TIEMPO DE ADVIENTO

 

DÍA 17

 

1.- Gn 49, 2. 8-10

1-1.

-El viejo patriarca Jacob, se encuentra convencionalmente en Egipto con sus hijos y ya cercano a la muerte. Jacob imparte su bendición, que es su herencia. Con las palabras de la bendición levanta el velo del futuro y así la suerte de cada hijo está como fundada en la poderosa palabra del patriarca que habla en nombre de Dios. La fuerza de esa bendición es la misma que la de la palabra de Dios.

No es el primogénito Rubén, ni el segundo Simeón, ni el tercero Leví, quienes "heredarán de la promesa", sino el cuarto Judá. Jesús nacerá en la tribu de Judá en Judea, en Belén.

Un descendiente de Judá reinará no sólo sobre las demás tribus del pueblo elegido, como David, sino sobre todas las naciones.

Herodes consulta a los sacerdotes y escribas: "en Belén de Judea, porque así está escrito: Y tú Belén, tierra de Judá, no eres la menor entre las principales tribus de Judá, porque de ti saldrá un caudillo que será pastor de mi pueblo Israel" Mt 2, 5-6

Lc 1, 32-33: El ángel a María: El será grande y será llamado Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, su Padre: reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin".

/Mt/01/01-17: Jesús, reconocido como Hijo de Dios por la comunidad cristiana, tiene un origen humano estrechamente vinculado a su pueblo y a la historia de la humanidad.

-Después de mencionar su nombre completo, J.C. que equivale a una fórmula de fe: Jesús es el Cristo, el Mesías, añade "hijo de David, hijo de Abrahán". Jesús desciende de David.

Precisamente por eso divide la genealogía en tres partes compuestas cada una de 14 nombres. El centro de la misma lo ocupa David. La genealogía tiene mucho de artificial. Lo demuestra el simple hecho de colocar 14 nombres en cada una de las fases en que divide la prehistoria de Cristo. El número 14, por ser el doble de 7, indica perfección y plenitud.

Significaría la providencia especial de Dios en la disposición de toda la historia de salvación que culmina en Cristo.


1-2.

A partir de hoy, el evangelio nos presenta lo que ha precedido al nacimiento de Jesús: los evangelios de la infancia.

Notaremos que la primera lectura, sacada del Antiguo Testamento está siempre en correspondencia con esa página del evangelio.

Es algo más que una coincidencia. Mateo, en particular, escribió esas páginas subrayando la armonía entre el Antiguo y el Nuevo Testamento: Jesús es, ciertamente, "aquél que Israel esperaba, aquél que había sido prometido... Varias veces y de muy diversas maneras..."

-Jacob llamó a sus hijos: «Quiero anunciaros lo que os ha de acontecer en días venideros...»

Es el testamento de Jacob de cuya «genealogía» nos hablará el evangelio. El pueblo de Israel, desde sus orígenes lejanos, ha sido invitado por Dios a esperar: «quiero anunciaros lo que os ha de acontecer en días venideros»...

Un pueblo en tensión hacia el porvenir.

Un pueblo que es conocedor del avanzar de la historia.

Un pueblo que sabe que Dios obra en él.

Un pueblo en marcha, seguro del éxito de lo que Dios está preparando.

El pueblo de la esperanza. La humanidad posee un «porvenir».

La humanidad no va hacia un callejón sin salida.

¿Soy un hombre de esperanza?

-Judá, tus hermanos te rendirán homenaje... Judá, mi hijo, es un león joven...

Esta es ya como una prueba misteriosa de que no son los hombres solos los que hacen la historia. Dios interviene con toda su libertad. ¡No es el primogénito Rubén, ni el segundo, Simeón, ni el tercero, Leví, quienes "heredarán de la promesa", sino el cuarto, Judá! Esa bendición de Jacob sobre éste más que sobre los otros, tiene toda su significación. Dios es el que elige.

«He ahí que el León de la tribu de Judá ha vencido». (Apocalipsis 5, 5).

Jesús nacerá en la "tribu de Judá", en Judea, en Belén, Dios ya piensa en ello.

Haznos disponibles, Señor, a tus «designios» a los que Tú quieres hacer por medio de nuestras vidas, de nuestras responsabilidades.

-La realeza no se irá de Judá, ni el bastón del mando se irá de su descendencia, hasta tanto que venga aquél a quien le está reservado el poder y a quién las naciones obedecerán...

Esa frase es, netamente, profética: un descendiente de Judá reinará no sólo sobre las demás tribus del pueblo elegido, sino sobre todas las naciones. A través de los siglos, a través de las vicisitudes y de los fracasos de la historia se ha mantenido esa sorprendente esperanza: ¡un "salvador" nacerá de la familia de Judá! (Mateo 2,6).

Ahora, esa profecía se ha realizado. Cristo ha venido; pero la misma esperanza profunda nos mantiene: su Reino no tendrá fin... Y también nosotros, aspiramos a la plena realización de ese Reino: Venga a nosotros Tu Reino, así en la tierra como en el cielo...

¿Qué hago yo para ello?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 42 s.


1-3.

Las llamadas, sin mucha propiedad, "bendiciones de Jacob" (en realidad, sólo José es explícitamente bendecido, y han sido atribuidas al patriarca secundariamente) son una colección de dichos, en un principio independientes y de géneros literarios diversos (reprensiones, maldiciones, bendiciones, promesas, etc.) sobre las tribus de Israel. Por la lista de tribus, más antigua que la de otros lugares (Nm 26; Dt 33), puede deducirse que esta colección es relativamente antigua, anterior o contemporánea al yahvista, que podría también ser el autor. Lo que más podría justificar el calificativo de «bendiciones» sería el hecho de que todo este conjunto se encuentra encajado actualmente en la narración sacerdotal sobre la última bendición o testamento de Jacob antes de morir (vv la.28b-33).

La dimensión religiosa de estas «bendiciones» es muy poco perceptible para el lector moderno, pero a los ojos de los israelitas que veían su historia bajo la guía y planificación de Dios, era del todo evidente. Además, los destinos futuros de cada una de las tribus se consideran fruto de la palabra profética del patriarca, cuya eficacia igual que la de los profetas posteriores, es incuestionable y va modelando la historia. Tanto por su amplitud como por su contenido destacan los versículos sobre Judá y José.

Rubén, como primer hijo de Jacob, encabeza siempre la lista de las tribus. Esto quiere decir que es una tribu muy antigua y que ha tenido, de hecho, mucha importancia. Pero fue decayendo en la época de los Jueces, de manera que, al acabar esta época, desapareció como tribu. Nuestro texto se relaciona con Gn 35,22 en lo sustancial. La causa de su desaparición sería el incesto de Rubén.

La referencia a la venganza de Simeón y Leví contra los siquemitas es también clara (Gn 34), aunque aquí no se alude a la acción de desjarretar toros. La antigüedad de esta tradición se puede constatar porque la tribu de Leví todavía no había adquirido funciones sacerdotales. Como la de Rubén, la tribu de Simeón desapareció pronto, absorbida por la tribu de Judá. Notemos que las palabras «yo los dividiré en Jacob» etc., no las pudo decir Jacob y son, por tanto, un buen juicio de la existencia independiente de los refranes.

El oráculo sobre Judá subraya su preeminencia y parece presuponer el reino davídico y la apertura a perspectivas mesiánicas, del mismo modo que los vv 11 y 12 aluden al retorno de una época paradisíaca. Los dichos sobre Zabulón, Isacar, Dan, Gad, Aser y Neftalí juegan con la etimología del nombre (por ejemplo, Dan = "(Dios) juzga") o se refieren a circunstancias geográficas o históricas.

El refrán sobre José subraya magníficamente su esplendor y potencia, sostenido como está y fortalecido por el Dios de los padres. La bendición, una bendición de fecundidad, es muy antigua. Finalmente, el refrán sobre Benjamín celebra su arrojo y belicosidad.

J. MAS ANTO
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 110 s.


2.- Mt 1, 1-17:

2-1.

VER NAVIDAD VIGILIA LECTURA 3

Par.:/Lc/03/23-38


2-2.

La fiesta de Navidad está ya muy próxima.

Para que nos preparemos de un modo más inmediato a ella la Iglesia la hace preceder de una "octava": ocho días que paso a paso nos conducirán al 25 de Diciembre.

La preparación comienza por la primera página del evangelio según San Mateo.

-Tabla de los orígenes de Jesucristo, Hijo de David, Hijo de Abraham...

El texto griego literalmente, debería traducirse: "Libro de la genealogía de Jesucristo...

Es como el comienzo de una nueva creación... una nueva Biblia que se abre sobre una primera página.

San Pablo dirá explícitamente que Jesús es el "nuevo Adán": es verdad, por El una nueva humanidad entra en génesis, es engendrada.

¿Se puede llegar a decir que es una nueva especie humana que comienza?

-Abraham, Isaac, Jacob, Judá... Jesé, David, Salomón, Roboam... José, María, Jesús...

Una larga lista de nombres.

Muchos son conocidos. Han tenido un lugar en la historia de Israel. Es una especie de resumen de toda esta historia.

Jesús no es el fruto de un azar caído, así, sin saber desde dónde. El se enraiza en un linaje de antepasados concretos: de este modo es un verdadero "hijo del hombre", que participa totalmente de la condición humana, con sus límites y sus particularidades.

Millares de hombres y de mujeres, de padres y de madres, que fueron progenitores han sido necesarios para que un día madurase el fruto último de la humanidad.

Una humanidad nueva nace en Jesús. Y, sin embargo, está en continuidad con todo el resto de la humanidad.

En cuanto a mí, ¿cuál es mi enraizamiento? ¿Qué es lo que debo continuar? ¿Qué es lo que debe nacer de nuevo en mí?

-Tamar, Rahab, Ruth, la mujer de Urías...

Resulta raro encontrar cuatro nombres de mujer en esta lista exclusivamente masculina, y ciertamente choca cuando se sabe quiénes son. No son mujeres ilustres por su santidad, sino más bien una especie de anomalías.

Tamar, que por trampa, tiene un hijo de su propio suegro (Génesis 38, 1-30). ¡Qué historia mas sombría! Rahab, prostituta (Josué 2-6). Ruth, una pagana de tierra extranjera (Rut 4-12). Finalmente Betsabé, la mujer adúltera de David y madre de Salomón (II Samuel 11).

¡Claro está que Mateo tenía una idea en la cabeza al hacer tal selección! Jesús viene a salvar a la humanidad, por gracia.

Y todos los hombres están llamados a esta salvación universal.

¿Estoy convencido de este inverosímil amor gratuito y salvífico que Dios nos tiene?

-Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual fue engendrado Jesús, llamado Cristo o Mesías.

Tal es la finalidad real de esta genealogía. Afirmar de buenas a primeras que Jesús es el "mesías", el esperado por toda la historia de Israel, el "hijo de David". Más que afirmar fuertemente la concepción virginal de Jesús (Mateo 1, 23-25), Mateo ha preferido poner en evidencia cómo José había acogido a Jesús en su linaje, haciéndole así legal y jurídicamente, un "'hijo de David . Estas dos afirmaciones que parecen una contradicción para nosotros occidentales, corresponden completamente a todo lo que sabemos sobre las genealogías entre los semitas.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 42 s.


2-3.

1. La escena del Génesis nos prepara para escuchar luego la genealogía de Jesús.

La salvación futura se perfila de un modo ya bastante concreto en este poema en boca del anciano Jacob que se despide de sus hijos. Es la familia de su hijo Judá la elegida por Dios para que de ella nazca el Mesías. Las imágenes del león y del cetro o bastón de mando, indican que Judá dominará sobre sus hermanos, su tribu sobre las demás.

El anuncio de Jacob se podía entender muy bien como cumplido en David, y luego en Salomón. Pero el pueblo de Israel lo interpretó muy pronto como referido al futuro Mesías.

La linea mesiánica estaría ligada a la tribu de Judá.

Y así, en efecto, aparecerá en Jesús de Nazaret, en quien se cumplen todas las profecías y esperanzas.

El salmo 71, el salmo del rey justo y su programa de gobierno, canta lo que será el estilo del rey mesiánico: la justicia, la paz, la atención preferente a los pobres y humildes. Y además, la universalidad: él será la bendición de todos los pueblos y lo proclamarán dichoso todas las razas de la tierra.

2. J/GENEALOGIA: Mateo empieza su evangelio con la página que hoy leemos (y que volvemos a escuchar en la misa de la vigilia de Navidad, el 24 por la tarde): el árbol genealógico de Jesús, descrito con criterios distintos de los de Lucas, y ciertamente no según una estricta metodología histórica. Mateo organiza los antepasados de Jesús en tres grupos, capitaneados por Abrahán, David y Jeconias (éste, por ser el primero después del destierro).

Esta lista tiene una intención inmediata: demostrar que Jesús pertenecía a la casa de David. Es la historia del «adviento» de Jesús, de sus antepasados.

Pero no se trata de una mera lista notarial. Esta página está llena de intención y nos ayuda a entender mejor el misterio del Dios-con-nosotros cuyo nacimiento nos disponemos a celebrar.

El Mesías esperado, el Hijo de Dios, la Palabra eterna del Padre, se ha encarnado plenamente en la historia humana, está arraigado en un pueblo concreto, el de Israel. No es como un extraterrestre o un ángel que llueve del cielo. Pertenece con pleno derecho, porque así lo ha querido, a la familia humana.

Los nombres de esta genealogía no son precisamente una letanía de santos. Hay personas famosas y otras totalmente desconocidas. Hombres y mujeres que tienen una vida recomendable, y otros que no son nada modélicos.

En el primer apartado de los patriarcas, la promesa mesiánica no arranca de Ismael, el hijo mayor de Abrahán, sino de Isaac. No del hijo mayor de Isaac, que era Esaú, sino del segundo, Jacob, que le arrancó con trampas su primogenitura. No del hijo preferido de Jacob, el justo José, sino de Judá, que había vendido a su hermano.

En el apartado de los reyes, aparte de David, que es una mezcla de santo y pecador, aparece una lista de reyes claramente en declive hasta el destierro.

Aparte tal vez de Ezequías y Josías, los demás son idólatras, asesinos y disolutos. Y después del destierro, apenas hay nadie que se distinga precisamente por sus valores humanos y religiosos. Hasta llegar a los dos últimos nombres, José y María.

Aparecen en este árbol genealógico también cinco mujeres. Las cuatro primeras no son como para que nadie pueda estar orgulloso de que aparezcan en su libro familiar. Rut es buena y religiosa, pero extranjera; Raab una prostituta, aunque de buen corazón; Tamar una tramposa que engaña a su suegro Judá para tener descendencia; Betsabé adúltera con David. La quinta sí: es María, la esposa de José, la madre de Jesús.

Entre los ascendientes de Jesús hay tantos pecadores como santos. De veras los pensamientos de Dios no son los nuestros (Is 55,8). Aparece bien claro que él cuenta con todos, que va construyendo la historia de la salvación a partir de estas personas. Jesús se ha hecho solidario de esta humanidad concreta, débil y pecadora, no de una ideal y angélica. Como luego se pondrá en fila entre los que reciben el bautismo de Juan en el Jordán: él es santo, pero no desdeña de mostrarse solidario de los pecadores. Trata con delicadeza a los pecadores y pecadoras. Ha entrado en nuestra familia, no en la de los ángeles. Será hijo del pueblo. No excluye a nadie de su Reino.

3. a) También la Navidad de este año la vamos a celebrar personas débiles y pecadoras. Dios nos quiere conceder su gracia a nosotros y a tantas otras personas que tal vez tampoco sean un modelo de santidad. A partir de nuestra situación, sea cual sea, nos quiere llenar de su vida y renovarnos como hijos suyos.

Es una lección para que también nosotros miremos a las personas con ojos nuevos, sin menospreciar a nadie. Nadie es incapaz de salvación. La comunidad eclesial nos puede parecer débil, y la sociedad corrompida, y algunas personas indeseables, y las más cercanas llenas de defectos. Pero Cristo Jesús viene precisamente para esta clase de personas. Viene a curar a los enfermos, no a felicitar a los sanos. A salvar a los pecadores, y no a canonizar a los buenos. Esto para nosotros debe ser motivo de confianza, y a la vez, cara a los demás, una invitación a la tolerancia y a una visión más optimista de las capacidades de toda persona ante la gracia salvadora de Dios.

b) I/SANTA-PECADORA: La Iglesia de Cristo puede no gustarnos, pero no podemos escandalizarnos y rechazarla. Es una comunidad frágil, débil, pero encargada de transmitir y realizar el programa de vida de Cristo Jesús. Si antes de Cristo la lista era la que hemos leído, después de Cristo no es mucho mejor: Cristo eligió a Pedro y Pablo, Pablo eligió a Timoteo, Timoteo a... y nuestros padres nos transmitieron la fe a nosotros, que somos frágiles y pecadores, y nosotros la comunicaremos a otros. No es cuestión de mitificar la historia de la salvación ni antes ni después de Cristo. Todos somos pobres personas. Lo que sí tenemos que hacer es aceptarnos a nosotros mismos, y aceptar a los demás, a la Iglesia entera, y reconocer la obra de Dios en todos.

La Navidad la celebraremos mucho mejor si sabemos hacernos solidarios de las personas que Dios ama. La salvación es para todos, para las personas normales, no sólo para las santas y famosas, que hacen obras espectaculares o sorprenden a todos con sus milagros y genialidades. Dios eligió también a personas débiles y pecadoras. Jesús no renegó de su árbol genealógico porque en él encontrara personas indeseables.

O Sapientia

«Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo,
abarcando del uno al otro confín
y ordenándolo todo con firmeza y suavidad:
ven y muéstranos el camino de la salvación»

Todos queremos un corazón lleno de sabiduría, como ya había pedido el joven Salomón al principio de su reinado. Tener sabiduría es ver la historia desde los ojos de Dios.

Pero la sabiduría verdadera es Cristo Jesús, el Verbo (Logos) eterno, la Palabra viviente de Dios, por el que fueron creadas todas las cosas, como nos enseña el prólogo del evangelio de Juan. Al que Pablo llama «sabiduría de Dios» ( I Co 1,24; 2,7). Él es quien nos ilumina y nos comunica su verdad, el Maestro auténtico al que pedimos que venga a enseñarnos el camino de la salvación.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995 . Págs. 72-76


2-4.

Gn 49, 2.8-10: No faltará de Judá el cetro

Salmo 71 (72): Hará justicia a los oprimidos del pueblo

Mt 1-17. Genealogía de Jesucristo hijo de David, hijo de Abraham

El capítulo 49 del Génesis es un texto muy antiguo donde Jacob pronuncia las últimas palabras referentes a su hijos. Entre los doce hijos hay uno que tiene la preeminencia; no es el primogénito, que era Rubén, sino Judá, el cuarto. Judá es el heredero de las promesas. Ha vencido a sus enemigos y por eso sus hermanos le rinden pleitesía. Una familia de esa tribu será la escogida para regir a Israel, y dentro de ella una persona. Pero inclusive más allá de David, el texto apunta a un personaje especial: el Mesías.

El salmo 71 se cantaba con motivo de la coronación del rey y quería describir al rey ideal.

La genealogía de Jesús presentada por Mateo quiere destacar varias cosas. En primer lugar que Jesús es hijo de Abraham al que se le hicieron las promesas; pero, sobre todo, del tronco de David. Para acentuar la ascendencia davídica Mateo recurre a un artificio. La genealogía está dividida en tres bloques de catorce personas. Para los judíos los números tienen un simbolismo especial. Aquí catorce indica a David, porque es el resultado de sumar el valor numérico de las letras que componen el nombre de David en hebreo.

Mateo quiere decirnos cómo Jesús está profundamente enraizado en nuestra historia. El no es como alguien que desciende en paracaídas, sino que es el culmen de la historia humana. El se ha unido con el ser humano y no con el más limpio y representativo, sino con una familia que entre sus antepasados tiene no sólo personajes famosos e ilustres, sino también criminales y pecadores de toda laya. Aun las mujeres nombradas -cosa extraordinaria pues la mujer casi nunca aparece mencionada en las genealogías- ostentan un título no muy recomendable. Entre ellas hay incestuosas como Tamar, prostitutas como Rahab, adúlteras como Betsabé; la única que no tiene nada reprensible es Rut, pero que pertenecía a un pueblo cordialmente odiado por los israelitas, Moab. Jesús no teme asumir esta genealogía porque él ha venido a salvar a todos hombres y mujeres.

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2-5.

Gn 49, 2.8-10: El texto nos evoca una escena familiar. El papá ya viejo reúne a sus hijos para darles la bendición antes de morir. Es como el testamento legado a sus hijos. En Israel estas bendiciones eran efectivas. Vemos a Jacob en este ceremonial doméstico, rodeado de sus hijos. El texto se detiene en las palabras dedicadas a Judá. El nombre de Judá (YeHuDa) significa: "a ti te alabarán". El verso 10 promete que el cetro de mando "no se apartará de sus piernas", para significar que por Judá se continuará la descendencia davídica, "Hasta que venga aquel a quien pertenece". Esta última parte está traducida de la vulgata latina: "hasta que venga el que ha de ser enviado". El sentido propio es : "hasta que le sea traído el tributo"; pero la tradición y la liturgia le han atribuido a estas palabras resonancia mesiánica.

Mt 1, 1-17: Mateo comienza su evangelio imitando la genealogía del Génesis (5; 10; 36). Como en el Génesis quienes engendran son los varones, la lista es artificiosa y tiene tres segmentos, cada uno con dos septenarios (14 nombres). Se mencionan cuatro mujeres: Tamar (Gen 38), que dio todo para no perder las bendiciones divinas. Rahaba, prostituta de Jericó (Jos 2); Rut, otra extranjera de Moab, y Betsabé, adúltera madre de Salomón. La lista termina en José y una quinta mujer: María, madre de Jesús el Mesías. Hay que resaltar cómo la ascendencia de Jesús va por la línea del pecado, la prostitución y el adulterio, y por la línea de la marginación: mujeres extranjeras. Así, Jesús se arraiga en la humanidad al cabo de una historia marcada por el pecado, pero también por la esperanza. Todos somos solidarios de Cristo, primero por la sangre y luego por la fe.

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2-6. CLARETIANOS 2002

He aquí el libro de familia de Jesucristo. El evangelio demuestra el realismo de la encarnación. Dios de carne y hueso, hecho hombre, con un entronque real en la historia de hombres y mujeres con pasado y biografía. El ambiente navideño reinante nos puede hacer creer que estas fiestas son el recuerdo de un mito. El evangelio de hoy prueba lo contrario. El hijo de Dios entra en la historia humana no como un extraterrestre sino como un hombre verdadero. Su nacimiento es el futuro del pasado. Su vida será el presente del futuro hasta nuestros días.

El libro de familia fue construido con una exactitud cabalística: catorce generaciones, múltiplo de siete, en tres fases, tres como número perfecto. La pasión judía por el siete y el tres, nos habla de la perfección de la historia previa a Jesús hasta llegar a su nacimiento. Pero los nombres muestran que no todo fue una historia de bondades. Un adulterio, una prostituta de oficio Rahab y una ocasional: Tamar. Estos puntos negros muestran que Dios no hace ascos a la limitación de la historia humana. Todos tenemos en nuestra familia algún blasón, un pariente cuya historia es mejor olvidar, un antepasado menos noble. Jesús fue uno de los nuestros pero, al final de la genealogía hay un salto significativo: el caso de José. No se dice de él que engendró a Jesús, sino que era el esposo de María, de la cual nació Jesús. La historia de da un salto, y busca la colaboración de una carne de mujer, pero parece reservarse la iniciativa de la paternidad. Dios juega con la historia humana desde dentro pero, al final se reserva su propia iniciativa sorprendente y misteriosa. Mirémosle así, uno de los nuestros, pequeño entre los grandes, extendiendo su historia hasta la nuestra, amándola con todas sus consecuencias.

Pedro Sarmiento cmf
(ciudadredonda@ciudadredonda.org)
 


2-7. 2001

COMENTARIO 1

Con esta genealogía se inserta el Mesías en la historia. Hombre entre los hombres. Solidaridad: su ascendencia empieza con la de un idólatra conver­tido (Abrahán) y pasa por todas las clases sociales: patriarcas opu­lentos, esclavos en Egipto, pastor llegado a rey (David), carpintero (José).

Aparte María su madre, de las cuatro mujeres citadas, Tamar se prostituyó (Gn 38,2-26), Rut era extranjera, Rahab extranjera y prostituta (Jos 2,1), Betsabé, «la de Urías», adúltera (2 Sm 11,4). Ni racismo ni pureza de sangre, la humanidad como es.

En Jesús Mesías va a culminar la historia de Israel. La genea­logía se divide en tres períodos de catorce generaciones, marcados por David y por la deportación a Babilonia. La división en gene­raciones no es estrictamente histórica, sino arreglada por el evangelista para obtener el número «catorce» (valor numérico de las letras con que se escribe el nombre de David), estableciendo al mismo tiempo seis septenarios o «sema­nas» de generaciones. Jesús, el Mesías, comienza la séptima semana, que representa la época final de Israel y de la humanidad. La octava será el mundo futuro. Con la aparición de Jesús Mesías da comienzo, por tanto, la última edad del mundo.

«Engendrar», en el lenguaje bíblico, significa transmitir no sólo el propio ser, sino la propia manera de ser y de comportarse. El hijo es imagen de su padre. Por eso, la genealogía se interrum­pe bruscamente al final. José no es padre natural de Jesús, sino solamente legal. Es decir, a Jesús pertenece toda la tradición an­terior, pero él no es imagen de José; no está condicionado por una herencia histórica; su único Padre será Dios, su ser y su ac­tividad reflejarán los de Dios mismo. El Mesías no es un producto de la historia, sino una novedad en ella. Su mesianismo no será davídico (cf. 22,41-46).

Mateo hace comenzar la genealogía de Jesús con los comienzos de Israel (Abrahán) (Lc 3, 23-38 se remonta hasta Adán). Esto corresponde a su visión teológica que integra en el Israel mesiánico a todo hombre que dé su adhesión a Jesús. La historia de Israel es, para Mateo, la de la humanidad.

El hecho de que Abrahán no lleve patronímico y, por otra parte, se niegue la paternidad de José respecto de Jesús, puede indicar un nuevo comienzo. Así como con Abrahán empieza el Israel étnico, con Jesús va a empezar el Israel universal, que abarcará a la hu­manidad entera.


El Mesías salvador nace por una intervención de Dios en la historia humana. Jesús no es un hombre cualquiera. El significado primario del nacimiento virginal, por obra del Espíritu Santo, hace aparecer esta acción divina como una segunda creación, que supera la descrita en Gn 1,lss. En la primera (Gn 1,2), el Espíritu de Dios actuaba sobre el mundo material (“El Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas”); ahora hace culminar en Jesús la creación del hombre. Esta culminación no es mera evolución o desarrollo de lo pasado; por ser nueva creación se realiza mediante una intervención de Dios mismo.

Puede aún compararse Mt 1,2-17 y 1,18-25 con los dos relatos de la creación del hombre. En el primero (Gn 1,1-2,3) aparece el hombre como la obra final de la creación del mundo; en el segun­do (Gn 2,4bss) se describe con detalle la creación del hombre, se­parado del resto de las obras de Dios. Así Mateo coloca a Jesús, por una parte, como la culminación de una historia pasada (genealogía) y, a continuación, describe en detalle el modo de su concepción y nacimiento, con los que comienza la nueva humanidad. Jesús es al mismo tiempo novedad absoluta y plenitud de un proceso his­tórico.

La escena presenta tres personajes: José, María y el ángel del Señor, denominación del AT para designar al mensajero de Dios, que a veces se confunde con Dios mismo (Gn 16,7; 22,11; Ex 3,2, etc.).


COMENTARIO 2

Tal vez ya no somos tan aficionados a las genealogías, escasamente sabemos el nombre de nuestros abuelos, muy difícilmente el de nuestros bisabuelos. Sin embargo en algunas circunstancias es conveniente, y hasta necesario, saber el nombre de los antepasados. Pensemos en los que tienen pretensiones nobiliarias o cosas por el estilo. En el AT son muy comunes las genealogías, especialmente en el Pentateuco y en los libros narrativos. Por medio de ellas se legitima a los caudillos, se justifican los privilegios de un grupo o de un individuo, se llenan vacíos en el transcurso histórico, cuando no se tienen más datos. Mateo abre su evangelio con la genealogía de Jesús: "hijo de David, hijo de Abrahán", es decir, miembro del pueblo santo de Israel que nació del Patriarca Abrahán, y Mesías o ungido de Dios para la realeza sobre su pueblo por ser descendiente de David. El que comience a leer el evangelio de san Mateo sabe a qué atenerse respecto de la identidad de su protagonista.

El evangelista ha construido su genealogía con mucho arte. Agrupó a los antepasados en tres grupos de catorce generaciones cada uno, según tres períodos muy importantes de la historia de salvación: de Abrahán a David, de David a la deportación o destierro a Babilonia y del destierro a Jesús. Para que le salieran tan bien las cuentas tuvo que eliminar algunos de los eslabones de la cadena genealógica que conocemos porque de ellos se habla en el AT. Introdujo el nombre de cuatro mujeres que de manera extraordinaria entraron en la línea de los ascendientes del Mesías: se trata de Tamar, la nuera de Judá que tuvo un hijo de su propio suegro; Rahab la prostituta de Jericó que mereció ser preservada del exterminio por hospedar a los espías de Josué; Rut, una extranjera moabita que en circunstancias novelescas llegó a ser antepasada del rey David; y "la que fue mujer de Urías", Betsabé, raptada por David, que la hizo madre del rey Salomón. ¿Por qué menciona precisamente a estas mujeres y no a las grandes madres de Israel? ¿Por pecadoras? No queda claro que todas lo hayan sido, y no más que la cantidad de hombres de la lista. ¿Por extranjeras? Tampoco parecen serlo todas. En todo caso su presencia anticipa la de María, la madre virginal de Jesús que les es solidaria por su condición de mujer, precisamente.

El que va a nacer viene de Dios y viene de la humanidad. Eso nos quiere decir Mateo con su genealogía.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


2-8. 2002

La conciencia de pertenencia a una misma familia universal y las particularidades peculiares de ser individuo de un pueblo y de una nación determinada se vive muchas veces en dolorosa tensión. La Humanidad parece oscilar entre un rebrote de racismo que ve como amenaza la presencia del extranjero y una globalización que lleva a imponer a toda la Humanidad un modelo único, el "occidental" en lo económico, social y político. Esta perspectiva no puede dejarse de lado al abordar los textos que se nos presentan este primer día de la preparación inmediata a la Navidad.

Mt 1,1-17 inicia su evangelio colocando una larga lista de nombres que está íntimamente ligada a una unidad que se prolonga a lo largo del así llamado "evangelio de la infancia" (Mt 1-2) y, aún más allá de él, con la predicación de Juan, el bautismo, la tentación y el traslado de Jesús a Cafarnaún, que concluye en un "cumplimiento" explícitamente señalado en 4,14-16. Sólo entonces se puede iniciar la narración de la predicación de Jesús con una frase solemne "desde entonces Jesús comenzó a..." que volverá a ser retomada en 16,21.

En este bloque, el primer elemento que aparece en el horizonte del evangelista es el acercamiento a la "generación" o a "la historia" de Jesús. Con dicho elemento se trasparenta una alusión implícita pero indudable a las "generaciones o historias" del libro del Génesis (2,4; 5,1; 10,1;11,10.27 etc.).

La bendición divina actuante en los patriarcas es, por tanto, origen de la historia de Jesús. Pero a diferencia de la lista de hijos de los patriarcas, Mt 1,1 transmite en primer lugar una referencia a dos antepasados de Jesús: David y Abraham.

Con David se es sensible a la particularidades, esperanzas y expectativas de un pueblo determinado. A continuación, Mt 1,2-16 articula la lista de nombres a partir de los acontecimientos decisivos en la historia de ese pueblo que configuraron su organización en relación con la realeza. Según esto encontramos dos interrupciones de la cadena genealógica en los v. 6 y 11: "Jesé, padre del rey David" (v. 6) y "cuando la deportación a Babilonia" (v. 11). La importancia de ambas informaciones se retoma en el v. 17: "las generaciones desde Abrahán a David fueron en total catorce... desde David hasta la deportación catorce, y desde la deportación a Babilonia hasta el Mesías, catorce".

Sin embargo, este horizonte particular no se cierra totalmente a las preocupaciones universales. Ya la mención de Abrahán del primer versículo incluye la extensión universal de la bendición (cf. Gn 12,1-3) y este interés por la bendición universal se retoma a continuación, gracias a la mención sorprendente de cuatro mujeres, que tienen de común el estar situadas al margen del pueblo por su condición de extranjeras o por su cercanía a lo extranjero. Tamar es cananea como se desprende de la historia de Gen 38; igualmente cananea es Rahab; Rut es moabita, y la cuarta aparece como la mujer de un hitita, Urías. Con ellas, la historia del pueblo siempre se encuentra abierta a una dimensión universal.

El Reino de Dios esperado para su concreción, por tanto, es deudor a no sólo a la línea masculina y nacional que transmite la bendición sino a la actuación de presencias femeninas que no pertenecen totalmente al pueblo.

Todas estas figuras femeninas están marcadas por la debilidad. Su actuación se sitúa más allá de los criterios normales de aplicación de la ley o manifiestan su debilidad frente a ella. Dicha debilidad se origina o desde su misma condición de mujer, desde su condición de refugiada o desde sus comportamientos negativos. Y estas perspectivas abren el camino para el problema de relación entre las dimensiones universales y particulares de la bendición.

La bendición está ligada al señorío de Dios que debe ejercerse sobre la historia de un pueblo concreto, pero este ejercicio de señorío está en profunda conexión con la presencia de la debilidad que asocia al pueblo a otros pueblos. Los efectos de la deportación a Babilonia actuantes en el presente de Israel pertenecen a la misma condición que vivieron aquellas mujeres. El advenimiento del Mesías y la concreción del Reino de Dios puede abrirse camino desde esa situación de debilidad y no en el diálogo con los imperios de los fuertes. Y esto significa que sólo se puede hacer manifiesta la bendición divina, abrazando la causa de los débiles y marginados.

Hoy como ayer estos débiles y marginados asumen la forma de un refugiado, la forma de una mujer o unen ambas situaciones. De ellos depende la presencia del señorío de Dios y de su Mesías en esta Navidad que preparamos.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


2-9. 2003

Esta primera lectura tomada del Génesis nos habla de las bendiciones de Jacob que se dirigen no a sus hijos, sino a las doce tribus de Israel que llevarán sus nombres. Estas tribus tendrían en lo sucesivo suertes muy desiguales. La bendición de Jacob es como una manera de afirmar que esos destinos eran conocidos de Dios desde tiempos remotos y eran parte de su plan de salvación que beneficia a todos, pero no da lo mismo a todos.

Las dos tribus de Judá y de José dominan el reparto. Al parecer, esta antigua profecía quería decir que Judá iba a vivir aparte de los demás hasta que viniera Aquel a quien los pueblos obedecerían. Pero este texto ha sido maltratado y es dudoso. ¿Se quería sólo celebrar la venida del rey David, o era el anuncio de un gran destino para el reino de Judá, o se trataba de la espera de un rey salvador? De hecho, los reyes del pueblo de Dios, y Jesús después de ellos, salieron de esa tribu. Judá es considerado aquí como el heredero de las promesas hechas a Abraham y a Jacob.

Así mismo el evangelio de Mateo en sus primeros dos capítulos nos entrega lo que podríamos llamar “el evangelio de la infancia de Jesús”, que consta de estos temas: “Jesús llamado el Cristo” (1,16.18), salvador de su pueblo (1,21), Rey de lo judíos (2,2), adorado por los magos (2,11), pero desconocido y rechazado por las autoridades de su pueblo (2,13-23). No es que la infancia de Jesús se presente aquí con un gran contenido doctrinal; es más bien todo el evangelio de Mt el que desde su inicio nos hace explícito el tema central de su contenido: “Evangelio de la realeza y del sufrimiento ignominioso de Cristo Jesús”.

El texto de Mt que reflexionamos hoy forma parte de los cuatro breves relatos que nos presentan sucesivamente la “genealogía” de Jesús (1,1-17), su nacimiento (1,18-25), la visita de los magos (2,1-12), la huida a Egipto, la matanza de los niños de Belén, la vuelta de Egipto y el establecimiento en Nazaret (2,13-23). Estos cuatro relatos tienen una coherencia literaria y doctrinal; el estilo y las ideas son de una uniformidad innegable. No se trata de una introducción histórica en el sentido moderno de la palabra, ya que no se dice nada de las circunstancias generales, ni de las necesidades religiosas que preparan, envuelven o explican la aparición de Jesús cuyo medio familiar y espiritual apenas queda indicado. La genealogía de Mt hace resaltar la actividad creadora de Dios a lo largo de las generaciones israelitas.

Mateo vincula el nacimiento de Jesús a la historia entera de su pueblo, resumida y sabiamente caracterizada en la “genealogía”. Después pone constantemente su relato en relación con las escrituras judías del AT, introduciendo su tema favorito del “cumplimiento” de estas escrituras en la historia de Jesús (1,22; 2,5.15.17.23). En fin, desde el comienzo de su narración hace aparecer las implicaciones públicas, políticas e incluso internacionales de este nacimiento.

La genealogía de Mt hay que considerarla como una composición literaria que expresa la fe del cristianismo primitivo. Este es un género literario muy propio del Antiguo Testamento y de la corriente sacerdotal, a través del cual el escritor liga el personaje en el que está interesado a toda la historia anterior. Esto lo hace porque ve en el personaje de su relato la expresión simbólica que recoge el sentido de toda la historia vivida hasta el momento. Esto indica que para Mt Jesús es la clave desde donde hay que mirar toda la historia anterior.

Esta genealogía comprende tres ciclos de dos veces siete generaciones, las cuales corresponden a los tres períodos de la historia de Israel: de Abraham a David, de Salomón al destierro, del destierro a Jesús. El número 7 desempeña un papel determinante en ella; 14 es el valor numérico de David. Para permanecer fiel a esta cifra Mt ha pasado en silencio tres generaciones entre Jorán y Ozías. “Nos encontramos en presencia de una lista intencionalmente fundada sobre una cifra determinada. Su único fin es mostrar que Jesús, descendiente de David y de Abraham, es el depositario de la promesa hecha al patriarca y el nuevo David (Gal 3,16). Puesto al fin de una serie de 6 veces siete generaciones, inaugura, con el comienzo de la séptima serie, la plenitud de los tiempos”

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


2-10. DOMINICOS 2003

Se inicia el octavario de preparación para la Navidad

Entramos en la octava preparatoria del nacimiento del Hijo de Dios, hecho hombre por amor al hombre, y para salvarlo. La Liturgia, que venía haciendo lectura continuada de Isaías y Mateo, introduce en las Vísperas del Oficio Divino, a partir del día 17, unas antífonas llamadas “mayores” que dan el tono a las celebraciones.

Nosotros, a partir de hoy, cada día, sin alterar el orden de la exposición, pondremos en el frontispicio de esta página la primera línea de dicha antífona, y a continuación desarrollaremos las correspondientes reflexiones o meditaciones prenavideñas.

La antífona de hoy reza así:

¡OH SABIDURÍA que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín y ordenándolo todo con firmeza y suavidad, ven y muéstranos el camino de la salvación.

Este es un momento adecuado para despertar la fe y la esperanza. Lo es también para hablar de María, Virgen de la Esperanza, y de la intensidad con que debemos vivir el preludio de la Navidad, gran sinfonía de la recreación y salvación del mundo.

En cuanto a las lecturas, hoy comenzaremos el octavario escuchando la bendición y augurios de futuro que Jacob dedica a sus hijos-tribus, abriendo camino a la descendencia de la que nacerá Jesús, y conociendo la genealogía del Señor.


La Luz de la Palabra de Dios
Libro del Génesis 49, 2.8-10:
“En aquellos días, llamó Jacob a sus hijos y les dijo: reuníos, que os voy a contar lo que va a suceder en el futuro. Agrupaos y escuchadme, hijos de Jacob, oíd a vuestro padre Israel:

Tú, Rubén, mi primogénito, mi fuerza y primicia de mi virilidad..., tú no serás de provecho. Vosotros, Simeón y Leví, hermanos, vosotros seréis mercaderes en armas criminales... A ti, Judá, te alabarán tus hermanos; pondrás la mano sobre la cerviz de tus enemigos; se postrarán ante ti los hijos de tu padre. ¿Judá? Es un león agazapado... No se alejará de Judá el cetro, ni el bastón de mando de entre sus rodillas... Zabulón, habitarás junto a la costa... Tú, Isacar, parecerás un asno robusto..., y tú,Dan, una culebra junto al camino... A ti, Gad, te atacarán los bandidos y tú los atacarás por la espalda... El grano de Aser será sustancioso... Neftalí será una cierva suelta..., José, un potro salvaje..., y Benjamín, un lobo rapaz...”

Evangelio según san Mateo 1, 1-17 :
“Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán.

Abrahán engendró a Isaac, Isaac a Jacob, Jacob a Judá y sus hermanos... David, de la mujer de Urías, engendró a Salomón, Salomón a Roboam...; y Josías engendró a Jeconías y sus hermanos, cuando el destierro de Babilonia. Después del destierro, Jeconías engendró a Salatiel..., y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. Las generaciones de Abrahán a David fueron en total catorce; desde David hasta la deportación, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta el Mesías, catorce”.


Reflexión para este día
Augurios y bendiciones
La bendición de Jacob a sus hijos, tal como aparece en la primera lectura, se corresponde con una tradición bíblica. Según ella, cuando la muerte está próxima, el padre debe augurar a sus hijos un determinado futuro, sea éste afortunado o desafortunado.

A juzgar por los rasgos propios del capítulo aludido del Génesis (c. 49), pensamos que el pasaje de la bendición del moribundo Jacob pudo redactarse en tiempo de Isaías, y que en él se recoge el estado en que se encontraban históricamente las tribus de Israel con sus gracias y desgracias.

Nótese cómo en el texto se enaltece a Judá, pues le otorga cetro y afirma que tal cetro ya no se apartará de él. Esas palabras y vaticinio son un anuncio-profecía de que de esa tribu, por mediación de David, nacerá al final de los tiempos el Mesías. Tal es el motivo de que hoy se nos ofrezca en la liturgia de la palabra.

Nótese también cómo, de acuerdo con esa tradición dinástica, en el Evangelio de Mateo se construye una genealogía en la que, salvas algunas realidades históricas, no se busca tanto fijar con precisión las generaciones, desde Abrahán a Jesús , como presentar al hombre nuevo, Jesucristo, en su sangre, raza, tribu, ascendencia, plenitud de la historia. La clave teológico-histórica está en que se establece cual fue la relación del Hijo de Dios e Hijo del hombre con los depositarios de las promesas mesiánicas.


2-11. CLARETIANOS 2003

María - el Espíritu… y José también

Esta es la última semana de Adviento. Dentro de siete días celebraremos el nacimiento de Jesús. La liturgia se hace más densa, más expectante. Una figura sobresale: María, la madre de Jesús. Escuchemos.

Podría parecer un evangelio sin interés. ¿Qué nos interesan –pensará alguno- tantos nombres, tanta insistencia en el mismo verbo “engendró”, “engendró”, “engendró”? Incluso alguien manifestará su extrañeza al ver en una lista tan enorme de antecesores la escasa presencia de las mujeres que son las que auténticamente “engendran”.

Jesús es hijo de María, pero también es hijo de un pueblo, de una gran tradición viva e incluso biológica. En aquella mentalidad, toda la responsabilidad de la generación recaía en los varones. ¡Eran ellos los que engendraban! ¡Eran ellos los que ponían el nombre al hijo! ¡Eran ellos los que transmitían de generación en generación la bendición de Dios! A través de ellos llegará el Mesías.

Lo sorprendente de esta cadena de generaciones es que precisamente en el último eslabón, cuando aparece José, hijo de Jacob y esposo de María, José queda excluido totalmente del origen de Jesús y con él toda la lista que le precede. Sóla María se convierte en fuente de Jesús. ¡Sin José! ¡Sola ella y el Espíritu Santo! “De Spiritu Sancto ex Maria virgine” (proclamamos en el Credo). El varón es excluido en la encarnación del Hijo de Dios. ¿Cómo se recupera el valor de la gran genealogía? ¿Cómo Jesús conecta con esta tradición que le precede? La figura de José tiene la clave. Él es el esposo de María. Él es el que impone el nombre al Hijo de María. De este modo, lo asume como propio suyo, quien asumió a María como esposa. José es para Jesús un padre espiritual que le transmite la gran tradición del pueblo, y hace de Jesús un hijo espiritual del pueblo de Israel.

La mujer adquiere un gran protagonismo. Movida por el Espíritu de Dios se convierte en fuente santa, en Madre. Lo que Dios hizo con otras mujeres del pueblo de Dios, lo hace ahora con María, de la forma más sublime. Ella es la nueva Tamar, Rahaj, Betsabé y Rut. Acogida por pura gracia. Fuente del Hijo de Dios por pura gracia.

Cuando Dios quiere hacer su voluntad, nada ni nadie se opone a su querer. Por eso, hay que confiar ciegamente en nuestro Dios. Porque él guía nuestros pasos, si somos dóciles a lo que su Espíritu nos inspira.

José Cristo Rey García Paredes
 (jose_cristorey@yahoo.com)


2-12.

Reflexión

San Mateo inicia su Evangelio con la Genealogía de Cristo para indicarnos que él es el Mesías anunciado desde Abraham y que es verdaderamente humano. Cada periodo de 14 años nos presenta una etapa de la historia de la salvación en medio de la cual Dios fue construyendo esta misma historia. Dios se mete en nuestra historia de manera total, se hace hombre, se encarna para tomar parte de las realidades humanas (menos del pecado) y desde ahí proponer un estilo de vida. Jesús no fue una teoría sino una instrucción práctica del amor de Dios. Dios está en nuestra historia personal. El problema es que algunos no le permitimos actuar con libertad y por ello nuestra vida se complica. Dios no es una idea es una persona encarnada, por ello el cristianismo no es una filosofía sino un estilo de vida. Vivámoslo esta Navidad y siempre.

Que pases un día lleno del gozo de Jesús.

Como María, todo por Jesús y para Jesús.

Ernesto María Caro, Sac.


2-13. Genealogía del Salvador

Autor: P. José Rodrigo Escorza

Reflexión

¿Quién no recuerda el reloj – aquel calendario en lo alto de la Torre Eiffel – anunciando los días y las horas que restaban para el fin de siglo y de milenio? Y cada vez que se lanza un nuevo cohete espacial se produce una “cuenta atrás” que es seguida por cientos de personas que han trabajado durante meses, quizás años en el proyecto. Son ejemplos que pueden servirnos para hablar de la “cuenta atrás” por excelencia en la historia entre Dios y los hombres. La genealogía de Jesús es un resumen, hora a hora, del tiempo desde la creación, en su ir transcurriendo hasta llegar a “su plenitud”. La hora “cero”, la hora de Jesús el Mesías había llegado y los evangelistas, como buenos reporteros, nos la ilustran.

Hay que poner los relojes en “hora” para celebrar en su justo momento el final de una cuenta atrás. Pero, ¿a que nos sirve a nosotros que hemos venido después del gran advenimiento de la venida del Señor? No olvidemos que el Señor ha de volver. Tan clara era esta conciencia de la segunda venida de Jesucristo, que muchos de los primeros discípulos creían que era algo inminente. Han pasado dos mil años y “esperamos su gloriosa venida” que se producirá al final de los tiempos. Mientras tanto, la vida litúrgica, año a año, nos ofrece la posibilidad de revivir esta “cuenta atrás” en la vivencia de los misterios de la vida de Jesucristo, sobre todo de su nacimiento, pasión y resurrección - ascensión a los cielos. No es un mero recordatorio, como podrían ser la celebración de un cumpleaños o aniversario. Porque la presencia real de Jesucristo entre nosotros nos introduce en el misterio del tiempo y de la eternidad. Y en cada celebración eucarística se tiende un puente estas dos dimensiones.

Dios se hace más presente en mi corazón si lo recibo con mejores disposiciones, si soy más consciente que Él viene esta Navidad, que sufre en su Pasión, y al fin Resucita glorioso. La liturgia es un medio maravilloso para vivir profundamente este misterio por el que cada uno puede renovar con Jesús aquello mismo que sucedió hace dos milenios. No hay tiempo para Dios. Nuestras “cuenta atrás” para esta Navidad, por ejemplo, serán únicas, no habrá otra igual... porque es por dentro, en el reloj de nuestras almas, donde se marca el pulso de nuestro tic-tac de cara a Dios.


2-14. Comentario: Rev. D. Vicenç Guinot i Gómez (Sitges-Barcelona, España)

«Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham»

Hoy, en la liturgia de la misa leemos la genealogía de Jesús, y viene al pensamiento una frase que se repite en los ambientes rurales catalanes: «De Josés, burros y Juanes, los hay en todos los hogares». Por eso, para distinguirlos, se usa como motivo el nombre de las casas. Así, se habla, por ejemplo: José, el de la casa de Filomena; José, el de la casa de Soledad... De esta manera, una persona queda fácilmente identificada. El problema es que uno queda marcado por la buena o mala fama de sus antepasados. Es lo que sucede con «el Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham» (Mt 1,1).

San Mateo nos está diciendo que Jesús es verdadero Hombre. Dicho de otro modo, que Jesús —como todo hombre y como toda mujer que llega a este mundo— no parte de cero, sino que trae ya tras de sí toda una historia. Esto quiere decir que la Encarnación va en serio, que cuando Dios se hace hombre, lo hace con todas las consecuencias. El Hijo de Dios, al venir a este mundo, asume también un pasado familiar.

Rastreando los personajes de la lista, podemos apreciar que Jesús —por lo que se refiere a su genealogía familiar— no presenta un “expediente inmaculado”. Como escribió el Cardenal Nguyen van Thuan, «en este mundo, si un pueblo escribe su historia oficial, hablará de su grandeza... Es un caso único, admirable y espléndido encontrar un pueblo cuya historia oficial no esconde los pecados de sus antepasados». Aparecen pecados como el homicidio (David), la idolatría (Salomón) o la prostitución (Rahab). Y junto con ello hay momentos de gracia y de fidelidad a Dios, y sobre todo las figuras de José y María, «de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo» (Mt 1,16).

En definitiva, la genealogía de Jesús nos ayuda a contemplar el misterio que estamos próximos a celebrar: que Dios se hizo Hombre, verdadero Hombre, que «habitó entre nosotros» (Jn 1,14).


2-15. La navidad junto a José

I. Era José, como María, de la casa y familia de David (Lucas 2, 4), de donde nacería el Mesías, según había sido prometido por Dios. Jesús fue empadronado en la casa real por medio de José, y también será el encargado, según el mandato recibido de Dios: tú le pondrás por nombre Jesús (Mateo 1, 21). Dios había previsto que su Hijo naciera de la Virgen, en una familia como tantas otras, indefenso y necesitado de un padre que lo protegiera y le enseñara lo que todos los padres enseñan a sus hijos. En el cumplimiento de su misión de custodio de la Virgen y de padre de Jesús habría de estar toda la esencia de la vida de José y su último sentido. Cuando el Ángel le reveló el misterio de la concepción virginal de Jesús, aceptó plenamente su vocación como cabeza de la Sagrada Familia. Su felicidad fue entender lo que Dios quería de él, y hacerlo fielmente. Hoy lo vemos junto a la Virgen esperando a su Hijo, y hacemos el propósito de vivir también nosotros la Navidad cerca de José.

II. El amor de José a la Virgen fue un amor limpio, delicado, profundo, sin mezcla de egoísmo, y fue para Jesús un padre amoroso, cuidando del Niño como le había sido ordenado. Hizo de Jesús un artesano, le transmitió su oficio. Jesús debía parecerse a José en el modo de trabajar, en rasgos de su carácter, en su modo de sentarse a la mesa y de partir el pan, en su gusto de exponer la doctrina de una manera concreta. Esperamos la Navidad de la mano de José. Él sólo nos pide sencillez y humildad para contemplar a María y a su Hijo. Los soberbios no tienen entrada en la gruta de Belén.

III. José fue el primero, después de María de contemplar al Hijo de Dios hecho Hombre. Nadie ha experimentado jamás la felicidad de tener en sus brazos al Mesías, que en nada se distingue de cualquier niño. Si tratamos a José en estos pocos días que faltan para la Navidad, él nos ayudará a contemplar ese misterio inefable del que fue testigo silencioso: a María que tiene en sus brazos al Hijo de Dios hecho Hombre. José, después de la Virgen, es la criatura más llena de gracia. ¡Cómo agradecería Jesús todos los desvelos y atenciones que José tuvo con Él y con la Virgen! Hoy le pedimos al Santo Patriarca que nos haga sencillos de corazón para saber tratar a Jesús Niño.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


2-16. 2003

LECTURAS: GEN 49, 2. 8-10; SAL 71; MT 1, 1-17

Gen. 49, 2. 8-10. La salvación ha llegado a nosotros mediante un descendiente de la tribu de Judá: Jesús, Hijo de Dios e Hijo del Hombre. Ya Jacob (Israel) había bendecido a su hijo Judá diciéndole: Has vuelto de matar la presa, hijo mío, y te has echado a reposar como un león. ¿Quién se atreverá a provocarte? Por medio de su Hijo, Dios se ha levantado victorioso sobre el autor del pecado y de la muerte, la serpiente antigua o Satanás. Jesús, después de cumplir su misión, ha vuelto victorioso a la Gloria del Padre, para sentarse como Rey con todo el Poder que se le ha dado en el cielo y en la tierra. Quienes pertenecemos a Él no podemos nuevamente encadenar nuestra vida a la maldad, sino que hemos de hacer nuestra su victoria y permanecer firmemente afianzados en el bien, no por nuestras débiles fuerzas, sino por la Fuerza que nos viene de la presencia del Espíritu Santo en nosotros. No dejemos que el poder salvador de Dios pierda su fuerza en nosotros, no permitamos que se aparte de nosotros el Señor, sino que permanezcamos en su amor obedeciendo en todo sus mandatos, pues en esto Dios se complace y le hace contemplarnos como a sus hijos muy amados.

Sal. 71. Dios nos ha hecho partícipes de su misma Vida y de su mismo Espíritu. Tomando Él posesión de nuestro propio ser, Él quiere continuar haciendo su obra de salvación para todos los pueblos, por medio de su Iglesia. Por eso debemos meditar a profundidad su Palabra para que, conociendo cómo nos amó el Señor, vivamos conforme a sus enseñanzas. A nosotros corresponde, por tanto, continuar proclamando por todas partes el Evangelio. No podemos sentarnos dentro de los recintos sagrados esperando que otros vengan a escuchar al Señor y a comprometerse con Él. Debemos salir, incluso a los cruces de los caminos, debemos ir por los camino más escarpados en busca de las ovejas que se han descarriado. Debemos escuchar la voz de los pobres acercándonos a ellos, caminando con ellos. Cuando sepamos amar como Cristo nos ha amado, entonces nos preocuparemos del bien de todos los hombres, entonces defenderemos a los pobres, haremos justicia a los oprimidos injustamente, haremos que florezca la justicia y que siempre reine la paz, pues nuestra vida, la vida de la Iglesia, por la presencia del Señor en ella, se convertirá en una bendición para el mundo entero.

Mt. 1, 1-17. Jesucristo, el Ungido de Dios, el Hijo de Dios que al mismo tiempo es Hijo del Hombre, descendiente de David, es el motivo por el cual se escribe este Evangelio. No se cierran los ojos ante los antepasados del Mesías con toda su miseria, pues, por ejemplo, se nos recuerda el asesinato cometido por David en contra de Urías. Pero Jesús no es sólo descendiente de Abraham, patriarca antepasado de Israel, sino que es también descendiente de toda la humanidad representada en Rut, la Moabita. ¿Por qué se pone Asaf (autor de algunos salmos) en lugar de verdadero nombre de ese Rey: Asa? ¿Por qué, siendo fieles al original, se escribe Amós (uno de los profetas) en lugar de Amón? Sabemos que Mateo constantemente recurrirá a la Escritura para demostrarnos que Jesús es el Ungido de Dios, pues en Él se cumplieron los salmos y los profetas y, probablemente desde el principio, artificiosamente nos los está dejando en claro. Tal vez nuestros orígenes humanos sean demasiado sencillos y humildes. Pero no podemos dejar de mencionar nuestro nombre diciendo: Hijo de Dios y Hermano de Jesucristo. ¿Habrá linaje más digno de aquel al que pertenecemos? Tal vez nuestro propio pasado tenga muchos puntos oscuros; sin embargo al Señor sólo le interesa el que, siendo ungidos de Dios por participar del mismo Espíritu Santo que ungió a Cristo, seamos fieles en darle cumplimiento en nosotros a sus promesas de salvación, llevando así a su plenitud su Palabra en nuestra propia vida.

En esta Eucaristía celebramos al Mesías tan esperado y que, finalmente se ha hecho realidad entre nosotros con todo su poder salvador, venciendo a quien nos retenía bajo la muerte a causa de nuestros pecados. Pero no sólo celebramos su victoria sobre el pecado mediante su muerte, sino que celebramos también su gloriosa resurrección como su victoria sobre la muerte. Reunidos en torno a Él hacemos nuestra esa Victoria que nos salva y que nos hace vivir con la mirada puesta en Aquel que ahora vive y reina por siempre, para encaminarnos a la posesión de la Gloria que Él ya ha recibido de su Padre Dios. No importan nuestros orígenes; no importa incluso nuestro pasado, tal vez un poco oscuro o manchado por el pecado. Dios nos ha amado en serio de tal forma que no sólo nos ha perdonado nuestros pecados, sino que nos ha hecho partícipes de su propia vida para que, junto con Cristo, seamos herederos de los bienes eternos. En esta Eucaristía pregustamos esos bienes.

Quienes participamos de la misma vida de Dios por nuestra unión a Cristo permitimos que Dios haga que sus promesas de salvación lleguen a su plenitud en nosotros. Si no sólo hemos recibido la salvación para esconderla después en nuestras cobardías, sino que queremos que el Señor se manifieste con todo su amor a través de su Iglesia, hemos de estar abiertos a la escucha del Espíritu del Señor que nos ha de guiar en nuestro amor y en nuestro servicio fraterno. Dios ha querido hacernos partícipes de su Vida y de su Espíritu. Si Él se ha manifestado como Padre lleno de misericordia para con nosotros porque no le han importado los pecados de nuestra vida pasada, y más bien nos ha buscado hasta encontrarnos para ofrecernos su perdón y la participación de su misma vida, nosotros hemos de vivir en adelante como la descendencia de Dios que, sin dejar de participar de la naturaleza humana, ha sido elevada a la dignidad del Hijo de Dios. Esto nos ha de llevar a ser, en adelante, no motivo de maldad ni de condenación para nuestro prójimo, sino signo de salvación, de justicia, de paz y de bendición para todos los pueblos.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, esforzarnos continuamente por hacer realidad el Reino de Dios entre nosotros, trabajando para que todos, aún los más grandes pecadores, lleguen, finalmente, a vivir plenamente unidos al Señor, que los ama, que los perdona y que los salva. Amén.

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2-17. BASTARDEAR.

Quedan siete días para la Navidad y hay que dar un último empujón al Adviento.

Hoy escuchamos en el evangelio la genealogía de Jesucristo, esa lectura tan graciosa llena de nombres complicadísimos, que casi se nos atascan entre los dientes y los labios (aunque también es verdad que me ha tocado a veces celebrar algunos bautizos en que el nombre del niño hacía pensar que Aminadab era natural de Toledo). Dios que se introduce en la historia de los hombres para redimirnos del pecado y de la muerte, historia que llega a su plenitud cuando la segunda persona de la Trinidad se encarna en las entrañas purísimas de María y nace en Belén.

Esta semana vamos a acompañar a María y a José en su viaje a Belén para cumplir con el edicto del censo. Puede ser quizás un viaje fatigoso y duro, pero, en tan divina compañía, llegará al gozoso día del nacimiento de Cristo. Hoy José estaría hablando con María de sus ancestros: Abraham, Farés, Naason, David, Roboam, Abías, Acaz, Salatiel, Aquim, Eleazar…, detrás de cada nombre una historia, distinta una de otra, pero todas encaminadas a preparar el gran día del Señor. José de la casa de David se presentaría orgulloso como el marido de María.

Hoy parece que Europa quiere ocultar sus raíces, no quiere tener genealogía, se quiere reconocer como bastarda, sin padre ni madre reconocida, haciendo de la Constitución europea la “prostitución europea”. Parece que quisiera vender veinte siglos de historia por menos de treinta monedas, ocultando el cristianismo como si fuesen sus vergüenzas, nacer sin genealogía como quien para ocultar su turbio pasado se alista a la legión extranjera y se convierte en mercenario de la historia. ¡Una barbaridad!.

También a nosotros nos puede pasar algo parecido: podemos querer renegar de nuestro pasado, no querer descubrir las acciones de Dios en nuestra vida y creer que todo es obra de nuestro esfuerzo, de nuestro bien hacer y de nuestra lucha constante, sin reparar en que -si eres realmente sincero-, todo es obra de la Gracia de Dios cuando has sabido permanecer fiel. No reniegues de tu pasado, da gracias a Dios por todos los dones que te ha dado, da gracias a Dios cuando has reconocido tu pecado y has sabido pedir perdón, da gracias a Dios por todo y siéntete orgulloso de tu historia, de la historia de Dios contigo.

Prepara el equipaje para acompañar a Maria embarazada, deja atrás todo lo que te pueda retrasar en el viaje, no sea que no llegues a Belén a tiempo para el nacimiento y acuérdate del destino de tu viaje: la ciudad de Belén, la ciudad de David, el pueblo de tus orígenes, de tu historia. A caminar.

ARCHIMADRID


2-18. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Gn 49,2.8-10: No se apartará de Judá el cetro
Sal 71:
Mt 1,1-17: Genealogía de Jesús el Mesías, hijo de David, hijo de Abrahán

Al acercarnos un poco más a la celebración de la Navidad la liturgia nos ayuda de alguna forma a prepararnos de manera conveniente. Es por ello que las lecturas de estos últimos días del adviento nos expondrán pasajes que hacen un poco más explícito el tema del mesianismo, pero más aún la figura del Mesías preanunciado ya desde el Antiguo Testamento. A esto agreguemos que en muchos lugares se dio inicio desde ayer a las tradicional novena de del Niño Dios. Ojalá que ese espacio de la novena se utilizara convenientemente para poner en diálogo a los niños con los adultos, es decir, que en torno a la figura del Niño de Belén se retomara todo lo que tiene que ver con nuestra responsabilidad humana y cristiana sobre estas semillas de la nueva sociedad a la que todos aspiramos.
Las lecturas de hoy, pues, nos van a mostrar de algún modo las raíces más antiguas y ancestrales del Mesías.

El Génesis, primer libro de la Biblia al parecer ya “presiente” la figura del Mesías, y Mateo, el primer evangelio nos lo va a insertar en el tronco más antiguo, fundacional del pueblo: Abraham. Pero vamos por partes. La primera lectura la enmarcamos en lo que podemos llamar el testamento de Jacob. Recordemos que los últimos 12 capítulos del Génesis nos cuentan la historia de José que, vendido por sus hermanos va a parar a Egipto, en donde sobrevive nada menos que en palacio. Con el correr del tiempo vuelve a encontrar José a sus hermanos y, gracias a sus éxitos en Egipto hace que también su padre descienda desde Canaán a morar en Egipto. Hacia el final de su vida, Jacob reúne a sus hijos para despedirse de ellos. Resalta el texto la bendición dada a Judá, este hecho admira porque en efecto, Judá no era el primogénito de Jacob, ni hasta aquí había tenido relevancia especial ni Judá ni su tribu a lo largo de los llamados ciclos patriarcales que van desde Gn 12–37.

Que hay detrás del texto: claramente se ve que estos versículos son de la época de la monarquía. Judá había sido la tribu “fundadora” de este periodo en Israel, al principio con Saúl (1030) luego se afianza con David (1010-970) hasta la caída del reino (587). Los versículos 8-12 “canonizan” la dinastía davídica. La tribu de Judá apoyándose especialmente en la de Simeón había logrado una importante posición sobre las demás. Saúl logró importantes victorias sobre pueblos enemigos pero es David el que se alza con los más grandes honores. A partir de él se empieza a hablar de esta primacía o perpetuidad de su tribu en el trono de Israel. De ahí que el texto justifique el “sometimiento” de los demás hermanos a Judá. Sabemos que ese sometimiento termina hacía 930 con la división del reino. Era apenas lógico. Durante todo el período monárquico del Sur, se afianza cada vez más la ideología de la dominación dinástica, al punto de haberse dado posteriormente una interpretación mesiánica. Después del destierro cuando se vio que no habría más reyes en Israel, empieza a atribuírsele al futuro Mesías los rasgos del rey, Señor y guía del pueblo. Era obvio entonces que no era de otra tribu de donde provendría, sino de a tribu de Judá. Por eso pues, en este tiempo de adviento volvemos a los primeras páginas de la Biblia para descubrir muy desde los orígenes donde está aquella promesa de Dios de enviar a su Mesías.

San Mateo da inicio a su evangelio con el cuadro o si se prefiere con el árbol genealógico del protagonista de su obra.
 

Para Mateo es muy importante demostrar que en Jesús se cumplen todas las promesas y expectativas del Antiguo Testamento. Por eso comienza con “los antepasados de Jesús, hijo de David e hijo de Abrahán. Abrahán, es el punto de partida, padre de la bendición y de la promesa. Mediante un recurso narrativo, Mateo divide las generaciones anteriores a Jesús en tres grandes bloques de catorce generaciones cada uno: De Abrahán a David; de David hasta el destierro de Babilonia y del destierro hasta Cristo. Es obvio que no podemos exigir una exactitud histórica al relato. Para Mateo y su comunidad lo de menos es reconstruir con fidelidad de detalles el árbol genealógico de Jesús. Les basta con ubicarlo en el punto de partida donde están ubicadas las promesas principales: en Abrahán y en David. Por encima de todo, la intencionalidad del evangelista es afirmar la historicidad de Jesús y, como dijimos al principio, el Jesús que a lo largo del relato evangélico va llevando a plenitud todo lo anunciado en el Antiguo Testamento.

Estos días en los que estaremos quizás celebrando la novena de Navidad, no nos quedemos con la parte romántica y sentimental de estos días. Tratemos de profundizar este misterio de Jesús, Dios hecho hombre. Nuestra naturaleza humana participa de la naturaleza de Jesús o al contrario, Jesús participa de nuestra naturaleza. No hay razones para creer que somos criaturas abandonadas a nuestro propio destino, en Jesús, en su encarnación hemos sido elevados a la dignidad de hijos y, por lo tanto, ya está asegurado nuestro porvenir.


2-19. Fray Nelson Viernes 17 de Diciembre de 2004
Temas de las lecturas: Mi templo será casa de oración para todos los pueblos * Juan era la lámpara que ardía y brillaba.

1. Carne de nuestra carne
1.1 Si hay algo que queda claro, con cruda claridad, al leer o escuchar la genealogía de Jesucristo es esto: él es carne de nuestra carne. Inserto en nuestra historia, miembro de nuestro pueblo, hermano de nuestra raza: es uno de los nuestros. Su familia y sus antepasados están manchados de pasiones oscuras y muerte de inocentes. Su sangre lleva las huellas de nuestra sangre. Nos lleva adentro.

1.2 Jesús es, según expresión de Mateo, "hijo de Abraham, hijo de David". El término "hijo" no significa aquí solamente "descendiente". El hijo es el heredero, es aquel que hace presente la vida, la fuerza, la bendición de su padre. En Jesús se actualiza la fuerza de la esperanza de Abrahán y el esplendor del reinado de David. El sentido es: todo lo que podemos admirar en los patriarcas y en los reyes, todo está en Jesús.

2. El Judío
2.1 En Jesús, descendiente de Judá por ser descendiente de David, recae la bendición maravillosa de Jacob. Judá no es el mejor hijo, ni el hijo más querido, ni el primogénito de Jacob. Pero tiene una bendición: el reino. Es el primero entre sus hermanos. Podemos ver aquí prefigurado a Jesús. No son grandezas o títulos visibles lo que caracterizará al "judío" por excelencia, al gran descendiente de Judá: todo en él, todo su señorío se remonta a la elección y predilección de Dios su Padre.

2.2 Jesús es "león". Sale a cazar. Conquista. No es pasivo, no espera su porción: sale por ella. Es el pastor que busca y encuentra su oveja. Es el compasivo salvador que, por fuerza de amor, se enfrenta al enemigo y le arranca su presa y cobra victoria. Esa presa somos nosotros. Y la fuerza del león nos ha ganado. Somos su trofeo. Le pertenecemos, y su serena majestad rige nuestra vida.


2-20. ADVIENTO 17 de Diciembre

I. Era José, como María, de la casa y familia de David (Lucas 2, 4), de donde nacería el Mesías, según había sido prometido por Dios. Jesús fue empadronado en la casa real por medio de José, y también será el encargado, según el mandato recibido de Dios: tú le pondrás por nombre Jesús (Mateo 1, 21). Dios había previsto que su Hijo naciera de la Virgen, en una familia como tantas otras, indefenso y necesitado de un padre que lo protegiera y le enseñara lo que todos los padres enseñan a sus hijos. En el cumplimiento de su misión de custodio de la Virgen y de padre de Jesús habría de estar toda la esencia de la vida de José y su último sentido. Cuando el Ángel le reveló el misterio de la concepción virginal de Jesús, aceptó plenamente su vocación como cabeza de la Sagrada Familia. Su felicidad fue entender lo que Dios quería de él, y hacerlo fielmente. Hoy lo vemos junto a la Virgen esperando a su Hijo, y hacemos el propósito de vivir también nosotros la Navidad cerca de José.

II. El amor de José a la Virgen fue un amor limpio, delicado, profundo, sin mezcla de egoísmo, y fue para Jesús un padre amoroso, cuidando del Niño como le había sido ordenado. Hizo de Jesús un artesano, le transmitió su oficio. Jesús debía parecerse a José en el modo de trabajar, en rasgos de su carácter, en su modo de sentarse a la mesa y de partir el pan, en su gusto de exponer la doctrina de una manera concreta. Esperamos la Navidad de la mano de José. Él sólo nos pide sencillez y humildad para contemplar a María y a su Hijo. Los soberbios no tienen entrada en la gruta de Belén.

III. José fue el primero, después de María de contemplar al Hijo de Dios hecho Hombre. Nadie ha experimentado jamás la felicidad de tener en sus brazos al Mesías, que en nada se distingue de cualquier niño. Si tratamos a José en estos pocos días que faltan para la Navidad, él nos ayudará a contemplar ese misterio inefable del que fue testigo silencioso: a María que tiene en sus brazos al Hijo de Dios hecho Hombre. José, después de la Virgen, es la criatura más llena de gracia. ¡Cómo agradecería Jesús todos los desvelos y atenciones que José tuvo con Él y con la Virgen! Hoy le pedimos al Santo Patriarca que nos haga sencillos de corazón para saber tratar a Jesús Niño.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


2-21.

Reflexión:

Gen. 49, 2. 8-10. Jacob (Israel) bendice a sus hijos antes de morir. Judá será bendecido con el bastón de mando del Rey David; pero más allá del Rey David, será bendecido con Aquel a quien servirán todas las naciones, Cristo Jesús. En Él, Dios nos ha bendecido, pues se ha levantado victorioso sobre nuestro enemigo, y ahora está sentado y glorioso a la derecha del Padre Dios. Y Jesucristo nos quiere hacer partícipes de su Victoria y de su Gloria. Su Iglesia está llamada a unirse como Esposa con el Cordero Inmaculado. Esa es la gran bendición de Dios sobre la humanidad, pues a la hora de su agonía en la Cruz, nos entregó a María, también figura de la Iglesia, como hijos, para que lleguemos en su Iglesia a ser hijos de Dios. Nacidos de Dios, nacidos del costado abierto del Salvador, hemos de procurar vivir, no como derrotados por el pecado, sino con la señal victoriosa de Cristo, manifestando en adelante, ya no signos de maldad y de muerte, sino de vida, pues somos hijos de Dios y no del autor del pecado y de la muerte.

Sal. 72 (71). Porque toda autoridad viene de Dios, conforme aquellas palabras de Jesús a Pilatos: Tú no tendrías ninguna autoridad sobre mí si no se te hubiera dado de lo Alto; por eso todo aquel que sea constituido en autoridad no puede perder su unión con el Señor, ni dejar de tenerlo a Él como punto de referencia en el servicio a los suyos. Sólo entonces se podrá ejercer el poder como un servicio; y no se dejará corromper por aquellos que quieran manipularlo a su arbitrio, ofreciéndole, incluso, protección o aumentarle su economía. Jesucristo ha venido, con toda la autoridad que tiene como Hijo de Dios, no para condenarnos, sino para salvarnos. Y para lograr eso llegó, incluso, a amarnos hasta el extremo, entregando su Vida por nosotros, tanto para el perdón de nuestros pecados, como para que en Él tengamos vida eterna. Así la Iglesia del Señor, y cada uno de los que nos gloriamos de pertenecer a ella, no podemos vivir aplastando a nuestro prójimo, sino que nos hemos de poner a su servicio; y esto no sólo para que disfrute en este mundo de una vida digna, sino para que, junto con nosotros, unidos a Cristo, alcance la salvación eterna, que es un Don que Dios ha ofrecido a todos, sin distinción alguna.

Mt. 1, 1-17. Iniciamos estas ferias privilegiadas con esta parte tan importante, que nos llena de esperanza. Se nos habla de los antepasados de Jesús; y no se cierran los ojos ante los pecadores, ante los extranjeros, ante una prostituta y un asesino que se encuentran entre ellos. Todos están ahí abriendo el camino al Señor. Todos son un signo de la misericordia divina, pues Él no vino a condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. Al paso del tiempo nosotros volvemos nuestra mirada hacia Cristo y decimos: Y Cristo me engendró a mí; de Él nació la Iglesia, de Él hemos nacido nosotros como hijos de Dios. Y el Señor no nos niega como suyos, por muy pecadores que seamos. Pero el que seamos, en Cristo, hijos de Dios, no nos dispensa de la obligación que tenemos de manifestarnos precisamente como hijos de Dios, pecadores ciertamente, pero en una continua conversión, para que el Reino de Dios llegue a nosotros cada día con mayor fuerza y con mayor claridad. Somos tan frágiles y tan inclinados al pecado. Por eso acudamos a Dios; hagámoslo con la dignidad de hijos en el Hijo. Pidámosle que la salvación que el Señor nos ha ofrecido se haga realidad en nosotros, de tal forma que en adelante ya no vivamos como hijos del pecado, sino como hijos de Dios.

El Señor nos reúne, recibiéndonos con gran amor como Padre nuestro, lleno de ternura por sus hijos. Venimos de un pasado tal vez cargado de muchos puntos negros. Pero hoy el Señor quiere darnos la oportunidad de rehacer nuestra vida, de tal forma que en adelante no nos manifestemos como malvados y delincuentes, sino como hijos de Dios, llenos de amor, de perdón y de ternura, como Él se ha manifestado así para con nosotros. Hoy entramos, nuevamente, en comunión de vida con Él. Él quiere hacernos participar de su ser divino para que en adelante ya no vivamos para nosotros mismos, para nuestros caprichos e inclinaciones pecaminosas, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó. En Cristo nos hacemos personas de esperanza. En Cristo volvemos la mirada hacia el futuro; en Cristo comenzamos a caminar hacia la plena realización del Reino de Dios entre nosotros; Reino que iremos conquistando, no con nuestras débiles fuerzas, sino con la Fuerza que nos viene de lo alto, y que el Señor nos ha concedido al hacernos participar de su misma Vida y de su Espíritu Santo que, a la par de santificarnos, guía nuestros pasos por el camino del bien. Por eso en esta Eucaristía hemos de abrir nuestra vida al Don que Dios nos ofrece.

La Iglesia va creciendo día a día, abriéndose paso en medio de un mundo cargado de miserias, de fragilidades, de pecados y de signos de muerte. Y Dios llama a la humanidad entera para que se una a Él por medio de la Esposa de su Hijo, que es su Iglesia. Todos hemos de llegar a ser del mismo Linaje Divino al que hemos sido convocados. Todos y cada uno de los que pertenecemos a la Iglesia no podemos vivir discriminando a los demás, pues el Señor no nos envió a condenar, sino a buscar y a salvar todo lo que se había perdido. Todos, totalmente todos, estamos llamados a la santidad. Y esa santidad no podemos verla sólo con tintes de culto y piedad. La santidad de Dios en nosotros nos pone en camino de servicio en el amor fraterno, en la justicia, en el trabajo por la paz. Ser de Cristo, ser criaturas nuevas en Él, esa es la vocación que hemos recibido cuando fuimos llamados a la fe. Por eso esforcémonos denodadamente, con la gracia de Cristo, en trabajar para que el mal desaparezca de entre nosotros y no vuelva a dominarnos. Si somos hijos de Dios, manifestémoslo a través de una vida recta y de pasar haciendo continuamente el bien a todos.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de sabernos hijos de Dios, llamados a participar de su Gloria en la eternidad; enviados para vivir comprometidos en el anuncio del Evangelio de la Gracia, y en el testimonio de una vida que nazca del Espíritu de Dios, que habita en nosotros y nos hace ser hijos de Dios en Cristo Jesús. Amén.

Homiliacatolica.com


2-22.

Comentario: Rev. D. Vicenç Guinot i Gómez (Sitges-Barcelona, España)

«Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham»

Hoy, en la liturgia de la misa leemos la genealogía de Jesús, y viene al pensamiento una frase que se repite en los ambientes rurales catalanes: «De Josés, burros y Juanes, los hay en todos los hogares». Por eso, para distinguirlos, se usa como motivo el nombre de las casas. Así, se habla, por ejemplo: José, el de la casa de Filomena; José, el de la casa de Soledad... De esta manera, una persona queda fácilmente identificada. El problema es que uno queda marcado por la buena o mala fama de sus antepasados. Es lo que sucede con «el Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham» (Mt 1,1).

San Mateo nos está diciendo que Jesús es verdadero Hombre. Dicho de otro modo, que Jesús —como todo hombre y como toda mujer que llega a este mundo— no parte de cero, sino que trae ya tras de sí toda una historia. Esto quiere decir que la Encarnación va en serio, que cuando Dios se hace hombre, lo hace con todas las consecuencias. El Hijo de Dios, al venir a este mundo, asume también un pasado familiar.

Rastreando los personajes de la lista, podemos apreciar que Jesús —por lo que se refiere a su genealogía familiar— no presenta un “expediente inmaculado”. Como escribió el Cardenal Nguyen van Thuan, «en este mundo, si un pueblo escribe su historia oficial, hablará de su grandeza... Es un caso único, admirable y espléndido encontrar un pueblo cuya historia oficial no esconde los pecados de sus antepasados». Aparecen pecados como el homicidio (David), la idolatría (Salomón) o la prostitución (Rahab). Y junto con ello hay momentos de gracia y de fidelidad a Dios, y sobre todo las figuras de José y María, «de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo» (Mt 1,16).

En definitiva, la genealogía de Jesús nos ayuda a contemplar el misterio que estamos próximos a celebrar: que Dios se hizo Hombre, verdadero Hombre, que «habitó entre nosotros» (Jn 1,14).


2-23.

17 de Diciembre

1. Preparación
Señor, aquí estoy delante de ti. Ayúdame a tomar conciencia viva de que tú estás conmigo siempre. Esté donde esté, tu presencia amorosa me envuelve. Dame tu gracia para que este rato de oración me sea provechoso. Que vea claro qué quieres de mí. Dame un corazón nue-vo, que me guíe por tus caminos de amor. Me pongo en tus manos, Señor. Soy todo tuyo. Haz de mí lo que tú quieras. Amén.

Ahora lee despacio la Palabra de Dios y las reflexiones que se proponen. Déjate empapar de la Palabra de Dios. Si con un punto de reflexión te basta, quédate ahí, no prosigas.

2. La palabra de Dios
Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán. Abrahán engendró a Isaac, Isaac a Jacob, Jacob a Judá y a sus hermanos. Judá engendró, de Tamar, a Farés y a Zará, Farés a Esrón, Esrón a Aram, Aram a Aminadab, Aminadab a Naasón, Naasón a Salmón, Salmón engendró, de Rahab, a Booz; Booz engendró, de Rut, a Obed; Obed a Jesé, Jesé engendró a David, el rey. David, de la mujer de Urías, engendró a Salomón, Salomón a Roboam, Ro-boam a Abías, Abías a Asaf, Asaf a Josafat, Josafat a Joram, Joram a Ozías, Ozías a Joatán, Joatán a Acaz, Acaz a Ezequías, Ezequías engendró a Manasés, Manasés a Amós, Amós a Josías; Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando el destierro de Babilonia. Des-pués del destierro de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel a Zorobabel, Zoroba-bel a Abiud, Abiud a Eliaquín, Eliaquín a Azor, Azor a Sadoc, Sadoc a Aquim, Aquim a Eliud, Eliud a Eleazar, Eleazar a Matán, Matán a Jacob; y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. Así, las generaciones desde Abrahán a Da-vid fueron en total catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta el Mesías, catorce. (Mateo 1,1-17).

1. Última semana de Adviento, se acerca la Navidad. La liturgia de la misa de hoy co-mienza invitando a la alegría: “Exulta, cielo; alégrate, tierra, porque viene el Señor y se compadecerá de los desamparados.” Y el evangelio nos recuerda la genealogía de Jesús. Con ello el evangelista quiere subrayar claramente que Jesús es hombre verdadero. No es un extraterrestre, ni un dios disfrazado de hombre. Tiene, como cualquier humano, un pasado familiar, una larga lista de antecesores. Y en esa lista aparecen hasta algunas personas con una vida no edificante precisamente. Por ejem-plo, Tamar que se vistió de cortesana para engañar a su suegro del que concibió me-llizos; y Rahab, de profesión ramera; y David que mandó matar a Urías para casarse con Betsabé, la que será madre de Salomón. Pero también están José, el esposo de María, la Madre de Jesús. José y María, dos personas que vivieron con total fideli-dad el proyecto que Dios tenía sobre ellos… En definitiva, Señor, que te hiciste hombre, que te encarnaste, y lo hiciste con todas las consecuencias. Este es el miste-rio para cuya celebración en la Navidad nos preparamos: que tú, siendo Dios, te has hecho hombre verdadero, uno como nosotros, menos en el pecado. Esto me llena de gozo, Señor. Eres Dios, pero te has acercado tanto a nosotros que te has hecho uno más.

2. Tal vez nos sorprenda que el Mesías no haya querido tener un pasado familiar total-mente limpio. Diríamos que no quiso presumir de limpieza de linaje. El viene de Dios, pero a través de personas humanas no todas santas. Y no se avergüenza ni se acompleja. Como escribe Martín Descalzo: “Cristo entró en la raza humana tal y como la raza humana es, puso un pórtico de pureza total en el penúltimo escalón -su madre Inmaculada- pero aceptó, en todo el resto de su progenie, la realidad humana total que él venía a salvar. Dios, que escribe con líneas torcidas entró por caminos torcidos, por los caminos que-¡ay!- son los de la humanidad”. Y descendiendo de una familia así., se comprende que Jesús no excluyera de su Reino a nadie, ni si-quiera a los pecadores y extrajeros, como hacían los judíos. Su amor es para to-dos…Buena lección para muchos de nosotros que andamos por la vida acomplejados por nuestro pasado familiar o eclesial, y quisiéramos esconder a algún pariente, o al-gún miembro de la Iglesia, o hermano de la comunidad que no consideramos dignos. Hasta ahí llega nuestro orgullo, Señor. Haznos humildes. Que aceptemos con senci-llez de dónde venimos, sea el que sea nuestro pasado personal, familiar y eclesial. Lo que importa, Señor, es que tú me amas, y me has levantado del barro: me has hecho hijo de Dios, miembro de tu Cuerpo místico, y en ti, hermano de todos los bautiza-dos.

3. Hoy es primer día de la llamada “Novena al Niño Dios.” La primera de las llamadas “antífona de la Oh”, pues comienzan con esta interjección admirativa. La liturgia aviva más, si cabe, nuestras esperanzas y nuestros anhelos del Salvador. Por eso ora: «Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando de uno a otro confín, y ordenándolo todo con firmeza y suavidad, ven y muéstranos el camino de la salvación». Si no nos ilumina y acompaña la Sabiduría de Dios, ¡qué fácil es des-carriarse a la hora de buscar el camino de la salvación! Por eso hoy, Señor Jesús, te grito, con la liturgia mi anhelo: «Oh Sabiduría…., ven y muéstranos el camino de la salvación».

3. Diálogo con Dios
A la luz de esta Palabra y de estas reflexiones, pregúntate qué te pide el Señor... Háblale como a un amigo. Pídele perdón, dale gracias. … Escucha en tu corazón qué te responde... Y pide que te ayude para poder llevar a la práctica los deseos que han surgido en tu corazón.