alegría y la libertad. «Los amigos del Esposo» no están sujetos a una disciplina; su actividad se ejerce en la libertad, guiada por el amor al amigo. Esta es la relación del hombre con Dios en la nueva alianza: el alegre servicio guiado por la adhesión a Jesús, que es amistad con él. Siendo el ayuno expresión de tristeza, es incompatible con la presencia de Jesús. Llegarán días, sin embar­go, en que el ayuno esté justificado, cuando los discípulos se vean privados de la presencia del amigo («el día en que les arrebaten al novio»).

La pregunta de los discípulos de Juan mostraba su extrañeza y escándalo porque Jesús no imponía a sus discípulos la disciplina ascética tradicional. Jesús les explica ahora la razón usando dos comparaciones, la de la pieza de paño nuevo en un vestido viejo y la de los odres y el vino. Lo viejo y lo nuevo son incompatibles; todo compromiso lleva al fracaso y a la ruina de ambos. Con su presencia comienza una época de novedad radical.

Esta perícopa está íntimamente ligada a las anteriores y constituye el centro de esta sección. Jesús llama al reino de Dios a «los pecadores», término que incluye a los paganos en su significado y en la futura realización del reino. Jesús afirma que en la comuni­dad mesiánica (Mesías-Esposo) no se va a imponer a sus discí­pulos la praxis religiosa judía. Las antiguas instituciones y prác­ticas, que pertenecen a la tradición cultural de un pueblo, no pue­den adaptarse en absoluto a la universalidad de la comunidad mesiánica. Lo mismo que para entrar en el reino la única con­dición es la adhesión a Jesús, así lo es también para pertenecer a él. Jesús libera a los futuros discípulos procedentes del paga­nismo de toda dependencia de la cultura judía. El antiguo Israel ha pasado, y sus instituciones con él.

Es de notar que Jesús considera el ayuno no como una práctica religiosa, sino como expresión personal de tristeza. Es un hecho lo que puede llevar a los discípulos a ayunar: la ausencia del Es­poso, que tendrá lugar en su Pasión y muerte. Una vez resucitado, su presencia será continua (28,20). El ayuno no tiene relación con Dios: como las lágrimas, es una expresión de la tristeza, que el hombre practicará cuando tenga motivo para ello.

Los fariseos y discípulos del Bautista continúan sus ayunos por­que no han reconocido en Jesús al Esposo-Mesías. Su ayuno es señal de su rechazo de Jesús.


COMENTARIO 2

Nos encontramos frente a un relato que pareciera ser un ataque del profeta Isaías a un acto de piedad muy conocido como es el ayuno. Pero en realidad, el profeta no ataca el ayuno como camino para acercarnos a Dios; ataca un ayuno asumido por la legalidad judía que lo absolutiza y lo convierte en fin que hay que realizar a costa de lo que sea. Ésa es la fuerte crítica que en el capítulo 58 dedica a la costumbre ya tergiversada del ayuno y de la penitencia. Isaías les recrimina las veces en que haciendo actos externos buscan únicamente su propio interés; lo que a ellos menos les importa es hacer la voluntad de Dios, y caminar por la justicia. Ellos sólo querían "quedar bien" frente a los poderosos del pueblo y frente a toda la gente. Solo querían ser reconocidos como buenos cumplidores de la ley.

En la voz del profeta, Dios invita al pueblo a hacer un ayuno verdadero. Un ayuno en el que el rito se tradujera en vida, en justicia, en igualdad, en respeto. No es posible realizar actos de piedad y de penitencia por una parte, si nuestra vida entra en connivencia con procesos o estructuras que propician el hambre y la muerte para los hermanos.

Los fariseos del tiempo de Jesús, habían asimilado una búsqueda de Dios basada en los actos jurídicos de piedad y en el cumplimiento de normas externas que los hacían ganar el prestigio de ser los más fieles a la tradición. Jesús mismo tuvo que enfrentar esta realidad con mucha exactitud, pero sobre todo tuvo que enseñar con su vida que lo importante no era aparecer como buenos religiosos, sino amar a Dios sinceramente en justicia y solidaridad con los pobres de la tierra.

Los discípulos de Juan se acercan a Jesús a preguntarle por qué sus discípulos no ayunaban. Pero Jesús es muy claro en la respuesta que da: está convencido que primero es la justicia y el amor, y que ése es el ayuno primero que Dios quiere; después de ese "primer ayuno" que no puede faltar, puede tener sentido el otro.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


16. 2002

Dos prácticas contrapuestas referidas al ayuno están en el origen de un enfrentamiento entre grupos de discípulos. Por un lado tenemos a los discípulos de Juan, y a los discípulos de los fariseos, que frecuentemente observan esta disciplina. Por otra parte a los discípulos de Jesús que la omiten y descuidan.

Detrás de la disciplina se esconde una diversidad en la concepción de Dios que separa a unos y otros. Los seguidores del Bautista aunque diferentes por múltiples motivos del fariseísmo, esperan un Dios justiciero que viene a juzgar severamente los errores que los seres humanos han cometido. Nace de allí la necesidad de una constante purificación, de la que forma parte el ayuno, para prepararse ante esa rendición de cuentas.

Por el contrario, el Dios proclamado por Jesús, tiene características profundamente diferentes. Se manifiesta como el Dios de la misericordia del versículo inmediatamente precedente a nuestro texto, que se acerca a los seres humanos para una fiesta de bodas, en cuyo banquete puede expresarse adecuadamente la reconciliación entre Dios y la humanidad. Esta presencia festiva del esposo origina un diverso comportamiento frente a la práctica penitencial del ayuno. Ante dicha presencia no caben las actitudes de temor sino de gozo, no hay lugar para la abstención de alimento sino que se invita a la participación en la comida del encuentro íntimo de Dios con su pueblo.

Ese encuentro definitivo de Dios implica la caducidad de una práctica disciplinar sostenida por los grupos observantes de Israel. Los discípulos del Bautista, en cuanto tales, no han comprendido la misión del Precursor y le han conferido el papel de Maestro en su vida. Por ello no reconocen en Jesús al verdadero Maestro y, lo que es peor, no han comprendido la profundidad de la crítica formulada por Juan a los fariseos, integrándose voluntariamente a la práctica de estos.

Jesús, en su respuesta, resalta la intimidad que reina entre el Esposo y sus amigos más cercanos, calificados como "los amigos del Novio". En el Antiguo Testamento Dios se había atribuido esta función respecto a su pueblo Israel. Aquí este título divino se transfiere a Jesús. Y la presencia de éste implica un nuevo tipo de relación religiosa en que el elemento más importante no es la disciplina de la preparación sino la alegría de la libertad y de servicio ante la plenitud de la presencia del "Dios con nosotros".

Una nueva forma de religiosidad ha sido inaugurada, conforme a una nueva alianza que ha desplazado a la antigua. El ayuno signo de tristeza por una ausencia no tiene lugar en ese nuevo universo de representación. Solamente la ausencia del Esposo puede llevar a los discípulos a la tristeza. Y esta ausencia que se producirá con la Pasión y muerte de su Maestro no volverá a producirse ante la presencia continua del Resucitado en su comunidad.

Las reacciones ante la Vida y Actividad de Jesús pueden catalogarse en dos categorías: la tristeza del ayuno y de las lágrimas o la alegría ante la presencia del Esposo. La primera significa no haber comprendido la Misión de Jesús que ha podido develar plenamente el rostro del Dios de misericordia que se ha acercado a sus íntimos y que los ha llenado de gozo.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


17. 2003

El profeta Isaías denuncia las prácticas piadosas (ayuno) que no implican un cambio de vida. El verdadero ayuno según es liberación donde hay opresión, pan donde hay hambrientos, casa donde hay destechados... solo así, el pueblo podrá contar con la luz y la presencia de un “Dios con nosotros”. El evangelio describe la controversia suscitada por la práctica del ayuno. Los discípulos de Jesús no ayunan porque con la presencia del “novio” se está inaugurando el tiempo escatológico anunciado por los profetas. Para comprender mejor el texto es necesario tener en cuenta los versículos que siguen sobre las comparaciones del remiendo y el vino nuevo (Mt 9,16-17). La experiencia de Jesús no rompe con la tradición judía pero sí la renueva. El problema es que la novedad de Jesús, que es el Reino, se hace incomprensible para quienes siguen apegados a los viejos esquemas que privilegian la ley sobre la vida humana. Participar de esta novedad requiere conversión, es decir, volver a Dios y a la solidaridad con los necesitados. Hoy se sigue sintiendo el grito del profeta y de Jesús para trabajar en torno al cáncer de la “doble moral” que lleva a creer de una manera pero vivir de otra. Se supone que el Reino de Dios ya está entre nosotros… sin embargo, los pobres, los hambrientos y los sin techo crecen en países considerados «cristianos». Muchos de los dueños del capital y las decisiones del mundo son cristianos que con discursos y limosnas “tranquilizaconciencias”, pasan su vida sin ayudar a resolver la epidemia de muerte que sigue creciendo en los países más pobres. También crecen en la familias cristianas -algunas de ayuno y misa dominical- la intolerancia, la impaciencia, el chisme, la insolidaridad, la envidia y el egoísmo. Equilibremos nuestra práctica ritual con una práctica de vida al estilo de Jesús.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


18. ACI DIGITAL 2003

15. El Esposo de esta parábola es el mismo Jesús; sus amigos, los apóstoles, no podían ayunar como si hicieran duelo por su presencia. En las bodas de los judíos los amigos solían acompañar al esposo cuando éste salía al encuentro de la esposa (Mat. 25, 1 - 13; Juan 3, 29). Sobre el ayuno véase 6, 16 y nota: "Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que fingen un rostro escuálido para que las gentes noten que ellos ayunan; en verdad, os digo, ya tienen su paga".
En este caso, el ayuno no era, como hoy, parcial, sino que consistía en la abstinencia total de todas las comidas y bebidas durante el día. Era, pues, una verdadera privación, una auténtica señal de penitencia, que practicaban también los primeros cristianos, principalmente el viernes de cada semana, por ser el día en que "el Esposo nos fue quitado" (9, 15)


19.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Escucha, Señor, y ten piedad de mí; Señor, socórreme» (Sal 29,11).

Colecta (del misal anterior y antes en Gelasiano y Gregoriano): «Confírmanos, Señor, en el espíritu de penitencia con que hemos empezado la Cuaresma; y que la austeridad exterior que practicamos vaya siempre acompañada por la sinceridad de corazón».

Comunión: «Señor, enséñame tus caminos e instrúyeme en tus sendas» (Sal 24,4).

Postcomunión: «Te pedimos, Señor Todopoderoso, que la participación en tus sacramentos nos purifique de todos nuestros pecados y nos disponga a recibir los dones de tu bondad».

Isaías 58,1-9: ¿Es ése el ayuno que el Señor desea? El ayuno no solo ha de consistir en comer menos, sino también y principalmente en no cometer pecados y hacer actos de caridad. Esto es constante en los profetas y también en las enseñanzas de Cristo (cf. Mt 6,1-6.16-18; 25,34-40). Dice San León Magno:

«No hay cosa más útil que unir los ayunos santos y razonables con la limosna. Ésta, bajo la única denominación de misericordia, contiene muchas y laudables acciones de piedad; de modo que, aunque las situaciones de fortuna sean desiguales, pueden ser iguales las disposiciones de ánimo de todos los fieles. Porque el amor que debemos tanto a Dios como a los hombres no se ve nunca impedido hasta tal punto que no pueda querer lo que es bueno...

«El que se compadece caritativamente de quienes sufren cualquier calamidad es bienaventurado no solo en virtud de su benevolencia, sino por el bien de la paz. Las realizaciones del amor pueden ser muy diversas, y así, en razón de la misma diversidad, todos los buenos cristianos pueden ejercitarse en ellas, no solo los ricos y pudientes, sino incluso los de posición media y aun los pobres. De este modo, quienes son desiguales por su capacidad de hacer la limosna, son semejantes en el amor y en el afecto con que la hacen» (Sermón 6 de Cuaresma 1-2).

Y San Agustín:

«Vuestros ayunos no sean como los que condena el profeta (Is 58,5). Él fustiga el ayuno de la gente pendenciera; aprueba el de los piadosos; condena a quienes aprietan y busca a quien aflojan; acusa a los cizañeros, aprecia a los pacificadores. Éste es el motivo por el que en estos días refrenáis vuestros deseos de cosas lícitas, para no sucumbir ante lo ilícito. De esta forma, nuestra oración, hecha con humildad y caridad, con ayuno y limosnas, templanza y perdón, practicando el bien y no devolviendo mal por mal..., busca la paz y la consigue» (Sermón 206,3).

–El ayuno que Dios nos concede hacer consiste en una total conversión en obras buenas, y no solo en palabras y ritos externos. Por no haber ayudado así en muchas ocasiones, hemos de confesar nuestra culpa con gran arrepentimiento: el Salmo 50, que ya comentamos el Miércoles pasado, expresa nuestra súplica de perdón. Dice San León Magno:

«Porque es propio de la festividad pascual que toda la Iglesia goce del perdón de los pecados, no sólo aquellos que renacen en el santo bautismo, sino también aquellos que, desde hace tiempo, se encuentran ya en el número de los hijos adoptivos. Pues, si bien los hombres renacen a la vida nueva principalmente por el bautismo, como a todos nos es necesario renovarnos cada día de las manchas de nuestra condición pecadora, y no hay quien no tenga que ser mejor en la escala de la perfección, debemos esforzarnos para que nadie se encuentre bajo el efecto de viejos vicios el día de la Redención» (Sermón 6 de Cuaresma,1-2).

Mateo 9,14-15: Llegará un día en que se lleven al Esposo y entonces ayunarán. El ayuno está relacionado con el tiempo de la espera. Jesús mismo ha ayunado en el desierto, resumiendo en Sí la larga preparación de la humanidad en la instauración del Reino. Cuando comienza el ministerio público, Jesús puede decir con toda razón que el Reino ya está allí, que ha llegado el Esposo, que sus discípulos no han de ayunar mientras Él viva.

El ayuno del Viernes  Santo responde de modo especial a estas palabras de Jesús: es el ayuno en el día en que Jesús, muerto en la Cruz, es arrebatado de entre los suyos.

En nuestros días esperamos la venida definitiva del Esposo, al final de los tiempos, en la plenitud del Reino. La evocación de los misterios redentores del Señor es preparada como lo hicieron sus seguidores. En los primeros tiempos, sólo el Viernes y Sábado Santos. Más tarde, se alargó a una semana y, posteriormente, a los cuarenta días de la Cuaresma.

En esta preparación se intensifican las prácticas ascéticas de ayuno, abstinencia y otras penitencias. La abstinencia actual de los viernes de Cuaresma es por tanto la preparación para la celebración de los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, y también actitud de espera de la llegada gloriosa de Jesucristo y la instauración de su Reino en el fin del mundo.


20. DOMINICOS 2004

  La luz de la Palabra de Dios
1ª Lectura: Isaías 58,1-9
1 Clama a voz en grito sin reparo, alza tu voz como la corneta. Anuncia a mi pueblo sus injusticias, a la casa de Jacob sus pecados.
2 Me buscan ellos día tras día, se afanan por saber mis caminos, como un pueblo que practicara la justicia y no se apartara del derecho de su Dios.

Me interrogan sobre las leyes justas, desean la cercanía de Dios: 3 ¿Por qué vamos a ayunar si tú no lo ves, por qué mortificarnos si tú no te enteras? Mirad, el día de ayuno andáis de negocios y oprimís a todos vuestros jornaleros. 4 Ayunáis, sí, entre disputa y riña, golpeando inicuamente con el puño. No, no ayunéis como ahora haciendo oír allá arriba vuestra voz. 5 ¿Es éste acaso el ayuno que me agrada, el día en que el hombre se mortifica? ¿Doblar como un junco la cabeza, acostarse en el saco y la ceniza? ¿A eso llamas ayuno, día agradable al Señor?

6 ¿No sabéis cuál es el ayuno que me agrada? Abrir las prisiones injustas, soltar las coyundas del yugo, dejar libres a los oprimidos, romper todos los yugos; 7 repartir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que veas desnudo y no eludir al que es tu propia carne. 8 Entonces surgirá tu luz como la aurora y tus heridas curarán en seguida; tu justicia marchará ante ti y tras de ti la gloria del Señor. 9 Entonces, si clamas, el Señor responderá a tus gritos; dirá: ¡Aquí estoy! Si apartas el yugo de tu lado, el gesto amenazante y la mala idea,


Evangelio: Mateo 9,14-15
14 Entonces se le acercaron los discípulos de Juan y le preguntaron: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos tantas veces, y tus discípulos no ayunan?».

15 Jesús les dijo: «¿Es que los compañeros del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Pero vendrán días en que les quiten al esposo; entonces ayunarán.


Reflexión para este día
“Dice el Señor. El ayuno que yo quiero es éste: Abrir las prisiones injustas, dejar libres a los oprimidos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres, vestir al desnudo y no cerrarte a tu propia carne”.

Dios nos recuerda la importancia vital de la solidaridad. Es la expresión concreta de la fraternidad cristiana. Cierto, la Cuaresma es un tiempo penitencial, ascético. Pero la ascesis y la penitencia cristiana no consisten en simples signos externos. Es cambiar la mente y el corazón, para activar las exigencias de la verdad y del amor. Es entonces cuando interpretamos a los hermanos desde la mirada amorosa de Dios. Guiados por esa verdad y ese amor, nos hacemos presentes y cercanos, para ayudar y servir realmente los más necesitados.

Jesús reafirma la auténtica dirección del ayuno. Lo hace en su respuesta a los discípulos de Juan el Bautista: “Por qué nosotros y los fariseos ayunan a menudo y tus discípulos, en cambio, no ayunan?. Jesús les responde que desea y espera de sus discípulos que vivan “la alegría de la presencia del novio, del amigo”, haciendo referencia a Él mismo. Jesús desea que sus seguidores vivan el gozo y la esperanza de haberse abierto a su mensaje, a la “Buena Noticia del Reino”.

Pero la respuesta de Jesús no termina ahí. Cuando el “Novio, el Amigo” se haya ocultado a su vista y ya esté junto al Padre que le envió, es urgente activar el amor, la penitencia y el ayuno. Si la penitencia y el ayuno están impregnados de amor hecho servicio a los demás, Jesús se complace en la actitud generosa de sus discípulos. Es entonces cuando sus seguidores están viviendo la fraternidad cristiana y la solidaridad auténtica. Esa actitud de amor y servicio a los demás es el verdadero signo de nuestra penitencia – acercarse a los demás como Dios desea – y de nuestro ayuno – renunciar al egoísmo, a la violencia, a la codicia, a la insensibilidad, a la comodidad..., con la sincera intención de ayudar y alegrar a nuestros hermanos.


21. CLARETIANOS 2004

El novio está con nosotros

Y Cristo es el novio. Lo dice él mismo. No sólo es el Mesías, el Hijo de Dios vivo, el sanador, el que resucita. ¿Podrían decir los mismo los discípulos del Bautista y los fariseos? Los primeros son discípulos del que en el desierto “llevaba un vestido de pelo de camello y se alimentaba de saltamontes”; los fariseos se debatían en la rutina de unas prácticas muertas. No hay comparación posible con Jesús, el que se sentaba a los banquetes, se vestía con túnica inconsútil y se solazaba con sus amigos de Betania.

Cristo es el novio, el nuevo, la eterna novedad. Con Jesús llega el tiempo del Reino y enmudece la ley, todo es radicalmente nuevo, pasó lo viejo. Y siguen las imágenes: paño nuevo, y no remiendo viejo; vino nuevo, y no odres viejos. Estamos en el Testamento Nuevo, las cosas son radicalmente nuevas, el tiempo mesiánico ha amanecido. Con vino nuevo alegró Jesús a los novios en Caná de Galilea. A alguno le parecería milagro para algo superfluo: bien está la multiplicación de los panes, pero del vino...Y es que aquel vino de Caná dejaba bien a las claras que las viejas instituciones del templo y de la ley quedaban en el pasado. El paso era radical: del agua al vino.

Si bajamos a la vida donde se actualiza esta Palabra, os propongo tres sugerencias. Sea la primera que los seguidores de Jesús entramos en la novedad de vida que nos trae el novio Jesús. Aquí el Espíritu lleva la delantera a tantas prácticas atrofiadas; la fe en Jesús importa más que las formas y las fórmulas. La rutina, la mediocridad, la inercia, las tradiciones secas no pueden tener cabida. Venga la creatividad, los sueños de futuro, que lo nuevo ha comenzado. Duc in altum.

Hablar de novios y de bodas es hablar de alegría desbordante. Dice San Agustín: “Leed todos los libros proféticos sin ver en ellos a Cristo: no hay nada más insípido, más soso. Pero descubrid en ellos a Cristo y eso que leéis no sólo se hace sabroso sino embriagador”. Esta alegría no es frívola bullanguería, como el Carnaval que hemos celebrado esta semana, pero no excluye la fiesta, el regocijo, la danza. Estamos en Cuaresma pero no llevamos “cara de Cuaresma”. Aparecen con más frecuencia de lo necesario las imágenes de cristianos de negro, con golpes de pecho, de caras ensombrecidas. Que la Cuaresma es sólo un prólogo, prólogo de la Pascua. Que somos testigos de resurrección.

Y finalmente. Con el novio delante, cambia el signo del ayuno. “El ayuno que yo quiero es este: abrir las prisiones injustas, partir el pan con el hambriento”. Ayunar voluntariamente para que nadie ayune por necesidad. No sé si viene a cuento, pero acabo con una cita que he leído hoy: “Justificar el dolor del prójimo es la mayor fuente de inmoralidad”.

Conrado Bueno Bueno

(ciudadredonda@ciudadredonda.org)


22.

Comentario: Rev. D. Xavier Pagés i Castañer (La Llagosta-Barcelona, España)

«Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán»

Hoy, primer viernes de Cuaresma, habiendo vivido el ayuno y la abstinencia del Miércoles de Ceniza, hemos procurado ofrecer el ayuno y el rezo del Santo Rosario por la paz, que tanto urge en nuestro mundo. Nosotros estamos dispuestos a tener cuidado de este ejercicio cuaresmal que la Iglesia, Madre y Maestra, nos pide que observemos, y a recordar que el mismo Señor dijo: «Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán» (Mt 9,15). Tenemos el deseo de vivirlo no sólo como el cumplimiento de un precepto al que estamos obligados, sino —sobre todo— procurando llegar a encontrar el espíritu que nos conduce a vivir esta práctica cuaresmal y que nos ayudará en nuestro progreso espiritual.

Buscando este sentido profundo, nos podemos preguntar: ¿cuál es el verdadero ayuno? Ya el profeta Isaías, en la primera lectura de hoy, comenta cuál es el ayuno que Dios aprecia: «Parte con el hambriento tu pan, y a los pobres y peregrinos mételos en tu casa; cuando vieres al desnudo, cúbrelo; no los rehuyas, que son hermanos tuyos. Entonces tu luz saldrá como la mañana, y tu salud más pronto nacerá, y tu justicia irá delante de tu cara, y te acompañará el Señor» (Is 58,7-8). A Dios le gusta y espera de nosotros todo aquello que nos lleva al amor auténtico con nuestros hermanos.

Como cada año, el Santo Padre nos ha escrito un mensaje de Cuaresma. Para el 2003, bajo el lema «Hace más feliz dar que recibir» (Hch 20,35), sus palabras nos ayudan a descubrir esta misma dimensión caritativa del ayuno, que nos dispone —desde lo profundo de nuestro corazón— a prepararnos para la Pascua con un esfuerzo para identificarnos, cada vez más, con el amor de Cristo que le ha llevado hasta dar la vida en la Cruz. En definitiva, «lo que todo cristiano ha de hacer en cualquier tiempo, ahora hay que hacerlo con más solicitud y con más devoción» (San León Magno, papa).


23.

El ayuno, acompañado de oración, sirve para manifestar la humildad delante de Dios

I. El ayuno era y es, una muestra de penitencia que Dios pide al hombre. “En el Antiguo Testamento se descubre el sentido religioso de la penitencia, como un acto religioso, personal, que tiene como término de amor el abandono en Dios” (PABLO VI, Const. Paenitemini). Acompañado de oración, sirve para manifestar la humildad delante de Dios (Levítico, 16, 29-31): el que ayuna se vuelve hacia el Señor en una actitud de dependencia y abandono totales. En la Sagrada escritura vemos ayunar y realizar otras obras de penitencia antes de emprender un quehacer difícil (Jueces 20, 26; Ester 4, 16), para implorar el perdón de una culpa (1 Reyes 21, 27), obtener el cese de una calamidad (Judit 4, 9-13), conseguir la gracia necesaria en el cumplimiento de una misión (Hechos 13, 2). La Iglesia en los primeros tiempos conservó las prácticas penitenciales, en el espíritu definido por Jesús, y siempre ha permanecido fiel a esta práctica penitencial, recomendando esta práctica piadosa, con el consejo oportuno de la dirección espiritual.

II. Tenemos necesidad de la penitencia para nuestra vida de cristianos y para reparar tantos pecados propios y ajenos. Nuestro afán por identificarnos con Cristo nos llevará a aceptar su invitación a padecer con Él. La Cuaresma nos prepara a contemplar los acontecimientos de la Pasión y Muerte de Jesús. Con esta devoción contemplaremos la Humanidad Santísima de Cristo, que se nos revela sufriendo como hombre en su carne sin perder su majestad de Dios, y lo acompañaremos por la Vía Dolorosa, condenado a muerte, cargando la Cruz en su afán redentor, por un camino que también nosotros debemos de seguir.

III. Además de las mortificaciones llamadas pasivas, que se presentan sin buscarlas, las mortificaciones que nos proponemos y buscamos se llaman activas. Son especialmente importantes para el progreso interior y para lograr la pureza de corazón: mortificación de la imaginación, evitando el monólogo interior en el que se desborda la fantasía y procurando convertirlo en diálogo con Dios. Mortificación de la memoria, evitando recuerdos inútiles, que nos hacen perder el tiempo (SAN JOSEMARIA ESCRIVÁ, Camino) y quizá nos podrían acarrear otras tentaciones más importantes. Mortificación de la inteligencia, para tenerla puesta en aquello que es nuestro deber en ese momento (Ibídem), y rindiendo el juicio para vivir mejor la humildad y la caridad con los demás. Decidámonos a acompañar al Señor de la mano de la Virgen.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


24. 2004. Servicio Bíblico Latinoamericano

Por varios textos sabemos que Juan el Bautista tenía discípulos. Por lo que nos dice el “prólogo histórico” del Cuarto Evangelio -que merece credibilidad- los primeros seguidores de Jesús eran anteriormente discípulos del Bautista, y hasta es probable que Jesús también lo fuera. También nos dice Marcos, en el texto paralelo, que los fariseos tenían discípulos. Nos encontramos, entonces, ante tres grupos aludidos en este breve relato. Sin embargo, uno de estos “rompe el molde” de lo que era de esperar de un grupo judío: no ayuna. Como es sabido, la característica de Jesús y los suyos es la participación en banquetes, no así el ayuno. El sustantivo “ayuno” sólo aparece una vez en los Evangelios, referido al anciano Simeón (Lc 2,37); el verbo ayunar sólo aparece en esta unidad (en los tres Evangelios), en el ayuno en lo secreto de Mt 6, y muy pocas veces más: los 40 días de ayuno de Jesús (Mt 4,2, que claramente remite al A.T.), y como práctica del fariseo de la parábola en Lc 18,12. El texto está unido a un doble ejemplo que pone Jesús y que es omitido por la liturgia en este día: el ejemplo del paño nuevo en vestido viejo, y del vino nuevo en odres viejos. En ambos se destaca que hay una novedad que no puede “encajar” en las estructuras antiguas. En cierta manera, la omisión de este párrafo quita al texto la novedad que tiene, y lo limita, ya que el acento parece puesto en que “llegará el momento”, mientras que con los ejemplos del paño y el vino el acento está en señalar que son cosas “viejas” que la “novedad” de Jesús volvió inútiles.

Mateo ha modificado el texto que recibió de Marcos cambiando a los “discípulos de los fariseos” por simplemente “los fariseos”. Se ha pensado que podría deberse a que Mateo cree que los fariseos no tienen discípulos, pero en ese caso en 22,16 no los mencionaría. Seguramente, el conflicto de los cristianos con los fariseos, propio de los tiempos del evangelista, influye en esto. Es posible que los dirigentes de la comunidad cristiana, quizás escribas, estén en conflicto con los dirigentes de la comunidad judía; conflicto en los que unos y otros intentan deslegitimarse mutuamente en orden a obtener la credibilidad del pueblo. Acá debemos recordar la frecuencia con que los escribas y fariseos son calificados de “hipócritas” en este Evangelio, lo que no significa que debamos pensar eso mismo de los fariseos de tiempos de Jesús. Un conocido escriturista afirma que “del fariseo histórico (se refiere al de tiempos de Jesús) sabemos menos todavía que del Jesús histórico” (J. P. Meier).

¿Cómo debemos entender lo de los “hijos de la sala de bodas”? Si se refiere a las bodas mesiánicas, mientras Jesús (el esposo) está entre ellos, el acento en que “será quitado” indicaría que cuando terminan las bodas vuelve el tiempo de los ayunos. Pero la pregunta que debemos hacernos, en ese caso, es si han terminado las bodas, ya que estas son imagen del reino que ha comenzado y todavía no ha llegado a su fin. En ese sentido, la imagen de las bodas más que en una lectura alegórica se debe leer como una imagen: los tiempos mesiánicos no son tiempos de ayunos, sino de fiesta; y estamos en los tiempos mesiánicos. Esto se refuerza en el caso del Evangelio de Mateo: éste es particularmente insistente en la presencia de Jesús resucitado en medio de su Iglesia, con lo que podemos decir que Jesús nunca nos “será quitado” ya que “estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo” (28,20).

Los discípulos de Juan, y los fariseos no pueden entender la novedad que Jesús viene a traer, que no es un reino cerrado a un grupo especial, sino un banquete abierto a todos, particularmente a los excluidos por los que se consideraban dueños de las llaves (y esto, con nuevo “color” vale también para los tiempos de la comunidad de Mateo).

Ciertamente las comunidades judeocristianas siguieron con la costumbre del ayuno, como el nuevo modo de encararlo en Mateo 6 lo demuestra, y también algunos textos del s. I (ver Hch 13,3; 14,24; Didajé 1,3), aunque no fuera práctica de otras comunidades, como las paulinas o joánicas. Quizá la importancia que el Primer Evangelio tuvo en la tradición eclesiástica influyó en una revalorización de esta práctica, pero que -no debe perderse de vista- debe tener siempre presente la novedad del Reino y no ser un retorno a prácticas judías, o recurrencia a esquemas estoicos griegos de valorizar el esfuerzo. Es interesante, en este sentido, notar que en las antiguas comunidades donde se mantuvo el ayuno, éste no estaba desligado de la oración, que ayuda a abrirnos a la acción del Espíritu y no creer que es el propio esfuerzo el que alcanza lo pedido, y que, además, unido a la limosna, ayuda a descubrir la urgencia de recordar que todos los hermanos están invitados al banquete del reino que a muchos -cada vez más- se les niega.

Comentario
Ya sabíamos que Jesús y sus discípulos no manifiestan su piedad con ayunos; por el contrario, Jesús participa en banquetes y en esa actitud nos habla de Dios; allí nos dice que Dios quiere incluir a todos, y no sólo a un grupo pequeño, y que además, lo que Dios quiere es la vida y la alegría de todos. El ayuno corría el riesgo de aparecer mostrando lo contrario. Incluso revelar a un grupo pequeño como si fueran los únicos fieles a Dios.

Sin embargo, la tradición de la Iglesia mantuvo el ayuno y es algo que es frecuente reflexionar en tiempo de Cuaresma. ¿Cómo es esto? En primer lugar, no debe entenderse como “dominio de las pasiones”, “autocontrol”, “sacrificio” o cosas por el estilo. El ayuno, para que sea cristiano debe tener referencia al Reino, es decir, a Dios y los hermanos. Si en el ayuno me miro a mí mismo, es más semejante a una dieta o “auto-ayuda” que a un momento religioso. El ayuno debe ser un espacio y tiempo que me recuerdan a Dios y los hermanos y favorezca el encuentro, y por ello me permite mayor dedicación a la oración y la solidaridad. El ayuno puede permitirnos “ahorrar” tiempo y dinero con lo que podemos dedicar más tiempo a Dios (oración) y a los pobres (limosna). Pero no podemos olvidar que Jesús está siempre con nosotros y debemos reconocerlo en la persona de los pobres (Mt 25,31-45), y está presente en la oración de la comunidad (Mt 18,20); por eso el ayuno no es signo de tristeza -porque “el novio” sigue estando, y no se ha ido- sino de la alegría del encuentro y del banquete compartido.


25.

Reflexión

El ayuno siempre ha tenido el sentido de “privación” y de “renuncia”. Veamos hoy el aspecto de la privación. Ayunar consiste esencialmente en privarnos del alimento (origen de la palabra), pero en general es referido a cualquier clase de privación. En este pasaje, Jesús busca redimensionar esta práctica religiosa. ¿Cuál es el sentido del ayuno? Esencialmente: hacerle espacio a Dios en nuestra vida y en nuestro corazón. Por eso, mientras el novio (Jesús) estaba con ellos, no había necesidad de hacerle espacio; cuando él no está más es necesario hacerle espacio para que las cosas de este mundo no terminen llenando el corazón. Dios quiere que el corazón del hombre sea solo para él, pero para ello es necesario vaciarlo de todo lo que se va llenando y que le quita espacio a Dios. Desafortunadamente en la Iglesia le hemos dado al ayuno el sentido que tenía para los discípulos de Juan y los fariseos: Simplemente una práctica religiosa. En esta cuaresma, busquemos ayunar de las cosas que le quitan espacio a Dios en nuestra vida para que al llegar a la Pascua estemos totalmente llenos de Dios.

Que el Señor sea luz y lámpara para tu camino.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


26. ARCHIMADRID 2004

EL AYUNO DE LOS QUE AMAN

“Mirad: el día de ayuno buscáis vuestro interés”. Duras palabras las del profeta Isaías, indignado ante el comportamiento de sus contemporáneos, con todo lo que se refería a cumplir la Ley de Dios. Sin embargo, esta misma tentación la podemos sufrir cada uno. No es otra cosa, sino quedarnos en lo meramente formal. Y es que pensar en una “política de mínimos”, es algo asequible a cualquiera. De esta manera, el “cumplir” para “mentir” no parece que sea la fórmula adecuada del “cumplimiento”. De hecho, todos tenemos experiencia del sabor “agridulce” que hemos de soportar cuando hemos encomendado algo que era importante para nosotros y las personas a quienes se lo hemos pedido, simplemente, se han conformado con realizar el mínimo establecido… ¡Qué lejos esta actitud de aquellos enamorados que, lejos de evadirse de sus responsabilidades, buscan la manera y la forma de que “al otro” no le falte nada!; y, aún más, que el sobrepasarse en “detalles” de cariño no supone ningún esfuerzo añadido, ¡todo lo contrario! En definitiva, qué hermoso resulta “gastarse” por amor.

Resulta además esclarecedora y gratificante, la comparación que pone el propio Jesús a la hora de hablar del ayuno: “¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos?”. Estoy convencido de que el Señor pensaba en Isaías al ver la actitud de aquellos fariseos que, una vez más, querían ponerlo a prueba. Hablar en términos tan humanos como puede ser el de un banquete de bodas, nos sitúa ante la perspectiva de un Dios que no quiere que nada de lo que asume en su propia carne desmerezca. Por el contrario, Jesús se encuentra como “en su salsa” en el momento de acudir a ejemplos o parábolas tomadas de lo más común y ordinario de la vida. Es como si nos estuviera diciendo: ¡Hay que ver lo bien que ha hecho las cosas mi Padre! Y es que Jesús no era, ni por asomo un “puritano”.

Así pues, tú y yo que amamos a Dios (o, por lo menos, lo intentamos), y sabemos que el amor humano nos lleva inexorablemente a pensar en Él como referente, entendemos también el ayuno y la abstinencia, no como una receta o fórmula para ser mejores, sino que nos lleva a convertirlo en verdadero memorial del tiempo que pasó Jesús en la tierra (que es, en definitiva, el amor de nuestros amores). ¿Cuál ha de ser nuestro talante, por tanto?; creo que el salmista lo dice claramente: “Un corazón quebrantado y humillado, tú, Dios mío, no lo desprecias”. Ningún sacrificio satisface a Dios, si antes no va precedido por un verdadero reconocimiento de lo que somos. Volvemos a repetir de que no se trata de formular o encontrar “la manera” de hacer las cosas, sino que, desde lo más íntimo de nosotros, vivir con esa rectitud de intención de poner lo mejor de nosotros en lo que hacemos, en lo que pensamos y en lo que decimos.

¡Alá es grande!, decía un amigo mío. Y es cierto, Dios es mucho mayor que nuestras miserias o nuestros desconciertos. Recuerda que cuando un cristiano pone por obra la profecía de Jesús (“Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán”), entonces las prisiones, los cerrojos, los cepos… y todo aquello que oprime al ser humano, adquiere el verdadero sentido de la justicia; porque no son los hombres los que nos darán la libertad, sino Dios mismo el que nos responderá, y podremos decirle: “Aquí estoy, Señor”. ¿No crees que ésta es la mejor “fórmula” (ya que sigues empeñado en obtener recetas), para “partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne”.


27.

LECTURAS: IS 58, 1-9; SAL 50; MT 9, 14. 15

Is. 58, 1-9. El camino del auténtico profeta no es sólo denunciar la maldad que hay en el mundo, sino proponer, además, caminos que lleven a dar solución a toda esta problemática. El profeta Isaías es enviado a clamar a voz en cuello y a alzar la voz como trompeta para denunciar los delitos y pecados del pueblo de Dios. Pero al mismo tiempo se le envía a invitar al pueblo a romper los yugos opresores, a compartir el pan con los hambrientos, a abrir la casa al pobre sin techo, a vestir al desnudo y a no dar la espalda al propio hermano. El Señor nos hace un fuerte llamado a reconocer a profundidad nuestros propios pecados. Muchos hay que, en nombre de Dios, levantan la voz para hacernos recapacitar sobre nuestra propia maldad, especialmente en este tiempo de gracia. Pero no basta con reconocernos pecadores, y tal vez arrepentidos, o sólo por costumbre, acercarnos a confesar nuestros pecados para recibir el perdón de Dios. El camino de conversión, además de unirnos con Dios, debe unirnos a nuestro prójimo para rectificar, ante él, nuestras actitudes y dejar de causarle mal. Pero no basta dejar de causarle mal, hay que hacerle el bien, hay que extender hacia él nuestras manos para socorrerle en sus necesidades. Entonces seremos realmente imagen de Jesucristo para los demás, pues el Señor no vino a compadecerse de nosotros sólo con palabras, sino a remediar nuestros males, incluso a costa de la entrega de su propia vida. Ese es el mismo camino que ha de recorrer la Iglesia de Cristo.

Sal. 50. Sabemos que somos pecadores; ante el Señor nos tapamos la boca, pues Él conoce lo más profundo de nuestro corazón y sabe que hemos fallado a la Alianza que pactó con nosotros, de que Él sería nuestro Padre siempre fiel en el amor, y nosotros sus hijos, también siempre fieles en el amor. Pero nuestros caminos se desviaron de esa Alianza nueva y eterna. Por eso, citados a juicio, ¿quién podrá permanecer de pie ante el Señor? Que Él tenga compasión y misericordia de nosotros; que Él lave nuestros delitos y nos purifique de nuestros pecados mediante la Sangre de su Hijo, derramada por nosotros. Entonces, libres de la maldad y perdonados de nuestros pecados, no sólo le ofreceremos al Señor un sacrificio agradable, sino que nosotros mismos nos ofreceremos como ofrenda de suave aroma al Señor. Que Él tenga compasión de nosotros, pecadores, que con humildad volvemos hacia Él.

Mt. 9, 14. 15. Dios ha concertado con la humanidad una Alianza Nueva y definitiva, eterna. Cristo entregó su vida para poder presentar la humanidad ante su Padre Dios como a su esposa inmaculada, bella y resplandeciente con la Gloria del mismo Dios. Esto ciertamente nos llena de alegría y nos hace gozar constantemente de este magnífico don. Pero sabemos que muchas veces hemos sido infieles a esa Alianza que Dios pactó con nosotros. Por eso, habiendo perdido al Esposo, hemos de reconocernos pecadores, ayunar y pedir perdón, sabiendo que Dios siempre está dispuesto a perdonar a quienes se acerquen a Él con un corazón sincero. Por eso, este tiempo especial de gracia, debe ayudarnos a reflexionar en el gran amor que Dios nos ha tenido para que volvamos a Él y podamos, algún día, sentarnos en el banquete eterno, donde ya no habrá ni luto, ni llanto, sino alegría y gozo eternos.

El Señor se ha manifestado a nosotros con todo su amor. Él no es primero un sí y luego un no. Lo que Él nos ha dado jamás nos lo quitará. Su amor por nosotros es un amor eterno. La celebración de la Eucaristía nos habla del Señor, tres veces Santo, que se ha acercado a nosotros, no para castigarnos por nuestras culpas, sino para perdonarnos y hacernos partícipes de su propia Vida, de su dignidad de Hijo de Dios y de la Gloria que, como a Hijo unigénito del Padre, le corresponde. Nuestra oración se eleva como un cántico lleno de nostalgia por Aquel que nos ha amado y que esperamos vuelva, lleno de Gloria, al final del tiempo. ¡Ven, Señor Jesús! Mientras, llenos de fe, celebramos este Memorial de su Pascua, sabiendo que Él viene a nosotros, lleno de misericordia, para renovarnos y convertirnos en un signo de su amor salvador en el mundo.

Por eso, quienes hemos unido nuestra vida a Jesucristo, no podemos continuar viviendo bajo el signo del pecado. No podemos llamarnos auténticamente personas de fe en Cristo cuando oprimimos a los demás, o cuando cerramos nuestro corazón ante las necesidades de nuestro prójimo. Con humildad hemos de reconocer nuestros pecados y saber pedir perdón a Dios. Este tiempo especial de gracia, mediante el cual nos encaminamos a la celebración de la Pascua de Cristo, debe llevarnos a celebrar nuestra propia pascua, muriendo al pecado y resucitando a una vida nueva. El Señor hoy nos ha dado un auténtico programa de vida por medio del profeta Isaías. Él nos quiere fraternalmente unidos; Él quiere que no sólo busquemos nuestro propio bien y nuestros propios intereses, sino que abramos los ojos ante el dolor, el sufrimiento y la pobreza de quienes nos rodean y que no les demos la espalda. Quien se preocupa de su prójimo y vela por Él podrá experimentar el perdón de Dios. Entonces, siendo justos ya desde este mundo, al final de nuestra marcha nos encontraremos con la Gloria de Dios para disfrutar de Él eternamente. Pero esto no será posible mientras no reconozcamos que, a causa del pecado, hemos perdido de vista al Señor de nuestra vida, y que necesitamos arrepentirnos, orar, ayunar para tener el corazón dispuesto a recibirlo.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de buscar, con un corazón sincero, al Señor, para poder realizar nuestra vida a imagen del Buen Samaritano que se detuvo ante el hombre golpeado y dejado medio muerto por los salteadores, y que se ocupó de él hasta verlo libre de sus males. Que ese sea el camino de nosotros, que somos su Iglesia, de tal forma que, por medio nuestro, el Señor continúe haciendo el bien a todos. Amén.

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28. Fray Nelson Viernes 11 de Febrero de 2005
Temas de las lecturas: Este es el ayuno que yo quiero * Cuando les quiten al novio, entonces ayunarán.

1. El ayuno
1.1 Una de las prácticas más propias de la cuaresma, desde los primeros siglos del cristianismo, es el ayuno. Pero las raíces de esta práctica se extienden aún más atrás, hasta los tiempos mismos de los profetas y aun de Moisés, que acompañaba su búsqueda contemplativa de la voz divina con severos y prolongados ayunos en el Sinaí.

1.2 Es elocuente un texto que nos da el Éxodo: " Y Moisés estuvo allí con el Señor cuarenta días y cuarenta noches; no comió pan ni bebió agua. Y escribió en las tablas las palabras del pacto, los diez mandamientos. Y aconteció que cuando Moisés descendía del monte Sinaí con las dos tablas del testimonio en su mano, al descender del monte, Moisés no sabía que la piel de su rostro resplandecía por haber hablado con Dios" (Ex 34,28-29). Aquí aparecen los frutos propios de un ayuno santo: conocimiento de la voluntad divina, vigor para predicar, luz de contemplación y de gracia.

2. Ayuno y justicia
2.1 Grandes, pues son los bienes del ayuno, pero como casi todo lo bueno, el ayuno también es susceptible de desfiguración y pérdida de su verdadero sentido. Es lo que denuncia Isaías en su vigoroso texto de la primera lectura de hoy: "utilizan el día del ayuno para hacer lo que les da la gana y explotar a sus trabajadores; ayunan entre pleitos y riñas golpeando criminalmente con el puño". Lo grave aquí no es ayunar, sino utilizar el día de ayuno para hacer prevalecer los propios intereses. La maldad está en aparentar, de modo que el corazón se endurece precisamente cuando se muestra como más piadoso y atento al querer de Dios.

2.2 Es así entonces que lo primero que debe ayunar es la injusticia. Antes que abstenerse de alimentos hay que abstenerse de pecados, sobre todo de los que lastiman a los hermanos, empezando por los más pobres. Y es lógico: ¡hermoso es sobre toda hermosura abstenerse de alimentos si el motivo es no sólo purificar el propio cuerpo y la propia alma sino ante todo compartirlos con los que no los tienen! Así entendemos cómo la perfección del ayuno está en la caridad a la que dispone.

3. Educarnos en la tristeza
3.1 Jesús nos muestra otro rostro del ayuno en su evangelio. El ayuno tiene un rasgo de tristeza que no hay que quitarlo sino saberlo entender. La cuaresma es, según esto, un tiempo para aprender a entristecernos, aunque ello suene extraño.

3.2 La tristeza es señal de desprendimiento o de pérdida, pero si se mira mejor e suna señal de amor. Son nuestros amores los que nos hacen sufrir y los que nos hacen llorar. Aprender a entristecerse es mejorar la calidad del propio amor y de las propias lágrimas. Cuando Cristo nos haga falta hasta hacernos llorar y suspirar por su presencia, el corazón estará listo para recibir su visita, agradecer su sonrisa y fundirse en su alma bendita y bienaventurada.


29. La conversión del corazón

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez

Reflexionar es una conversión que no debe ser solamente una conversión exterior, sino que debe ir sobre todo hacia la conversión del corazón. La conversión del corazón que viene a ser el núcleo de toda la Cuaresma, es vista por la Escritura, como un momento de elección por parte del hombre que debe dirigir a Alguien. La pregunta es: ¿A quién dirigimos el corazón? ¿Hacia quién me estoy dirigiendo yo? En este período en el cual la Iglesia nos invita a reflexionar más profundamente tenemos que preguntarnos: ¿Hacia dónde voy yo?

En la primera lectura Dios pone delante del pueblo de Israel el bien y el mal, diciéndole que puede elegir, decir a quién quiere servir, qué quiere hacer de su vida. Tú también vas a decidir si quieres vivir tu vida amando al Señor tu Dios, escuchando su voz, adhiriéndote a Él, o vas a tener un corazón que se resiste. Es en lo profundo de nuestra intimidad donde acabamos descubriendo hacia quién estamos orientando nuestra vida.

La Escritura nos habla por un lado de un corazón que se resiste a Dios y por otro lado de un corazón que se adhiere a Dios. Mi corazón se resiste a Dios cuando no quiero ver su gracia, cuando no quiero ver su obra en mi vida, cuando no quiero ver su camino sobre mi existencia. Mi corazón se adhiere a Dios, cuando en medio de mil inquietudes, vicisitudes, en medio de mil circunstancias yo voy siendo capaz de descubrir, de encontrar, de amar, de ponerme de delante de Él y decirle: “aquí estoy, cuenta conmigo”.

Jesús en el Evangelio nos presenta esta elección, entre resistencia del corazón y la adhesión del corazón como una adhesión por Él o contra Él: “El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue su cruz cada día y se venga conmigo.” Una conversión que no es solamente el cambiar el comportamiento; una conversión que no es simplemente el tener una doctrina diferente; una conversión que no es buscarse a sí mismo, sino seguir a Jesucristo. Esta es la auténtica conversión del corazón.

Jesús pone como polo opuesto, como manifestación de la resistencia del corazón el querer ganar todo el mundo. ¿Qué prefieres tú? ¿Cuál es la opción de tu vida, cuál es el camino por el cual tu vida se orienta, ganar todo el mundo si no te ganas a ti mismo?, pero si has perdido a base de la resistencia de tu corazón lo más importante que eres tú mismo, ¿cómo te puedes encontrar?. Solamente te vas a encontrar adhiriéndote a Dios.

Deberíamos entrar en nuestra alma y ver que estamos ganando o qué estamos perdiendo, a qué nos estamos resistiendo y a quién nos estamos adhiriendo. Este es el doble juego que tenemos que hacer y no lo podemos evitar. Nuestra alma, de una forma u otra, se va a orientar hacia adherirse a Dios, automáticamente está construyendo en su interior la resistencia a Dios. El alma que no busca ganarse a sí misma dándose a Dios, está automáticamente perdiéndose a sí misma.

Son dos caminos. A nosotros nos toca elegir: “Dichoso el hombre que confía en el Señor, éste será dichoso; en cambio los malvados serán como paja barrida por el viento. El Señor protege el camino del justo y al malo sus caminos acaban por perderlo”: ¿Qué camino llevo en este inicio de Cuaresma? ¿Es un camino de seguimiento? Me dice Nuestro Señor: ¿Eres de los que quieren estar conmigo, de los que quieren adherirse a Mí? ¿O eres de los que se resisten?


30.

Entonces se le acercaron los discípulos de Juan diciendo: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos con frecuencia y en cambio tus discípulos no ayunan? Jesús les respondió: ¿Acaso pueden estar de duelo los amigos del esposo mientras el esposo está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el esposo; entonces ayunarán. (Mt 9, 14-15)

I. Entonces ayunarán. Jesús, en esta época del año la Iglesia recomienda ser más generoso con la mortificación en general, y en concreto, con el ayuno. Los tiempos y los días de penitencia a lo largo del tiempo litúrgico (el tiempo de Cuaresma, cada viernes en memoria de la muerte del Señor) son momentos fuertes de la preactica penitencial de la Iglesia. Estos tiempos son particularmente apropiados para los ejercicios espirituales, las liturgias penitenciales, las peregrinaciones como signo de penitencia, las privaciones voluntarias como el ayuno y la limosna, la comunicación cristiana de bienes (obras caritativas y misioneras)1. ¿Por qué la cuaresma es uno de los momentos fuertes de la práctica penitencial? Porque sólo ejercitándome en la penitencia seré capaz de apreciar lo que va a ocurrir en la Pascua, y la Cuaresma tiene por finalidad preparar la celebración del Misterio Pascual durante la Semana Santa.

En la Semana Santa, Jesús, vas a morir por mí, clavado en una cruz, después de ser azotado por todo el cuerpo con una dureza tal que era suficiente para que el condenado muriera ahí mismo. Y ese sacrificio tan cruel fué no sólo aceptado por Ti, sino querido. ¿Cómo se entiende esto? Simplemente no se entiende, a no ser que empiece yo mismo a ser más mortificado. La mortificación voluntaria por mootivo sobrenatural no es una locura, no es masoquismo: es el camino de la unión contigo en la Cruz.

Una buena mortificación es la mortificación en las comidas: comer un poco menos de lo que me gusta más o un poco más de lo que me gusta menos, y ofrecértelo. No se trata tanto de hacer una gran mortificación un día, como de hacer cada día alguna cosa pequeña. Esta práctica, hecha con constancia, !cómo me ayuda a dominar mis sentidos, a ser más señor de mí mismo y, por lo tanto, a ser más libre y más capaz de amar a los demás!

II. Hemos de recibir al Señor, en la Eucaristía, como a los grandes de la tierra, ¿mejor!: con adornos, luces, trajes nuevos... -Y si me preguntas qué limpieza, qué adornos y qué luces has de tener, te contestaré: limpieza en tus sentidos, uno por uno, adorno en tus potencias, una por una, luz en toda tu alma 2. Días vendrán en que les será arrebatado el esposo; entonces ayunarán. Jesús, estás hablando de tu muerte violenta en la cruz, en esa misma muerte que se repite, sin derramamiento de sangre, en la Santa Misa cada día, Jesús, en la Misa, además de entregarte de nuevo a Dios Padre por mí, como en el Calvario, te conviertes en alimento. es el sacramento de la Eucaristía.

¿Cómo te he de recibir, Jesús, sabiendo quien eres?; ¿qué limpieza, qué adornos y qué luces: qué disposiciones? Limpieza en tus sentidos, uno por uno; adorno de tus potencias, una por una; luz en toda tu alma. He de purificar los sentidos para que no me dominen; he de adornar las potencias-inteligencia,memoria,voluntad,imaginación- de modo que entiendan y gusten lo espiritual; y he de tener, en el alma, la luz de la gracia de Dios.

Jesús, el tiempo de Cuaresma es un tiempo de purificación, que significa un tiempo para colocar los sentidos y las potencias en el lugar que les corresponde: al servicio de la persona, y no al mando. Cuando un hombre se deja llevar por la vista, la imaginación, o el gusto; cuando un hombre no tiene voluntad para hacer lo que debe, o no quiere formar su inteligencia para saber mejor qué es lo que debe hacer; ese hombre es...un pobre hombre. Y, por tanto, también será un pobre cristiano. Por eso, es necesario luchar más, esforzarse más en adquirir esas virtudes tan propias del que se sabe hijo de Dios: la sobriedad, la pureza, el espíritu de servicio, la fortaleza, el orden, el estudio.
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Notas

1. Catecismo, 1438.
2. Forja, 834.

Meditación extraída de la colección “Una cita con Dios”, Tomo II, Cuaresma por Pablo Cardona.