TIEMPO DE ADVIENTO

 

JUEVES DE LA SEGUNDA SEMANA

 

1.- Is 41, 13-20

1-1. HT/SENTIDO.

El libro de la Consolación (Is 40-55) ha sido elaborado en torno a tres ejes de reflexión: una apologética del monoteísmo frente a los falsos dioses extranjeros, una teología de la redención por el Servidor paciente y una presentación del futuro escatológico dentro del marco de una tipología del Éxodo. Nuestra lectura pertenece a este último grupo.

El carácter maravilloso consignado en los vv. 18-19 no debe sorprendernos: el período del Éxodo ha sido para Israel la era por excelencia de los milagros; algo así como la vida de Jesús para el cristiano. Así, el Segundo Isaías se preocupa de mostrar a sus contemporáneos que el Éxodo es un gesto permanente de Dios: las prisas de la huida (Is 52. 11-12), la nube protectora (Is 52. 12b), el paso del mar (Is 43. 16), el agua que brota de la roca (Is 48. 21), la transformación del desierto en paraíso (Is 43. 19-21), cruzando por un camino que no es sólo geográfico, sino también el camino de la alianza y de la santidad (Is 35. 8).

Estas maravillas operadas en el Éxodo sirven por lo demás, para proclamar la realidad del Dios único (v.20). A lo largo de toda su obra el autor está preocupado, en efecto, por una apologética del moneteísmo frente a los falsos dioses. A los ojos de la religión dualista de los medos, los elementos del Bien y del Mal se enfrentan sin que se pueda adivinar el resultado final de su lucha. A los ojos del monoteísmo judío Dios dirige todas las evoluciones del mundo conforme a su designio, sin que ninguna otra fuerza pueda oponerse: basta con conocer a Dios y su plan para comprender la historia del mundo y saber que camina hacia su felicidad.

La educación del sentido de la historia, que era ya el tema de la lectura primera del segundo domingo de Adviento (ciclo B), da aquí un paso más: la historia tiene un sentido porque Alguien sabe adónde va: un Dios que comunica su conocimiento a los hombres jalonando su historia de maravillas marcadas con su huella. Cierto que el hombre moderno tiene la pretensión de saber adónde va su historia y de conducirla a su término. El cristiano también lo sabe, y esa es la razón de que su trabajo y sus compromisos se asemejen tanto al trabajo y a los compromisos del ateo. Pero su conocimiento viene de un Dios del que se fía, que jalona su historia con las "maravillas" de la alianza nueva y del que es un testigo en el mundo.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA I
MAROVA MADRID 1969.Pág. 95


1-2.

-"No temas gusanito de Yavhé".

Israel en el destierrro ha sido como un gusano pisoteado por las naciones. Dios le asegura su protección cariñosa: lo lleva de la mano, "Te agarro de la diestra". Es preciso saborear durante el día esta maravillosa expresión de amor de Dios. "Yo te llevo de la mano".

-"Los pobres buscan.." Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia. Fórmula que expresa le espera, el deseo.

-Yo, el señor, les responderé.


1-3.

-No temas, Yo te ayudo. No temas, Jacob, débil gusanillo; Israel, miserable mortal.

Esta es ya una bienaventuranza: la de los pobres. Medito sobre la debilidad, la pequeñez.

La pequeñez de ese pueblo de deportados, despreciados, explotados, perdidos en la gran Babilonia pagana. La pequeñez de María, portadora, sin embargo, del Misterio de Dios. María, «débil criatura» vivía en una pobre aldea, casi desconocida. ¡No en Roma, la triunfante... No en Atenas, la sabia... Ni en Babilonia, la soberbia... Ni siquiera en Jerusalén, la santa... Ni en ninguna de las grandes capitales de la época! Sino en Nazaret poblado desconocido, en medio de gente humilde y sencilla.

El verdadero valor no procede de la situación humana sino de la mirada de Dios. ¿Qué es lo que esto cuestiona mi vida?

-Yo soy el Señor, tu Dios. Te tengo asido por la diestra.

Es preciso saborear, en el silencio, esas declaraciones de amor... Basta con dejarse llevar por esa imagen: ¡Toma mi diestra, Señor! ¡Quédate de veras «conmigo»! Escucho... Escucho esas palabras que me diriges.

¿Qué podría dañarme, en mi pequeñez, si, de verdad, conservo tu mano en la mía?

-Triturarás los montes...
Y tú te regocijarás en el Señor.

Es una réplica contra los opresores babilonios.

Es, ante todo, el anuncio de un gran gozo después de la pena.

-Los pequeños y los pobres buscan agua... pero no hay nada.

Su lengua se les secó de sed.

La boca de Dios lo testifica.

«Los pobres buscan...» Esa fórmula expresa la espera, el deseo. La imagen es la de «tener sed»... una necesidad biológica concreta, que no puede satisfacerse con hermosas palabras.

«Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia.» Pero, que el término bíblico no nos oculte el verdadero sentido.

¡No es «agua» lo que los pobres de HOY andan buscando! ¿Cuál es su deseo? Ser amados y considerados... ganar regularmente un salario justo... ir adquiriendo algo más de responsabilidad, de confort... ser como todo el mundo, no ser humillados... ser atendidos en las necesidades, con una visita oportuna... y que los sufrimientos y la mala suerte no sea algo normal en sus vidas...

Ante esos deseos tan humanos, ante esa «sed», debemos también, como Dios, testificar «y no hay nada» ¿Es una espera frustrada, un deseo inútil, la Nada?

-Yo, el Señor, los atenderé... No los abandonaré...

Señor, realiza tu promesa.

Señor, ayúdanos también a atender a los pobres en todo lo que esté de nuestra parte.

-Abriré en los montes, ríos y fuentes... Convertiré el desierto en lagunas... Y la tierra árida en hontanar de aguas... Pondré en el desierto cedros, acacias, mirtos, olivos, cipreses, pinos y enebros... De modo que todos vean y sepan que la mano del Señor ha hecho eso. Imágenes de lozanía, de fecundidad y de abundancia.

En nuestro mundo tan «árido», tan duro... ¡haz que mane el «agua viva»!

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 26 s.


1-3. /Is/41/08-20 D/HISTORIA:

Dios se manifiesta en la historia; la Biblia no es un manual dogmático con una serie de verdades abstractas, atemporales. La aparición de Ciro significa la desaparición de las grandes potencias, que hasta entonces habían tenido el monopolio de la política mundial.

La teología de la historia contenida en estos versículos nos dice que, en todo acontecimiento, la iniciativa está en manos de Dios, el cual interviene en cada momento y en cualquier lugar. Todo converge para hacer realidad las promesas de la alianza con el escogido, con el amado, con el siervo. La «emanuelidad», la presencia de Dios en medio de su pueblo, se afirma con insistencia y vigor: «No temas, que yo estoy contigo; no te angusties, que yo soy tu Dios» (v 10). La exhortación a la confianza se convierte en una bella glosa del nombre de «Yahvé» en el sentido de «Yo soy el que siempre está aquí (contigo)». La presencia gramaticalmente destacada de los pronombres personales «yo-tú» traduce con eficacia el sentido y la fuerza de esta proximidad. El Segundo Isaías, teólogo sutil, sabe jugar con los conceptos de potencia de Dios y debilidad del hombre. El Dios «Santo», es decir, el totalmente Otro, el Trascendente, se servirá de su trascendencia para hacer sentir todo el peso de su inmanencia salvadora.

La misma gramática hebrea registra la idea: el "Santo" (Qadosh) se «modifica» cuando pasa a ser el «Santo de Israel» (Qed osh), aunque sea en una cosa tan insignificante como la vocalización. Es la superación de toda teodicea aséptica para entrar en una teología que acabará afirmando en una perspectiva joánica que Dios ha plantado la tienda entre los hombres (Jn 1,14). De ahí que el autor de estos versículos contemple al Santo caminando al lado de Israel, el pueblo descrito como débil: «No temas, gusanito de Jacob, oruga de Israel, yo mismo te auxilio, dice el Señor, tu redentor es el Santo de Israel» (14). Dios se comporta como un goel (redentor); lo cual significa en la cultura religiosa judía acudir en ayuda de otro por razones de consanguinidad o por un pacto. Dios es el goel que realizó un día la gesta del éxodo y que ahora la va a repetir. El uso del verbo bará, reservado para describir la acción creadora de Dios, designa en el Segundo Isaías una acción no menos importante: la salvación, acontecimiento que va más allá de la esfera puramente histórica. A partir de aquí, la joven comunidad neotestamentaria encuentra su conexión con el Antiguo Testamento y la justificación de su manera de interpretarlo.

F. RAURELL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981. Pág. 460 s.


2.2.- Mt 11, 11-15

2-1.

El papel del Bautista en la obra redentora de Dios vuelve a cobrar viva realidad en cada Adviento, "pues la fuerza de Juan va delante de nosotros cuando nos disponemos a creer en Cristo" (San Ambrosio , a Lc 1, 17); y podemos añadir, cuando nos disponemos, llenos de fe, a celebrar en la liturgia la venida de Cristo. Y cuanto más nos inclinamos ante el juicio de Juan, tanto más la Iglesia y nuestras almas se asemejan a la figura espiritual del Precursor; se convierten en heraldos de Cristo. Y desde el momento en que entra en juicio consigo misma, Cristo está presente en ella y siente necesidad de anunciar lo que ve. Se desvanecen las sombras del pecado y de la gravedad del juicio surge la alegría de sentir a Dios cerca: Deus manifeste veniet, "Dios viene visiblemente" (Sal 49, 3).

Con razón deja la Iglesia que el júbilo de este alegre mensaje prevalga sobre la seriedad de la predicación de la penitencia.

Pues si Juan también anunció lo que vio, al Dios hecho hombre, la Iglesia ha visto más todavía que él: la redención del mundo y la gloria del hombre nuevo. San Juan no pudo hacer más que vislumbrar este milagro en el bautismo del Jordán, que era, según sabemos hoy nosotros, una imagen de la muerte y resurrección del Señor.

En consecuencia, según la palabra del Señor, el menor en el reino de Dios, que es la Iglesia, "es mayor que Juan el bautista" (M/11/11). En el mensaje de Adviento de la Iglesia no reinan ya las tinieblas que reinaron durante tantos miles de años de irredención, sino que arde jubilosa la luz de una salvación que viene experimentando hace casi dos mil años. Deus manifeste veniet, "Dios viene visiblemente", exclama. ¡Lo llevo dentro de mí; aquí está, míralo! Espera y a la vez anuncia lo que ya posee.

El volver a celebrar el nuevo año de salud ha de proporcionarle mayor experiencia y redención.

EMILIANA LÖHR
EL AÑO DEL SEÑOR
EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITURGICO I
EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962.Pág. 39 s.


2-2.

Una de las grandes figuras del Adviento, es Juan Bautista, el que prepar_ la venida del Mesías. Durante varios días todos los evangelios nos hablarán de este precursor.

-Jesús declaraba a las multitudes.. "En verdad os digo: entre los hijos de los hombres no ha habido otro mayor que Juan Bautista".

La fórmula es solemne en boca de Jesús: "Sí, en verdad os digo." La fórmula bíblica es aún más contundente: "entre los nacidos de mujer." No se habla pues de un elogio restringido, como si la comparación sólo se refiriera a los contemporáneos de Juan. Jesús lo eleva por encima de todos los hombres, a través de toda la historia.

-Y sin embargo el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él.

¡He aquí algo casi inverosímil! El menor de los cristianos, el menor de los bautizados es "mayor" que Juan.

Comienza un nuevo tiempo. Una nueva era para la humanidad.

La venida de Jesús divide la humanidad en dos: antes... y después...

Uno no se atrevería a decir semejantes cosas, Señor, si no las hubieras dicho antes Tú mismo. ¡Qué dignidad la nuestra! Juan Bautista ha sido el hombre "bisagra" que ha hecho dar el gran giro a la humanidad: ha mostrado a Jesús y ha desaparecido ante El. Le ha dado todos los discípulos que primero fueron suyos. Fue el mayor del "Antiguo Testamento"; pero, el más pequeño del "Nuevo Testamento" es mayor que él.

¿Puede decirse esto de "mí"? ¡Cómo debería yo respetar mi dignidad de bautizado, lleno de la gracia de Dios! Esto vale para todos los bautizados. ¿Qué conclusión debería yo sacar?

-Desde el tiempo de Juan Bautista hasta el presente, el reino de los cielos se alcanza con violencia, y son los violentos, los que se esfuerzan por conquistarlo.

Misteriosa palabra que prueba, por lo menos una cosa: que el Reino de Dios no se instaura fácilmente. Resistencias muy fuertes se oponen a que Dios reine verdaderamente.

¿Se trata solamente de Satán que quiere detener el trabajo mesiánico de Cristo? -El relato de la tentación sería una prueba-. ¿Se trata también de los Zelotes, quienes, en tiempo de Jesús, querían imponer el Reino de Dios por las armas y por la violencia? Siendo así que Jesús se presenta como el mesías de los pobres, que rehúsa valerse de la fuerza.

De todos modos, lo cierto es que las potencias del mal están activas hasta el final de los tiempos. Y que Juan Bautista ha invitado a sus discípulos al combate, dándoles ejemplo de una vida dura y asceta. No se construye el Reino en la facilidad, la molicie, o el dejar-hacer.

Señor, despiértanos de nuestras indolencias.

El tiempo de Adviento es un tiempo de vigilancia y de esfuerzo.

¿Qué evoca en mí la palabra "ascesis"? ¿Sobre qué punto de mi vida el Señor me pide que me haga violencia? Antes de buscarla, en prácticas excepcionales ¿no debo primero descubrir la "ascesis" que está ahí, presente en mi vida, y que tan a menudo rehúso? El combate para "amar mejor".

El combate para "rezar mejor". El combate para "servir mejor y comprometerme más".

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 26 s.


2-3.

A partir de hoy, y hasta el día 17, el hilo conductor de las lecturas lo llevará el evangelio de cada día, con la figura de Juan Bautista, el precursor del Mesías. Mientras que las lecturas del A.T. nos Irán completando el cuadro de los pasajes evangélicos.

Si Isaías había sido hasta ahora quien nos ayudaba a alegrarnos con la gracia del Adviento, como admirable profeta de la esperanza, ahora es el Bautista quien, tanto en los domingos como entre semana, nos anuncia que se acaba el A.T. y el tiempo de los profetas, que con Jesús de Nazaret empiezan los tiempos definitivos. Más tarde será María de Nazaret quien nos presente a su Hijo, el Mesías enviado por Dios.

1. Dios asegura de nuevo que estará cerca de su pueblo, con un lenguaje lleno de ternura: «yo, el Señor, tu Dios, te cojo de la mano y te digo: no temas, yo mismo te auxilio», «y tú te alegrarás con el Señor». Las imágenes que usa el profeta para dibujar esta salvación mesiánica están llenas de poesía y de futuro. Dará de beber a los sedientos, responderá a todo el que le invoque, hará surgir ríos en terrenos áridos, transformará el desierto llenándolo de árboles de toda especie. Es, de nuevo, la escenografía paradisíaca: la vuelta a la felicidad inicial estropeada por el pecado del hombre.

En la página que leemos hoy es a todo el pueblo de Israel a quien se dirige Dios diciéndole que le convertirá en trillo aguzado, o sea, en instrumento eficaz de preparación a los tiempos mesiánicos, roturando y preparando el terreno para la salvación. Dios cuida de su pueblo y a su vez éste es llamado a ser instrumento de salvación para los demás.

2. Ese Dios volcado hacia su pueblo decidió, al cumplirse la plenitud de los tiempos, enviar a su Hijo al mundo. Y quiso también que su venida estuviera preparada por un precursor, Juan Bautista.

Hemos escuchado cómo Jesús alaba a Juan. Dice de él que es el profeta a quien se había anunciado cuando se decía que Elías volvería. Ya ha venido, aunque algunos no le quieran reconocer. Y es el más grande de los nacidos de mujer.

El Bautista es el último de los profetas del A.T., el que establece el puente a los tiempos nuevos, los definitivos. Por eso dice también Jesús que «el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él»: ahora que viene el Profeta verdadero, todos los demás quedan relativizados; ahora que se congrega el nuevo Pueblo en torno al Mesías, ha llegado a la plenitud el pueblo primero, la primera alianza.

Aprovecha Jesús para decir que su Reino supone esfuerzo, que hace violencia. Sólo los esforzados se apoderan de él. Es un orden nuevo de cosas exigente y radical. El Bautista ya anunció que el hacha estaba dispuesta para cortar el árbol. El Reino es gracia y es alternativa: salvación y juicio a la vez.

Él, el Bautista, hombre recio donde los haya, fue de los que recibieron con entereza este Reino. Supo mantenerse en su lugar, humilde: «conviene que yo mengüe y que él crezca», porque no era él el Salvador, sino el que le preparaba el camino. Vivió en la austeridad y predicó sin recortes el mensaje de conversión. Fue la voz que clama en el desierto para preparar la venida del Mesías. Además, encaminó a sus discípulos hacia Jesús, el nuevo y definitivo Maestro: «éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo».

3. a) Juan el Bautista nos invita a un Adviento activo, exigente.

Celebrar la venida de Dios, en la próxima Navidad, no es sólo cosa de sentimiento y de poesía. La gracia del Adviento, de la Navidad y de la Epifanía pide disponibilidad plena, apertura a la vida que Dios nos quiere comunicar. Supone, como predicaba Isaías y repetía el Precursor, preparar caminos, allanar, rellenar, enderezar, compartir con los demás lo que tenemos, hacer penitencia, o sea, cambiar de mentalidad.

Si Navidad no nos cuesta ningún esfuerzo, será seguramente porque no hemos profundizado en su significado sacramental. El don de Dios es siempre a la vez tarea y compromiso. Es palabra de consuelo y de conversión.

b) En la Plegaria Eucarística IV del Misal se alaba a Dios por cómo ha tratado siempre a los débiles y pecadores: «cuando por desobediencia perdió tu amistad, no le abandonaste al poder de la muerte, sino que, compadecido, tendiste la mano a todos, para que te encuentre el que te busca». Como decía Isaías de Yahvé y su pueblo Israel, «yo te cojo de la mano y te digo: no temas».

En el Adviento se deberían encontrar esas dos manos: la nuestra que se eleva hacia Dios pidiendo salvación, y la de Dios, que nos ofrece mucho más de lo que podemos imaginar. No es tanto que Dios salga al encuentro de nuestra mano suplicante, sino nosotros los que nos damos cuenta con gozo de la mano tendida por Dios hacia nosotros. Adviento es antes gracia de Dios que esfuerzo nuestro. Aunque ambos se encuentran en el misterio que celebramos. Ojalá todos, como prometía Isaías, «veamos y conozcamos, reflexionemos y aprendamos de una vez, que la mano del Señor lo ha hecho»

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995 . Págs. 42-45


2-4.

Is 41,13-20. Nada hay que temer cuando estamos con el Señor

Salmo 144,1.9-13b: El Señor es bueno y cariñoso con todas sus criaturas

Mt 11,11-15: Juan Bautista el último profeta del Antiguo Testamento.

En un mundo convulsionado, en el que los ricos son cada vez más ricos, mientras los pobres buscan el sustento y no lo encuentran, las palabras del profeta en el oráculo que trae la liturgia de hoy nos dan un rayo de esperanza. Al ser humano desesperado, que se siente como un gusanito según las palabras del profeta, el Dios Salvador le dice que nada hay que temer porque él mismo vendrá en su auxilio. América Latina vive en una situación difícil como el paso por el desierto de los israelitas, pero ese desierto se convertirá en lugar habitable, en un paraíso si los hombres y mujeres aprendemos a reconocer a Dios en medio de nosotros.

Jesús de Nazaret viene al mundo para ayudarnos a encontrar a Dios en medio de nuestra historia A su contemporáneos, Juan Bautista debió abrirles el camino, preparar la comprensión de su mensaje; como todo profeta -y así lo consideraba el pueblo- fue incomprendido; no contemporizó con los poderosos, vivió retirado de los lujos de la ciudad, y luchó siempre contra la violencia y a pesar de esto, o tal vez por esto, fue criticado. Pero Jesús lo alaba y lo reconoce como el más grande entre todos los que lo han precedido; sin embargo, cualquiera de los más pequeños (los discípulos: 10,42) en el Reino es mayor que Juan.

Juan anunció la proximidad del Reino, pero aunque sacó a muchos de la institución del judaísmo, pertenece al tiempo del Antiguo Testamento. El nacimiento de Jesús da inicio a una nueva era, la del Reino de Dios. Los que participan del Reino gozan de una realidad de la que Juan no ha podido participar.

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2-5.

Is 41, 13-20: No temas yo soy tu guía

Mt 11, 11-15: El más pequeño del Reino es más grande que cualquier profeta.

Juan Bautista es presentado como el nuevo Elías. Como se recordará en el libro de los Reyes aparece la grande y misteriosa figura de Elías. Según las tradiciones bíblicas la aparición de Elías precedería la irrupción del tiempo mesiánico. El profeta que se elevó al cielo en un carro de fuego (2 Re 2, 1-18) volvería para consumar las promesas del rey definitivo.

Jesús toma esa figura mítica y la transforma mediante una novedosa interpretación: el espíritu de Elías está en todos los profetas que lo sucedieron, especialmente en Juan.

Pero, a partir de Juan las cosas cambian. Antes, la pureza ritual y el rigor legal eran el camino de salvación. De ahora en adelante, el camino de salvación es el camino trazado por Jesús. Por eso dice: "Con Juan Bautista han terminado los tiempos de la Ley de los profetas". Jesús de Nazaret inaugura un nuevo tiempo, que es definitivo para la salvación. A eso se debe que Jesús haya presentado a Juan Bautista como el nuevo Elías: todo lo que había antes del Bautista es antiguo; todo que empieza con Jesús es nuevo y definitivo.

Hoy, nos enfrentamos a un mundo sin esperanza. La dinámica industrial y tecnológica conducen al mundo a la catástrofe. Los políticos de las grandes naciones no terminan de ponerse de acuerdo en las estrategias para salvar la tierra. Cada día es más notoria la escasez de alimento en los países más pobres. Ante este panorama desolador es oportuno que nos preguntemos ¿cuál es nuestra visión de futuro? ¿Y qué estamos haciendo para transformar la realidad de muerte en realidad de vida?

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2-6

Is 41,13-20: Yo, Dios de Israel, no los abandonaré. Yo, Yavé, los escucharé.

Mt 11,11-15: El Reino de Dios se alcanza a la fuerza, y solamente los esforzados entran en él.

El texto de Isaías nuevamente nos invita a la esperanza en un mundo re-creado por Dios. Desde las necesidades de los pobres, la acción de Dios cubrirá estas necesidades. Es decir, Dios recreará el mundo a partir de lo que los pobres necesiten y esperen. Dios les devolverá a los pobres aquello que le fue quitado: el agua, la tierra, la libertad, el trabajo digno. La recreación es, entonces, para el pobre que todo lo ha perdido.

Esta esperanza puede hacernos concebir una acción que solamente depende de Dios.

Es cierto que está fuera de discusión cualquier intento de redención voluntarista, en el que el ser humano participa únicamente desde su voluntad.

El texto del evangelio viene a completar esta visión. El Reino de Dios, ese tiempo y estado de recreación ya presente en la historia, no ha cambiado la situación de los pobres.

El mundo pareciera que sigue igual (o peor...).

Es que en esta nueva creación los "esforzados", "los violentos", los luchadores, harán que el Reino haga fuerza para su manifestación.

De esta manera evitamos cualquier interpretación de pasividad del hombre y la mujer ante la responsabilidad del Reino.

Por otra parte, esta idea nos lleva a pensar que la acción por el Reino genera violencia, rupturas, propias del hecho de querer crear algo nuevo. Toda creación es un acto de violencia sobre lo viejo o sobre la materia que deja lugar a lo nuevo.

En definitiva, no se trata de un Reino que se presente como por acto de magia, ni que se exprese débilmente. Desde la acción de Dios, desde su compromiso desde los pobres, desde la fuerza por hacer presente la Vida sobre la muerte, el Reino se mostrará violento, recreando lo viejo hacia lo nuevo.

Latinoamérica, bajo el amparo de Guadalupe, aún sigue haciendo presión para lograr esto nuevo que está naciendo en su seno. Esta presión ha llevado a muchos hermanos y hermanas de nuestro continente a dar su vida en este nacimiento. Por lo tanto celebramos en este día un nacimiento que se va "haciendo" en la historia, desde la violencia de esta gestación hacia un Continente nuevo, de justicia, de paz y fraternidad.

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2-7. CLARETIANOS 2002

Hoy no podemos hacer otra cosa que sentarnos a escuchar: "No temas, ya vengo yo en tu ayuda", dice el Señor, por boca del profeta Isaías. Este Dios-Ternura, que tan bien nos conoce, insiste una y otra vez en la confianza: está junto a nosotros.

Todos los seres humanos somos pobres e indigentes en busca de la Luz. Isaías lo dice bien: "los pobres y los indigentes buscan agua y no la hay; su lengua está reseca de sed". Tal vez el progreso, la técnica, el confort en que vivimos, pueda silenciar durante un tiempo esas preguntas radicales y perturbadoras sobre el sentido último de la vida. Pero, más pronto o más tarde, llega para cada uno el momento en que encontrar una respuesta es lo único que importa. Por eso hoy quiero invitaros a escuchar: "Yo, el Señor, les responderé. Yo, el Dios de Israel, no les abandonaré... Para que vean y conozcan, reflexionen y aprendan de una vez, que la mano del Señor lo ha hecho..." Que esta Palabra fructifique en cada uno como una semilla de paz y de esperanza: Dios es, y nos ama.

Decíamos ayer que el camino de la Fe pasa por el agradecimiento. El Salmo que rezamos hoy insiste en ello apremiándonos a cantar con todas las fibras de nuestro ser la bondad de Dios: "El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas./ Que todas tus criaturas te den gracias, Señor. Que te bendigan tus fieles." Un buen ejercicio para hoy será tomar conciencia de esa bondad de Dios en nuestra existencia concreta, la de cada uno, y, dándole gracias, pedirle que nos ayude a descubrir a qué nos compromete tanto Amor.

El Evangelio, sin conexión aparente con el texto de la primera lectura, nos recuerda que, para "detectar" la presencia de lo divino en nuestra vida, hay que saber mirar. Juan, el más grande nacido de mujer, según la expresión de Jesús, estaba muy lejos del arquetipo de los poderosos de su tiempo y muchos no lo reconocieron. Con unas palabras un tanto enigmáticas, Jesús completa su sentencia: "El es Elías, el que tenía que venir, con tal que queráis admitirlo". Para encontrar a Dios, para acogerlo tal como El es, para comprender del todo el sentido de esta Navidad que se acerca, tenemos que romper nuestros esquemas y contemplar con ojos nuevos la realidad que nos rodea. Sin duda nos sorprenderá descubrir tantas semillas de bondad, tantos rastros de Dios en la rutina de nuestro quehacer cotidiano.

Vuestra hermana en la fe,
Olga Elisa Molina (olgamolicapo@yahoo.es)


2-8. 2001

COMENTARIO 1

Con introducción solemne (“Os aseguro”), establece una contraposición: afirma la excelencia de Juan sobre todos los personajes históricos que lo habían precedido, pero, al mismo tiempo, afirma que el más pequeño en el reino de Dios (alusión a los discípulos, a los que en 10,42 ha calificado de “pequeños”) es más grande que él. Marca así Jesús la diferencia entre la época del AT y la que comienza con él. Juan estaba a la puerta del reino de Dios como anunciador de su cercanía (3,2), pero la distancia entre el reino y los hombres sólo puede ser salvada por la adhesión a Jesús.

Por decirlo así, Juan ve ya la tierra prometida, pero no puede entrar en ella. Con su bautismo ha sacado a la gente de la institu­ción judía hasta la orilla del Jordán (3,5s), pero el paso del Jordán para entrar en la tierra está reservado a Jesús, nuevo Josué. Los que participan del reino gozan de una realidad de la que Juan no ha podido participar (11).

Para entender los vv. 12-13 téngase en cuenta lo siguiente. «Se usa la violencia» (12): el gr. biastes, «violento» (en el mismo ver­sículo), tiene siempre sentido peyorativo; el verbo de la misma raíz (biazetai) denota la acción de esos violentos («usar la violencia», lit. «es tratado con violencia»). «Arrebatar» significa «qui­tar de en medio con la fuerza». El sentido del pasaje es el siguiente: mientras el reinado de Dios era sólo una promesa (v. 13: «eran/ fueron profecía»), todos estaban a favor; pero en cuanto llega la realidad y exige la enmienda (3,2; 4,17), es decir, la cesación de la injusticia (cf., por ej., Is 1,16s), los círculos de poder se ponen en contra y usan la violencia contra él. De hecho, Juan, anunciador del reino (3,2), está ya en la cárcel (11,2) y crece la oposición a Jesús (9,3.11.14.34; 10,25); pronto se decidirá su muerte (12,14). Fi­nalmente, da Jesús el rasgo definitivo de Juan (14). En la doctrina de los letrados se afirmaba que Elías había de preceder al Mesías para restaurarlo todo (17,11). Jesús afirma que es Juan quien en­carna la figura de Elías. Lo propone como algo que deberían ad­mitir sus oyentes («aceptadlo si queréis»). Jesús no intenta demos­trar esta afirmación: aceptarla supone un cambio de mentalidad, pues Juan/Elías, en lugar de haberse presentado como una figura de autoridad, está en la cárcel, perseguido. Por eso, esta verdad no puede ser admitida más que por los que han renunciado a es­perar un reino de Dios que se impone desde el cielo de modo pro­digioso (14). Es precisamente por la dificultad de aceptar esto para los que están imbuidos de la ideología mesiánica tradicional, por lo que Jesús añade la advertencia: «Quien tenga oídos, que escu­che» (15).


COMENTARIO 2

El breve pasaje del evangelio de Mateo que hoy hemos escuchado, nos trae a la memoria a una de las figuras emblemáticas de estos días de Adviento: Juan Bautista, de quien Jesús hace el mayor de los elogios: dice que no ha nacido de mujer nadie más grande que él. Pero inmediatamente añade que el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que Juan Bautista. Es que para los evangelistas el tiempo del Antiguo Testamento ha terminado al llegar Jesús. Ahora estamos en un tiempo nuevo, el de la oferta de la salvación de Dios a todos los seres humanos sin discriminación alguna. El tiempo de la llamada universal a congregarnos en la casa del Padre. De Juan dice Jesús que él era Elías, un antiguo profeta del siglo IX a.C. de quien se cuenta en el libro 2º de los Reyes (2,1-18) que fue arrebatado al cielo en un carro de fuego. Los judíos interpretaban ese relato de una manera muy curiosa: decían que Elías sería enviado por Dios, desde el cielo, como un profeta de los últimos tiempos, para llamar a su pueblo a la conversión y prepararlo para recibir dignamente a su Mesías. Pues bien, para Jesús, eso se ha cumplido en Juan Bautista, él es Elías que precede al Mesías, que lo señala entre los hombres.

Alegrémonos pues ante la próxima celebración de la Navidad, porque en ella se cumplen las promesas antiguas, porque Dios nos ha llamado a la existencia en el tiempo nuevo de Jesús, de su palabra de salvación y de misericordia. Porque el Señor nacido hace ya veinte siglos en la humildad de un pesebre, volverá un día en su gloria y con él viviremos en un mudo renovado, de justicia y de paz.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


2-9. 2003 SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Is 41, 13-20: No temas gusanito de Jacob, yo mismo te auxilio
Salmo responsorial: 144, 1.9.13: El Señor es cariñoso con todas sus criaturas
Mt 11, 11-15: No ha nacido de mujer nadie más grande que Juan Bautista

La primera lectura está tomada de lo que se ha llamado en Isaías “el libro de la consolación”, esto es, los capítulos 40 a 50. En estos capítulos se habla de tres temas fundamentales: la afirmación, frente a los falsos dioses extranjeros, de un solo Dios, el anuncio de la redención del pueblo por un siervo paciente, y la presentación de un futuro más promisorio que la triste realidad presente de Israel. A esto último se refiere nuestro texto de hoy, cuyo mensaje inspira la confianza del pueblo en Dios, ya que la historia tiene algún sentido porque existe Alguien que sabe a dónde va. ¿Quién conduce mi historia personal? ¿Y nuestra historia universal?

En el evangelio de Mt, Jesús hace una apología de Juan Bautista. Él es grande porque ve llegar y puede señalar la realización de las profecías antiguas y del dinamismo de la ley. En Juan se cumple la aseveración hecha por este evangelio: “El Reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan”. El Reino sólo lo conquistan los esforzados, aquellos que como Juan dan testimonio con su propia vida.

El Reino de Dios se conquista con el esfuerzo propio; no se nos da de arriba, ni llegan a él los comodones o tibios, sino los que con generoso corazón se hacen violencia a sí mismos, contrariando los instintos y pasiones que o se pliegan a las exigencias del amor.

Jesús exige una actitud de exigencia a todo aquel que quiera comprometerse con su Reino: “El que no está conmigo, está contra Mí y el que no recoge conmigo, desparrama” (Lc 11,23). Y con certeza podríamos decir que, el que no se comprometa con absoluta entrega, queda por fuera del Reino. Esta afirmación queda aclarada con aquella otra que nos trae el mismo evangelio de Mt: “Entrad por la puerta angosta; porque ancha es la puerta y amplia la calle que llevan a la perdición, y muchos entran por ellas. ¡Qué angosta es la puerta y qué estrecho el callejón que llevan a la Vida! Y pocos dan con ellos” (Mt 7,13-14).

Los violentos que arrebatan el cielo no son precisamente los que hacen violencia a los demás; por el contrario, según la afirmación de Jesús: “Todos los que empuñan espada, a espada perecerán” (Mt 26,52).El Reino es de los que se hacen violencia a sí mismos, yendo contra sus propias inclinaciones perversas.


2-10.

El Reino de los Cielos exige esfuerzo

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez

Cuando uno ve que la vida de una persona, de un amigo o de alguien muy querido está siendo un desierto, está siendo estéril, podría pensar que de alguna forma Dios lo ha abandonado. Sin embargo, cuando se presentan esta clase de situaciones, uno tendría que pensar en las palabras del Profeta Isaías: "Yo, el Señor, les daré una respuesta".

¿Cuál es la respuesta que nos da el Señor? Él nos invita a trabajar, a esforzarnos, a no quedarnos con la impresión de haber cumplido porque le puse un poquito de esfuerzo, a no creer que yo ya puse mi parte y que ahora les toca a los demás poner la suya. No debemos pensar que como lo hemos intentado una, dos, tres veces, ya hemos cumplido. No se trata de intentar, se trata de realizar. Y de realizar el testimonio cristiano, la presencia de Jesucristo en nuestra vida.

Quienes son tibios, quienes se quedan en la mediocridad, quienes no son capaces de resistir el esfuerzo constante, el desgaste tremendo que supone el predicar, anunciar y ser testigo en una sociedad indiferente, la mayoría de las veces, a la Palabra de Dios, nunca lograrán conquistar el Reino de los Cielos, de ningún modo alcanzarán la riqueza que Dios nos puede dar.

La respuesta que el Señor da es su ayuda, su presencia cerca de nosotros. Pero, requiere por nuestra parte, un trabajo de acompañamiento a la Palabra de Dios por medio de la respuesta de nuestra libertad y de nuestra voluntad.

"Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los cielos exige esfuerzo, y los esforzados lo conquistarán". Cristo se convierte para nosotros en el trofeo que tenemos que conquistar. El Reino de Cristo se convierte para nosotros en la misión con la que tenemos que batallar todos los días.

Qué fácil es —y lo vemos con frecuencia— empezar a hacer buenas obras. ¡Qué fácil es comenzar apostolados, qué fácil es empezar trabajos, qué fácil es hacer que otros se acerquen a Jesucristo... , pero qué difícil es terminar, qué difícil llegar hasta el final! Todos podemos sentirnos ilusionados con una medalla en el pecho porque emprendimos y porque comenzamos. Pero, ¿lo acabaste? Más aún, ¿terminaste con toda la grandeza que esa semilla de Dios tenía que producir por medio de tu trabajo?

Recordemos que no solamente es obra nuestra, es Dios quien nos da la mano. Pero, para que las obras del Señor den frutos, nuestra libertad tiene que estar dispuesta a colaborar con Él. Los grandes proyectos de vida cristiana no van a depender mucho de si nosotros hicimos, organizamos, lo manejamos, subimos o bajamos, sino sobre todo, van a depender de si en nuestro interior —a veces desértico, a veces un yermo—, hemos permitido a Dios actuar. Y actuar con toda la potencia, con toda la fuerza y con toda la fecundidad espiritual que Él quiere para cada uno de nosotros.

"Adviertan y entiendan, de una vez por todas, que es la mano del Señor la que hace esto, que es el Señor de Israel quien lo crea". No somos nosotros quienes lo hacemos; es la mano del Señor quien lo hace. A nosotros nos toca corresponder con generosidad. Esforcémonos, pongamos lo mejor de nosotros, pero sobre todo, abramos el corazón a la misericordia de Dios que viene para que nuestra existencia sea una vida cada vez más llena de la luz que el Señor quiere darnos, que el Señor viene a traer a nuestro corazón para consolarlo, para fortalecerlo, para hacerlo fecundo, para transformarlo y, transformado, hacerlo transformante del mundo que nos rodea.

No creo que nosotros estemos llamados a misiones sobre humanas, sin embargo, no permitamos que nuestra pequeña y corta visión impida la grandeza de la manifestación del Señor en cada una de nuestras vidas, pues sólo así podremos vivir en la Iglesia un verdadero compromiso cristiano, seguros de que el Dios de Israel no nos abandonará.


2-11.

Reflexión

Verdaderamente el Reino exige esfuerzo… ser cristiano y hacer que la vida cristiana sea una realidad no es algo que sucede por arte de magia, sino que exige de la cooperación de cada uno de nosotros. Es necesario por ello estar convencidos de que verdaderamente vale la pena ser cristiano. Si no estamos completamente convencidos de que la vida en el Reino, que la vida cristiana es la mejor opción y oportunidad que tiene el hombre para ser feliz y alcanzar la plenitud y su realización, será muy difícil que el Reino se haga una realidad. ¿Estás convencido de que ser cristiano vale la pena? De esta respuesta depende el esfuerzo que harás, no solo en adviento, sino toda tu vida para vivir de acuerdo al evangelio y permitir que la vida en el Espíritu sea una realidad en ti.

Pbro. Ernesto María Caro


2-12. 2003

La misión de ser precursor

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez

Mateo 11,11-15

En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: «Les aseguro que no ha surgido entre los hombres nadie mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los cielos es mayor que él. Desde que apareció Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los cielos sufre violencia, y los violentos pretenden apoderarse de él. Pues todos los profetas y la ley anunciaron esto hasta que vino Juan. Y es que, lo acepten o no, él es Elías, el que tenía que venir. El que tenga oídos, que oiga».

Reflexión

Juan Bautista aparece en el Evangelio como la figura del hombre que precede a Cristo. Y no cabe duda que la misión de Juan Bautista, la misión de preparar el camino del Redentor, la misión de precursor se encaja en su vida como algo que él tiene que vivir, que tiene que aceptar.

La vocación de Juan Bautista no se da simplemente por el hecho de que Dios llama a su vida; también se da, se cuaja, se fecunda, se madura porque, con su libertad, Juan Bautista acepta esta misión. Ya su padre Zacarías había hablado de su misión cuando Juan es llevado a circuncidar. Zacarías dice que ese niño “será llamado Profeta del Altísimo porque irá delante del Señor a preparar sus caminos, para anunciar a su pueblo la salvación mediante el perdón de los pecados”.

Esta es la misión del precursor, ser el hombre que va delante del Señor, que prepara sus caminos y que anuncia el gran don que es el perdón de los pecados. Lo que hace grande a Juan es que la misión que Dios le propone, él la lleva a cabo. Y el hecho de que sea el precursor, de alguna manera, se convierte para Juan Bautista no sólo en un motivo de gloria para él, sino que también se convierte en el modo en el que él llega a nuestras vidas.

También en cada uno de nosotros se realiza una misión semejante. En cierto sentido, cada uno de nosotros es un precursor, es un hombre o una mujer que va delante en el camino de la Redención. Todos estamos llamados, al igual que Juan Bautista, a realizar, a llevar a cabo nuestra misión.

¿Hasta qué punto valoramos la misión que se nos encomienda? ¿Sabemos apreciar el don que hemos recibido? Un don que, como dirá Zacarías, no es otra cosa sino “el Sol que nace de lo alto para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte y para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”. Ese es el don que recibimos, el don que Cristo viene a traer.

Pero, el don que Cristo viene a traer, lo trae a través de otras personas, a través de precursores. ¿Yo valoro el don de Cristo, el don que yo puedo dar a mis hermanos? ¿Me doy cuenta de la inmensa riqueza que supone para mi vida, pero también la inmensa riqueza que supone para los demás? Cuántos hombres —como dirá también Zacarías— viven en manos de sus enemigos y en manos de todos los que los aborrecen. Cuántos hombres y mujeres son atacados, denigrados, humillados, hundidos, manipulados.

Y sin embargo, la misericordia de Dios tiene que llegar a sus vidas. Pero ¿cómo va a llegar si no hay nadie que lo proclame, si no hay nadie que vaya delante del Señor para preparar sus caminos y anunciar a su pueblo la salvación? ¿Cuántos corazones no podrán encontrarse con Cristo en esta Navidad?

En estos días en que nos estamos preparando de una forma más intensa para el Nacimiento de Nuestro Señor, tendríamos que preguntarnos ¿cuántos corazones, por mi omisión, por mi falta de delicadeza, por mi falta de preocupación, quedarán sin encontrarse con Dios? ¿Cuántos corazones en las familias, cuántos corazones en el ambiente, cuántos corazones en el ámbito laboral y social no van a saber que Cristo nace para ellos y por ellos? ¿No va a haber nadie que se los enseñe, no va a haber nadie que les predique el camino de la Salvación?

¿Podremos ser tan egoístas como para cerrar el conocimiento de la salvación a los demás? Nuestro corazón no puede pensar tanto en sí mismo como para olvidarse del don que tiene para dárselo a otro. Es una tarea que tenemos que hacer; pero no la podemos hacer si no valoramos primero el don que podemos tener en nuestras manos, si no somos nosotros los que acogemos, los que recibimos el don de Dios. Un don que tiene que vivirse, que tiene que manifestarse, de una manera muy especial, a través de nuestro testimonio de vida; un don que no es tanto la teoría y consejos que podemos decir a los demás, sino sobre todo, lo que nosotros estamos haciendo con nuestra vida.

¡De qué poco nos serviría decir que valoramos mucho el don de Cristo que viene en esta Navidad si no lo transmitiéramos, si no lo diéramos a los demás! ¡De qué poco serviría que dijéramos que queremos ser estos profetas del Altísimo que van delante del Señor para preparar sus caminos, si nuestra vida no se transforma, si nuestra vida no recibe esa visita de Dios, si nuestra vida no quiere ser recibida por Cristo nuestro Señor! No se puede, es imposible. Antes que redimir a otros, hay que redimir mi corazón, hay que cambiar mis actitudes, hay que cambiar mi comportamiento. Tengo que ser el primer redimido. Tengo que redimir mi corazón, tengo que cambiar mis actitudes, tengo que ser el primero que acepta a Cristo como el que me salva de mis pecados, como el que me salva de mis fragilidades.

Jesús en el Evangelio dice: “El que tenga oídos para oír, que oiga”, que es una forma hebrea de decir que quien esté dispuesto, quien quiera, que escuche mi palabra. Pero hay una cosa muy clara, ninguno de nosotros entrará en el camino de la paz que Zacarías profetiza cuando ve a su hijo, si no somos capaces de oír lo que Dios nos pide, el cambio concreto que Dios pide a cada uno.


2-13. DOMINICOS 2003

No temas, hijo, quédate a mi lado

Señor, hazme escuchar hoy, con devoción, palabras de tu boca.
Enciende en mi alma intensa luz de fe y da fuerza a mi esperanza.
Agarra mi mano y condúceme por la senda ardiente de la verdad.
Cambia mi corazón y hazme sensible a tu ternura y a la ternura  de todos los hijos de tu amor.
No permitas que mis pensamientos vaguen lejos de ti y demasiado cerca de mí mismo y de mis intereses.
Carga mis ojos con ansias de ver reinando en el mundo la justicia y la paz, el trabajo y la honradez, la verdad y el amor.
Hunde mi interioridad en el misterio de tu vida en mí, y haz que salga de ella con manos colmadas de generosidad para con los demás.
Teje en torno a mí una trama hermosa de caridad, solicitud, oración, hospitalidad, amistad, esperanza.

 

La luz de la Palabra de Dios 

Isaías 41, 13-20:

“Yo, el señor tu Dios, te agarro de la diestra y te digo: “no temas, yo mismo te auxilio”. No temas, gusanito de Jacob, oruga de Israel, yo mismo te auxilio... Tu redentor es el Santo de Israel.

Mira, te convierto en trillo aguzado, nuevo, dentado. Trillarás los montes y los triturarás; harás paja las colinas; los aventarás, y el viento los arrebatará... Hoy los pobres e indigentes buscan agua y no la hay, y su lengua está reseca de sed. Pero Yo, el Señor, les responderé. Yo, el Dios de Israel no les abandonaré. Alumbraré ríos en cumbres peladas, y en medio de las vaguadas, manantiales...”

Evangelio  según san  Mateo 11, 11-15:

“Un día dijo Jesús a la gente {que estaba inquieta}: os aseguro que no ha nacido de mujer un {profeta} más grande que Juan el Bautista; pero {os añado} que el más pequeño de los incorporados al Reino de los cielos es más grande que él”.Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los cielos sufre violencia y los esforzados se apoderan de él. Hasta Juan, todos los profetas y la ley eran profecía. Juan, si estáis dispuestos a recibirlo, es él Elías que había de venir. Quien tenga oídos que escuche”.

 

Reflexión para este día

Somos pequeños, gusanitos, pero acariciados por Dios

¡Qué belleza poética! ¡Qué caricias de Dios a sus hijos!  Si el texto de Isaías  no fuera inspirado por Dios, diríamos que se excede en delicadeza y ternura. Porque, si ése es nuestro Dios, ¿cómo vamos a sentir hambre de cualquier otro dios mezquino y maltrecho? 

Los místicos encontrarán hoy en las palabras de Isaías la ardiente caricia del corazón del Padre. No es para menos.

Nosotros situémonos primero en la historia de los pueblos de Oriente, en el ciclo de sus imperios, conquistas, con destierros de judíos..., por el año 539 antes de Cristo, fecha en que apareció un  rey de Persia llamado Ciro el Grande. El  empuje de sus guerreros era tal que Babilonia se le rindió; y él, rey, señor del mundo, tuvo el acierto y bondad de autorizar y apoyar muy pronto el retorno y libertad de los judíos desterrados, dándoles opción a restaurar el templo de Jerusalén y el judaísmo. De ese modo, un mundo nuevo se abrió para Israel.

El segundo Isaías profeta se siente conmovido por la gracia del Señor que transforma la vida del pueblo elegido que no puede menos de irrumpir en expresiones poéticas: eres, soy, gusanito oprimido que sale de la crisálida y emprende una esplendorosa vida nueva, por obra de Yhavé, mi/tu creador.

Esta referencia a un acontecimiento histórico la ha de tomar el hombre espiritual, el místico, para irrumpir en palabras de gratitud, en lindezas de amor, en canto de gloria a su Dios y Dios nuestro.


2-14. CLARETIANOS 2003

Podemos estar muy informados de lo que pasa cada día, pero no saber a ciencia cierta qué está pasando. Para esto es necesario tener “sentido de la historia”. ¡Era ésta una cualidad de Jesús! Tenía un fuerte sentido de la historia. Sabía catalogar el tiempo y lo que estaba pasando. Una buena lección para nosotros, a veces, tan despistados. Escuchemos el Evangelio de Mt 11.

El texto que acabamos de escuchar es uno de los más difíciles de interpretar del Evangelio. Lo llaman los expertos “cruz interpretum”. Intentaré exponer lo que –después de conocer varias interpretaciones- me sugiere, nos puede sugerir.

Jesús divide la historia en tres partes. La primera es la etapa de los profetas y la Ley en Israel. En ese tiempo muchos han pretendido imponer su imperio, en contra del Reino de Dios, Ha sido el tiempo de la violencia: gente violenta ha querido arrebatarle a Dios su reinado. Sin embargo, no lo consiguieron. Quien instaura el Reinado de Dios es Jesús y sus discípulos, hasta los más pequeños, forman parte de él. En el punto intermedio hay una figura Juan Bautista. Es como un nuevo Elías que defiende los derechos de Dios, los derechos de Jesús, hijo de Dios. Jesús lo define como “el más grande nacido de mujer”. Juan no ha querido arrebatar violentamente el Reino, sino que ha preparado el camino para que Jesús lo instaure. Al mismo tiempo, Jesús dice, que el más pequeño en el Reino es mayor que Juan. Juan preparó el camino del Señor, pero a él no le fue concedido, recorrer ese Camino.

Tener sentido de la historia, de nuestra propia historia, saber lo que nos está ocurriendo, en qué parte del camino nos encontramos, es importante. Tener una vida con sentido, con la lógica de Dios, es muy importante. Ese es el misterio revelado a los pequeños, a los que queremos formar parte de la Comunidad del Reino.

Las tentaciones de suplantar el Reino de Dios, hacia los pequeños, y suplantarlo con un Reino de violencia es muy fuerte. No hemos de ceder a la tentación. Juan fue el único que hizo viable la llegada del Reino, el que preparó el Camino. Dios mismo es quien implanta su Reino. Nosotros hemos de ser únicamente humildes precursores.

Hay mucha violencia en nuestro mundo. El Reino de Dios se instaura allí donde no hay violencia, ni siquiera violencia religiosa. La puerta del Reino es pequeña, y solo los humildes y pequeños entrar en el. Si no os hacéis como niños… .

José Cristo Rey García Paredes
 (jose_cristorey@yahoo.com)


2-15. 3003. LECTURAS: IS 41, 13-20; SAL 144; MT 11, 11-15

Is. 41, 13-20; El Señor nunca olvida sus promesas. Él sale al encuentro de sus siervos, de los que confían en Él y le viven fieles para reanimarlos en tiempos difíciles. ¿Acaso puede temer aquel a quien el Señor tiene asido por la diestra y de quien escucha estas consoladoras palabras: Yo soy el que te ayuda; tu Redentor es el Dios de Israel? Él puede hacer que florezcan nuestros desiertos y que en nuestras arideces broten ríos y fuentes de agua viva. Por eso, levantemos el corazón, pues Dios se ha hecho Dios-con-nosotros; Él va en camino con nosotros pues ha hecho suya nuestra naturaleza humana para que también nosotros hagamos nuestra su divinidad. ¿Hay algo más esperanzador para nosotros, pobres pecadores? Dios ha tenido compasión de nosotros; dejémonos encontrar y salvar por Él. Permanezcamos fieles a su amor; hagamos la prueba y veremos cuán bueno es el Señor, pues a pesar de que seamos como un gusanillo u oruguita, el Señor se ha puesto de nuestra parte y se ha levantado en contra de nuestro enemigo para redimirnos, para hacernos partícipes de su victoria sobre el pecado y la muerte. Reconocer nuestra pequeñez, y sabernos amados por Dios, y dejarnos amar por Él será lo único que le dará seguridad a nuestro caminar, desde esta vida, hacia la posesión de los bienes definitivos.

Sal. 144 Bendigamos y alabemos al Señor, nuestro Dios y Padre, pues Él siempre se manifiesta bondadoso para con nosotros. Él jamás nos ha abandonado; podrá una madre olvidarse del fruto de sus entrañas, pero Dios jamás se olvidará de nosotros. Por eso, no sólo con los labios, sino con toda nuestra vida, entretejida de amor y de fidelidad a Él, bendigamos su santo Nombre, pues ha hecho grandes maravillas en favor nuestro. Pero nosotros no podemos quedarnos sólo en la alabanza al Señor; si en verdad vivimos unidos a Él por el amor, lo hemos de dar a conocer a todas las naciones. El Señor viene a cada uno de nosotros para convertirnos en signos de su amor salvador para todos los pueblos; ojalá y cumplamos con fidelidad amorosa esa misión que se nos ha confiado.

Mt. 11, 11-15. La Ley y los Profetas llegan hasta Juan. Él es el más grande de entre los personajes del Antiguo Testamento, pues Dios le dio la misión de presentar al Cordero de Dios, en quien se cumplen las promesas divinas de salvación. Sin embargo el más pequeño entre los hombres de fe en Cristo supera en grandeza al Bautista, pues no sólo ha visto, sino que ha unido su vida al mismo Hijo de Dios. El Reino de Dios irrumpe en nosotros con toda su fuerza salvadora, y, a pesar de la violencia de que es objeto a causa de las persecuciones, los que poseemos la Fuerza del Espíritu de Dios, que habita en nosotros y nos hace firmes en el testimonio de nuestra fe, lograremos que ese Reino llegue finalmente a su plenitud en todos los hombres. Así el Reino de Dios no será la obra del hombre, sino la obra de Dios en el hombre convertido por el Señor en portador de la salvación, con la valentía del Espíritu de Dios, que hará que nunca claudiquemos del compromiso que el Señor nos ha confiado: Hacer que su Evangelio llegue a todas las criaturas.

El Señor nos ha convocado a esta Eucaristía; y nosotros hemos respondido a su llamado. Él nos ha unido a sí mismo comunicándonos su Vida y su Espíritu. No importa que en nuestro pasado hayamos sido, tal vez, unos malvados. Dios nos contempla como un Padre lleno de misericordia y quiere tomarnos de la mano con gran ternura para ayudarnos a caminar en el bien. Dios, efectivamente, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad. Su Hijo hecho uno de nosotros, ha entregado su propia vida para que nuestra existencia se convierta en una continua alabanza del Nombre del Señor. Por eso, los que hemos sido rescatados por la Sangre de Cristo, ya no debemos vivir para nosotros mismos, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó. Nuestra vocación mira a convertirnos en un signo del amor de Dios para los demás. Y no importa que parezcamos poca cosa; ante Dios, sus hijos, por muy humildes que parezcan ante los ojos del mundo, tienen la misma dignidad de su Hijo amado.

Por eso, vivamos, efectivamente, como hijos amados de Dios, no sólo por nuestras oraciones, sino por llevar una vida intachable. No podemos despreciarnos a nosotros mismos. No podemos decir que poco o nada valemos a causa de nuestras miserias y fragilidades. Nosotros valemos la sangre de Cristo; ese es nuestro valor ante el Padre Dios. Ante la figura de Cristo, entregado por nosotros, entendemos nuestra dignidad propia y la dignidad de los demás. El hombre, desde Cristo, tiene una nueva lectura de su propia naturaleza. Ojalá y también, desde Cristo, aprendamos a no despreciar a nadie, sino a trabajar por el bien de todos. Quien pase la vida persiguiendo o despreciando a su prójimo a causa de su raza, de su color, de su cultura, no puede poner la mano sobre la Biblia para manifestarse como hijo de Dios, pues el ser hijo de Dios se manifiesta haciendo vida esa Palabra de Dios que nos impulsa a amarnos como hermanos, con el mismo valor que todos tenemos a los ojos de Aquel a quien todos, con el mismo derecho de hijos, le invocamos como Padre nuestro.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de ser portadores de Cristo y de su Reino en nosotros, anunciándolo no sólo con los labios, sino con toda nuestra vida convertida en un testimonio de amor fraterno. Entonces el Señor, que se acerca a nosotros, nos encontrará fraternalmente unidos y dispuestos a participar eternamente de su Reino eterno que ha hecho, ya desde ahora, su morada en nosotros. Amén.

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2-16. LO QUE HAY QUE OÍR.

“El que tenga oídos que oiga”. Así acaba el Evangelio de hoy. Estamos en el ecuador del Adviento, dentro de trece días celebraremos la Navidad. Llevamos doce preparando la venida de Cristo, así que escuchemos: “No temas, gusanito de Jacob, oruga de Israel”. ¡Lo que hay que oír!. Gusanito. Oruga. Definición de gusano: “Nombre vulgar de las larvas vermiformes de muchos insectos, como algunas moscas y coleópteros, y las orugas de los lepidópteros”…”Nombre común que se aplica a animales metazoos, invertebrados, de vida libre o parásitos, de cuerpo blando, segmentado o no y ápodo” (Diccionario de la lengua española). Así nos llama “El Señor, tu Dios”. Desde luego si me lo llama otro podría haber más que palabras. Más de uno se ha batido por menos. Pero hemos decidido escuchar y escucharemos.

“Desde los días de Juan, el Bautista, hasta ahora se hace violencia contra el reino de Dios y gente violenta quiere arrebatárselo”. Mira a tu alrededor. Cuánta violencia hay aún hoy contra Cristo y contra la Iglesia. Cuántas informaciones sesgadas. Cuántos ataques contra la persona, templo del Espíritu Santo. Cuántos ataques a la vida de indefensos, nacidos o no. Cuánta “kultura” que degrada la capacidad de conocer y conocerse del hombre. Cuántos portavoces del mal que se apropian indebidamente del apellido modernidad.

Ante todo eso, algunos pensarán en una gran campaña de marketing, un buen lavado de cara, un lifting del Evangelio y de la Iglesia, en definitiva, una ofensiva en lucha declarada contra los enemigos de Dios y su Iglesia. ¡Somos más y mejores! ¡Al abordaje!. Seamos como las imágenes de Santiago matamoros que, espada en mano, cortemos las cabezas de los infieles. Aireemos la porquería de los demás y hundámoslos en su miseria. Tenemos poder: Usémoslo.

Esto pensarán los que tienen una visión terrena de la Iglesia (igual que sus enemigos en el fondo). Cuando nos vengan esos pensamientos, escuchemos al Señor, nuestro Dios, que nos dice: “¡Só ápodo!. (gusano a fin de cuentas) Que no te has enterado de nada, tu fuerza está acostado en un pesebre, colgado en una cruz. El “mayor de los nacidos de mujer” viste una piel de camello y come langostas (de las que saltan). Yo soy “lento a la cólera y rico en piedad”. ¿Quién eres tu para ponerte en mi lugar?. Pero “no temas. Tu redentor es el Santo de Israel. Yo mismo te auxilio para que vean y conozcan, reflexionen y aprendan de una vez, que la mano del Señor lo ha hecho, que el Santo de Israel lo ha creado. No temas, gusanito de Israel”

Ante tantos ataques a la fe te puedes sentir muy pequeño, una oruga; pero una oruga de Dios. Mira la humillación de María, de Cristo, de los santos y descubrirás la grandeza de Dios. El que tenga oídos que oiga.

ARCHIMADRID


2-17. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

Is 41,13-20: Yo vengo en tu ayuda, dice el Señor
Sal 144,1.9.13: Ya está cerca la salvación, y la gloria habitará en nuestra tierra
Mt 11,11-15: No ha aparecido otro más grande que Juan el Bautista

Continuamos dentro del llamado “libro de la consolación de Israel”; a través de imágenes cargadas de ternura y de familiaridad el profeta alienta al pueblo, especialmente a aquellos que a pesar de la dificultad han sido capaces de sostenerse: los llama “gusano de Jacob”, “pequeña oruga”, “resto”. A ese insignificante pueblo que ha soportado los extremos de la tiranía, Dios le promete su ayuda, lo toma de la mano y lo anima. “No tengas miedo”. Una expresión que aparece muchísimas veces en la Biblia, especialmente en el Antiguo Testamento (’al tirá). Voz de confianza y de promesa de compañía. El pueblo sólo podrá temer cuando se separe de su Dios; ahí le sobrevienen todas las desgracias, pues no es sólo el alejarse de Dios, sino rechazar su plan de justicia y de fraternidad. Mientras se mantenga asido de la mano de su creador, aunque vengan males, no hay que temer porque ahí está su Señor.

Hay otro elemento que surge aquí en las consolaciones de Isaías y es la figura del redentor, el go’el. Recordemos que en la estructura social había surgido el go’el como el pariente más próximo, llamado en principio el “vengador de sangre” (cf. Nm 35,19), también tenía como deber propio rescatar a su pariente cuando era encarcelado por deudas, o defender a la viuda (cf. Rt 2,20). Aquí en Isaías, el goelazgo es referido ya directamente a Dios, entendiéndolo como el único que podrá rescatar y libertar al resto de Israel. El deutero Isaías los usará de nuevo en Is 43,14; 44,6.24; 47,4; 48,17; 59,20. Ya en el Nuevo Testamento se aplicará a Jesús como la encarnación del redentor enviado por Dios.

Nuestro mundo necesita volver a confiar en alguien que sea capaz de asumir la causa de la justicia. No se crea que es anacrónico volver a pensar en poner los ojos en ese Dos rescatador, defensor del débil y del oprimido que nos anuncia Isaías. Todo lo contrario, la mayor parte de la humanidad hoy está necesitada, clama a gritos un liberador, alguien que asuma su causa y la defienda, así como el pueblo vive y siente la promesa de su liberación.
Si nos fijamos bien, ese resto al que Dios promete rescatar, en cierto sentido también tiene que asumir una responsabilidad: actuar como instrumento de Dios; y para ello, el pueblo debe adquirir una conciencia nueva, no se trata de ser autómatas, se trata de poner el empeño y la voluntad en la propuesta de Dios, eso es ya el camino para que Dios actúe. Sólo así podemos entender cómo Dios hará de su pueblo un “trillo”, un instrumento con el cual Dios llevará adelante su proyecto.

Ahí está la gran tarea para los evangelizadores de hoy: lograr que el pueblo se concientice, que abra cada vez más sus ojos a la realidad y que se lance a la aventura de ponerse al servicio del proyecto de Dios. En esa tarea se formaron los profetas y con esa conciencia se sintieron instrumentos de Dios.

En el evangelio, Jesús realiza un elogio muy positivo de Juan el Bautista. A propósito de la embajada de Juan que desde la cárcel manda interrogar a Jesús. Jesús reconoce a Juan como profeta, y como el más grande de todos. Es más, para Jesús la figura de Juan es como la encarnación de Elías. Recordemos que una de las expectativas del pueblo judío era el regreso de Elías. Según la interpretación judía Dios enviaría a Elías como profeta de los últimos tiempos para preparar el pueblo a la venida del Mesías. Pero, ¿por qué a Elías?: un motivo podría ser el recuerdo del profeta celoso por el monoteísmo puro en Israel, alguien que enfrentó los cultos baálicos y según 2Re 2,1-18 los derrotó; otro motivo de la expectativa de su regreso podría ser la narración fantástica de su desaparición: según la tradición, un carro de fuego lo arrebató. Elías es uno de los pocos profetas que escapan de la muerte violenta, por tanto, estando “en cuerpo y alma” delante de Dios, tendría como misión anteceder la venida del Mesías.

Pero bien, el papel de Juan sabemos que fue de precursor, “allanar los caminos del Señor”, preparar al pueblo y, además, Juan lo señaló “he ahí el Cordero de Dios...”

Pero notamos que Jesús pasa del elogio de Juan a la aclaración de algo muy importante: pueden haber otros más grandes que Juan: esos serán lo que se hagan pequeños para servir al reino. En el reino no hay rangos ni jerarquías, pero hay un criterio, hacerse pequeño para poder servir al pequeño, al débil y al marginado. Quien viva eso, será más grande que el mismo Juan Bautista. Es probable que el mundo de hoy tan preocupado por el brillo personal, la fama y la excelencia no entienda que para hacerse grande hay que hacerse pequeño.


2-18. Fray Nelson Jueves 9 de Diciembre de 2004

Temas de las lecturas: Yo soy tu redentor, el Dios de Israel * No ha habido ninguno más grande que Juan el Bautista .

1. La grandeza del Bautista
1.1 Llama nuestra atención que Jesús haga un elogio de alguien. No es algo frecuente en los Evangelios. Y no es poco lo que dice: "nadie mayor...".

1.2 Ahora bien, la traducción incluida en esta página dice: "no ha surgido entre los hombres nadie mayor que Juan el Bautista", pero está más cercano al texto original este otro modo: "entre los nacidos de mujer no se ha levantado nadie mayor que Juan el Bautista". En efecto, la expresión "nacidos de mujer" equivale materialmente hablando a "los hombres, los seres humanos", pero tiene también una connotación que no debemos perder: "lo que puede dar una mujer a este mundo; lo que la carne y la sangre pueden dar a esta tierra; lo que puede lograr el ser humano desde sus propias fuerzas".

1.3 Y el sentido del texto sería: "lo más grande que puede esperarse del ser humano, por sus propias fuerzas, es la inmensa honestidad y la carga de verdad que brilla en Juan, el Bautista". Eso explica lo que sigue: "sin embargo, el más pequeño en el Reino de los cielos es mayor que él". Juan es el gran "nacido de mujer, nacido de la carne y la sangre"; en cambio, lo que nace para el Reino, no nace de la carne y la sangre (cf. Jn 1,13). Se anuncia aquí el misterio del nuevo nacimiento, que sólo se hace posible por la gracia de Cristo, y que es imposible por el sólo arrepentimiento y la conciencia de la indigencia humana.

2. El Reino de Dios sufre violencia
2.1 No hay acuerdo entre los estudiosos sobre el sentido de los versículos que siguen en el evangelio de hoy. El Reino de los Cielos "sufre violencia". No tengamos temor de entrar un poco e la cuestión del texto, pues para ello se ofrecen estas reflexiones por escrito, dando tiempo a todos a leer y comprender a su propio ritmo.

2.2 El verbo difícil aquí es "biazetai", que puede estar en voz pasiva o en voz media, es decir, reflexiva. En el primer caso, el sentido sería que la gente violenta se vuelve en contra del Reino o trata de apoderarse del Reino de Dios, cosa que tiene sentido. En el segundo caso, el sentido sería que el Reino "se da, experimenta" violencia, es decir, tiene que abrirse paso con su propio poder y venciendo a los poderes de este mundo. Esto segundo también es una enseñanza que podemos aprovechar.

2.3 Ahora bien, Jesús da unos límites a ese verbo. Dice: "desde que apareció Juan el Bautista hasta ahora". Si el sentido fuera que el Reino se abre paso sólo como a la fuerza, no se ve por qué ese límite temporal. Probablemente el sentido de la expresión de Cristo es: "en los términos de la predicación y la vida de Juan sólo es posible entrar al Reino de Dios por un acto de rompimiento, una especie de violencia". Y en efecto, la vida misma del Bautista fue eso: un acto de ruptura, como violenta protesta contra toda la mentira del pueblo y sus dirigentes. Si uno mira a Juan y pretende entrar al Reino de Dios basándose sólo en las palabrasy el ejemplo de Juan sólo puede sacar una conclusión: "tengo que romper con todo para ser fiel a Dios". Esta forma de "violencia" es la única posibilidad que queda abierta si miramos la santidad desmesurada de este asceta gigantesco, el Bautista, que, sin embargo, tuvo discípulos.

2.4 Esta entrada "violenta" era lo único que había "hasta ahora". En efecto, con la llegada de Cristo hay una nueva lógica, una nueva posibilidad de ingreso y posesión del Reino, a través de la fe, la gracia, la efusión del Espíritu Santo y las obras nuevas que de allí nacen. ¡Bendito Dios!


2-19.

Comentario: Rev. D. Ignasi Fabregat i Torrents (Terrassa-Barcelona, España)

«El Reino de los Cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan»

Hoy, el Evangelio nos habla de san Juan Bautista, el Precursor del Mesías, aquél que ha venido a preparar los caminos del Señor. También a nosotros nos acompañará desde hoy hasta el día dieciséis, día en el que acaba la primera parte del Adviento.

Juan es un hombre firme, que sabe lo que cuestan las cosas, es consciente de que hay que luchar para mejorar y para ser santo, y por eso Jesús exclama: «Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan» (Mt 11,12). Los “violentos” son los que se hacen violencia a sí mismos: ¿Me esfuerzo para creerme que el Señor me ama? ¿Me sacrifico para ser “pequeño”? ¿Me esfuerzo para ser consciente y vivir como un hijo del Padre?

Santa Teresita de Lisieux se refiere también a estas palabras de Jesús diciendo algo que nos puede ayudar en nuestra conversación personal e íntima con Jesús: «Eres tú, ¡oh Pobreza!, mi primer sacrificio, te acompañaré hasta que me muera. Sé que el atleta, una vez en el estadio, de desprende de todo para correr. ¡Saboread, mundanos, vuestra angustia y pena, y los frutos amargos de vuestra vanidad; yo, feliz, obtendré de la pobreza las palmas del triunfo». Y yo, ¿por qué me quejo enseguida cuando noto que me falta alguna cosa que considero necesaria? ¡Ojalá que en todos los aspectos de mi vida lo viera todo tan claro como la Doctora!

De un modo enigmático Jesús nos dice también hoy: «Juan es Elías (...). El que tenga oídos que oiga» (Mt 11,14-15). ¿Qué quiere decir? Quiere aclararnos que Juan era verdaderamente su precursor, el que llevó a término la misma misión que Elías, conforme a la creencia que existía en aquel entonces de que el profeta Elías tenía que volver antes que el Mesías.


2-20. El Reino de los Cielos exige esfuerzo

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez

Cuando uno ve que la vida de una persona, de un amigo o de alguien muy querido está siendo un desierto, está siendo estéril, podría pensar que de alguna forma Dios lo ha abandonado. Sin embargo, cuando se presentan esta clase de situaciones, uno tendría que pensar en las palabras del Profeta Isaías: "Yo, el Señor, les daré una respuesta".

¿Cuál es la respuesta que nos da el Señor? Él nos invita a trabajar, a esforzarnos, a no quedarnos con la impresión de haber cumplido porque le puse un poquito de esfuerzo, a no creer que yo ya puse mi parte y que ahora les toca a los demás poner la suya. No debemos pensar que como lo hemos intentado una, dos, tres veces, ya hemos cumplido. No se trata de intentar, se trata de realizar. Y de realizar el testimonio cristiano, la presencia de Jesucristo en nuestra vida.

Quienes son tibios, quienes se quedan en la mediocridad, quienes no son capaces de resistir el esfuerzo constante, el desgaste tremendo que supone el predicar, anunciar y ser testigo en una sociedad indiferente, la mayoría de las veces, a la Palabra de Dios, nunca lograrán conquistar el Reino de los Cielos, de ningún modo alcanzarán la riqueza que Dios nos puede dar.

La respuesta que el Señor da es su ayuda, su presencia cerca de nosotros. Pero, requiere por nuestra parte, un trabajo de acompañamiento a la Palabra de Dios por medio de la respuesta de nuestra libertad y de nuestra voluntad.

"Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los cielos exige esfuerzo, y los esforzados lo conquistarán". Cristo se convierte para nosotros en el trofeo que tenemos que conquistar. El Reino de Cristo se convierte para nosotros en la misión con la que tenemos que batallar todos los días.

Qué fácil es —y lo vemos con frecuencia— empezar a hacer buenas obras. ¡Qué fácil es comenzar apostolados, qué fácil es empezar trabajos, qué fácil es hacer que otros se acerquen a Jesucristo... , pero qué difícil es terminar, qué difícil llegar hasta el final! Todos podemos sentirnos ilusionados con una medalla en el pecho porque emprendimos y porque comenzamos. Pero, ¿lo acabaste? Más aún, ¿terminaste con toda la grandeza que esa semilla de Dios tenía que producir por medio de tu trabajo?

Recordemos que no solamente es obra nuestra, es Dios quien nos da la mano. Pero, para que las obras del Señor den frutos, nuestra libertad tiene que estar dispuesta a colaborar con Él. Los grandes proyectos de vida cristiana no van a depender mucho de si nosotros hicimos, organizamos, lo manejamos, subimos o bajamos, sino sobre todo, van a depender de si en nuestro interior —a veces desértico, a veces un yermo—, hemos permitido a Dios actuar. Y actuar con toda la potencia, con toda la fuerza y con toda la fecundidad espiritual que Él quiere para cada uno de nosotros.

"Adviertan y entiendan, de una vez por todas, que es la mano del Señor la que hace esto, que es el Señor de Israel quien lo crea". No somos nosotros quienes lo hacemos; es la mano del Señor quien lo hace. A nosotros nos toca corresponder con generosidad. Esforcémonos, pongamos lo mejor de nosotros, pero sobre todo, abramos el corazón a la misericordia de Dios que viene para que nuestra existencia sea una vida cada vez más llena de la luz que el Señor quiere darnos, que el Señor viene a traer a nuestro corazón para consolarlo, para fortalecerlo, para hacerlo fecundo, para transformarlo y, transformado, hacerlo transformante del mundo que nos rodea.

No creo que nosotros estemos llamados a misiones sobre humanas, sin embargo, no permitamos que nuestra pequeña y corta visión impida la grandeza de la manifestación del Señor en cada una de nuestras vidas, pues sólo así podremos vivir en la Iglesia un verdadero compromiso cristiano, seguros de que el Dios de Israel no nos abandonará.

Isaías: 41, 13-20
San Mateo: 11, 11-15


2-21. 2ª Semana de Adviento. Jueves

En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer nadie mayor que Juan el Bautista. Pero el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él. Desde los días de Juan hasta ahora, el Reino de los Cielos padece violencia, y los esforzados lo conquistan. Porque todos los Profetas y la Ley profetizaron hasta Juan. Y si queréis comprenderlo, él es Elías, el que ha de venir. El que tenga oídos, que oiga. (Mt 11, 11-15)

I. Juan el Bautista es Elías, el Profeta que había de venir, según estaba escrito, para prepararte el camino. Con él se acaba el Antiguo Testamento.

Juan es el más grande de esta etapa, el más fiel a Dios, el más unido a Ti. No ha surgido entre los nacidos de mujer nadie mayor que Juan el Bautista.

Pero empieza una nueva era, la del Reino de los Cielos, que Juan anuncia como próxima. Es la era de la Gracia: el Nuevo Testamento, sellado con tu propia sangre, Jesús. ¿Cómo nos unirá a Ti la Gracia que recibimos en los sacramentos, para que puedas decir: pero el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que Juan? Ni siquiera Juan el Bautista con todas sus virtudes, con todo su sacrificio, con todas las profecías que hizo, se puede comparar al último de los cristianos en estado de gracia: porque, con el Bautismo, somos hechos hijos de Dios.

La gracia es una participación en la vida de Dios. Nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria: por el Bautismo el cristiano participa de la gracia de Cristo, Cabeza de su Cuerpo. Como «hijo adoptivo» puede ahora llamar «Padre» a Dios, en unión con el Hijo único. Recibe la vida del Espíritu que le infunde la caridad y que forma la Iglesia [28].

Jesús, a veces no me doy cuenta de lo importante que es estar en gracia, sin pecado mortal. No me doy cuenta de que entonces te tengo dentro de mí, junto con el Padre y el Espíritu Santo: Dios dentro de mí, dentro de mi casa. Por eso no doy tampoco importancia al pecado, que me da la «libertad» de echarte de mi alma, como a un intruso.

Jesús, que no te expulse de mi alma nunca, nunca. Y para conseguirlo, me he de acostumbrar a poner la lucha lejos de las caídas graves, en cosas pequeñas: en el cumplimiento fiel del plan de vida, en hacer pequeñas mortificaciones, en estudiar o trabajar las horas previstas, en tener detalles de servicio con los demás.

II. Algunos se comportan, a lo largo de su vida, como si el Señor hubiera hablado de entregamiento y de conducta recta sólo a los que no les costase -¡no existen!-, o a quienes no necesitaran luchar.

Se olvidan de que, para todos, Jesús ha dicho: el Reino de los Cielos se arrebata con violencia, con la pelea santa de cada instante [29].

El Reino de los Cielos, que es vivir con Dios, se alcanza con lucha: los esforzados lo conquistan. Vivir contigo, Jesús, cumpliendo tu voluntad, sirviéndote y amándote, no es una fantasía sentimental -sentimentaloide- en la que nada cuesta y todo va rodado. ¡Hay que luchar! Tú mismo me has dicho: Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame [30]. He de luchar contra mí mismo: contra mi propia voluntad, si es contraria a la tuya; contra comodidades y gustos personales.

Jesús, a veces me desanimo porque me cuesta seguirte. Y entonces pienso: «esto no es para mí»; «yo es que soy así; en cambio, a ése otro sí que le va: lo hace todo bien». ¿Es que no le cuesta a «ése otro»? Lo que ocurre es que soy un comodón, y no quiero luchar lo que debería. Espabílame, Jesús. No dejes que caiga en la tibieza -la lucha a medias- porque la tibieza atonta, y si no la combato, cada vez me costará más luchar.

El que tenga oídos, que oiga. No me sugieres: «si te resulta fácil ... »; sino que me das tu gracia, me tocas por dentro y me dices: «tú que tienes formación, sígueme más de cerca». Jesús, aunque me cueste, quiero seguirte. Si te sigo de verdad, me enamoraré más y más de Ti, y me costará menos luchar. Pero siempre tendré que luchar, porque sólo los esforzados te conquistan.

[28] Catecismo, 1997.
[29] Surco, 130.
[30] Mt 16, 24.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo Adviento y Navidad, EUNSA


2-22. Reflexión:

Is. 41, 13-20. Después de que el pueblo de Israel se había multiplicado como las estrellas del cielo, y como las arenas de las playas, ahora, en el destierro se ha reducido a un resto fiel, pues muchos, ya establecidos en esas tierras extrañas, se han olvidado de Dios dedicándose a sus negocios. Y el Señor contempla a los suyos como a un gusano indefenso, temeroso de que alguien lo pise y ahí termine todo. Pero, puesto que son el resto que aún le pertenece al Señor, Él le habla con amor y ternura diciéndole: ¡no temas, pues yo estoy contigo; estoy de tu parte! Más aún soy tu Redentor (go' el), es decir, el que sale en tu defensa para liberarte de tus enemigos, incluso a costa de la entrega de mi propia vida. Y Dios ha cumplido esta Palabra que nos ha dirigido, pues por medio de su propio Hijo, hecho uno de nosotros, nos libró del pecado y de la muerte, dando su vida por nosotros. Y ahora, a la Iglesia, le ha confiado el perdón de los pecados, no sólo en la administración del sacramento de la Reconciliación, sino también en la entrega de la propia vida, para que los demás tengan vida. El Señor nos quiere cercanos a los demás, especialmente a los pobres y desprotegidos, para remediar sus males. Procuremos, pues, continuar con la obra redentora que Cristo confió a su iglesia.

Sal. 145 (144). El Señor nos ha trasladado de la muerte a la vida. Esa es la obra salvadora que Él ha realizado a favor nuestro, mediante su Misterio Pascual. Por eso, a partir de haber sido amados y perdonados por Dios, hemos de iniciar una nueva vida, cuyo comportamiento sea una continua alabanza y bendición de su Santo Nombre. Pero no sólo nos hemos de conformar con alabar al Señor de un modo personal. A partir de haber experimentado el amor de Dios, hemos de anunciar su Nombre a los demás, de tal forma que, viendo nuestras buenas obras, también ellos retornen al Señor y lo glorifiquen con una vida intachable. Así estaremos contribuyendo para que el Reino de Dios se vaya construyendo, ya desde ahora, entre nosotros. Si queremos, no sólo hablar de Cristo, sino ser sus testigos, seamos los primeros en vivir como fieles discípulos suyos, escuchando su Palabra y poniéndola en práctica.

Mt. 11, 1-15. Qué gran dicha la de Juan el Bautista de ser el precursor del Mesías, de presentarlo ante la humanidad como el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Todos los profetas anunciaban al Señor, Juan lo señaló entre los hombres. Esa es la importancia del papel del Bautista, en el que culmina el camino de la antigua humanidad hacía Cristo, cumplimiento de las promesas divinas. Ahora nosotros somos los beneficiarios de la Redención. Reconocemos que somos polvo y ceniza; que somos pecadores; que somos como gusanos, que sólo se arrastran por el suelo. Pero si confiamos en el Señor, nuestro Redentor, Él nos elevara mucho muy por encima incluso de los mismos ángeles, pues seremos hechos hijos de Dios. Sólo se nos pide la apertura al Don de Dios y permanecer fieles al Señor, unidos a Él íntimamente, como el sarmiento permanece unido al tronco de la vid; por eso, si en verdad queremos ser hijos de Dios y colaborar para que el Reino de Dios se vaya afianzando entre nosotros, dejemos que el espíritu de Dios conduzca nuestra vida; y así, aunque seamos los más insignificantes, seremos dignos del Reino de Dios, pues Él nos ama, y quiere salvar a los que le permanezcamos fieles hasta el final.

Nuestra vida debe ser un continuo caminar hacia la posesión de los bienes definitivos. Sin embargo, sabemos que constantemente estamos expuestos a una diversidad de tentaciones, que quisieran apartarnos del camino del bien. Nuestra propia concupiscencia nos inclina más al mal que al bien; y, como nos recuerda san Juan de la Cruz: "aunque el camino es llano y suave para los hombres de buena voluntad: el que camina caminará poco y con trabajo si no tiene buenos pies y ánimo y porfía animoso en eso mismo." Y para esto no bastan nuestros débiles y frágiles esfuerzos y decisiones; es necesario dejarse amar por Dios, dejarse acoger por Él y dejar que su Vida se ha nuestra vida; entonces será distinto, pues Él llevará a cabo su obra de salvación en nosotros, pequeños y humillados, pero totalmente confiados en Él. Y esta nuestra confianza en Él; y esta nuestra entrega a Él; y el que Él nos reciba y haga suyos, tomándonos bajo su cuidado, llega a su plenitud en nosotros al participar de la Eucaristía. Permanezcamos en su amor para que esté siempre no sólo con nosotros, sino en nosotros y pueda, así, guiar nuestros pasos por el camino del bien, conforme a su voluntad santísima.

No temas. Ojalá y nosotros, como Iglesia, realmente cumplamos con la Misión que el Señor nos ha confiado de convertirnos en un signo del amor salvadora y protector de Dios para los desvalidos. Hay muchos clamores de libertad en el mundo, pues muchos han quedado esclavizados por los poderosos, de los que dependen apenas para sobrevivir; víctimas de la injusticia, son comprados por un par de sandalias y se les trata como a bestias de trabajo, o como a un engranaje más de la maquinaria de producción; así, conculcados sus derechos fundamentales, viven desprotegidos de su dignidad y faltos de esperanza. Muchos han huido de esa vida indigna y se han refugiado en la violencia, para reclamar sus derechos. Muchos, queriendo olvidar su realidad injusta, se han refugiado en la droga, en el alcohol, o en el desenfreno hueco de felicidad. En el fondo late una esperanza, casi apagada, ansiando una libertad que no alcanza a llegar. ¿Dónde está la Iglesia, portadora de libertad? Ojalá y no nos refugiemos en una vida pietista e intimista. Ojalá y no seamos los primeros en ser los causantes del mal de nuestros hermanos. Ojalá y no nos convirtamos en unos mercaderes del Evangelio. El Señor nos quiere como testigos de su amor, de su misericordia, de su liberación, de su alegría y de su paz. ¿Realmente somos un signo creíble de Jesucristo, Salvadora y Redentor en el mundo? Ojalá y no nos llenemos de orgullo, sino que nos hagamos pobres con los pobres, pequeños con los pequeños, para caminar, junto con ellos, a impulsos del Espíritu Santo, hacia una vida más fraterna, más digna y más en paz, hasta lograr nuestra plena liberación y salvación en la eternidad.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de esforzarnos continuamente en conquistar el Reino de Dios para que, ya desde ahora, se vaya haciendo realidad entre nosotros. Amén.

Homiliacatolica.com


2-23.

Reflexión

Verdaderamente el Reino exige esfuerzo… ser cristiano y hacer que la vida cristiana sea una realidad no es algo que sucede por arte de magia, sino que exige de la cooperación de cada uno de nosotros. Es necesario por ello estar convencidos de que verdaderamente vale la pena ser cristiano. Si no estamos completamente convencidos de que la vida en el Reino, que la vida cristiana es la mejor opción y oportunidad que tiene el hombre para ser feliz y alcanzar la plenitud y su realización, será muy difícil que el Reino se haga una realidad. ¿Estás convencido de que ser cristiano vale la pena? De esta respuesta depende el esfuerzo que harás, no sólo en adviento, sino toda tu vida para vivir conforme al evangelio y permitir que la vida en el Espíritu sea una realidad en ti.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


2-24. 09 de Diciembre

217. Comenzar de nuevo

I. El Reino de Dios padece violencia, y quienes se esfuerzan lo conquistan (Mateo 11, 12). Padece violencia la Iglesia por parte de los poderes del mal, y padece violencia el alma de cada hombre, inclinada al mal como consecuencia del pecado original. Será necesario luchar hasta el final de nuestros días para seguir al Señor en esta vida y contemplarle eternamente en el Cielo. La vida del cristiano no es compatible con el aburguesamiento, la comodidad y la tibieza. El Adviento es un tiempo propicio para que examinemos cómo luchamos contra las propias pasiones, los defectos, el pecado, el mal carácter. Esta lucha que nos pide el Señor a lo largo de nuestra vida, muchas veces se concretará en fortaleza para cumplir delicadamente nuestros actos de piedad con el Señor, sin abandonarlos por cualquier cosa, o por el estado de ánimo; se concretará en el modo de vivir la caridad, en hacer un apostolado eficaz a nuestro alrededor. El Señor está a nuestro lado y ha puesto un Ángel Custodio que nos ayudará en la lucha, si acudimos a él.

II. En nuestro andar hacia el Señor no siempre venceremos, tendremos muchas derrotas; unas de escaso relieve; otras tendrán importancia, pero el desagravio y la contrición nos acercarán más a Dios. Y comenzaremos de nuevo sin pesimismo –fruto de la soberbia-, con paciencia y humildad, pidiendo más ayuda al Señor. Nuestro amor a Dios se manifiesta no tanto en los éxitos que creemos haber alcanzado, sino en la capacidad de comenzar de nuevo, de renovar la lucha interior. Pidamos hoy a la Virgen la gracia de no abandonarla jamás y la humildad de recomenzar siempre.

III. No comenzamos de nuevo por un empeño personal, como si tratáramos de afirmar que nosotros podemos sacar adelante las cosas. Nosotros no podemos nada. Precisamente, cuando nos sentimos débiles, la fuerza de Cristo habita en nosotros (2 Corintios 11-12). ¡Y es una fuerza poderosa! El fundamento de nuestra esperanza está en que el Señor desea que recomencemos de nuevo cada vez que hemos tenido un fracaso, quizá aparente, en nuestra vida interior o en nuestro apostolado. “Detesta con todas tus fuerzas la ofensa que has hecho a Dios y, con valor y confianza en su misericordia, prosigue el camino de la virtud que habías abandonado” (SAN FRANCISCO DE SALES, Introducción a la vida devota). Tenemos una Madre y un Ángel custodio que nos ayudan.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


2-25. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

1. Espíritu Santo, concédeme el don del temor de Dios para que acoja la Palabra con valor.

2. Isaías 41,13-20: Yo el Señor tu Dios te agarro por la mano y te digo: No temas, yo mismo te auxilio. Tu Redentor es el Santo de Israel. Te convierto en trillo aguzado... y tú te alegrarás con el Señor. Los pobres y los indigentes buscan agua... Yo, el Dios de Israel no les abandonaré... Transformaré el desierto en estanque y el yermo en fuentes de agua,... alumbraré ríos en cumbres peladas... para que vean y conozcan, reflexionen y aprendan de una vez, que la mano del Señor lo ha hecho, que el Santo de Israel lo ha creado.

Mateo 11,11-15: No ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista, aunque el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él. El Reino de Dios hace fuerza y los esforzados se apoderan de él. El que tenga oídos que escuche.

3. Toma mi mano, Señor, agárrame fuerte, pues estoy perdido y sin fuerzas para afrontar el camino. Un mar de dudas me inquieta y a cada paso me topo con la cruda realidad: Soy menos de lo que soñé. ¡Cuánto me cuesta aceptar este momento, esta verdad de mi ser! Y Tú me dices: "No temas, yo mismo te auxilio y me estrecho a ti porque soy tu Redentor. Lo que ahora ves sin mordiente, lo verás como trillo aguzado para proclamar mi Palabra... y tú te alegrarás con el Señor". ¿Es posible, Señor, que puedas transformar este desierto en estanque y este yermo que no da fruto en fuente de agua viva? ¿Es posible que puedas alumbrar un río en este monte pelado y sin futuro? ¿Crees que dentro de un tiempo podré acudir a Ti como quien está alegre por encontrar el camino de llevar tu Palabra a mis hermanos? ¿Crees que yo seré causa de salvación para que vean y conozcan, reflexionen y aprendan de una vez, que la mano del Señor es quien modela este universo?

Bendito seas Señor porque me has hecho nacer en tu Reino, el más pequeño. Bendito y alabado seas, Señor, porque tu Reino hace fuerza en mi interior para nacer un hombre nuevo. Dame las condiciones apropiadas para esforzarme por tu Reino, para que sea posible el milagro de romper fronteras. Cuando el mensaje esté claro, dame valor para asumirlo aunque cree en mí rechazo o ira, pero que no tire la toalla al apostar por tu Reino en estos días. Quiero entrar en tu Reino, siendo sólo Tú quien te ocupes de mí. No me abandones, Dios mío.

Vuestro hermano en la fe:
Miguel A. Niño de la Fuente, cmf.
cmfmiguel@yahoo.es


26.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

El canto de entrada lo hacemos con el Salmo 118,151-152: «Tú, Señor, estás cerca y todos tus mandatos son estables; hace tiempo comprendí tus preceptos, porque Tú existes desde siempre». El programa de nuestra vida nos lo presenta la antífona para la comunión: «Llevemos ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios» (Tit 2,12-13).

La oración colecta (Gelasiano) pide al Señor que despierte nuestros corazones y que los mueva a preparar los caminos de su Hijo, para que cuando venga podamos servirte con una conciencia pura.

Isaías 41,13-20: Yo soy tu Redentor, el Santo de Israel. Los judíos en el destierro han sido como un gusano pisoteado por las naciones. Pero Yavé lo defiende, lo lleva en la mano. Hace de Él un instrumento de purificación para los enemigos de Dios: trillo que tritura, bieldo que aventa. Yavé es su libertador. Él mismo será fuente para su pueblo sediento. El mundo reconocerá el poder de Dios.

Esto se ha visto en los tiempos mesiánicos. El Señor libera al hombre del hambre, de la miseria, de la esclavitud, de la ignorancia y de las enfermedades, es uno de los anhelos de la humanidad. El hombre incrédulo piensa que todo está en sus manos, pero se equivoca, porque el egoísmo es el mayor enemigo de los males de este mundo. El hombre egoísta solo piensa en su propio bienestar. Solo Dios y los que lo aman pueden ser la salvación del mundo en todos los tiempos. Dios es nuestro libertador, porque solo en Él se halla la solución de los problemas humanos. Solo Él puede suscitar en los hombres sentimientos humanitarios. De todos modos la raíz de todos los males es el pecado y solo Dios puede perdonarlo.

Juan el Bautista envió una embajada a Jesús para ver si Él era el Mesías. Jesús da la respuesta: «Los ciegos ven, los paralíticos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, la alegre noticia es anunciada a los pobres» Nosotros somos los ciegos, los paralíticos, los leprosos, los muertos. Cristo ha venido y nos ha curado, nos ha resucitado a la vida de la gracia. No tenemos necesidad de más Mesías ni de mesianismos. Cristo ha venido y con Él la salvación de todo el mundo, un nuevo orden social que mitiga y suprime la miseria humana.

–El Salmo 144 canta con gozo esta verdad: «El Señor es clemente y misericordioso, lento a la ira y rico en piedad. Te ensalzaré, Dios mío, mi Rey, bendecir tu nombre por siempre jamás. El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas. Por eso queremos que todas las criaturas le den gracias, lo bendigan sus fieles, proclamen la gloria de su reinado, que hablen de sus hazañas, explicando sus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de su reinado, porque su reinado es un reinado perpetuo y su gobierno va de edad en edad». «De su plenitud todos hemos recibido, gracia por gracia» (Jn 1,12. 16) «Sabemos que hemos sido transplantados de la muerte a la vida» (1 Jn 3, 14). «Vivamos, pues, la novedad de esta vida» (Rom  6,4), como verdaderos hijos de Dios, participando de su naturaleza divina.

Mateo 11,11-15: Ninguno más grande que Juan el Bautista. El Antiguo Testamento tuvo la misión de preparar la venida del Mesías. El último profeta fue el Bautista, que lo señaló  con el dedo. Jesús de Nazaret es el que inaugura la nueva era. Con Él hemos sido hechos hijos adoptivos de Dios y coherederos de su  gloria. Pero, hemos de luchar, ser comprometidos con entera radicalidad con lo que exige esa nueva vida. Así lo expresa San León Magno:

«¿Cómo podrá tener parte en la paz divina aquél a quien agrada lo que desagrada a Dios y el que desea encontrar su placer en cosas que sabe ofenden a Dios? No es ésta la disposición de los hijos de Dios, ni la nobleza recibida con su adopción... Grande es el misterio encerrado en este beneficio, que Dios llame al hombre hijo y el hombre llame a Dios Padre. Estos títulos hacen comprender y conocer a quien se eleva a tal altura de amor... Nuestro Señor Jesucristo, al nacer verdaderamente hombre, sin dejar de ser verdaderamente Dios, ha realizado en sí mismo el origen de una nueva criatura, y en el modo de su nacimiento ha dado a la humanidad un principio espiritual.

«¿Qué inteligencia podrá comprender tan gran misterio, qué lengua narrar una gracia tan grande? La injusticia se vuelve inocencia; la vejez, juventud; los extraños toman parte en la adopción; y las gentes venidas de otros lugares entran en posesión de la herencia. Desde este momento, los impíos se convierten en justos; los avaros, en bienechores; los incontinentes, en castos; los hombres terrestres, en hombres celestes (cf. 1 Cor 15, 49), ¿De dónde viene un cambio tan grande sino del poder del Altísimo? El Hijo de Dios ha venido a destruir las obras del diablo. Él se ha incorporado a nosotros y a nosotros nos ha incorporado a Él, de modo que el descenso de Dios al mundo de los hombres fue una elevación del hombre hasta el mundo de Dios» (Homilía 7ª sobre la Natividad del Señor, 3 y 7)

La fe cristiana es un  don de Dios, pero ella exige del hombre una entrega, una elección. Los valores auténticamente humanos pueden preparar al cristianismo, pero éste exige un salto más allá de la humanidad. Quiere una decisión tomada delante de Cristo, aceptándolo como modelo que transforma radicalmente la experiencia humana. Reducir la religión cristiana a los límites de lo razonable, de lo «honesto» en el sentido únicamente humano, es una tentación a la que se recurre con frecuencia. Esto no significa que para ser buenos cristianos no se tenga que ser ante todo razonables y honestos. Pero vivamos con Cristo una vida nueva. Continuemos en nosotros la misma vida de Cristo. Seamos todos un nuevo Cristo viviente. El verdadero cristiano es un sarmiento unido a la Vid que es Cristo. Si nosotros no ponemos obstáculos, la vida de Cristo es nuestra vida. Nos preparamos para la Navidad en que se ha de consumar nuestra plena unión con Cristo