TIEMPO DE ADVIENTO

DÍA 23

1.- Ml 3, 1-5. 23-24

1-1.

Así habla el Señor Dios: "He aquí que yo envío a mi mensajero a allanar el camino delante de mí".

El Señor es consecuente en sus ideas y prepara sus intervenciones con mucha anterioridad. Mateo (17, 9-13) y Lucas (7, 24-3O) designarán a ese «mensajero». Es Juan Bautista, cuyo nacimiento leemos en el evangelio de hoy.

-Y enseguida vendrá a su Templo el Señor a quien vosotros buscáis...

No será sólo un Mesías con realeza, un descendiente de David, como lo anunciaban las profecías de Isaías sobre el Emmanuel... es el Señor en persona el que viene. Es sorprendente encontrar en esos textos, por adelantado el anuncio de un Ungido, un Cristo que es Dios mismo. Evidentemente no se sabía cómo iba a realizarse esto, ha sido necesaria «la venida de Jesucristo» para aclarar esas profecías, a posteriori. Esos textos sagrados nos dicen mucho más de lo que solemos ver en la Navidad: no rebajemos el misterio, no lo reduzcamos a la mera amenidad de una fiesta folklórica agradable.

¡Es Dios el que viene! ¡Dios! ¡El gran Dios del universo!

-¿Quién podrá soportar el Día de su venida? ¿Quién se tendrá en pie cuando aparezca?

Porque es él como fuego de fundidor y como lejía de las lavanderías. Se instalará para fundir y para purificar.

Bien sabemos, desde el pesebre-cuna de Navidad, que Dios no ha venido para aplastar al hombre con su poder, y que se ha mostrado siempre completamente «humano».

Pero eso no debe hacernos olvidar ese otro aspecto, expresado aquí con fuerza: El que viene, ¡es Dios!

Y ante El ninguna imperfección puede mantenerse, ningún pecador puede envalentonarse. Ante El el orgullo es impensable. Es necesario reconocerlo como Dios, sentirse pequeño y humilde, y confiarse a El.

Señor, en el pesebre de Belén, yo te adoro, profundamente prosternado ante tu divina grandeza. Purifícame de todos mis pecados; porque ¡Tú sólo eres santo, Tú sólo Señor, Jesucristo, con el Espíritu Santo en la gloria de Dios Padre!

-Purificará a los hijos de Leví, los acrisolará como el oro y la plata: Así podrán presentar la oblación en plena justicia, ante la mirada del Señor.

La venida del Mesías inaugurará una reforma profunda de la «función sacerdotal» que ejercía, hasta aquí, la familia de Leví. Se anuncia un «culto» nuevo. El Hombre-Dios ha venido a fundar el culto definitivo: la ofrenda no será sólo de animales. Cristo es la «ofrenda agradable y justa». La eucaristía es el sacrificio espiritual por el cual los cristianos «ellos mismos se ofrecen en unión con Cristo».

-Así la ofrenda de Judá y de Jerusalén será grata al Señor.

El concilio ha revalorado esta teología del «culto espiritual» de los cristianos.

Jesús no ofreció un cordero pascual, sino que se ofreció a sí mismo, su propia vida, y su propia muerte.

También nosotros debemos ofrecer nuestra propia vida.

El sacrificio agradable a Dios es «el hombre vivo». Nuestra vida misma debería ser un culto.

Señor, te ofrezco la vida de Jesús desde su nacimiento en Belén, su adolescencia, su edad adulta, hasta su cruz. Te ofrezco todos los trabajos, los pensamientos, las acciones, las palabras de Jesús.

Y te ofrezco también mi vida, mis trabajos, mis pensamientos, mis acciones, mis palabras.

¡Mira la ofrenda que presentamos ante ti, nosotros, tus servidores!

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 54 s.


2.- Lc 1, 57-66

2-1.

VER EVANGELIO DE LA FIESTA DE S. JUAN BAUTISTA


2-2.

Después de las anunciaciones de los nacimientos, contemplamos los nacimientos mismos. Hoy el de Juan Bautista.

Pasado mañana el de Jesús.

-¿Qué va a ser pues este niño?

El misterio "planea" sobre toda cuna, sobre todo nacimiento de un hombre o de una mujer. "¿Qué llegará a ser este niño? ¿Qué será esta niña?" Tendrá todas las posibilidades y todos los riesgos de la libertad.

Este niño, ¿será santo o criminal? ¿Con qué señal marcará la historia del mundo o de la Iglesia? Juan Bautista, muy manifiestamente anuncia otro nacimiento.

Antes de seguir leyendo el evangelio, descubrimos ya en este prólogo, que Juan Bautista representará un papel en ese Reino de Dios que empieza ahora.

-Los vecinos y la familia de Isabel supieron la gran misericordia que Dios le había hecho, y se congratulaban con ella.

Una alegría que se comunica y se extiende como una mancha de aceite.

La buena nueva está en marcha. Por el momento se esparce ya en algunos círculos restringidos antes de llevar la alegría a los hombres hasta los confines de la tierra.

Este nacimiento se interpreta religiosamente: Dios está en el interesado... es un resultado de su misericordia. Dicen que Dios ha querido este nacimiento porque tiene un proyecto sobre este niño.

Ayúdanos, Señor, una vez más, a saber interpretar tu obra "lo que tú estás haciendo hoy" a través de los acontecimientos, Ias situaciones, las personas.

-Juan es su nombre.

Para un judío, el nombre es todo un símbolo: significa la función. Las raíces de la palabra "Juan" significan: "Dios da gratuitamente" Como la palabra "Jesús" significa: "Dios salva".

Decididamente, estas páginas, aparentemente infantiles están llenas de teología. Lucas, al escribirlas, se sirve de todo el desarrollo doctrinal que en aquel tiempo estaba ya precisado:

Dios salva por gracia, gratuitamente. Esta tesis de la Epístola de San Pablo a los Romanos estaba ya escrita cuando se redactaron los evangelios.

-Todo el mundo se asombró.

El inesperado acuerdo entre Zacarías mudo e Isabel asombra a los asistentes. Este nombre poco corriente sorprende.

"¡Nadie en tu familia lleva este nombre!" Es el comportamiento divino: Dios suele actuar a menudo por "ruptura", de un modo inesperado.

-Y al punto recobró el habla, se le soltó la lengua y empezó a bendecir a Dios.

La alabanza, la eucaristía, la acción de gracias.

De inmediato, Señor, abre también, mi boca, de inmediato desliga mi lengua, para que yo cante, para que te bendiga.

Haz de mí un alma de exultación y de alabanza.

"Que yo sea tan sólo esa flauta de caña que Tú puedas llenar de música." (·Tagore-R)

-Todos decían: "La mano del Señor está con él"

Una bella imagen.

"La mano de Dios." La mano de un hombre, ¡es algo hermoso! Es lo que le permite actuar, ayudar, acariciar, trabajar. Hay en Dios algo que corresponde a la mano.

Que tu mano, sí, tu mano, Señor, esté con nosotros.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 54 s.


2-3.

1. El anuncio del profeta Malaquías, de que Dios enviará un mensajero, prepara en paralelo el relato evangélico del nacimiento de Juan.

El profeta, en el siglo V antes de Cristo, en un tiempo de restauración política, que él querría que fuera también religiosa, se queja de los abusos que hay en el pueblo y en sus autoridades. El culto del Templo es muy deficiente, por desidia de los sacerdotes. De parte de Dios anuncia reformas y sobre todo el envío de un mensajero que prepare el camino del mismo Señor. Su venida será gracia y juicio a la vez, será fuego de fundidor, que purifica quemando, para que la ofrenda del Templo sea dignamente presentada ante el Señor.

¿Quién podrá resistir el día de su venida?

Una de las características de la misión de este mensajero será que «convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres».

El salmo da mayor suavidad al tema y nos hace repetir con confianza, ante este día de la venida del Señor: «mirad y levantad vuestras cabezas: se acerca vuestra redención». Eso si, con un compromiso de caminar por las sendas de Dios, con lealtad y rectitud, guardando la alianza con Dios.

2. Los judíos habían interpretado a este mensajero anunciado por Malaquías como el profeta Elías, que vendría al final de los tiempos. Pero Jesús lo identificó con Juan Bautista.

Hoy hemos escuchado el relato del nacimiento de Juan, el precursor, que se completará mañana con el cántico de su padre Zacarías (el Benedictus) y nos preparará así próximamente a celebrar el nacimiento de Jesús.

Dios ha decidido que ha llegado ya la plenitud de los tiempos y empieza a actuar. La voz corre por la comarca y todos se llenan de alegría. Tienen razón los vecinos: ¿qué será de este niño? Juan será grande. Durante bastantes días, en este Adviento, hemos ido leyendo pasajes en que se cantan las alabanzas de este personaje, decisivo en la preparación del Mesías: testigo de la luz, voz de heraldo que clama en el desierto y prepara los caminos del Señor, que crea grupos de discípulos que luego orientará hacia el Profeta definitivo, que predica la conversión y anuncia la inminencia del día del Señor.

El nombre, para los judíos, tiene mucha importancia. Juan significa «gracia de Dios», o «favor de Dios», o «misericordia de Dios». Nadie en la familia se había llamado así, y es que Dios sigue caminos siempre sorprendentes.

3. a) La figura de Juan nos invita también a nosotros a la conversión, a volvernos hacia ese Señor que viene a salvarnos, y a dejarnos salvar por él.

La voz de Juan, en este Adviento, nos invita a la vigilancia, a no vivir dormidos, aletargados, sino con la mirada puesta en el futuro de Dios, y el oído presto a escuchar la palabra de Dios. Haciendo nuestra la súplica que el Apocalipsis pone en boca del Espíritu y la Esposa: «Ven, Señor Jesús». Cada Adviento es ponerse en marcha al encuentro del Dios que siempre viene.

También en nuestra vida, como en la sociedad y el Templo de Israel, hay cosas que tienen que cambiar, actitudes que habría que purificar y caminos que necesitan enderezarse. Si preparamos la Navidad, por ejemplo, celebrando el sacramento de la reconciliación, entonces podremos cantar y celebrar litúrgicamente el Nacimiento de Jesús según los deseos de Dios.

b) Ojalá que también este año, entre nosotros, en la inminencia de la Navidad, corra la voz de la Buena Noticia entre los conocidos y amigos, y todos se llenen de alegría interior.

Ojalá que también surjan entre nosotros y sean escuchadas las voces de profetas como Malaquías y el Bautista que clamen la llegada de la salvación y convoquen eficazmente a una Navidad auténticamente cristiana.

Ojalá que nosotros mismos seamos evangelizadores, anunciadores de Cristo para el mundo de hoy, ejerciendo la función profética que todos los cristianos tenemos por el bautismo, y de modo especial los religiosos y ministros ordenados.

c) Una de las señales de la cercanía de una Navidad según el corazón de Dios sería la que anunciaba Malaquías: la reconciliación entre los padres y los hijos, entre los hermanos, entre los vecinos, entre los miembros de la comunidad. Ésa es la mejor preparación para una fiesta que celebra que Dios se ha hecho Dios-con-nosotros, y por tanto, nos invita a ser nosotros-con- Dios, por una parte, y nosotros-con-nosotros, por otra, porque todos somos hermanos.

O Emmanuel

«Oh Emmanuel, Rey y legislador nuestro,
esperanza de las naciones y salvador de los pueblos:
ven a salvarnos, Señor Dios nuestro»

Emmanuel, Dios-con-nosotros, el nombre que ya se anunciaba desde Isaías (7, 14). El que más expresivamente nos muestra el plan de cercanía y de presencia salvadora de Dios.

A la vez hay otros títulos mesiánicos: rey, legislador, esperanza, salvador, Señor, Dios nuestro. Por eso colma de confianza en este Adviento a todos los creyentes. Ante la inminente Navidad, se hace más urgente nuestra súplica: ven a salvarnos.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995 . Págs. 92-95


2-4.

Mal 3, 1-4.23-24: Envío mi mensajero delante de ti

Sal 24, 4-5.8-10.14

Lc 1, 57-66: Nacimiento de Juan Bautista

A las puertas ya de la Navidad, en su misma víspera, la liturgia nos presenta a quien lo precede: en el antiguo testamento, el anuncio del mensajero que "preparará el camino delante de ti", y en el evangelio, la realización de esa promesa, el nacimiento del precursor, Juan.

Malaquías en realidad está anunciando el día del Señor, día escatológico y aparatoso, pero día de reconciliación y salvación en el fondo, tal como lo presenta este profeta.

El evangelio por su parte nos ofrece una escena muy pintoresca del nacimiento de Juan Bautista. Su padre, mudo por la obstinación, y su madre, luchando a contracorriente con los vecinos machistas. Pero, tanto Isabel como Zacarías están de acuerdo en una cosa: la esperanza de Israel no se ha perdido, la utopía es posible. El niño presagia que las expectativas no son inútiles: Dios se ha acordado de su pueblo y envía a un mensajero que prepara el camino para la irrupción del tiempo definitivo.

La esperanza que un niño representa es una esperanza a largo plazo, y oculta, como su nacimiento humilde, pero es una esperanza concreta y real: de carne. Un niño, de carne y hueso, humilde y desconocido en su momento, es el protagonista de la Navidad. Por eso la Navidad es vivencia de esperanza, de confianza en el futuro, de seguridad interna, la seguridad que da el sabernos acompañados por Dios, aunque, eso sí, bajo los velos de la carne humilde y tierna de un niño...

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2-5.

Mal 3, 1-4.23-24. Los profetas no únicamente anuncian tragedias y catástrofes como estamos acostumbrados a pensar. Los profetas también anuncian la esperanza, proclaman la utopía e indican los pasos necesarios para alcanzarla. En este texto Malaquías nos habla de una vuelta del Señor a su pueblo: un mensajero consolidará la alianza pactada desde antiguo y constantemente infringida por la infidelidad de Israel.

La presencia del mensajero de la Alianza significa que el Señor del universo acompañará desde su santuario a todo el pueblo que está atento a su voz y a su presencia. Para que esto sea posible es necesario dar varios pasos previos. El primero de ellos es liberar al pueblo de los pecados. Pero no de cualquier transgresión superflua, sino de la más grave de todas: la violencia y la opresión que se había instalado en el corazón de la nación. La conducta corrupta de los gobernantes y la desidia del pueblo eran los más claros síntomas de que se había infringido la Alianza.

Ante esta situación el profeta debe actuar como una fragua y purificar con su acción radical la falta de temple de la nación. Dispuesto de este modo el pueblo y sus dirigentes, la nación podía encaminarse a renovar la alianza con Dios, por medio de un compromiso que consiste en el respeto del derecho y en la observancia de la justicia.

La propuesta del profeta sin embargo no es atendida; por eso, en la plenitud de los tiempos viene el Hijo de Dios a celebrar una Nueva Alianza. Esta ya no será exclusividad de un pueblo, sino patrimonio de la humanidad. Se irradiará desde cada ser humano comprometido con la realización de la justicia y el derecho. Ellos serán el santuario desde el cual se proclame la buena nueva.

Lc 1, 57-66. El evangelio nos ofrece una escena muy pintoresca del nacimiento de Juan Bautista. Su padre, mudo por la obstinación, y su madre luchando a contracorriente con los vecinos machistas. Pero, Isabel y Zacarías están de acuerdo en una sola cosa: la esperanza de Israel no se ha perdido, la utopía es posible. Por eso, el niño presagia que las expectativas no son inútiles: Dios se ha acordado de su pueblo y envía a un mensajero que prepara el camino para la irrupción del tiempo definitivo.

Hoy asistimos a una situación similar. Los medios de información sólo anuncian noticias trágicas, catástrofes, y provocan la sensación de que ya está todo perdido. Sin embargo, los medios noticiosos no anuncian el trabajo silencioso y anónimo de miles de personas que perseveran en la esperanza de un mundo mejor. Seres humanos que a diario se quiebran la espalda por ofrecer lo mejor a sus familias, por construir una comunidad de hermanos, por crear mejores condiciones de vida para la humanidad.

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2-6

Mal 3,1-4.23-24: ¿Quién podrá mantenerse en pie cuando mi mensajero llegue?

Lc 1,57-66: La circuncisión de Juan.

Ya estamos a las puertas del acontecimiento para el que nos hemos estado preparando durante el Adviento. Y las lecturas de la liturgia nos proponen dos reflexiones.

Por un lado, Malaquías, un profeta de la esperanza de la liberación, que anuncia la llegada del Mesías como un rey de paz y justicia. El mensajero, el enviado del Señor, pronto entrará al Santuario. Se acerca el tiempo del cumplimiento de la promesa. Pero es también un tiempo de juicio, porque quien viene revelará los pensamientos y acciones de todos los hombres y mujeres. Por eso anuncia también: "¿quién podrá mantenerse en pie cuando él llegue?". Su presencia será revelación y ju sticia. Será, por lo tanto, el día esperado por los pobres, los condenados injustamente, los que esperan que por fin la justicia se haga realidad. En un par de días llegará el Señor en la celebración de su nacimiento, pero puede pasar desapercibida su ent rada como juez y enviado de Dios para revelar la verdadera situación en la que nos encontramos.

La segunda reflexión a la que nos pueden llevar estos textos está dada por la lectura del evangelio. El texto de Lucas está orientado a mostrar a Juan como el precursor de Jesús, el anticipo de la realización, es decir, el fin de los tiempos de la prom esa y el comienzo de la liberación.

Ha llegado, entonces, el fin de lo que esperábamos. El Juez ya entra en el Santuario, Dios ya está revelando el lugar que ocupa cada quien en la historia.

Y la celebración de Navidad ha de ser eso: no simplemente un recuerdo romántico de un niñito en pañales rodeado de imágenes inmóviles de personas y animales, por muy tierno que eso sea. La Navidad es la llegada de Dios a nuestro mundo para un juicio, p ara una revelación. Para mostrarnos de qué lado estamos, quiénes somos, cómo usamos nuestra vida.

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2-7.

UN NIÑO SABIO COMO SALOMON, FUERTE COMO DAVID, CON LAS CUALIDADES RELIGIOSAS DE MOISES Y LOS PATRIARCAS.

1 "Un niño nos va a nacer y su nombre es Dios guerrero: él será la bendición de todos los pueblos" Isaías 9,6: Salmo 71,17.

La antífona de entrada nos anuncia ya la primera venida del Señor, la Navidad; la de la comunión nos anticipa la última: "Estoy a la puerta llamando: si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos" Apocalipsis 3,20.

2 "Yo envío mi mensajero para que prepare el camino ante mí" Malaquías 3,1. Ese mensajero es Juan Bautista, pues el Señor, que no es un desprevenido, ha preparado su intervención salvífica con tiempo.

3 Ese mensajero de Dios nos dice: "de pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis". El que viene no sólo será el Mesías, un enviado dotado de realeza, un descendiente de David, sino el Señor mismo en persona. Por tanto no debemos rebajar el misterio de que viene Dios reduciéndolo a una fiesta folklórica, pues el que viene es Dios.

El gran Dios del universo.

4 "¿Quién podrá resistir el día de su venida? ¿Quién quedará de pie cuando aparezca?

Será un fuego de fundidor, lejía de lavandero". En la cuna de Belén aparecerá un niño recién nacido indefenso y débil, que no viene a aplastar al hombre con su poder, y que en todo se ha manifestado humano, pero no olvidemos que es Dios, incompatible con el pecado, y que viene como el fuego a purificarlo. "Viene a prender fuego a la tierra" (Lc 12,49). Ante él ningún hombre puede envalentonarse, todos deben humillarse y reconocerse como pecadores necesitados de purificación. Ante Dios que viene humilde es impensable el orgullo. Es necesario sentirse humildes y pequeños y confiarse a El.

5 "Purificará a los hijos de Leví". La venida del Señor inaugurará una reforma profunda y sustancial del sacerdocio levítico. Se anuncia un culto nuevo, que no será constituído por el sacrificio de animales, como lo ofrecen los hijos de Leví, sino por el sacrificio del mismo Cristo, Cordero nuevo que nos salva con su propia sangre que borra los pecados. Esta es "la ofrenda que agradará al Señor", y que los cristianos debemos ofrecer con el sacerdote nuevo, ofreciendo con ella nuestra propias vidas y trabajos y hasta nuestra propia muerte, física y espiritual. Este es el sentido con el que el Concilio ha revalorizado la teología del culto espiritual. Jesús se ofreció a sí mismo en el ara de la cruz. Nuestra vida debe ser un culto vivo. Nuestra vida integral: oración, trabajos, sufrimientos, pensamientos, palabras y obras. Todo ofrecido, con la gota de agua en el vino, para ser ofrecido con Cristo.

6 Después de haber anunciado los nacimientos de Juan y de Jesús, contemplamos hoy el nacimiento de Juan, pasado mañana el de Jesús.

"¿Qué va a ser este niño?" Lucas 1,57. Es el interrogante ante una vida que comienza que se cierne también sobre Juan, como sobre cada hombre que nace. Dios tiene un designio para cada uno, que hemos de saber discernir, respetar, cuidar, encauzar. El aire que se respira en torno al nacimiento de Juan es de asombro y de gozo, porque todos intuían que "la mano de Dios estaba con él".

Pidamos que también su mano se pose sobre nuestra cabeza. La mano inmensa de Dios, la mano blanda (S J de la Cruz).

J. MARTI BALLESTER


2-8. CLARETIANOS 2002

Hoy, casi al final del Adviento, habría que destacar las palabras del salmo 24: Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación. Imagino que estas palabras producirían una enorme alegría si las sintieran como dirigidas a ellos todos los afectados por la marea negra del Prestige. O todos los que están atrapados por la depresión. O los que no levantan cabeza en su vida familiar. O los que han perdido su puesto de trabajo. En el evangelio se narra el nacimiento de Juan, el hijo de Isabel y Zacarías. También ellos, después de muchos años de esterilidad, alzaron la cabeza y sintieron que la liberación de Dios llegaba a ellos. De hecho, al niño no le pusieron de nombre Zacarías, como el padre, sino Juan; es decir: “Dios ha tenido compasión”. Sólo cuando Zacarías reconoce el poder de Dios vence su mudez y rompe a hablar.

Cada vez que la liturgia nos propone estas historias de esterilidad-fecundidad inyecta en nosotros una dosis de esperanza. A nosotros no suele costarnos medirnos con la esterilidad. La experimentamos a cada paso. Lo que nos cuesta es creer que Dios sigue siendo fuente de una fecundidad que supera nuestras expectativas. Si la fe consistiera simplemente en ser razonables, en ajustar el futuro a nuestras diminutas previsiones y posibilidades, entonces no merecería embarcarse en la aventura de creer. Sería una forma más de entretener un tiempo que nos sobra por todas partes.

Pero no. La Palabra de Dios nos invita a ponernos en pie, a fiarnos de Dios, a vivir el tiempo presente confiando en que las sendas del Señor son misericordia y lealtad. Tenemos que contarnos unos a otros las historias de las Isabeles y Zacarías que nos rodean. Esta sería una hermosa preparación para celebrar este año la Navidad: ¿Has oído de alguien que haya experimentado la compasión de Dios en medio de su prueba? Tú mismo, ¿no has tenido nunca la sensación de que te ahogabas y te has abierto con más fe que nunca a Dios?

Gonzalo Fernández cmf (gonzalo@claret.org)


2-9. 2002

EVANGELIO
Lucas 1, 57-66
(trad. Juan Mateos, Nuevo Testamento , Ediciones El Almendro, Córdoba)

57A Isabel se !e cumplió el tiempo de dar a luz y tuvo un hijo. 58Sus vecinos y parientes se enteraron de lo bueno que había sido el Señor con ella y compartían su alegría.
59A los ocho días fueron a circuncidar al niño y empezaron a llamarlo Zacarías, por el nombre de su padre. 60Pero la madre intervino diciendo:
-¡No!, se va a llamar Juan.
61Le replicaron:
-Ninguno de tus parientes se llama así.
62Y por señas le preguntaban al padre cómo quería que se llamase. 63El pidió una tablilla y escribió: "Su nombre es Juan", y todo se quedaron sorprendidos. 64En el acto se le soltó la lengua y empezó a hablar bendiciendo a Dios.
65Toda la vecindad quedó sobrecogida; corrió la noticia de estos hechos por toda la sierra de Judea 66y todos los que los oían los conservaban en la memoria, preguntándose:
-¿Qué irá a ser este niño?
Porque la fuerza del Señor lo acompañaba.


COMENTARIO 1

ALBRICIAS POR EL NACIMIENTO DE UN NIÑO
NO ESPERADO

"A Isabel se le cumplió el tiempo de dar a luz y tuvo un hijo. Sus vecinos y parientes se enteraron de lo generoso que había sido el Señor con ella y compartían su alegría" (1,57-58). A pesar de lo lacónico de la noticia, ésta se esparció todo alrededor por el círculo familiar y el vecindario. Hasta ese momento no se habían enterado de que Dios ya había librado a Isabel de su "vergüenza", de la esterilidad de la religión judía, "ante los hombres". María, en cambio, se había enterado por los canales del Espíritu. El nacimiento del fruto de su vientre llenará a "muchos" de alegría (cf. 1,14), como en el caso del nacimiento de Isaac (Gn 25,5-7). Ambos hijos fueron concebidos en la "vejez".

FRACASA EL INTENTO DE ENCUADRAR A JUAN
EN LA TRADICION PATRIA

"A los ocho días fueron a circuncidar al niño y empezaron a llamarlo Zacarías, por el nombre de su padre" (1,59). Con el rito de la circuncisión, el hijo varón llevará en su cuerpo la señal indeleble de la alianza establecida por Dios con su pueblo (Gn 17,10-13). Según la tradición patria, el primogénito debía llevar el nombre de su padre, como heredero de la tradición de que éste es portador. Por eso se dice que "empezaron a llamarlo Zacarías". Pero los planes de Dios no coinciden con los de su pueblo. "Pero la madre intervino diciendo: "¡No!, se va a llamar Juan." Le replicaron: "Ninguno de tu parentela se llama así." Y por señas le preguntaban al padre cómo quería que se llamase. El pidió una tablilla y escribió: "Su nombre es Juan", y todos quedaron sorprendidos. En el acto se le soltó la lengua y empezó a hablar bendiciendo a Dios" (1,60-64).

Se ha consumado la ruptura que había profetizado el ángel (1,13). La "sordomudez" (le preguntaban "por señas", escribió "en una tablilla") de Zacarías cesa en el preciso instante en que se cumple la promesa. Dar nombre equivale a reconocer de hecho que el proyecto de Dios sobre Juan se ha hecho realidad. El "castigo" de Zacarías no era un castigo físico. Fue consecuencia de su incredulidad y oposición al proyecto de Dios. Ahora ya puede hablar, pues está en sintonía con el plan de Dios. La bendición aquí enunciada se explicitará en el cántico que veremos a continuación.

"Toda la vecindad quedó sobrecogida de temor; corrió la noticia de estos hechos por la entera sierra de Judea, y todos los que lo oían los conservaban en la memoria, preguntándose: "¿Qué irá a ser este niño?" Porque la fuerza del Señor lo acompañaba" (1,65-66). A pesar de su 'vecindad', nadie comprende lo que está ocurriendo. Pero tampoco se cierran a cal y canto a lo que será de él, como fue el caso de Zacarías. Simplemente, como no lo entienden, pero no lo rechazan de plano, 'guardan en su memoria' (lit. "ponían en su corazón") la pregunta sobre cuál va a ser la misión que llevará a cabo en Israel, misión realmente extraordinaria, pues tienen conciencia de que "la mano/fuerza del Señor está con él", igual que se ha predicado de María (1,28).

Tenemos una capacidad inmensa para almacenar en la memoria las experiencias que nos sacan de quicio, pero que borramos al instante queriendo encontrar soluciones sin movernos de nuestros parámetros religiosos. Guardándolas en la memoria, y por acumulación de experiencias sin respuesta, podremos un día darnos cuenta de que nuestras preguntas son fruto muchas veces de planteamientos equivocados, que nunca hemos cuestionado por miedo a perder nuestras propias seguridades.


COMENTARIO 2

De una cosa podemos estar ciertos frente a la figura de Juan. Esta no es exaltada en sí misma, sino en cuanto al papel que va a desempeñar en relación a Jesús. Juan es como su presentador oficial ante la sociedad israelita. En esa misma medida debe estar rodeado de acontecimientos que, correctamente interpretados, le dan crédito a su misión o la hacen comprender con mayor profundidad. La perícopa de hoy se refiere propiamente a la circuncisión de Juan, acontecimiento significativo para una familia judía, ya que se trataba de una ceremonia a través de la cual se incorporaba el hijo recién nacido al pueblo de Israel, o pueblo de la elección y de la alianza con el Dios Yavé. Si comparamos la circuncisión de Juan y la de Jesús, la de Juan tiene mayor riqueza de datos. Nos encontramos con la circuncisión de la figura que cierra oficialmente el Antiguo Testamento. El nombre de Juan (en hebreo "Yohanan") significaba "Dios ha tenido compasión de su pueblo". Es decir, Dios no le falló a Israel. La vida de Juan, prefigurada, anunciada o resumida en su nombre, es la mayor prueba de ello. Juan es uno de tantos eslabones en la infinita cadena de actos de misericordia y de compasión que tuvo Yahvé para con su pueblo, hasta la llegada de Jesús. Si el pueblo llegara a ser infiel, a no aceptar a Jesús, nunca sería por no haber palpado el corazón de Dios abierto al amor y a la misericordia.

Una de las personas que percibe esta cadena de misericordias de Dios es una mujer: Isabel, la estéril. Sobre la tradición que aconsejaba ponerle al primogénito el nombre del padre, Isabel hace primar la conciencia de la misericordia de Dios para con ella y para con el pueblo. De esta manera, en Juan queda la constancia de lo que ha sido toda la historia de Israel: la dispensación de un acto de amor tras otro: un derroche de amor. Sólo cuando el hombre de la casa, el sacerdote Zacarías, enmudecido por no haber creído a tiempo en la misericordia de Dios, reconozca este amor gratuito de Dios ratificando el nombre de Juan, recuperará el habla. Sin duda alguna Zacarías sabía que él era el padre del niño. Sin embargo, en razón de la misión que Juan trae, él es también obra de Dios y debe llevar explícita -en razón de un nuevo nombre- esa especie de dependencia o filiación especial de Dios que trae en razón de su misión. No olvidemos que para ser una persona justa, el ser humano debe siempre reconocer la presencia y la autoría de Dios en aquellas cosas que, como hombre, no alcanza a comprender.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


2-10. Nacimiento de Juan Bautista

Autor: P. José Rodrigo Escorza

Reflexión

Zacarías está mudo. El ángel lo ha dejado sin poder contar ni una palabra a Isabel de lo que le ha ocurrido. Nueve meses largos de espera en silencio es tiempo suficiente para recobrar la paz y la serenidad. Zacarías había aceptado con dolor este sufrimiento y había aprendido a ser humilde. Por eso su lengua se “desata” en el momento oportuno. Ni él ni nadie lo esperaba. Sucede de improviso, como de improviso llegó aquel día el ángel, pero esta vez el anciano sacerdote supo cómo responder. La gratitud y la alabanza a Dios son sus primeras palabras en un canto de júbilo emocionado.

Isabel concibió a Juan en su seno, mientras Zacarías, en silencio, recobró la fe y confianza en Dios. En ambos se da el milagro. La vida espiritual se construye a base de pequeños o grandes milagros que se dan en esa esfera íntima del alma, que sólo Dios y cada uno conoce. Pero no por ello dejan de ser milagros. Dios toca con su mano nuestras almas más a menudo que nuestros cuerpos... “la mano del Señor estaba con él...” sí, y también con nosotros. Porque Dios quiere engendrar en cada uno de nosotros a un hombre nuevo. Mediante la humildad, el crecimiento de nuestra fe, y de nuestra confianza. Por medio de la donación y la entrega generosa. Porque sin amor no podemos hacer nada meritorio. El hombre nuevo que coopera a la acción de Dios es consciente de su pequeñez, pero aún más de que esa “mano” divina le sostiene.

El anuncio de la Navidad, con su nuevo nacimiento tan cercano ya, nos debe estimular. Quien nace es también como en el caso de Zacarías un hombre nuevo, un hombre tocado por Dios. Salgamos al encuentro de Jesús, preparemos nuestro espíritu, no dejemos que todo se vaya en lo exterior, porque es un tiempo precioso para crecer, para engendrar a Jesús más y más en el corazón. La medida de nuestra felicidad, de nuestra gratitud y alegría, como la de Zacarías, dependerá de habernos dejado a nosotros mismos y haber aceptado el querer de Dios. La oración es el medio para fortalecer estas convicciones, la caridad el instrumento para hacerlas creíbles a los demás.


2-11.Reflexión

El evangelio de hoy nos presenta la gran alegría que trajo para toda la comarca el nacimiento de Juan el Bautista, el Precursor. Si algo le está haciendo falta hoy al mundo es esta “alegría” que nace del corazón.

Es necesario que cada uno de nosotros nos convirtamos en el instrumento de Dios para que la gente se dé cuenta de que la presencia de Cristo en el mundo es una realidad y que él es la única posibilidad que tiene para ser verdaderamente feliz.

Nuestra sonrisa, nuestra alegría, nuestra sencillez ante las cosas y el mundo, son la mejor invitación para que el mundo crea. Zacarías, no podía hablar, así que tomo lo que tenía a la mano y así el plan de Dios continuó adelante; y nos dice que en ese momento todos se “maravillaron”. Que estos últimos días antes de nuestra fiesta de Navidad, hagamos los posible para que la gente se sienta invitada a vivir la Navidad con un espíritu diferente, con paz y con amor. Tu puedes ser el instrumento para que Dios llegue a los corazones.

Ernesto María Caro, Sac.


2-12. 2003

Comentario: Rev. D. Miquel Masats i Roca (Girona, España)

«‘¿Qué será este niño?’. Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él»

Hoy, en la primera lectura leemos: «Esto dice el Señor: ‘Yo envío mi mensajero para que prepare el camino delante de Mí’» (Mal 3,1). La profecía de Malaquías se cumple en Juan Bautista. Es uno de los personajes principales de la liturgia de Adviento, que nos invita a prepararnos con oración y penitencia para la venida del Señor. Tal como reza la oración colecta de la misa de hoy: «Concede a tus siervos, que reconocemos la proximidad del Nacimiento de tu Hijo, experimentar la misericordia del Verbo que se dignó tomar carne de la Virgen María y habitar entre nosotros».

El nacimiento del Precursor nos habla de la proximidad de la Navidad. ¡El Señor está cerca!; ¡preparémonos! Preguntado por los sacerdotes venidos desde Jerusalén acerca de quién era, él respondió: «Yo soy la voz del que clama en el desierto: ‘Enderezad el camino del Señor’» (Jn 1,23).

«Mira que estoy a la puerta y llamo: si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20), se lee en la antífona de comunión. Hemos de hacer examen para ver cómo nos estamos preparando para recibir a Jesús el día de Navidad: Dios quiere nacer principalmente en nuestros corazones.

La vida del Precursor nos enseña las virtudes que necesitamos para recibir con provecho a Jesús; fundamentalmente, la humildad de corazón. Él se reconoce instrumento de Dios para cumplir su vocación, su misión. Como dice san Ambrosio: «No te gloríes de ser llamado hijo de Dios —reconozcamos la gracia sin olvidar nuestra naturaleza—; no te envanezcas si has servido bien, porque has cumplido aquello que tenías que hacer. El sol hace su trabajo, la luna obedece; los ángeles cumplen su misión. El instrumento escogido por el Señor para los gentiles dice: ‘Yo no merezco el nombre de Apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios’ (1Cor 15,9)».

Busquemos sólo la gloria de Dios. La virtud de la humildad nos dispondrá a prepararnos debidamente para las fiestas que se acercan.


2-13. San Agustín (353-430) obispo de Hipona (África del Norte) doctor de la Iglesia

Sermón para la fiesta del nacimiento de San Juan Bautista

“¿Qué va a ser este niño?”

¡Oh maravilla, el nacimiento del mensajero precede a Aquel sin el cual no habría nacido nunca! El es la voz y Jesús el Verbo... La palabra nace primero en el espíritu, luego suscita la voz que la pronuncia; la voz se expresa por los labios y da a conocer la palabra a los oyentes. Así Cristo ha permanecido en el Padre, por quien Juan, su mensajero, fue creado como toda criatura. Pero Juan sale del vientre de su madre y por él Cristo fue anunciado a todo el mundo. Éste era el Verbo, desde el principio, antes que existiera el mundo; aquel fue la voz que precede al Verbo. El Verbo nace del pensamiento, la voz sale del silencio.

Cuando da a luz a Cristo, María cree, mientras que antes de engendrar Juan, Zacarías se queda mudo. Juan nace de una anciana estéril; Cristo, de una jovencita virgen. El Verbo prolifera en el corazón de quien lo piensa; la voz expira en el oído de quien la escucha. Puede que éste sea el sentido de la palabra de Juan: “El debe ser cada vez más importante; yo, en cambio, menos.” (Jn 3,30) Porque los oráculos proféticos, pronunciados ante de Cristo como una voz antes del verbo, se siguen hasta que llega Juan en quien cesan las figuras precedentes. Luego, la gracia del evangelio y el anuncio manifiesto del reino de los cielos no conocerá fin y fructificará y crecerá en el mundo entero. Ciertamente, de Juan dice la misma Verdad: “Entre los nacidos de mujer no hay otro más grande que Juan Bautista.”


2-14. DOMINICOS 2003

¡Oh, Emmanuel, ven!

0h Emmanuel, rey y legislador nuestro, esperanza de las naciones y salvador de los pueblos, ven a salvarnos, Señor Dios nuestro.

Emmanuel, Dios-con-nosotros, es la Palabra, es el Hijo de Dios hecho  hombre. Su presencia en la tierra nos permitirá oír voces de filiación divina, de justicia, de verdad, de solidaridad, como nunca las habíamos escuchado en la historia.

Los rasgos de su vida denunciarán todo pecado, toda carcoma del corazón humano, pues el esperado Emmanuel estará volcado en favor de los humildes, sencillos, pacientes, sufridos, abiertos al misterio de Dios.

Sus mensajes ofrecerán luz inextinguible a las naciones, para que, con responsabilidad y justicia, se gobiernen en equidad, igualdad, fraternidad... Y la ofrenda de sí mismo nos mostrará a todos la grandeza que puede y debe adquirir el amor sincero.

No dejemos, pues, de repetir con clamor litúrgico: ¡Ven, Emmanuel; ven salvador!

 

La Luz de la Palabra de Dios

Lectura del profeta Malaquías 3,1-4; 4,5-6:

“Así dice el Señor Dios: Mirad, yo envío mi mensajero para que prepare el camino ante mí. De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis... ¿Quién podrá resistir el día de su venida? ¿Quién quedará en pie cuando aparezca? Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero... Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, como en los años antiguos...

Mirad, os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible. Convertiré el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga que venir yo a destruir la tierra”.

Evangelio según san Lucas 1, 57-66:

“A Isabel se le cumplió el tiempo y dio a luz un hijo... Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaban.

A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre. Pero la madre intervino diciendo: ¡No! Se va a llamar Juan. Le replicaron: ninguno de tus parientes se llama Juan.

Entonces preguntaron por señas a su padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: Juan es su nombre... E inmediatamente se le soltó la lengua y empezó a hablar bendiciendo a Dios... Todos reflexionaban diciendo: ¿qué va a ser este niño? Porque la mano de Dios estaba con él”

 

Reflexión para este día

Mensajeros de Dios para un reinado de paz entre los hombres

Tanto la primera como la segunda lectura nos convocan a todos para que seamos, con los profetas y mensajeros antiguos, testigos de la verdad y del amor y precursores del reinado de Dios por Cristo.

Mirad que yo envío un mensajero, dice el Señor por Malaquías, para que prepare caminos y refine y transforme la vida humana con fuego de fundidor.

Esa transformación consistirá en que todo retorne al equilibrio inicial de la creación:

viñeta

que padres e hijos vivan en armonía de amor, dependencia y solidaridad;

viñeta

que pueblos mutuamente destructores se den la mano para gozar del bienestar deseado;

viñeta

que cada persona en su interior no esté dividida a causa de sus pasiones encontradas;

viñeta

que todos los hombres se sientan movidos “por la mano de Dios que está con ellos”, como lo estaba Juan el Bautista, precursor del Señor.


2-15. CLARETIANOS 2003

Quien no cree… ¡pierde!
La falta de fe no queda impune. Lleva en sí misma el castigo. Quien no confía, pierde hasta lo suyo, hasta su propia identidad. Sobre esto habla el evangelio de este día, centrado en la figura de un viejo e incrédulo sacerdote judío, Zacarías.

El evangelista Lucas inicia su libro con una historia de incredulidad. Un viejo y honrado sacerdote no cree en los signos de Dios. Es capaz de oponerse a la revelación. En su obstinación incrédula recibe la pena: ¡pierde la capacidad de hablar! San Pablo, en su carta segunda a los Corintios, dice –sin embargo- una expresión del todo diferente: “Creí, por eso, hablé”. La falta de fe nos quita hasta la palabra. Por eso, en la escena evangélica que hemos escuchado adquiere un rango protagonista la esposa de Zacarías, Isabel. Es a ella sola a quien la gente felicita por la gran misericordia que Dios le ha hecho. Es ella la que decide ponerle a su hijo un nombre que lo desconecta de su padre Zacarías y hasta de su familia. Por eso, le reprochan: ¡ninguno de tus parientes se llama así! Pero Isabel no cede. Juan es un nombre compuesto. Ju o Jo o Yo es abreviatura del nombre de Yahweh, y hen o hanna es un término que significa gracia. Johannes es aquel a quien Yahweh ha demostrado su gracia.

Las mujeres que han creído, María e Isabel, hablan, actúan. El varón incrédulo, Zacarías, está mudo. Si María es bienaventurada porque creyó, Zacarías se ha cerrado a la bienaventuranza con su incredulidad. Sin embargo, en este momento se rehace. Se adhiere a la propuesta de su mujer Isabel y escribe en una tabilla: Juan es su nombre. Renuncia a imponer el suyo… como indicando que en esa concepción de Juan él poco había intervenido a causa de su incredulidad y como reconociendo que era más hijo de Dios que suyo. Pero ese gesto de adhesión curó a Zacarías de todos sus males. Y renació en él la fe. Y toda la gente comenzó a sentir una profunda inquietud religiosa.

La incredulidad disminuye al ser humano. Le cierra puertas, lo deshereda, lo vuelve extraño y aislado. La fe nos hace pertenecer a un fantástico mundo de relaciones, donde todo va cobrando sentido poco a poco. Cuando nosotros, como el viejo sacerdote Zacarías, no dejamos lugar al Espíritu Santo, entonces quedamos poseídos por un espíritu mudo, que nos aísla. Cuando, en cambio, nos abrimos al Espíritu, todo renace en nosotros.

Pero ¡no entendamos las cosas de forma excesivamente espiritualista! Quien cree es creador. Y se abre a la capacidad creadora. Quien cree y confía en todo y más allá de todo, está abierto al Espíritu. Lo que más hemos de pedir a Dios es el don de la fe, de la confianza. Esa es una de las súplicas más importantes en la oración.

José Cristo Rey García Paredes (jose_cristorey@yahoo.com)


2-16. 2003

LECTURAS: MAL 3, 1-4. 23-24; SAL 24; LC 1, 57-66

Mal. 3, 1-4. 23-24. Al paso del tiempo, retornados del destierro, el pueblo volvía a sus abominables costumbres. ¿Qué caso había tenido clamar al Señor para que los librara de sus enemigos prometiéndole serle en adelante fieles cuando, al volver a casa se inicia un nuevo camino de infidelidades? La purificación es un vaivén entre la fidelidad e infidelidad. Finalmente, quienes en verdad queremos un compromiso con el Señor, debemos saber que hemos de estar en una continua conversión. Juan Bautista preparó el camino al Señor. Jesús mismo nos invita a la conversión. El Reino de Dios se va abriendo paso, día a día, en el corazón del hombre. Cristo se ha levantado victorioso, de un modo definitivo, sobre el pecado y la muerte, y nos ha hecho partícipes de esa victoria. Pero ¿vivimos santos como el Señor es Santo? Nuestra respuesta a esta pregunta no se puede dar con palabras, sino con la vida, con la que manifestamos si en verdad estamos o no con el Señor, y si estamos haciendo de nuestra existencia una ofrenda agradable a Dios. Ojalá y en verdad Dios habite en nosotros y nos santifique. Y que, santificados por Aquel que hecho uno de nosotros entregó su vida para salvarnos, podamos esforzarnos en hacer un continuo llamado a todos a preparar su corazón para que el Señor llegue a ellos como huésped y les ayude a ser motivo, no de división, sino de reconciliación fraterna.

Sal. 24. Dios, Por medio de Jesús, su Hijo, nos ha manifestado el Camino de Salvación. Quienes nos dirigimos a la posesión definitiva de Dios, a la perfección en Él, no tenemos más camino que el mismo Cristo. Abrir ante Él no sólo nuestros oídos, sino nuestro corazón, nos ha de llevar a tener la misma actitud de María: escuchar la Palabra de Dios, meditarla en nuestro corazón y ponerla en práctica. Sólo entonces la Palabra de Dios será eficaz en nosotros y no seremos discípulos inútiles u olvidadizos. Dios nos quiere llenos de su Espíritu, el cual hará que la Palabra de Dios sea fecunda en nosotros y nos transforme, día a día, para llegar a ser conforme a la imagen del Hijo de Dios. Quien en verdad acepta en su interior la Salvación que Dios nos ha ofrecido en Cristo, debe manifestarse como una persona renovada en el bien. Sólo así tendrá sentido creer en Cristo.

Lc. 1, 57-66. Muchas veces es necesario callar para escuchar la voz de Dios en nuestro propio interior. Debemos apropiárnosla, debemos dejarla producir fruto abundante en nosotros mismos. La Palabra que Dios pronuncia sobre nosotros, nos santifica. Y eso ha de ser como un idilio de amor, en silencio gozoso, con Aquel que nos ama. Pero no podemos quedarnos siempre en silencio, pues nuestro silencio se haría mudez y eso no es algo que el Señor quiera de nosotros. Después de experimentar la Palabra de Dios en nosotros hemos de reconocer a nuestro prójimo por su propio nombre; reconocer que, a pesar de que muchas veces le veamos deteriorado por el pecado, lleva un nombre que no podemos dejar de reconocer: es hijo de Dios por su unión a Cristo. Ese reconocimiento nos ha de llevar a hablar, no sólo con palabras articuladas con la boca, sino con el lenguaje de actitudes llenas de cariño, de amor, de respeto, dándole voz a los desvalidos y preocupándonos del bien de todos. Entonces seremos motivo de bendición para el Santo Nombre de Dios desde aquellos que reciban las muestras del amor del mismo Dios desde nosotros. Tratemos de vivir abiertos al Espíritu de Dios para que sea Él el que nos conduzca por el camino del servicio en el amor fraterno, a imagen del amor que Dios nos manifestó en Jesús, su Hijo.

En esta Eucaristía el Señor nos ha llamado por nuestro nombre para que estemos con Él. Su Palabra se pronuncia para nosotros como palabra creadora y santificadora. Esa Palabra de Dios ha de tomar cuerpo en nosotros mismos, de tal forma que podamos proclamarla ante los demás, no desde nuestras imaginaciones, sino desde nuestra experiencia personal del Señor. Unidos a la Iglesia de Cristo que nos hace cercana la Palabra de Dios y nos la interpreta a la luz del Espíritu Santo, quienes acudimos a esta celebración vivimos un compromiso real con el Señor para hacer llegar a todos esa Palabra que nos salva.

Quienes participamos de esta Eucaristía estamos llamados a ser motivo de bendición y no de maldición para todos los pueblos. Dios nos quiere portadores de su Evangelio. La Palabra de Dios no puede quedar oculta bajo nuestras cobardías. El Señor nos llama no sólo para instruirnos, sino para transformarnos como hijos suyos, por nuestra unión a su único Hijo, Jesús, a través del cual tenemos abierto el acceso a Dios como Padre. Pero no podemos sólo disfrutar de Dios de un modo personalista; Dios se ha hecho hombre para poder llegar a todos en cualquier tiempo y lugar. Y la Iglesia de Cristo tiene la responsabilidad de hacerlo presente en todas partes con su amor santificador y salvador. Una Iglesia que en lugar de ocuparse de que el Evangelio llegue a todos, se quedara muda en su testimonio, sería una comunidad de inútiles, incapaces de cumplir con la misión que el Señor nos ha confiado.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber ser portadores del amor de Dios tanto con nuestras palabras, como con nuestras obras y nuestra vida misma. Amén.

www.homiliacatolica.com


2-17. LAS FELICITACIONES.

Ya he colocado las felicitaciones de Navidad que van llegando. Son curiosas esas tarjetas, que hemos acabado por llamar Christmas quizá por querer hacer gala de nuestro dominio de la lengua de Shakespeare. Allí van luciendo en mi sala de estar, variadas en sus motivos y formatos. Me llaman la atención esos tarjetones que, para ser “asépticos”, se envían muchas veces desde empresas o instituciones. Tarjetones que tienen como motivo un paisaje nevado, unos ositos, un payasete con pinta afeminada o unas pinceladas indefinidas con algunos ribetes dorados. Parece que no se quieren herir sensibilidades, no vaya a ser que quien reciba la felicitación le tenga alergia a Cristo o, al ver una imagen piadosa, se le revuelva el estómago al pensar que la Navidad no es sólo la lotería, el cava, el turrón y alguna que otra intoxicación etílica.

Parecen esos tarjetones un intento de hacer una Navidad light (otra vez con la lengua de Shakespeare) donde hubiera que dejar de lado el nacimiento de Cristo, como si las promesas de Dios no se cumplieran. Es como hacer “mutis” discretamente del significado de estos días retirándonos del portal de Belén a un lugar más cómodo.

¿Te imaginas una Navidad sin consumo y sin gastos desorbitados?. Parece difícil pero es la realidad que se da en muchos lugares de nuestra tierra donde la Iglesia está presente minoritariamente, está perseguida o en la clandestinidad y en países de misión. También en muchos corazones de consagrados y consagradas que vivirán estos días en la capilla de su convento y en muchas familias y cristianos que descubren el verdadero sentido de la celebración del nacimiento de Cristo. Sí, es posible una Navidad sin consumo.

¿Te imaginas una Navidad sin Cristo?. Parece difícil pero es la realidad que se da en muchos lugares de nuestra tierra donde llenamos las calles y hogares de luces, adornos y guirnaldas y llenamos las mesas de corderos, langostinos, gulas y demás viandas pero se nos olvida bendecir la mesa, rezar en familia o asistir a la Santa Misa.

“Juan es su nombre” son las últimas palabras que Zacarías tuvo que escribir en su tablilla pues “se le soltó la boca y la lengua , y empezó a hablar bendiciendo a Dios”. Parafraseando el Evangelio de hoy podríamos decir “Navidad es su nombre”, es el tiempo del nacimiento de Dios-con-nosotros y Él es el único importante en estos días y, por Él, toda la humanidad. Cuando caigamos en la verdadera dimensión de estos días se nos soltará la lengua para bendecir a Dios, se “convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres” poniendo a Cristo en el centro de nuestra vida.

Ya vislumbramos, con Santa María y San José, las afueras de Belén y tenemos que acompañarlos en la ardua tarea de intentar buscar posada. Si te deslumbran las luces, los ositos o los payasetes y te sientes tentado de abandonar ahora- casi al final- a la Virgen y a San José recuerda la frase que Cristo nos decía el primer día de este adviento y hoy nos recuerda el salmo “Levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación”, aprieta fuerte la mano de María y no te despistes del camino.

ARCHIMADRID


2-18.

"Entre tanto le llegó a Isabel el tiempo del parto, y dio a luz un hijo. Y oyeron sus vecinos y parientes la gran misericordia que el Señor le había mostrado, y se congratulaban con ella. El día octavo fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías. Pero su madre dijo: De ninguna manera, sino que se ha de llamar Juan. Y le dijeron: No hay nadie en tu familia que se llame con este nombre. Al mismo tiempo preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. Y él, pidiendo una tablilla, escribió: Juan es su nombre. Lo que llenó a todos de admiración. En aquel momento recobró el habla, se soltó su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Y se apoderó de todos sus vecinos el temor y se comentaban estos acontecimientos por toda la montaña de Judea; y cuantos lo oían los grababan en su corazón, diciendo: ¿Quién pensáis ha de ser este niño? Porque la mano del Señor estaba con él.” (Lc 1, 57-66)

I. Hoy contempla la Iglesia el nacimiento de Juan el Bautista. Varios signos prodigiosos han rodeado el suceso: los padres ya no tenían edad para tener hijos; además, Zacarías que se queda mudo en el Templo y sólo recobra el habla cuando le pone a su hijo el nombre de Juan. Tan llamativo era lo que pasaba que “Se apoderó de todos sus vecinos el temor y se comentaban estos acontecimientos por toda la montaña de Judea”. Mañana por la noches será la Nochebuena, el momento de recordar tu nacimiento, Jesús. Eres mucho más importante que Juan. Sin embargo, nadie se va a enterar de tu venida, a excepción de unos pocos pastores. José es un simple carpintero desconocido; Zacarías en cambio, era un sacerdote apreciado en su comarca. Sin sucesos extraordinarios, sin afluencia de familiares y vecinos, sin comodidades de ningún tipo. Así vas a nacer, Jesús. ¿No me dice nada esto? ¿Por qué estoy siempre empeñado en que me vean, reconozcan lo que hago o, al menos, estén pendientes de mí? ¡Cómo me gusta llamar la atención! Tu nacimiento me enseña a no buscar el aplauso de los hombres, la aparatosidad, la vistosidad. Ayúdame a trabajar con perfección, esforzándome en mil detalles escondidos que sólo Tú puedes apreciar y valorar.

II. “Para ti, todavía joven y que acabas de emprender el camino, este consejo: como Dios se lo merece todo, procura destacar profesionalmente, para que puedas después propagar tus ideas con mayor eficacia” (66)

III. Jesús, no quieres que haga las cosas para que me vean, para que me halaguen. Pero sí quieres que el mensaje cristiano llegue al máximo de gente posible. “Quienes con la ayuda de Dios han acogido el llamamiento de Cristo y han respondido libremente a ella, se sienten por su parte urgidos por el amor de Cristo a anunciar por todas partes en el mundo la Buena Nueva” (67). Y para anunciar el Evangelio en el mundo, necesito prestigio profesional. ¿Cómo voy a presentar a mis amigos el camino de la santidad, si luego resulta que soy un mal estudiante o un mal profesional? Por eso debo procurar destacar profesionalmente, rectificando si hace falta la intención: Jesús, no quiero el prestigio para mí, sino para que tu luz brille desde más arriba y así pueda alumbrar a más gente. “Y se comentaban estos acontecimientos por toda la montaña de Judea”. Jesús, hoy más que en ninguna otra época es fácil comunicar las noticias de un sitio a otro. En poco tiempo puede saberse un acontecimiento en todo el mundo. ¿Cómo es, entonces, que aún eres poco conocido? Hacen falta personas de prestigio en cada actividad que trabajen con visión cristiana, que te traten, que luche por ser santos. Y yo debo ser una de esas personas. “Porque la mano del Señor estaba con él.”. Jesús, Tú te has metido en mi alma al ser bautizado. ¿Cómo no se va a notar en mi vida? Por un lado, me pides naturalidad –no buscar el aplauso de la gente- y por otro, me pides prestigio profesional para propagar tu doctrina con mayor eficacia. Ayúdame a conseguir ambas metas.

Comentario por Pablo Cardona, extraído de la colección “Una cita con Dios”, Adviento y Navidad. Editorial EUNSA, Madrid.


2-19. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Mal 3,1-4.23-24: Envío mi mensajero para que vaya delante de mi despejando el camino
Sal 24,4-5.8-10.14
Lc 1,57-66: Nacimiento, circuncisión e imposición del nombre a Juan

Al tiempo que nos acercamos más a la celebración de la Navidad, la liturgia nos presenta los pasajes de mayor impacto mesiánico. Es el caso de la primera lectura de hoy tomada de Malaquías. Probablemente este breve escrito que lleva el nombre de “Malaquías” era anónimo en sus inicios. Al parecer los redactores finales del Antiguo Testamento le dieron este nombre tomado del versículo 1 del cap. 3, pues en efecto, Malaquías significa “mi mensajero”. El librito está estructurado en seis trozos organizados conforme a un mismo tipo: YHWH, por boca del profeta, emite una afirmación que es discutida por el pueblo o por los sacerdotes, y que es desarrollada en un discurso en el que van a la par amenazas y promesas de salvación. Resaltan especialmente dos grandes temas: las faltas cultuales de los sacerdotes y también de los fieles (1,6-2,9 y 3,6-12), y el escándalo de los matrimonios mixtos y de los divorcios (2,10-16).

En cuanto a la época posible de la aparición del libro, podría ser posterior al restablecimiento del culto en el tempo, reconstruido en el 515, y anterior a la prohibición de los matrimonios mixtos por parte de Nehemías (445 a C). El autor se inspira en Deuteronomio y Ezequiel para exigir al pueblo la pureza del corazón, lo contrario es una burla contra Dios que exige ante todo una religión de corazón.

El profeta espera la venida del ángel de la alianza preparada por un mensajero misterioso; es en este pasaje de Mal 3,1 en el que Mt 11,10; Lc 7,27 y Mc 1,2 han reconocido a Juan el Bautista como el precursor. La era mesiánica que predice Malaquías contempla el restablecimiento del orden moral (3,5) y el orden cultual (3,4). Dicho restablecimiento se dará mediante el proceso purificador del fuego. La venida de YHWH es comparada con el fuego que purifica. Los primeros purificados, acrisolados al fuego, serán los hijos de Leví para que “presenten en justicia las oblaciones a YHWH” (3,3). La necesidad de la purificación nos remite primero que todo al próximo reinicio del culto en el templo reconstruido; pero también nos recuerda los días en los que se celebraba un culto vacío, carente de contenido y de compromiso social, en aquellos días anteriores a la destrucción de la ciudad y del templo.

Se cierra nuestra primera lectura con los vv 23-24, la promesa de enviar a Elías, que en definitiva tendrá la misión del mensajero mencionado en 3,1: preparar los caminos, y concretamente esta preparación se dará en la búsqueda de la reconciliación entre padres e hijos e hijos y padres.

Antes de la conmemoración del nacimiento de Jesús, contemplamos el nacimiento del hijo de Isabel y Zacarías a quien, en contra de la tradición onomástica de la familia, se le da el nombre de Juan. “Nadie en la familia tiene tal nombre!” le increpan sus vecinas y amigas a Isabel. Zacarías que permanece aun mudo, confirma, escribiendo en una tablilla, el nombre que ha dado su esposa.

Nos narra el evangelista la admiración y el temor que sobrecoge a los vecinos y amigos de Zacarías e Isabel quienes al tiempo se preguntaban: “Pues ¿qué será de este niño? Porque en efecto la mano del Señor estaba con él”.

Tanto Lucas como Mateo son los únicos evangelistas que nos narran algunas noticias sobre el origen y la infancia de Jesús. Sin embargo, ambos presentan materiales muy propios que no coinciden en todo. En este caso, por ejemplo, Lucas es el único que nos narra el anuncio y el nacimiento de Juan y su posterior circuncisión e imposición del nombre. Este pasaje junto con muchos otros del resto del evangelio pertenecen a las fuentes exclusivas que consultó Lucas en su tarea de “investigar todo desde el principio”.

La técnica narrativa de Lucas tiende a consignar pasajes simétricos: dos relatos de anuncio, dos nacimientos... Claro que los demás evangelistas hacen mención de Juan, sin detenerse a narrar sus orígenes. En el fondo, para los cuatro autores Juan es el Mensajero enviado por Dios para preparar el camino al Mesías.

Los acontecimientos que nos narra Lucas en torno al nacimiento de Juan subrayan siempre la acción misteriosa pero maravillosa de Dios. Los hilos de la historia aunque aparentemente tan difíciles de entramar, Dios lo va convirtiendo en un tejido comprensible para todo ser humano. Las profecías del Antiguo Testamento, por algún lado, se van ajustando todas para ir mostrando los signos de su realización. En tantas oportunidades Dios actuó contra todo lo posible, esperó contra toda esperanza la recta disposición de su pueblo para su visita. La ancianidad de Zacarías e Isabel, la mudez del marido, ¿no son el símbolo de esas líneas torcidas en las que Dios va escribiendo derecho?

Lucas ha querido poner, más que los otros evangelistas, un colorido especial a los datos sobre el origen de Jesús. En torno a él, la figura de Juan destaca por su misión, por su estilo de vida; por lo tanto, también Juan requiere de una presentación especial máxime para la comunidad lucana que requiere un mayor de ilustraciones que ayuden al recto entendimiento de las Escrituras antiguas con las cuales no estaban familiarizados.

Para Lucas es claro, que Dios va actuando en medio de su pueblo. Ante esas acciones de Dios no nos queda más que maravillarnos. Quién lo creyera, pero poco a poco hemos ido perdiendo la sensibilidad y la capacidad de maravillarnos tal vez porque nos ha tocado vivir la era de la ciencia, de la tecnología, de los viajes espaciales, la caída de las barreras en las comunicaciones, época de clonaciones y mil cosas que ya no nos asombran. Pues convendría recuperar esa capacidad ya que es el camino más fácil y seguro para experimentar la dinámica maravillosa de Dios en la historia, en nuestra historia personal. Mañana vamos a celebrar el misterio del nacimiento de Jesús, quién sabe si el jolgorio y los ajetreos en los que nos ha metido la sociedad de consumo nos dejarán tiempo y espacio para maravillarnos de ese acontecimiento. ¡Ojalá que sí!


2-20. DOMINICOS 2004

¡Oh Emmanuel, rey y legislador nuestro, esperanza de las naciones y salvador de los pueblos..., ven a salvarnos, Señor Dios nuestro ¡

Ayer, Ana, María e Isabel eran voces que hablaban de un cambio, por obra de la encarnación del Hijo de Dios, que debía suponer muchas cosas en nosotros: implantación de corazón nuevo, criterios de amor y de verdad en la vida, respeto, solidaridad y aprecio de la dignidad humana...

¡Qué pena genera en cualquier observador atento ver que los criterios del corazón de Dios nunca han regido al corazón del hombre, al menos tan profundamente como para poder decir: hubo un tiempo en que Dios reinaba en el pensamiento, palabras y acciones de los hombres!

La tragedia y la grandeza de ser hombre implica vivir en agonía o lucha constante para triunfar sobre las raíces del mal que se manifiestan en pasiones, egoísmos, intereses, divinizaciones de los poderes perturbadores de bien ...

En la víspera de la Navidad, la Liturgia nos lo recuerda: Olvidad vuestro pecado y asumid el empeño de ser hombres nobles, criaturas nuevas.


Palabra de Dios, palabra de esperanza
Libro del profeta Malaquías 3, 1-4; 4, 5-6:
“Mirad, dice el Señor: Yo envío mi mensajero para que prepare el camino ante mí. De pronto entrará en el santuario el Señor que buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis. Miradlo entrar, dice el Señor de los ejércitos.

¿Quién resistirá cuando él llegue? ¿Quién quedará en pie cuando aparezca? Será fuego de fundidor, lejía de lavandero: se sentará como fundidor a refinar la plata. Refinará y purificará la plata y oro a los levitas....

Mirad, os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible. Convertiré el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga que venir yo a destruir la tierra”

Evangelio según san Lucas 1, 57-66:
“A Isabel se le cumplió el tiempo y dio a luz un hijo... A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre. Pero la madre intervino diciendo: ¡No! Se va a llamar Juan. Le replicaron: ninguno de tus parientes se llama así.

Entonces preguntaron por señas a su padre {que había quedado mudo} cómo quería que se llamara. Él pidió una tablilla y escribió: Juan es su nombre.

Todos se quedaron extrañados.... y se preguntaban: ¿Qué va a ser este niño? Porque la mano de Dios estaba con él”.


Urgidos por la palabra
Oráculo de Malaquías, tras la vuelta del destierro.
Por el año 450 antes de Cristo, Malaquías lanzó su oráculo en nombre del Señor, dirigiéndose a los judíos. Éstos, tras regresar del destierro, se habían instalado cómodamente en Palestina. Pronto se olvidaron de su amargo pasado, y todo comenzaba a degradarse, desde el servicio en el templo hasta la vida familiar.

Para denunciar y corregir la degradación amenazante, gritó proféticamente Malaquías diciendo que el Señor sigue viviendo, escuchando, y que vendrá un día en disposición de juzgar nuestras conductas con severidad. Pero vendrá precedido de un nuevo Elías, redivivo, que allanará los caminos de conversión, por si la misericordia de Dios puede suavizar el rigor de su justicia.

Siempre estamos recorriendo el mismo camino en nuestra historia de salvación: libertad, caídas, levantamiento y misericordia. Pero ¿quién es el nuevo Elías redivivo? Su nombre es Juan. ¿Y el Señor que viene? Su nombre es JESÚS de Nazaret, Niño con nosotros, Salvador y Juez.


2-21. Fray Nelson Jueves 23 de Diciembre de 2004

Temas de las lecturas: Les enviaré al profeta Elías, antes de que llegue el día del Señor * Nacimiento de Juan el Bautista.

1. Será como fuego, como lejía de lavandero
1.1 El dulce ambiente del pesebre puede ocultarnos el drama inmenso que esconden las pajas, las lágrimas y los pañalitos. Los profetas, en tono como el de Malaquías, hablaron con fuerza y una seriedad infinita sobre la visita de Dios. Y esto es bueno recordarlo para no trivializar la Navidad en el solo despliegue de ternuras humanas y de lazos gratos de antiguas amistades.

1.2 Uno puede preguntarse qué pasó. La visita de Dios, el Día del Señor, fue siempre presentado como un acontecimiento terrible y grave. La mansedumbre de Jesús, desde el pesebre mismo, pareciera contradecir todo lo anunciado por los profetas, que nos hablaban de juicio, fuego, conmoción del universo. Por contraste, el que viene es humilde, oculto, más próximo a la ternura que a la dureza. ¿Por qué?

1.3 Sólo hay dos explicaciones posibles: o Dios cambió sus planes, por así decirlo, o ese "gran día" no ha llegado aún. Una lectura de los textos apocalípticos de los evangelios nos convence de que debemos adoptar la segunda respuesta. El día del fuego, el día de la gran purificación es inseparable de Cristo pero no corresponde al comienzo de su misterio sino a su desenlace, a su gran final, que corresponde a su retorno glorioso.

1.4 De esto aprendemos dos cosas. Primera, hay un vínculo profundo que nos une con el judaísmo creyente. De algún modo es cierto que lo que ellos esperan nosotros lo esperamos. El Día grande es objeto de la esperanza judía y de la esperanza cristiana, aunque para nosotros hay una perspectiva y un conocimiento que proviene de la revelación de la Palabra en nuestra carne.

1.5 Segunda cosa que aprendemos: el misterio de Navidad debe ser "completado" con el misterio de la Pascua. El Bebé está en nuestras manos pero no para hagamos de él lo que nos plazca sino para abrir nuestros corazones con su humildad de modo que toda su salvación se apodere de nosotros y reine en nosotros.

2. Se llamará Juan
2.1 Hasta cierto punto Juan Bautista retrata más de cerca la terrible llegada del día del juicio. Su palabra va en esa línea sin duda: "decía a las multitudes que acudían para que él las bautizara: ¡Camada de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira que vendrá? Por tanto, dad frutos dignos de arrepentimiento; y no comencéis a deciros a vosotros mismos: Tenemos a Abraham por padre, porque os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham de estas piedras. Y también el hacha ya está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego" (Lc 3,7-9).

2.2 Pero esta dureza de Juan es una señal de misericordia, pues ya Malaquías había entrevisto que el Bautista "hará que padres e hijos se reconcilien, de manera que, cuando yo venga, no tenga que entregar esta tierra al exterminio". No es tan malo ser corregido duramente, si esa corrección evita consecuencias que serían infinitamente peores y además eternas. La compasión tiene también rostro severo algunas veces.

2.3 ¿Por qué Zacarías evita que el niño se llame como él? Habría que preguntar mejor por qué quiere que se llame Juan. Este bello nombre, Iohannes, significa algo así como "la gracia, o la misericordia de Dios". Zacarías significa "memoria del Señor". Un cambio sutil pero que podemos entender en profundidad: la memoria, el recuerdo abre la puerta a una gracia nueva.


2-22.

Comentario: Rev. D. Miquel Masats i Roca (Girona, España)

«‘¿Qué será este niño?’. Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él»

Hoy, en la primera lectura leemos: «Esto dice el Señor: ‘Yo envío mi mensajero para que prepare el camino delante de Mí’» (Mal 3,1). La profecía de Malaquías se cumple en Juan Bautista. Es uno de los personajes principales de la liturgia de Adviento, que nos invita a prepararnos con oración y penitencia para la venida del Señor. Tal como reza la oración colecta de la misa de hoy: «Concede a tus siervos, que reconocemos la proximidad del Nacimiento de tu Hijo, experimentar la misericordia del Verbo que se dignó tomar carne de la Virgen María y habitar entre nosotros».

El nacimiento del Precursor nos habla de la proximidad de la Navidad. ¡El Señor está cerca!; ¡preparémonos! Preguntado por los sacerdotes venidos desde Jerusalén acerca de quién era, él respondió: «Yo soy la voz del que clama en el desierto: ‘Enderezad el camino del Señor’» (Jn 1,23).

«Mira que estoy a la puerta y llamo: si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20), se lee en la antífona de comunión. Hemos de hacer examen para ver cómo nos estamos preparando para recibir a Jesús el día de Navidad: Dios quiere nacer principalmente en nuestros corazones.

La vida del Precursor nos enseña las virtudes que necesitamos para recibir con provecho a Jesús; fundamentalmente, la humildad de corazón. Él se reconoce instrumento de Dios para cumplir su vocación, su misión. Como dice san Ambrosio: «No te gloríes de ser llamado hijo de Dios —reconozcamos la gracia sin olvidar nuestra naturaleza—; no te envanezcas si has servido bien, porque has cumplido aquello que tenías que hacer. El sol hace su trabajo, la luna obedece; los ángeles cumplen su misión. El instrumento escogido por el Señor para los gentiles dice: ‘Yo no merezco el nombre de Apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios’ (1Cor 15,9)».

Busquemos sólo la gloria de Dios. La virtud de la humildad nos dispondrá a prepararnos debidamente para las fiestas que se acercan.


2-23.

Reflexión:

Mal. 3, 1-4. 23-24. Al paso del tiempo, retornados del destierro, el pueblo volvía a sus abominables costumbres. ¿Qué caso había tenido clamar al Señor para que los librara de sus enemigos prometiéndole serle en adelante fieles cuando, al volver a casa se inicia un nuevo camino de infidelidades? La purificación es un vaivén entre la fidelidad e infidelidad. Finalmente, quienes en verdad queremos un compromiso con el Señor, debemos saber que hemos de estar en una continua conversión. Juan Bautista preparó el camino al Señor. Jesús mismo nos invita a la conversión. El Reino de Dios se va abriendo paso, día a día, en el corazón del hombre. Cristo se ha levantado victorioso, de un modo definitivo, sobre el pecado y la muerte, y nos ha hecho partícipes de esa victoria. Pero ¿vivimos santos como el Señor es Santo? Nuestra respuesta a esta pregunta no se puede dar con palabras, sino con la vida, con la que manifestamos si en verdad estamos o no con el Señor, y si estamos haciendo de nuestra existencia una ofrenda agradable a Dios. Ojalá y en verdad Dios habite en nosotros y nos santifique. Y que, santificados por Aquel que hecho uno de nosotros entregó su vida para salvarnos, podamos esforzarnos en hacer un continuo llamado a todos a preparar su corazón para que el Señor llegue a ellos como huésped y les ayude a ser motivo, no de división, sino de reconciliación fraterna.

Sal. 25 (24). Dios, Por medio de Jesús, su Hijo, nos ha manifestado el Camino de Salvación. Quienes nos dirigimos a la posesión definitiva de Dios, a la perfección en Él, no tenemos más camino que el mismo Cristo. Abrir ante Él no sólo nuestros oídos, sino nuestro corazón, nos ha de llevar a tener la misma actitud de María: escuchar la Palabra de Dios, meditarla en nuestro corazón y ponerla en práctica. Sólo entonces la Palabra de Dios será eficaz en nosotros y no seremos discípulos inútiles u olvidadizos. Dios nos quiere llenos de su Espíritu, el cual hará que la Palabra de Dios sea fecunda en nosotros y nos transforme, día a día, para llegar a ser conforme a la imagen del Hijo de Dios. Quien en verdad acepta en su interior la Salvación que Dios nos ha ofrecido en Cristo, debe manifestarse como una persona renovada en el bien. Sólo así tendrá sentido creer en Cristo.

Lc. 1, 57-66. Muchas veces es necesario callar para escuchar la voz de Dios en nuestro propio interior. Debemos apropiárnosla, debemos dejarla producir fruto abundante en nosotros mismos. La Palabra que Dios pronuncia sobre nosotros, nos santifica. Y eso ha de ser como un idilio de amor, en silencio gozoso, con Aquel que nos ama. Pero no podemos quedarnos siempre en silencio, pues nuestro silencio se haría mudez y eso no es algo que el Señor quiera de nosotros. Después de experimentar la Palabra de Dios en nosotros hemos de reconocer a nuestro prójimo por su propio nombre; reconocer que, a pesar de que muchas veces le veamos deteriorado por el pecado, lleva un nombre que no podemos dejar de reconocer: es hijo de Dios por su unión a Cristo. Ese reconocimiento nos ha de llevar a hablar, no sólo con palabras articuladas con la boca, sino con el lenguaje de actitudes llenas de cariño, de amor, de respeto, dándole voz a los desvalidos y preocupándonos del bien de todos. Entonces seremos motivo de bendición para el Santo Nombre de Dios desde aquellos que reciban las muestras del amor del mismo Dios desde nosotros. Tratemos de vivir abiertos al Espíritu de Dios para que sea Él el que nos conduzca por el camino del servicio en el amor fraterno, a imagen del amor que Dios nos manifestó en Jesús, su Hijo.

En esta Eucaristía el Señor nos ha llamado por nuestro nombre para que estemos con Él. Su Palabra se pronuncia para nosotros como palabra creadora y santificadora. Esa Palabra de Dios ha de tomar cuerpo en nosotros mismos, de tal forma que podamos proclamarla ante los demás, no desde nuestras imaginaciones, sino desde nuestra experiencia personal del Señor. Unidos a la Iglesia de Cristo que nos hace cercana la Palabra de Dios y nos la interpreta a la luz del Espíritu Santo, quienes acudimos a esta celebración vivimos un compromiso real con el Señor para hacer llegar a todos esa Palabra que nos salva.

Quienes participamos de esta Eucaristía estamos llamados a ser motivo de bendición y no de maldición para todos los pueblos. Dios nos quiere portadores de su Evangelio. La Palabra de Dios no puede quedar oculta bajo nuestras cobardías. El Señor nos llama no sólo para instruirnos, sino para transformarnos como hijos suyos, por nuestra unión a su único Hijo, Jesús, a través del cual tenemos abierto el acceso a Dios como Padre. Pero no podemos sólo disfrutar de Dios de un modo personalista; Dios se ha hecho hombre para poder llegar a todos en cualquier tiempo y lugar. Y la Iglesia de Cristo tiene la responsabilidad de hacerlo presente en todas partes con su amor santificador y salvador. Una Iglesia que en lugar de ocuparse de que el Evangelio llegue a todos, se quedara muda en su testimonio, sería una comunidad de inútiles, incapaces de cumplir con la misión que el Señor nos ha confiado.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber ser portadores del amor de Dios tanto con nuestras palabras, como con nuestras obras y nuestra vida misma. Amén.

Homiliacatolica.com


2-24. Nacimiento de Juan Bautista

Fuente: Catholic.net
Autor: P Juan Pablo Menéndez

Reflexión

Zacarías está mudo. El ángel lo ha dejado sin poder contar ni una palabra a Isabel de lo que le ha ocurrido. Nueve meses largos de espera en silencio es tiempo suficiente para recobrar la paz y la serenidad. Zacarías había aceptado con dolor este sufrimiento y había aprendido a ser humilde. Por eso su lengua se “desata” en el momento oportuno. Ni él ni nadie lo esperaba. Sucede de improviso, como de improviso llegó aquel día el ángel, pero esta vez el anciano sacerdote supo cómo responder. La gratitud y la alabanza a Dios son sus primeras palabras en un canto de júbilo emocionado.

Isabel concibió a Juan en su seno, mientras Zacarías, en silencio, recobró la fe y confianza en Dios. En ambos se da el milagro. La vida espiritual se construye a base de pequeños o grandes milagros que se dan en esa esfera íntima del alma, que sólo Dios y cada uno conoce. Pero no por ello dejan de ser milagros. Dios toca con su mano nuestras almas más a menudo que nuestros cuerpos... “la mano del Señor estaba con él...” sí, y también con nosotros. Porque Dios quiere engendrar en cada uno de nosotros a un hombre nuevo. Mediante la humildad, el crecimiento de nuestra fe, y de nuestra confianza. Por medio de la donación y la entrega generosa. Porque sin amor no podemos hacer nada meritorio. El hombre nuevo que coopera a la acción de Dios es consciente de su pequeñez, pero aún más de que esa “mano” divina le sostiene.

El anuncio de la Navidad, con su nuevo nacimiento tan cercano ya, nos debe estimular. Quien nace es también como en el caso de Zacarías un hombre nuevo, un hombre tocado por Dios. Salgamos al encuentro de Jesús, preparemos nuestro espíritu, no dejemos que todo se vaya en lo exterior, porque es un tiempo precioso para crecer, para engendrar a Jesús más y más en el corazón. La medida de nuestra felicidad, de nuestra gratitud y alegría, como la de Zacarías, dependerá de habernos dejado a nosotros mismos y haber aceptado el querer de Dios. La oración es el medio para fortalecer estas convicciones, la caridad el instrumento para hacerlas creíbles a los ojos de los demás.


2-25. 23 de Diciembre

229. Desprendimiento y pobreza cristiana

I. El nacimiento de Jesús, y toda su vida, es una invitación para que nosotros examinemos en estos días la actitud de nuestro corazón hacia los bienes de la tierra. El Señor nace en una cueva, en una aldea perdida. Ni siquiera tuvo una cuna, sino un pesebre. Pasó hambre (Mateo 4, 2), no tuvo dos pequeñas monedas para pagar el tributo del templo (Mateo 17, 23-26), y Su muerte en la Cruz es la muestra del supremo desprendimiento. El Señor quiso conocer la pobreza extrema –falta de lo necesario- especialmente en las horas más señaladas de su vida. La pobreza que ha de vivir el cristiano ha de ser una pobreza real, ligada al trabajo, a la limpieza, al cuidado de la casa, de los instrumentos de trabajo, a la ayuda a los demás, a la sobriedad de vida. La pobreza que nos pide a todos el Señor no es suciedad, ni miseria, ni dejadez, ni pereza. Estas cosas no son virtud. Para aprender a vivir el desprendimiento de los bienes, en medio de esta ola de materialismo, hemos de mirar a nuestro Modelo, Jesucristo, que se hizo pobre por amor nuestro, para que vosotros fueseis ricos por su pobreza (2 Corintios 8, 9).

II. Los pobres a quienes el Señor promete el reino de los Cielos (8) no son cualquier persona que padece necesidad, sino aquellos que, teniendo bienes materiales o no, están desprendidos y no se encuentran aprisionados por ellos. Pobreza de espíritu que ha de vivirse en cualquier circunstancia de la vida. Yo sé vivir –decía San Pablo- en la abundancia, pero sé también sufrir hambre y escasez (Filipenses 4, 12). El amor a la riqueza desaloja, con firmeza, el amor al señor: no es posible que Dios pueda habitar en un corazón que ya está lleno de otro amor. El cristiano procura y usa los bienes terrenos, no como si fueran un fin, sino como medio de servir a Dios. El desprendimiento efectivo de las cosas supone sacrificio. Un desprendimiento que no cuesta no se vive; se manifestará en la generosidad en la limosna, en prescindir de lo superfluo, en evitar caprichos innecesarios, en renunciar al lujo, a los gastos por vanidad o capricho.

III. La sobriedad con la que vivamos será el buen aroma de Cristo, que siempre tiene que acompañar la vida de un cristiano: Pobreza real, que se note y que se toque. Si luchamos eficazmente por vivir desprendidos de lo que tenemos y usamos, el Señor encontrará nuestro corazón limpio y abierto de par en par cuando venga de nuevo a nosotros en la Nochebuena. No ocurrirá con nuestra alma, lo que sucedió con aquella posada: estaba llena y no tenían sitio para el Señor.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


2-26.

Mientras leía el Evangelio esta mañana en la versión Latinoamericana para hacer la lectio divina quedó conmigo la siguiente frase "se le soltó la lengua". Sigue diciendo la lectura "y sus primeras palabras fueron para alabar a Dios". En mi meditación vino a mi el siguiente pensamiento: ¿Qué tiene que ser suelto en mí para que pueda alabar a Dios? O si lo tomo como dice la versión del Evangelio que comparto con ustedes ¿qué tengo que recuperar para bendecir a Dios? En mi caso pensé que existen muchas cosas que tal vez no me dejan alabar a Dios, bendecirle y glorificarle no sólo de palabras sino también con obras, acciones. Una de esas cosas es el miedo a qué no sea comprendida o que sea excluida de tal o cuál ambiente por seguirle. Es como el miedo a ser reconocida como cristiana en medios que tal vez no pueda ser bien visto. En ese sentido, necesito recuperar la libertad de ser hija de Dios y poder dar testimonio de Él en todo momento y en todo lugar. Recuperar la libertad de ser hija de Dios y expulsar el miedo que tengo y saber que cómo hija de Dios se me ha dado un Espíritu de poder y no de cobardía. (Cif, 2 Timoteo 1, 7)

Dios nos bendice,

Miosotis