TIEMPO DE ADVIENTO

 

SÁBADO DE LA SEGUNDA SEMANA

 

1.- Si 48, 1-4.9-11

1-1.FUEGO/DIOS/ELIAS:

Ese pasaje ha sido escogido hoy, para corresponder con la lectura del Evangelio: los escribas esperaban el retorno de Elías... Jesús dice que Elías ya ha venido... ¡es El, Jesús, el nuevo Elías!... Excelente ocasión de aprender de los labios de Jesús, que no se deben interpretar todos los pasajes de la Escritura, de un modo demasiado simple, liberal o infantil. El verdadero sentido de la Biblia no se obtiene interpretándolo materialmente.

-El profeta Elías surgió como fuego, su palabra ardía como una antorcha.

El fuego es una imagen constante en la Biblia, para simbolizar a Dios. En el Sinaí, Dios se manifestó en el fuego de la tormenta. Es natural que el portador de la voluntad divina tenga un rostro de fuego. El fuego será el instrumento de la purificación última de los últimos tiempos.

Esa imagen sugestiva proviene seguramente del hecho que, en los sacrificios primitivos, el fuego era el elemento que unía el hombre a Dios. Se comía luego la víctima para consumar la comunión con Dios.

-Elías, por tres veces, hizo caer fuego del cielo.

Juan Bautista dirá: "El que viene detrás de mi, os bautizará en el Espíritu Santo y el fuego..." (Mateo 3,11).

Y Jesús dirá: «He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que estuviera ya encendido...!» (Lc 12, 49).

Y, en Pentecostés, "vieron aparecer unas lenguas, como de fuego..." (Hch 2,3).

¡Dios. Ven a abrasarnos, a purificarnos! ¡Ven a alumbrarnos, a guiarnos!

-Elías, tú que fuiste arrebatado en torbellino de fuego, en carro de caballos de fuego.

Escucho la revelación. Acepto esas palabras como unas imágenes: a su muerte, el profeta es «arrebatado en Dios»...

-Fuiste designado para el fin de los tiempos.

Es el anuncio del famoso «retorno de Elías» del que los escribas hablaban en tiempo de Jesús, al preguntarse si no sería Juan Bautista, o Jesús.

Esto debe interpretarse, pues, espiritualmente

Para calmar la ira antes que estalle... Para reconducir el corazón de los padres a los hijos... y restablecer las tribus de Jacob... Dichosos los que te verán, dichosos los que se durmieron en el amor del Señor, porque también nosotros poseeremos la verdadera vida.

Jesús dijo que había venido a asumir la función de Elías, el profeta. Sí, vino a «calmar la ira antes que estalle», y a «conducir de nuevo los corazones de los padres a los hijos»...

Esa es la función confiada a la Iglesia y a los cristianos: ser signos de la venida de Dios en el mundo. Para eso recibimos, en Pentecostés, el fuego del Espíritu Santo.

En ese tiempo de Adviento que nos encamina hacia Navidad, analizo la situación: ¿dónde estoy, en cuanto a los esfuerzos espirituales decididos? ¿en cuanto mi participación a la venida de Dios en el mundo? ¿Participo del celo y ansia de Jesús cuando dijo: «cuánto quisiera que el fuego de Dios encendiera la tierra»? ¿o bien lo espero pasivamente?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 30 s.


2.- Mt 17, 10-13

2-1.

Juan Bautista estuvo encarcelado y fue decapitado. Sus discípulos interrogaron a Jesús sobre la venida de Elías, que debe preceder a la del Mesías. La respuesta de Jesús es clara: Elías ya ha venido, es Juan Bautista. Pero no lo reconocieron, igual que no reconocerán en Jesús al Mesías que va a padecer.

El libro del Eclesiástico preveía la vuelta de Elías al final de los tiempos, volviendo otra vez a un tema del que ya había escrito antes. A Elías se le reserva para "reconciliar a padres con hijos y restablecer las tribus de Israel". Un papel de reunificador.

Esta venida no reconocida es una dura lección para nosotros.

Mucho más frecuentemente de lo que pensamos, a través de los seres y de los acontecimientos, hay venidas de Dios para restaurar el mundo. Aceptar, reconocer a estos "profetas" no es sencillo, ¡y hay tantos falsos profetas en nuestros días! Sin embargo, se les puede reconocer por sus frutos: Aunque no hablen sólo de unidad y amor, si lejos de rechazar a los que no piensen como ellos, demuestran que les aman; si todas sus actividades, y no sólo sus palabras son portadoras de unidad, bien podrían ser apariciones de Dios a los hombres, aun cuando no provoquen en nosotros simpatías humanas. Quizá en la Iglesia de hoy, por prudencia justificada, se desconfíe de los carismas. Se comprende que haya que verificarlos. La prueba decisiva será siempre, y hasta el fin, el amor de Dios y de los otros en lo concreto de la vida, no el amor de pequeños grupos, que mantienen un ideal a menudo demasiado humano y defendido con uñas y dientes, sino un amor universal signo del cristiano.

Los que son suficientemente puros como para haber recibido este don de Dios, ¿no podrían ser, hoy y entre nosotros, Elías reconciliadores?

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 1
INTRODUCCION Y ADVIENTO
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 118


2-2.

En tiempo de Jesús se esperaba el retorno de Elías. Los escribas se apoyaban en un texto de Malaquías (3, 23) tomado en un sentido material: "He aquí que envío mi profeta, Elías, antes de que venga el gran y terrible día del Señor". Estaban convencidos de que Dios enviaría a Elías antes que su Mesías. Y utilizaban este argumento para rechazar a Jesús "no puedes ser el Mesías porque Elías no ha venido".

Jesús les responde: "en efecto Elías viene a preparar los caminos al Mesías. Pero os lo digo: "Elías ha venido ya". Es Juan Bautista: no se llamaba Elías, pero ha cumplido su papel.

"Ha venido revestido del espíritu y de la virtud de Elías (Lc 1, 17). Ha allanado los senderos y enderezado los caminos" (Jn 1, 23). Es el que ha señalado con el dedo al "Cordero de Dios".

"Y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo". En lugar de reconocerle, han hecho con él todo lo que han querido.

Este es el drama de todos los tiempos. Juzgamos siempre muy superficialmente. No acertamos a reconocer los signos que Dios nos da como precursores de su presencia. Hoy, como siempre, Dios está junto a nosotros, en nuestra vidas y en las vidas de los que nos rodean. Y pasa desapercibido.

"Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos". La suerte de Jesús, el Mesías, está ligada a la suerte del Bautista, el precursor.

La ignorancia del precursor es ignorancia de Cristo. La muerte del Bautista anuncia y predice la muerte de Cristo.

Estamos en Adviento y debemos desear con fuerza la venida de Dios a nosotros y a nuestro mundo, pero ojo: hay que estar alertas para descubrir los signos que Dios nos envía como precursores de su venida.

Si desconocemos esos signos...

Si pisoteamos esos signos...

Si matamos esos signos...


2-3.

Pregunta sobre Elías

Mateo y Marcos terminan el relato con Elías. Según la creencia general, antes del Mesías debía volver el profeta Elías como precursor suyo. Así habían interpretado los doctores de la ley las palabras de Malaquías (3,1 y 4,5-6). Si Jesús es el Mesías, ¿cómo no ha venido antes Elías? Es la pregunta que le hacen los discípulos.

Jesús, en su respuesta, identifica la persona de Elías con la de Juan el Bautista. Elías ya había venido, pero no se llamaba así.

Cumplió el encargo de Elías: ser el profeta de la última hora y preparar al pueblo para el reino de Dios. Tenían que haberlo reconocido en sus palabras y en sus acciones. Al no aceptar el pueblo su invitación y llamada a la penitencia, no pudo realizar la misión que se esperaba de Elías. Sin embargo, el plan de Dios se cumple, incluso en el fracaso del Bautista.

Finalmente, ambos evangelistas relacionan el sufrimiento de Elías con el del Hijo del hombre. No hay en la Escritura ningún texto que justifique la creencia de que Elías sufriría en su segunda venida. La creencia surgió desde la convicción, bastante generalizada entonces, de los sufrimientos que padecerían los justos en los últimos tiempos, especialmente los que pasaría el precursor del Mesías. ¿Por qué esta insistencia de Jesús en los padecimientos del Hijo del hombre? Sencillamente para romper las esperanzas en un mesías político y nacionalista. El Hijo del hombre es, efectivamente, el Mesías, pero un Mesías sufriente.

A los discípulos se les ha solucionado otro enigma. Se van uniendo -despacio, pero sólidamente- los anillos de la cadena.

La vida verdadera nace de la muerte. Una vida que surge entre constantes dolores de parto (Rom 8,22). Sólo es posible transformarse y transformar el mundo si tenemos presente la meta a la que queremos llegar y si no perdemos nunca la esperanza en que ese futuro mejor, esa meta que nos aguarda, es posible.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 3
PAULINAS/MADRID 1985.Pág. 125 ss.


2-4.

Tenemos aquí un excelente ejemplo de interpretación de los signos de los tiempos que nos da el mismo Jesús. Hay un modo superficial de mirar la historia y los acontecimientos.

Pero hay que saber dar una segunda mirada más profunda. Esta es la finalidad de la revisión de vida: en un hecho de vida que tiene el aire, en apariencia, de no ser más que un hecho humano... se trata de ejercitarse a ver a Dios obrando en ello.

-Entonces le preguntaron los discípulos: "Pues ¿cómo dicen los escribas que debe venir primero Elías?"

En tiempo de Jesús se esperaba el retorno de Elías. Los escribas, siempre acostumbrados a una interpretación tradicionalista estrecha de la Biblia, se apoyaban en un texto de Malaquías 3,73 tomado en su sentido material: "He aquí que envío mi profeta Elías, antes de que venga el gran y terrible día del Señor." Estaban convencidos de que Dios enviaría a Elías antes que su Mesías. Y utilizaban este argumento formalista para rechazar a Jesús: "¡no puedes ser el Mesías porque Elías no ha venido!"

-Jesús les respondió: "En efecto Elías ha de venir y pondrá todas las cosas en su lugar; pero yo os declaro que Elías ya vino.

Jesús no niega el texto de Malaquías.

Pero no hay que entenderlo tan estrechamente. "Sí, es verdad.

Elías viene a preparar los caminos al Mesías... Malaquías tuvo razón al decir esto... Pero, os lo digo: ¡Elías ha venido ya!" Es Juan Bautista: no se llamaba Elías... pero ha cumplido su papel. Por esto, a través del "hecho de vida" de Juan Bautista, era necesario ver más allá de las apariencias.

Es ciertamente Juan Bautista quien "ha venido revestido del espíritu y de la virtud de Elías (Lc 1, 17).

Es el que ha allanado los senderos y enderezado los caminos" (Juan 1, 23). "Es el que ha preparado los corazones" y anunciado el "bautismo en el Espíritu"; es el que ha señalado con el dedo al "Cordero de Dios"...

-Pero, en lugar de reconocerle, han hecho con él todo lo que han querido.

He ahí el gran drama de todos los tiempos. Se juzga muy superficialmente. No se acierta a "reconocer" los signos que Dios nos da. Hoy, como siempre, Dios trabaja junto a nosotros, en nuestras vidas y en la vida de los que nos rodean... en particular en las grandes corrientes colectivas que marcan toda una época.

¡Señor, ayúdanos a reconocerte! Señor, ayúdanos a hacer lo que Tú quieres, en lugar de ser como esos ciegos espirituales de tu tiempo, que "han hecho todo lo que han querido".

Me detengo a observar un acontecimiento... Ver

En este acontecimiento, trato de reconocerte... Juzgar

Y actuar contigo, en el sentido que Tú quieres... Actuar

La revisión de vida es un verdadero ejercicio de vida espiritual.

-Así también harán ellos padecer al Hijo del hombre.

Entonces entendieron los discípulos que les había hablado de Juan Bautista.

De este modo, la muerte de Juan Bautista se sitúa en una nueva perspectiva. Era un acontecimiento del cual hablaba todo el mundo. ¡El rey había mandado ejecutar a un profeta! ¡Durante un banquete y un baile! Un suceso escandaloso.

Pero, para Jesús, esto anuncia ya su propia muerte: y en esto también, en esto sobre todo, Juan Bautista precedía y preparaba al Mesías.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 30 s.


2-5.

1. De nuevo la persona de Juan el Bautista, del que Jesús hablará en el evangelio, es prefigurada por el profeta Elías, uno de los personajes más importantes del A.T.

El libro del Eclesiástico le describe como «un fuego». Su temperamento era vivo, enérgico. Sus palabras, «un horno encendido». Anunció sequías como castigo de Dios, luchó incansablemente contra la idolatría de su pueblo, fue insobornable en su denuncia de los atropellos de las autoridades, hizo bajar fuego sobre las ofrendas de Yahvé en su reto con los dioses falsos, y al final desapareció misteriosamente en un carro de fuego, arrebatado por un torbellino que le llevó a la altura.

Pero en el fondo Elías, que vivió nueve siglos antes de Cristo, fue el profeta de la esperanza escatológica, el que por tradición popular iba a volver para preparar inmediatamente el día del Señor. Su misión entonces seria «aplacar la ira» de Dios, «reconciliar a padres con hijos» y «restablecer las tribus de Israel». Por eso en el salmo hemos cantado: «Oh Dios, restáuranos».

2. Jesús, al bajar del monte de la Transfiguración, donde los discípulos le han visto acompañado de Elías y de Moisés, les dice que Elías ya ha venido «a renovarlo todo», aunque muchos no le han sabido reconocer.

Los discípulos entienden que habla de Juan Bautista. Y en efecto, Juan es el Precursor, el predicador de la justicia y la conversión, el que prepara con su ejemplo y su voz recia la inmediata venida y luego señala la presencia del Mesías en medio de su pueblo, el que denuncia la situación irregular del rey Herodes y muere mártir por su entereza y coherencia.

Pero muchos no le aceptan, como hicieron con Elías y como harán con el mismo Jesús, «que padecerá a manos de ellos». La dureza del pueblo es grande. No saben leer los signos de los tiempos. Son «lentos y tardos de corazón», como tuvo que reprochar Jesús a los discípulos de Emaús. O como oró en la cruz, «no saben lo que hacen». Tanto Elías como el Bautista y Jesús son incómodos en su testimonio personal y en su mensaje: aceptarles es aceptar los planes de Dios en la propia existencia, y eso es comprometedor.

3. a) Las lecturas de hoy nos sitúan a todos ante una alternativa. ¿Sabemos leer los signos de los tiempos, sabemos distinguir la presencia de los profetas y de Jesús mismo en nuestra vida? ¿y la aceptamos?

A nuestro alrededor hay muchos testigos de Dios, hombres y mujeres que nos dan testimonio de Cristo y de su Evangelio, personas fieles que sin actitudes espectaculares nos están demostrando que sí es posible vivir según las bienaventuranzas de Cristo. Lo que pasa es que tal vez no queremos verlas.

Como los apóstoles no querían entender el mesianismo de Jesús, que era distinto del que ellos esperaban. Como los fariseos y autoridades de Israel no querían reconocer en Jesús de Nazaret al esperado de tantos siglos, porque no encajaba en sus esperanzas.

b) Está terminando la segunda semana de este Adviento. Si todo iba a consistir sólo en introducir cantos propios de este tiempo en nuestro repertorio, o en cambiar el color de los vestidos de la liturgia, o en colocar coronas y velas junto al libro de la Palabra, entonces sí que es fácil celebrar el Adviento. Pero si se trataba de que hemos de preparar seriamente la venida del Señor a nuestras vidas, que es la gracia de la Navidad, y no sabemos darnos cuenta de los signos de esta venida en las personas y los acontecimientos, y no nos hemos sentido interpelados para «renovarlo todo» en nuestra existencia, entonces el Adviento son sólo hojas del calendario que van pasando, y no la gracia sacramental que Dios habla pensado.

Tenemos que decir desde lo profundo de nuestro ser: «Oh Dios, restáuranos», «que amanezca en nuestros corazones tu Unigénito, y su venida ahuyente las tinieblas del pecado y nos transforme en hijos de la luz» (oración). Y decirlo con voluntad sincera de dejar que Dios cambie algo en nuestra vida.

c) Más aún, los cristianos somos invitados a ser Elías y Bautista para los otros: a ser voz que anuncia y testimonio que contagia, y contribuir a que otros también. en nuestra familia, en nuestra comunidad, se preparen a la venida del Señor, y se renueve algo en nuestro mundo, y suceda de veras esa señal que anunciaba el profeta, que «se reconcilien padres e hijos».

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995 . Págs. 48-50


2-6.

Eclo 48, 1-4.9-11: Las palabras del profeta son como fuego que abrasa

Salmo 79, 2-3.15-19: Señor, vuelve tus ojos sobre el pueblo latinoamericano que sufre

Mt 17, 10-13: El Hijo del Hombre viene, pero habrá de padecer.

La relectura que el libro del Eclesiástico hace de la figura del profeta Elías tomada del libro de los Reyes, lo describe como alguien que permanece fiel al Señor, por su independencia política y social.

La lectura del Evangelio nos introduce en el diálogo de Jesús con sus discípulos después de la transfiguración. Juan el Bautista, el que anunciado a Jesús aparece como el nuevo Elías anunciado por el profeta Malaquías (Mal 3,22-24). Según la tradición judía, para rechazar la mesiandad de Jesús se argumentaba que Elías no había venido aún. Jesús no discute la doctrina judía sobre la venida de Elías antes del Mesías, pero da a entender que el acontecimiento precursor ya ha tenido lugar. Los escribas no lo han reconocido y más bien lo han sacrificado. Y así como han hecho con Juan lo que han querido y no lo han reconocido, tampoco a Jesús lo han reconocido como el Hijo de Dios. El también ha de padecer.

Para muchos puede parecer extraño el anuncio del sufrimiento del Señor cuando nos preparamos a su venida. Sin embargo, nos ubica en la realidad del misterio de la Navidad que no puede separarse de la Pascua. Son los dos grandes momentos del misterio cristiano. La alegría de Navidad no puede hacernos olvidar que el Hijo del Hombre ha de padecer.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


2-7.

Eclo 48,1-4.9-11: Canto al profeta Elías.

Mt 17,10-13: Sepan que Elías ya vino, y no lo reconocieron, sino que lo trataron como se les antojó.

Para el pueblo de Israel Elías era el profeta por antonomasia. Era aquél que era capaz de hablar de Dios y con Dios con absoluta naturalidad y a la vez con firmeza.

Desenmascarando a los infieles y proclamando la justa religiosidad. La tradición popular esperaba el retorno de este profeta al final de la historia, en el Día de Yavé.

Jesús hace una lectura de esta tradición y de la vida de Juan Bautista. Según esto, Juan Bautista encarnaba las esperanzas del pueblo depositadas en Elías. Su vida coherente, su valentía para denunciar el pecado, y su muerte como producto de su vida, indicaban que se acercaba el Gran Día del triunfo de Dios.

El Bautista, como tantos otros, también vio ese final desde una muerte trágica. Y Jesús acusa al pueblo porque hicieron con él "lo que quisieron..."

Muchos Elías han estado en este mundo. Y con todos ellos "hicieron lo que quisieron". Muchos anunciaron el Reino de Dios, vivieron para ese Reino de los pobres y de la libertad. Y fueron calumniados, maltratados, silenciados, torturados y asesinados. A muchos los conocemos, y pueblan nuestro martirologio latinoamericano. Son los que nos marcan el camino de la Vida con su vida y su muerte. Otros son más anónimos. Nunca sabremos sus nombres, nadie reclamará por ellos. Son más pobres aún.

Todos ellos son los Elías de nuestros tiempos que nos mostraron a Jesús tal como lo hizo en su momento el Bautista.

El libro del Sirácira (Eclesiástico) de este día nos alimenta esta fe que se apoya en nuestros mártires: "¡Felices aquellos que te vean! Y felices también los que murieron en el amor, porque nosotros también viviremos ciertamente (48,11). Felices los que contemplen el rostro de cualquier Elías de nuestro tiempo, felices los que vivieron y dieron su vida por amor a su pueblo, porque gracias a ellos nosotros viviremos confiados al saber cuál es el verdadero camino del Evangelio..."

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


2-8. CLARETIANOS 2002

Termina la semana con un texto del Eclesiástico que alude a una de aquellas teofanías terribles del Antiguo Testamento. Dios se manifiesta como un fuego devorador, como un incendio que todo lo abrasa, como un torbellino que todo lo envuelve, como una Presencia que anonada al hombre y le lleva a la certeza de que no es posible contemplar a Dios sin morir.

Por contraste, el Salmo mantiene la tónica esperanzada de estos días y suplica al Señor: "restáuranos, que brille tu rostro y nos salve". Como confiada respuesta a la revelación de la ternura divina, se atreve a proclamar: "Que tu mano proteja a tu escogido, al hombre que tú fortaleciste. No nos alejaremos de ti; danos vida, para que invoquemos tu nombre."

La Iglesia recuerda hoy a uno de esos hombres fortalecidos por Dios, que hicieron de su existencia un puro canto de amor: Juan de la Cruz. Aquel "medio fraile" de Santa Teresa, de cuerpo pequeño y corazón sin límites, supo llegar hasta el fondo de la verdadera Sabiduría y se le regalaron palabras para comunicarla con la belleza honda del poeta y la experiencia del místico. Llegó al mundo en Fontiveros (Ávila). Su infancia conoció la pobreza, casi la miseria, pero experimentó también cuánto puede el amor cuando gobierna la vida. En la Orden del Carmen encontró el cauce de su entrega y también, paradójicamente, el ámbito de su cruz y de su noche. Podríamos decir de él muchas cosas: se han escrito innumerables páginas en torno a aquel insignificante frailecillo que parecía ir de puntillas por la existencia. Pero lo que nos interesa a nosotros hoy, en este Adviento de 2002, en este sencillo rincón de la Red, es recordar que Juan de la Cruz jamás perdió de vista que Aquel que le había llamado a la vida, que le había conducido por unos caminos no siempre comprensibles, le quería. Y estaba junto a él, fuese cual fuese la circunstancia. Sólo una confianza sin medida podía ser nido para una plegaria convertida en poema hasta tal punto que aún quienes no creen, quienes niegan abiertamente la Luz que le guiaba, tienen que inclinarse ante un lenguaje que les llega al corazón, porque, desde la propia experiencia, ha sabido tocar las fibras más íntimas del ser humano.

Juan de la Cruz es el Santo del abrazo entrañable de la humanidad peregrina con el Dios eterno hecho carne hermana en Jesucristo. Que nos ayude hoy a preparar nuestro propio encuentro personal con Aquel que también a nosotros, a cada uno, nos dice que nos ama... y nos lo prueba.

Vuestra hermana en la fe,
Olga Elisa Molina (olgamolicapo@yahoo.es)


2-9. 2001

COMENTARIO 1

v. 10. Los discípulos han comprendido el alcance mesiánico de la transfiguración e intentan compaginar lo que dicen los letrados acerca del Mesías con la realidad de Jesús.

vv. 11-12. Jesús alude a Mal 3,23s, texto que menciona la vuelta de Elías, pero lo explica a continuación. La vuelta de Elías ha de interpretarse figuradamente y el resultado de su misión no será triunfal. Lo mismo sucederá con las profecías mesiánicas: todo as­pecto triunfal que a ellas se atribuya es falso.

Al afirmar Jesús que Elías ha venido ya, echa por tierra la doctrina mesiánica de los letrados sobre una restauración gloriosa. La misión del nuevo Elías, que consistía en preparar al pueblo, ha sido impedida por los que no lo reconocieron y lo trataron a su antojo, dándole muerte. Estos son los dirigentes judíos, fariseos y saduceos, a los que Juan se opone desde el principio (3,7), y los miembros del Gran Consejo que no han reconocido a Juan como enviado divino (21,23-27). La realización del plan divino sobre Israel depende de la respuesta de éste a Dios. Dios no se impone forzando la libertad humana ni exime al hombre de su responsabilidad.


v. 13. Mt explicita el dato que en Mc queda sólo insinuado. La anunciada vuelta de Elías se ha verificado con la aparición de Juan Bautista. Se opone así la enseñanza de Jesús a la de los letrados respecto al Mesías y a su precursor. Mt actúa como un letrado ins­truido en el reino de Dios que interpreta lo antiguo a la luz de lo nuevo (cf. 13,52).


COMENTARIO 2

Los primeros cristianos, casi todos judíos, conocían las tradiciones acerca del profeta Elías: que había sido arrebatado hacia el cielo en un carro de fuego, y que allí se le tenía reservado para enviarlo al final de los tiempos como precursor del Mesías. Apoyándose en estas tradiciones interpretaron la inquietante figura de Juan el Bautista y de su relación con Jesús. Por eso hoy en el evangelio de Mateo se nos dice que bajando del monte después de la transfiguración los discípulos testigos interrogaron a Jesús acerca de la vuelta de Elías. No en vano lo habían visto conversando con Jesús transfigurado, junto con Moisés. Y en boca de Jesús se pone la plena identificación de Juan Bautista: él es Elías que ha vuelto para preparar al pueblo de Israel a recibir a su Mesías, y Jesús se queja amargamente del trato que le dieron a su precursor. Sabemos que fue asesinado a causa de los caprichos de Herodes Antipas y de su mujer ilegítima, Herodías. Incluso Jesús anuncia a los discípulos que su suerte no será distinta ni mejor que la de su heraldo.

Podríamos preguntarnos ¿a qué vienen estas historias un poco complicadas de profetas severos que vuelven a la tierra, de heraldos o precursores del Mesías, de martirios compartidos? ¿Qué relación tiene todo esto con el Adviento, con la próxima Navidad? Ya hemos visto varias veces que la figura de Juan Bautista nos es propuesta en el Adviento como figura ejemplar. Como él debemos nosotros anunciar la venida del Mesías Jesús. El que nació en Belén de Judá según los evangelios, y el que volverá glorioso a juzgarnos según hallamos encarnado o no su Palabra en nuestras vidas y en nuestro mundo. Se nos propone admirar e imitar, tanto como podamos, el desprendimiento del profeta, su pasión por la justicia y la verdad, su humildad tan sincera ante la presencia de aquel cuyas sandalias no se considera digno de llevar. Como Elías, Juan Bautista es testigo de los derechos de Dios, su santidad, su gloria soberana que no puede ser confundida con la efímera belleza de ninguna de sus creaturas. Su justicia inapelable que se ejerce a favor de los pobres y los humillados de este mundo, en contra de los impíos y corruptos, egoístas y avaros.

Ambos personajes: Elías y Juan Bautista, nos están llamando a prepararnos mejor para la acogida del Señor que ya viene. Avivando nuestra fe en Dios, nuestra confianza en su amor misericordioso, nuestra caridad para con los pobres. ¡Qué diversa actitud a la de los que convierten Navidad en una feria, en una hoguera de vanidades y despilfarros, sin acordarse de los que pasan hambre, los que no tienen techo, los que están solos, enfermos, desnudos! ¿No será en ellos donde encontraremos de verdad al Mesías salvador?

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


2-10. 2002

En el tiempo litúrgico de Adviento, en que la Iglesia dirige alternativamente su mirada hacia el pasado histórico de la primera venida de Jesús y hacia el futuro de su manifestación gloriosa, el texto evangélico de hoy nos ofrece una ayuda para esta reflexión con la presentación de las figuras de Elías y de Juan el Bautista.

Luego de la manifestación gloriosa de la Transfiguración y del mandato de Jesús dirigido a sus compañeros respecto a mantener el secreto mesiánico antes de la Resurrección, los discípulos preguntan a Jesús sobre la concepción de los letrados de su época que en su enseñanza afirmaban que antes de la instauración del Reino se produciría el retorno de Elías.

En la concepción normal, surgida de la narración de la asunción al cielo de este profeta en un carro de fuego que concluye el ciclo de Elías (cf. 2 Re 2,11) y atestiguada por Eclo 48,10-11, Elías era presentado como el precursor del advenimiento del Reino de Dios: "te reservan para el momento de aplicar la ira antes de que estalle, para reconciliar a padres con hijos, para restablecer las tribus de Israel. Dichoso quien te vea antes de morir", señala el último de los textos citados.

La resurrección de los muertos, que en la mentalidad nacida en tiempo de la dominación griega (cfr Dn 12,2) significaba la inauguración del Reino, era ligada, en la concepción de la época, al retorno de Elías. Por consiguiente los discípulos oyendo hablar a Jesús de su resurrección preguntan sobre el precursor del Reino que aún no ha aparecido.

Jesús en su respuesta asigna esta función de precursor a la actuación histórica del Bautista. De esa forma afirma la identidad de Elías y Juan. Esta identificación ya estaba implícita en los elementos comunes de las presentaciones de Juan y de Jesús. Aquí el paralelismo entre el precursor y el instaurador del Reino se prolonga en el mismo género de muerte.

La reacción de los letrados ante la actuación de Juan es reflejo del desconocimiento del sentido de su actuación que le han conducido a la prisión y a la muerte (cfr Mt 14,1-12). Comprendiendo quién es Jesús, los discípulos podrán comprender a Juan y a Elías.

Dicha comprensión del discípulo indica el sentido de la teofanía divina en la transfiguración.

A partir de esta clarificación toda comunidad cristiana puede comprender el sentido de su dolor y sufrimiento. Compartiendo la suerte de Jesús puede experimentar la irrupción del Reino en el mundo y en la historia humana.

La esperanza cristiana no es sólo una realidad que sólo está reservada para el futuro. Ya se puede experimentar durante el presente comunitario en una vida de seguimiento del Resucitado.

Esta convicción garantiza el compromiso cristiano por el Reino. Al final del camino de la Pasión de Jesús, vivida como propia, se puede avizorar la resurrección de entre los muertos. Se comprende el sentido de tomar la cruz y seguir a Jesús, y se cumple en cada integrante la promesa de Jesús consignada en Mt 16,28: "algunos de los aquí presentes no morirán sin ver antes" el Reino de Dios.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


2-11. 2003 SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Eclo 48, 1-4.9-11: ¡Qué terrible eras, Elías!
Salmo responsorial: 79, 2-3.15-16.18-19: Danos vida para que invoquemos tu nombre
Mt 17, 10-13: Juan Bautista y la venida de Elías

Los profetas que desde el AT hablaron en nombre de Dios denunciando las injusticias cometidas por los que gobernaban el pueblo y los tiranizaban, y además anunciaban las buenas noticias, no fueron aceptados; antes bien, fueron rechazados, negados, perseguidos y aún maltratados.

En la apocalíptica judía del AT, Elías debía venir a poner todo en orden en Israel a fin de que la venida del Mesías tuviera lugar en medio de la alegría de un pueblo purificado, “lejos del temor de que yo vengo a destruir la tierra” (Mal 4,6b), según en la profecía de Malaquías de la cual se valían los escribas para enseñar, “que Elías había sido arrebatado por un carro de fuego al cielo y volvería otra vez a la tierra antes de la venida gloriosa del Mesías, para preparar su recibimiento declarando lo puro y lo impuro, lo que acerca o aleja. “He aquí que yo les enviaré a Elías, el profeta, antes de que llegue el día del Eterno, el día grande y terrible” (Mal 3,23). La figura de Elías servía de garantía religiosa para los días mesiánicos. Es esto lo que Jesús en el evangelio de Mateo va a cuestionar. Sucede que el Mesías va a venir, o ha venido ya al seno de un pueblo incapaz de reconocerlo. Para rechazar la mesianidad de Jesús, los escribas hacían notar que Elías no había venido aún; ésta fue una objeción típica judía contra la fe cristiana.

Jesús, en los evangelios, añade más: Elías ya vino. No se refería a Elías redivivo el que tenía que venir; se refería a un profeta que vino y “caminaba en el Espíritu y virtud de Elías” (Lc 1,17); ya antes había dicho Jesús que el Bautista era Elías que ha de venir (Mt. 11,14) y “los discípulos comprendieron que se refería a Juan Bautista”(Mt 17,13).

Jesús ubica su misión mesiánica en la línea de los profetas incomprendidos y sufridos; correrá la misma suerte de Juan Bautista. Jesús invita a aceptar su mesianismo hecho de obediencia a la voluntad del Padre, de servicio y de entrega de la propia vida.

La misión que Dios da como encargo a los profetas no suele ser siempre agradable o fácilmente aceptable. Contra esa misión se suelen enfrentar las humanas pasiones y los intereses viles. Así, los seres humanos destinatarios de dicha misión, la rechazan, no la reconocen ni aceptan y aún se burlan de los emisarios de Dios, de los profetas de Cristo, que por ser fieles a su misión evangelizadora deben afrontar toda clase de persecución.

Nos preparamos a celebrar el nacimiento del profeta por excelencia que no fue bien recibido y sufrió la pasión y la muerte. Esto nos debe cuestionar si aceptamos en nuestra comunidad a aquellas personas que como Elías y Juan preparan el camino del Señor.


2-12. DOMINICOS 2003

Elías fue profeta; Lucía, luz

Hoy la Liturgia interrumpe su plan de lectura continuada  de los oráculos de Isaías. Quiere hacer memoria del profeta de fuego, Elías, cuya acción consta en el primer libro de los Reyes (cc. 17-22).  ¿Por qué esa atención al profeta que fue, según la tradición, arrebatado en un carro de fuego? (II Re 2, 11) . No debemos olvidar que en Israel la figura de Elías, como denunciadora de toda injusticia y promotora de la vida en el espíritu de verdad, era el paradigma de todo verdadero profeta de Yhavé. Algo así como el canon de verdad para troquelar profetas.

Por eso, los judíos, al encontrarse con Juan y Jesús, se preguntaban: ¿quién es ese Juan?, ¿quién es ese Jesús de Nazaret? ; y se respondían que acaso fueran un Elías redivivo.

¡Si nosotros pudiéramos ser en el Adviento almas de fuego para contagiar al mundo y devolverlo a la verdad y amor de Cristo!

Pero hoy, además de presentar a Elías, recordamos también a Santa Lucía, virgen y mártir siciliana, nativa de Siracusa, que vivió en el siglo IV.

Por entonces (año 304 aproximadamente)  las persecuciones a los cristianos habían disminuido muchísimo, pero Lucía fue víctima de la persecución promovida por el emperador Galerio. De su vida, apenas tenemos noticias fidedignas, pero sí muchas glosas que cuentan y cantan su heroísmo. No era Elías, pero era voz de Dios a través de la conciencia limpia, pura, fiel.  Cuenta la tradición que, apresada y torturada por ser fiel a su Dios, le sacaron los ojos del cuerpo, mientras le florecían los ojos del espíritu, enamorada de Cristo y del Padre.

 

La luz de la Palabra de Dios

Eclesiástico 48, 1-4.9-11:

“En aquellos días surgió Elías, un  profeta como fuego cuyas palabras eran horno encendido. Trajo sobre los mortales ingratos el hambre, y con su celo los diezmó. Por orden de Dios cerró el cielo y tres veces hizo caer fuego del cielo.  ¡Qué terrible eras, Elías, con tus prodigios! ¿Quién podrá gloriarse de parecerse a ti?

Un torbellino te arrebató a la altura en un carro tirado por caballos de fuego. Está escrito que te reservan para el momento de aplacar la ira antes de que estalle, para reconciliar a padres e hijos, para establecer las tribus de Israel. ¡Dichoso quien te vea antes de morir, pero más feliz tú que siempre vivirás!”    

Evangelio según san Mateo 17, 10-13:

“Al bajar del monte le preguntaron a Jesús sus discípulos: ¿por qué dicen los letrados que primero tiene que venir Elías?

Él les contestó: Elías tiene que venir para a restaurarlo todo.

Pero os aseguro que Elías ya vino y no lo reconocieron, y lo trataron a su antojo. Y de la misma manera le harán sufrir al Hijo del hombre a manos de ellos. Al oír esto, todos entendieron que se refería a Juan el Bautista”.

 

Reflexión para este día

Elías vendrá al final de los tiempos.

Dos palabras sobre el libro del Eclesiástico. Es obra escrita por Jesús Ben Sirac, personaje importante de Jerusalén en la época helenista, hacia el año 180 antes de Cristo. El contenido de este libro es, entre otras cosas, un canto a los  antepasados gloriosos en la historia de Israel (cc 44-50), haciendo recuento de “hombres de bien” a los que el Altísimo repartió “gran gloria”.

Entre ellos se encuentran reyes, consejeros, videntes, sabios, poetas...(44, 1 ss), pero hay uno muy insigne, que se alzó contra los escándalos de su tiempo: Elías, un hombre de Dios cuya actitud debe imitarse.

Es el profeta que –según la tradición de Israel- está llamado a aparecer en los grandes acontecimientos de la historia salvífica, por ejemplo, en la presentación del Mesías, y, además, al final de los tiempos.  Le corresponde, por tanto, preparar los caminos al advenimiento de Jesús y de Yhavé, prendiendo el fuego sagrado  e inflamando a las gentes con la llama de la Verdad.

¿Quién se le parecerá en su celo por el reino de Dios?


2-13. CLARETIANOS 2003

Nos gusta la anticipación. Por eso, hacemos sondeos, encuestas… para poder anticipar los resultados. Hay gente especialmente apta para prever el futuro. En tiempos de Jesús se anticipaba el futuro esperado utilizando la figura simbólica de Elías: tiene que venir Elías primero. ¿Pero quién era ese personaje misterioso?

Los discípulos bajan con Jesús de la montaña. Forman un pequeño grupo iniciático. Interrogan al Maestro, pues quieren entender la vida, la historia. Y le preguntan acerca de una enseñanza de los escribas: Elías tiene que venir. ¿Quién es Elías?

Jesús les responde que Elías vendrá y lo renovará todo. Pero también añade dos expresiones misteriosas. Elías vino. A Elías lo trataron muy mal e hicieron de él lo que quisieron. Elías era Juan. Juan Bautista no fue comprendido. De él dirían los judíos que estaba poseído por un demonio. Los principales de Galilea, con Herodes a la cabeza, hicieron de él lo que quisieron. Juan fue el Elías que tenía que venir… pero que acabó mal.

Tras Elías llega el Hijo del Hombre. A Jesús le encanta identificarse con esta figura apocalíptica que tan bellamente diseñó el profeta Daniel. El Hijo del Hombre viene en las nubes del cielo. Trae la bendición del Anciano de días. Le ha sido dado el Reino que vence a todos los reinos bestiales e instaura un reino humano, de paz y bienestar para siempre. Jesús re-diseña, sin embargo, esta figura apocalíptica con nuevos trazos. Hoy en el Evangelio nos dice que “padecerá y sufrirá y lo condenarán”. Los poderes religiosos y políticas querrán hacer con el Hijo del Hombre lo que ya hicieron con Juan, con el Elías de los tiempos mesiánicos.

Jesús ve unida su suerte a la suerte de Juan. Se está en momentos decisivos de la historia. Hay gente totalmente cerrada a la gracia.

También hoy sigue viniendo Elías en personajes misteriosos que nos interpelan, que nos sacan de nuestras lógicas. También hoy el Hijo del Hombre es rechazado y condenado. ¿Seremos nosotros tan insensibles a la presencia de la Profecía y del Mesías? Adviento nos despeja la mirada y el corazón.

José Cristo Rey García Paredes
 (jose_cristorey@yahoo.com)


2-14. Después de la Transfiguración

Fuente:
Autor: P. José Rodrigo Escorza

Mateo 17, 10 - 13

En aquel tiempo los discípulos le preguntaron a Jesús: «¿Por qué dicen los escribas que Elías debe venir primero?»El les respondió : «Ciertamente Elías ha de venir y lo pondrá todo en orden. Es más yo les aseguro a ustedes que Elías vino ya, pero no le reconocieron sino que hicieron con él cuanto quisieron. Así también el Hijo del hombre tendrá que padecer a manos de ellos». Entonces los discípulos comprendieron que se refería a Juan el Bautista.

Reflexión

Jesús se ha transfigurado. Ha permitido que sus apóstoles más cercanos tengan una experiencia de “gloria”. Algo que sólo podremos gozar en el cielo. Animados por haber participado de esta extraordinaria visión, llenos de alegría y paz, se deciden y preguntan acerca del precursor del Mesías. La respuesta no deja lugar a dudas. El precursor ha venido, pero no le han hecho caso: “han hecho lo que han querido”... era la voz que clamaba, pero pocos la supieron escuchar.

A veces nuestra vida espiritual se reduce a lo que “yo” creo. Me rijo por el “yo necesito”, “yo rezo”, y convertimos la fe en un “producto” que yo me preparo a mi medida y gusto. Sin embargo, no podemos aplicar esta regla para descubrir las cosas de Dios.

S. Juan de la Cruz fue un fraile carmelita que supo escuchar a Dios, que supo encontrarle. Lo hizo sobre todo en los momentos de mayor prueba en su vida. Recluído nueve meses en una estrecha y oscura prisión, fue allí, entre sufrimientos y privaciones donde vieron la luz sus más profundos y bellos poemas espirituales. Porque Dios vive, actúa y está presente en los hombres y en todas las creaturas de la naturaleza. Todo esto es posible cuando el presupuesto de nuestra oración dejo de ser “yo”, y se convierte en el “Tu”. Cuando dejo de “oírme” y comienzo a escuchar. Porque orar es, sobre todo, escuchar a Dios. Se requiere silencio y apertura de corazón.

Presentarse uno mismo, como es, con sinceridad ante el espejo del alma. Hace falta la valentía de aceptarse, con todos nuestros límites y virtudes, pero además, hace falta meter a Dios en esa aceptación, en ese diálogo. Es necesario conectarse a Dios desde la sinceridad de uno mismo. Aquellos judíos no reconocieron a Juan, y no reconocerán a Jesucristo. Nosotros estamos en mejores condiciones. Las dificultades siempre las tendremos, pero podemos vencerlas si somos sinceros y si tenemos la firme convicción que nuestra “conexión” con Dios es la cosa más importante que tenemos y que nuestro “yo” está subordinado al Tú de Dios, que es AMOR.


2-15. Los frutos de Dios nacen del corazón

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez

Durante el Adviento la Iglesia nos anuncia, de una forma muy clara y muy fuerte, que tenemos que estar atentos para captar la venida del Señor; que constantemente debemos estar preparando la venida de Dios.

Jesucristo en el Evangelio nos pone una parábola en la que narra lo que sucede con unos niños que están en una plaza y les dicen a sus compañeros: "Os hemos tocado la flauta y no habéis bailado; os hemos entonado endechas y no os habéis lamentado". A veces, así podemos ser los seres humanos: Jesucristo nos habla y nos orienta, y nosotros no le hacemos caso, seguimos actuando a nuestro estilo, a nuestro modo, sin preocuparnos demasiado de lo que se nos está diciendo. Lógicamente, el hecho de que hay alguien que anuncia, y el que tiene que recibir el anuncio no quiera recibirlo, tiene sus consecuencias y, a veces, consecuencias muy serias.

La tarea de hacer presente a Cristo, de anunciar la venida del Señor, no es una tarea que se realiza de una forma misteriosa, extraña, sino que es una tarea que se lleva a cabo de una manera particular a través de las mediaciones humanas. Es decir, por medio de diversos precursores que Dios nos va mandando. Sin embargo, cuántas veces el precursor puede no ser recibido, como lo vemos en el Evangelio, cuando Cristo dice: "Vino Juan, que no comía ni bebía y dijeron: ‘Tiene un demonio’. Viene el Hijo del hombre, y dicen: ‘Ese es un glotón y un borracho; amigo de publicanos y gente de mal vivir”.

Lo que estos versículos del Evangelio de San Mateo nos dicen es que el precursor no debe su eficacia ni su fecundidad a si es o no es acogido, a si es o no es recibido, a si es o no es comprendido, sino que el precursor debe su fecundidad al hecho mismo de ejercer su tarea de precursor, al hecho mismo de predicar. O sea, que nosotros en la medida que somos precursores, somos fecundos, somos eficaces. La verdadera fecundidad de todo hombre y de toda mujer en esta vida no está sólo en la medida en que consigue que la gente lo escuche, sino en la medida en que es fiel a su misión. Podrá darse, además, que los otros escuchen y que reciban su palabra, pero la tarea fundamental de todo ser humano es, como dice un salmo: "gozarme en la ley del Señor, cumplir sus mandamientos”.

A cada uno de nosotros el Señor nos manda ser precursores. Y como precursores, nos toca hablar, nos toca manifestar y nos toca proclamar con nuestro testimonio lo que es Dios en la vida del hombre. Podemos ser acogidos y comprendidos y tener grandes éxitos; o por el contrario, podemos no ser recibidos y encontrar, aparentemente, esterilidad. Sin embargo, como dice Jesús en la última frase de este Evangelio: "La sabiduría de Dios se justifica a sí misma por sus obras”.

Es decir, yo no necesito que otro me diga que estoy actuando bien, que está de acuerdo conmigo, o que el camino que llevo es el correcto; el precursor es fecundo por el simple hecho de proclamar el mensaje de aquel de quien es precursor. Cometeríamos un error si pensáramos que porque no vemos los frutos, estamos siendo infructuosos. Cometeríamos un error si nosotros pensamos que por el simple hecho de que la gente no nos reciba, no estamos siendo fecundos.

Si nosotros queremos ser verdaderos precursores de Cristo es necesario que nunca dejemos de entregarnos, que siempre mantengamos con la misma frescura la donación de nosotros mismos, independientemente de los frutos que veamos. A lo mejor nos moriremos y no veremos los frutos que queríamos obtener. Sin embargo, nosotros no sembramos para esta vida, sembramos para la vida eterna: "Dichoso aquel que no se guía por mundanos criterios [...]. Es como un árbol plantado junto al río, que da fruto a su tiempo y nunca se marchita”. Los frutos de Dios —nunca lo olvidemos— con mucha frecuencia son frutos interiores, son frutos que nacen del corazón y que a veces se quedan en él.

Cada uno de nosotros tiene que pedirle a Dios que nuestras palabras nunca queden sin fruto. No le pidamos ver los frutos; sólo pidámosle que no seamos obstáculo para que los frutos que, a través de nosotros tengan que darse, se puedan dar, porque si así lo hacemos, en nosotros se está cumpliendo lo que dice la Escritura: "La sabiduría de Dios se justifica a sí misma por sus obras”.

No busquemos que la sabiduría de Dios se justifique por nuestras obras. Permitamos que sea el Señor, que viene en esta Navidad, el que justifique las obras. Hagamos de este Adviento, días de una especial e intensa purificación interior. Y para lograrlo, hagamos un serio examen para revisar dónde nuestra vida no está sabiendo ser precursora, y roguemos al Señor para que nunca seamos una puerta que cierra el paso a los frutos que Él quiere obtener de los demás, por nuestra mediación.


2-16. San Cirilo de Jerusalén (313-350) obispo de Jerusalén, doctor de la Iglesia. Catequesis 3

El nuevo Elías

El bautismo es el punto final del Antiguo Testamento y el punto de partida del Nuevo. Tenía como promotor a Juan, el Bautista, “porque entre los hijos de mujer no ha habido uno mayor que Juan el Bautista” (Mt 11,11) Juan era el último de una serie de profetas, porque “todos los profetas y la ley anunciaron esto hasta que vino Juan.” (Mt 11,13) El inaugura la era mesiánica, tal como está escrito: “Comienza la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios...Apareció Juan el Bautista en el desierto...Juan bautizaba.” (cf Mc 1,1.4)

¿Opondrías a Juan Elías, el Tesbita, que fue arrebatado al cielo? De todos modos, no es superior a Juan el Bautista. Enoc fue transportado al cielo, y sin embargo, no es superior a Juan el Bautista. Moisés fue el mayor legislador en Israel. Todos los profetas eran admirables, pero ninguno es mayor que Juan el Bautista. No es cuestión de comparar unos profetas con otros, sino que su Maestro, nuestro Maestro, el Señor Jesús en persona ha declarado: “...no ha habido uno mayor que Juan el Bautista.” (Mt 11,11) Hay ciertamente comparación entre el gran servidor y sus compañeros de servicio, pero la superioridad y la gracia del Hijo de la Virgen no tiene comparación con sus siervos.

¿Te das cuenta qué clase de hombre escogió Dios como primer beneficiado de la gracia del Hijo? Un pobre, un amigo del desierto, no por esto enemigo de los hombres, Juan el Bautista, el nuevo Elías. Comiendo langostas, daba alas a su alma. Alimentado con miel silvestre, pronunciaba palabras de dulzura. Vestido de pieles de camello mostraba en su persona un ejemplo de esfuerzo y vigor. Desde el seno de la madre había sido consagrado por el Espíritu Santo. Jeremías había sido consagrado, pero no había profetizado en el seno de la madre. Sólo Juan Bautista, en el claustro del seno materno saltó de gozo. Sin ver con los ojos de la carne, bajo la acción del Espíritu Santo, reconoció al Maestro. La grandeza del bautismo pedía un guía grande en el inicio de la nueva era.


2-17. 2003.  LECTURAS: ECLO 48, 1-4. 9-11; SAL 79; MT 17, 10-13

Eclo. 48, 1-4. 9-11. Aquel que está lleno del Espíritu Santo tiene la fuerza del fuego que devora la hierba seca y que purifica los metales para que sean preciosos y puros. Elías es comparado a un profeta de fuego, con palabras de fuego; arrebatado por el fuego pero que volverá para poner las cosas en orden preparando el camino al Señor. Quienes hemos recibido el Don del Espíritu Santo, que habita en nuestros corazones como en un templo, no podemos permanecer indiferentes ante el la maldad que ha dominado a muchos e impide que el Señor sea reconocido como Señor en sus vidas. No podemos sólo proclamar el Nombre del Señor por costumbre; lo hemos de hacer siendo instrumentos del Espíritu del Señor que prepara los corazones para que en ellos habite el Señor y le dé un nuevo sentido a sus vidas. No podemos quedarnos sólo en preparaciones externas para la venida del Señor; hemos de estar con un corazón dispuesto a recibirlo y para que, teniéndolo en nosotros, lo manifestemos ante los demás con todo su poder salvador.

Sal. 79. Que Dios tenga piedad de nosotros y nos bendiga; que haga resplandecer su Rostro sobre nosotros y nos conceda su protección y su paz. Dios no puede olvidarse de la obra de sus manos. Muchas veces nosotros hemos vivido lejos del Señor, pero Él, como un Padre amoroso y compasivo, siempre está dispuesto a perdonarnos si volvemos a Él con un corazón sincero. Dios, por medio de su Hijo Encarnado, ha salido al encuentro del hombre pecador. Nosotros hemos sido objeto del amor misericordioso del Señor; no cerremos nuestro corazón al Redentor que se acerca a nosotros no sólo para protegernos sino para renovarnos como criaturas nuevas, como hijos de Dios.

Mt. 17, 10-13. Quienes viven de espaldas a la Verdad, aun cuando resucite un muerto no creerán realmente en Dios, porque no quieren convertirse ni salvarse. De muchas maneras habló Dios en el pasado a su Pueblo; pero muchos no quisieron ir por los caminos de Dios. Llegada la salvación prefirieron las tinieblas a la luz porque sus obras eran malas. Apagar la voz del profeta significa despreciar no sólo al enviado sino a Aquel que lo envió. Pero cuando el que envió vino a nosotros, los suyos no lo recibieron; y no sólo lo rechazaron sino que también lo persiguieron como si en lugar de llegar Aquel que los hizo pueblo suyo y ovejas de su rebaño, hubiese llegado un enemigo o un extraño. Ojalá y nosotros no cerremos nuestro corazón al Señor que, amándonos, quiere hacer su morada en nuestros corazones y quiere impulsar nuestra vida por el camino del bien.

En esta Eucaristía el Señor nos comunica cada vez en mayor medida, el fuego de su amor, que ha de transformarnos para que, unidos a Él, seamos luz que ilumine el camino de todos los pueblos de la tierra. El Señor no sólo nos instruye con su Palabra, sino que nos llena de su misma Vida para que seamos portadores de su amor y de su Gracia. Quien vive en comunión de vida con Cristo no puede sólo confesar su fe con los labios, pues sus mismas obras estarán dando testimonio de que en verdad es hijo de Dios. La Iglesia de Cristo ha de actuar siempre guiada por el Espíritu Santo, fuego que arde en su interior y la hace ser testigo valiente del Señor, esforzándose en trabajar incansablemente para que haya un mejor orden en la vida social, y no se nos pierda de vista nuestra meta final: llegar juntos a participar de la vida que Dios nos ofrece mediante su Hijo Jesús.

Si queremos que nuestro mundo viva un poco más en paz y armonía, en amor fraterno y en solidaridad con los necesitados, no nos quedemos con una fe que pierda su inserción en el mundo. No podemos sustraernos de las realidades temporales; pero no podemos dejarnos deslumbrar por ellas de tal forma que llegáramos a pensar que nuestra plena realización se lleva a cabo sólo en esta vida, o en la posesión de las cosas temporales. Ciertamente no podemos descuidar nuestras tareas en que nos esforzamos por construir la ciudad terrena; pero en ella debemos esforzarnos para que se vivan los valores que proclama la Iglesia. Hemos de ser los primeros responsables en aquellas tareas que se nos han encomendado, o que hemos aceptado en la vida, sabiendo que con ellas, aún de un modo indirecto, estamos prestando un servicio a nuestros hermanos. Hemos de ser los primeros en trabajar por la paz, de tal forma que no seamos generadores de guerras, ni de persecuciones, ni de asesinatos, ni de injusticias. Hemos de ser los primeros en tratar de remediar el hambre de los desprotegidos, no sólo despojándonos de lo nuestro en favor de ellos, sino trabajando para que haya una mayor justicia social que abra más oportunidades a quienes, en razón de su cultura, raza o edad, han sido desplazados o marginados. Sólo poseyendo el Fuego del Espíritu de Dios en nosotros no nos quedaremos en estos proyectos temporales, sino que daremos el paso hacia la construcción del Reino de Dios entre nosotros, de tal forma que el Señor nos lleve no sólo a buscar proteger a los débiles, sino a buscar la salvación de quienes viven lejos de Él y han destruido su propia vida o han generado injusticias que destruyen la vida de los demás.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la Gracia de prepararle el camino al Señor con un corazón libre de maldades, injusticias y odios, y lleno del Amor que venido de Dios, nos haga ser una digna morada para Él y un signo del amor fraterno para cuantos nos traten. Amén.

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2-18. SMEAGOL Y GOLLÚM.

La desagradable criatura de “El señor de los anillos” tiene un preocupante caso de esquizofrenia aguda. Gollum- el antipático- tiene una voz fuerte, autoritaria que se impone sobre Smeagol- el debilucho- que, aunque a veces parece liberarse, acaba obedeciendo a su personalidad desagradable y hablando con esa vocecilla de bocina de Vespino. La voz es muy importante. Puede expresar convencimiento, fuerza, hastío, despreocupación, cariño, ira, desprecio, etc.

A veces oigo predicaciones- o me escucho predicar- con el mejor estilo de los perfectos pupilos de Smeagol: una voz cansina y desafinada, cuyos efectos son más que previsibles en el que escucha: es como quien oye llover, una vez terminada la lección se pasa “a otra cosa, mariposa”. Para esto los mismos curas hemos fijado una expresión: quien no mueve el corazón acaba haciendo que se mueva el trasero. Palabras que no generan una respuesta de entrega y sí un montón de toses que te parece celebrar en uno de los antiguos hospitales de tuberculosos. Parece que, para hablar de Dios y con Dios, hay que mirar a un punto en el infinito e ir convirtiendo la voz en un arrullo consolador que, vacíos los corazones, vacía las Iglesias. Parece que hay miedo a molestar a los que duermen, de incomodar a los acomodados, de que nos abandonen los que vienen a sestear en el reclinatorio.

Gollum tiene una voz desagradable. Insulta, echa en cara, ironiza sobre el débil Smeagol, todo lo ve negativo y sólo busca “su tesoro”. Hay predicaciones estilo Gollum. No convencen, humillan. No explican, confunden con tecnicismos. No inquietan sino que asustan. No convierten, trastocan la verdad.

Alguno estará ya pensando en sacerdotes que conoce o en su párroco. Pero tampoco hay que irse sólo a los sacerdotes, muchos nos predican todo el día y no exactamente de Dios. Tenemos muchas oportunidades, en diversos lugares y situaciones, de hablar de nuestra fe. Y podemos ser o Gollum, o Smeagol o mudos (que tal vez sea incluso peor).

Cuando hables de Dios acuérdate de Elías “un profeta como fuego, cuyas palabras eran horno encendido”. Según hables de Jesucristo y la Iglesia así está tu corazón de enamorado.

Seguramente incluso así nadie te haga caso:“os digo que Elías ya ha venido, y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo”, pero sabrán que no los quieres engañar, que hablas de quien quieres porque los quieres.

Pídele a nuestra Madre del cielo que te ayude a ser fuego y cuando contemples dentro de unos días el nacimiento del Sol de Justicia veas “El retorno del rey” (de Reyes).

ARCHIMADRID


2-19. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

Eclo 48,1-4.9-11: ¡Felices aquellas que te vean antes de morir!
Sal 79,2-3.15-16.18-19: Muéstranos, Señor, tu rostro, y nos salvaremos
Mt 17,10-13: Elías ya vino y no lo reconocieron

En medio de las secuencias de Isaías que hemos venido escuchando estos días en la primera lectura, nos presenta hoy la liturgia un breve pasaje del Eclesiástico o Sirácida, donde se exalta la figura de Elías. Hacia la mitad del capítulo 42 el autor del Eclo comienza una larga alabanza donde empieza por reconocer la gloria de Dios, primero que todo en la naturaleza (caps. 42-43) y luego en los antepasados de Israel (caps. 44-50) comenzando por Henoc, el legendario personaje de Gn 5,24 que según la tradición fue arrebatado al cielo. Dentro de esos antepasados insignes de Israel está Elías como modelo de profeta quien es descrito como “fuego”, cuyas palabras eran ardientes. Según la tradición, Dios destinó a Elías para “apaciguar la ira divina el día de su manifestación; para reconciliar a los padres con sus hijos y para restaurar a las doce tribus de Israel”. La expresión final del pasaje que leemos es muy significativa, pues es la que está en la mente de todos los judíos piadosos que esperan el cumplimiento de las promesas hechas a los antiguos: “Dichoso el que te vea antes de morir”. Dicha expresión nos remite a esa expectativa sobre el regreso de Elías. La interpretación rabínica afirmaba que la venida del Mesías estaría precedida por la venida de Elías. En otras palabras, Elías se debía hacer presente antes del Mesías, y tendría como misión disponer los corazones, apaciguar, reconciliar... para que el Mesías pudiera inaugurar su propia era.

Es lógico, entonces, que ahora con Jesús al frente, los discípulos que son hijos de las tradiciones, interroguen al Maestro el por qué los escribas afirmaban que antes del Mesías tenía que venir Elías. Jesús interpreta de otra manera las cosas. No se trata de un retorno efectivo del antiguo profeta cuanto del resurgir del espíritu profético y celoso de Elías que luchó contra todo aquello que era contrario a las convicciones de fe yahvista en el Israel del siglo IX. Recordemos a Elías enfrentando a los profetas de Baal, luchando contra el politeísmo, la idolatría y la prostitución cultual que ganaban cada vez más terreno en Israel con el beneplácito de sacerdotes y reyes.

En el pasaje de Mateo que escuchamos, vemos a los discípulos preocupados por el cumplimiento de la profecía que tiene que ver con la venida de Elías. Si las palabras y los signos de Jesús realizan la tarea del Mesías, ¿por qué no se presentó antes Elías? Según Jesús, Elías ya vino, es decir, alguien ha vuelto a encarnar ese celo de Elías, ese es precisamente Juan el Bautista. Con él, dice Jesús que “hicieron lo que quisieron”. También Juan corrió la suerte de la mayoría de los profetas: fue escuchado por algunos, pero rechazado por otros, rechazo que incluyó la misma muerte violenta. Ese mismo final lo vaticina Jesús para sí mismo.

El evangelio de hoy es en cierta forma un llamado para estar atento a las señales de los tiempos. Sabemos que el pueblo judío tenía muchas tradiciones, muchas maneras de interpretar las Escrituras antiguas, a partir de lo cual había ido dando forma a varias expectativas. Pero qué pasaba, que a pesar de que tales expectativas estaban siempre latentes, no sabían ir descubriendo su realización a través de las situaciones que se iban presentando, a través de las mediaciones de personajes y de tiempos tenían lugar permanentemente. En ello Jesús también es maestro, pues él ha ido profundizando cada situación, cada personaje y le ha sabido encontrar los rasgos de expectativa que están cumpliendo.

Este tiempo de adviento es propicio para que nosotros examinemos la lectura que hacemos de los signos de los tiempos, las situaciones, los personajes y los movimientos que el Espíritu va suscitando en nuestro diario acontecer, para ver si somos o no como los niños de la parábola. Muchas veces nuestro modo de ser y de ver la vida impide darnos cuenta de todas las mediaciones que Dios nos pone para mostrarnos sus designios; tal vez queremos imponer nuestros propios criterios a la acción de Dios, como si la voluntad de Dios tuviera que someterse a la nuestra!


2-20.

Comentario: Rev. D. Xavier Sobrevia i Vidal (Sant Boi de Llobregat-Barcelona, España)

«Elías vino ya, pero no le reconocieron, sino que hicieron con él cuanto quisieron»

Hoy, Jesús conversa con los discípulos cuando baja de la montaña, donde han vivido la Transfiguración. El Señor no ha acogido la propuesta de Pedro de quedarse, y baja respondiendo a las preguntas de los discípulos. Éstos, que acaban de participar brevemente de la gloria de Dios, están sorprendidos y no entienden que ya haya llegado el Mesías sin que antes haya venido el profeta Elías a prepararlo todo.

Resulta que la preparación ya ha sido realizada. «Os digo, sin embargo, Elías vino ya» (Mt 17,12): Juan Bautista ha preparado el camino. Pero los hombres del mundo no reconocen a los hombres de Dios, ni los profetas del mundo reconocen a los profetas de Dios, ni los prepotentes de la Tierra reconocen la divinidad de Jesucristo.

Es necesaria una mirada nueva y un corazón nuevo para reconocer los caminos de Dios y para responder con generosidad y alegría a la llamada exigente de sus enviados. No todos están dispuestos a entenderlo y, menos, a vivirlo. Es más, nuestras vidas y nuestros proyectos pueden estar oponiéndose a la voluntad del Señor. Una oposición que puede convertirse, incluso, en lucha y rechazo de nuestro Padre del Cielo.

Necesitamos descubrir el intenso amor que guía los designios de Dios hacia nosotros y, si somos consecuentes con la fe y la moral que Jesús nos revela, no han de extrañarnos los malos tratos, las difamaciones y las persecuciones. Ya que estar en el buen camino no nos evita las dificultades de la vida y Él, a pesar del sufrimiento, nos enseña a continuar.

A la Madre de Jesús, Reina de los Apóstoles, le pedimos que interceda para que a nadie le falten amigos que, como los profetas, le anuncien la Buena Nueva de la salvación que nos trae el nacimiento de Jesucristo. Tenemos la misión, tú y yo, de que esta Navidad sea vivida más cristianamente por las personas que encontraremos en nuestro camino.


2-21. 2ª Semana de Adviento. Sábado

Sus discípulos le preguntaron: ¿Por qué entonces dicen los escribas que Elías debe venir primero? El les respondió: Elías ciertamente ha de venir y restaurará todas las cosas. Pero yo os digo que Elías ya ha venido y no lo han reconocido, sino que han hecho con él lo que han querido. Así también el Hijo del Hombre ha de padecer de parte de ellos. Entonces comprendieron los discípulos que les hablaba de Juan el Bautista. (Mt 17, 10-13)

I. Jesús, los judíos tenían una señal clara para conocer tu venida: Elías debía aparecer primero. Y Elías vino: era Juan el Bautista. Pero no lo reconocieron. ¿Por qué no lo reconocieron? Él se había proclamado claramente precursor, anunciador del Mesías, cuando había dicho al pueblo: El que viene después de mí es más poderoso que yo; no soy digno ni de llevar sus sandalias. Él os bautizará en el Espíritu Santo y en fuego [33].

Jesús, a veces las cosas están claras, clarísimas, pero yo no las quiero ver.
Unas veces, por pereza, me engaño y no trabajo lo que debo; otras, por no pasar un mal rato, me excuso pensando que aquello que un conocido hace mal ya se lo dirá otro; otras veces es mi falta de generosidad la que no me deja ver en esa circunstancia una ocasión de servir; etc...

Jesús, ayúdame a reconocer en estos detalles que suponen un vencimiento, una señal de tu presencia. Cuántas veces estás ahí y no te veo. Y no lo han reconocido, sino que han hecho con él lo que han querido. Señor, que no me deje llevar por mis apetencias y gustos, sino que busque hacer en todo lo que quieras Tú. Y cuando me parezca que no puedo más, que sepa recurrir a Ti.
Cuán consolado queda un cristiano, al pensar que Dios le ve, que es testigo de sus penalidades y de sus combates, que tiene a Dios de su parte [34].

II. Me preguntas: ¿por qué esa Cruz de palo? - Y copio de una carta: «Al levantar la vista del microscopio la mirada va a tropezar con la Cruz negra y vacía. Esta Cruz sin Crucificado es un símbolo. Tiene una significación que los demás no verán. Y el que, cansado, estaba a punto de abandonar la tarea, vuelve a acercar los ojos al ocular y sigue trabajando: porque la Cruz solitaria está pidiendo unas espaldas que carguen con ella» [35].

Jesús, cuántas ocasiones tengo de ofrecerte mi trabajo, de estar contigo o con tu Madre Santísima sin necesidad de hacer cosas raras. Sólo tengo que tener a la vista -en mi mesa de trabajo, en la mesita de noche- un crucifijo o una estampa de la Virgen a la que pueda decir una jaculatoria, un piropo, o dirigir una simple mirada.

Jesús, vas a nacer en Belén. Tampoco allí te reconoció nadie. Ni siquiera tuvieron sitio para Ti en la posada del pueblo. Me tengo que convencer de que Tú no quieres mostrarte al mundo aparatosamente. O te sé reconocer en los detalles pequeños de cada día, o no te encontraré nunca. Y los que no reconocieron al Bautista acabaron matándole, crucificándole luego a Ti. Así también el Hijo del Hombre ha de padecer de parte de ellos.

Por eso, es muy importante -es vital- que aprenda a ofrecerte las cosas, que aprenda a contar contigo cuando tengo que decidir hacer o no hacer algo, que aprenda a pedirte ayuda cuando lo necesito, que aprenda a darte gracias por todo, porque todo lo que me ocurre, ocurre por mi bien.

Madre, tú sí que has sabido reconocer a Dios en tu hijo. No te acostumbraste nunca a tratarlo como quien era: el Hijo de Dios. Mientras Él vivía con plena normalidad entre los demás niños de Nazaret, tú le amaste con todo el corazón de madre y con toda la piedad de una criatura que vive con su Creador. Ayúdame a no acostumbrarme nunca a tenerlo tan cerca: en el sagrario, en mi alma en gracia. Madre, me doy cuenta de que, si mantengo mi devoción a ti -a través del rezo del santo rosario, de tener una imagen tuya cerca, de llevarte en mi pecho en el escapulario- tú me irás recordando constantemente a tu Hijo, me lo irás dando a conocer cada día más, y no permitirás que ninguna tentación me aparte de Él.

[33] Mt 3, 11.
[34] Santo Cura de Ars. Sermón sobre el Corpus Christi.
[35] Camino, 277.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo Adviento y Navidad, EUNSA


2-22. Fray Nelson Sábado 11 de Diciembre de 2004

Temas de las lecturas: Elías volverá * Elías ha venido ya, pero no lo reconocieron .

1. Una palabra de fuego
1.1 La Biblia asocia más de una vez a Elías con el fuego (1 Re 18,25; 2 Re 1,10.12; Sir 48,1). Su palabra purifica, trae ardor de fe y provoca incendios que propagan el celo por la causa de Dios. Quizá tal es la esencia de este profeta: el celo, es decir, el amor que reclama sus derechos.

1.2 Este mismo ardor brilla en Juan Bautista. Como Elías, también Juan fue perseguido por quienes tenían el poder. Su palabra no pudo ser detenida por amenazas, y aun muerto es elocuente en su coherencia, su vigor, su amor inquebrantable.

1.3 Es posible que a nosotros un amor así nos parezca exagerado. Preferimos tal vez una fe sin fanatismos, sin excesos, sin mucho compromiso. El problema de una religión así es que fácilmente se vuelve cómplice de los intereses de los poderosos de este mundo. Una fe acostumbrada a no sufrir es una fe acostumbrada a negociar, a evitarse problemas, a venderse por el precio espúreo de una aparente calma. Por eso, de tanto en tanto necesitamos profetas de fuego.

2. Profeta de los derechos de Dios
2.1 El que habla en nombre de Dios y de sus derechos se expone a dos cosas, y ambas las sufrió el Bautista. En primer lugar, "no lo reconocieron"; en segundo, "hicieron con él lo que quisieron".

2.2 Reconocer a los enviados de Dios es admitir sus credenciales, que no son otras sino su fidelidad al Dios que les envía. Por eso dijo Cristo: "Jesús exclamó y dijo: El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado. Y el que me ve, ve al que me ha enviado".

2.3 Es un pequeño problema epistemológico el que aquí asoma: ¿cómo saber que alguien es enviado por otro sin conocer a ese otro? Es necesario, dirá san Juan, recibir el testimonio, y esto es lo que realizan las obras de Cristo y de los que son de Cristo; tales obras son señales capaces de despertar nuestra conciencia y dirigirla al conocimiento del Padre y de su enviado.

2.4 Mas los que no miran las obras ni se interesan por la fidelidad no pueden reconocer a los enviados de Dios y por eso sólo les interesa demostrar que tienen más poder que los profetas. Maltratando al profeta, o incluso matándolo, pretenden demostrar que no tiene poder alguno. Mas su inicuo obrar lo único que prueba es que Dios prefiere instrumentos frágiles, pues no quiere revelarse en la ostentación sino ne la sencillez.

3. Cristo en su pasión
3.1 Nuestro Señor anuncia su propio destino, que seguirá la regla común a los enviados. Tampoco a Cristo se le reconocerá como enviado, y también a él le tratarán a su antojo. Estremece pensar que la pasión del Señor es un punto más en la larga serie de los que han sido desconocidos y torturados. Su sangre recoge la sangre de tantos otros.

3.2 La Eucaristía, pues, es la catequesis suprema de la constancia en la misión. Cristo, el Misionero por excelencia, revela en su Cuerpo "entregado" y en su Sangre "derramada" el precio de la fidelidad al Dios que es digno de toda honra y de todo amor.


2-23. Reflexión:

Eclo. 48, 1-4. 9-11. Elías, figura de gran talante entre los antiguos profetas. Profeta de fuego, pues, en verdad, Dios había tomado posesión de él. Sus palabras eran de fuego; pues un verdadero profeta no sólo denuncia el mal que hay en el mundo, sino que lucha, de modo frontal, contra el pecado y la muerte, hasta levantarse victorioso con la Gracia de Dios, pues no actúa a nombre propio sino en Nombre de Dios. Muchas veces, por desgracia, algunos confunden la misión profética de la Iglesia con palabras, acciones y actitudes contestatarias. Sin embargo, el verdadero profeta, enviado por Dios, trabaja para hacer que el corazón de los padres se vuelva hacia los hijos, y para congregar a todas las naciones en un solo Pueblo Nuevo de hijos de Dios. Siendo signo de Dios en el mundo, el profeta debe esforzarse en la reconciliación de todos con Dios, y en la reconciliación entre nosotros para que vivamos fraternalmente unidos y en paz. Solamente así podremos decir que estamos preparando un pueblo que esté bien dispuesto para recibir al Señor. Tratemos de ser una Iglesia auténticamente profética que, hablando y actuando bajo el fuego del Espíritu Santo, colabore para que el Reino de Dios se haga realidad entre nosotros.

Sal. 80 (79). ¿En verdad queremos iniciar una vida renovada en Cristo? Si le pedimos al Señor que se manifieste y venga a salvarnos es porque en realidad queremos abandonar nuestros caminos de maldad y comenzar a caminar conforme a su ejemplo y enseñanzas. Sólo Él tiene el poder de restaurar nuestra vida deteriorada por el pecado. Por eso acudamos confiados a Él y pidámosle que vuelva sus ojos a nosotros, puesto que somos su pueblo y ovejas de su Rebaño. Vueltos a Él permanezcámosle fieles hasta el final, de tal manera que, guiados por su Espíritu, algún día podamos llegar a la participación de los bienes eternos y a alabar eternamente su Nombre.

Mt. 17, 10-13. Elías ha venido ya en la persona de Juan el Bautista para ponerlo todo en orden. Ha venido a prepararle el camino al Señor. Los que escucharon con verdadero amor el mensaje de conversión proclamado por el Bautista llegaron a comprender que eran conducidos por él, el amigo del Esposo, para pactar una nueva y eterna Alianza con el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Pero los que se resisten a la voz que clama en el desierto, invitando a la conversión, no lo reconocieron. Efectivamente, cada uno es responsable de la aceptación o del rechazo de la oferta de salvación que Dios pone frente a nosotros. La Iglesia de Cristo ha de continuar invitando a todos a la conversión, pues la salvación no es ya más una promesa, sino una realidad, gracias a la Pascua de Cristo. Por eso la preparación para el nacimiento del Señor es un prepararnos nosotros mismos a renacer como hijos de Dios que, permaneciendo en el mundo, nos convertimos en testigos fieles del amor de Dios para todos los pueblos. Tal vez muchos acepten ese mensaje de salvación; pero muchos otros no lo reconocerán, e incluso nos perseguirán, haciendo con nosotros cuanto les venga en gana. Pero no tengamos miedo ni demos marcha atrás en nuestro testimonio de fe, pues si perseveramos firmes hasta el final salvaremos nuestra vida.

El Señor ha padecido a manos de los pecadores. Y esos somos nosotros. Sin embargo la Sangre del Señor ha caído sobre nosotros como fuente de perdón y de salvación eterna. Él es el testigo fiel del amor del Padre Dios por nosotros. Muchos lo han rechazado, pues no quieren que su vida se renueve para que se conviertan en portadores de vida, de paz y de justicia. A los que creemos en Cristo el Señor nos invita a renacer como hijos de Dios, mediante un amor fiel y sincero hacia nuestro Padre Dios y hacia nuestro prójimo. Por eso, al prepararnos al nacimiento de Cristo nosotros mismos nos preparamos para que el amor de Dios nos renueve y nos haga presentarnos ante el mundo, ya no como destructores, sino como portadores de vida. Y el Señor nos ha convocado a la celebración de esta Eucaristía para hacernos participar, no sólo de su Vida, sino también de la Misión salvadora que Él recibió del Padre Dios. Así la Iglesia está llamada a convertirse en un signo del amor de Dios para todos los pueblos. Por medio nuestro el mundo debe conocer y experimentar el amor de Dios, como Padre lleno de amor y de ternura para con sus hijos.

El Señor ha traído fuego a la tierra. Y ¡Cuánto desearía que ya estuviera ardiendo en ella! Los que hemos sido bautizados en el Espíritu Santo y en su fuego no podemos vivir como cobardes cuando, al contemplar todos los retos que nos presenta un mundo deteriorado por el pecado y dominado por muchos signos de muerte, tengamos que trabajar, con la fuerza del Espíritu de Dios en nosotros, para renovarlo en Cristo, hasta que todos lleguen a ser, con plenitud, hijos de Dios. Dios quiere continuar volviendo su mirada hacia nosotros; mirada llena de amor, de misericordia y de compasión; siempre dispuesto a perdonarnos y a salvarnos. Pero esa mirada y esa acción salvadora Él quiere continuar realizándola por medio de su Iglesia. Nosotros somos los responsables de hacer patente la persona de Jesucristo y su acción salvadora en el mundo, sin importarnos el que, al igual que nuestro Maestro, tengamos que padecer mucho a mano de los pecadores que no quieren volver a Dios ni abandonar sus caminos de maldad y de injusticia.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber dar un fiel testimonio de nuestra fe, trabajando por conquistar el mundo entero para Cristo, sin importarnos el que, por nuestra fe en Él y el anuncio comprometido del Evangelio, tengamos que entregar, incluso, nuestra propia vida. Amén.

Homiliacatolica.com


2-24. 11 de Diciembre

219. El examen de conciencia

I. En el Evangelio de la Misa San Mateo habla de las palabras que el Señor dirige a los fariseos por su hipocresía. En sus vidas podemos ver, por una parte, una minuciosidad agobiante; por otra, una gran laxitud en las cosas verdaderamente importantes: abandonan las cosas más esenciales de la Ley, la justicia, la misericordia y la buena fe (23, 23-24). No supieron entender lo que el Señor esperaba de ellos. También nosotros en estos días de Adviento, podemos mejorar el examen de conciencia, para no detenernos en cosas accidentales y dejar escapar las importantes. Un examen –breve, pero profundo-, es como un ojo capaz de ver los íntimos recovecos de nuestro corazón, sus desviaciones y apegamientos. Ahí descubriremos el origen oculto de nuestras faltas evidentes de caridad o de trabajo, de nuestra tristeza o malhumor, o de la falta de piedad, y sabremos ponerle remedio.

II. El examen diario de conciencia es un repaso a fondo de lo que hemos escrito en la página de cada día irrepetible y es ocasión de encuentro con Dios. Una página de horror puede convertirse en algo bueno por la contrición y el propósito para comenzar la nueva página en blanco que nos presentará nuestro Ángel Custodio de parte de Dios. “Y estas páginas blancas que empezamos a garabatear cada día, a mí me gusta encabezarlas con una sola palabra: ¡Serviam!, ¡serviré!, que es un deseo y una esperanza.... Y digo al Señor que vuelvo a empezar, Nunc coepi!, que vuelvo a empezar con la voluntad recta de servicio y de dedicarle mi vida, momento por momento, minuto por minuto.” (S. CANALS, Ascética meditada)

III. La finalidad del examen de conciencia es conocernos mejor a nosotros mismos, para que podamos se más dóciles a las continuas gracias que derrama en nosotros el Espíritu Santo y nos asemejemos cada vez más a Cristo. Quizá una de las primeras preguntas que pueden darnos abundante luz es : ¿Dónde está mi corazón? ¿En Cristo? Unas veces descubriremos que es el ansia de aplauso, o el resentimiento, o la antipatía, o tal vez la sensualidad, o la rutina y la disipación. Podemos preguntarnos si hemos cumplido la voluntad de Dios o la nuestra y descender a detalles concretos en nuestro trato con Él y con los demás. Terminaremos con un acto de contrición, porque si no hay dolor, es inútil el examen. Haremos un pequeño propósito, y daremos gracias al Señor por todas las cosas buenas con las que hemos cerrado la jornada. Si acudimos a la Virgen, Ella y nuestro Ángel nos ayudarán a hacer el examen por amor y con dolor.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


2-25. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

1. Ven Espíritu Santo, purifica mi mente y mi corazón para que la Palabra regenere mi alma.

2. Eclesiástico 48,1-4.9-11: Elías, un profeta como un fuego, sus palabras como horno encendido. Te reservan para el momento de aplacar la ira antes de que estalle, para reconciliar a padres e hijos, para restablecer las tribus de Israel. Dichosos quien te vea antes de morir. Dichoso tú que vives.

Mateo 17,10-13: Elías vendrá y lo renovará todo. Elías ya ha venido y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo. Así también el Hijo del Hombre va a padecer a manos de ellos. Entonces los discípulos entendieron que se refería a Juan el Bautista.

3. Padre, lo que hay en mí de Elías despiértalo. Tú me has fraguado en el horno del Corazón de María y como hierro rusiente estoy preparado para estar dónde Tú quieras, aunque soy consciente de que para poco valgo. Tus caminos son santos y desconozco donde me llevan. Y me pregunto: ¿Qué futuro tiene tu Palabra en mi boca?. ¿Cuando llegará el momento en el que por fin todo saldrá bien y nada echará a bajo el trabajo de tu siervo? ¿Cuándo llegará el momento de reconciliar a unos con otros, si previamente estoy roto por dentro y necesitado de reconciliación? El don del perdón no se puede dar si antes no se ha recibido. ¡Es tanta la culpa que se acumula en mi interior que al ponerla bajo tus pies, sólo queda el peso de mis pecados y la luz de tu misericordia. Necesito, Padre, que también mis hermanos perdonen a este pobre siervo y le den oportunidades para desempeñar su trabajo. Y mi corazón estará agradecido.
Padre, reconcilia a tu hijo en el amor, y dame parte en la construcción de tu Reino. Que tu mano proteja a tu escogido. Danos vida para que invoquemos tu nombre.

Vuestro hermano en la fe:
Miguel A. Niño de la Fuente, cmf.
cmfmiguel@yahoo.es


26.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

En el canto de entrada expresamos nuestros anhelos por la venida del Señor: «Despierta tu poder, Señor, Tú que te sientas sobre querubines, y ven a salvarnos» (Sal 79,4.2). En la comunión tenemos la respuesta: «Mira, llego en seguida, dice el Señor, y traigo conmigo mi salario, para pagar a cada uno su propio trabajo» (Ap 22, 12).

En la oración colecta (Rótulus de Rávena), pedimos al Señor que amanezca en nuestros corazones su Unigénito, resplandor de su gloria, para que su venida ahuyente las tinieblas del pecado y nos transforme en hijos de la luz.

Eccl. 48,1-4.9-11: Elías volverá de nuevo. El elogio del profeta Elías en el libro de Sirac concluye con una alusión a su venida al final de los tiempos para preparar los corazones de los hombres. En el Nuevo Testamento se aplica esto a San Juan Bautista, que vino en el espíritu y poder de Elías para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto. Acojamos, pues, su mensaje.

Un profeta semejante al fuego, por la palabra ardiente como el horno encendido. De esta manera, por el celo ardiente, es presentado Elías, el defensor de Yavé, el profeta de la vida austera. Hablar de profetas y de profecías es hoy casi una moda, pero no ciertamente en el sentido de vidente, sino en el sentido de testimonio. En la Iglesia los profetas pueden ser incómodos, pero son siempre necesarios. Dios los suscita, igual que a los apóstoles, para que ayuden a la Iglesia en su camino.

Le ayudarán a condición de que sean profetas auténticos, defensores de Dios, austeros, celosos, suscitados por Dios, por cuyo honor han sido devorados por el celo. Atribuirse la calificación de profetas, querer pasar por tales, es cosa fácil, una tentación hoy bastante frecuente, sobre todo si se quiere evadir la doctrina apostólica del Magisterio de la jerarquía eclesiástica y actuar con resentimientos.

El verdadero profeta está dominado por Dios. Y es tal su testimonio de vida que se halla pronto a morir por el Evangelio, por su fe cristiana. Su vida es ejemplar en todo, principalmente en la obediencia, en la humildad, en la caridad. Todo profeta auténtico prepara el camino del Señor, procura hacer rectas sus veredas, rellena los valles y allana la altivez, principalmente con su vida santa.

–Con el Salmo 79 pedimos al Señor que nos restaure, que brille su rostro y nos salve: «Pastor de Israel, Tú que guías a José como a un rebaño, resplandece ante Efraín, Benjamín y Manasés. Dios de los ejércitos, vuélvete; que brille tu rostro y nos salve. Mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu Viña, la cepa que tu diestra plantó y que Tú hiciste vigorosa. Que tu mano proteja a tu escogido, al hombre que Tú fortaleciste. No nos alejaremos de Ti; danos la vida para que invoquemos tu nombre».

Dios no nos abandona. Actuó por medio de los profetas del Antiguo Testamento para preparar los caminos del Mesías. Envió  a un nuevo Elías en la persona del Bautista. Él, el Pastor de Israel eterno, venga también ahora a visitar a su Viña, su Iglesia, y proteja a su escogida, a su amada.

Mateo 17,10-13: Elías ya ha venido, pero no le reconocieron. En la tradición bíblica el profeta Elías había de venir. Elías ya vino, dice el Señor y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo. Así, también el Hijo del Hombre va a padecer en manos de ellos.

Cuando dijo esto el Señor, sus discípulos entendieron que se refería a Juan el Bautista. Todo profeta es tal en relación a Cristo. Le prepara el camino de la conciencia de los hombres con su predicación y su testimonio de vida. Está dispuesto a desaparecer cuando Él llegue. Ha de percatarse de que su misión está cumplida. Sobre todo le imitará en su conducta. Como Cristo, y como los antiguos profetas que lo anunciaron, el profeta de hoy y de todos los tiempos sabe que le espera la incomprensión, el sufrimiento, tal vez la muerte.

Pero no se busca a sí mismo; no se deja enredar por la soberbia sutil de sentirse «distinto» de los otros y, por consiguiente, mejor que los demás. No exige reconocimientos, ni honores. Acepta la dramaticidad de la fe y de su vocación. Está en paz con su conciencia. No quiere ser dominador del prójimo, sino solo un testigo, un colaborador, un servidor. Todos hemos de ser profetas si aceptamos las profundas exigencias de nuestro bautismo. Ante todo y sobre todo, hemos de lograr humildad, servicialidad, caridad y, en una palabra, santidad de vida. San Juan Crisóstomo alaba así la tarea de San Juan Bautista:

«Es deber del buen servidor no sólo el de no defraudar a su dueño la gloria que se le debe, sino también el de rechazar los honores que quiera tributarle la multitud... San Juan dijo “quien viene detrás de mí, en realidad me precede”, y “no soy digno de desatar la correa de sus sandalias”, y “Él os bautizará con el Espíritu Santo y el fuego”, y que había visto al Espíritu Santo descender en forma de paloma y posarse sobre Él. Por último atestiguó que era el Hijo de Dios y añadió “he ahí al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”...

«Como solo se preocupaba de conducirlos a Cristo y hacerlos discípulos suyos, no lanzó un largo discurso. San Juan sabía que, una vez que hubieran acogido sus palabras y se hubieran convencido, no tendrían ya necesidad de su testimonio a favor de Aquél... Cristo no habló; todo lo dijo San Juan... Juan, haciendo oficio de amigo, tomó la diestra de la esposa, al conciliarle con sus palabras las almas de los hombres. Y Él, tras haberles acogido, los ligó tan estrechamente a sí mismo que ya no regresaron a aquél que se los había confiado... Todos los demás profetas y apóstoles anunciaron a Cristo cuando estaba ausente. Unos, antes de su Encarnación; otros, después de su Ascensión. Sólo él lo anunció estando presente. Por eso también lo llamó “amigo del esposo”, pues sólo él asistió a su boda» (Homilías sobre el evangelio de S. Juan 16 y 18).