TIEMPO DE ADVIENTO

DÍA 22

1.-1 S 1, 24-48

1-1.

Ese pasaje del Antiguo Testamento ha sido elegido para hoy por dos razones manifiestas:

-el cántico de Ana contiene exactamente los mismos temas que el «Magnificat» de María que se lee en este día...

-la maternidad excepcional de esa mujer, hasta ahora, estéril, anuncia también por adelantado las dos maternidades excepcionales de Isabel y de María.

-Yo soy esa mujer que estuvo aquí ante ti orando al Señor. Yo pedía este niño y el Señor me ha concedido la petición que le hice.

Muy próxima ya la Navidad, la liturgia se concentra en la contemplación de María; y rememoriza los nacimientos algo milagrosos que narra el Antiguo Testamento.

Ana era estéril. Suplicó a Dios que se dignara «mirar la aflicción de su sierva». Habiendo sido escuchada su oración, consagró a Dios a su hijo, el pequeño Samuel.

Misterio de la maternidad.

Contemplo en silencio la alegría de María en esos días: ella espera y se prepara...

-Entonces Ana dijo esta oración: «Mi corazón exulta en el Señor...».

«Mi alma exalta al Señor, mi espíritu exulta en Dios, mi salvador...»

El clima interior de María es la alegría, la exultación. Trato de imaginarla esos días dichosa, ¡a pesar del desplazamiento de Nazaret a Belén para cumplir la orden de empadronamiento impuesta por el emperador de Roma! ¿Cuál es el clima interior de mi alma?

¿Suelo también recitar el «Magnificat» para cantar, en verdad, mi gozo y mi agradecimiento?

-«El arco de los fuertes se quiebra, pero los débiles recobran vigor...»

«Los hartos se contratan por pan, los hambrientos dejan su trabajo...»

«Derriba de su trono a los poderosos, ensalza a los humildes...»

«A los hambrientos los colma de bienes, a los ricos los despide vacíos...» María se sabe pequeña, humilde y modesta. No forma parte de los grupos de gente muy conocida y bien relacionada. Su única y profunda relación es Dios. No busca aparentar, en el sentido mundano. Vive ignorada por todos. Nadie a su alrededor, salvo José e Isabel, saben el gran misterio: Dios está en ella, escondido.

Como María, ¿sabré yo hacer la verdadera jerarquía de valores? ¿Sabré buscar los verdaderos «bienes» y dejarme "colmar" por ellos?

-«Levanta del polvo al humilde y del estercolero alza al indigente.»

«Acogió a Israel, su siervo; se acordó de su misericordia...»

Toda una tradición bíblica conduce a esas expresiones:

Dios ama a los pobres, se hace defensor de los débiles, de los que no tienen apoyo humano.

Dichosos los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

El tema de la "alegría" y el de la "pobreza" están ligadas.

¡Concédenos, Señor, esa pobreza interior y, a la vez, esa alegría! Que en los próximos días de Navidad, el pesebre del establo de Belén, sea para mí un recuerdo y una llamada.

Ciertamente, no se debe al azar el hecho que hayas querido nacer en esas condiciones de sorprendente indigencia. ¡Estamos todos demasiado acostumbrados a oírlo o a leerlo y ya no nos choca! Dios nacido en un establo... y recostado sobre la paja de un pesebre...

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 52 s.


2.- Lc 1, 46-56

2-1.

VER EVANGELIO DE LA MISA DE LA ASUNCIÓN


2-2.

Espontáneamente también, María para expresar su oración utiliza fórmulas de "salmos" que sabe de memoria. Todas las frases del "Magnificat" están sacadas del Antiguo Testamento. Vemos aquí el clima habitual de la oración de María. Es una plegaria que hay que repetir la víspera de Navidad.

-Mi alma exalta al Señor, Mi espíritu exalta en Dios mi Salvador, (1 Samuel, 2, 1)

Gozo. Exultación.

Un gozo teologal que viene de Dios.

-El se inclinó sobre su humilde sirvienta. (1 Samuel, 1, 11)

Pequeñez. Pobreza. Humildad.

Cuando la madre de Dios vivía en la tierra, era una humilde sirvienta. No habitaba en Roma, la triunfante, ni en Atenas, la sabia, ni en Babilonia, la soberbia, ni aun en Jerusalén, la santa... sino en el rinconcito de un villorrio desconocido.

Habéis oído decir: "a mí, me gusta la ciudad". Pues bien, María pasó toda su vida "en un pueblo". En los pueblos están los notables, las personas de primer rango, luego las gentes de mediana condición y los humildes, aquellos de los cuales nadie habla. ¡María era de éstos! Y Dios se inclino sobre ella.

-Desde ahora todas las generaciones me dirán bienaventurada (Génesis, 30, 13)

Se sabe pequeña y humilde, pero, no por ello tiene estrechez de espíritu. Lejos de ello.

La mirada de María es amplia y lejana. Esta mujercita insignificante piensa en la humanidad entera.

Las colinas que rodean su aldea no pueden cerrar su horizonte.

¿Cuál es mi horizonte?

-El Poderoso hizo en mí maravillas. Santo es su nombre.

Las maravillas de Dios.

Continúan también hoy; a menudo encubiertas. Hay que detectarlas en lo profundo de lo cotidiano, de lo banal.

-Su amor se propaga de generación en generación sobre aquellos que le temen. (Salmo 103, 17)

Dios es amor.

Hay que abrirse a ese amor. Dios no lo impone.

-Dispersa a los soberbios,

Derriba a los poderosos,

Despide a los ricos,

Enaltece a los humildes,

Colma a los hambrientos,

Acoge a Israel. (Salmo 107, 9)

(Salmo 89, 11)

(Salmo 113, 7)

Esta es la acción de Dios:

humillar a los orgullosos, mostrarles su vacío...

enaltecer a los pequeños, mostrarles su grandeza...

Es la finalidad de un tema esencial del Antiguo Testamento: los "anawim", los pobres, son los preferidos por Dios. La "pobreza" es una disposición esencial del alma. Una copa ya llena no puede llenarse. Hay que estar vacío de sí mismo para acoger a Dios. El hombre muy seguro de sí, el hombre satisfecho, el que se las da de listo... no tiene nada que esperar.

Bienaventurados los pobres, dirá Jesús. Bienaventurados los pobres, nos dice ya su madre. Dios puede colmarlos, porque están a la espera, porque desean ser colmados.

¿Soy un pobre?

-Se acuerda de su amor, de la promesa hecha a nuestros padres...(Salmo l8, 5).

María sabe que con ella se va a colmar la espera de su pueblo.

Dios no olvida. Tiene buena memoria. Es fiel. Mantiene su palabra.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 52 s.


2-3.

1. Las lecturas de hoy nos proponen un paralelo entre el cántico de Ana y el de María.

Las dos mujeres, la del Antiguo y la del Nuevo Testamento, reconocen la intervención de

Dios en sus vidas y le dedican una alabanza poética y sentida.

Ana, la esposa de Elcaná, avergonzada por su esterilidad, había pedido insistentemente en su oración poder superar esta afrenta. Vuelve al Templo a dar gracias a Dios por haber sido escuchada, porque ahora es madre de Samuel, que será un personaje importante en la historia de Israel.

El emocionado cántico de Ana lo hemos dicho como salmo responsorial, y es fácil ver cómo las ideas son muy semejantes a las que la Virgen María cantará en su Magnificat: Dios ensalza a los pobres y los humildes, mientras que humilla a los soberbios.

2. También María, en casa de Isabel, después de escuchar las alabanzas de su prima, prorrumpe en un cántico de admiración, alegría y gratitud a Dios, el Magnificat, que la Iglesia ha seguido cantando generación tras generación hasta nuestros días.

María canta agradecida lo que Dios ha hecho en ella, y sobre todo lo que ha hecho y sigue haciendo por Israel, con el que ella se solidariza plenamente. Le alaba porque «dispersa a los soberbios, derriba del trono a los poderosos, enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos».

Esta oración que el evangelista Lucas pone tan acertadamente en labios de María, y que probablemente provenía de la reflexión teológica y orante de la primera comunidad, es un magnífico resumen de la actitud religiosa de Israel en la espera mesiánica, como hemos ido viendo a lo largo del Adviento, y es también la mejor expresión de la fe cristiana ante la historia de salvación que ha llegado a su plenitud con la llegada del Mesías, Salvador y liberador de la humanidad. Jesús, con su clara opción preferencial por los pobres y humildes, por los oprimidos y marginados, es el mejor desarrollo práctico de lo que dice el Magnificat.

Nada extraño que este cántico de María, valiente y lleno de actualidad, por el que manifiestan claramente su admiración Pablo VI en su «Marialis Cultus» (1974) y Juan Pablo II en su «Redemptoris Mater» (1987), se haya convertido en la oración de la Iglesia en camino a lo largo de los siglos, y que lo cantemos cada día en el rezo de Vísperas. La oración de María, la primera creyente de los tiempos mesiánicos, se convierte así en oración de la comunidad de Jesús, admirada por la actuación de Dios en el proceso de la historia.

3. Saber alabar a Dios, con alegría agradecida, es una de las principales actitudes cristianas. Ana y María nos enseñan a hacerlo desde las circunstancias concretas de sus vidas.

La comunidad cristiana está reaprendiendo ahora a ser una comunidad orante, y en concreto, a orar alabando a Dios, no sólo pidiendo. Muchos salmos de alabanza, y sobre todo la Plegaria Eucarística, la oración central de la Misa, junto con himnos como el Gloria, son expresión de nuestra alabanza ante Dios, imitando así la actitud de María.

María alabó a Dios ante la primera Navidad. Su canto es el mejor resumen de la fe de Abraham y de todos los justos del A.T., el evangelio condensado de la nueva Israel, la Iglesia de Jesús, y el canto de alegría de los humildes de todos los tiempos, de todos los que necesitan la liberación de sus varias opresiones.

La maestra de la espera del Adviento, y de la alegría de la Navidad, es también la maestra de nuestra oración agradecida a Dios, desde la humildad y la confianza. Para que vivamos la Navidad con la convicción de que Dios está presente y actúa en nuestra historia, por desapacible que nos parezca.

Algunos esperan la suerte de la lotería, como remedio a sus males. A los cristianos nos toca cada año la lotería: el Dios-con-nosotros. Si lo sabemos apreciar, crecerá la paz interior y la actitud de esperanza en nosotros. Y brotarán oraciones parecidas al Magnificat de María desde nuestras vidas. Ella será la solista, y nosotros el coro de la alabanza agradecida a Dios Salvador.

O rex gentium

«Oh Rey de las naciones
y Deseado de los pueblos,
piedra angular de la Iglesia,
que haces de dos pueblos uno solo:
ven y salva al hombre que formaste del barro de la tierra»

Cristo Jesús no sólo es Rey de los judíos, como pusieron en la inscripción de la cruz.

Sino de todos los pueblos.

Su reinado, que es cósmico y humano a la vez, quiere traer paz y reconciliación. Él es la «piedra angular» de la Iglesia (Hch 4,11; 1P 2,4); una piedra angular que «hace de dos pueblos -Israel y los paganos- uno solo» (Ef 2, 14).

El mismo Dios que hizo al hombre del barro de la tierra, es el que ahora le salva por medio de su Hijo, que también ha querido compartir con nosotros la condición y la fragilidad humana, pero que viene a darnos la comunión de vida con Dios.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995 . Págs. 89-92


2-4.

1 S 1, 24-28: Consagración de Samuel por parte de su madre Ana

Interlec: 1 S 2, 1.4-8

Lc 1, 46-56: el Magníficat

La primera lectura presenta la oración de agradecimiento de Ana, madre de Samuel, al presentarlo al Señor, que se lo concedió después de su oración insistente al sentir su esterilidad. Ana ahora ofrece al Señor a su hijo, recibido como don. La esterilidad de la madre, considerada frecuentemente en aquel contexto como una maldición, es un recurso típico del Antiguo Testamento para subrayar que el hijo es un don particular del Señor en orden a una misión importante -así, por ejemplo, los nacimientos de Isaac (Gn 21, 1-4), Esaú y Jacob (Gn 25, 21), Sansón (Jue 13, 2ss), y en el Nuevo Testamento Juan Bautista (Lc 1, 5ss).

En el cántico de Ana (que viene a continuación: 1 S 2, 1ss) se inspirará el Magníficat de Lucas, fragmento que leemos hoy. Esta respuesta de María al saludo de Isabel, que conocemos tradicionalmente con el nombre de Magníficat, es un salmo de acción de gracias compuesto de citas y reminiscencias del antiguo testamento en el que se canta la gratitud de María y de todo el pueblo de Dios por el cumplimiento de las promesas divinas.

Lucas subraya además en este canto un tema que es de su predilección: Dios se apiada de los pobres y desvalidos (Lc 6, 20-26; 16, 19-25).

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


2-5.

1 Sam 1, 24-28: El texto recuerda la consagración que lleva a cabo Ana, entregando a su hijo Samuel al servicio exclusivo de Dios, en el templo. Ana continúa la serie de mujeres estériles favorecidas por Dios con el beneficio de la fecundidad. Samuel, el último de los jueces será también profeta. Es el momento en que los israelitas desunidos sienten la necesidad de una autoridad permanente: un rey. El primero será Saúl, y le corresponderá a Samuel ungirlo, a pesar de que la monarquía es contraria a los planes de Dios.

El texto continúa con el cántico de Ana. Este himno en realidad es un Salmo de victoria pronunciado por un rey al volver triunfante de la batalla. El autor lo introduce aquí atraído por la referencia a "la mujer estéril y a la mujer fecunda" (1 Sam 2, 5). El tema central del canto es el devenir de la historia que presenta una alternancia de situaciones no debidas a la fortuna ciega, sino al querer de Dios: los valientes resultan tímidos y los cobardes llenos de valor; los satisfechos piden pan y los hambrientos engordan. Estos motivos los asumirá en el Nuevo Testamento el canto de María.

Lc 1, 46-56: El cántico de María, el "Magnificat", tiene muchas reminiscencias del Antiguo Testamento, y sigue de cerca al cántico de Ana (1 Sam 2, 1-10) De este cántico toma el tema básico de la maternidad, las binas "poderosos y humildes", "ricos y pobres", el cambio de la situación (lo alto va hacia abajo, lo bajo se encumbra), el gozo de la celebración, la santidad de Dios, el fijarse en la humildad, el Dios de los patriarcas.

En representación de todos los pobres que expresan la liberación, María se alegra de la grandeza de Dios, porque se ha fijado en la situación humillante de su pueblo y ha venido a salvarlo. El mayor testimonio de la santidad de Dios es que él mismo se una a los pobres y asuma su situación. Dios realiza un cambio, un vuelco de situaciones sociales para crear un nuevo tipo de relaciones más humanas. El cántico de María tiende un puente entre el tiempo de la espera, el Antiguo Testamento, y el tiempo de la realización, el Nuevo Testamento. María, tan discreta en los Evangelios, aparece aquí como la profetisa que proclama la revolución histórica ya empezada con la venida del Salvador.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


2-6. COMENTARIO 1

LA EXPERIENCIA DE LIBERACION
DE LOS HUMILLADOS Y OPRIMIDOS

En el cántico de María resuena el clamor de los humillados y oprimidos de todos los tiempos, de los sometidos y deshereda­dos de la tierra, pero al mismo tiempo se hace eco del cambio profundo que va a producirse en el seno de la sociedad opresora y arrogante: Dios ha intervenido ya personalmente en la historia del hombre y ha apostado a favor de los pobres. En boca de María pone Lucas los grandes temas de la teología liberadora que Dios ha llevado a cabo en Israel y que se propone extender a toda la humanidad oprimida. En la primera estrofa del cántico María proclama el cambio personal que ha experimentado en su persona:



«Proclama mi alma la grandeza del Señor

y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador,

porque se ha fijado en la humillación de su sierva.

Pues mira, desde ahora me llamarán dichosa

todas las generaciones,

porque el Potente ha hecho grandes cosas a mi favor

-Santo es su nombre-

y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación» (1,46-50).



Por boca de María pronuncia su cántico el Israel fiel a Dios y a su alianza, el resto de Israel que ha creído en las promesas. Alaba a Dios por su cumplimiento, que ve inminente por el hecho de la concepción del Mesías y experimenta ya realizado en su persona. «Dios mi Salvador» (cf. Sal 24,1; 25,5; Miq 7,7, etc.) es el título clave del cántico, cuyo tema dominante va a ser la salvación que Dios realiza en Israel. Dios ha puesto su mirada en la opresión que se abate sobre su pueblo y lo ha liberado en la persona de su representante, su «sierva» (cf. Dt 26,7; Sal 136,23; Neh 9,9).

Los grandes hitos de la liberación de Israel están compendia­dos en las «grandes cosas» que Dios ha hecho en favor de María: esta expresión se decía en particular de la salida de Egipto (Dt 10,21, primer éxodo). En el compromiso activo de Dios a favor de su pueblo, éste reconoce que su nombre es Santo; en el compromiso de los cristianos a favor de los pobres y marginados, éstos reconocerán que el nombre de Dios es Santo y dejarán de blasfemar contra un sistema religioso que, a sus ojos, se ha pres­tado con demasiada frecuencia a lo largo de la historia a defender los intereses de los poderosos o por lo menos se ha inhibido de sostener la causa de los pobres con el pretexto de que alcanzarán la salvación del alma en la otra vida.

En la segunda estrofa se contempla proféticamente el futuro de la humanidad desheredada -tema de las bienaventuranzas- como realización efectuada e infalible de una decisión divina ya tomada de antemano:



«Su brazo ha intervenido con fuerza,

ha desbaratado los planes de los arrogantes:

derriba del trono a los poderosos

y encumbra a los humillados;

a los hambrientos los colma de bienes

y a los ricos los despide de vacío» (1,51-53).



Dios no ha dado el brazo a torcer frente al orden injusto que, con la arrogancia que le es proverbial, ha pretendido con sus planes mezquinos e interesados borrar del mapa el plan del Dios Creador. Dios «ha intervenido» ya (aoristo profético) para defender los intereses de los pobres desbaratando los planes de los ricos y poderosos. La acción liberadora va a consistir en una subversión del orden social: exaltación de los humillados y caída de los opresores; sacia a los hambrientos y se desentiende de los ricos. El cántico de María es el de los débiles, de los marginados y desheredados, de las madres que lloran a sus hijos desapareci­dos, de los sin voz, de los niños de la «intifada», de los muchachos que sirven de carnaza en las trincheras, en una palabra: de la escoria de la sociedad de consumo, que dilapida los bienes de la creación dejando una estela de hambre que abraza dos terceras partes de la humanidad.

Finalmente, en la tercera estrofa pone como ejemplo concreto de la salvación, cuyo destinatario será un día no lejano la entera humanidad, la realización de su compromiso para con Israel:



«Ha auxiliado a Israel, su servidor,

acordándose -como lo había prometido a nuestros padres- de la misericordia en favor de Abrahán y su descendencia, por siempre» (1,54-55).



Dios no ha olvidado su misericordia/amor (Sal 98,3), como podía haber sospechado Israel ante los numerosos desastres que han jalonado su historia. La fidelidad de Dios hecha a los «pa­dres», los patriarcas de Israel, queda confinada de momento, en el horizonte concreto de María, el Israel fiel, a su pueblo. Sólo en la estrofa central hay atisbos de una futura ampliación de la promesa a toda la humanidad.

«María permaneció con ella como tres meses y regresó a su casa» (1,56). Lucas hace hincapié en la prolongada permanencia de María al servicio de su pariente, aludiendo al último periodo de su gestación. Silencia, en cambio, intencionadamente su presencia activa en el momento del parto, cuando lo más lógico es que la asistiera en esta difícil situación. No tiene interés en los datos de crónica, sino en el valor teológico del servicio prestado. La vuelta «a su casa» sirve para recordar que en la gestación de su hijo, José no ha tenido arte ni parte. La mención de las dos «casas», la de Zacarías al principio y la de María al final, establece un neto contraste entre las respectivas situaciones familiares.


COMENTARIO 2

La lectura del evangelio es continuación de la de ayer. El cántico del "Magníficat" que entona María, está claramente inspirado en el cántico de Ana. Se ha hablado, con un poco de exageración, de su carácter subversivo, se ha convertido en oración diaria de la iglesia que lo recita en el oficio vespertino de vísperas. Incluso algunos le atribuyen a su recitación poderes casi mágicos, como si fuera un talismán. María reconoce la grandeza de Dios, expresa su alegría y agradecimiento porque el Señor se fijó en su pequeñez. Anuncia proféticamente las alabanzas que recibirá de parte de la iglesia, no por ella misma, sino por lo que Dios realizó en su persona. María anticipa el feliz anuncio que hará Jesús, de que Dios toma partido por los pobres, que dispersará a los soberbios y derribará del trono a los poderosos, para enaltecer a los humildes y colmar de bienes a los hambrientos; que de la riqueza de los pocos que las poseen no quedará nada, porque serán repartidas entre los pobres. Todo un programa de transformación de nuestro mundo que, dos mil años después del nacimiento de Jesús, no ha sido realizado sino muy parcialmente. Y eso porque los cristianos no acabamos de tomarnos en serio el evangelio. Porque no nos hemos empeñado en anunciarlo y realizarlo. Toda una tarea para este tercer milenio que amanece.

Alguien puede decirnos que se trata de esperanzas terrenas, reivindicaciones sociales que solo afectan al más acá, olvidándose de la dimensión trascendente del hombre, de su vocación espiritual... Tendríamos que responderles que la salvación de Dios comienza a realizarse aquí en la tierra, como lo anunciaron Ana y María, como comenzó a realizarlo Jesús predicando el evangelio a los pobres, curándolos de sus enfermedades e, incluso, alimentándolos en el desierto cuando por seguirle lo habían dejado todo. Las santas mujeres de la Escritura dan gracias por todo: por el pan, por los hijos, por la intervención de Dios a favor de los pobres y humildes, por un orden social más justo e igualitario, por el cumplimiento de las promesas hechas en el pasado, por la posibilidad de mirar el futuro con esperanza y en actitud confiada, por la salvación total que implica el cuerpo, la dignidad, el alma, los sueños, las más concretas e inmediatas necesidades, pero también las más recónditas y fundamentales, como encontrar que la vida tiene sentido cuando somos amados, y estar seguros de que el amor no muere nunca.

Hagamos nuestras las palabras de María en estas vísperas de Navidad, y cantemos con ella la alabanza de quien también ha hecho en nosotros maravillas.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


2-7. Reflexión

Este cántico retrata perfectamente el alma de María, sus sentimientos, pero sobre todo la CONSCIENCIA que tiene de Dios. Nos presenta a una mujer que sabe perfectamente “en quién ha puesto su confianza”. María cree y espera en el Dios que salva a su pueblo, el Dios para el que nada es imposible, el Dios que cumple sus promesas, ante todo el Dios que es AMOR, TERNURA Y COMPRENSION y que se hace HISTORIA EN NUESTRA PROPIA HISTORIA. Sería pues importante en estos últimos días antes de la Navidad que nos preguntáramos, ¿cuál es la imagen que tengo de Dios? Es nuestra imagen parecida a la que tenía María Santísima? Navidad debe ser para cada uno de nosotros la celebración de la inserción de Dios en nuestra propia historia. ¿Nuestra experiencia de Dios y su salvación podría llevarnos a expresarnos de él de la misma manera que lo hace María Santísima?

Ernesto María Caro, Sac.


2-8. Comentario: Rev. D. Francesc Perarnau i Cañellas (Girona, España)

«Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador»

Hoy, el Evangelio de la Misa nos presenta a nuestra consideración el Magníficat, que María, llena de alegría, entonó en casa de su pariente Elisabet, madre de Juan el Bautista. Las palabras de María nos traen reminiscencias de otros cantos bíblicos que Ella conocía muy bien y que había recitado y contemplado en tantas ocasiones. Pero ahora, en sus labios, aquellas mismas palabras tienen un sentido mucho más profundo: el espíritu de la Madre de Dios se transparenta tras ellas y nos muestran la pureza de su corazón. Cada día, la Iglesia las hace suyas en la Liturgia de las Horas, cuando rezando las Vísperas, dirige hacia el cielo aquel mismo canto con que María se alegraba, bendecía y daba gracias a Dios por todas sus bondades.

María se ha beneficiado de la gracia más extraordinaria que nunca ninguna otra mujer ha recibido y recibirá: ha sido elegida por Dios, entre todas las mujeres de la historia, para ser la Madre de aquel Mesías Redentor que la Humanidad estaba esperando desde hacía siglos. Es el honor más alto nunca concedido a una persona humana, y Ella lo recibe con una total sencillez y humildad, dándose cuenta de que todo es gracia, regalo, y que Ella es nada ante la inmensidad del poder y de la grandeza de Dios, que ha obrado maravillas en Ella (cf. Lc 1,49). Una gran lección de humildad para todos nosotros, hijos de Adán y herederos de una naturaleza humana marcada profundamente por aquel pecado original del que, día tras día, arrastramos las consecuencias.

Estamos llegando ya al final del tiempo de Adviento, un tiempo de conversión y de purificación. Hoy es María quien nos enseña el mejor camino. Meditar la oración de nuestra Madre —queriendo hacerla nuestra— nos ayudará a ser más humildes. Santa María nos ayudará si se lo pedimos con confianza.


2-9. El Magnificat

Autor: P. Juan Gralla

Reflexión:

Este es el único “discurso” de María que se ha conservado hasta nuestros días: una oración. De hecho, todos los “mariólogos” estudian cada una de las palabras del “Magníficat” para penetrar en la profundidad humana y espiritual de la Virgen.

¿Qué pensaba María de su propia vida? ¿Qué papel ocupaba Dios? ¿Son importantes los pobres para la Madre de los hombres? Todas estas cuestiones quedan resueltas al contemplar esta hermosa oración de María.

Ella sabe quién es y que todo lo que tiene se debe a la bondad de Dios. Si ella es grande es porque el Creador así lo ha querido. Siente por Él todo el amor que puede sentir una mujer por su esposo, pero comprende que al mismo tiempo es el Poderoso, el Santo, el que tiene infinita misericordia. Se toma a Dios realmente en serio. Porque sabe que Él es el dueño de la vida y de la historia, que puede colmar de bienes a los hambrientos y dejar sin nada a los ricos.

Sin embargo, hay una palabra que, curiosamente, se repite varias veces entre esas líneas: la humildad. Será porque quizás sea la virtud característica de la Virgen.

La humildad cristiana no consiste en considerarse poca cosa, lo último, lo peor, sino en saber que nuestra pequeñez unida a la de Dios lo puede todo, y que todo lo grande que somos y tenemos es don de Dios. Por este motivo, siendo María humilde, dijo que todas las generaciones le llamarán bienaventurada.


2-10. Repetir el camino de María en nuestra vida

Autor: P. Cipriano Sánchez

Lucas: 1, 46 56.

La Santísima Virgen no es la única que ha sido elegida por Dios; cada uno de nosotros también lo ha sido. La razón por la cual María es bendecida de esta forma extraordinaria por el Señor, es por la misión que a Ella se le iba a entregar: la de ser la Madre del Redentor. La razón por la cual cada uno de nosotros es bendecido por Dios es porque también tenemos una misión muy especial de cara a nuestro mundo, de cara a la propia familia y de cara a la sociedad en la que vivimos.

Ciertamente que, en nuestro caso, el camino es distinto. En María se produce la preservación por parte de Dios. María no es tocada por el pecado; nosotros tenemos que caminar y luchar para corregir esa marca del pecado. Sin embargo, de la misma manera en que María tiene una gracia muy especial por parte del Señor, no olvidemos que también nosotros la tenemos, porque tenemos la gracia de Dios para poder llevar a cabo nuestra misión.

Yo creo que la actitud de la Santísima Virgen ante la misión que se le propone, también la podríamos aplicar a nosotros. María, cuando oye las palabras del ángel, se preocupa mucho y se pregunta qué querría decir semejante saludo. María le pregunta al ángel cómo se va a realizar el plan de Dios, siendo ella virgen. Sin embargo, la Santísima Virgen ofrece su persona a Dios como la esclava del Señor para que se cumpla en Ella lo que se le ha dicho.

Esas tres actitudes de la Santísima Virgen, podrían también ser tres comportamientos nuestros. Cada uno de nosotros, cuando Dios manifiesta su plan en nuestra vida, también puede sentir preocupación, inquietud, incluso miedo. “No temas María”, le dirá el ángel. También en nuestro corazón, cuando vemos lo que Dios nos pide, cuando vemos con claridad el designio de Dios para nuestra vida, puede surgir miedo, porque muchas veces lo que Dios nos pide va en contra de lo que habíamos planeado.

Si reflexionáramos sobre el plan que tenía o el plan que tiene para su existencia, ¿podría decir que es el mismo que Dios le está pidiendo? ¿Acaso lo que me ha sucedido estaba dentro de mis planes? ¿Estaba dentro de mis planes el que mi matrimonio sufriese dificultades? ¿Estaba dentro de mis planes el que mis hijos se comportasen mal? ¿Estaba dentro de mis planes el que Dios me pidiese pasar por la situación por la que estoy pasando?

Nos vamos a dar cuenta de que muchas cosas no estaban dentro de nuestros planes. Y cuando de pronto te encuentras con algo que no está dentro de tus planes, te puede preocupar, te puede incluso molestar. Sin embargo, hay una cosa muy clara: muchas veces perdemos el dominio de nuestra vida y se lo tenemos que dejar a Dios.

¿Qué pasa cuando se lo tienes que dejar a Él? ¿Qué pasa cuando Dios te dice “el control lo quiero yo”? Y quiero que me entregues esto de tu vida...; esto de tus hijos...; esto de tu matrimonio...; esto en el ámbito material...; esto en el ámbito social... A lo mejor, surge en nosotros preocupación, que puede ser una reacción lógica, pero que no sigue el camino de la Santísima Virgen María.

Cuántas veces podemos perder de vista que, ante Dios, la respuesta auténtica es “sí”. Y es un “sí” que le pone a Dios delante todo lo que uno es. María había prometido a Dios vivir en virginidad. Pero incluso esa promesa tan acariciada en el corazón de la Santísima Virgen, Ella la pone ante el Señor y acepta la respuesta de Dios.

El punto importante es si le ponemos a Dios el sí por delante. “¿Cómo va a ser...?” Tú me lo vas a decir, Tú me vas a guiar, Tú vas a estar a mi lado. Sin embargo, cuántas veces pensamos que nuestros planes personales son mejores que los de Dios; que nuestros criterios personales, son mejores que los del Señor. Nos olvidamos de que el camino de María es un camino en el que Ella siempre está dispuesta a decirle a Dios “sí”.

La tercera actitud de la Santísima Virgen María es una actitud de una ofrenda total: “He aquí la esclava del Señor, que se haga en mí según tu palabra”. Ante los conflictos internos de más generosidad, más sacrificio, más entrega, más oración, más perdón a los demás, tenemos que repetir las palabras de María Santísima: “Aquí está la esclava del Señor, que se haga en mí según tu palabra”.

Dice San Pablo: “Hemos sido elegidos, en Cristo, para ser santos e irreprochables”. ¿Cuál es el camino para lograrlo? Cada uno de nuestros caminos es distinto, cada uno de nuestros modos de caminar es diferente, pero si seguimos el camino de María “aquí está la esclava del Señor, que se haga en mí según tú me dices”, será siempre un camino de gozo y de esperanza, no un camino de miedo.

¡Qué importante es descubrir este camino de María en nuestra vida, porque es un camino —no lo olvidemos—, que lo tenemos que ir repitiendo constantemente! Lo tenemos que repetir cuando nuestra vida es joven, cuando es madura, cuando es anciana; lo tenemos que repetir cuando las cosas económicas van bien o cuando van mal; lo tenemos que repetir cuando hay contrariedades o cuando no las hay. Tenemos que repetir el camino de María, porque repetirlo es seguir el camino de la paz, es seguir el camino de Dios.

Permitamos, entonces, que toda nuestra vida vaya caminando, como en la vida de María, con estas tres actitudes: La actitud de querer encontrar la voluntad de Dios, sea ésta cual sea. La actitud de no poner restricciones a la voluntad de Dios, sea ésta cual sea. Pero sobre todo, la actitud de entregarse con plena y madura libertad al camino de Dios, por donde Él nos vaya llevando.


2-11. DOMINICOS 2003

Ven, Señor, y salva al hombre

¡Oh Rey de las naciones  y deseado de los pueblos, salva al hombre!

Hoy los ritos y palabras de la Liturgia rezuman alegría. No es para menos. El Señor está cerca. A su llegada, la Iglesia quiere que todos los redimidos contribuyamos a celebrarlo con himnos y fiesta. Pidamos y deseemos que así sea en todos los hogares del mundo, por el triunfo del amor; en todos los pueblos, por el triunfo de la justicia; en todas las culturas, por su reconocimiento y alabanza a Dios; en todos los marginados, por la solidaridad de los afortunados y privilegiados:

Sea Dios con todos y para todos,
Sea el Amor con todos y para todos,
Haya hermandad solidaria con todos y para todos.
Eso sería venturosa y próxima Navidad.

 

La Luz de la Palabra de Dios 

Primer libro de Samuel 1, 24 -2:

“En aquellos días, Ana llevó a Samuel {su hijo} a la casa del Señor en Siló, y llevó también un toro de tres años, medio quintal de harina y un pellejo de vino. El muchacho era pequeño.

Cuando mataron al toro, Ana presentó al niño a Elí {sacerdote}, diciendo:“Señor mío, por tu vida, yo soy la mujer que estuvo aquí en pie, junto a ti, rezando al Señor. Este niño es lo que yo pedía, y el Señor me ha concedido mi petición. Por eso, yo se lo cedo al Señor de por vida, para que sea suyo”. Hecha la ofrenda, se prosternaron todos ante el Señor”.

Evangelio según san Lucas 1, 46-56 :

“Tras oír las palabras de Isabel, que alababa su fe, María dijo:

Proclama mi alma la grandeza del señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso has hecho obras grandes por mí: su nombre es santo.

Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes....”

Reflexión para este día

¡Señor!, este hijo es lo que yo te pedía; te lo dedico.

Ana era mujer que amaba como esposa, pero que sufría por estéril, y que oraba al Señor como necesitada de su protección. Firme en su esperanza, vivía en manos de la misericordia del Señor.

A su lado, estaba la felicidad de su co-esposa, Feniná, una felicidad que consistía en dar hijos al marido y a la historia de Israel, mientras que Ana vertía lágrimas, como si fuera despreciada ante los ojos de Dios. 

Por ello Ana, en ardiente oración, pedía y prometía al Señor que, si le daba un hijo, se lo dedicaría y le haría su servidor y sacerdote...

Al final, Dios le oyó, su vientre engendró, y ella, feliz, cumplió la palabra, elevando a Dios cantos de alabanza y ofrendando a su hijo.

Lo mismo hace María, mostrándose inmensamente agraciada por Dios, cuando Isabel, y nosotros y cualquier criatura, se inclina hacia ella para reconocerla Virgen, Madre, Reina.

Ella fue cauce de divinos dones desde el momento en que –elegida y bendecida para ser Madre del Redentor- nos miró a todos con entrañas de ternura y de oblación total de sí misma en nuestro favor.


2-12. CLARETIANOS 2003

El Poder y la Misericordia: el secreto de María
En estos dos nombres –Poder y Misericordia- resume María la identidad de Dios. No suelen ir unidos. Quienes tienen mucho poder suelen estar desprovistos de misericordia. Quien tienen misericordia… ¡pueden muy poco! Escuchemos las palabras de María en su Magnificat.

La desconfianza es como un virus que nos carcome. Por desconfianza se rompen las amistades, se entablan guerras; por desconfianza nosotros mismos nos deprimimos; por desconfianza se pierde la fe en Dios y se abandona la Iglesia de Jesús.

El Canto de María “Magnificat” nace de la más luminosa confianza en la Vida, en Dios. Es como un ¡Gracias a la Vida que me ha dado tanto…! María confía en el cambio social y revolucionario: él derriba del trono a los poderoso, ensalza a los humillados, a los pobres los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. María confía en la buena suerte de Israel. Y tiene esta confianza loca porque ella ha experimentado en sí misma cómo es posible salir de situaciones sin salida. Ella se ha visto humillada, envilecida, empequeñecida. Sin embargo, se ve capaz de obras grandes, maravillosas por gracia de Dios.

El Secreto de esta confianza loca en la Vida, en la historia, está en la fe que María tiene en Dios y en su Palabra.

María está “chiflada por Dios”. En él confía a pies juntillas. Tiene una moral elevadísima. La fe en Dios le nace espontánea, porque está llena del Espíritu de Dios. Y lo experimenta como Poder y Misericordia.

Dios lo puede todo y, además, ¡ejerce! El Reino de Dios no encontrará obstáculos insuperables. Cualquier poder es pequeño ante el poder grande de Dios. El Dios creador hace justicia, re-establece todo en su orden.

Dios es compasivo y misericordioso. Su Poder Se doblega, se curva ante el humilde, el pequeño. El Poder de Dios tiene “debilidad por los débiles”: ¡ante todo, por el débil y abatido, Israel, a quien auxilia, por la humillada María, en quien ha puesto sus ojos…!

El Dios, cuyo nombre es impronunciable, Santo, está con nosotros. Confíemos en la vida, en el buen resultado de la historia, porque confiamos, cada vez más, en el Dios Poderoso y Misericordioso. Confiamos en Dios porque cada vez confiamos más en las personas, en la vida. Tirso de Molina escribió su famosa obra “El Condenado por Desconfiado”. Que no nos ocurra a nosotros lo mismo. ¡María, contágianos de tu fe!

José Cristo Rey García Paredes (jose_cristorey@yahoo.com)


2-13. 2003

LECTURAS: 1SAM 1, 24-28; 1SAM 2; LC 1, 46-56

1Sam. 1, 24-28. Samuel desde pequeño es consagrado al Señor de por vida. En algunos momentos, como consagrado a Dios, ejercerá el ministerio sacerdotal en la presencia de Dios. Pero, de un modo especial Dios lo distinguirá con el ministerio de profeta suyo. Finalmente Samuel ejercerá también el papel de Juez, y será el enlace entre el régimen tribal y el monárquico en Israel. Como que percibimos en la persona misma de Samuel un anuncio profético acerca de la persona de Jesús, quien será Sacerdote, Profeta y Rey-Pastor de su Pueblo. Quienes vivimos unidos a Cristo participamos, conforme a la medida de la gracia recibida, de esa triple función. Ojalá y al haber quedado consagrados al Señor desde el día de nuestro bautismo, no nos quedemos mudos en nuestro testimonio de fe, que hemos de dar en los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra existencia, sino que seamos colaboradores activos y valientes en la construcción del Reino de Dios entre nosotros.

1Sam. 2, 1. 4-8. Después de que Ana, la madre de Samuel, consagra y entrega a su hijo para que quede al Servicio de Dios, entona un cántico de alabanza al Señor; ese cántico estará muy relacionado con el cántico de María en el Nuevo Testamento. Dios ha vuelto su mirada compasiva hacia Ana que vivía seca, estéril y sin esperanza, pues Dios es quien da la muerte y la vida, quien hunde en el abismo y saca de él, quien empobrece y enriquece, quien humilla y engrandece. Aquel que confía en el Señor y se deja conducir por su Espíritu hará la obra de Dios, y, por su medio, Dios se manifestará como el Señor de la Vida a pesar de que la existencia pasada haya sido fecunda en obras malas y estéril en obras buenas. Aquellos que vivan engreídos y pagados de sí mismos lo único que harán al rechazar a Dios será encaminarse hacia su propia destrucción y humillación. Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre en el Seno de María Virgen, se ha convertido para nosotros en nuestro poderoso defensor, de tal forma que sólo en Él tenemos el Camino que nos salva. Vivamos unidos a Él, consagrados a Él para que, recibiendo de Él la vida de Dios, seamos los continuadores de su Victoria sobre el pecado y la muerte, y no los vencidos y humillados por haberle abierto las puertas al mal en nosotros.

Lc. 1, 46-56. Dios no actúa conforme a los criterios humanos; Él no se deja impresionar por nadie, pues el hombre ve a lo externo, pero Dios ve el corazón. A quienes el Señor ha elegido, Él los santifica y les muestra su amor y su misericordia. Hay algunos que han destruido la esperanza de quienes viven en condiciones de pobreza, de enfermedad, de edad avanzada. El Señor, como el Buen Pastor, ha salido al encuentro, no sólo de la oveja descarriada, sino también de la enferma, de la coja, de la ciega; al buscarla para cargarla sobre sus hombros de vuelta al redil, está dándonos a saber que se ha puesto de parte de los que sufren y de los pecadores. Él quiere que todos lleguemos a la salvación; por eso nadie puede atraparla como propia y exclusiva; y si el Señor ha querido confiársela a su Iglesia no es para que la encierre, ni para que la distribuya entre quienes crea más conveniente o entre quienes piense que sacará de ellos más partido económico o de poder. Esa clase de poderosos, mercaderes de la religión, serán destronados de su poder malsanamente utilizado, y sólo serán reconocidos como hijos de Dios y portadores de su Gracia aquellos que aprendan a ser misericordiosos como Dios lo ha sido con nosotros. Efectivamente sólo los humildes, los hambrientos y los misericordiosos serán exaltados por el mismo Dios, quien los hará participar de la Vida y de la Gloria de su mismo Hijo.

Dios nos ha convocado, sin distinción de razas o de condiciones sociales, en torno suyo, como sus hijos a quienes sólo une el Espíritu de Amor, y que nos hace vivir en el amor fraterno. A pesas de nuestras miserias, tal vez demasiado grandes, el Señor nos ha manifestado su amor misericordioso. Él, hecho uno de nosotros, ha salido a nuestro encuentro para perdonarnos, para levantarnos de nuestras miserias y para hacernos hijos de Dios, uniéndonos a Él en comunión de vida. Este es el misterio de salvación que celebramos en esta Eucaristía. Por eso tratemos de no vivir separados de Cristo, sino consagrados a Él de por vida.

Dios nos ha puesto a nosotros como un signo de su amor misericordioso para todos los hombres de todos los tiempos y lugares. La Iglesia continúa en la historia la obra salvadora de Dios, no por sí misma, sino por vivir unida en alianza nueva y definitiva con su Señor. El Dios-con-nosotros sigue, así, saliendo como salvador y lleno de misericordia de generación en generación. El cántico de María no sólo debe ser meditado, sino hecho vida en el seno de la Iglesia de Cristo como un cántico programático de salvación. Por eso no podemos decir que se viva con lealtad la fe cuando aparentando una cercanía al Señor se viva destruyendo, oprimiendo, haciendo sufrir a los demás o explotando a los pobres. Si en verdad queremos vivir nuestra fe en Cristo tratemos de salir al encuentro de los que sufren para remediar sus males, y al encuentro de los pecadores para hacerles llegar la salvación que Dios nos ha confiado para que la distribuyamos hasta los últimos confines de la tierra y del tiempo.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir amando a nuestro prójimo como nosotros hemos sido amados por Dios, de tal forma que a nadie le tratemos con signos de maldad ni de muerte, sino que nos preocupemos de hacerles el bien para que, desde nosotros, conozcan el amor misericordioso de Dios, que se ha acercado al hombre para liberarlo del pecado y de la muerte, y para conducirlo a la posesión de los bienes definitivos. Amén.

www.homiliacatolica.com


2-14. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

1Sam 1,24-28: El Señor me concedió lo que le pedí
1Sam 2,1.4.5-6-7.8: Mi corazón se regocija por el Señor mi Salvador
Lc 1,46-56: Mi alma glorifica al Señor

La respuesta de María al saludo de su prima Isabel que tradicionalmente designamos con el nombre latino de “Magníficat”, es un salmo de acción de gracias compuesto de citas y alusiones al Antiguo Testamento, en especial del canto de Ana, la madre de Samuel (cf 1Sam 2,1-10). El poema tiene dos partes. La primera es una acción de gracias personal de María: a pesar de la humildad y pobreza de su vida, Dios ha puesto su mirada en ella, por eso será llamada dichosa. Dios se sirve muchas veces de lo sencillo y humilde para hacer presente su salvación en la historia humana. La segunda parte del canto expresa, por boca de María, la acción de gracias del pueblo de Israel; todas las promesas dadas a Abrahán y sus descendientes se cumplirán ahora en este niño que va a nacer.

Lucas nos muestra en este canto de María uno de sus temas favoritos: Dios se apiada de los pobres. En realidad no hay sólo aquí una alabanza de los pobres, de los que María es representante, sino una concepción utópica de la historia en la que la misericordia de Dios y la fuerza de su brazo se dirige a derribar a los ricos y soberbios y a levantar a los empobrecidos y humillados de la tierra.

El canto de María que Lucas nos presenta en su evangelio nos revela que los que cuentan ante los ojos de Dios son los que han sido deshumanizados y humillados por los poderes del mundo; María da testimonio de que el Dios de la Biblia es aquel que se pone siempre del lado de los excluidos y marginados por las estructuras de poder encarnadas en el orden social, económico, cultural, religioso, político, familiar...

María retoma un canto de liberación que seguramente Isabel recitó a lo largo de su vida. Este es el canto de la misericordia de Dios, de un Dios que se ha puesto abiertamente de lado de aquellos que no han experimentado el sentido de humanidad. María, por tanto, queda enmarcada dentro de los personajes bíblicos que viven descontentos frente a los modelos sociales de desigualdad que se imponen al pueblo.

Este canto de María sigue hoy llamando la atención del pueblo cristiano que día a día recita en su oración ese proyecto y deseo de ver el mundo y la historia en total equilibrio. Cuando la humanidad pueda vivir este canto-proyecto, podremos experimentar en nuestras vidas la irrupción de Dios que es misericordia, entenderemos que la fidelidad de Dios va “de generación en generación”.

Nuestra gran tarea hoy es redescubrir ese Dios que experimentaron Jesús y María, y actualizar su proyecto de misericordia y justicia en medio de las situaciones de miseria y de muerte que se nos imponen desde los círculos de poder que rigen los destinos de la historia y de la humanidad.

Ponernos del lado de Jesús al estilo de María, la mujer fiel y comprometida con la causa de la justicia, es dejar atrás el modelo de cristianismo que hemos vivido basado en la seguridad y en la comodidad, para experimentar en nuestra propia vida la suerte de los sin suerte, la realidad de miseria que viven tantos hermanos y hermanas nuestros. No podemos seguir siendo cristianos sin incomodarnos por la desigualdad, la injusticia, el hambre, la muerte y marginación de nuestros pueblos.

Que este tiempo de adviento nos sirva para potenciar la oración, pero no de la forma neutral como hemos orado hasta hoy, sino que sea una oración para estar despiertos y poder comprender los signos de los tiempos y empezar a vivir en resistencia. La pedagogía de Dios, del Padre de Jesús, es bien clara en el canto de María. Debemos asimilar esa pedagogía y estar de parte de los predilectos de Dios: los pobres. Esta época es propicia para lograr dar un salto cualitativo en nuestras vidas. ¡Comencemos ya!


2-15. Fray Nelson Miércoles 22 de Diciembre de 2004

Temas de las lecturas: Ana dio gracias por el nacimiento de Samuel * Ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede.

1. Consagrado desde niño
1.1 A nuestra mentalidad puede parecerle extraño que una madre done a su hijo, apenas terminada su lactancia. Mucho más si se trata de un hijo tan anhelado. Aún más si se trata de entregar ese hijo a Dios. Para nuestra sociedad occidental la religión es un asunto personal, y por ello decidir la vida de una persona de cara a Dios se ve casi como una ofensa a la libertad del individuo. Por todo ello, la primera lectura de hoy nos obliga a preguntarnos sobre nuestras propias opciones y nuestro modo de entender la libertad.

1.2 Procedamos por orden. Ana había pedido un niño a Dios, porque era estéril. No quiere, sin embargo, ser dueña de una vida sino testigo de una victoria. Y eso es lo que le da Dios y lo que ella canta, según hemos escuchado hoy: una victoria. La historia de Ana ha quedado señalada por el poder del Dios vivo y no por las fuerzas de la muerte o de la nada. El niño no es objeto de posesión sino señal de bendición. Una lección para nosotros: pedir a Dios algo no puede ser excluir a Dios de su pleno señorío sobre todo y sobre todos.

1.3 Está el tema de un niño consagrado a Dios. Para ser honestos, hemos de preguntarnos, cuando se trata de niños, qué opciones tomamos o toman sus padres. Es una ilusión pensar que la libertad consiste en no proponer o no decidir nada. El papá que nunca lleva a su hijo a una clase de religión ha tomado una opción por él: ha decidido mostrarle el mundo como un tejido de elementos, relaciones e intereses en los que Dios no importa. O como otros han dicho: no decidir es una decisión y no escoger es un modo, a veces pésimo, de elección.

1.4 Así que seamos críticos con nuestro mundo y nuestra cultura: ¿a qué están "consagrados" nuestros niños y jóvenes? ¿Hacia dónde se dirigen, casi inevitablemente, sus pasos cuando llegan a la adolescencia o a la educación superior? ¿Es acaso un azar, una gigantesca casualidad, que las estadísticas de droga, fornicación o aborto se disparen al llegar a ciertas edades, hasta el punto que podemos prácticamente predecir cuántos muchachos o cuántas niñas pasarán por esas espantosas realidades que seguramente los van a marcar de por vida? ¿No es esa una "consagración", lamentablemente no al Dios vivo, sino a los ídolos muertos?

2. Cantos de victoria
2.1 Ana canta con júbilo irreprimible que Dios ha vencido; María proclama con entusiasmo contagioso que Dios es grande y misericordioso. Creemos en un Dios que salva, un Dios que no es espectador lejano ni gerente ocupado de un universo ancho y ajeno.

2.2 Vivir significa escoger, y la escogencia fundamental es: ¿quiero, sí o no, ser el centro de mi propia vida? Si digo que sí, convierto mentalmente a los demás en mis siervos y los considero de entrada como gente que me debe pleitesía o servicios. Serán instrumentos de mi poder, no hermanos de mi caminar. Mi elección egoísta sólo puede ser destruida por un acto que restituya a mi hermano en su calidad de hijo amado del único Dios y Señor de todos.

2.3 Y porque tales son las consecuencias y el modo de nuestras acciones hay que decir que la justicia de Dios no es la de un observador neutral. La palabra "neutro" significa originalmente: "ni uno ni otro"; y no es así la mirada de Dios ni es así su actuar. Dios no es "ni de uno ni de otro" sino "de ambos, de todos". La justicia de Dios equivale a la realización de su señorío y a la llegada de su reinado. Frente a Él caen los imperios de nuestras pretensiones y mentiras, representadas en el cántico de María por aquellos que se tienen por ricos, soberbios y poderosos. Sólo su grandeza, sólo su belleza, sólo su sabiduría quedan en pie cuando aparece.


2-16.

Reflexión:

1Sam. 1, 24-28. Ana consagra de por vida su hijo Samuel, desde pequeño, al Señor. Como consagrado a Dios, Samuel ejercerá el ministerio sacerdotal en la presencia de Dios. Pero, de un modo especial Dios lo distinguirá con el ministerio profético. Finalmente Samuel ejercerá también el papel de Juez, y será el enlace entre el régimen tribal y el monárquico en Israel. Como que percibimos en la persona misma de Samuel un anuncio profético acerca de la persona de Jesús, el cual será Sacerdote, Profeta y Rey-Pastor de su Pueblo. Los que vivimos unidos a Cristo participamos, conforme a la medida de la gracia recibida, de esa triple función. Habiendo quedado consagrados al Señor de por vida desde nuestro bautismo, no nos quedemos mudos en nuestro testimonio de fe; tratemos, más bien, de ser colaboradores activos y valientes en la construcción del Reino de Dios entre nosotros, mediante el anuncio del Evangelio, mediante la preocupación constante por el bien y la salvación de los demás, y a través de la oración y el culto que le tributemos a Dios.

1Sam. 2, 1. 4-8. Este cántico de Ana está muy relacionado con el cántico de María, la Madre de Jesús. Dios se ha acordado de Ana que vivía seca, estéril y sin esperanza, pues Dios es el que da la muerte y la vida, el que hunde en el abismo y saca de él, el que empobrece y enriquece, el que humilla y engrandece. El que confíe en el Señor y se deje conducir por su Espíritu hará la obra de Dios, y, por su medio, Dios se manifestará como el Señor de la Vida a pesar de que la existencia pasada haya sido estéril en obras buenas. Aquellos que vivan engreídos y pagados de sí mismos lo único que harán, al rechazar a Dios, será encaminarse hacia su propia destrucción y humillación. Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre en el Seno de María Virgen, se ha convertido para nosotros en nuestro poderoso defensor, de tal forma que sólo Él es el Camino que nos conduce a la salvación. Vivamos unidos a Él, consagrados a Él para que, recibiendo de Él la vida de Dios, seamos aquellos que continúen levantándose victoriosos sobre el pecado y la muerte, y no los vencidos y humillados por haberle abierto al mal las puertas de nuestra vida.

Lc. 1, 46-56. El Señor conoce hasta lo más profundo de nuestro corazón; y a pesar de que contempla nuestras miserias, Él nos ha elegido para santificarnos y mostrarnos su amor y su misericordia. Nuestro Dios y Padre no nos quiere convertidos en destructores de la esperanza de aquellos que viven en condiciones de pobreza, de enfermedad o de edad avanzada. El Señor, como el Buen Pastor, sale al encuentro no sólo de la oveja descarriada, sino también de la enferma, de la coja, de la ciega; y al buscarla para cargarla sobre sus hombros, para llevarla de vuelta al redil, nos está dando a entender que se ha puesto de parte de los que sufren y de los pecadores para liberarlos, para salvarlos. Él quiere que todos lleguemos a la participación de su Gloria; por eso nadie puede atrapar la salvación como propia y exclusiva; y si el Señor ha querido confiársela a su Iglesia no es para que la encierre, ni para que la distribuya entre aquellos que crea más conveniente, o entre aquellos de los que piense sacar más partido económico o de poder. Esa clase de poderosos, mercaderes de la religión, serán destronados de su poder malsanamente utilizado; pues sólo serán reconocidos como hijos de Dios y portadores de su Gracia aquellos que aprendan a ser misericordiosos con los demás, como Dios lo ha sido para con nosotros. Efectivamente sólo los humildes, los hambrientos y los misericordiosos serán exaltados por el mismo Dios, el cual los hará participar de la misma Vida y de la misma Gloria de su propio Hijo.

Nuestro Dios y Padre nos ha convocado, sin distinción de razas o de condiciones sociales, en torno suyo, como a hijos suyos a los que une el mismo Espíritu de Amor, que nos hace vivir en el amor fraterno. A pesar de nuestras miserias, tal vez demasiado grandes, el Señor nos ha manifestado misericordioso para con nosotros. Él, hecho uno de nosotros, ha salido a nuestro encuentro para perdonarnos, para levantarnos de nuestras miserias y para hacernos hijos de Dios, uniéndonos a Él en comunión de vida. Este es el misterio de salvación que celebramos en esta Eucaristía. Por eso tratemos de no vivir separados de Cristo, sino consagrados a Él de por vida, pues Él nos ha recibido como hijos suyos desde el día en que fuimos bautizados. La Eucaristía nos hace ser testigos del amor que Dios tiene a todos, para que después vayamos y proclamemos en el mundo entero lo que aquí hemos visto y oído.

Dios nos ha puesto como signo de su amor misericordioso para la humanidad de todos los tiempos y lugares. La Iglesia, efectivamente, continúa en la historia la obra salvadora de Dios, no por sí misma, sino por vivir unida en una alianza nueva y eterna con su Señor, Cristo Jesús. El Dios-con-nosotros sigue, así, saliendo como Salvador lleno de misericordia de generación en generación a buscar a las ovejas descarriadas, para volverlas al camino del bien; y al encuentro de los necesitados para remediar sus males. El cántico de María no sólo debe ser meditado, sino hecho vida en el seno de la Iglesia de Cristo como un cántico programático de salvación. Por eso no podemos decir que vivimos con lealtad nuestra fe cuando, aparentando una cercanía al Señor, vivimos destruyendo, oprimiendo, haciendo sufrir a los demás, o explotando a los pobres. Si queremos vivir con lealtad nuestra fe en Cristo tratemos de salir al encuentro de los que sufren para remediar sus males, y al encuentro de los pecadores para hacerles llegar la salvación, que Dios nos ha confiado para que la distribuyamos a todos, sin distinción alguna.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber amar a nuestro prójimo como nosotros hemos sido amados por Dios, de tal forma que a ninguno tratemos con signos de maldad ni de muerte, sino que, más bien, nos preocupemos de hacer el bien a todos para que, desde nosotros, todos conozcan el amor misericordioso de Dios, que se ha acercado al hombre para liberarlo del pecado y de la muerte, y conducirlo a la posesión de los bienes definitivos. Amén.

Homiliacatolica.com


2-17.

Comentario: Rev. D. Francesc Perarnau i Cañellas (Girona, España)

«Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador»

Hoy, el Evangelio de la Misa nos presenta a nuestra consideración el Magníficat, que María, llena de alegría, entonó en casa de su pariente Elisabet, madre de Juan el Bautista. Las palabras de María nos traen reminiscencias de otros cantos bíblicos que Ella conocía muy bien y que había recitado y contemplado en tantas ocasiones. Pero ahora, en sus labios, aquellas mismas palabras tienen un sentido mucho más profundo: el espíritu de la Madre de Dios se transparenta tras ellas y nos muestran la pureza de su corazón. Cada día, la Iglesia las hace suyas en la Liturgia de las Horas, cuando rezando las Vísperas, dirige hacia el cielo aquel mismo canto con que María se alegraba, bendecía y daba gracias a Dios por todas sus bondades.

María se ha beneficiado de la gracia más extraordinaria que nunca ninguna otra mujer ha recibido y recibirá: ha sido elegida por Dios, entre todas las mujeres de la historia, para ser la Madre de aquel Mesías Redentor que la Humanidad estaba esperando desde hacía siglos. Es el honor más alto nunca concedido a una persona humana, y Ella lo recibe con una total sencillez y humildad, dándose cuenta de que todo es gracia, regalo, y que Ella es nada ante la inmensidad del poder y de la grandeza de Dios, que ha obrado maravillas en Ella (cf. Lc 1,49). Una gran lección de humildad para todos nosotros, hijos de Adán y herederos de una naturaleza humana marcada profundamente por aquel pecado original del que, día tras día, arrastramos las consecuencias.

Estamos llegando ya al final del tiempo de Adviento, un tiempo de conversión y de purificación. Hoy es María quien nos enseña el mejor camino. Meditar la oración de nuestra Madre —queriendo hacerla nuestra— nos ayudará a ser más humildes. Santa María nos ayudará si se lo pedimos con confianza.


2-18. DOMINICOS 2004

¡Oh Rey de las naciones, y Deseado de los pueblos, Piedra angular de la Iglesia, que haces de dos pueblos uno solo, ven y salva al hombre que formarte de barro de la tierra!

Prosiguen en la Liturgia los ritos y palabras de alegría y fiesta. No es para menos.

El Señor está cerca. A su llegada, la Iglesia quiere que todos los redimidos contribuyamos a crear ambiente de fraternidad y gozo.

Pidamos, pues, que la paz, la fraternidad y el gozo reinen en todos los hogares del mundo, por el triunfo del amor; en todos los pueblos, por el triunfo de la justicia; en todas las culturas, por su reconocimiento y alabanza a Dios; en todos los marginados, por la solidaridad de los afortunados y privilegiados.

Dios con todos y para todos, Amor con todos y para todos, Hermandad solidaria con todos y para todos. Eso será la próxima Navidad.


Palabra de Dios, palabra de esperanza
Primer libro de Samuel 1, 24 -2:
“En aquellos días, Ana llevó a Samuel, su hijo, a la casa del Señor en Silo, y llevó también un toro de tres años, medio quintal de harina y un pellejo de vino. El muchacho era pequeño.

Y cuando mataron al toro, Ana presentó –en ofrenda- al niño al sacerdote Elí, diciéndole: “Señor mío, por tu vida, yo soy aquella mujer que estuvo aquí en pie, junto a ti, rezando al Señor. Este niño es lo que yo pedía, y el Señor me ha concedido mi petición. Por eso, yo se lo cedo al Señor de por vida, para que sea suyo”. Después, se prosternaron ante el Señor”.

Evangelio según san Lucas 1, 46-56:
“Tras oír las palabras de Isabel, María dijo: Proclama mi alma la grandeza del señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humildad de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso has hecho obras grandes por mí: su nombre es santo.

Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes....”


Urgidos por la palabra
A los humildes y agradecidos Dios mira con amor
Ana era mujer que amaba como esposa, sufría como estéril, lloraba como marginada, oraba como necesitada de protección divina, y esperaba en la misericordia del Señor. Por ello, en ardiente oración, pedía y prometía a Dios que, si le daba un hijo, se lo dedicaría y le haría su servidor y sacerdote.

Dios le oyó; su vientre engendró; y ella, feliz, cumplió la palabra. ¡Dios miró y escogió, con amor, al hijo de la débil, para su servicio!

María, llena de gracia, en el momento de expresar su gratitud a Dios por haberla elegido para Madre del Hijo encarnado, toma de Ana las palabras e irrumpe en un Magníficat que corresponde a la inauguración del Nuevo Testamento.

¿Damos nosotros gracias cada día por haber recibido el mensaje de que Dios es padre, amigo, providencia, consuelo, amor ... de todos los mortales; que en ese amor universal hemos de aprender a valorar la dignidad de todo hombre, humilde o poderoso, rebatiendo actitudes de humillación y opresión; ue la revolución del amor, como criterio de vida, debe dar un vuelco a las cosas, de suerte que en nuestra solicitud nos preocupe más el pan de los hambrientos que el lujo de los afortunados?


2-19.

Reflexión

Este cántico retrata perfectamente el alma de María, sus sentimientos, pero sobre todo la CONCIENCIA que tiene de Dios. Nos presenta a una mujer que sabe perfectamente “en quién ha puesto su confianza”. María cree y espera en el Dios que salva a su pueblo, el Dios para el que nada es imposible, el Dios que cumple sus promesas, ante todo el Dios que es AMOR, TERNURA Y COMPRENSIÓN y que se hace HISTORIA EN NUESTRA PROPIA HISTORIA. Sería pues importante, en estos últimos días antes de la Navidad, que nos preguntáramos, ¿cuál es la imagen que tengo de Dios? ¿Es nuestra imagen parecida a la que tenía María Santísima? Navidad debe ser para cada uno de nosotros la celebración de la inserción de Dios en nuestra propia historia. ¿Nuestra experiencia de Dios y su salvación podría llevarnos a expresarnos de él de la misma manera que lo hace María Santísima?

Pbro. Ernesto María Caro


2-20. 22 de Diciembre

228. El magnificat. La humildad de María

I. En el Magnificat se contiene la razón profunda de toda humildad. María considera que Dios ha puesto sus ojos en la bajeza de su esclava; por eso en Ella ha hecho cosas grandes el Todopoderoso. La virtud de la humildad –que tanto se transparenta en la vida de la Virgen- es la verdad (SANTA TERESA, Moradas rectas), es el reconocimiento verdadero de lo que somos y valemos ante Dios y ante los demás; es también el vaciarnos de nosotros mismos y dejar que Dios obre en nosotros con su gracia. La humildad descubre que todo lo bueno que existe en nosotros, tanto en el orden natural como en el de la gracia, a Dios pertenece. Nada tiene que ver esta virtud con la timidez o la mediocridad. La humildad no se opone a que tengamos conciencia de los talentos recibidos, ni a disfrutaros plenamente con corazón recto; la humildad no achica, agranda el corazón. A María, Nuestra Madre le pedimos que nos ayude a alcanzar esta virtud que Ella tanto apreció.

II. La humildad está en el fundamento de todas las virtudes y sin ella ninguna podría desarrollarse. No es posible la santidad sin una lucha eficaz por adquirir esta virtud; ni siquiera podría darse una auténtica personalidad humana. La humildad es, especialmente, fundamento de la caridad: “la morada de la caridad es la humildad “ (Sobre la virginidad), decía San Agustín. Muchas faltas de caridad han sido provocadas por faltas previas de vanidad, orgullo, egoísmo, deseos de sobresalir. El que es humilde no gusta de exhibirse, sabe que ocupa un puesto para servir, para cumplir una misión. Hemos de estar en nuestro sitio, trabajando para Dios, y evitar que la ambición nos ofusque, y menos convertir la vida en una loca carrera por puestos cada vez más altos, para los que quizá no serviríamos. La persona humilde conoce sus limitaciones y posibilidades, es siempre una ayuda, tiene paciencia con los defectos de quienes lo rodean, y evita el juicio negativo sobre los demás.

III. Entre los caminos para llegar a la humildad está, en primer lugar, el desearla ardientemente, valorarla y pedirla al Señor; ser dóciles en la dirección espiritual; recibir con alegría la corrección fraterna; aceptar las humillaciones en silencio, por amor al Señor; la obediencia rápida y alegre; y sobre todo la alcanzaremos en el servicio a los demás. Jesús es el ejemplo supremo de humildad, y nadie sirvió a los hombres con tanta solicitud como Él lo hizo. María, al confesarse esclava del Señor, se llena de gozo. Nosotros lo tendremos si somos humildes como Ella.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre