JUEVES DE CENIZA
Deuteronomio
30,15-20.
Hoy pongo delante de ti la vida y la felicidad, la muerte y la desdicha. Si
escuchas los mandamientos del Señor, tu Dios, que hoy te prescribo, si amas al
Señor, tu Dios, y cumples sus mandamientos, sus leyes y sus preceptos, entonces
vivirás, te multiplicarás, y el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde
ahora vas a entrar para tomar posesión de ella. Pero si tu corazón se desvía y
no escuchas, si te dejas arrastrar y vas a postrarte ante otros dioses para
servirlos, yo les anuncio hoy que ustedes se perderán irremediablemente, y no
vivirán mucho tiempo en la tierra que vas a poseer después de cruzar el Jordán.
Hoy tomo por testigos contra ustedes al cielo y a la tierra; yo he puesto
delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida, y
vivirás, tú y tus descendientes, con tal que ames al Señor, tu Dios, escuches su
voz y le seas fiel. Porque de ello depende tu vida y tu larga permanencia en la
tierra que el Señor juró dar a tus padres, a Abraham, a Isaac y a Jacob.
Salmo
1,1-4.6.
¡Feliz el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni se detiene en el
camino de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los impíos,
sino que se complace en la ley del Señor y la medita de día y de noche!
El es como un árbol plantado al borde de las aguas, que produce fruto a su
debido tiempo, y cuyas hojas nunca se marchitan: todo lo que haga le saldrá
bien.
No sucede así con los malvados: ellos son como paja que se lleva el viento.
porque el Señor cuida el camino de los justos, pero el camino de los malvados
termina mal.
Evangelio según San Lucas
9,22-25.
"El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los
ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y
resucitar al tercer día". Después dijo a todos: "El que quiera venir detrás de
mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque
el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la
salvará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde y arruina
su vida?
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
1ª LECTURA: Dt 30, 15-20
2ª LECTURA: Lc 9, 22-25
Paralelos: /Mt/16/21-27 /Mc/08/31-38
1.
El tema de los dos caminos, el de la vida y el de la muerte, es muy típico de las literaturas religiosas de la antigüedad. La vida y la felicidad dependen de la obediencia a los mandamientos del Señor. El camino de la muerte y de la desgracia parte del corazón desviado, de la idolatría. La llamada de Dios es una opción que coloca al hombre ante el dilema de la bendición o la maldición divinas. El Señor exhorta amablemente a escoger la senda buena.
MISA DOMINICAL 1990/05
2.
En el evangelio de hoy, Jesús propone la cruz como un camino, una vía hacia la plenitud de la "vida": es preciso que el Hijo del hombre padezca mucho para entrar en su gloria: "muerte» que conduce a "resurrección".
-Yo
te propongo HOY vida y felicidad, muerte y desgracia.
Escucho, Señor, tu palabra, pronunciada ya por Moisés.
La repito en mi interior, como si la oyera directamente de Ti, HOY.
Tú respetas mi libertad.
Propones la vida y la felicidad... o bien me abandonas a mi muerte y a mi desgracia. No te impones.
Pero queda claro que lo que Tú deseas para nosotros es la vida y la felicidad. Estoy ante mi jornada de HOY. Que no deje para mañana esa decisión, esa elección por hacer. ¿Escojo la vida y la felicidad, sí o no?
-Si
escuchas... al Señor, vivirás.
Si amas...
Si tu corazón se desvía... perecerás.
Si no escuchas...
Escuchar a Dios, será el esfuerzo de toda mi cuaresma, será la elección de la vida y la felicidad.
De ese modo, la cuaresma, a pesar de ciertas apariencias y de ciertos hábitos, no está orientada primordialmente hacia el sacrificio... sino hacia "la vida y la felicidad". Es un tiempo de vitalidad, de expansión humana y cristiana... y de ningún modo es un tiempo de morosidad y de tristeza.
Pascua está ya al final del camino: ¡vivirás!
Pero, Señor, escucho también la segunda frase, la frase de amenaza. Sé que nos tomas en serio, y que tendrás en cuenta mi elección. Me pedirás cuentas de mi rechazo: «Si no me escuchas, perecerás». Más allá del castigo exterior, en el hecho mismo del rechazo de Dios está inscrito una especie de castigo.
Ayúdame, ayúdanos, Señor, a nunca jamás desviarnos voluntariamente de ti. Sería perecer.
-Te propongo la vida o la muerte, la bendición o la maldición: ¡escoge pues la vida! a fin que vivas amando al Señor, tu Dios.
Lo que Dios quiere, lo que preferiría que eligiéramos... está muy claro: ¡es la vida! Te doy gracias, Señor, por repetirme tan a menudo, y tan fuertemente esas cosas, la Salvación, la Liberación, la Redención... Tu voluntad es darnos la vida y la felicidad. Jesús ha venido sólo para esto.
¿Qué debo hacer, para que así sea?
Escuchar los mandamientos de Dios, vivir unido a El, caminar según sus sendas, amar al Señor.
-Dichoso el hombre que medita la Ley del Señor. Es como un árbol cuyo follaje no se mustia jamás y que da el fruto a su tiempo.
Son palabras del Salmo 1 que leemos hoy. Hay que leerlo entero, y llevarlo a la oración. Dios hizo al hombre para la "vida", para «no mustiarse», para «dar fruto sabroso». La cuaresma también...
NOEL
QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD-
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 96 s.
3.
No olvidemos que la Cuaresma es camino hacia la Pascua. Este misterio de muerte y vida llega a la existencia íntima del cristiano. El discípulo de JC debe abrazarse a la cruz para encontrar la vida. De nada sirve ganar el mundo si uno se pierde.
Únicamente muriendo a nosotros mismos tendremos la senda de la libertad y de la alegría verdaderas.
MISA DOMINICAL 1990/05
4. VCR/CZ V/GANAR-PERDER:
La cercanía del amor a la cruz es esencial a la vida cristiana.
Jesús amor, en medio de un mundo de pecado, origina la oposición y el rechazo.
Toda la razón de ser de Jesús es amar, su misión es amar y dar la vida a los hombres. Pero el pecado de los hombres unirá esta misión a la muerte.
Dios quiere que su Hijo sufra; pues quiere que ame y dé la vida por todos (Is 53.) La muerte de Jesús no es la meta, es sólo el paso para la "Vida".
Como Jesús, los discípulos deben amar, vivir para los demás, en medio del egoísmo del mundo. Esto es dar la vida, enterrarse cada día en el don teniendo como apoyo la esperanza.
Dar la vida, morir, es vivir para el cristiano. Es realizarse en el don total, enterrarse en el surco, en la esperanza de una primavera que está más allá de nuestra muerte. Este vivir en la muerte es duro cuando se piensa en el camino de los triunfalismos. Es más fácil destruir a los otros que construirlos, cuando la condición para ello es la propia muerte.
El vivir cristiano es una continua cercanía a la cruz. Morir es vivir, ganar el mundo es perderlo, amar la propia vida es odiarse. Sólo el que se abraza con la muerte por el amor a los otros pasa más allá de la muerte y entra en la vida de Aquél que venció a la muerte.
COMENTARIOS BIBLICOS-4.Pág. 120
5. CZ/SEGUIMIENTO:
Este pasaje, íntimamente ligado al anuncio de la Pasión, contiene el enunciado de las condiciones para seguir a Jesús por el nuevo camino que se prepara a recorrer.
Jesús no se ha limitado a mostrar la necesidad escatológica de sus propios sufrimientos; ha preparado también a los discípulos para aceptar de la misma forma una vida de pruebas. Para ilustrar estas enseñanzas, Lucas ha compuesto en torno a este tema una especie de antología, un tanto artificial, de sentencias de Cristo.
Los verbos renunciar, cargar con la cruz, seguir a Cristo son sinónimos. Designan, cada uno a su manera, en qué consiste lo esencial de la vida cristiana. Si Jesús está abocado al escarnio de la Cruz por sus ideas revolucionarias, advierte a los suyos que no podrán sustraerse a esa misma suerte si siguen siendo fieles a sus enseñanzas. Por consiguiente, hay que renunciar a toda seguridad personal y aceptar los consejos del Maestro (sentido rabínico de la expresión: "seguir a alguien"), no sólo en teoría sino en la práctica de la vida ("llevar su cruz").
En este sentido, salvar su vida equivale a abandonar el grupo de Cristo -considerado demasiado peligrosamente revolucionario- para asegurarse; perder su vida es arriesgarla conservando su pertenencia al grupo de los discípulos. Pero ese riego no puede correrse sino en completa solidaridad total a la persona de Jesús ("a causa de Mí").
Mantenida a lo largo de una vida terrestre, esa solidaridad con Jesús implicará una participación activa en su resurrección y en su reino escatológico. Así termina para todo cristiano el misterio pascual: lo que Cristo vive muriendo y resucitando se convierte en condición de todos sus discípulos, que han de portar su cruz para vivir con Él en la gloria.
MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA III
MAROVA MADRID 1969.Pág.
8
6.
Seguir a Jesús se identifica con perder la vida. En un lenguaje evidentemente cristiano, la iglesia representa simbólicamente esa actitud con la exigencia de cargar la cruz de cada día. El gesto de Jesús que sube con su cruz hacia el Calvario y muere aplastado por su peso se convierte en la verdad universal, el principio de interpretación en que se basa toda nuestra historia.
Los modelos de las viejas religiones de la tierra ya no sirven. Por eso la grandeza del hombre no consiste en trascender la finitud de la materia, subiendo hasta la altura del ser de lo divino (mística oriental) ni consiste en identificarnos sacramentalmente con las fuerzas de la vida que laten en la hondura radical del cosmos (religión de los misterios) ni es perfecto quien cumple la ley hasta el final (fariseísmo) ni el que pretende escaparse del abismo de miseria del mundo, en la esperanza de la meta que se acerca (apocalíptica)...
Frente a todos los posibles caminos de la historia de los hombres, Jesús nos ha trazado su camino: "El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo". Cargar la cruz de Jesús significa escuchar su mensaje del reino, adoptar su manera de ser y cumplir hasta el final la urgencia de su ejemplo: ofrecer siempre el perdón, amar sin limitaciones, vivir abiertos al misterio de Dios y mantenerse fieles, aunque eso signifique un riesgo que nos pone en camino de la muerte.
Desde esta exigencia, la iglesia se definirá como el conjunto de los hombres que se mantienen unidos en el recuerdo de Jesús y han tomado su gesto personal como la norma de conducta. En esta perspectiva es imposible dictar unas leyes de moral objetiva a la que todos deban someterse. La verdadera ley (la norma final) es siempre el Cristo: su mensaje de evangelio y su camino de amor hasta la muerte.
Sobre ese fondo, la ley de Jesús se puede traducir de la siguiente forma: se gana en realidad aquello que se pierde, es decir, lo que se ofrece a los demás, aquello que se sacrifica en bien del otro. Por el contrario, todo aquello que los hombres retienen para sí de una manera cerrada y egoísta lo han perdido. La concreción de esta manera de vida es el "Calvario": resucita lo que ha muerto en bien del otro.
No olvidemos que toda esta ley de la existencia cristiana se formula y tiene sentido como expansión de la verdad de Cristo. Sin su muerte y resurrección todas estas palabras no serían más que un sueño sin sentido.
COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA
NT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 1306 s.
7.
La cruz es el camino hacia la plenitud de la vida, y la condición indispensable para seguir a Jesús.
-Jesús decía a sus discípulos: "Es preciso que el Hijo del Hombre padezca mucho y que sea rechazado por los ancianos, y por los príncipes de los sacerdotes, y por los escribas y sea muerto y resucite al tercer día.
Desde el segundo día de cuaresma, la liturgia nos sitúa delante de lo esencial de la cuaresma: es una subida hacia la Pascua... una marcha hacia la vida en plenitud... una ascensión hacia las cumbres de la alegría, del gozo...
Dios se propone que tengamos vida, felicidad... Pascua está al final del camino. Yo voy hacia la Pascua.
Pero el camino es la cruz, es el sufrimiento y la renuncia. Un solo modelo, un solo principio, un solo esfuerzo cuaresmal: imitar a Jesús, seguir el camino que El siguió.
De ahí la importancia primordial de la oración, de la meditación, para poner realmente a Cristo ante nuestros ojos, en nuestros corazones y en nuestras vidas.
-Si alguno quiere venir en pos de mí...
Tú has sido el primero en pasar por ello, Señor.
Quisiera vivir esos cuarenta días a tu lado, contigo "siguiéndote".
-"En verdad ¿quieres acompañarme?
-Bien lo quisiera, Señor. Dame ánimo y valor para ello.
-Niéguese a sí mismo...
Es verdad, paso demasiado tiempo "pensando en mí"; y sin embargo sé muy bien que esa postura es contraria al amor.
Amar es olvidarse... no pensar más en sí mismo... ser y vivir para los demás.
Dios es amor. Por esto renunció a sí mismo, por amor nuestro. "No hay amor mayor que el de dar la vida por aquellos que ama". "Siendo de condición divina no quiso ávidamente mantenerse igual a Dios, sino que se anonadó...". Jesús es el hombre que de una manera total, definitiva e infinitamente, ha renunciado a sí mismo... para estar total, definitiva e infinitamente vuelto hacia los demás.
Jesús vuelto hacia el Padre.
Jesús vuelto hacia sus hermanos.
-Tome cada día su cruz...
Amar es crucificante... pero es también expansionante. Paradoja de la cruz.
Vivir según el evangelio no es una vida "en agua de rosas": es una vida que requiere valentía, energía, vigor, ascesis.
-Y me siga..
¡Tú caminas delante, Señor! Tú, el primero, has renunciado a ti mismo.
-Tú me dices: "No es en broma que Yo te he amado."
-Lo sé. Y yo ¿qué seré capaz de hacer, en cambio?
-Quien quisiere salvar su vida la perderá; Pero quien perdiere su vida por amor a mí, la salvará.
¿Qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo, si él se pierde y se condena?
El sacrificio no es pues un valor en sí mismo. No se trata de renunciar por el placer de renunciarse. La renuncia es negativa.
Su finalidad es positiva: se trata de "salvarse"...
El hombre no se expansiona sino dándose, renunciando a sí mismo, pero la renuncia conduce a la expansión, en plenitud.
NOEL
QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág.
100 s.
8.
Jesús veía claro que no se podría evitar el sufrimiento, la cruz. Él no la buscaba, pero la veía inevitable. Si seguía adelante con su propuesta, si se mantenía firme en su predicación a pesar de las presiones, tarde o temprano el conjunto de la realidad social iba a caer sobre él. En ese sentido era fácil "predecir su pasión". Ésta no le sorprendió a Jesús. Sin duda que tuvo que meditar mucho en ella. Y, lógicamente, compartió esos temores y angustias con sus discípulos, así como también compartió con ellos su firme decisión de mantenerse firme y fiel a la misión que el Padre le había encomendado.
El desenlace de la pasión de Jesús, tuvo para los judíos la consecuencia de ser un hecho maldito. Les resultaban ignominiosos todos los hechos que rodearon al condenado: su ilegalidad, el ser desnudado y el haber sido sometido al escarnio público... Como era sabido, sólo era sometido a tal desvergüenza quien cometiera delitos políticos, es decir, quien se atreviera a cuestionar o a proponer cambios a las estructuras políticas del poder romano. Los judíos, que hubieran podido condenar a Jesús por otros delitos, usando otros medios, acusándolo de blasfemo por ejemplo, se empeñan en que lo juzgue el poder político, para someterlo a más vejámenes.
Si el discípulo evita seguir a Jesús para no afrontar las ignominias y las desvergüenzas a las que lo someterán los opresores sociales, a la hora del encuentro final con el Padre, los ángeles, los santos y toda la comunidad, Jesús también se va a avergonzar de él. En este sentido ser discípulo de Jesús no va a ser en este mundo ninguna gloria, pero de cara a la redención de la humanidad, el proyecto del Reino es lo único que nos puede salvar a todos. ¿Por qué otra Causa vale tanto la pena vivir y luchar como por la que Jesús nos propone (¡el amor, el Reino!)? ¿Y de qué sirve gastar la vida en la búsqueda de otra cosa que no sea el amor? ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se malogra a sí mismo?
SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO
9.
Hoy es un tiempo que nos invita a tener distintivos, a cargar marcas, a identificarnos con un símbolo global y globalizante, estamos en la aldea global. El mundo entero está cada vez más cerca de cada cual para ofrecernos todas las posibilidades de éxito, sin detenerse en barreras éticas. Pero Jesús, nos dice a todos (el texto expresa que se dirigió a todos), que tomemos la cruz, la de cada día, y que vayamos tras El. ¡Qué propuesta tan diferente! Tan diferente, que una conduce a la muerte y la otra a la vida. ¡Cargar cada día la cruz! No la cruz de plata, oro o madera que puede llevarse externamente al cuello o en la solapa. Es la cotidianidad, lo diario, lo de los otros y otras, lo que hay que asumir para luego caminar tras el Maestro.
La pregunta final del Evangelio de hoy: ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si al final pierde su alma o se malogra? es la que nos debemos hacer. Muchos hombres y mujeres ya se la hicieron en la historia y qué cambios tan radicales se presentaron en sus vidas. Ponemos dos ejemplos: Ignacio de Loyola, Antonio María Claret.
SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO
10.
1. Moisés dirige a su pueblo un discurso, cuyo resumen leemos hoy. Les dice que les vendrá toda clase de bendiciones si son fieles a Dios. Pero si no lo son les esperan desgracias de las que ellos mismos tendrán la culpa.
Se lo plantea como una alternativa ante una encrucijada en el camino. Si siguen la voluntad de Dios, van hacia la vida; si se dejan arrastrar por las tentaciones y adoran a dioses extraños, están eligiendo la muerte.
Es lo mismo que dice el salmo responsorial, esta vez con la comparación de un árbol que florece y prospera si sabe estar cerca del agua:
«dichoso el que ha puesto su confianza en el Señor, que no entra por la senda de los pecadores... será como árbol plantado al borde de la acequia»,
«no así los impíos, no así: serán paja que arrebata el viento; porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal».
2. También Jesús nos pone ante la alternativa. El camino que propone es el mismo que él va a seguir. Ya desde el inicio de la Cuaresma se nos propone la Pascua completa: la muerte y la nueva vida de Jesús. Ese es el camino que lleva a la salvación.
Jesús va poniendo unas antítesis dialécticas que son en verdad paradójicas: el discípulo que quiera «salvar su vida» ya sabe qué tiene que hacer, «que se niegue a si mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo». Mientras que si alguien se distrae por el camino con otras apetencias, «se pierde y se perjudica a sí mismo». «El que quiera salvar su vida, la perderá. El que pierda su vida por mi causa, la salvará».
3. a) La Cuaresma es tiempo de opciones. Nos invita a revisar cada año nuestra dirección en la vida. Desde la Pascua anterior seguro que nos ha crecido más el hombre viejo que el nuevo. Tendemos más a desviarnos que a seguir por el recto camino. En el camino de la Pascua no podemos conformarnos con lo que ya somos y cómo vivimos.
Esa palabrita «hoy», que la Ia lectura repite varias veces, nos sitúa bien: para nosotros el «hoy» es esta Cuaresma que acabamos de iniciar. Nosotros hoy, este año concreto, somos invitados a hacer la opción: el camino del bien o el de la dejadez, la marcha contra corriente o la cuesta abajo.
Si Moisés podía urgir a los israelitas ante esta alternativa, mucho más nosotros, que hemos experimentado la salvación de Cristo Jesús, tenemos que reavivar una y otra vez -cada año, en la Pascua- la opción que hemos hecho por él y decidirnos a seguir sus caminos. También a nosotros nos va en ello la vida o la muerte, nuestro crecimiento espiritual o nuestra debilidad creciente. Ahí está nuestra libertad ante la encrucijada, una libertad responsable, siempre a renovar: como los religiosos renuevan cada año sus votos, como los cristianos renuevan cada año en Pascua sus compromisos bautismales.
Todos tenemos la experiencia de que el bien nos llena a la larga de felicidad, nos conduce a la vida y nos hace sentir las bendiciones de Dios. Y de que cuando hemos sido flojos y hemos cedido a las varias idolatrías que nos acechan, a la corta o a la larga nos tenemos que arrepentir, nos queda el regusto del remordimiento y padecemos muchas veces en nuestra propia piel el empobrecimiento que supone abandonar a Dios.
b) Claro que el camino que nos propone Jesús -el que siguió él- no es precisamente fácil. Es más bien paradójico: la vida a través de la muerte. Es un camino exigente, que incluye la subida a Jerusalén, la cruz y la negación de sí mismo: saber amar, perdonar, ofrecerse servicialmente a los demás, crucificar nuestra propia voluntad: «los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias» (Ga 5,24). Pero es el camino que vale la pena, el que siguió él. La Pascua está llena de alegría, pero también está muy arriba: es una subida hasta la cruz de Jerusalén. Lo que vale, cuesta. Todo amor supone renuncias.
En el fondo, para nosotros Cristo mismo es el camino: «yo soy el camino y la verdad y la vida».
Celebrar la Eucaristía es una de las mejores maneras, no sólo de expresar nuestra opción por Cristo Jesús, sino de alimentarnos para el camino que hemos elegido. La Eucaristía nos da fuerza para nuestra lucha contra el mal. Es auténtico «viático», alimento para el camino. Y nos recuerda continuamente cuál es la opción que hemos hecho y la meta a la que nos dirigimos.
«Que tu gracia inspire, sostenga y acompañe nuestras obras» (oración) 20
«Elige la vida y vivirás, pues el Señor tu Dios es tu vida» (1ª lectura)
«Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor» (salmo)
«El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo» (evangelio)
«Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renúevame por dentro» (comunión)
J.
ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 2
La Cuaresma día tras día
Barcelona 1997. Pág. 17-20
11. CLARETIANOS 2002
Queridos amigos:
La historia de los dos caminos es la historia del hombre: bien y mal, maldición
y bendición, fidelidad e idolatría, vida y muerte, obediencia y traición, la
senda ancha y la estrecha,... Así lo expresa el Deuteronomio y deja las cosas
muy claras al pueblo de Israel. En la elección se juega su futuro y su vida.
Dicen que la vida la pasamos eligiendo, haciendo opciones pequeñas o grandes: pedir una tónica o contraer matrimonio; ver un partido de fútbol o hacer la profesión perpetua. Ser cristiano no es una opción pequeña, sino de las fundamentales, o mejor, la fundamental. Pero al océano de esta vida se llega por los riachuelos de las decisiones cotidianas. Porque a ser cristiano no se llega por enchufe ni por recomendación. Ser cristiano no es un cargo honorífico, ni un doctorado honoris causa. No hay clase business. No hay personas de primera velocidad. Hay condiciones claras que se resumen en tres líneas: "El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar la vida, la perderá; pero el que pierda la vida por mi causa, la salvará". Resulta curioso que sean sinónimos cosas tan distintas: seguir a Jesús y cargar con la cruz; perder la vida por Cristo y ganarla definitivamente. Son de esas paradojas que tanto gustaban a Jesús para hacer resaltar la fuerza y la originalidad de su mensaje.
La cruz es otra palabra que se haya muy presente en nuestro lenguaje. Y más en Cuaresma. Hay una postal de Paulinas en la que al lado de un payaso que dobla su espalda en 90 grados se lee la siguiente frase: "no pidas una carga ligera, pide unas espaldas fuertes para llevarla". Dicen que cada uno llevamos la cruz a nuestra medida, pero me resisto a creerlo cada vez que me siento a ver el telediario por la noche y me encuentro con el último terremoto de Turquía, la sangría en Israel, catástrofes + guerras + corrupción siempre en los países más pobres, las caceroladas de Argentina,... Parece que hay demasiadas personas que llevan exceso de cruz en su vida. Y, sin embargo, decimos que el Dios de la misericordia sufre también. Pero eso no nos consuela. Lo que sí cambia la situación es que Jesús, que sufre con los hombres, no ha sucumbido al dolor, al sufrimiento y la muerte. Desde entonces una luz rompe la noche. Hay razón para nuestra esperanza.
Hoy, por ser primer día de la Cuaresma, trata de
aligerar la cruz de algún hermano. Será seguramente una opción pequeña, gris e
irá por la senda estrecha. Pero ten por cierto que será de esas que llegan a
formar una opción fundamental, luz ante el mundo, senda ancha para llegar a
participar del futuro de la Vida.
Cordialmente,
Carlos (carlosoliveras@hotmail.com)
12. CLARETIANOS 2003
Desde el inicio de la Cuaresma se nos ofrece el
programa del camino hacia la Pascua. Un camino que tiene que ver no sólo con la
celebración litúrgica, sino sobre todo con la experiencia de la vida y de la
muerte, que los hombres vamos acumulando a lo largo y ancho de nuestros días. En
el programa entra de lleno el que tratamos de celebrar lo que intentamos vivir,
para poder vivir auténticamente y en profundidad lo que celebramos. Si no fuera
así, nuestra celebración se convertiría en un rito vacío de contenido.
La lectura del libro del Deuteronomio nos exhorta a elegir entre dos
posibilidades: la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Y nos insta a
que elijamos la vida y no la muerte; la bendición y no la maldición. Pero la
vida y la bendición que tienen su origen, su itinerario y su término en Dios. Y
se nos propone cómo hacerlo: amando al Señor, pegándonos a Él, escuchando su voz
y siguiendo sus caminos. Para lo cual es imprescindible arraigarse en la plena
confianza de que el Señor es el Dios de la vida, el Dios de Abraham, de Isaac y
de Jacob, Dios de vivos y fuente de la vida. Frente a los ídolos, que están
muertos y provocan la muerte a quienes confían en ellos y a otros muchos que se
colocan en su línea de influencia, Dios está vivo y activo para cuidar de la
vida y llevarla hasta la plenitud.
Quien vive esta fe, después de haberla hecho experiencia propia, puede llegar a
decir: ¡Vale la pena amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con
todas las fuerzas! ¡Vale la pena apegarse a Él, como el musguito a la piedra, en
confianza absoluta y radical! ¡Vale la pena prestarle atenta escucha y
convertirse en oyente de su Palabra, poniéndose en sus manos amorosas como un
niño en brazos de su madre! ¡Vale la pena seguir sus caminos, aun cuando no sean
nuestros caminos y aun cuando ponga éstos patas arriba! Quien se arraiga en este
suelo nutricio experimentará progresivamente que, cuanto emprende, tiene buen
fin, tal como promete el salmo responsorial, y vivirá en la esperanza de que su
vida será como un árbol plantado al borde de la acequia, que da fruto en su
sazón y no se marchitan sus hojas..
Un inexperto en recorrer caminos de Evangelio —no olvidemos que la Cuaresma era
un tiempo de preparación para que los catecúmenos accedieran al bautismo— podría
pensar que se trata de un itinerario rectilíneo. A él habría que decirle que
nada hay más lejos de la realidad. Que el Dios de la Vida y Padre de Jesús es
sorprendente y siempre mayor.
Las palabras de Jesús en el evangelio de Lucas pueden ser expresión de esta
sorpresa a la que el Dios de la Vida nos somete. Con ellas Jesús, después de
anunciar su pasión y su muerte, nos exhorta a todos a mantener ese arraigo
confiado en Dios, a pesar de que negros nubarrones oculten el sol y sólo podamos
escuchar el silencio ante nuestras peticiones de auxilio. A mantener la
confianza en el Dios que resucita a los muertos, mientras lo que uno experimenta
es la pérdida de su vida en la entrega a su causa. Nos invita a no perder la fe
y la esperanza en el amor que Dios nos tiene, mientras nos toca caminar por las
sombras tenebrosas de un mundo que nos odiará a nosotros, como le ha odiado a
Él, preparando una cruz para su salvador. Nos urge a tomar nuestra cruz cada día
en su seguimiento, superando el miedo a perder nuestra vida en el empeño. Quien
ama su vida más que al Dios del Reino y al Reino de Dios, la perderá. En cambio,
quien la pierde por esta causa la salvará definitivamente. La muerte no tiene la
última palabra. La última la tiene el Dios de la Vida.
José Vico Peinado cmf. (jvico@planalfa.es)
13. COMENTARIO 1
EL MODELO DE HOMBRE SERA UN FRACASO
Primero los ha exorcizado -como quien dice-; después los ha hecho enmudecer;
ahora les revela el destino fatal del Hombre que pretende cambiar el curso de la
historia. «Y añadió: El Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser rechazado
por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y, al tercer día,
resucitar" » (9,22). Detrás de este impersonal («tiene que») se adivina el plan
de Dios sobre el hombre: puede tratarse tanto del plan que Dios se ha propuesto
realizar como de lo que va a suceder de forma inevitable, atendiendo a que el
hombre es libre. Jesús acepta fracasar como Mesías, como lo aceptó Dios cuando
se propuso crear al hombre dotado de libre albedrío. El fracaso libremente
aceptado es el único camino que puede ayudar al cristiano a cambiar de actitudes
frente a los sacrosantos valores del éxito y de la eficacia. Jesús encarna el
modelo de hombre querido por Dios. Cuando lo muestre, sabe que todos los
poderosos de la tierra sin excepción se pondrán de acuerdo: será ejecutado como
un malhechor. No bastará con eliminarlo. Hay que borrar su imagen. En la
enumeración no falta ningún dirigente: «los senadores», representantes del
poder civil, los políticos; «los sumos sacerdotes», los que ostentan el poder
religioso supremo, los máximos responsables de la institución del templo; «los
letrados», los escrituristas, teólogos y canonistas, los únicos intérpretes del
Antiguo Testamento reconocidos por la sociedad judía. Lo predice a los
discípulos para que cambien de manera de pensar y se habitúen a ser también
ellos unos fracasados ante la sociedad judía, aceptando incluso una muerte
infamante con tal de cumplir su misión.
Pero el fracaso no será definitivo. La resurrección del Hombre marcará el
principio de la verdadera liberación. El éxodo del Mesías a través de una muerte
ignominiosa posibilitará la entrada a una tierra prometida donde no se pueda
instalar ninguna clase de poder que domine al hombre.
SER CONSIDERADO UN FRACASADO
ES ACEPTAR LA PROPIA CRUZ
Inmediatamente después Jesús se dirige a todos los discípulos, tanto a los
Doce, que ya se habían hecho ilusiones de compartir el poder del Mesías, como a
los otros discípulos: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo,
que cargue cada día con su cruz y entonces me siga» (9,23). Jesús pone
condiciones. A partir de ahora es más exigente. Como los discípulos, todos
tenemos falsas ideologías que se nos han infiltrado a partir de los seudovalores
de la sociedad en que vivimos. En el seguimiento de Jesús es preciso asumir y
asimilar que las cosas no nos irán bien; es preciso aceptar que nuestra tarea no
tenga eficacia. Ser discípulo de Jesús quiere decir aceptar que la gente no
hable bien de ti; incluso que te consideren un desgraciado o un marginado de los
resortes del poder, sea en el ámbito político, religioso o científico.
DOMINAR EL MUNDO O VIVIR CON PLENITUD
«Y ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si acaba perdiéndose o
malográndose él mismo?» (9,25). Todo el mundo quiere triunfar. Ya de pequeños,
inculcamos a nuestros hijos que han de ser los más listos, los más fuertes, los
más guapos. No les ayudamos a descubrir las cualidades que les diferencian y que
pueden constituir a la larga su aportación a la comunidad. Es la vida lo que
interesa, el que está vivo por dentro, y no la fachada que mostramos y en la
cual nos apoyamos por falta de soporte interior. Cuanto más ambiciosos, más
vacíos por dentro.
El camino de Jesús es profundamente liberador, como se está demostrando hoy día
en las comunidades cristianas de Centro y Sudamérica. ¡Cómo se tambalean los
intereses creados de los poderosos (tanto en el ámbito político como en el
religioso) cuando los pobres toman conciencia de su dignidad como personas y
aprenden a vivir los valores auténticos del hombre compartiendo, ayudando,
sirviendo!
Jesús asegura a los discípulos y, por tanto, también a nosotros que el «reino de
Dios», la sociedad alternativa donde reinen los valores del evangelio que él
propugna, será pronto una realidad:
«Y os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto el
reino de Dios» (9,27). Es la comunidad que forman los hombres y mujeres que ya
han asimilado estos valores. Jesús habla de un futuro inminente, no del futuro
lejano que nosotros hemos ido aplazando para la otra vida.
COMENTARIO 2
Jesús veía claro que no se podría evitar el sufrimiento, la cruz. Él no la
buscaba, pero la veía inevitable. Si seguía adelante con su propuesta, si se
mantenía firme en su predicación a pesar de las presiones, tarde o temprano el
conjunto de la realidad social iba a caer sobre él. En ese sentido era fácil
"predecir su pasión". Ésta no le sorprendió a Jesús. Sin duda que tuvo que
meditar mucho en ella. Y, lógicamente, compartió esos temores y angustias con
sus discípulos, así como también compartió con ellos su firme decisión de
mantenerse firme y fiel a la misión que el Padre le había encomendado.
El desenlace de la pasión de Jesús tuvo para los judíos la consecuencia de ser
un hecho maldito. Les resultaban ignominiosos todos los hechos que rodearon al
condenado: su ilegalidad, el ser desnudado y el haber sido sometido al escarnio
público... Como se sabe, sólo era sometido a tal desvergüenza quien cometiera
delitos políticos, es decir, quien se atreviera a cuestionar o a proponer
cambios a las estructuras políticas del poder romano. Los judíos, que hubieran
podido condenar a Jesús por otros delitos, usando otros medios, acusándolo de
blasfemo por ejemplo, se empeñan en que lo juzgue el poder político, para
someterlo a más vejámenes.
Si el discípulo evita seguir a Jesús para no afrontar las ignominias y las
desvergüenzas a las que lo someterán los opresores sociales, a la hora del
encuentro final con el Padre, los ángeles, los santos y toda la comunidad, Jesús
también se va a avergonzar de él. En este sentido ser discípulo de Jesús no va a
ser en este mundo ninguna gloria, pero de cara a la redención de la humanidad,
el proyecto del Reino es lo único que nos puede salvar a todos.
¿Por qué otra Causa vale tanto la pena vivir y luchar como por la que Jesús nos
propone (¡el amor, el Reino!)? ¿Y de qué sirve gastar la vida en la búsqueda de
otra cosa que no sea el amor? ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se
malogra a sí mismo?
1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
14. 2002
La historia de la humanidad siempre ha puesto su
horizonte en los vencedores, no en los vencidos. Las gestas libertarias siempre
han puesto de manifiesto que sólo se eterniza quien gane las batallas y quien
sale ileso de la guerra. Mientras esas realidades se han convertido en el pan de
cada día, el Evangelio ha puesto su mirada en un vencido por el poder romano y
por el poder judío. El Evangelio ha puesto su razón de ser en un fracasado de la
historia que terminó su vida de forma trágica.
En este trozo del evangelio encontramos cómo Jesús les revela a sus discípulos y
amigos el destino fatal que le espera al ser humano que pretende cambiar el
curso ordinario de la historia.
Jesús pone de manifiesta que el buen manejo de su libertad lo ha llevado a
asumir el proyecto del Padre y a rechazar los proyectos egoístas y
deshumanizantes de las estructuras de poder de su tiempo. El destino cruel de
Jesús es inevitable, no por ser éste el plan de Dios, sino por que Jesús al
presentar el proyecto original del Padre, es decir, la vida plena a la que están
llamados todos los hombres y mujeres; los poderosos de su tiempo se sienten
desenmascarados y burlados por Jesús, por ello maquinan la forma de acabarlo y
de destruir su enseñanza.
Jesús abiertamente acepta fracasar como Mesías, como lo aceptó Dios cuando se
propuso crear al ser humano dotado de libertad. El fracaso libremente aceptado
–como en el caso de Jesús- es el único camino que puede ayudar al cristiano
frente a los valores del éxito a costa del vértigo del rendimiento y del
eficacismo.
Jesús es el ser humano original. El es la imagen y semejanza de Dios. Por lo
tanto en Jesús está la verdadera humanidad, como Dios la soñó para todos. El
problema acontece cuando Jesús manifiesta por pueblos y caminos su esencia
original. Los poderosos de su pueblo no pueden aceptar que El enseñe y viva lo
que ellos tenían que haber enseñado y vivido, por eso con furia se unen y
maquinan no sólo como eliminarlo, sino como borrarlo de la historia para
siempre.
El Evangelio deja bien claro quienes fueron los responsables del complot contra
Jesús. En la lista que el mismo Jesús hace, no falta ningún dirigente de su
tiempo. Uno a uno quedan puestos en evidencia por la pluma evangélica de Lucas.
Jesús pone en evidencia el complot organizado contra El. Se lo comunica a sus
discípulos para que ellos logren cambiar su estructura mental y logren asumir el
seguimiento como una verdadera experiencia de amenaza y de persecución. Todo
hombre y mujer que hoy quiera asumir la causa de Jesús, debe comprender que no
será una aventura fácil, ni suave. Asumir el proyecto de Jesús con radicalidad
trae consigo calumnia, persecución e inclusive la muerte si se hace necesario
para ratificar la causa.
Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
15. 2003
El Deuteronomio invita a comenzar esta Cuaresma optando y decidiéndonos entre la vida y la muerte, la bendición o la maldición. Optar por la vida es optar por Dios y optar por Dios es levantarnos cada día con la alegría y el compromiso de volver a nuestra tierra prometida (familia, país), para reconstruir la fraternidad, la esperanza, la justicia, la paz... En la primera parte del evangelio Jesús se dirige a los discípulos para anunciar su pasión. Con el título Hijo de Hombre y el recuento de cómo será su final, Jesús va dejando claro que su mesianismo no coincide con la idea judía de un mesías nacionalista, apegado a la ley, con título de rey y sumo sacerdote... Jesús va más en la línea del siervo sufriente del profeta Isaías. El mesianismo de Jesús es de pesebre, pastores, pueblos perdidos como Nazaret, que propugna la defensa de la vida como único camino de santidad, que renuncia al reinado de este mundo para hacerse solidario con los más pobres, que asume las persecuciones y sufrimientos como consecuencia de asumir en serio la causa del pueblo.
En la segunda parte del evangelio Jesús se dirige
no sólo a los discípulos sino a todo el pueblo, para describir las condiciones
del seguimiento. Así como el condenado camina hacia el patíbulo con su cruz, de
igual manera, el que quiera seguir a Jesús debe estar dispuesto a caminar cada
día afrontando calumnias, amenazas, desprecios, etc. Un elemento a resaltar es
el añadido de “cada día”, que hace Lucas y no aparece en Marcos. Es claro que
cargar la cruz no es sólo por Cuaresma, sino una actitud de cada día, porque la
cruz no es símbolo de muerte sino de vida. La cruz simboliza el camino duro pero
seguro a la resurrección. Aprovechemos esta Cuaresma para reparar las fuerzas
que nos permitan cargar la cruz de las dificultades, los sufrimientos y las
angustias, con la convicción que asumidas concientemente podremos ser semilla de
esperanza y resurrección en nuestras comunidades.
Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
16. ACI DIGITAL 2003
23. Jesús no dice, como el oráculo griego:
"conócete a ti mismo", sino: "niégate a ti mismo". La explicación es muy clara.
El pagano ignoraba el dogma de la caída original. Entonces decía lógicamente:
analízate, a ver qué hay en ti de bueno y qué hay de malo. Jesús nos enseña
simplemente a descalificarnos a priori, por lo cual ese juicio previo del
autoanálisis resulta harto inútil, dada la amplitud inmensa que tuvo y que
conserva nuestra caída original. Ella nos corrompió y depravó nuestros instintos
de tal manera, que San Pablo nos pudo decir con el Salmista: "Todo hombre es
mentiroso" (Rom. 3, 4; S. 115, 2). Por lo cual el Profeta nos previene:
"Perverso es el corazón de todos e impenetrable: ¿Quién podrá conocerlo?" (Jer.
17, 9). Y también: "Maldito el hombre que confía en el hombre" (ibid. 5). De
Jesús sabemos que no se fiaba de los hombres, "porque los conocía a todos" (Juan
2, 24; Marc. 8, 34 y nota).
24. Cf. Mat. 10, 39 y nota: "Quien halla su vida, la perderá; y quien pierde su
vida por Mí, la hallará". Quien halla su vida, esto es, quien se complace en
esta peregrinación y se arraiga en ella como si fuera la verdadera vida. Ese
tal, ya habrá tenido aquí "sus bienes", como dijo Jesús al Epulón (Luc. 16, 25)
y no le quedará otra vida que esperar. Véase el ejemplo de los Recabitas en Jer.
35. Otros traducen: "quien conserva su alma", esto es, quien pretende salvarse
por su propio esfuerzo, sin recurrir al único Salvador, Jesús. Véase Luc. 14, 26
ss.; 17, 33 y notas. Bien se explica, después del v. 23, este fracaso del que
intenta lo que no es capaz de realizar. Véase 14, 33; Juan 15, 5 y notas. Su
vida se traduce también: su alma.
17.
Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.
Entrada: «Cuando invoqué al Señor, Él escuchó mi voz, rescató mi alma de la guerra que me hacían. Encomienda a Dios tus afanes, que Él te sustentará» (cf. Sal 54,17-20.23)
Colecta (del Misal anterior, antes Gregoriano): «Señor, que tu gracia inspire, sostenga y acompañe nuestras obras, para que nuestro trabajo comience en Ti como en su fuente, y tienda siempre a Ti como a su fin».
Comunión: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme» (Sal 50,12).
Postcomunión: «Favorecidos con el don del Cielo te pedimos, Dios Todopoderoso, que esta Eucaristía se haga viva realidad en nosotros y nos alcance la salvación».
–Deuteronomio 30,15-20: Pongo delante de ti la bendición y la maldición. Ante el hombre se alzan dos caminos: el de la felicidad, en el caso de que acate los mandamientos de Dios, y el de la desgracia, si no quiere obedecer. Hemos de elegir uno u otro. La presentación de esta alternativa nos evoca la amonestación de Cristo a caminar por la senda estrecha, que lleva a la vida, y rechazar la ancha, que conduce a la perdición.
¿Por qué no adelantamos en nuestra vida espiritual, después de tanto tiempo como llevamos practicándola? Porque no somos consecuentes con el camino elegido. No terminamos de ser seguidores de Cristo, según sus enseñanzas. Nos sigue atrayendo todavía el otro camino, ancho, venturoso, pero que lleva a la perdición.
El apóstol San Pablo nos amonesta enérgicamente: «Caminad en espíritu, y no satisfagáis los deseos de vuestra carne. Bien claras son las obras de la carne: fornicación, inmundicia, impudicia, lujuria, enemistades, disputas, envidias, ira, riñas, disensiones, herejías, homicidios, embriagueces, glotonerías. Los que practican tales cosas no pueden entrar en el reino de Dios. Los frutos del espíritu son: caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, afabilidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. Contra éstos no hay ley» (Gál 5,16-23).
«Caminad en espíritu». A esto tiende la práctica penitencial de la Cuaresma. Su misión consiste en libertar la naturaleza humana de la esclavitud de la sensualidad y de las pasiones, para someterla al dominio de la gracia y de la vida del Espíritu. Siempre hemos de estar en actitud de conversión. San Clemente Romano dice:
«Recorramos todos los tiempos, y aprendamos cómo el Señor, de generación en generación, concedió un tiempo de penitencia a los que deseaban convertirse a Él. Noé predicó la penitencia, y los que le escucharon se salvaron. Lo mismo Jonás... De la penitencia hablaron, inspirados por el Espíritu Santo, los que fueron ministros de la gracia de Dios. Y el mismo Señor de todas las cosas habló también con juramento de la penitencia... Obedezcamos, por tanto, a su magnífico y glorioso designio, e, implorando con súplicas su misericordia y benignidad, recurramos a su benevolencia y convirtámonos, dejadas a un lado las vanas obras, las contiendas, las envidias, que conducen a la muerte» (Carta a los Corintios 7,4-8–8,5-9).
–La Cuaresma es tiempo de renovación cristiana, de reemprender el camino iniciado por nuestro bautismo, de dar, en el seguimiento de Cristo, un nuevo paso a una mayor perfección cristiana. Eso es precisamente el Misterio Pascual, iniciado en nosotros y a cuya celebración anual nos preparamos.
Encaja perfectamente el Salmo 1 a la lectura anterior: «Dichoso el hombre que no sigue el camino de los impíos, ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos, sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche. Dichoso el hombre que ha puestos su confianza en el Señor. Será como un árbol, plantado al borde de la acequia; da fruto en su sazón, no se marchitan sus hojas. Cuanto emprende tiene buen fin... No así los impíos, no así: serán paja que arrebata el viento...»
–Lucas 9,22-25: El que pierda su vida por mi causa la salvará. El verdadero discípulo de Cristo ha de cargar con su cruz cada día, siguiéndolo. La Cuaresma prepara al cristiano a revivir el misterio de la cruz. Morir a uno mismo es requisito para vivir la vida de la gracia santificante. Es seguir la senda que conduce a la vida eterna. Así exhorta San León Magno:
«Es necesario, amadísimos, para adherirnos inseparablemente a este misterio [el de la cruz de Cristo] hacer los mayores esfuerzos del alma y del cuerpo; porque, si es malo permanecer ajeno a la solemnidad pascual, es aún peor asociarse a la comunidad de los fieles sin haber participado antes en los sufrimientos de Cristo. El Señor ha dicho: “quien no toma su cruz y me sigue no es digno de Mí” (Mt 10,38).
«Y añade San Pablo: “si participamos en sus sufrimientos, también participaremos en su Reino” (Rom 8,17; 1 Tim 2,12). Así, pues, el mejor modo de honrar la pasión, muerte y resurrección de Cristo es sufrir, morir y resucitar con Él... Por eso, cuando alguien se da cuenta que sobrepasa los límites de las disciplina cristiana y que sus deseos van hacia lo que le haría desviar del camino recto, que recurra a la cruz del Señor y clave en ella lo que le lleva a la perdición» (Sermón 70,19 de la Pasión 4).
18. DOMINICOS 2004
La luz de la Palabra de Dios
1ª Lectura: Deuteronomio 30,15-20
15 Mira, yo pongo hoy delante de ti la vida y la felicidad, la muerte y la
desgracia. 16 Si obedeces los mandamientos del Señor, tu Dios, que yo te
prescribo hoy; si le amas, si sigues sus caminos, si guardas sus mandamientos,
sus leyes y sus preceptos, vivirás y te multiplicarás y él te bendecirá en la
tierra que vas a ocupar.
17 Pero si tu corazón se desvía, si no obedeces y te dejas arrastrar postrándote
ante otros dioses y dándoles culto, 18 yo os declaro hoy formalmente que
moriréis sin remedio y no viviréis largo tiempo en la tierra que vais a
conquistar una vez cruzado el Jordán.
19 Yo pongo hoy por testigos al cielo y la tierra; pongo delante de ti la vida y
la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida, para que vivas tú y tu
descendencia, 20 amando al Señor, tu Dios, obedeciéndole y estando unido a él.
Ahí está tu vida y tu supervivencia en la tierra que el Señor juró dar a tus
padres Abrahán, Isaac y Jacob.
Evangelio: Lucas 9,22-25
22 Jesús añadió que el hijo del hombre tenía que padecer mucho, ser rechazado
por los ancianos, los sumos sacerdotes y los maestros de la ley, ser matado y
resucitar al tercer día.
23 Y les decía a todos: «El que quiera venir en pos de mí niéguese a sí mismo,
tome su cruz cada día y sígame. 24 Porque el que quiera salvar su vida la
perderá; pero quien pierda la vida por mí, la salvará. 25 ¿Qué le vale al hombre
ganar el mundo entero si se pierde o se destruye a sí mismo?
Reflexión para este día
“Esto dice el señor: Pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal”.
Dios nos presenta los sólidos valores de la vida y el bien, como contraste y
respuesta a la muerte y al mal. Una de las dimensiones de la conversión y de la
fe es optar, decidir por la vida y el bien. El Evangelio de Jesús es una oferta
de vida y amor. Es la respuesta de Dios a la plaga del mal y de la muerte.
Si el cristiano se convierte, se abre a Dios, se compromete con Él y asume la
responsabilidad de luchar contra el mal y todo lo que sepa a muerte, a
destrucción, a injusticia, a violencia... Ahí tenemos que poner en marcha “el
buen combate de su fe en Jesucristo”- Es la forma de vivir y luchar de un
cristiano, que de verdad quiere ser testigo del Evangelio. Con esa actitud
dinámica, activa, el cristiano está sembrando vida y bien; justicia y paz..
En la sociedad en que vivimos, el cristiano es consciente de que no es fácil
optar por esos valores tan humanos y profundamente cristianos. Pero ese es el
reto de su fe en Jesucristo. El mismo Jesús nos comunica su experiencia de lucha
y dolor, precisamente porque optó por la vida, la justicia, la paz, el amor y el
bien, fruto sabroso del amor. Camino del Calvario, Jesús habla claro a todos sus
seguidores:
“El hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos,
sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día. El que
quiera seguirme cargue consu cruz cada día y véngase conmigo”.
Si de verdad queremos “salvar la vida”, ya sabemos el camino: Seguir a
Jesucristo, superar las dificultades y acercarnos con amor a tantos hombres y
mujeres, a tantos “cristos” doloridos que viven hoy su propio calvario. Así,
ellos y nosotros nos situamos en el dintel gozoso de la vida sin término: La de
Jesús resucitado.
19. CLARETIANOS 2004
La cruz y los crucificados
“Salió de la ciudad hacia una lugar llamado Calvario. Allí le crucificaron” (Jn
19,17-18). He aquí la razón suprema. Porque Cristo está subido en una cruz puede
decirnos con autoridad y poder de fascinar: toma tu cruz y sígueme.
La cruz es la marca de la casa que se graba sobre el cristiano. “La señal del cristiano es la santa cruz”, decía, en sus primeras páginas, el viejo catecismo. La cruz es el sufrimiento, el dolor, la muerte. La cruz de los inocentes y también de los pecadores. Las cruces personales- y las cruces de tantos pueblos malheridos. ¿Por qué tanto dolor? Es el enigma sombrío que atenaza a tantos hombres y mujeres, también de buena voluntad. De entrada, un cristiano no tiene para responder una filosofía. Sólo le queda el silencio respetuoso y mirar al primero de los crucificados, al Cristo del Viernes Santo. Y Cristo no buscó directamente la cruz. Fue consecuencia espontánea de su fidelidad a la tarea encomendada. Lo dice la experiencia de cada día: el que ama frecuentemente encuentra por el camino mil cruces de sacrificio, abnegación, incomprensión y sudores.
En una secuencia cristiana podríamos señalar estos pasos ascendentes para tomar la cruz. Primero, aceptar la propia cruz; no se busca el dolor pero se lleva serenamente cuando llega. Por supuesto, lejos de toda resignación estoica, sólo unidos a Él. También, sin esperar heroísmos, en la brega de cada día. Qué hermosos ejemplos de renovación personal observamos en gente a la que el dolor, llevado con gallardía cristiana, le ha hecho más fuerte, más madura, más grande. En segundo lugar, saliendo de sí, hay que ayudar a otros a llevar la cruz. Cireneos de tantos hermanos. El acompañamiento, la visita, la palabra oportuna, el servicio de limpiar y preparar alimentos y las largas noches junto a la cabecera son modos excelentes de cumplir lo que nos pide el Maestro. Y finalmente, combatir el dolor. Si podemos evitarlo, seguiremos a Jesús que pasó haciendo el bien y curando toda enfermedad. Aquí están los técnicos de la salud (médicos, sois instrumentos de Dios), las Congregaciones religiosas hospitalarias y de la caridad, los samaritanos que echan aceite y vendan las heridas, los que luchan contra tanta injusticia que deja a muchos pueblos crucificados.
Qué lejos está de Jesús esa manera errónea de llevar la cruz. Ejemplifiquemos: la cruz que es adorno pomposo, la cruz que es gesto rutinario, la cruz que es victimismo dolorista y –lo peor- la cruz que es presentada como “enviada por Dios para probarnos”.
De nuevo, miramos a Cristo en la cruz. Sólo el
amor brilla. Y los creyentes atisbamos en seguida cómo comienza la gloria de la
Resurrección. Como el alpinista: la ascensión es dura, pero el gozo de la cumbre
le da alas.
Conrado Bueno Bueno
(ciudadredonda@ciudadredonda.org)
20.
Comentario: Fray Josep Mª Massana i Mola, OFM
(Barcelona, España)
«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada
día, y sígame»
Hoy es el primer jueves de Cuaresma. Todavía tenemos fresca la ceniza que la
Iglesia nos ponía ayer sobre la frente, y que nos introducía en este tiempo
santo, que es un trayecto de cuarenta días. Jesús, en el Evangelio, nos enseña
dos rutas: el Via Crucis que Él ha de recorrer, y nuestro camino en su
seguimiento.
Su senda es el Camino de la Cruz y de la muerte, pero también el de su
glorificación: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado (...), ser
matado y resucitar al tercer día» (Lc 9,22). Nuestro sendero, esencialmente, no
es diferente del de Jesús, y nos señala cuál es la manera de seguirlo: «Si
alguno quiere venir en pos de mí...» (Lc 9,23).
Abrazado a su Cruz, Jesús seguía la Voluntad del Padre; nosotros, cargándonos la
nuestra sobre las espaldas, le acompañamos en su Via Crucis.
El camino de Jesús se resume en tres palabras: sufrimiento, muerte,
resurrección. Nuestro sendero también lo constituyen tres aspectos (dos
actitudes y la esencia de la vocación cristiana): negarnos a nosotros mismos,
tomar cada día la cruz y acompañar a Jesús.
Si alguien no se niega a sí mismo y no toma la cruz, quiere afirmarse y ser él
mismo, quiere «salvar su vida», como dice Jesús. Pero, queriendo salvarla, la
perderá. En cambio, quien no se esfuerza por evitar el sufrimiento y la cruz,
por causa de Jesús, salvará su vida. Es la paradoja del seguimiento de Jesús:
«¿De qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde
o se arruina?» (Lc 9,25).
Esta palabra del Señor, que cierra el Evangelio de hoy, zarandeó el corazón de
san Ignacio y provocó su conversión: «¿Qué pasaría si yo hiciera eso que hizo
san Francisco y eso que hizo santo Domingo?». ¡Ojalá que en esta Cuaresma la
misma palabra nos ayude también a convertirnos!
21. La cruz de cada día
I. En el Evangelio de la Misa, Cristo nos habla: Si alguno quiere venir en pos
de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sí (Lucas 9, 23). El Señor
se dirige a todos y habla de la Cruz de cada día. Son palabras dichas a todos
los hombres que quieren seguirle, pues no existe un Cristianismo sin Cruz, para
cristianos flojos y blandos, sin sentido del sacrificio. Uno de los síntomas más
claros de que la tibieza ha entrado en el alma es precisamente el abandono de la
Cruz.. Por otra parte, huir de la cruz es alejarse de la santidad y de la
alegría; porque uno de sus frutos es precisamente la capacidad de relacionarse
con Dios y con los demás, y también una profunda paz, aun en medio de la
tribulación y de dificultades externas. No olvidemos pues, que la mortificación
está muy relacionada con la alegría, y que cuando el corazón se purifica se
torna más humilde para tratar a Dios y a los demás.
II. La Cruz del Señor, con la que hemos de cargar cada día, no es ciertamente la
que producen nuestros egoísmos, envidias o pereza. Esto no es del Señor, no
santifica. En alguna ocasión encontraremos la Cruz en una gran dificultad, en
una enfermedad grave y dolorosa, en un desastre económico, en la muerte de un
ser querido. Sin embargo, lo normal será que encontremos la cruz de cada día en
pequeñas contrariedades en el trabajo, en la convivencia; en un imprevisto que
no contábamos, planes que debemos cambiar, instrumentos de trabajo que se
estropean, molestias por el frío o calor, o el carácter difícil de una persona
con la que convivimos. Hemos de recibir estas contrariedades con ánimo grande,
ofreciéndolas al Señor con espíritu de reparación, sin quejarnos: nos ayudará a
mejorar en la virtud de la paciencia, en caridad, en comprensión: es decir, en
santidad. Además experimentaremos una profunda paz y gozo.
III. Además de aceptar la cruz que sale a nuestro encuentro, muchas veces sin
esperarla, debemos buscar otras pequeñas mortificaciones para mantener vivo el
espíritu de penitencia que nos pide el Señor. Unas nos facilitarán el trabajo,
otras nos ayudarán a vivir la caridad. No es preciso que sean cosas más grandes,
sino que se adquiera el hábito de hacerlas con constancia y por amor de Dios.
Digámosle a Jesús que estamos dispuestos a seguirle cargando con la Cruz, hoy y
todos los días.
Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones
Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre
22.
Teodoro de Mopsueste (hacia 428) obispo de Mopsueste en
Cilicia, teólogo
Comentario a l’evangelio de S. Juan; CSCO 116, pag. 171-172
Camino de cruz, camino de gloria
“Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado.” (Jn 12,23)
Se acerca la hora, dice Jesús, en que seré glorificado ante la mirada de todo el
mundo... Y añade: “Yo os aseguro que el grano de trigo seguirá siendo un único
grano, a no ser que caiga dentro de la tierra y muera; sólo entonces producirá
fruto abundante.” (Jn 12,24)... Después de estos anuncios que se referían a él,
Jesús exhorta a los discípulos a seguirle: “Quien vive preocupado por su vida,
la perderá; en cambio, quien no se aferre excesivamente a ella en este mundo, la
conservará para la vida eterna.”(Jn 12,25) Así que, no os tiene que escandalizar
mi pasión ni haceros dudar de mis palabras que serán confirmadas por los
acontecimientos, sino que tenéis que estar dispuestos a padecer vosotros los
mismos sufrimientos para dar los mismos frutos. Porque aquel que se preocupa de
su vida terrena y no quiere aceptar las pruebas, la perderá en el mundo
venidero, mientras que aquel que no retiene su vida de aquí bajo y acepta los s
ufrimientos que se presentan, recogerá mucho fruto...
Luego, el Señor añade: “Si alguien quiere servirme, que me siga; correrá la
misma suerte que yo.”(Jn 12,26) Pero, uno podría añadir y preguntarle: ¿qué
ganarán los que sufren contigo? Jesús responde: “Dónde estoy yo estará también
mi siervo.”Todo aquel que me sirva será honrado por mi Padre.”(Jn 12,26) Aquel
que participa en mis sufrimientos tendrá parte en mi gloria; estará para siempre
conmigo en el mundo venidero y participará en el gozo del reino de los cielos.
Así honrará mi Padre a aquellos que me habrán servido fielmente.
23. 2004. Servicio Bíblico Latinoamericano
Lucas sigue a Marcos y presenta un primer anuncio de que Jesús será rechazado y
también matado. Esta suerte del Maestro debe ser tenida en cuenta por los
discípulos que deben saber qué les espera también a ellos antes de pretender ser
seguidores del Señor. Marcos había sido muy duro: ese que quiere seguirme
“cargue su cruz”, y Lucas va a ir más allá aún, la cruz ha de cargarse “cada
día”, agrega, acentuando así la radicalidad del Evangelio,.
El relato del anuncio de la pasión es mucho más breve que el de su fuente, pero
no deja de tener presente que el Sanedrín (ancianos, sumos sacerdotes y
escribas) será el responsable de que Jesús sea “matado”. Es interesante que no
se aluda a la cruz. Acá no es fácil saber si se debe a una sentencia de Jesús o
a algo elaborado por Marcos, de lo que Lucas depende. Si es lo primero, quizá
podamos pensar que Jesús tenía en cuenta que podía ser matado, pero que quizá
pensara en que sería apedreado. La referencia a la resurrección al tercer día
hace pensar a muchos en que estamos ante una “profecía auto-cumplida” , o
“profetia ex eventu”, es decir que estamos ante un relato escrito una vez
cumplido el hecho de la resurrección; pero “tercer día” también puede referir a
un breve período de tiempo (Gn 22,4; Ex 19,11.16; 1 Sam 30,1; 2 Sam 1,2; 1 Re
3,18; 2 Re 20,5.8; 2 Cr 10,12; Est 5,1; 1 Mac 11,18; ver Os 6,2 y Lc 13,32).
Dada la importancia de la “teología de la cruz” en Marcos, parece preferible
pensar que la referencia a la resurrección alude a un breve período, y no que la
cruz haya sido omitida por el evangelista.
A continuación Jesús habla a “todos”, es decir, no sólo a los discípulos,
también se dirige a los lectores de Lucas, a “todos nosotros”, a quienes quieren
ir detrás del maestro. Mientras Marcos dice que gana la vida quien la pierde por
el Evangelio, Lucas prefiere “a causa de mí”. Lucas no usa jamás el sustantivo
“evangelio” (sí dos veces en Hechos), que sí utilizan Mateo (4 veces) y Marcos
(8 veces), en cambio Lucas recurre mucho al verbo “evangelizar” (10 veces y 15
en Hechos), usado sólo una vez por Mateo (11,5, un texto de la fuente “Q”, que
es la fuente que tienen en común Mt y Lc), y nunca por Marcos. La acción de
evangelizar es fundamental para la Iglesia de Lucas, y lo que se anuncia es al
mismo Jesús muerto y resucitado.
Esa concentración cristológica es fundamental porque esa opción es de cada día.
Aquí está el eje. Otros, en cambio, prefieren dedicarse cada día a sus
ganancias, y de nada vale ganar, aunque fuera el mundo entero si se pierde la
vida, porque “la riqueza no les sirve a los muertos” (Bultmann).
La construcción quiástica (concéntrica, estilo 1 2 2' 1') de la oración permite
suponer su originalidad: salvar - vida - perder / perder - vida - salvar, pero
Lucas refuerza el marco económico o comercial añadiendo la idea de perder a la
sentencia en forma de pregunta, ¿qué provecho obtiene el hombre...?”
La liturgia corta un tanto abruptamente el relato omitiendo los últimos
versículos sobre el rechazo del Hijo del hombre y el anuncio de que algunos de
los testigos “no verán la muerte hasta que vean el Reino”. El acento queda,
entonces, puesto en la opción por el Hijo y la actitud cotidiana más que en la
suerte definitiva y final de la persona.
Comentario
Podía ser sacerdotal, militar, celestial, rey o como fuera, pero que el Mesías,
cuando viniera, iba a triunfar sobre los enemigos de Israel en general, no cabía
duda. ¡Pero no! Jesús parece tener otros planes, que son en realidad los planes
de Dios. ¿Un Mesías que va a vencer en su derrota?, peor aún, ¿rechazado por las
máximas autoridades religiosas de Israel? Para empeorar la situación nos pide
que sigamos sus pasos, que nosotros también asumamos la cruz. ¿La cruz? La
Biblia dice que es “maldito el que cuelga de un madero”, ¿Dios hace maldito a su
Hijo? ¿nos quiere malditos a nosotros también? ¿No es demasiado?
Es cierto que al cargar nuestra cruz nos estamos asemejando algo a Jesús, pero,
por otra parte, si las autoridades religiosas son las que lo rechazan, ¿no es
una injusticia? Por un lado, es cierto que detrás de la cruz hay una injusticia:
un justo condenado injustamente. Pero eso le da un nuevo valor a la cruz
cotidiana que debemos cargar. Nuestros dolores y sufrimientos, en la medida del
Reino de Dios, son a semejanza de Jesús; pero el de aquellos que sufren a causa
de la injusticia es doblemente semejante al del Señor. Mirando las estructuras
del presente podemos tener una comprensión de la verdadera situación de los
actuales crucificados. ¡Es tan difícil la identificación entre el crucificado y
los crucificados! Visto desde la eficacia de Dios, quizá alguna vez entenderemos
que “la debilidad de Dios es más fuerte que la fuerza de los hombres" (Pablo).
Es difícil para nuestra sociedad no saber “cuántos intereses da el reino”, o “a
cuánto se cotiza mensualmente el amor”. El problema radica en que “los caminos
de Dios no son nuestros caminos” ¡y somos tan complicados! Alguna vez, quizá,
cargaremos la cruz, y optaremos preferencialmente por los crucificados.
24. Reflexión
La Cuaresma es un tiempo ideal para trabajar en nuestro camino de perfección.
Sin embargo, una de las primeras preguntas que nos debemos hacer es: ¿Qué tan
decidido estoy a seguir a Jesús? Hoy escuchamos cuáles son las condiciones para
seguir a Jesús, y nos damos cuenta que no son fáciles: “Negarse a sí mismo”, es
decir renunciar a nuestros gustos, deseos y aficiones para acomodarse a las de
Jesús y su evangelio; y “tomar la cruz de cada día”, lo cual implica hacer con
amor todo lo que se nos presente a lo largo de la jornada: Lo bueno y lo que no
nos agrada. El problema de nuestro cristianismo hoy es que queremos las ventajas
de ser cristiano sin tomar las responsabilidades que éstas implican (actitud muy
difundida hoy en nuestro mundo: Beneficios sin obligaciones). La Cuaresma, pues,
puede ser una buena oportunidad para iniciarnos en el ejercicio de la renuncia.
Será muy difícil que logremos renunciar a nosotros mismos, si no somos capaces
de renunciar a un poco de comida, a una golosina, a un rato de televisión.
Pensemos bien de que manera utilizaremos nuestra Cuaresma para que la Pascua sea
verdaderamente un “Pascua de Resurrección”.
Que el Señor sea luz y lámpara para tu camino.
Como María, todo por Jesús y para Jesús
Pbro. Ernesto María Caro
25.
En algunas versiones de la Biblia, encontramos que dice: “El que quiere
seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz de cada día y se venga
conmigo” Podríamos preguntarnos porque Jesús nos pide tal desprendimiento, tal
negación o renuncia de nuestro propio ser. Jesús sabe que en muchas ocasiones,
lo que somos hoy, es sombra perfecta de nuestras heridas, nuestras desilusiones,
nuestros fracasos, nuestros abandonos, nuestros rechazos y no sé cuántas cosas
más. Renunciar a nosotros mismos, o negarnos a nosotros mismos, es realmente
negar eso que creemos que somos, esos “falsos yoes” para poder encontrar nuestro
yo verdadero, aquel que está hecho a imagen y semejanza de Dios. A eso estamos
llamados.
Pidamos a Dios para que este tiempo de cuaresma en el cuál acompañamos a su hijo
Jesús por el desierto, podamos aprovecharlo para descubrirle a él en nosotros.
Dios nos bendice,
Miosotis
26. ARCHIMADRID 2004
CUANDO SE TRATA DE GANAR
Hace algunos años estuve visitando una casa de asistencia a gente disminuida.
Eran unas religiosas las que cuidaban con cariño y extremo cuidado a esas
personas que, en su mayoría, habían sido abandonadas por sus familiares porque,
en definitiva, les resultaban un estorbo. Es verdaderamente incómodo el que
tengas en casa a alguien que no se vale por sí mismo, y que tiene que ser
asistido por otra persona incluso hasta los cuidados más elementales, como puede
ser la higiene personal. Lo más cómodo es que sean otros los que se hagan cargo
de esa situación, porque uno “se debe” a otro tipo de obligaciones y necesidades
sociales… ¿Es ésta la lección práctica de nuestra sociedad del bienestar? No nos
puede extrañar, entonces, el que algunos justifiquen como un bien común la
muerte asistida, es decir, la eutanasia pura y dura.
Sin embargo, lo que me sorprendió no fue tanto la situación en la que se
encontraba esa gente desvalida; sino que al entrar en la capilla que tenían
dichas religiosas, y disponerme a rezar un poco, tropecé con uno de sus libros
de oraciones. Algunos de los salmos estaban subrayados, e incluso con
comentarios personales. Uno de ellos era precisamente el de hoy: “Dichoso el
hombre que ha puesto su confianza en el Señor”. Y la observación manuscrita que
venía a continuación rezaba de esta manera: “Señor, que sepa sonreír con la
mejor de tus sonrisas, cada mañana, y al mirar a los ojos de cada uno de estos
tus predilectos que has puesto a mi cuidado, vea tus mismos ojos, Jesús mío”.
Por lo visto, esas religiosas se levantaban todos los días a las cinco de la
mañana para rezar y asistir a la santa Misa y, posteriormente, dedicarse durante
todo el día a cuidar a esa gente enferma. Y yo, no es que me sintiera conmovido,
sino que, como en otras ocasiones, me llené de vergüenza. La admiración por el
servicio que, no sólo prestaban, sino la entrega permanente de una vida por amor
a Dios y a los hombres, me resultaba un “impertinente” revulsivo que susurraba
en mi interior: “Y tú, ¿qué haces por Mí”.
Más allá del drama de aquellos que sufren y que nos conmueven al ver su
situación de penuria y hambre, mayoritariamente en la televisión o en los
periódicos, está nuestro propio drama personal. Nos dejamos llevar, ¡en tantas
ocasiones!, por sentimientos y compasiones prestados, es decir, por la moda y la
denuncia que nos dicen que hay que soportar, que olvidamos en qué situación nos
encontramos personalmente. Ayer, por ejemplo, recordábamos nuestra condición de
hombres y mujeres pecadores; pero, ¿de qué nos sirve recordar esto, si no
practicamos lo esencial?
“El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y
se venga conmigo”. Esto es lo que nos pide Jesús que hagamos por Él. Y no
precisamente como para hacerle un favor, sino para hacérnoslo a nosotros mismos.
Ésta debería ser la actitud con la que tendríamos que despertarnos cada mañana,
sabiendo que el mismo Dios me espera en la “esquina” de cualquier contradicción
o contrariedad, aunque sea la más pequeña. Empezar por ahí es entender en qué
consiste el amor… pero el amor de verdad, no el que quiere justificar la pasión
desordenada, o la debilidad que ya conocemos; sino aquel otro que me dice que a
pesar de todo lo que pueda ganar en este mundo, de poco me valdrá si no lo tengo
a Él.
¡Bendita paradoja la del cristiano que, muriendo a lo que otros se empeñan por
alcanzar, aún dando la propia vida, alcanza la verdadera salvación! Éste es el
mensaje de esta Cuaresma, y de cada uno de nuestros días… Yo, por lo demás, sigo
rezando por esas religiosas que entregan con tanta generosidad su tiempo y su
vida, y que con sus notas, junto al margen de los salmos, me enseñaron a poner
un poco más la confianza en Dios, y desdeñar de la mía propia.
27.
LECTURAS: DT 30, 15-20; SAL 1; LC 9, 22-25
Dt. 30, 15-20. A la vista de la tierra prometida Moisés invita al Pueblo de
Israel a permanecer fiel al amor a Dios. Ese camino le ayudará no sólo a poseer
la tierra prometida y a permanecer en ella, sino a vivir, a multiplicarse, y a
recibir constantemente la bendición de Dios. El Señor nos ha llamado para que
vivamos eternamente con Él. Pero el camino hacia la posesión de los bienes
definitivos, además de ser un don gratuito del amor de Dios hacia nosotros,
requiere el que recibamos ese don, que lo hagamos nuestro, que nos dejemos
poseer por Él, y que nuestros pasos se encaminen en el bien conforme a la gracia
recibida. De lo contrario la salvación de Dios habrá caído en nosotros en saco
roto. Si nuestros pasos son de rebeldía al Señor; si en lugar de amarnos vivimos
odiándonos; si en lugar de manifestar con nuestras obras que le pertenecemos a
Dios, nos dedicamos a buscar nuestros propios intereses y hacemos del dinero,
del poder mal utilizado, de las pasiones desordenadas nuestro dios, ciertamente
no serán nuestros los bienes definitivos, sino que estaríamos encaminándonos
hacia nuestra propia muerte y perdición lejos de nuestro Dios y Padre.
Sal. 1. El salterio, dedicado especialmente a exaltar la
Ley del Señor y a alabar a quienes la cumplen, y a maldecir a quienes la
transgreden, se abre con este Salmo en el que se nos habla del camino del justo
y del camino del malvado. Para el que ama la Ley de Dios y se goza en cumplir
sus mandamientos: la dicha y el éxito; para el malvado la maldición que lo hará
desaparecer como la paja barrida por el viento. Por medio de Cristo Jesús se nos
ha abierto el Camino que nos conduce al Padre. Vamos hacia Él no como esclavos,
sino como hijos. Tratemos de corregir nuestros caminos, que muchas veces
pudieron desviarse hacia la maldad. Aprovechemos este tiempo de gracia para
humillarnos ante el Señor y pedirle perdón; y Él tendrá compasión de nosotros.
Lc. 9, 22-25. Jesús, el Mesías e Hijo de Dios, no es reconocido como tal sino
cuando, después de padecer por nosotros, se levantó victorioso sobre la muerte.
Sólo hasta entonces hemos conocido el amor que Dios nos tiene, pues, siendo
pecadores, nos envió a su propio Hijo para que, quienes creamos en Él, en Él
obtengamos la reconciliación que nos salva. Pero no basta reconocer con la mente
que Jesús es nuestro Dios y Salvador. Es necesario tomar nuestra cruz de cada
día e ir tras sus huellas. El Señor quiere hacernos partícipes de la Gloria que,
como a Hijo unigénito, le pertenece. Pero no podemos quedarnos sentados gozando
egoístamente la Salvación que de Dios hemos recibido. El Señor nos ha enviado a
proclamar la Buena Nueva de salvación a todos los pueblos; y para eso es
necesario hacer nuestras las angustias, tristezas, miserias, pobrezas y pecados
de los demás para esforzarnos, con la Fuerza del Espíritu Santo que habita en
nosotros, en trabajar para que el Reino de Dios vaya haciendo de nuestro mundo
un mundo más libre de todas esas esclavitudes, y, por tanto, un verdadero inicio
del Reino de Dios entre nosotros.
Dios no nos llamó para la muerte, sino para la vida. Sabiendo que el salario del
pecado es la muerte, Dios nos envió a su propio Hijo para rescatarnos del pecado
y de la muerte. En esto se ha manifestado el gran amor que Dios nos tiene. Hoy
nos reunimos para celebrar este misterio de su amor por nosotros. El Memorial de
su Muerte y Resurrección nos recuerda que el Señor con su muerte nos perdonó
nuestros pecados, y con su resurrección nos dio nueva vida. Participar de la
Eucaristía nos debe llevar a aceptar, con gran amor, esta oferta de salvación
que Dios nos hace. Quienes hemos venido a entrar en comunión de vida con el
Señor no podremos volver a nuestras actividades diarias cargados de pecado, ni
generando signos de muerte. Si el Espíritu de Dios está con nosotros, si su Vida
es nuestra vida, seamos portadores de vida y trabajemos esforzadamente para que
el amor de Dios llegue a todos y para que también en ellos se haga realidad el
Plan de Salvación de Dios.
En la vida nos encontramos con dos realidades bien definidas: El camino de la
vida, por el que todos aspiramos; y el camino de la muerte, contra el que todos
luchamos. Contemplamos nuestra realidad, tal vez con algunos, o con muchos lados
oscuros a causa del egoísmo del ser humano. Contemplamos nuestro futuro
realizado como un lugar de paz, de fraternidad, de luz nacida de un auténtico
amor. Queremos encaminar hacia él nuestros pasos. Sin embargo, ante el deseo de
paz y de felicidad, somos conscientes de que mentes guiadas por ansias de un
mayor poder económico, han tratado de trastocar el auténtico anhelo de felicidad
que anida en el corazón del hombre. Muchos han confundido, así, la felicidad con
el poseer lo pasajero, y se han vuelto en compradores compulsivos de cosas que,
finalmente les continúan dejando el corazón vacío. Jesucristo nos ha enseñado,
no sólo con palabras, sino con su propio ejemplo, que el camino de la felicidad,
el camino de la vida se encuentra en la capacidad de relacionarnos con los demás
y de vivir fraternalmente unidos por el amor. Por eso hemos de aprender a ir
tras las huellas de Cristo, cargando nuestra cruz de cada día. Quien vaya por un
camino diferente al del amor que Cristo nos ha mostrado, en lugar de dar vida
dará muerte; se convertirá en un destructor, a pesar de que ore al Señor, pues
una oración sin compromiso con la realidad, es una oración inútil.
Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, que nos conceda la gracia de vivir con amor la fe que en Él hemos
depositado. Que nos fortalezca para que, guiados por su Espíritu, nuestros pasos
se encaminen siempre por el camino del bien, de la verdad, del amor y de la paz.
Amén.
www.homiliacatolica.com
28. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO
Dt 30,15-20: Elige la vida y vivirás
Salmo responsorial: 1, 1-6: Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el
Señor.
Lc 9,22-25: Primer anuncio de la Pasión
La gloria de Cristo pasa primero por la cruz. Y pasa por la cruz como
consecuencia de su manera de vivir la misión. La cruz de Jesús no es un
accidente, tampoco una equivocación. Los ancianos, los sumos sacerdotes y los
escribas, , asesinaron a Jesús porque no podían tolerar más su forma de vivir.
Porque estorbaba y amenazaba su poder. Jesús representaba una propuesta
absolutamente distinta de vida buena y justa: el reino de Dios. Una alternativa
al sistema dominante de la PAX ROMANA, cuyos valores e ideología se hallaba
diametralmente opuesta al querer de Dios. Cuando Jesús anuncia su muerte, no
está diciendo otra cosa que asumirá consecuentemente su vida justa y solidaria.
Pero, no anuncia sólo su muerte, anuncia también su resurrección. Resurrección
que sólo vendrá como consecuencia de su muerte en la cruz. El resucitado es el
crucificado. El crucificado es el encarnado. En otras palabras, por la
encarnación a la crucifixión y por la crucifixión a la resurrección.
“Tomar la cruz” no es otra cosa que asumir el proyecto de vida que Jesús nos mostró a través de su encarnación. La cruz es el resultado de decisiones voluntarias y compromisos escogidos al querer seguir a Jesús. Cargar la cruz es un estilo de vida cotidiana como resultado de enfatizar los valores del reino, de escoger una ética de justicia y de solidaridad, y de comprometerse con el proyecto de Dios en la transformación del mundo.
29.P. Cipriano Sánchez
Reflexionar es una conversión que no debe ser solamente una conversión exterior,
sino que debe ir sobre todo hacia la conversión del corazón. La conversión del
corazón que viene a ser el núcleo de toda la Cuaresma, es vista por la
Escritura, como un momento de elección por parte del hombre que debe dirigir a
Alguien. La pregunta es: ¿A quién dirigimos el corazón? ¿Hacia quién me estoy
dirigiendo yo? En este período en el cual la Iglesia nos invita a reflexionar
más profundamente tenemos que preguntarnos: ¿Hacia dónde voy yo?
En la primera lectura Dios pone delante del pueblo de Israel el bien y el mal,
diciéndole que puede elegir, decir a quién quiere servir, qué quiere hacer de su
vida. Tú también vas a decidir si quieres vivir tu vida amando al Señor tu Dios,
escuchando su voz, adhiriéndote a Él, o vas a tener un corazón que se resiste.
Es en lo profundo de nuestra intimidad donde acabamos descubriendo hacia quién
estamos orientando nuestra vida.
La Escritura nos habla por un lado de un corazón que se resiste a Dios y por
otro lado de un corazón que se adhiere a Dios. Mi corazón se resiste a Dios
cuando no quiero ver su gracia, cuando no quiero ver su obra en mi vida, cuando
no quiero ver su camino sobre mi existencia. Mi corazón se adhiere a Dios,
cuando en medio de mil inquietudes, vicisitudes, en medio de mil circunstancias
yo voy siendo capaz de descubrir, de encontrar, de amar, de ponerme de delante
de Él y decirle: “aquí estoy, cuenta conmigo”.
Jesús en el Evangelio nos presenta esta elección, entre resistencia del corazón
y la adhesión del corazón como una adhesión por Él o contra Él: “El que quiera
seguirme que se niegue a sí mismo, cargue su cruz cada día y se venga conmigo.”
Una conversión que no es solamente el cambiar el comportamiento; una conversión
que no es simplemente el tener una doctrina diferente; una conversión que no es
buscarse a sí mismo, sino seguir a Jesucristo. Esta es la auténtica conversión
del corazón.
Jesús pone como polo opuesto, como manifestación de la resistencia del corazón
el querer ganar todo el mundo. ¿Qué prefieres tú? ¿Cuál es la opción de tu vida,
cuál es el camino por el cual tu vida se orienta, ganar todo el mundo si no te
ganas a ti mismo?, pero si has perdido a base de la resistencia de tu corazón lo
más importante que eres tú mismo, ¿cómo te puedes encontrar?. Solamente te vas a
encontrar adhiriéndote a Dios.
Deberíamos entrar en nuestra alma y ver que estamos ganando o qué estamos
perdiendo, a qué nos estamos resistiendo y a quién nos estamos adhiriendo. Este
es el doble juego que tenemos que hacer y no lo podemos evitar. Nuestra alma, de
una forma u otra, se va a orientar hacia adherirse a Dios, automáticamente está
construyendo en su interior la resistencia a Dios. El alma que no busca ganarse
a sí misma dándose a Dios, está automáticamente perdiéndose a sí misma.
Son dos caminos. A nosotros nos toca elegir: “Dichoso el hombre que confía en el
Señor, éste será dichoso; en cambio los malvados serán como paja barrida por el
viento. El Señor protege el camino del justo y al malo sus caminos acaban por
perderlo”: ¿Qué camino llevo en este inicio de Cuaresma? ¿Es un camino de
seguimiento? Me dice Nuestro Señor: ¿Eres de los que quieren estar conmigo, de
los que quieren adherirse a Mí? ¿O eres de los que se resisten?
30. Fray Nelson Jueves 10 de Febrero de 2005
Temas de las lecturas: Hoy pongo delante de ti la bendición y la maldición * El
que pierda su vida por mí, la salvará.
1. Ante ti están la vida y la muerte
1.1 Dios nos invita a elegir y a la vez nos apremia a tomar una determinada
opción. Parece contradictorio: el Dios que me hizo capaz de bien y de mal luego
me invita a que elija el bien y rechace el mal. Tal vez por eso algún
existencialista dijo que el hombre estaba "condenado" a ser libre. ¿Por qué
Dios, que sabe cuál es mi bien, abre para mí la tremenda posibilidad de no
elegir ese bien?
1.2 Es que el bien no es en primer lugar una "cosa" que hacemos, sino aquello
que somos, aquello que alcanzamos ser a través de los que decimos, pensamos,
optamos y vivimos. Es verdad que existe el bien forzoso, que a su modo
"practican" los planetas, siguiendo rígidamente sus órbitas, o las plantas,
cumpliendo las leyes de la biología, o los animales, obedeciendo sin protestas
el curso de sus instintos. Esos bienes existen y tiene la altura y cualidad de
los seres que los realizan, pero no pueden elevarse de allí a la consideración
de su propio ser o de su propio obrar. Desconocen la majestad que revelan en una
armonía que les precede y les domina en silencio.
1.3 Algo distinto quiso Dios para unos de sus seres, que somos precisamente
nosotros. Sólo en nosotros el pensamiento se levanta a la consideración de su
propio origen y de su último fin. Somos las únicas creaturas visibles que pueden
decir "no" a sus propios impulsos y detenerse a sí mismos en el curso de los
deseos que parecerían inevitables. ¿Has visto a un buey tomando la decisión de
ayunar? ¿Conoces conejos que, después de madura deliberación deciden no tener
más conejitos? ¿Escuchaste de alguna vaca que analizara juiciosamente si el
pasto debe ser su alimento por los siglos de los siglos?
1.4 Dios, pues, nos ha creado con su poder, nos educa con su sabiduría y nos
mueve con su amor. Quiere hacer verdad y realidad en nosotros un bien nuevo, un
bien inédito entre las creaturas visibles: el bien de aquel que, en libertad,
con lucidez y amor, se levanta sobre sí mismo y saluda con gratitud a su
Hacedor.
2. Carga con tu Cruz
2.1 Mi experiencia ha sido esta: que entender rectamente qué es eso de la propia
cruz es como otra cruz.
2.2 Y sin embargo, la palabra del Señor está ahí, y está para nuestra salvación:
"el que quiera venir en pos de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su
cruz cada día y me siga". Es propia de Lucas esa expresión que da un matiz
particular a la enseñanza del Señor: cargue con su cruz "cada día".
2.3 La primera lectura nos invita a elegir; el evangelio de hoy también. El
Deuteronomio nos pide elegir la vida; el Evangelio, elegir la Cruz. Sin embargo,
es una misma elección, pues Jesús advierte: "el que quiera salvar su vida, la
perderá; pero el que pierda su vida por mí, ése la salvará. Pues, ¿de qué le
sirve a uno ganar todo el mundo, si se pierde o se arruina a sí mismo?" (Lc
9,25). Elegir la vida es elegir a Cristo, y elegir a Cristo es elegir al
Crucificado.
2.4 ¿Cuál es mi cruz? Sólo puedo conocerlo y decirlo en relación con la Cruz de
Cristo. En esa Cruz veo dolor y amor; sufrimiento y paz; veo el límite de las
fuerzas humanas y los extremos de la piedad divina; encuentro tragedia y
providencia, abandono total y solidaridad sin límites; muerte que acecha y vida
que asoma. Son las señales de la Cruz de mi Señor; son las señales de mi propia
cruz.
31.
Comentario: Fray Josep Mª Massana i Mola OFM
(Barcelona, España)
«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada
día, y sígame»
Hoy es el primer jueves de Cuaresma. Todavía tenemos fresca la ceniza que la
Iglesia nos ponía ayer sobre la frente, y que nos introducía en este tiempo
santo, que es un trayecto de cuarenta días. Jesús, en el Evangelio, nos enseña
dos rutas: el Via Crucis que Él ha de recorrer, y nuestro camino en su
seguimiento.
Su senda es el Camino de la Cruz y de la muerte, pero también el de su
glorificación: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado (...), ser
matado y resucitar al tercer día» (Lc 9,22). Nuestro sendero, esencialmente, no
es diferente del de Jesús, y nos señala cuál es la manera de seguirlo: «Si
alguno quiere venir en pos de mí...» (Lc 9,23).
Abrazado a su Cruz, Jesús seguía la Voluntad del Padre; nosotros, cargándonos la
nuestra sobre las espaldas, le acompañamos en su Via Crucis.
El camino de Jesús se resume en tres palabras: sufrimiento, muerte,
resurrección. Nuestro sendero también lo constituyen tres aspectos (dos
actitudes y la esencia de la vocación cristiana): negarnos a nosotros mismos,
tomar cada día la cruz y acompañar a Jesús.
Si alguien no se niega a sí mismo y no toma la cruz, quiere afirmarse y ser él
mismo, quiere «salvar su vida», como dice Jesús. Pero, queriendo salvarla, la
perderá. En cambio, quien no se esfuerza por evitar el sufrimiento y la cruz,
por causa de Jesús, salvará su vida. Es la paradoja del seguimiento de Jesús:
«¿De qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde
o se arruina?» (Lc 9,25).
Esta palabra del Señor, que cierra el Evangelio de hoy, zarandeó el corazón de
san Ignacio y provocó su conversión: «¿Qué pasaría si yo hiciera eso que hizo
san Francisco y eso que hizo santo Domingo?». ¡Ojalá que en esta Cuaresma la
misma palabra nos ayude también a convertirnos!
32.
Reflexión:
Dt. 30, 15-20. El egoísmo daña nuestras relaciones interpersonales. Fácilmente
se presta uno al juego del engaño tras palabras que parecen sinceras. Al paso
del tiempo la vida conyugal se convierte más en una pesadilla que en una
felicidad conforme a la promesa inicial. Y se camina tras de otros amores, y el
corazón se encadena a la infidelidad. Y se acaba la convivencia, y queda uno
expulsado no sólo de la casa, sino del corazón de la persona que fue engañada.
El Señor nos invita a vivir en la fidelidad a la Alianza pactada con Él desde el
día en que fuimos bautizados, en que Él se comprometió a ser nuestro Padre, y
nosotros a ser sus hijos. No podemos quitar a Dios del centro de nuestros
corazones para colocar en él nuestros egoísmos e inclinaciones, nacidas de la
concupiscencia, o de la avidez por lo pasajero. Si somos hijos de un mismo Dios
y Padre, no podemos quitar de nosotros el amor al prójimo para convertirnos en
los causantes de la pobreza, del hambre o de la injusticia que padecen muchos
hermanos nuestros. El Padre Dios nos invita a vivir fieles al camino de amor que
nos enseñó su Hijo, hecho uno de nosotros. Nuestra vida de fe no es una
fidelidad a determinados mandatos venidos de Dios, sino un estilo de vida que
nos pone tras las huellas de Cristo. Por eso vivamos nuestro amor fiel a nuestro
Dios y Padre, revestidos de Cristo, y manifestándolo desde nuestra vida cada día
con mayor claridad, de tal forma que en verdad pueda Él reconocernos como a sus
hijos amados, en quienes Él se complace.
Sal. 1. Pareciera que a veces ya no tenemos ni siquiera el perdón de Dios.
Podemos decir esto de nosotros o de algunos otros, cuya vida se ha desviado
demasiado del camino correcto. Sin embargo el amor que el Padre Dios nos tiene
le llevó a manifestarnos su misericordia, enviándonos a su propio Hijo para que,
mediante su muerte, fueran perdonados nuestros pecados, y mediante su
resurrección, tuviéramos nueva vida. Mientras aún es tiempo, volvamos al Señor,
dejémonos encontrar por Él para que nos conduzca hacia la posesión de los bienes
definitivos. No nos quedemos sólo en amar la Ley del Señor cumpliéndola hasta la
última coma a acento. Antes que nada encontrémonos con el Señor y manifestémosle
nuestro amor con la fidelidad que nos lleve a tenerlo sólo a Él como centro de
nuestra vida. Entonces seremos fecundos en buenas obras, pues no seremos
nosotros, sino Dios mismo el que, a través de la historia, pasará haciendo el
bien a todos por medio de su Iglesia.
Lc. 9, 22-25. Jesús, el Mesías e Hijo de Dios, no es reconocido como tal sino
cuando, después de padecer por nosotros, se levantó victorioso sobre el pecado y
la muerte. Sólo hasta entonces hemos conocido el amor que Dios nos tiene, pues,
siendo pecadores, nos envió a su propio Hijo para que, quienes creamos en Él, en
Él obtengamos la reconciliación que nos salva. Pero no basta reconocer con la
mente que Jesús es nuestro Dios y Salvador. Es necesario tomar nuestra cruz de
cada día e ir tras sus huellas. El Señor quiere hacernos partícipes de la Gloria
que, como a Hijo unigénito, le pertenece. Pero no podemos quedarnos sentados
gozando egoístamente la Salvación que de Dios hemos recibido. El Señor nos ha
enviado a proclamar la Buena Nueva de salvación a todos los pueblos; y para eso
es necesario hacer nuestras las angustias, tristezas, miserias, pobrezas y
pecados de los demás para esforzarnos, con la Fuerza del Espíritu Santo que
habita en nosotros, en trabajar para que el Reino de Dios vaya haciendo de
nuestro mundo un mundo más libre de todas esas esclavitudes, y, por tanto, un
verdadero inicio del Reino de Dios entre nosotros.
Dios nos llama no a la muerte, sino a la vida. Sabiendo que el salario del
pecado es la muerte, Dios nos envió a su propio Hijo para rescatarnos del pecado
y de la muerte. En esto se ha manifestado el gran amor que Dios nos tiene. Hoy
nos reunimos para celebrar este misterio de su amor por nosotros. El Memorial de
su Muerte y Resurrección nos recuerda que el Señor con su muerte nos perdonó
nuestros pecados, y con su resurrección nos dio nueva vida. Participar de la
Eucaristía nos debe llevar a aceptar con gran amor esta oferta de salvación que
Dios nos hace. Los que entramos en comunión de vida con el Señor no podremos
volver a nuestras actividades diarias cargados de pecados, ni generando signos
de muerte. Si el Espíritu de Dios está con nosotros, si su Vida es nuestra vida,
seamos portadores de esa vida para todos y esforcémonos, con la gracia de Dios,
para que el Plan de Salvación de Dios se haga realidad en todos.
En la vida nos encontramos con dos realidades bien definidas: El camino de la
vida, por el que todos aspiramos; y el camino de la muerte, contra el que todos
luchamos. Contemplamos nuestra realidad, tal vez con algunos, o con muchos lados
oscuros a causa del egoísmo del ser humano. Contemplamos nuestro futuro
realizado como un lugar de paz, de fraternidad, de luz nacida de un auténtico
amor. Queremos encaminar hacia él nuestros pasos. Sin embargo, ante los anhelos
de paz y de felicidad, somos conscientes de que mentes guiadas por ansias de un
mayor poder económico, han tratado de trastocar el auténtico anhelo de
felicidad, que anida en el corazón del hombre. Muchos han confundido, así, la
felicidad con el poseer lo pasajero, y se han vuelto en compradores compulsivos
de cosas que, finalmente les continúan dejando el corazón vacío. Jesucristo nos
ha enseñado, no sólo con palabras, sino con su propio ejemplo, que el camino de
la felicidad, el camino de la vida se encuentra en la capacidad de relacionarnos
con los demás y de vivir fraternalmente unidos por el amor. Por eso hemos de
aprender a ir tras las huellas de Cristo, cargando nuestra cruz de cada día.
Quien vaya por un camino diferente al del amor que Cristo nos ha mostrado, en
lugar de dar vida dará muerte; se convertirá en un destructor, a pesar de que
ore al Señor, pues una oración sin compromiso con la realidad, es una oración
inútil.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre, la gracia de vivir con gran amor la fe que en Él hemos
depositado. Que nos fortalezca para que, guiados por su Espíritu Santo, nuestros
pasos se encaminen siempre por el camino del bien, de la verdad, del amor y de
la paz. Amén.
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