TIEMPO DE ADVIENTO
DÍA 20
1.- Is 7, 10-14
1-1.
1-2. HISTORIA-HUMANA/HTSV:
-La profecía del Emmanuel.
Todos los exegetas están de acuerdo en situar esa profecía en el contexto histórico siguiente: el rey Acaz, cercado por la coalición del rey de Damasco y del rey de Samaria, está totalmente fuera de sí y a punto de ofrecer en sacrificio a su propio hijo. Isaías va a verle y le pide que no tema puesto que: si guarda su «fe» en Dios, su dinastía está asegurada por una promesa divina... Dios mismo se propone intervenir: un "hijo" le es anunciado, un nuevo heredero del trono de David. Ese hijo prometido por Dios será Ezequías, el rey piadoso que reinará en Jerusalén.
Pero detrás de ese contexto histórico se perfila el Mesías.
La solemnidad de ese oráculo, el nombre dado al niño: «Dios-con-nosotros»... el término que designa a su madre, la «virgen»... el hecho que sea un signo de Dios... Todo eso ha orientado a los teólogos hacia una interpretación mesiánica. Como siempre, en casos parecidos, es después, una vez realizada la profecía, cuando ésta resulta más esclarecida. En el interior de toda historia humana se desarrolla el proyecto divino. ¿Estoy convencido de que Dios, HOY, está realizando parte de su designio, a través de mis propios hijos, si los tengo, a través de mis decisiones, mis compromisos, los acontecimientos que me suceden?
-El Señor envió al profeta Isaías al rey Acaz para que le dijera: «Pide para ti un signo de parte del Señor, tu Dios».
En medio de sus preocupaciones de rey y de hombre político atacado por sus enemigos, Dios está con él.
La historia no es únicamente profana. Es el lugar en que «Dios da un signo». Jesús reprochará a los judíos de su tiempo no saber reconocer los signos que Dios les hacía.
También, en mi vida, Dios hace para mí unos signos. No son vistosos ni milagrosos, pero he de saber leerlos e interpretarlos.
-«No, contestó Acaz, no lo pediré, no tentaré al Señor.»
Se queda tranquilo al usar ese argumento que aparentemente es respetuoso con Dios; pero, en el fondo, permanece incrédulo. No quiere ningún signo porque no está decidido a seguir las indicaciones de Dios, y prefiere hacer su parecer y decidir, él sólo, su política. Eso es lo que el profeta le reprochará.
-«Oíd pues, casa de David, dijo Isaías: ¿os parece poco cansar a los hombres, que cansáis también a mi Dios?...»
Los reyes no tenían buena reputación, «cansaban a los hombres», oprimían al pueblo bajo del país. Y he ahí que ese error político, que ya es grave para un rey se complica ahora con la falta de fe: Dios dice «estar fatigado» de esos reyes que no creen en El, y ¡que sólo confían en sus ejércitos y en sus alianzas humanas!
Con frecuencia, ¡también nosotros debemos de fatigarte, Señor!
-Pues bien, el Señor mismo va a daros una "señal":
He aquí que la Virgen concebirá y dará a luz a un Hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, es decir, «Dios-con-nosotros».
El término traducido aquí por la palabra «virgen» en hebreo es «halmah>) que designa siempre «doncellas». Es el indicio muy claro de un nacimiento sorprendente. Ese texto ha sido aplicado siempre a María de una manera privilegiada.
Ciertamente, Isaías entrevió siempre al Mesías venidero como un hombre especialmente lleno del Espíritu de Dios: «Dios-con-nosotros».
NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 48 s.
2.- Lc 1, 26-38
2-1.
2-2.
El relato de la "anunciación" de Jesús es paralelo al de ayer que anunciaba el nacimiento de Juan Bautista. Este relato está lleno de reminiscencias bíblicas. Todas no podrán citarse aquí, pero pueden encontrarse en las "notas" de las buenas biblias recientes. Por otra parte es conveniente dejarse llevar a la vez, por el encanto concreto de los detalles y la contemplación del misterio de Fe que se esconde en ellos.
-Nazaret, en Galilea
Poblado insignificante, desconocido del Antiguo Testamento, Galilea, provincia despreciada por su mezcolanza de judíos y paganos. La simplicidad de la casa de María contrasta con la solemnidad de la anunciación a Zacarías, en el marco sagrado del Templo, en Jerusalén, la capital.
Se perfila la modestia de la Encarnación de Dios: "Se anonadó, dirá San Pablo, tomando la condición de esclavo".
-Una joven desposada, cuyo nombre era María
Me imagino este nombre "María" pronunciado en Nazaret por las amigas, las vecinas. Es una muchacha del pueblo muy sencilla, que nada la distingue de sus compañeras.
-Desposada con cierto varón de la casa de David, llamado José...
Todos los textos insisten en esta ascendencia davídica de José. Este desposado con María es pues de raza real, pero a la sazón, está desposeído de toda grandeza: es un artesano, un carpintero... ¡sin ninguna pretensión de ocupar un trono! Sin embargo a través de él se cumplirá la promesa hecha a David.
-"Alégrate, objeto del favor divino, el Señor es contigo" Es la traducción exacta, según el texto griego, de esta salutación angélica que todos los cristianos conocen.
"Dios te salve María" = Alégrate
"llena de gracia" = objeto del favor divino
"el Señor es contigo"= el Señor es contigo
Es el "buenos días" que Dios dirige a esta joven. ¡Con cuánto respeto y amor le habla!
Considero la fórmula, casi litúrgica que oímos en la misa:
"El Señor esté con vosotros"... Emmanuel... "Dios con nosotros" ¿Me uno yo profundamente a este deseo?
-Al oír tales palabras, la Virgen se turbó, y púsose a considerar qué significaría una tal salutación.
Las vocaciones excepcionales no son nunca fáciles de aceptar. De momento, Dios aparece como desconcertante.
-Le pondrás por nombre Jesús. Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo, al cual el Señor Dios dará el trono de su padre David.
Esta era la célebre profecía de Natán a David (I Samuel 7, 11), que hemos leído en la primera lectura de ese día. No será un reino triunfal. Reinará en los corazones que de verdad querrán amarle.
-¿Cómo ha de ser esto? Pues yo no conozco varón.
Es una fórmula griega muy conocida. Quiere decir que María no ha tenido relaciones conyugales. Y éste no es el único texto que afirma este misterio. María ha escogido deliberadamente permanecer virgen. Esta cuestión nos permite penetrar en el pensamiento y el corazón de María. Se había entregado a Dios en un cierto amor místico, absoluto, exclusivo.
-El Espíritu Santo descenderá sobre ti. El niño será "Santo".
Será llamado "Hijo de Dios". Porque para Dios nada es imposible.
Es una afirmación del misterio de la personalidad de Jesús: es Dios.
NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 48 s.
2-3.
1. El rey Acaz, en el siglo VII antes de Cristo, no quiere pedir una señal. Tiene unos planes de alianzas militares que no le interesa confrontar con la voluntad de Dios. Pero el profeta le habla y le asegura que se van a cumplir los planes de Dios sobre la dinastía davídica: una muchacha dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, Dios-con-nosotros.
El hijo es probablemente Ezequías. Pero tal como lo leemos en el profeta Isaías, ya se refiere al Mesías futuro, el rey perfecto de los últimos tiempos. La versión griega ya tradujo «muchacha» por «virgen», para subrayar la intervención milagrosa divina.
2. En el evangelio de hoy, nosotros, guiados por Lucas, interpretamos el pasaje del profeta con gozosa convicción: la virgen es María de Nazaret, y su hijo el Mesías, Cristo Jesús.
Así se lo anuncia el ángel Gabriel, en este diálogo que puede considerarse como una de las escenas más densas y significativas del evangelio, la experiencia religiosa más trascendental en la historia de una persona y el símbolo del diálogo de Dios con la humanidad. Dios dice su «sí» salvador, y la humanidad, representada en María, responde con su «sí» de acogida: «hágase en mí según tu palabra». Del encuentro de estos dos síes, brota, por obra del Espíritu, el Salvador Jesús, el verdadero Dios-con-nosotros. Entra en escena el nuevo Adán, cabeza de la nueva humanidad. Y a su lado aparece, con un «sí» en los labios, en contraste con la primera, la nueva Eva.
María, una humilde muchacha de Nazaret, es la elegida por Dios para ser la madre del Esperado. El ángel la llama «llena de gracia» o «agraciada», «bendita entre las mujeres», y le anuncia una maternidad que no viene de la sabiduría o de las fuerzas humanas, sino del Espíritu Santo, porque su Hijo será el Hijo de Dios.
Empieza a dibujarse así en las páginas del evangelio el mejor retrato de esta mujer, cuya actitud de disponibilidad para con Dios, «hágase en mí», no será sólo de este momento, sino de toda la vida, incluida su presencia dramática al pie de la Cruz.
María aparece ya desde ahora como la mejor maestra de vida cristiana. El más acabado modelo de todos los que a lo largo de los siglos habían dicho «sí» a Dios ya en el A.T., y sobre todo de los que han creído en Cristo Jesús y le han seguido en los dos mil años de cristianismo.
3. a) Nosotros estamos llamados a contestar también a Dios con nuestro «sí».
El «hágase en mí según tu palabra» de María se ha continuado a lo largo de los siglos en la comunidad de Jesús. Y así se ha ido encarnando continuamente la salvación de Dios en cada generación, con la presencia siempre viva del Mesías, ahora el Señor Resucitado, que nos comunica por su Espíritu la vida de Dios.
Cada uno de nosotros, hoy, escucha el mismo anuncio del ángel. Y es invitado a contestar que sí, que acogemos a Dios en nuestra vida, que vamos a celebrar la Navidad «según tu palabra», superando las visiones superficiales de nuestra sociedad para estos días.
b) Dios está dispuesto a que en cada uno de nosotros se encarne de nuevo su amor salvador. Quiere ser de veras, al menos por su parte, Dios-con-nosotros: la perspectiva que da más esperanza a nuestra existencia. Creer que Dios es Dios-con-nosotros no sólo quiere decir que es nuestro Creador y protector, o que nos llena de dones y gracias, o que está cerca de nosotros. Significa que se nos da él mismo, que él mismo es la respuesta a todo lo que podamos desear, que nos ha dado a su Hijo y a su Espíritu, que nos está invitando a la comunión de vida con él y nos hace hijos suyos. Dios-con-nosotros significa que todo lo que ansiamos tener nosotros de felicidad y amor y vida, se queda corto con lo que Dios nos quiere comunicar.
Con tal que también respondamos con nuestra actitud de ser «nosotros-con-Dios». Eso nos llenará de alegría. Y cambiará el sentido de nuestra vida.
c) El momento en que más intensa es la presencia del Dios-con-nosotros es en la Eucaristía. Ya desde la reunión, porque el mismo Cristo nos aseguró: «donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo con ellos». Luego, en la comunión, si le acogemos con la misma humilde confianza que lo hizo María, nuestra Eucaristía será ciertamente fecunda en vida y en salvación.
O clavis David
«Oh Llave de David
y Cetro de la casa de Israel,
que abres y nadie puede cerrar,
cierras y nadie puede abrir:
ven y libra a los cautivos
que viven en tinieblas y en sombra de muerte»
La llave sirve para cerrar y para abrir. El cetro es el símbolo del poder.
Lo que Isaías anunciaba para un administrador de la casa real (22,22), el N.T. Io entiende sobre todo de Cristo Jesús: el Cordero que es digno de abrir los sellos del libro de la historia (Ap 5, 1-9), y en general, «el que tiene la llave de David: si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede abrir» (Ap 3,7).
Para nosotros, invocar a Jesús como Llave es pedirle que abra la puerta de nuestra cárcel y nos libere de todo cautiverio, de la oscuridad, de la muerte.
J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995 . Págs. 82-85
2-4.
Isaías 7, 10-14: He aquí que la joven está en cinta
Salmo 23 (24) 1-2.3--4ab.,5-6: No temo mal alguno porque tú estás conmigo
Lc 1, 26-38: Alégrate, llena de gracia; el Señor está contigo
En tiempo de Isaías la monarquía estuvo en grave peligro. Dos reyes, el de Israel en el norte y el de Damasco en Siria, estaban atacando a Ajaz con la intención de derrocarlo y de poner en su lugar a un usurpador. Más que político, el asunto era religioso: estaba en juego la promesa que el Señor había hecho a David por boca de Natán. Por eso interviene el profeta Isaías. A pesar de la incredulidad del rey que ha pedido ayuda al rey Teglat Falasar de Asiria, el Señor le ofrece y le da una señal. Isaías habla entonces de una joven que está en cinta y que da a luz un hijo a quien llama Enmanuel, Dios con nosotros.
Se trata de la esposa del rey Ajaz. En esos momentos el nacimiento de un hijo era garantía de que la dinastía iba a permanecer y los esfuerzos de esos dos reyes serían vanos. Y así sucedió, el reino de Judá subsistió, aunque la falta de fe de Ajaz no quedó sin castigo.
En la escena de la anunciación, María representa a la parte fiel del pueblo de Israel, la que confía y tiene fe en el Señor. Por eso ella no rechaza la palabra del ángel ni duda de ella, sino que la acepta con todo el corazón y gracias a su disponibilidad se convierte en salvación para todos. Si la incredulidad de Ajaz fue causa de que la salvación no llegara plenamente, ahora la fe de María se convierte en esperanza para toda la humanidad. Si el hijo de la joven (la esposa de Ajaz) fue para Judá la garantía de la presencia de Dios en una monarquía que se había hecho indigna, ahora el hijo de María es garantía de que Dios está con la humanidad y que realmente es el Dios con nosotros. La monarquía llega a su máxima expresión en Jesús y Dios cumple las promesas hechas a David.
SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO
2-5.
Is 7,10-14: El anuncio del nacimiento del Emmanuel.
Lc 1,26-38: El anuncio del nacimiento de Jesús a María.
La reflexión de estos de textos debe estar en continuidad con la reflexión del día anterior.
El anuncio del nacimiento de Jesús, es nuevamente la interpretación del pueblo de un Dios que ha elegido lo pequeño, lo marginal, lo impotente.
Es, a la vez, la interpretación de un Dios revolucionario y liberador de la misma condición femenina. La mujer, desde esta opción de Dios, ha quedado ubicada en un lugar de privilegio. No se trata, como muchas veces se ha querido insinuar, de una aceptación pasiva, poniendo a la virgen como ejemplo de silencio, inmovilismo, sometimiento.
La virgen, desde la perspectiva de Lucas, una mujer que acepta la propuesta revolucionaria de que Dios nazca de su vientre virgen, de su cuerpo joven, de su corazón femenino.
La mujer, que en esos tiempos no tenía acceso a la Palabra escrita de la Torá, o de los Profetas, ahora tiene en su vientre materno a la misma Palabra de Dios hecha carne.
La mujer, que no podía conversar con otro hombre que no fuera su marido, ahora dialoga con su propia conciencia y toma la decisión de ser la madre de Dios.
La mujer, que vivía dependiente de una estructura familiar rígida, ahora elige, opta, por quedar embarazada milagrosamente.
La mujer, que tenía un acceso restringido al culto, ahora dialoga directamente, cara a cara, con Dios, como Moisés, y aún más que Moisés o los Profetas.
La mujer, que debía cuidar su imagen de moralidad, su virginidad hasta el matrimonio, ahora decide enfrentar a la sociedad de su tiempo y lo más importante: que quien decide es ella.
Por esto (¡y tantas otras cosas más!) no podemos imaginar a la virgen como una mujer pasiva, inmóvil, sumisa. Ella se comprometió desde su propia liberación, con la liberación de Dios; fue revolucionaria con el Dios revolucionario.
SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO
2-6. CLARETIANOS 2002
“Para Dios no hay nada imposible...”, así acaba el
Evangelio de hoy. La declaración del ángel no es una afirmación de omnipotencia
apabullante. La omnipotencia de Dios es la afirmación de la vida del hombre
desde dentro. Hablando con María, está mostrando, de una vez, que las entrañas
del ser humano no sólo están heridas de anhelo de Dios. Las de María lo estaban,
pero Dios no se contentó con una expectativa. Dios, que ama el hombre, se lo
demuestra y se muestra. Dios que ama a María le hace madre de su Hijo. Desde ese
momento, a Dios no hay que buscarlo en el aire, en las ideas, en los anhelos...
María ya lo va a encontrar, transformando su cuerpo para hacerse visible a los
hombres. Su experiencia la comparte con toda mujer que espera una criatura. Su
maternidad acerca a Dios al ser humano como uno de los nuestros. Tal vez alguien
prefiera un Dios mucho más misterioso, un milagro más raro. Hoy estamos ante el
varadero milagro ante el cual todos los otros son innecesarios. Hoy hay gente
dispuesta a creer en cosas muy raras. Lo más extraño, sin embargo, es creerse
que Dios pueda compartir la historia de los seres humanos contando con ellos
desde abajo. No hace falta recurrir a cosas demasiado apabullantes para creer.
Dios. “Dios es también pequeño”, decía Dionisio Aeropagita. Es infinitamente
pequeño. de la misma manera que al asomarnos a la noche estrellada o al
telescopio contemplamos una imagen de la infinita grandeza de Dios, hoy podemos
asomarnos al microcosmos del cuerpo de María para descubrir su pequeñez
infinita. Su fascinante belleza se hace cuerpo, gestos de su madre, código
genético. ¿Qué es más difícil creer en un milagro sorprendente o creerse que
Dios nos ame tanto? Y además, todo pendiente de un sí, pequeñito y femenino. La
luz de Dios es hoy una vida naciente. Ante este milagro sólo nos queda decir
nosotros que también puede ser posible en nuestro microcosmos.
Pedro Sarmiento cmf
(ciudadredonda@ciudadredonda.org)
2-7. 2001
COMENTARIO 1
RUPTURA CON EL PASADO:
DIOS CONTACTA CON UNA MUCHACHA DEL PUEBLO
«En el sexto mes envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea que se
llamaba Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la
estirpe de David; la virgen se llamaba María» (1,26-27). Trazado ya el eje
horizontal de las nuevas coordenadas del momento histórico en que Dios se ha
decidido a intervenir personalmente en la historia del hombre, «Herodes»
(tiempo) y «Judea» (espacio), diseña ahora Lucas el eje vertical, comenzando por
el dato espacial, «Galilea», al que seguirá más tarde el dato temporal («César
Augusto, cf. 2,1).
El zoom de aproximación funciona esta vez con más precisión: «a un pueblo que
se llamaba Nazaret». Aunque en el episodio anterior se sobrentendía que se
trataba de Jerusalén, donde radicaba el templo, por razones teológicas Lucas
omitió mencionar una y otro, limitándose a encuadrar el relato en «el
santuario» como lugar apropiado para las manifestaciones divinas.
El contraste entre «el santuario» y «el pueblo de Nazaret» es intencionado.
Nazaret no es nombrado jamás en el AT: no está ligado a promesa o expectación
mesiánica alguna; esta segunda intervención divina no va a representar una
continuidad con el pasado.
Aun cuando el mensajero es el mismo, el primer mensaje iba dirigido a la
institución religiosa; el segundo, a una muchacha del pueblo. Igualmente, en
contraste con la primera escena, el mensajero Gabriel no se dirige a un hombre
(Zacarías), casado con una mujer (Isabel) y entrado ya en años, sino a una mujer
«virgen» (María), desposada pero sin convivir todavía con un hombre (José). La
primera pareja estaba íntimamente entroncada con la tradición sacerdotal de
Aarón, explicitándose la ascendencia a propósito de Isabel (lit. «una de las
hijas de Aarón»); la nueva pareja se remonta, en cambio, a David, pero por línea
masculina, José («de la estirpe de David»). Isabel era «estéril» y «de edad
avanzada», María es «virgen» y recién «desposada», resaltándose su absoluta
fidelidad a Dios (por oposición a la esposa «adúltera» o «prostituida», figuras
del pueblo extraviado; cf. Os 2,4ss; Jr 3,6-13; Ez 16). A propósito de María, no
se menciona ascendencia alguna ni se habla de observancia. María representa a
«los pobres» de Israel, el Israel fiel a Dios («virgen», subrayado con la doble
mención), sin relevancia social (Nazaret).
Jugando con los «cinco meses» en que Isabel permaneció escondida y «el sexto
mes» en que Dios envió de nuevo a su mensajero, encuadra Lucas el anuncio de la
concepción de Jesús en el marco de su predecesor. «En el sexto mes», como otrora
«el día sexto», Dios va a completar la creación del Hombre.
El ángel «entra» en la casa donde se encuentra María (en el santuario del templo
no entró, sino que «se apareció de pie a la derecha del altar del incienso») y
la saluda: «Alégrate, favorecida, el Señor está contigo» (1,28). La salvación se
divisa ya en el horizonte; de ahí ese saludo de alegría (cf. Zac 9,9; Sof 3,14).
El término «favorecida/agraciada» de la salutación y la expresión «que Dios te
ha concedido su favor/gracia» (lit. «porque has encontrado favor/gracia ante
Dios») son equivalentes. María goza del pleno favor divino, por su constante
fidelidad a la promesa hecha por Dios a Israel. Más tarde se dirá de Jesús que
«el favor / la gracia de Dios descansaba sobre él» (2,40); en el libro de los
Hechos se predicará de José y de David (Hch 7,10.46), pero sobre todo de
Esteban: «lleno de gracia/favor y de fuerza» (Hch 7,8). «El Señor está contigo»
es una fórmula usual en el AT y en Lucas para indicar la solicitud de Dios por
un determinado personaje (Lc 1,66 [Juan B.]; Hch 7,9 [José, hijo de Jacob];
10,38 [Jesús]; 11,21 [los helenistas naturales de Chipre y de Cirene]; 18,10
[Pablo]; cf. Dt 2,7; 20,1, etc.); asegura al destinatario la ayuda permanente de
Dios para que lleve a cabo una tarea humanamente impensable. El saludo no
provoca temor alguno en María, sino sólo turbación por la magnitud de su
contenido (1,29a), a diferencia de Zacarías («se turbó Zacarías y el temor
irrumpió sobre él», 1,12). Inmediatamente se pone a ponderar cuál sería el
sentido del saludo que se le había dirigido en términos tan elogiosos (1 ,29b).
HIJO DEL ALTÍSIMO
Y HEREDERO DEL TRONO DE DAVID REY UNIVERSAL
«No temas, María, que Dios te ha concedido su favor. Mira, vas a concebir en tu
seno y a dar a luz un hijo, y le pondrás de nombre Jesús» (1,30). En contraste
con el anuncio dirigido a Zacarías, es ahora María la destinataria del mensaje.
Dios ha escogido libremente a María y le ha asegurado su favor.
A diferencia de Isabel, que había esperado, en vano, tener un hijo, María va a
dar a luz un hijo cuando todavía no lo esperaba, siendo así que, si bien sus
padres ya la han desposado con José, ella sigue siendo «virgen». La construcción
lucana es fiel reflejo de la profecía de Isaías: «Mira, una virgen concebirá en
su seno y dará a luz un hijo, y le pondrá de nombre Emmanuel» (Is 7,14). La
anunciación es vista por Lucas como el cumplimiento de dicha profecía (cf. Mt
1,22-23).
Igualmente, a diferencia de Zacarías, quien debía imponer a su hijo el hombre de
«Juan», aquí es María, contra toda costumbre, la que impondrá a su hijo el
nombre de «Jesús» («Dios salva»). Mientras que allí se apreciaba una cierta
ruptura con la tradición paterna, aquí la ruptura es total. Se excluye la
paternidad de José: «Este será grande, lo llamarán Hijo de Altísimo y el Señor
Dios le dará el trono de David su antepasado; reinará para siempre en la casa de
Jacob y su reinado no tendrá fin» (1,32-33).
Continúa el paralelismo, acrecentándose el contraste: tanto Juan como Jesús
serán «grandes», pero el primero lo será «a los ojos del Señor» (1,15a), ya que
será «el más grande de los nacidos de mujer» (cf. 7,28), por su talante ascético
(cf. 1,15b; 7,33) y su condición de profeta eximio, superior a los antiguos, por
haberse «llenado de Espíritu Santo ya en el vientre de su madre» (cf. 1,15c);
Jesús, en cambio, será «grande» por su filiación divina, por eso lo reconocerán
como el Hijo del Dios supremo («el Altísimo» designa al Dios del universo) y
recibirá de manos de Dios el trono de su padre/antepasado David, sin descender
directamente de él.
«Ser hijo» no significa solamente haber sido engendrado por un padre, sino sobre
todo heredar la tradición que éste transmite y tener al padre por modelo de
comportamiento; no será David el modelo de Jesús; su mensaje vendrá directamente
de Dios, su Padre, y sólo éste será modelo de su comportamiento. La herencia de
David le correspondería si fuera hijo de José («de la estirpe de David»), pero
el trono no lo obtendrá por pertenecer a su estirpe, sino por decisión de Dios
(«le dará», no dice «heredará»). «La casa de Jacob» designa a las doce tribus,
el Israel escatológico. En Jesús se cumplirá la promesa dinástica (2Sm 7,12),
pero no será el hijo/sucesor de David (cf. Lc 20,41-44), sino algo completamente
nuevo, aunque igualmente perpetuo (Dn 2,22; 7,14).
LA NUEVA TRADICIÓN INICIADA POR EL ESPÍRITU SANTO
María, al contrario de Zacarías, no pide garantías, pregunta sencillamente el
modo como esto puede realizarse: «¿Cómo sucederá esto, si no vivo con un
hombre?» (lit. «no estoy conociendo varón», 1,34): el Israel fiel a las
promesas no espera vida/fecundidad de hombre alguno, ni siquiera de la línea
davídica (José), sino sólo de Dios, aunque no sabe cómo se podrá llevar a cabo
dicho plan. María «no conoce hombre» alguno que pueda realizar tamaña empresa.
Son muy variadas las hipótesis que se han formulado sobre el sentido de esta
pregunta. Deducir de ella que María ha hecho un voto de castidad contradice de
plano la psicología judía en el caso de una muchacha palestina «desposada» ya,
pero que no ha tenido relaciones sexuales con su marido, pues éste no se la ha
llevado todavía a su casa. Lucas no pretende ofrecernos una transcripción
literal de un diálogo; se trata más bien de un procedimiento literario
destinado a preparar el camino para el anuncio de la actividad del Espíritu en
el versículo siguiente.
La respuesta del ángel pone todas las cartas de Dios boca arriba: «El Espíritu
Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por
eso, al que va a nacer, lo llamarán "Consagrado", "Hijo de Dios" (1,35). María
va a tener un hijo sin concurso humano.
A diferencia de Juan Bautista, quien va a recibir el Espíritu antes de nacer,
pero después de su concepción al modo humano, Jesús será concebido por obra del
Espíritu, la fuerza creadora de Dios. La venida del Espíritu Santo sobre María
anticipa la promesa formulada por Jesús en los mismos términos a los apóstoles
(cf. Hch 1,8), que se cumplirá por la fiesta de Pentecostés. La idea de «la
gloria de Dios / la nube» que «cubría con su sombra» el tabernáculo de la
asamblea israelita (Ex 40,38), designando la presencia activa de Dios sobre su
pueblo (Sal 91 [90 LXX],4; 140,7 [139,8 LXX]), se insinúa aquí describiendo la
presencia activa de Dios sobre María, de tal modo que María dará a luz un hijo
que será el Hijo de Dios, el Consagrado por el Espíritu Santo, en una palabra:
el Mesías (= el Ungido).
Se afirma claramente el resultado de la concepción virginal, pero no se dice
nada sobre el modo como esto se realizará. La idea de una fecundación divina es
demasiado antropomórfica. Mediante un nuevo acto creador (Espíritu Santo), se
anuncia el nacimiento del nuevo Adán, el comienzo de una humanidad nueva.
La nueva fuerza que Jesús desplegará es la del Dios Creador/ Salvador, la que no
le fue posible imprimir en la misma creación, por las limitaciones inherentes a
todo lo creado. Dios sólo puede desplegar la fuerza del Espíritu a través de
personas que se presten libremente a llevar a término su proyecto sobre el
hombre, un proyecto que no termina con la aparición del homo sapiens, sino que
más bien empieza con él, puesto que debe partir precisamente del hombre que es
consciente de sus actos, del hombre que ha experimentado personalmente la
necesidad de una fuerza superior e ilimitada que pueda llevar a término un
proyecto de sociedad que no se apoye en los valores ancestrales del poder y de
la fuerza bruta ni en los más sofisticados del dinero y del saber, fruto todos
ellos de la limitación de la criatura y de la inseguridad del hombre.
Esta fuerza, que Dios concede a los que se la piden, es la fuerza del Espíritu
Santo (cf. 11,13). María ha resultado ser la primera gran
«favorecida/agraciada»; Jesús será «el Mesías/Ungido» o «Cristo»; nosotros
seremos los «cristianos», no de nombre, sino de hecho, siempre que, como María,
nos prestemos a colaborar con el Espíritu. Esta es la gran tradición que éste
inicia, después de liberarnos de las inhibiciones, frustraciones y fanatismos
del pasado (familiar, religioso, nacional), la que uno mismo va amasando a lo
largo de repetidas experiencias y que delata siempre su presencia manifestándose
espontáneamente bajo forma de frutos abundantes para los demás.
LA UTOPIA ES EL COPYRIGHT DE DIOS
La incredulidad de Zacarías, quien pedía pruebas, por considerar que tanto su
senectud como la de su mujer no ofrecían garantía alguna de éxito para la
empresa que se le anunciaba (cf. 1,18), se tradujo en «sordomudez». A María, en
cambio, que no ha pedido prueba alguna que confirmara la profecía, el ángel
añade una señal: «Y mira, también tu pariente Isabel, en su vejez, ha concebido
un hijo, y la que decían que era estéril está ya de seis meses, porque para Dios
no hay nada imposible» (1,36).
La repetición, por tercera vez (cf. 1,7.18.36), del tema de la
«vejez/esterilidad» sirve para recalcar al máximo la situación límite en que se
encontraba la pareja; la repetición del tema de los «seis meses» constituye el
procedimiento literario más idóneo para enmarcar (abre y cierra el relato) el
nacimiento del Hombre nuevo en el «día sexto» de la nueva y definitiva creación.
La fuerza creadora de Dios no tiene límites: no sólo ha devuelto la fecundidad
al Israel religiosamente estéril, sino que ha recreado el Hombre en el seno de
una muchacha del pueblo cuando todavía era «virgen», sin concurso humano,
excluyendo cualquier atisbo de tradición paterna que pudiese poner en peligro
la realización del proyecto más querido de Dios.
EL «NO» DEL HOMBRE RELIGIOSO
Y EL «SI» DE LA MUCHACHA DEL PUEBLO
Zacarías no dio su consentimiento, pero Dios realizó su proyecto (lo estaba
«esperando» el pueblo). María, en cambio, da su plena aprobación al anuncio del
ángel: «Aquí está la sierva del Señor; cúmplase en mí lo que has dicho» (1,38a).
María no es «una sierva», sino «la sierva del Señor», en representación del
Israel fiel a Dios (Is 48,8.9.20; 49,3; Jr 46,27-28), que espera impaciente y se
pone al servicio de los demás aguardando el cumplimiento de la promesa.
El díptico del doble anuncio del ángel termina lacónicamente: «Y el ángel la
dejó» (1,38b). La presencia del mismo mensajero, Gabriel, que, estando «a las
órdenes inmediatas de Dios» (1,19a), «ha sido enviado» a Zacarías (1,19b),
primero, apareciéndosele «de pie a la derecha del altar del incienso» (1,11), y
luego «ha sido enviado por Dios» nuevamente a María (1,26), presentándose en su
casa con un saludo muy singular, pero sin darle más explicaciones (1,28), une
estrechamente uno y otro relato. Por eso, sólo una vez ha concluido su misión,
se comprueba su partida.
La descripción de la primera pareja, formada por Zacarías e Isabel, reunía los
rasgos característicos de lo que se consideraba como la crema del árbol
genealógico del pueblo escogido: Judea / Jerusalén, región profundamente
religiosa; sacerdote, de origen levítico; estricto observante de la Ley;
servicio sacerdotal en el templo, entrada en el santuario del Señor para ofrecer
el incienso el día más grande y extraordinario de su vida, constituyen la imagen
fiel del hombre religioso y observante. Pese a ello, la pareja era estéril y ya
anciana, sin posibilidad humana de tener descendencia; ante el anuncio, Zacarías
se alarmó, quedó sobrecogido de espanto, replicó, se mostró incrédulo, pues no
tenía fe en el mensajero ni en su mensaje. El Israel más religioso había perdido
toda esperanza de liberación, no creía ya en lo que profesaba, sus ritos estaban
vacíos de sentido.
La descripción de la segunda pareja, todavía no plenamente constituida, formada
por María desposada con José, pero sin cohabitar con él (los esponsales eran un
compromiso firme de boda: podían tener lugar a partir de los doce años y
generalmente duraban un año), invierte los términos: Galilea, región
paganizada; Nazaret, pueblo de guerrilleros; muchacha virgen, no fecundada por
varón; de la estirpe davídica por parte de su futuro consorte: es la imagen
viviente de la gente del pueblo fiel, pero sin mucha tradición religiosa.
No obstante, María ha sido declarada favorecida, goza del favor y de la
bendición de Dios, se turba al sentirse halagada, tiene fe en las palabras del
mensajero, a pesar de no verlo humanamente viable, cree de veras que para Dios
no hay nada imposible. Lo puede comprobar en su prima Isabel, la estéril está
embarazada, y ofrece su colaboración sin reticencias. El sí de María, dinamizado
por el Espíritu Santo, concebirá al Hombre-Dios, el Hombre que no se entronca
-por línea carnal- con la tradición paterna, antes bien, se acopla a la
perfección -por línea espiritual- con el proyecto de Dios.
COMENTARIO 2
En la lectura evangélica escuchamos el relato de la anunciación del ángel a
María, tomada de Lucas. Ayer leíamos otras dos anunciaciones de nacimientos, la
del nacimiento del juez Sansón y la del profeta y precursor Juan Bautista. Y ya
dijimos que los relatos de anunciación de nacimiento también podían ser tomados
como relatos de vocación, porque en ellos se expresa el destino futuro del niño
cuyo nacimiento se anuncia, se le asignan títulos, funciones y hasta el nombre
propio que normalmente es significativo de su misión. La anunciación del
nacimiento de Jesús contrasta fuertemente con la de Juan Bautista. Ya no se
trata del magnífico santuario de Dios en Jerusalén, el corazón de la tierra de
Israel, sino de una oscura aldea de Galilea, casi en la frontera norte con los
pueblos paganos, una aldea nunca mencionada en el AT. Tampoco se trata de un
sacerdote anciano y venerable, en ejercicio de sus funciones sagradas, sino de
una humilde muchacha, tal vez muy joven, que acaba apenas de desposarse. Pero
por humilde que sea la doncella, el ángel la trata con rendido respeto; además
hay una nota "aristocrática" en el relato, se nos dice que el esposo de la
muchacha, llamado José, pertenece a la estirpe de David.
El ángel invita a María a llenarse de alegría, como los antiguos profetas
anunciaban el gozo a la hija de Sión, a Jerusalén personificada (Is 12,6; Sof
3,14-15; Jl 2,21-27; Zac 2,14; 9,9). Y la llama "llena de gracia" es decir,
inundada del favor divino que se ha vertido en ella sin medida, colmada de amor
y predilección, de dones que la adornan magníficamente para que Dios se
complazca en ella, para distinguirla llena de bendiciones entre todas las
mujeres. Semejante saludo provoca la admiración de María, a la que el ángel
responde revelándole su motivo: Dios la ha elegido para ser la madre del
Salvador, y en seguida acumula una serie de títulos que le dicen a María, y a
los que escuchamos el relato, todo lo que será el niño por nacer: será grande,
Hijo del Altísimo, rey de Israel como descendiente de David, rey eterno sobre su
pueblo. María objeta el hecho de que no ha conocido varón, no se ha unido aún ni
a su esposo José ni a ningún otro hombre. Y el ángel le revela el misterio de su
concepción virginal: su hijo será obra del Espíritu Santo, de la fuerza
omnipotente y creadora de Dios, en él no habrá herencia alguna del pecado que
aqueja a la humanidad, será santo y merecerá con pleno derecho llamarse Hijo de
Dios. Para completar, el ángel da a María una señal: su parienta Isabel, vieja y
estéril ya está en el sexto mes de su embarazo, "porque para Dios no hay nada
imposible", termina diciendo el ángel. Ahora María se inclina reverente ante la
voluntad de Dios: se declara esclava del Señor, pide que se cumplan en ella las
palabras del ángel que ha creído por ser palabras de Dios, y en ese momento de
su fe es concebido su hijo divino.
A nosotros también se nos anuncia lo que le fue anunciado a María, y de nosotros
se espera que asumamos la actitud que ella asumió, de docilidad y entrega a la
voluntad de Dios. Así nacerá Cristo en nuestros corazones por la fe, y podremos
llevarlo a otros hermanos nuestros, mostrarlo y predicarlo en nuestros actos de
solidaridad y entrega a nuestros hermanos. Podremos conformar nuestra vida a sus
palabras, a su evangelio y convertirnos en sus hermanos, discípulos y amigos.
¡Que el corazón salte de gozo ante el inminente nacimiento del Señor!
1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
2-8. 2002
Las narraciones sobre la infancia de Jesús se suelen llamar "evangelios de la Infancia" para distinguirlos del "Evangelio" que constituyó la fe fundamental de la Iglesia primitiva y que partía de la actividad adulta de Jesús, comenzando por su bautismo. Los Evangelios de la Infancia tienen su propio género literario, llamado "midrash", que consiste en narrar algo teniendo más en cuenta los contenidos teológicos de lo relatado que sus circunstancias históricas. Por lo mismo, frente a un "midrash" hay que hacer más análisis simbólico-teológico que histórico. Si le aplicamos esto a la narración del evangelio de la anunciación, encontramos cómo Lucas nos describe en forma magistral los contenidos profundos de la encarnación de Jesús.
En primer lugar, frente a un pueblo pobre, débil, oprimido, que por naturaleza duda de su propias fuerzas y capacidad para sacudirse la opresión y darle así otro giro a la Humanidad, aparece la presencia inexplicable de Dios, que es causa de una alegría permanente.
En segundo lugar, la causa de esta alegría no es porque el mundo ya se encuentre transformado con la aparición de Jesús. La verdadera causa del gozo que propone el Ángel de la anunciación está en la elección que Dios hace de lo "pequeño y desconocido", a lo cual convierte en objeto de su amor pleno. El "alégrate María" de la anunciación resuena en el alma de todas las víctimas de la injusticia humana. Ellas son las amadas por excelencia de Dios y las escogidas para realizar por ellas la salvación. Son la mediación más apta y disponible que tiene el Padre para encarnar a su Hijo. Los pobres y oprimidos son los que hacen posible el acontecer de Dios en la historia.
En tercer lugar, el Ángel de Dios -el mismo Dios- quiere que el temor que se ha pegado al corazón y al alma de las víctimas, desaparezca del todo. El "no temas, María" es la negación del temor que, como fruto de la opresión de tantos siglos, tiene paralizada el alma del pobre.
En cuarto lugar, se les asegura a los que siempre han perdido, que con Jesús empieza un nuevo orden social en la tierra; pero éste no queda garantizado con su sola aparición física, sino con la implantación de sus principios en el esquema mental de las personas y de la sociedad. Sólo cuando alguien logra que los principios transformadores que aquél anuncia se apoderen de la conciencia del pueblo, es cuando se puede decir que "Jesús reinará para siempre, o que su reinado no tendrá fin".
En quinto lugar, con el anuncio del Espíritu se da la clave para que acontezca el Jesús Hijo de Dios, que desborda lo biológico. El Espíritu de Dios es quien hace posible las cosas que humanamente nos parecen imposibles. En último lugar, se afirma que sólo sacudiéndose el dominio y opresión de los fuertes y reconociendo a Dios como único Señor, es como Jesús y su proyecto se hacen vida entre las personas. Por eso la encarnación se cierra con una radical afirmación del dominio de Dios que le niega valor al dominio explotador de unos sobre otros: "He aquí la esclava del Señor". Contrario a lo que parece decir la expresión "he aquí la esclava del Señor", ella es una afirmación revolucionaria: porque es reconocerle a Dios su soberanía y negársela a los poderosos; es pasarse a la esfera de Dios, para evitar la manipulación de los poderosos.
Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
2-9. ACI DIGITAL 2003
27. De la casa de David: Aquí parece referirse más
bien a José, que sin duda lo era. La diferencia entre ambos esposos está en que
María descendía de David por Natán (línea no real) y José por la línea real de
Salomón. Para que se cumpliese el anuncio del v. 32, Jesús debía reunir en Él la
sangre de David, que recibió de su Madre, y el derecho a la corona, que recibió
de su padre adoptivo. Bien lo sabían los judíos, pues de lo contrario los
enemigos de Cristo lo habrían acusado de impostor cuando fue aclamado como "Hijo
de David".
28. He aquí la fórmula original del Ave María, que se completa con las palabras
de Isabel en el v. 42. El ángel la saludó sin duda en lenguaje arameo (el hebreo
de entonces, con influencias de Siria y Caldea) con la fórmula "Shalom lak", o
sea literalmente: "Paz sobre ti". La fórmula griega "jaíre", usada para ese
saludo, significa literalmente "alégrate" y ha sido traducida al latín por la
fórmula equivalente de salutación "Ave". Las lenguas modernas han conservado a
veces la palabra latina, como hace también el español al designar la oración Ave
María, o la han traducido diciendo simplemente: "Yo te saludo", o bien usando
expresiones semejantes, por ejemplo: "Salve". La fórmula "Dios te salve", que es
sin duda la más hermosa para saludar al común de los mortales, no puede
evidentemente ser entendida en forma literal, como si la Virgen aun tuviera que
ser salvada. "Llena de gracia" (en griego kejaritomene) es también sin duda la
grecización de una expresión aramea que algunos traducen por: "objeto del favor
divino", según lo que el ángel agrega en el v. 30. De todas maneras hay una
admirable lección de humildad en ese elogio que, sin perjuicio de establecer la
más alta santidad en María (habiéndose fundado principalmente en ello el dogma
de la Inmaculada Concepción), no alaba en la Virgen ninguna cualidad o virtud
como propia de Ella, sino la obra de la divina predilección, como Ella misma lo
había de proclamar en el Magnificat (v. 48 s). Bendita tú entre las mujeres:
estas palabras faltan aquí en muchos códices. Son las que Isabel dijo a María en
el v. 42, donde se completa la primera parte del Ave María. La segunda parte fue
añadida posteriormente.
32 s. Véase 2, 50; Dan. 7, 14 y 27; Miq. 4, 7; Mat. 1, 18 ss.; Is. 9, 7; 22, 22;
etc.
34. De derecho María era esposa de San José. Así la sabiduría de Dios lo había
dispuesto para guardar la honestidad de la Virgen a los ojos de la gente. De las
palabras: "No conozco varón" se deduce que María había hecho voto de guardar la
virginidad. En las pocas veces que habla María, su corazón exquisito nos enseña
siempre no sólo la más perfecta fidelidad sino también la más plena libertad de
espíritu. No pregunta Ella cómo podrá ser esto, sino: cómo será, es decir que
desde el primer momento está bien segura de que el anuncio del Mensajero se
cumplirá, por asombroso que sea, y de que Ella lo aceptará íntegramente,
cualesquiera fuesen las condiciones. Pero no quiere quedarse con una duda de
conciencia, por lo cual no vacila en preguntar si su voto será o no un obstáculo
al plan de Dios, y no tarda en recibir la respuesta sobre el prodigio portentoso
de su Maternidad virginal. La pregunta de María, sin disminuir en nada su
docilidad (v. 38), la perfecciona, mostrándonos que nuestra obediencia no ha de
ser la de un autómata, sino dada con plena conciencia, es decir, de modo que la
voluntad pueda ser movida por el espíritu. De ahí que Cristo se presente como la
luz, la cual no quiere que la sigamos ciegamente.
Véase Juan 12, 46: "Yo la luz, he venido al mundo
para que todo el que cree en Mí no quede en tinieblas. Jesús no quiere que sus
discípulos queden en tinieblas. Elocuente condenación de lo que hoy suele
llamarse la fe del carbonero. Las tinieblas son lo propio de este mundo, más no
para los "hijos de la luz", que viven de la esperanza; y I Cor. 12, 2: "Bien
sabéis que cuando erais gentiles se os arrastraba de cualquier modo en pos de
los ídolos mudos".
38. La respuesta de María manifiesta, más aún que su incomparable humildad y
obediencia, la grandeza de su fe que la hace entregarse enteramente a la acción
divina, sin pretender penetrar el misterio ni las consecuencias que para Ella
pudiera tener.
2-10.
Reflexión
Quizás uno de los valores más exquisitos que permiten que el Reino de los cielos
se instaure es la disponibilidad. La vida no es siempre fácil y nuestros
proyectos en muchas ocasiones se ven modificados, incluso drásticamente. Creo
sinceramente que María tendría otros planes para su matrimonio, sin embargo se
presenta siempre disponible a la voluntad y a la acción de Dios en su vida. Y
esto es precisamente lo que hace que el Reino de los cielos se haga una
realidad. El “Si” disponible de María une el cielo con la tierra. Busquemos no
solo hoy, sino toda nuestra vida, poner buena cara a los cambios que Dios va
realizando en nuestra vida, teniendo presente que esta disponibilidad hará de
nosotros un instrumento valioso para que el Reino se realice en nuestras
familias y en nuestra sociedad.
Pbro. Ernesto María Caro
2-11. 2003
El texto de Isaías nos relata una de las profecías más importantes de la Biblia sobre “la virgen que da a luz”. Dicha profecía ha despertado varios interrogantes y diferentes interpretaciones por parte de los estudiosos de la Biblia.
Isaías ofrece al rey una señal milagrosa: pide a Yahvé...(v.11). Acaz se niega en términos piadosos que disimulan su voluntad de no volver atrás (v.12). Entonces estalla la ira del profeta: ¡Estos descendientes de David, que Dios siempre ha protegido, ya no sirven! Otro será el descendiente de David, capaz de dar salvación al pueblo de Dios. Yahvé se prepara para enviarlo. Su madre(llamada aquí la joven) le da el nombre del que será merecedor(v. 14). Pero, antes de que traiga la paz, este futuro rey se criará en la penuria (v.15), porque la política absurda de Acaz y sus semejantes va a traer, con toda seguridad, una ruina total al país.
Emmanuel, significa Dios-con-nosotros. Este niño no sólo nos regala bendiciones de Dios o liberaciones milagrosas, sino que, mediante su persona, Dios se hace presente entre los seres humanos y se verifican las promesas tantas veces escuchadas: “Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (Os 2,25; Ez 37,27; Mt 28,20; Ap 20,3).
Por qué el evangelio traduce: “La virgen” donde Isaías dice: la joven (madre)? El término utilizado por Isaías designa tanto a una jovencita como a una joven madre. Se empleaba para designar a la joven reina. Pero también los profetas decían “la virgen de Israel” para designar al pueblo amado de Dios. Por eso, los lectores posteriores podían entender este anuncio de la joven (o virgen) que da a luz de esta manera: “la comunidad creyente dará a luz al Mesías” (Mq 5,2).
Muchos judíos pensaban que el origen del Mesías habría de ser muy extraordinario y ya antes de Jesús la traducción griega de la Biblia había reemplazado el término utilizado por Isaías, “la joven”, por otro más preciso “la virgen”. Los evangelistas no tuvieron dificultad en reconocer el cumplimiento de dicha profecía en el nacimiento virginal de Jesús.
En el evangelio, el ángel Gabriel saluda a María: “alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Traducimos “alégrate” más que el común “salve”, que empleamos en el avemaría; el “salve” tiene un sentido muy latino, pero no castellano; en nuestra lengua se expresa mejor la idea por el “alégrate” y expresa la alabanza a María por haber sido favorecida por Dios con la plenitud de su gracia.
“He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra”: el evangelio nos dice que la Virgen “se conturbó” por las palabras tan honoríficas que el ángel le dirigió; era la profunda humildad de María, que se juzgaba indigna de tales elogios; pero fue esta humildad la que le atrajo la mirada de Dios.
La humildad de María la llevó a aceptar incondicionalmente la voluntad de Dios. Con su vida le dijo a Dios: “cúmplase en mí tu voluntad, realícese en mí el plan que tienes para la salvación del mundo”. Este es el verdadero modelo de nuestra oración, en la que más que pedir a Dios que haga nuestra voluntad, hemos de ofrecernos para que el Señor realice en nosotros su plan de salvación.
SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO
2-12. DOMINICOS 2003
Libres en Cristo, Señor
¡Oh llave de Dios y Cetro de la Casa de Israel, ven y libra a los cautivos!
En este cuarto día de la octava de preparación a la Natividad del Señor, la
liturgia vuelve a acoger un oráculo del primer Isaías que profetizó en el siglo
VIII antes de Cristo.
En él el profeta insiste a los reyes de Israel: confiad en Yhavé, no os pongáis
sólo en manos de los hombres poderosos de la tierra, pues únicamente de Aquél,
Dios, provendrá la salvación del pueblo elegido.
He ahí el grito que hoy, como ayer, tiene que resonar en el corazón de los
fieles: con los hombres, sí; pero sobre todo, con Dios.
Esa es la esperanza que nos lleva al Señor cuyas manos tienen la llave y cetro
de la Casa de Israel.
La Luz de la Palabra de Dios
Libro del profeta Isaías 7, 10-14:
“En aquel tiempo el Señor volvió a hablar al rey Acaz diciendo: pide una señal
al Señor, tu Dios, en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo.
Respondió Acaz: no la pido; no quiero tentar al Señor.
Entonces dijo Dios: escucha, heredero de David, ¿no os basta cansar a los
hombres, que cansáis incluso a Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una
señal: mirad, la joven está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre
Emmanuel , Dios-con-nosotros.”
Evangelio según san Lucas 1, 26-38:
“En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea
llamada Nazaret, a una joven desposada con un hombre llamado José, de la estirpe
de David. La joven se llamaba María...
Dijo el ángel: Alégrate, llena de gracia, el señor está contigo; bendita tú
entre las mujeres... No temas, María, pues gozas del favor de Dios. Mira,
concebirás y darás a luz un hijo, a quien llamarás Jesús... Preguntó María:
¿Cómo sucederá eso si no convivo con un varón? Respondió el ángel: El Espíritu
Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso
el que nazca de ti llevará el título de Hijo de Dios... Y María dijo: Aquí
tienes a la esclava del Señor: que se cumpla en mí tu palabra”.
Reflexión para este día
La joven está encinta y dará a luz un hijo.
El profeta Isaías dijo esas palabras en circunstancias adversas, bélicas, cuando
el imperio asirio amenazaba con invadir los territorios fronterizos de Palestina
y los reinos de Israel y Judá.
Ante tal amenaza, los gobernantes circunvecinos se confabularon contra Asiria e
invitaron al rey Acaz, de Judá, a que también él lo hiciera. Pero éste dudó, y
prefirió aliarse con el invasor en vez de enfrentarse a él. No confió en Dios
sino en la alianza y fuerza del opresor.
Isaías reacciona contra él, y le recuerda que Yhavé es siempre fiel. Pero Acaz
mantiene su actitud y no pide o busca señales del favor que Yhavé le puede estar
ofreciendo. Entonces Isaías, presionándole espiritualmente, le incita a que vea
lo que tiene delante de sus ojos: la señal de Dios en el niño que va a nacer de
una joven, quizá de una de su familia, quizá de su esposa. En ese niño, quería
decirle, está Dios y te habla.
La tradición cristiana, sobrevolando el tiempo, ha visto en esa joven del
oráculo profético, que se halla encinta, a la joven por antonomasia, a María de
Nazaret, la joven madre de Jesús. Es una lectura teológica, profunda, religiosa,
acorde con el relato del evangelio, que es una respuesta a la visión
providencial de Isaías. En efecto, una doncella, María, que no ha convivido con
su prometido, se halla encinta. ¿Cómo ha acontecido esto? La narración bellísima
de Lucas reconstruye psicológica y espiritualmente la escena con estos
personajes: Dios Padre, un ángel mediador, una doncella sorprendida y agraciada,
el Hijo de Dios encarnado, y nosotros redimidos.
2-13. CLARETIANOS 2003
Todo es posible…. para el que cree
El mecanismo más diabólico es aquel que nos
arrebata la capacidad de creer, de confiar, de fiarnos. En cambio el mecanismo
más divino es aquel que nos convierte en personas confiadas, abiertas a la
novedad, entusiasta con la utopía. Es lo que nos manifiesta el Evangelio de hoy.
La figura central es María, la joven mujer de Nazaret. Lucas nos la presenta sin
títulos, sin currículo, incluso sin méritos. El evangelista, tan atento en
adjuntar a la presentación de cada personaje un breve currículo, sin embargo, al
presentar a María, no dice nada. Eso sí: que se llamaba María, que era la novia
de José. ¡Sólo José era hijo de David! Su pariente era Isabel, pero de Isabel
sóla se dice que era descendiente de Aarón.
Sin embargo, esta mujer goza de la gracia de Dios. Dios pone en ella sus ojos y
se deja embelesar por ella. No se sabe si María está llena de gracia por su
inmediato futuro o por todo su pasado. Quizá para Dios todo forme una unidad.
Pasado, presente y futuro están incluidos en la expresión: “Has hallado gracia a
los ojos de Dios… El Señor está contigo”.
María se estremece ante el mensajero divino. Ese estremecimiento indica que
María no vivía en medio de visiones y de claridades. Recorría el mismo camino de
fe que nosotros recorremos. Tampoco para ella Dios era evidente. Se estremeció y
se preguntaba por el significado de todo aquello.
El mensajero le dice que “no tema”. Pero lo que el mensaje le transmite es
temible: que va a quedar embarazada, que va a dar a luz un hijo… sin padre, que
va a ser hijo de Dios. En este breve instante puede cambiar toda su vida, todos
sus proyectos. Sí. Hay momentos decisivos en la vida en los que todo puede
cambiar. Y todo depende de un hilo: la propia decisión. .
María es invitada a decidirse, a optar. Dios le promete su ayuda. Pero como
todas las promesas de Dios, deben ser acogidas en la fe más absoluta.
José Cristo Rey García Paredes
(jose_cristorey@yahoo.com)
2-14. San Bernardo (1091-1153) abad cisterciense,
doctor de la Iglesia. Homilía 4, sobre el “missus est”
“No temas, María.”
Oíste, Virgen, que concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no era por obra
de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu
respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que lo envió. También
nosotros, los condenados infelizmente a muerte por la divina sentencia,
esperamos, Señora, esta palabra de misericordia. Se pone entre tus manos el
precio de nuestra salvación; en seguida seremos librado si consientes. Por la
Palabra eterna de Dios fuimos todos creados, y a pesar de eso morimos; mas por
tu breve respuesta seremos ahora restablecidos para ser llamados de nuevo a la
vida...
No tardes, Virgen María, da tu respuesta. Señora Nuestra, pronuncia esta palabra que la tierra, los abismos y los cielos esperan. Mira: el rey y señor del universo desea tu belleza, desea no con menos ardor tu respuesta. Ha querido suspender a tu respuesta la salvación del mundo . Has encontrado gracia ante de él con tu silencio; ahora él prefiere tu palabra. El mismo, desde las alturas te llama: “Levántate, amada mía, preciosa mía, ven...déjame oír tu voz” (Cant 2,13-14) Responde presto al ángel, o, por mejor decir, al Señor por medio del ángel; responde una palabra y recibe al que es la Palabra; pronuncia tu palabra y concibe la divina; emite una palabra fugaz y acoge en tu seno a la Palabra eterna...
Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Criador. Mira que el deseado de todas las gentes está llamando a tu puerta. Si te demoras en abrirle, pasará adelante, y después volverás con dolor a buscar al amado de tu alma. Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento.
“Aquí está la esclava del Señor, -dice la Virgen- hágase en mí según tu palabra.” (Lc 1,38)
2-15. La Anunciación de Jesús
Autor: P. José Rodrigo Escorza
Reflexión
Cuando pensamos en el “Sí” de María a la propuesta de Dios, lo podemos imaginar
en un ambiente casi de novela “romántica”, y olvidar que con ese “Sí”, toda su
vida quedó comprometida. La respuesta que ella dio no era algo espontáneo o
“lógico”. María dirá que sí, más por confianza y fe, que por conocimiento. Ella
apenas podía entender lo que le había sido explicado... y sin embargo, dice que
“Sí”. Además, la fe de María será puesta a prueba cada día. Ella quedará
encinta. No sabe bien cómo, pero lo cierto es que su corazón está inundado por
una luz especial. Aunque su querido José dude, ella vive inmersa en el misterio
sin pedir pruebas, vive unida al misterio más radical que existe: Dios. Él sabrá
encontrar las soluciones a todos los problemas, pero hacía falta fe, hacía falta
abandono total a su voluntad.
María se dejó guiar por la fe. Ésta la llevó a creer a pesar que parecía
imposible lo anunciado. El Misterio se encarnó en ella de la manera más radical
que se podía imaginar. Sin certezas humanas, ella supo acoger confiadamente la
palabra de Dios. María también supo esperar, ¿cómo vivió María aquellos meses, y
las últimas semanas en la espera de su Hijo? Sólo por medio de la oración y de
la unión con Dios podemos hacernos una pálida idea de lo que ella vivió en su
interior. También María vivió con intensidad ese acontecimiento que transformó
toda su existencia de manera radical. Ella dijo “Sí” y engendró físicamente al
Hijo de Dios, al que ya había concebido desde la fe. Estas son experiencias que
contrastan con nuestro mundo materialista, especialmente en la cercanía de las
fiestas de Navidad. Por ello, como cristianos, ¿cómo no centrar más nuestra vida
al contemplar este Misterio inefable? ¿Cómo no dar el anuncio de la alegría de
la Navidad a todos los que no han experimentado ese Dios-Amor?
No olvidemos que un día ese Dios creció en el seno de María, y también puede
crecer hoy en nuestros corazones, si por la fe creemos, y si en la espera
sabemos dar sentido a toda nuestra vida mirando con valor al futuro.
2-16.
Comentario: Rev. D. Jordi Pascual i Bancells (Salt-Girona,
España)
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra»
Hoy, contemplamos, una vez más, esta escena impresionante de la Anunciación.
Dios, siempre fiel a sus promesas, a través del ángel Gabriel hace saber a María
que es la escogida para traer el Salvador al mundo. Tal como el Señor suele
actuar, el acontecimiento más grandioso para la historia de la Humanidad —el
Creador y Señor de todas las cosas se hace hombre como nosotros—, pasa de la
manera más sencilla: una chica joven, en un pueblo pequeño de Galilea, sin
espectáculo.
El modo es sencillo; el acontecimiento es inmenso. Como son también inmensas las
virtudes de la Virgen María: llena de gracia, el Señor está con Ella, humilde,
sencilla, disponible ante la voluntad de Dios, generosa. Dios tiene sus planes
para Ella, como para ti y para mí, pero Él espera la cooperación libre y amorosa
de cada uno para llevarlos a término. María nos da ejemplo de ello: «He aquí la
esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). No es tan sólo un
sí al mensaje del ángel; es un ponerse en todo en las manos del Padre-Dios, un
abandonarse confiadamente a su providencia entrañable, un decir sí a dejar hacer
al Señor ahora y en todas las circunstancias de su vida.
De la respuesta de María, así como de nuestra respuesta a lo que Dios nos pide
—escribe san Josemaría— «no lo olvides, dependen muchas cosas grandes».
Nos estamos preparando para celebrar la fiesta de Navidad. La mejor manera de
hacerlo es permanecer cerca de María, contemplando su vida y procurando imitar
sus virtudes para poder acoger al Señor con un corazón bien dispuesto: ¿qué
espera Dios de mí, ahora, hoy, en mi trabajo, con esta persona que trato, en la
relación con Él? Son situaciones pequeñas de cada día, pero, ¡depende tanto de
la respuesta que demos!
2-17. 2003
LECTURAS: IS 7, 10-14; SAL 23; LC 1, 26-38
Is. 7, 10-14. Ante el desánimo del pueblo oprimido por sus enemigos y la
incredulidad de Ajaz de que el Señor salvaría a su Pueblo de sus enemigos, y
queriendo más bien confiar en la ayuda de los reyes con quienes se había aliado,
Ajaz prefiere mantenerse al margen de la oferta que Dios le hace de librarle de
sus enemigos pidiendo una señal para confirmar personalmente que en verdad el
profeta Isaías está hablando en Nombre del Señor. En medio de esta situación de
incredulidad y desconfianza en Dios Isaías pronuncia uno de los oráculos más
importantes: Dios se convertirá en salvación mediante el hijo de una virgen. Y
aun cuando el oráculo se refiere a un niño de ese tiempo, la Palabra de Dios ve
más allá en su cumplimiento y contempla al Hijo de Dios nacido de María Virgen.
Mediante Él, el Señor se hará cercanía a nosotros; Dios tendrá rostro humano y
sus palabras, pensamientos y sentimientos serán igual que los nuestros, pues
Dios será Dios-con-nosotros. Ahora, en nuestros tiempos, Dios, mediante su
Iglesia, sigue estando con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo.
Ojalá y no presentemos ante el mundo un rostro equivocado del Señor.
Sal 23. El único Santo, el Hombre perfecto, ha subido al
monte del Señor para ofrecerse Él mismo en sacrificio agradable al Padre Dios,
para el perdón de nuestros pecados. Finalmente Él ha entrado en el Santuario no
construido por manos humanas, sino que es la Morada de Dios; y ahí se ha sentado
para siempre como Hijo de Dios y como Rey nuestro. Quienes pertenecemos a
Cristo, por haber entrado en comunión de vida con Él mediante la fe y el
bautismo, somos la clase de hombre que buscamos al Señor, y venimos ante Él para
convertir nuestra vida en una continua alabanza de su Nombre. Sabemos que,
puesto que amamos a nuestro prójimo, como Cristo nos amó a nosotros dando su
vida para que tuviésemos vida, al final, junto con Él, entraremos a la Casa del
Padre, donde el Señor nos espera para hacernos partícipes de su misma herencia,
que le corresponde como a Hijo unigénito del Padre Dios.
Lc. 1, 26-38. El Hijo de Dios, encarnándose por obra del Espíritu Santo en el
Seno Virginal de la Llena de Gracia, ha llevado a su cumplimiento las promesas
hechas a nuestros antiguos padres: que el Señor nos libraría de la mano de
nuestros enemigos. María, modelo de la Iglesia creyente, y totalmente confiada
en Dios, ante el anuncio del ángel que le hace saber que Ella ha sido escogida
para ser la Madre del Mesías Salvador, da su asentimiento humilde, sencillo y
lleno de amor total a Dios diciendo: Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí
lo que me has dicho. Y el Verbo se hizo carne y puso su morada entre nosotros.
Si en verdad queremos que el Señor habite en su Iglesia, que somos nosotros,
hemos de aprender de María a escuchar la Palabra de Dios, que nos anuncia no
sólo lo que hemos de saber, sino lo que hemos de vivir, pues la Palabra de Dios
ha de tomar cuerpo en nuestra propia carne, de tal forma que no sólo proclamemos
el Evangelio con los labios, sino que nosotros mismos nos convirtamos en un
Evangelio viviente. Por eso aprendamos a poner nuestra vida en manos de Dios,
para que Él haga su obra de salvación en nosotros, y su Iglesia prolongue, en la
historia, la presencia Salvadora del Señor.
En esta Eucaristía Dios, nuestro Padre, nos reúne en torno al Dios-con-nosotros.
Dios se ha encarnado en María para salvarnos del pecado. Y el Señor se encarna
en su Iglesia, para convertirla en un signo de su salvación para los hombres de
todos los tiempos y lugares. Quienes nos reunimos para celebrar la Eucaristía,
no sólo lo hacemos como un acto de piedad profunda, sino como un acto de amor de
comunión de Vida y de Misión con el Señor. Él quiere enviarnos, no sólo a
proclamar su Nombre, sino como instrumentos de unidad entre Dios y los hombres,
y de unidad de los hombres entre sí. La Iglesia, así, se convierte en la humilde
sierva de Dios que no sólo medita, sino que está dispuesta a dejar que la
Palabra de Dios se encarne en ella. Por eso, podemos decir, que así como Jesús
es la Palabra encarnada, así la Iglesia, por su unión con el Señor, es la
Palabra que continúa su encarnación salvadora en la historia, por voluntad de
Aquel que la unió a Él y la dejó en el mundo como un signo de su amor, de su
bondad y de su salvación diciéndonos: Quien los escucha a ustedes, a mí me
escucha; quien los rechaza a ustedes a mí me rechaza.
Mediante la Iglesia Dios sigue estando con nosotros de un modo concreto y
encarnado. No es que el Señor, en la eternidad, se haya olvidado de nosotros,
pues Él jamás abandona a quienes por amor ha llamado a la vida. Sin embargo nos
ha querido dejar un signo mediante el cual experimentemos su amor, a la altura
de nuestra capacidad humana; y ese signo es su Iglesia. El Señor, una vez
concluida su misión temporal, no se ha alejado de nosotros; Él continúa con
nosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Y su presencia no es sólo en
razón de que Él intercede continuamente por nosotros ante su Padre Dios, sino
porque continúa actuando de un modo real entre nosotros por medio de quienes
hemos hecho nuestra su Vida y su Misión, y hemos sido constituidos en Iglesia
suya. Ojalá y en un amor fiel, junto con María, aprendamos a decir: Henos aquí
como siervos tuyos, hágase en nosotros conforme a tu Palabra. Ojalá y no vayamos
a hacer a un lado en nuestra vida esa Voluntad de Dios, de tal forma que,
dejando los caminos de Dios nos vayamos a convertir en un signo de destrucción
de la presencia del Señor en nuestro prójimo, por haberles destruido su fe o
haberles deteriorado su esperanza. Tratemos de estar abiertos al Espíritu de
Dios para que Él nos conduzca, como siervos fieles y esforzados, en la
construcción del Reino de Dios entre nosotros.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, la gracia de
ser en todo fieles a su voluntad, de tal manera que el Espíritu Santo vaya
formándonos día a día como hijos en el Hijo, para que continuemos su obra de
salvación en el mundo hasta el fin del tiempo. Amén.
www.homiliacatolica.com
2-18. EL SEGURO.
Un año más me ha llegado el recibo del seguro del coche y ha dejado tiritando la
cuenta del banco. Es curioso esto de los seguros, las prestaciones que has
contratado ocupan unas pocas líneas y, a continuación, aparecen tres folios a
doble cara que -con letra minúscula-, llenan la póliza de limitaciones,
exclusiones, derechos del tenedor exigencias al tomador y todo con un lenguaje
correoso y ambiguo para que pueda agarrarse a multitud de interpretaciones que
favorezcan al que tenga mejores abogados (habitualmente las compañías de
seguros).
Seguimos caminando hacia Belén con Santa María y San José, escuchando su conversación y aprendiendo de ellos. Diría San José: “¿Cuéntame otra vez la visita del ángel?” y la Virgen le relataría el evangelio de hoy. ¡Que divina sencillez!. No hizo falta abogado, no había letra pequeña ni exclusiones de contrato, no hizo falta firmar duplicados ni renovarlo anualmente; sólo hizo falta la palabra y… ¡la Palabra se hizo carne!. Así es la sencillez de Dios que nos desborda y anonada. Cuando somos complicados no somos de Dios. “Pide una señal al Señor tu Dios” le dijo el Señor a Acaz; si el Señor nos pidiese ahora una señal ¿qué pediríamos?. Seguramente algo complicado, espectacular, deslumbrante y en lo que tendríamos también nuestro pequeño protagonismo, sería como una gran fiesta de nochevieja en la que el gran protagonista fuese Dios pero sin renunciar a que nuestro nombre apareciese en los créditos. “¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios?”. Por muy espectacular que fuese nuestra divina puesta en escena pediríamos certificados de eficacia, seguro contra decepciones y tres folios a doble cara que -con letra minúscula-, nos exonerasen de responsabilidad si tropezásemos con una legión de incrédulos. La grandeza de Dios es su sencillez y la sencillez de María es su grandeza. Dios no necesita ideas para hacer una “puesta en escena” espectacular, sólo necesita un acto de fe “hágase en mí según tu palabra” y la confianza de María para que esté “Dios-con-nosotros”;¡¡que maravilla!!.
Escruta hoy tu corazón e indaga en él si tu vida,
tu oración, tu relación con Dios es así de sencilla, basada en la confianza,
quitando el “yo” para ponerle a Él. Si no es así no te preocupes y no quieras
ahora poner un montón de excusas para justificarte; simplemente cállate y
escucha la conversación de San José y Santa María mientras siguen de camino
hacia Belén, cómo le hablarían- con la dulzura de cualquier padre o madre-, al
Niño-Dios en el seno de la Virgen y las cosas que le dirían. Escucha y aprende,
serás sencillo y serás de Dios. ¿Qué más señales quieres? ¿o es que crees que tú
lo harías mejor?.
ARCHIMADRID
2-19. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO
Is 7,10-14: Su nombre será “Emmanuel”, Dios con
nosotros
Sal 23
Lc 1,26-38: Yo soy la servidora del Señor; hágase en mi todo lo que has dicho
La porción del evangelio que la liturgia nos propone hoy nos presenta la
anunciación del nacimiento de Jesús. Es interesante como en este tiempo de
adviento la liturgia nos invita a vivir intensamente y hace un llamado para que
cada cristiano y cada cristiana prepare su corazón para que Jesús nazca de una
vez y para siempre, en la vida de todos los que asumen el proyecto liberador del
Niño que nace en Belén.
La profecía de Isaías hace ver cómo desde el Antiguo Testamento el pueblo guardaba con esperanza la llegada del Mesías. Este Mesías se convertirá en el gran liberador del pueblo. Compartirá con sus hermanos la vida misma y será -por su vida y sus obras- transparente al amor de Dios, por esa actitud que lo hace diferente, es reconocido como Dios con nosotros, esta esperanza mesiánica estará presente durante mucho tiempo en la conciencia colectiva e individual de los israelitas.
La esperanza de un Mesías, tendrá al pueblo en expectativa y en resistencia. Cuando Israel perdiera el horizonte histórico y el centro de su ser de pueblo: El Éxodo, la tradición mesiánica estará llamando la atención para que el pueblo retome el camino perdido.
Desde el tiempo de la profecía en Israel, el
pueblo esperó contra toda esperanza en un tiempo nuevo, donde el Mesías -enviado
y ungido de Dios- tomaría las riendas del mundo y establecería la justicia y el
derecho en la historia. Esta esperanza llegó a su más alta experiencia en el
tiempo en el que vivió Jesús de Nazareth. Todos y todas aguardaban el día de la
liberación y muchas veces este gran deseo de libertad, llevó a Israel a
confundir a cualquier líder del pueblo con el Mesías deseado y esperado,
produciendo de esta forma un descontento en la Palestina del siglo I de nuestra
era frente al mesianismo.
En el relato evangélico de hoy encontramos cómo, a diferencia de la anunciación
de Juan, Lucas abandona el marco solemne del templo y se traslada a la
marginalidad, a un pequeño poblado de Galilea. La salvación de Dios llega desde
el lugar de los pobres, lejos de las grandes instituciones religiosas de Israel,
Jesús es descrito, sin embargo, con los rasgos del Mesías del Antiguo Testamento
y como hijo de Dios o su equivalente hijo del Altísimo, un título con el que el
evangelista Lucas quiere describir la relación existente entre Jesús y el Padre
celestial. Relación que, según Lucas, existe desde su nacimiento por obra del
Espíritu.
Para Lucas el acontecimiento de la anunciación y posterior nacimiento de Jesús es obra del Espíritu, a quien Lucas mismo describe como el poder o la fuerza de Dios. Nos encontramos aquí con un tema que se remonta al Antiguo Testamento. El Espíritu de Dios ya estaba presente con su fuerza en Gn 1,2 para realizar la gran obra de la creación. Aquí ese mismo poder de Dios, se hace de nuevo presente en el momento en que se inicia la nueva creación en la que se ha sabido matricular con toda su humanidad en obediencia a la palabra de Dios. Jesús no será un Mesías revoltoso, sino el hombre que pone en marcha el misterio de la Nueva humanidad, por la fuerza del Espíritu de Dios, y donde María se nos presenta como prototipo ideal de creyente.
A nosotros y nosotras, cristianos y cristianas, nos toca asumir con valentía el proyecto mesiánico de Jesús hoy. María es ejemplo en la aceptación alegre y responsable del proyecto de Dios. Desde nuestra libertad podemos hacer posible la liberación de nuestro pueblo logrando hacer el camino cualitativo que la Biblia nos propone y que queda explícito en la anunciación: apartarnos del centro de poder, para colocarlos en la periferia.
2-20. Fray Nelson Lunes 20 de Diciembre de 2004
Temas de las lecturas: La virgen concebirá *
Concebirás y darás a luz un hijo.
1. Cansar a los hombres, cansar a Dios
1.1 Tiene su gracia la pregunta de Isaías al asustado e incrédulo rey Ajaz, o
Acaz: "¿les parece poco cansar a los hombres, que quieren cansar también a
Dios?". ¿Por qué le habla de cansar a los hombres? ¿Qué es eso de cansar a Dios?
1.2 El sentido de ese "cansar" es algo como "fastidiar, molestar, ser gravoso".
No indica la magnitud de un esfuerzo prolongado, concepto que asociamos con el
verbo cansar como tal, sino la idea de algo que enfada o disgusta. Ajaz "cansa"
a los hombres porque su reinado carece del vigor, hoy diríamos del "liderazgo"
que le da confianza y alegría a un pueblo. Ajaz "cansa" a Dios en cuanto su
falta de confianza en el liderazgo de Dios. Dicho de otro modo: Ajaz ni guía ni
se deja guiar; ni lidera ni deja a Dios tomar control de su vida.
2. La virgen concebirá
2.1 Hay acuerdo entre los exégetas en el sentido de que el anuncio que hace
Isaías a Ajaz no es en primer lugar una promesa mesiánica. El término utilizado,
cuando dice que "la virgen" está encinta y dará a luz un hijo un alude a una
concepción o un nacimiento milagroso, pues "virgen" en el hebreo equivale a una
joven o doncella, mujer en edad de matrimonio aunque sin hijos, probablemente la
esposa o una de las esposas del mismo Ajaz.
2.2 De acuerdo con esto, el sentido primero de las palabras del profeta sería:
"aun en medio de esta crisis política y de esta incertidumbre agobiante, Dios
mantiene su promesa a la descendencia de David: así como tú eres rey, ya Dios
anuncia heredero, porque habrá un futuro; tenemos a Dios con nosotros".
2.3 Este sentido original, si quedar anulado, queda enriquecido al paso del
tiempo. Dios no sólo sosiega y da un camino a Ajaz. Dios sosiega y abre un
camino a la humanidad, que en aquella Virgen por excelencia, recibe al verdadero
Emmanuel. Es el misterio gozoso de la Navidad.
2-21.
Comentario: Rev. D. Jordi Pascual i Bancells (Salt-Girona,
España)
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra»
Hoy, contemplamos, una vez más, esta escena impresionante de la Anunciación.
Dios, siempre fiel a sus promesas, a través del ángel Gabriel hace saber a María
que es la escogida para traer el Salvador al mundo. Tal como el Señor suele
actuar, el acontecimiento más grandioso para la historia de la Humanidad —el
Creador y Señor de todas las cosas se hace hombre como nosotros—, pasa de la
manera más sencilla: una chica joven, en un pueblo pequeño de Galilea, sin
espectáculo.
El modo es sencillo; el acontecimiento es inmenso. Como son también inmensas las
virtudes de la Virgen María: llena de gracia, el Señor está con Ella, humilde,
sencilla, disponible ante la voluntad de Dios, generosa. Dios tiene sus planes
para Ella, como para ti y para mí, pero Él espera la cooperación libre y amorosa
de cada uno para llevarlos a término. María nos da ejemplo de ello: «He aquí la
esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). No es tan sólo un
sí al mensaje del ángel; es un ponerse en todo en las manos del Padre-Dios, un
abandonarse confiadamente a su providencia entrañable, un decir sí a dejar hacer
al Señor ahora y en todas las circunstancias de su vida.
De la respuesta de María, así como de nuestra respuesta a lo que Dios nos pide
—escribe san Josemaría— «no lo olvides, dependen muchas cosas grandes».
Nos estamos preparando para celebrar la fiesta de Navidad. La mejor manera de
hacerlo es permanecer cerca de María, contemplando su vida y procurando imitar
sus virtudes para poder acoger al Señor con un corazón bien dispuesto: ¿qué
espera Dios de mí, ahora, hoy, en mi trabajo, con esta persona que trato, en la
relación con Él? Son situaciones pequeñas de cada día, pero, ¡depende tanto de
la respuesta que demos!
2-22.
Reflexión:
Is. 7, 10-14. El pueblo de Dios se encuentra oprimido por sus enemigos y su Rey,
Ajaz, no cree que el Señor pueda salvar a su Pueblo de sus enemigos; por eso
prefiere mantenerse al margen de la oferta que Dios le hace de librarle de sus
enemigos pidiendo una señal para confirmar personalmente que en verdad el
profeta Isaías está hablando en Nombre del Señor. En el fondo Ajaz no quiere
comprobar que realmente el Señor se está dirigiendo a Él; si llegara a
comprobarlo sabe que en adelante estaría comprometido a sujetarse a la Autoridad
Divina; y prefiere mantenerse al margen, confiando en el ejército de otras
naciones, que podrían defenderle; por eso contesta: No pediré la Señal; no
tentaré al Señor. En medio de esta situación de incredulidad y desconfianza en
Dios Isaías pronuncia uno de los oráculos más importantes: Dios se convertirá en
salvación mediante el hijo de una virgen. Y aun cuando el oráculo se refiere a
un niño de ese tiempo, la Palabra de Dios ve más allá en su cumplimiento y
contempla al Hijo de Dios, nacido de María Virgen. Mediante Él, el Señor se hará
cercanía a nosotros; Dios tendrá rostro humano y sus palabras, pensamientos y
sentimientos serán igual que los nuestros, pues Dios será Dios-con-nosotros.
Ahora, en nuestros tiempos, Dios, mediante su Iglesia, sigue estando con
nosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Ojalá y no presentemos ante el
mundo un rostro equivocado del Señor, pues, así como el Hijo de Dios hecho
Hombre vino a salvarnos del pecado y de la muerte, así nosotros hemos sido
enviados para que, en su Nombre, continuemos con su obra salvadora y liberadora
en el mundo y su historia.
Sal 24 (23). El único Santo, el Hombre perfecto, ha subido al monte del Señor
para ofrecerse Él mismo en sacrificio agradable al Padre Dios, para el perdón de
nuestros pecados. Finalmente Él ha entrado en el Santuario no construido por
manos humanas, sino que es la Morada de Dios; y ahí ha ofrecido, para el perdón
de nuestros pecados, no la sangre de animales agradables a Dios, sino su propia
Sangre. y una vez cumplida su misión de reconciliarnos con nuestro Dios y Padre,
y de reconciliarnos a nosotros como hermanos, se ha sentado para siempre como
Hijo de Dios y como Rey nuestro a la diestra de Dios Padre. Los que pertenecemos
a Cristo, por haber entrado en comunión de vida con Él mediante la fe y el
bautismo, somos la clase de hombre que buscamos al Señor, y venimos ante Él para
convertir nuestra vida en una continua alabanza de su Nombre. Sabemos que,
puesto que amamos a nuestro prójimo, como Cristo nos amó a nosotros dando su
vida para que tuviésemos vida, al final, junto con Él, entraremos a la Casa del
Padre, donde el Señor nos espera para hacernos participar de su misma herencia,
la que le corresponde como a Hijo unigénito del Padre.
Lc. 1, 26-38. Dios nos envió a su propio Hijos para que, encarnándose por obra
del Espíritu Santo en el Seno Virginal de la Llena de Gracia, llevara a su cabal
cumplimiento las promesas hechas a nuestros antiguos padres: que el Señor nos
libraría de la mano de nuestros enemigos. María, modelo de la Iglesia creyente y
totalmente confiada en Dios, ante el anuncio del ángel que le hace saber que ha
sido escogida para ser la Madre del Mesías Salvador, da su asentimiento humilde,
sencillo y lleno de un amor exclusivo a Dios diciendo: Yo soy la esclava del
Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho. Y el Verbo se hizo carne y puso su
morada entre nosotros. Si en verdad queremos que el Señor habite en su Iglesia,
que somos nosotros, hemos de aprender de María a escuchar y a poner en práctica
la Palabra de Dios, que nos anuncia no sólo lo que hemos de saber, sino lo que
hemos de vivir, pues la Palabra de Dios ha de tomar cuerpo en nuestra propia
carne, de tal forma que no sólo proclamemos el Evangelio con los labios, sino
que nosotros mismos nos convirtamos en un Evangelio viviente del amor del Padre
hacia toda la humanidad. Pongamos nuestra vida en manos de Dios para que Él haga
su obra de salvación en nosotros; y para que su Iglesia prolongue, en la
historia, la presencia Salvadora del Hijo de Dios en favor de todos los
pueblos..
Nuestro Dios y Padre, nos reúne en torno al Dios-con-nosotros que se hace
presente entre nosotros mediante este Sacramento de la Eucaristía. Dios se ha
encarnado en María para salvarnos del pecado. Y el Señor se encarna en su
Iglesia para convertirla en un signo de su salvación para las gentes de todos
los tiempos y lugares. Los que nos reunimos para celebrar la Eucaristía no sólo
lo hacemos para realizar un acto de culto a Dios, sino como un acto de amor, de
comunión de Vida y de aceptación, como nuestra, de Misión salvadora que el Padre
Dios le encomendó a su Hijo al enviarlo al mundo. Efectivamente, Él quiere
enviarnos, no sólo a proclamar su Nombre, sino como instrumentos de unidad entre
Dios y los hombres, y de unidad de los hombres entre sí. La Iglesia, así, se
convierte en la humilde sierva de Dios que no sólo medita, sino que está
dispuesta a dejar que la Palabra de Dios se encarne en ella. Por eso, podemos
decir, que así como Jesús es la Palabra encarnada, así la Iglesia, por su unión
con el Señor, es la Palabra que continúa su encarnación salvadora en la historia
como un Memorial viviente de Jesucristo, por voluntad de Aquel que la unió a Él
y la dejó en el mundo como un signo de su amor, de su bondad y de su salvación
diciéndonos: Quien los escucha a ustedes, a mí me escucha; quien los rechaza a
ustedes a mí me rechaza. En torno a Cristo Eucaristía digamos como María:
Cúmplase en mí lo que me has dicho.
El Dios-con-nosotros continúa estando de un modo concreto y encarnado en el
mundo mediante la Iglesia. No es que el Señor, en la eternidad, se haya olvidado
de nosotros, pues Él jamás abandonará a aquellos a los que por amor ha llamado a
la vida. Sin embargo nos ha querido dejar un signo mediante el cual
experimentemos su amor, a la altura de nuestra capacidad humana; y ese signo es
su Iglesia. El Señor, una vez concluida su misión temporal, no se ha alejado de
nosotros; Él continúa con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Y su
presencia no es sólo en razón de que Él interceda continuamente por nosotros
ante su Padre Dios, sino porque continúa actuando de un modo real entre nosotros
por medio de los que hemos hecho nuestra su Vida y su Misión, y que Él nos ha
constituido en su Iglesia. Ojalá y en un amor fiel, junto con María, aprendamos
a decir: Henos aquí como siervos tuyos, hágase en nosotros conforme a tu
Palabra. Ojalá y no vayamos a hacer a un lado en nuestra vida esa Voluntad de
Dios, de tal forma que, dejando sus caminos, nos vayamos a convertir en un signo
de destrucción de la presencia del Señor en nuestro prójimo por haberles
destruido su fe, o haberles deteriorado su esperanza. Tratemos de estar abiertos
al Espíritu de Dios para que Él nos conduzca, como siervos fieles y esforzados,
en la construcción del Reino de Dios entre nosotros; construcción que se hará a
través del amor sincero venido de Dios, que nos hace amarlo a Él por encima de
cualquier otro ser; pero que también nos lleva a amar a nuestro prójimo en la
forma como Cristo nos amó a nosotros.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, la gracia de
ser en todo fieles a su voluntad, de tal manera que el Espíritu Santo vaya
formándonos día a día como hijos en el Hijo, para que continuemos su obra
salvadora en el mundo hasta el fin del tiempo; hasta que lleguemos a ser uno y
Cristo y participemos, junto con Él, de la Gloria del Padre. Amén.
Homiliacatolica.com
2-23.
Reflexión
No sé si haz pensado que hace más de 2000 años una jovencita de apenas 15 años,
dejó la comodidad de su casa, se unió a una caravana, caminó durante unos 5 días
en medio los peligros naturales que el hacer un recorrido por el desierto
conlleva naturalmente y que hizo todo esto para ir a visitar a su prima… para ir
a asistirla en su gravidaza. Me parece importante, ante la inminencia de la
Navidad el que pensemos en todo lo que hizo María Santísima, mientras que
nosotros, que si no contamos con nuestro propio automóvil, si con medios de
comunicación mucho más seguros, que las distancias no son tan largas y que no
somos unos chiquillos como ella, y sin embargo no somos capaces de ir a visitar
a nuestros familiares y amigos enfermos o necesitados. Toda nuestra vida
acelerada se nos va en visitar los grandes almacenes, en detallar la fiesta de
Navidad, en tanta superficialidad. El texto que hemos leído nos dice que Isabel
se alegró grandemente apenas oyó la voz de su prima… imagina cuánta alegría
podría causar tu saludo a ese pariente al que tienes tanto tiempo de no ver…
máxime si está enfermo o cruza por u periodo difícil de su vida. La Navidad nos
recuerda que, al igual que María, Jesús vino del cielo a visitarnos, para llenar
nuestra vida de felicidad… haz pues tú lo mismo.
Que pases un día lleno del amor de Dios.
Pbro. Ernesto María Caro
2-24. La Anunciación de Jesús
Fuente: Catholic.net
Autor: P Juan Pablo Menéndez
Reflexión
Cuando pensamos en el “Sí” de María a la propuesta de Dios, lo podemos imaginar
en un ambiente casi de novela “romántica”, y olvidar que con ese “Sí”, toda su
vida quedó comprometida. La respuesta que ella dio no era algo espontáneo o
“lógico”. María dirá que sí, más por confianza y fe, que por conocimiento. Ella
apenas podía entender lo que le había sido explicado... y sin embargo, dice que
“Sí”. Además, la fe de María será puesta a prueba cada día. Ella quedará
encinta. No sabe bien cómo, pero lo cierto es que su corazón está inundado por
una luz especial. Aunque su querido José dude, ella vive inmersa en el misterio
sin pedir pruebas, vive unida al misterio más radical que existe: Dios. Él sabrá
encontrar las soluciones a todos los problemas, pero hacía falta fe, hacía falta
abandono total a su voluntad.
María se dejó guiar por la fe. Ésta la llevó a creer a pesar que parecía
imposible lo anunciado. El Misterio se encarnó en ella de la manera más radical
que se podía imaginar. Sin certezas humanas, ella supo acoger confiadamente la
palabra de Dios. María también supo esperar, ¿cómo vivió María aquellos meses, y
las últimas semanas en la espera de su Hijo? Sólo por medio de la oración y de
la unión con Dios podemos hacernos una pálida idea de lo que ella vivió en su
interior. También María vivió con intensidad ese acontecimiento que transformó
toda su existencia de manera radical. Ella dijo “Sí” y engendró físicamente al
Hijo de Dios, al que ya había concebido desde la fe. Estas son experiencias que
contrastan con nuestro mundo materialista, especialmente en la cercanía de las
fiestas de Navidad. Por ello, como cristianos, ¿cómo no centrar más nuestra vida
al contemplar este Misterio inefable? ¿Cómo no dar el anuncio de la alegría de
la Navidad a todos los que no han experimentado ese Dios-Amor?
No olvidemos que un día ese Dios creció en el seno de María, y también puede
crecer hoy en nuestros corazones, si por la fe creemos, y si en la espera
sabemos dar sentido a toda nuestra vida mirando con valor al futuro.
2-25. 20 de Diciembre
226. La vocación de María, nuestra vocación
I. Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer
(Gálatas 4, 4). Y esta mujer, elegida y predestinada desde toda la eternidad
para ser la Madre del Salvador, había consagrado a Dios su virginidad,
renunciando al honor de contar entre su descendencia directa al Mesías. María
aparece como la Madre virginal del Mesías, que dará todo su amor a Jesús, con un
corazón indiviso, como prototipo de la entrega que el Señor pedirá a muchos. En
función de su Maternidad, fue rodeada de todas las gracias y privilegios que la
hicieron digna morada del Altísimo. Dios escogió a su Madre y puso en Ella todo
su Amor y su Poder. No permitió que la rozara el pecado: ni el original, ni el
personal. Fue concebida Inmaculada, sin mancha alguna. Su dignidad es casi
infinita. Como en toda persona, la vocación fue el momento central de su vida:
Ella nació para ser Madre de Dios, escogida por la Trinidad Beatísima desde la
eternidad. No olvidemos que también es Madre nuestra.
II. La vocación es también en cada uno de nosotros el punto central de nuestra
vida. El eje sobre el que se organiza todo lo demás. Todo o casi todo depende de
conocer, cumplir aquello que Dios nos pide. Pero a pesar de que la vocación es
la llave que abre las puertas de la felicidad verdadera, hay quienes no quieren
conocerla; prefieren hacer su voluntad en vez de la Voluntad de Dios, sin buscar
el camino por el que alcanzarán con seguridad el Cielo y harán felices a otros
muchos. El Señor hace llamamientos particulares; también hoy. Nos necesita,
porque la mies es mucha y los operarios pocos (Mateo 9, 37). Hay mieses que se
pierden porque no hay quien los recoja. Hágase en mí según tu palabra, dice la
Virgen. Y la contemplamos radiante de alegría. Hoy podemos
preguntarnos: ¿Quiere el Señor algo más de mí?
III. Uno de los misterios del Adviento es el que contemplamos como segundo
misterio de gozo del Santo Rosario: la Visitación. Un aspecto concreto del
servicio a los demás que lleva consigo la vocación, es el orden de la caridad.
Amor a todos porque todos son hermanos nuestros. Pero amor, en primer término, a
los que están más cerca, nuestra familia. Este orden ha de manifestarse en
afecto y en obras. Queremos vivir estos días de Adviento con el mismo espíritu
de servicio con que los vivió nuestra Madre. Apoyados en la humilde entrega de
María, vamos a pedirle que su Hijo nos encuentre con el corazón dispuesto, dócil
a sus mandatos, a sus consejos y sugerencias.
Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones
Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre
2-26. DOMINICOS 2004 20 de diciembre, lunes
¡Oh Llave de David y cetro de la Casa de Israel que abres y nadie puede cerrar,
cierras y nadie puede abrir! Ven , libra a los cautivos que viven en tinieblas y
sombras de muerte.
En este cuarto día de la octava, la Liturgia vuelve a acoger un oráculo del
primer Isaías, en el siglo VIII antes de Cristo.
Es oráculo dirigido a los reyes de Israel pidiéndoles que confíen más en Yhavé,
su Dios, y que no pongan sus esperanzas sólo en manos de los hombres poderosos
de la tierra, pues únicamente del Señor vendrá la salvación del pueblo.
Oigámoslo hoy, pues ese oráculo y grito profético tiene que seguir resonando en
el corazón de los fieles tanto como lo hizo en siglos anteriores: con los
hombres, sí, pero, sobre todo, con Dios.
Esa es la esperanza que nos lleva al Señor cuyas manos tienen la llave y su
cabeza el cetro de la Casa de Israel.
Palabra de Dios, palabra de esperanza
Libro del profeta Isaías 7, 10-14:
“En aquel tiempo el Señor volvió a hablar al rey Acaz: pide una señal al Señor,
tu Dios, en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo. Respondió Acaz: no la
pido; no quiero tentar al Señor.
Entonces dijo Dios: escucha, heredero de David, ¿no os basta cansar a los
hombres, que cansáis incluso a Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una
señal: mirad, la joven está encinta y dará a luz in hijo, y le pondrá por nombre
Emmanuel Dios-con-nosotros.”
Evangelio según san Lucas 1, 26-38:
“En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea
llamada Nazaret, a una joven desposada con un hombre llamado José, de la estirpe
de David. La joven se llamaba María...
Alégrate, llena de gracia, el señor está contigo; bendita tú entre las
mujeres...
No temas, María, pues gozas del favor de Dios. Mira, concebirás y darás a luz un
hijo, a quien llamarás Jesús...
¿Cómo sucederá eso si no convivo con un varón? El Espíritu Santo vendrá sobre ti
y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el que nazca de ti
llevará el título de Hijo de Dios...
Aquí tienes a la esclava del Señor: que se cumpla en mí tu palabra”.
Urgidos por la palabra
Perfecta armonía del Antiguo y Nuevo Testamento.
Durante el imperio asirio, que amenazaba con invadir los territorios fronterizos
de Palestina y los reinos de Israel y Judá, los gobernantes circunvecinos de
Israel se confabularon contra el amenazante invasor, e invitaron al rey Acaz, de
Judá, a que también él lo hiciera. Éste dudó, pero luego prefirió aliarse con el
invasor a correr el riesgo de enfrentarse a él. No confió en Dios sino en la
alianza; no temió a Dios sino al opresor. Por eso Isaías reaccionó contra él, y
le recordó que Yhavé es siempre fiel. Pero Acaz permaneció en su actitud y no
pidió señales del favor de Yhavé. Entonces Isaías le invitó a que viera la señal
de Dios en el niño que iba a nacer de una joven, quizá de su familia, quizá de
su esposa. La presencia de aquel niño era señal de que Dios estaba allí, a su
lado, dador de vida.
La tradición cristiana, sobrevolando el tiempo, ha visto en esa joven que se
hallaba encinta a la joven por antonomasia, a María de Nazaret, la joven madre
de Jesús, la misma de que nos habla el relato del evangelio sobre el misterio de
la concepción, nacimiento, encarnación del Hijo de Dios, como cumplimiento de la
promesa hecha a Israel.