TIEMPO DE ADVIENTO

 

JUEVES DE LA PRIMERA SEMANA

 

1.- Is 26, 1-06

1-1.

"¡Tenemos una ciudad fortificada! ¿Quién podrá derrocarnos?...

¡Somos dueños de la mitad del mundo! ¿Quién podrá igualarnos?" Extensa letanía del orgullo humano, en la que van desfilando los títulos de seguridad, seguidos, como un estribillo, por el eco de las guerras, el clamor de los explotados y la muerte de los oprimidos. Basta que se produzca una inesperada devaluación del oro, y veréis temblar en sus cimientos a esa gente que vive en nuestras ciudades cimentadas sobre arena. ¿Acaso no se escribe la historia sobre la base de las civilizaciones destruidas? Pero el hombre es incorregible, y media un abismo entre nuestros relatos de historia y la Historia vista desde el lado de Dios, en ese Reino inaudito en el que la gente pobre goza de consideración y los humildes rebosan de alegría. "No tenemos aquí ciudad permanente... Nuestra morada está destinada a permanecer eternamente"... ¿Construimos para cien años o construimos para siempre? ¿Cuál es nuestra Jerusalén? ¿La que se jacta de tener muro y antemuro o "la que baja del cielo engalanada como una novia ataviada para su esposo"? ¿Ciudad protegida contra la guerra o ciudad inerme abandonada al amor? ¿Ciudad de los hombres o ciudad de Dios? "Los que confían en el Señor son como el monte Sión", dice otro salmo. Pero un día, Sión fue, a su vez, arrasada... ¡El que pone su confianza en el Señor no morirá jamás! (Mt/07/21/24-27).

Hombre, ¿en qué tienes puesta tu confianza? ¿En el dinero, en el poder, en la seguridad...? Sábete que tu derrumbamiento será total. Porque sólo hay un valor seguro, y ese valor se llama "Dios".

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
ADVIENTO-NAVIDAD Y SANTORAL
SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 24


1-2.

Esta profecía de Is. anuncia "la comunidad espiritual", la Iglesia, ciudad fuerte.

"Ha puesto para salvarla murallas y baluartes". Tenemos una doble defensa, una defensa que ningún enemigo podría destruir.

Debemos dar gracias a Dios por habernos llamado a la Iglesia. La ciudad de Dios, como la llamaba s. Agustín. Ella me revela a Jesús. Me alimenta. Me conforta, cura mis fragilidades. Mis pecados.

"Abrid las puertas para que entre un pueblo justo". Yo tengo que abrir cada vez más de par en par las puertas de mi razón, de mi voluntad, de mi corazón, para ir adquiriendo esta justicia y esta fidelidad, que es la que concede el verdadero derecho de ciudadanía en esta ciudad de Dios.

¿Es la Iglesia mi seguridad? ¿De qué modo me apoyo en ella? O bien... ¿me apoyo en mis propias fuerzas, en mis propios juicios, criticando a la Iglesia?

Confiad siempre en el Señor.

"El que escuche estas palabras mías".

Dios es la roca verdadera. Imagen de la solidez de la piedra que Jesús repetirá en el evangelio.


1-3.

El tema de la lucha entre las dos ciudades, Babilonia y Jerusalén, símbolo de la lucha entre el mal y el bien, es constante en la Biblia (Apocalipsis 18,21).

-Aquel día se entonará este cantar en el país de Judá: «¡Ciudad fuerte tenemos!».

Ciertamente no se trata de Jerusalén ni de Babilonia consideradas como capitales geográficas. Jesús podrá anunciar incluso la destrucción de Jerusalén. De hecho, esa profecía de Isaías anuncia «la comunidad espiritual», la Iglesia, Ciudad fuerte. Con ello responde a la necesidad profunda de seguridad que habita en todos los hombres.

¿Es la Iglesia mi seguridad? ¿De qué modo me apoyo en ella? o bien... ¿me apoyo en mis propias fuerzas, en mis propios juicios? criticando a la Iglesia...

-Para protegernos, el Señor le ha puesto murallas y antemuro...

Hermosa imagen. Doble defensa. Y es Dios quien edifica la muralla. No olvidemos que en aquella época todos los habitantes de Jerusalén -y el mismo Isaías- cada semana tenían noticias alarmantes de la caída de tal o cual ciudad, en el reino del Norte, distante unos cincuenta kilómetros.

Considero, también mis propias fragilidades.

Y te pido, Señor, que seas mi muralla, la muralla de los míos y de todos los hombres. Protégenos del mal!

-¡Abrid las puertas! Y entrará la nación justa, la que guarda fidelidad.

No solamente los ciudadanos de Jerusalén. Isaias pide a sus conciudadanos que abran su mentalidad, porque la ciudadanía de esta ciudad la crean la "justicia" y la «fidelidad» y no el hecho de pertenecer a una raza o a un país.

La puerta está abierta a todos los pueblos, a todos los hombres justos y fieles. En el evangelio resuena esta apertura. ¿Y yo? Tú construyes "la paz" sólidamente, Señor.

Los hombres de HOY, más aún que los de épocas precedentes, saben que la guerra es destrucción, desgracia, muerte. Saben también que la paz no es propiedad particular, sino que su suerte se juega en el plan internacional pues toda guerra, incluso local, repercute en el resto de la humanidad.

Las enseñanzas del Papa insisten sobre ese tema frecuentemente: ¿cómo es posible tanta indiferencia sobre este asunto? ¿que la masa de los hombres, aunque aspire a la paz, no se comprometa más decididamente en una acción conjunta en favor de la paz? Construir la paz, con Dios.

¡Cuán lejos estamos de ello, Señor!

Y esto comienza ya a nivel de nuestras relaciones humanas. Construir la paz con los que viven conmigo.

-Poned vuestra confianza en el Señor, porque en El tenemos una Roca para siempre.

La seguridad de las ciudades antiguas se debía, a menudo, a su situación; Jerusalén, por ejemplo, era considerada inexpugnable porque estaba admirablemente situada sobre un espolón rocoso, lugar muy estratégico para la defensa.

Los profetas desarrollan el tema: Dios-roca.

La verdadera seguridad de una ciudad no procede de sus medios humanos de defensa, sino de su apoyo en Dios: ¡Dios es la roca verdadera! Imagen de la solidez de la piedra, que Jesús repetirá en el evangelio. "Edificar su casa sobre roca"... "Tú eres Pedro, tú eres Roca, y sobre esta piedra, sobre esta Roca, edificaré mi Iglesia".

-El derroca a los que viven en las alturas y humilla la ciudadela inaccesible.

Este es el tema complementario: la fragilidad de las seguridades humanas.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 14 s.


2.- Mt 7, 21.24-27

2-1.

VER 3ª LECTURA DOMINGO 09A


2-2.

-No todo aquel que dice ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos. Sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial.

Quiero primero repetirme varias veces esta frase, Señor.

Quiero oírla de Tu propia boca, como si Tú me la dijeras hoy.

Sin embargo, sé muy bien que tenemos necesidad de orar y que a menudo nos has recomendado también la oración. Sé que no rezo lo suficiente.

Pero, en tu espíritu, la "oración" y la "acción" no se oponen.

Dices: "No basta rezar..." Pero hay que hacerlo, para que pueda decirse que ello no basta. Ahora es mi momento de oración. Digo "Señor, Señor". Por lo tanto acepto todo lo que me reveles en este texto: Tú me envías de nuevo a mis tareas humanas, a mis responsabilidades de cada día. Se trata de pasar con naturalidad de la "oración" a la "acción".

Pausadamente procuro descubrir y contemplar la "voluntad del Padre"... luego voy a "hacer esta voluntad".

Lo que interesa a Dios en mi vida no son únicamente mis momentos de oración... sino todos los momentos de mi jornada.

¿Qué esperas de mí, Señor, en el día de hoy?

-Cualquiera que escucha estas mis instrucciones, y las practica..

Es la misma idea: un ritmo de vida esencial en dos tiempos:

-Escuchar...

-Poner en práctica..

Señor, ayúdame a fin de que te escuche verdaderamente.

Concédeme que esté atento a tu voz.

Señor, ayúdame; que mi obrar sea verdadero, que mis actos sean conformes a lo que Tú quieres.

-Será semejante a un hombre cuerdo que fundó su casa sobre piedra.

Lo que me pasa, Señor, es que no veo toda la importancia que tienen las cosas que llenan mis jornadas. Las hago, una después de otra, porque hay que hacerlas; ¡pero sin valorarlas! Entonces resulta que encuentro esas jornadas muy banales y vacías.

Sin embargo, mis días podrían ser grávidos y sólidos como la roca. ¡Si yo supiera edificarlos siempre sobre tu Palabra, sobre tu querer, sobre ti! Señor, ayúdame a edificar mi vida sobre la roca, sobre ti.

¡Edificar sólidamente! Construir.

La humanidad necesita hombres y mujeres sólidos, constructivos que edifiquen lo que es sólido con Dios.

-Pero, cualquiera que oye estas mis instrucciones y no las pone en práctica...

Esta palabra debería hacer reflexionar a aquellas personas que dicen "soy creyente... pero no soy practicante..." Es verdad que hay muchas maneras de "practicar": se puede practicar la caridad, la justicia, la plegaria, la bondad... practicar la fe... Pero Jesús parece decirnos que hay que ser honrado, y no contentarse con buenos sentimientos o buenas intenciones: si decimos creer, hay que aplicar la fe a la vida.

Hay que aplicar la caridad, si decimos amar. Lo contrario ¡es ser como una "casa edificada sobre la arena"!

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 14 s.


2-3

1. Tener una ciudad fuerte, asentada sobre roca, inexpugnable para el enemigo, era una de las condiciones más importantes en la antigüedad para sentirse seguros. Sus murallas y torreones, sus puertas bien guardadas, eran garantía de paz y de victoria.

La imagen le sirve al profeta para anunciar que el pueblo puede confiar en el Señor, nuestro Dios. Él es nuestra muralla y torreón, la roca y la fortaleza de nuestra ciudad. Y a la vez, con él podemos conquistar las ciudades enemigas, por inexpugnables que crean ser

-¿Babel, Nínive?-, porque la fuerza de Dios no tiene límites.

Sólo acertaremos en la vida si ponemos de veras nuestra confianza en él: «mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres» (salmo). Un pueblo que confía en el Señor, que sigue sus mandatos y observa la lealtad, es feliz, «su ánimo está firme y mantiene la paz, porque confía en ti». Mientras que los que confían en las murallas de piedra, y se sienten orgullosamente fuertes, se llevarán pronto o tarde un desengaño. Nuestra Roca es Dios. En él está nuestra paz y nuestra seguridad. Él nos llevará a la Jerusalén celestial, la ciudad de la fiesta perpetua.

2. El evangelio también nos habla de edificar sobre roca.

Jesús -al final del sermón de la montaña- nos asegura que está edificando sobre roca, y por tanto su edificio está garantizado, aquél que no sólo oye la Palabra sino que la pone por obra. Edifica sobre arena, y por tanto se expone a un derrumbamiento lastimoso, el que se contenta con oír la Palabra o con clamar en sus oraciones ¡Señor, Señor!

Cuando Jesús compara la oración con las obras, la liturgia con la vida, siempre parece que muestra su preferencia por la vida. Lo que quedan descalificadas son las palabras vacías, el culto no comprometido, sólo exterior.

3. a) ¿Cómo estamos construyendo nosotros el edificio de nuestra casa, de nuestra persona, de nuestro futuro? ¿cómo edificamos nuestra familia, nuestra comunidad, nuestra Iglesia y sociedad?

La imagen de las dos lecturas es clara y nos interpela en este Adviento, para que reorientemos claramente nuestra vida.

Si en la construcción de nuestra propia personalidad o de la comunidad nos fiamos de nuestras propias fuerzas, o de unas instituciones, o unas estructuras, o unas doctrinas, nos exponemos a la ruina. Es como si una amistad se basa en el interés, o un matrimonio se apoya sólo en un amor romántico, o una espiritualidad se deja dirigir por la moda o el gusto personal, o una vocación sacerdotal o religiosa no se fundamenta en valores de fe profunda. Eso sería construir sobre arena. La casa puede que parezca de momento hermosa y bien construida, pero es puro cartón, que al menor viento se hunde.

b) Debemos construir sobre la Palabra de Dios escuchada y aceptada como criterio de vida.

Seguramente todos tenemos ya experiencia, y nuestra propia historia ya nos va enseñando la verdad del aviso de Isaías y de Jesús. Porque buscamos seguridades humanas, o nos dejamos encandilar por mesianismos fugaces que siempre nos fallan. Como tantas personas que no creen de veras en Dios, y se refugian en los horóscopos o en las religiones orientales o en las sectas o en los varios mesías falsos que se cruzan en su camino.

El único fundamento que no falla y da solidez a lo que intentamos construir es Dios.

Seremos buenos arquitectos si en la programación de nuestra vida volvemos continuamente nuestra mirada hacia él y hacia su Palabra, y nos preguntamos cuál es su proyecto de vida, cuál es su voluntad, manifestada en Cristo Jesús, y obramos en consecuencia. Si no sólo decimos oraciones y cantos bonitos, ¡Señor, Señor!, sino que nuestra oración nos compromete y estimula a lo largo de la jornada. Si no nos contentamos con escuchar la Palabra, sino que nos esforzamos porque sea el criterio de nuestro obrar.

Entonces sí que serán sólidos los cimientos y las murallas y las puertas de la ciudad o de la casa que edificamos.

c) Tenemos un modelo admirable, sobre todo estos días de Adviento, en María, la Madre de Jesús. Ella fue una mujer de fe, totalmente disponible ante Dios, que edificó su vida sobre la roca de la Palabra. Que ante el anuncio de la misión que Dios le encomendaba, respondió con una frase que fue la consigna de toda su vida, y que debería ser también la nuestra: «hágase en mí según tu Palabra». Es nuestra maestra en la obediencia a la Palabra.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995 . Págs. 25-27


2-4.

Is 26, 1-6: Confiad siempre en el Señor, que él es roca perpetua.

Sal 117: El Señor es mi fuerza y a él canto, porque él será mi salvación.

Mt 7, 21.24-27: No todo el que dice Señor, Señor entra en el Reino de los cielos.

Una de las afirmaciones del sermón de la montaña que más nos puede cuestionar es la del texto que acabamos de leer: "No todo el que dice Señor, Señor entra en el Reino de los cielos". Las prácticas religiosas entre nosotros están, muchas veces, llenas de repeticiones de palabras que no trascienden al compromiso de vida cristiana. Pero el Señor nos exhorta: "No basta decirme 'Señor, Señor' para entrar en el Reino de Dios, no; hay que poner por obra el designio de mi Padre del cielo" (v. 21). Hay que hacer notar que al destacar al "Padre del cielo" (cfr. Mt 6, 9b en el Padrenuestro que está ubicado en el sermón del monte), Jesús no quiere discípulos que cultiven sólo una relación con él, sino seguidores que, unidos a él trabajen por cambiar la situación de la humanidad, cumpliendo así la voluntad de su Padre. Al final de la vida nadie podrá aducir en su favor el devoto reconocimiento de Jesús, llamándolo Señor, o alegando su activismo religioso (profetizar, expulsar demonios), si se ha apartado de las exigencias fundamentales del Reino, si sus obras no nacieron del amor, si no contribuyeron a cumplir el designio del Padre.

Termina el sermón del monte con una parábola en la que se contraponen el hombre sabio que edifica su casa sobre cimientos firmes y el que la edifica sobre arena; ellos representan a los, que han escuchado la palabras de Jesús y han hecho de estas palabras el modelo de su vida están en capacidad de sostenerse a pesar de los embates de las persecuciones, han edificado su vida con bases firmes, las exigencias del Reino sintetizadas en las bienaventuranzas. Pero también existen otros que no ponen en práctica lo escuchado; su vida está perdida desde el momento en que no se comprometen con las exigencias de Jesús.

Una empresa difícil es la propuesta del Reino, pero nada podemos temer si confiamos en el Señor; él es la roca segura, y quien se acerca a él está firme y mantiene la paz.

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2-5.

Is 26, 1-6: Jerusalén, ciudad fuerte de David

Mt 7, 21.24-27: Jesús la roca que nos salva

La comparación que este texto nos propone es un símbolo muy popular entre nosotros: la roca que sirve de cimiento a la edificación. Mucho se ha discutido si Cristo fundó la Iglesia o si sólo organizó una pequeña comunidad. Esto no es asunto que se aclare en pocas líneas, pero lo más cierto es que la Iglesia se funda en Cristo. El es el fundamento a partir del cual la comunidad se integra. La comunidad cristiana no está formada por simpatizantes a los que un día se les ocurrió organizar algo mejor. La comunidad cristiana está ante todo formada por el Espíritu de Dios que congrega a los creyentes en torno a un hombre que nos ha mostrado el camino hacia el Reino.

Ahora, el que reconozcamos a Cristo y lo publicitemos no quiere necesariamente decir que estamos haciendo Iglesia. Pues, "no todo el que dice 'Señor, Señor' entrará al reino de los cielos". Anunciar a Cristo es mucho más que obrar prodigios y realizar eventos espectaculares. Anunciar a Cristo es primero creer en él y creer en lo que él creyó, compartir su fe en Dios-Padre y en la Humanidad. Por esto, antes de emprender obras que nosotros creemos convertirán a millones, necesitamos revisarnos y ver si nosotros hemos realmente cambiado de mentalidad.

Nuestras comunidades tienen, entonces, el reto de profundizar su fe y cimentar sus principios antes de lanzarse a cualquier obra. Pues no basta con hacer cosas, es ante todo necesario 'ser' discípulo de Jesús. Y en ese 'ser' nos jugamos el sentido de nuestra existencia. Pues Jesús nos ha llamado para que demos testimonio con nuestras vidas de su obra entre nosotros y no para que nos alborotemos haciendo cosas y más cosas.

La lección que hoy nos trae el evangelio es la de ver en nuestra vida, personal y comunitaria, la obra de Jesús.

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2-6.

Is 26,1-6: "Yavé derribó a los que vivían en las alturas"

Mt 7,21.24-27: La casa edificada sobre roca firme.

"En ese día", comienza Isaías su anuncio de victoria. Todo ocurrirá "en ese día", porque habla del "Día de Yavé", el día del triunfo de Dios sobre los enemigos del pueblo y de la vida. Es el día de la liberación definitiva.

Como continuidad y complemento a lo que veíamos ayer, ese día, el día de la fiesta, estará marcado por un cambio total de lugares. Los que estaban encumbrados en el poder, los que habían hecho una fortaleza a costa del pueblo, ahora estarán derribados. y Dios mismo será el autor del desmoronamiento.

De sus casas, de sus riquezas, de sus tormentos, solo quedarán escombros. Nada de lo que edificaron a costa del pueblo quedará en pie. Sus injusticias quedarán expuestas ante todos. Los pobres caminarán sobre sus ruinas. Y este caminar señalará el comi enzo de algo nuevo: el final de la opresión, el triunfo del pueblo sobre el opresor.

Y también indicará un nuevo modo de vivir. Los pobres ya no necesitarán las casas de los ricos, no desearán ni envidiarán sus lujos y mansiones que de modo descarado y vergonzoso exponen en revistas y televisión. Los pobres tendrán la casa de Dios, Dio s será su propio hogar. Y nada podría ser mejor que esto.

Esperamos esto porque ponemos nuestra confianza en quien no fallará en sus promesas. Por eso confiamos en que Dios será la piedra sobre la cual se edifica, desde ahora, un mundo nuevo.

Los pobres, desde sus organizaciones, desde sus luchas, desde sus proyectos... no negocian con el poder de turno. Sus empujones van destruyendo -quizás lenta pero también insistentemente y sin pausa- las fortalezas de los poderosos.

Apuntalados en la única seguridad, la Vida y la dignidad, se va alzando sobre el mundo una nueva estructura: el reino de los pobres como expresión del Reino de Dios.

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2-7. CLARETIANOS 2002

"No basta decir Señor, Señor". Cuántas veces hemos repetido esta frase en nuestro interior cuando oímos a alguien que pontifica sobre lo que hay que hacer y no se aplica el cuento a sí mismo. Y es que cada uno tiene su cuento, su propia historia que vivir, grande o pequeña. Pero podría ocurrir que se pase el tiempo y no hayamos comenzado a vivir nuestra propia historia, por falta de costumbre o por falta de voluntad. ¿No habéis tenido alguna vez la sensación de estar viviendo en la inseguridad de si es o no esta la vida única e irrepetible para la que hemos sido llamados a este mundo?

El otro día leía una pasaje de un libro: "Misioneros claretianos en China". Un anciano misionero narra sus recuerdos ya lejanos y entre ellos cuenta cómo un día llegó a su remota misión un joven misionero al que sacaban enfermo de una aldea del interior donde todavía se encontraba aprendiendo la lengua china, ya que solamente llevaba un año en la misión. Oigamos su conversación:

- "Agustín, me dijo, esto se acaba. Yo presiento que me voy. Y me pregunto, si ha merecido la pena venir a China para acabar tan pronto y sin haber evangelizado casi nada.

- Sí ha merecido la pena, le contesté: ahora puedes contar en tu vida con el no pequeño sacrificio de haber dejado a los tuyos en lejanas tierras, por amor a Dios y por amor a las almas. ¿O es que no te costó nada dejar a los tuyos?

- Sí, me costó mucho, muchísimo. Pero, ¡qué pena!, no he podido dar casi nada a los demás.

- Eso no es verdad, le contesté. Les estás dando mucho. Les estás dando tu juventud, tus dolores, tus ilusiones, tu conformidad a la voluntad del Señor... Es mucho lo que les has dado y les estás dando".

Pocos días después aquella vida se apagaba definitivamente para la tierra. Tenía 27 años de edad. Su cuerpo sigue reposando en una pequeña tumba solitaria en un lugar de la inmensa e remota China.

Vuestro hermano en la fe, Vicente.
 


2-8. 2001

COMENTARIO 1

vv. 21-23. De nuevo, en otro sentido, el primado de las obras sobre las palabras. No basta el devoto reconocimiento de Jesús, hay que vivir cumpliendo el designio del Padre del cielo (cf. 12,50). La adición «del cielo» y el término «designio» ponen este aviso en relación con la primera parte del Padrenuestro (6,9s), que, a su vez, remite a la práctica de las bienaventuranzas. Jesús no quiere discípulos que cultiven sólo la relación con él, sino seguidores que, unidos a él, trabajen por cambiar la situación de la humanidad.

Después de enunciar el principio afirma Jesús que serán mu­chos los que «aquel día», el que nadie conoce (25,13), lo llamarán «Señor, Señor», aduciendo sus obras para encontrar acogida. Las obras que se citan: «haber profetizado», «haber expulsado demo­nios» y «haber realizado milagros», fueron hechas «por/con su nombre», es decir, invocando la autoridad de Jesús. Este, sin em­bargo, no las acepta; considera esas obras, no solamente sin valor, sino como propias de malhechores. El término anomia, iniquidad, es el que Jesús aplica a los letrados y fariseos hipócritas (23,28), y la frase de rechazo se encuentra en Sal 6,9, donde los malhe­chores son los que oprimen al justo y le procuran la muerte. Esta perícopa, en cuanto a su sentido, no está lejos de la anterior (15-20). Estos que cumplen acciones extraordinarias y que llevan en sus labios el nombre del Señor, tienen una actividad que, aunque aparentemente laudable, es en realidad inicua, porque no nace del amor ni tiende a construir la humanidad nueva según el designio del Padre (21).



vv. 24-27. El discurso termina con una parábola compuesta de dos miembros contrapuestos. Jesús habla de dos clases de hombres que han oído el discurso precedente. La diferencia entre ellos se centra en llevar o no llevar a la práctica la doctrina escuchada. «La casa» que pertenece al hombre («su casa») representa al hom­bre mismo. El éxito de su vida y la capacidad para mantenerse firme a través de los desastres, que pueden identificarse con las persecuciones (5,11s), depende de que su vida tenga por cimiento una praxis acorde con el mensaje de Jesús, cuyo punto culminante han sido las bienaventuranzas. Se descubre una alusión a los in­dividuos retratados en la perícopa anterior (21-23). Jesús ha habla­do como maestro; su doctrina expresa el designio del Padre sobre los hombres (7,21). Toca al hombre no sólo entenderla, sino lle­varla a la práctica. De ello depende el éxito o la ruina de su propia vida.


COMENTARIO 2

En la lectura de hoy, Mateo pone en labios de Jesús la imagen de la roca que ya nos había presentado Isaías. Se trata del final del llamado "sermón de la montaña", cuando Jesús urge a sus discípulos a apropiarse de sus palabras poniéndolas en práctica. No basta confesar en el culto que Jesús es el Señor. Hay que manifestarlo en la vida cumpliendo la voluntad del Padre celestial, que se expresa plena y definitivamente en las palabras de Jesús. Dice el Señor que el que así obra es como si construyera su casa sobre la roca, de la cual hablamos ya a propósito de la 1ª lectura. Lo contrario, ser entusiastas en el culto, y de labios para fuera, pero no realizar las palabras de Jesús, es cometer la estupidez de construir una casa sin cimientos. Esto se aplica a cada individuo, a cada uno de los discípulos que escuchan las enseñanzas del maestro; pero puede aplicarse también a cada comunidad cristiana, a la Iglesia en general. Sólo durarán, en medio de las turbulentas corrientes de la historia, aquellas comunidades que pongan firmemente los cimientos en la roca de la palabra de Jesús.

Así como la imagen de la barca, también la imagen de la roca representa a la Iglesia. Imagen de seguridad y de confianza, siempre y cuando estén asentadas en la docilidad y obediencia a la Palabra de Dios. En el mismo evangelio de Mateo oímos que Jesús promete a Pedro constituirlo en "piedra", en roca sobre la cual construirá su Iglesia (16,18), contra la cual no prevalecerán los poderes del mal y de la muerte. No porque la iglesia haya sido perfecta, sin defecto, sino porque a pesar de sus pecados, el Señor la ha mantenido firmemente asentada, como "signo universal de salvación", sobre la roca de los apóstoles, en medio de las encontradas corrientes de la historia.

Nosotros, los cristianos de este tercer milenio, somos ahora los responsables de mantener la fidelidad de la iglesia a su Señor. Para que ella pueda seguir cumpliendo su misión de manifestar la salvación de Dios a todos los seres humanos.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


2-9. 2002

El texto presenta la relación más o menos estrechas entre las palabras y las obras en la vida y busca, por consiguiente, afirmar la necesidad de la coherencia en la existencia que tienen los seguidores de Jesús.

El v. 21 coloca en primer plano el modo cómo se deben valorar dos actitudes opuestas. La primera se describe como perteneciente exclusivamente al orden de las palabras. Aunque las mencionadas aquí pertenecen a un orden importante, las de la fe que proclama a Jesús Señor, el recurso a ellas se revela como insuficiente para poder "entrar al Reino". Por el contrario, la segunda actitud no pertenece exclusivamente al decir sino que se desarrolla también en el ámbito del "hacer". Como en la parábola de los dos hijos (Mt 21,28-32) y en múltiples pasajes de Mateo se contraponen aquí palabra y obra, intención expresada y realización. Los vv. 24-27 retoman esa oposición hablando de dos categorías de personas que tienen un elemento común ya que ambas son descritas como "los que oyen" las palabras de Jesús. Sin embargo, la diferencia se establece a partir de la puesta o no en práctica de esas palabras. Primeramente se describe la actitud de los que se preocupan de hacer vida esas palabras (vv. 24-25), luego la de aquellos que no son coherentes con la palabra escuchada.

A partir de esta opción fundamental se describen la naturaleza de cada una de esas actitudes y las consecuencias que de esa naturaleza se derivan.

La prudencia es propia de la primera categoría, la necedad es la característica sobresaliente de la segunda. Gracias a una doble comparación con la forma de edificación se señalan el fundamento de esa prudencia o necedad.

El fundamento elegido en uno y otro caso es distinto, la roca en el primero, la arena en el segundo. Ambos fundamentos se distinguen entre sí por su firmeza o debilidad. Y a partir de allí se puede avizorar la suerte futura de ambas edificaciones.

Una y otra casa estarán sujetas a las mismas adversidades originadas en fenómenos climáticos: lluvia, inundaciones y fuertes vientos. Pero la acción corrosiva de los mismos agentes atmosféricos produce distintos resultados: En el primer caso la edificación "no cayó", en el segundo "cayó" y en ambos casos se tiene cuidado de señalar que el resultado se origina en el fundamento puesto: "porque estaba fundamentada sobre roca", "porque estaba fundamentada sobre la arena".

La prudencia o sabiduría cristiana no deriva del "cálculo o del justo medio" sino de la adecuación de la vida a las enseñanzas y vida de Jesús, a su proyecto de justicia sobre el Reino. Ser sabio es, entonces, buscar la realización del sermón de la montaña en la existencia humana, comprometer toda la vida, situar todas las acciones en el ámbito del seguimiento, ser "apasionadamente imprudente" por la causa del Reino y su justicia.

Esa entrega sin cálculo, sin tomar en cuenta las pérdidas y los daños que puedan producirse es la única forma de realización propuesta por Jesús a sus seguidores y el criterio definitivo de la realidad del seguimiento.

La felicidad prometida por Jesús, a la que son directamente invitados los discípulos, debe hacerse comprensible para todos los seres humanos gracias a la vida de cada uno y de todos los integrantes de cada comunidad cristiana. Con su actuación se relaciona la suerte del Reino y de toda la historia humana.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


2-10. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Jueves 4 de diciembre de 2003. Juan Damasceno, Bárbara

Is 26, 1-6: En Yahvé tenéis una roca eterna
Salmo responsorial: 117, 1.8-9.19-21.25-27
Mt 7, 21.24-27: La casa edificada sobre la roca

La lectura de Isaías se refiere a la ciudad fuerte que sin duda está construida sobre roca, pero la verdadera roca que le da consistencia a la ciudad es el mismo Dios, “pues Yahvé es la roca eterna”. Se relaciona este mensaje con el que nos presenta Mateo cuando nos habla de la fortaleza entre las dos casas: una de ellas construida sobre firme roca y la otra sobre arena movediza.

El verdadero fundamento para construir nuestra vida es el mismo Dios. Quien se apoya en El, ese es el que permanece. No habrá nada ni nadie que lo haga sucumbir. Pero apoyarse en Dios implica hacer su voluntad con seriedad y sinceridad, sin quedarse en las meras apariencias.

En este evangelio Jesús nos enseña que no nos basta una mera aceptación teórica de la Palabra del Padre, se requiere del cumplimiento práctico y real de esa divina voluntad. “No todo el que me diga: Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre...” Para pertenecer al Reino de Dios no basta invocar al Señor, es necesario acomodar nuestra vida a los principios establecidos por Jesucristo.

Jesús corrobora la doctrina que acaba de exponer con una parábola en la cual anima a los oyentes a poner en práctica sus enseñanzas. La lluvia, los ríos, los vientos, las tormentas son imágenes para significar las dificultades de todo género que se le presentarán al discípulo creyente y que deberá vencer, para mantener firme el edificio espiritual de su vida cristiana.

No basta, pues, aceptar a Jesús como Maestro, sino que hemos de llevar a la práctica sus enseñanzas; con esto Jesús nos pone alerta contra un cristianismo de puras fórmulas o de simple aceptación de verdades y dogmas; Él quiere que esas verdades las transformemos en vida, así como Él dio su vida por hacer la voluntad del Padre.


2-11. DOMINICOS 2003

Puertas abiertas al amor y la justicia

Bendito seas, Señor, en todas las cosas, personas y acciones:
en el gobernante que hace justicia,
en el hombre bueno que acoge al marginado,
en el denunciador de los atropellos que generan miseria, guerras, campos de concentración...
en la generosidad de quien da una parte de lo que posee,
en quien, no pudiendo dar otra cosa, ofrece compañía, consuelo, aliento de vida...

La lectura profética de Isaías en el día de hoy se mantiene en el contexto de su “visión apocalíptica”, de triunfo; y es un canto vibrante con el pueblo.

Creen algunos autores que cuando el profeta escribía este canto incluido en el capítulo 26 de sus oráculos podía tener presente en su memoria la experiencia  de victoria, e incluso de devastación –por parte de Israel-  de un país enemigo de Judá, por ejemplo, el territorio de Moab.

Si así fuera, ¡triste consuelo y visión, mediando el mal del vecino!  Pero hemos de reconocer que la historia de Israel está cuajada de visiones reduccionistas que precisan de universalidad. El mundo somos ellos y muchos más. Sólo Jesús, cuando llegó al mundo, tuvo valor para romper todas las murallas que pretendían canalizar el amor de Dios hacia un solo pueblo, por elegido que hubiere sido, y extender ese amor en todas las direcciones. A él sea nuestra alabanza.

La Luz de la Palabra de Dios

Isaías 26, 1-6:      

“Aquel día {de felicidad y triunfo} se cantará este canto en el país de Judá: tenemos una ciudad fuerte; ha puesto para salvarla murallas y baluartes.

Abrid sus puertas para que entre en ella un pueblo justo, que observará la lealtad; su ánimo está firme y mantiene la paz, porque confía en Yhavé.

Confiad siempre en el Señor, porque él es la Roca perpetua. Él doblegó a los habitantes de la altura y a la ciudad elevada. Él la humilló hasta el suelo, la arrojó al polvo, y la pisan los pies del humilde, las pisadas de los pobres”

Evangelio según san Mateo 7, 21. 24-27:     

“Un día dijo Jesús a sus discípulos: no todo el que me dice “¡Señor, Señor!” entrará en el reino de los cielos. Lo hará el que cumpla la voluntad de mi Padre que está en el cielo. {Distinguid bien los dos caminos}: El que escucha estas palabras mías y las pone por obra se parece al hombre prudente que edifica su casa sobre roca..., bien cimentada. En cambio, el que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece al hombre necio que edifica su casa sobre arena..., y si rompen contra ella vientos y lluvias la derrumban...”

Reflexión para este día

Efímero es el gozo de quien canta guerras y victorias. Efímera es la imagen de un Dios que, incluso cuando se le cita en el Antiguo Testamento, es puesto por los hombres al frente de sus ejércitos.

Lleguemos pronto –con el adviento- al pensamiento y mensaje de paz y de amor universal que pregona Jesús. Su evangelio es evangelio de amor y paz.

Pasaron ya los siglos de penumbra. Hemos llegado al tiempo venturoso en que la revelación de Dios –y los nuevos gritos de profetas, santos y acontecimientos- claman por un lenguaje y sentimientos que detesten  guerras y victorias, porque el Dios Amor nos hace a todos hermanos.

Tengamos el corazón inclinado al amor puro; la inteligencia  abierta a la luz de la fe; la conciencia reclamando obras buenas y palabras que anuncien lo que somos: hijos de Dios, hermanos compasivos, personas solidarias.  


2-12. 2003

LECTURAS: IS 26, 1-6; SAL 117; MT 7, 21. 24-27

Is. 26, 1-6. Por medio de Jesús, Dios se ha hecho cercanía del hombre. Dios jamás ha abandonado a los suyos. Para los Israelitas la Palabra de Dios se ha hecho Ley que los guía; por eso tratan, no sólo de entenderla, sino de cumplirla hasta los más mínimos detalles, y le entonan cantos de alabanza. Para algunos Israelitas más abiertos al Señor, su Palabra también ha tomado cuerpo en los profetas, a quienes escuchan como al mismo Dios y se dejan conducir por Él. Llegada la plenitud de los tiempos la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, no sólo mostrándonos el camino que nos conduce al Padre, sino haciéndose Camino, Verdad y Vida para nosotros. En nuestros días la Palabra se ha hecho Iglesia, no al margen de Jesús, pues lo tiene a Él por Cabeza. A la Iglesia corresponde la responsabilidad de continuar haciendo presente en la historia al Hijo Encarnado, Salvador de todo. Dios así ha querido exaltar a los humildes y humillar hasta el suelo a los poderosos para que sirvan de camino que pisan los pies de los humildes y los pobres. Ojalá y, fortalecidos y guiados por el Espíritu de Dios, nos mantengamos fieles al Señor y seamos, en verdad, la manifestación del Reino de Dios en nuestro mundo, no humillados, sino exaltados a la diestra del Padre por nuestra fe en Cristo Jesús.

Sal 117 Confiemos siempre en el Señor, pues Él nos ama con un amor siempre fiel. Dios ha venido a nosotros, descendiendo desde su cielo, y haciéndose uno como nosotros. A nosotros corresponde abrirle las puertas de nuestro corazón para que ahí se digne morar como en un templo. A pesar de que tal vez el pecado ha manchado nuestra vida, el Señor se acerca a nosotros como poderoso salvador. Él quiere que su victoria sobre el pecado y la muerte sea también victoria nuestra; por eso nos invita a una constante purificación para que su presencia en nosotros realmente se convierta en una bendición y no en motivo de maldición, de destrucción y de muerte. El Señor que se acerca a nosotros viene para convertirse en luz que nos ilumine para dejar de caminar en las tinieblas del pecado y en las sombras de muerte. Dejémonos amar y purificar por Él para que podamos ser signos de la presencia del Señor en el mundo por medio de quienes le viven fieles.

Mt. 7, 21. 24-27. Dios nos ha enviado su Palabra, que se ha hecho uno de nosotros, no para que vuelva al cielo con las manos vacías, sino para que, haciendo la voluntad de quien le Envió, nos libere de la esclavitud del Pecado, y nos haga hijos de Dios y participantes de su Gloria. No podemos conformarnos con escuchar la Palabra de Dios a la ligera. No basta con rezar para salvarse, pues no todo el que llame a Jesús Señor se salvará, sino sólo el que cumpla la voluntad de su Padre, que está en los cielos. La cercanía del Señor a nosotros no es sólo para que nos alegremos con Él, sino para que vivamos un auténtico compromiso de fe con Él, de tal forma que toda nuestra vida se edifique en Él; y que, por tanto, seamos en el mundo un verdadero reflejo del amor que Dios nos ha manifestado por medio de su Hijo. Cuando el Señor vuelva, nuestro amor en Él debe estar tan enraizado, que podamos mantenernos firmes ante Él; pues si sólo le llamamos Señor con los labios mientras nuestras obras eran inicuas, al final lo único que sucederá es que nos derrumbemos irremediablemente. Pero, mientras aún es de día, dejemos que el Señor haga su obra de salvación en nosotros para que lleguemos a ser dignos hijos de Dios tanto con nuestras palabras, como con nuestras obras y toda nuestra vida misma.

En la Eucaristía el Señor dirige a nosotros su Palabra, y nos manifiesta que no hemos de amar sólo con los labios, sino con la vida misma que se entrega en favor de los demás para liberarlos de sus esclavitudes. El Señor mismo ha entregado su vida por nosotros. Esta entrega en un amor hasta el extremo por nosotros es lo que nos reúne en torno a Él en estos momentos. Así Dios se manifiesta para nosotros como el Camino que hemos de seguir quienes creemos en Él y queremos serle fieles. Por eso, la Eucaristía no sólo es un acto litúrgico con el que damos culto a Dios, sino que es también todo un compromiso para nosotros que, al unir nuestra vida a Cristo, junto con Él tomamos nuestra cruz de cada día, dispuestos a amar a nuestro prójimo hasta el extremo, con tal de que también Él participe de la vida y del amor que Dios nos manifestó en su Hijo Jesús.

En el Padre nuestro, que recitamos durante la Eucaristía, nos comprometemos a hacer la voluntad de Dios como la ha realizado su propio Hijo, en un compromiso de totalidad de amor hacia su Padre y hacia nosotros. No podemos decir que hacemos la voluntad de Dios cuando llamamos a Jesús: Señor, Señor. No podemos decir que al final podamos decirle a Dios que hicimos lo que nos pidió porque nos sentamos a su mesa y le oímos predicar por nuestras plazas, y porque en su nombre hicimos curaciones y expulsamos demonios. No pensemos que alguien es santo porque realiza todas esas obras. No vayamos a quedarnos con la mano tapando nuestra boca, llenos de admiración cuando veamos a todos esos santos falsos condenados eternamente. Quien ha asentado firmemente su vida en Cristo como en roca firme debe hacer suyas las bienaventuranzas con las que empieza el sermón del monte, y que nos llevan a realizar las obras de misericordia con las que culminará el juicio sobre la humanidad, cuando el Señor nos diga: porque lo que hicieron o dejaron de hacer al más insignificante de mis hermanos, a mí me lo hicieron, o a mí me lo dejaron de hacer. Asentar nuestra vida en Cristo debe hacernos hombres firmes que pasan siempre haciendo el bien; y que no dan marcha atrás en esa realización a pesar de ser perseguidos y asesinados por defender los derechos de sus hermanos y por trabajar por una mayor justicia social. Cristo nos pide no sólo una fe de rodillas en su presencia, no sólo una fe de mera palabrería, sino una fe que, alimentada por la oración e iluminada por la meditación profunda de la Palabra de Dios, se transforma en obras de salvación para todos. El Señor, que se acerca a nosotros, desea que le abramos las puertas de nuestra vida para que, conducidos por Él, aprendamos a amar a nuestro prójimo con el mismo amor con que nosotros hemos sido amados por Dios.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica, para ser así, no sólo discípulos fieles de Jesús, sino, en el mismo Cristo, hijos amados del Padre. Amén.

www.homiliacatolica.com


2-13.

La verdadera sabiduría

Autor: José Rodrigo Escorza

Mateo 7, 21.24-27

«No todo el que me diga: "Señor, Señor", entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. «Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina».


Reflexión

Al inicio de su vida apostólica Jesús cosecha indudables éxitos. Su fama se extiende por toda Judea y las regiones limítrofes, a medida que las muchedumbres le siguen, que ven sus milagros y escuchan su predicación. No fueron pocos los aduladores que en estas ocasiones se sumaban a sus apóstoles y discípulos más fieles. Jesús, en cambio, profetiza los momentos de prueba y de persecución. Parece ver este futuro incierto para todos, con la claridad del presente. Sabe que seguirle comportará un grave riesgo personal y una opción radical. No habrá espacio para los oportunistas o para quienes buscan un favor de conveniencia. Aquellos que decían “Señor, Señor...” no podrán mantenerse en pie en los momentos de la prueba.

La coherencia entre la fe que se profesa y la vida no admite “medias tintas”. Al rezar la oración del Padrenuestro, decimos, quizás sin darnos mucha cuenta: “Hágase tu voluntad... así en la tierra, como en el cielo”. Quizás podríamos añadir hoy que es precisamente “su voluntad” y no la nuestra, lo que marca la diferencia entre un espíritu auténtico de seguimiento de Cristo y otro que no lo es. Esa es la voluntad que hace que nuestra vida se edifique sobre un sólido cimiento. Porque, ¿qué seguridad futura, qué tranquilidad de conciencia nos daría seguir “nuestra” voluntad, si no está unida a Dios? No son pocos los que sin pensarlo siguen como modo de vida sus impulsos, sus caprichos y su comodidad... Sin darse cuenta edifican su vida sobre arena, y por ello sufren tantas depresiones y hay tanto vacío, tanta desilusión incluso entre nuestros familiares y conocidos. Las dificultades y desgracias no tienen ya sentido ni esperanza.

Los cristianos podemos ayudar a encontrar el fundamento de la vida a tantos hombres y mujeres que hoy lo han perdido. Nuestra vida, nuestra fe, marca la diferencia cuando están unidas firmemente a la voluntad de Dios. Entonces se convierten en faro de luz, en roca indestructible para guiar a nuestros hermanos al amor y conocimiento de Dios.


2-14.

Reflexión

El Reino de los cielos se construye obedeciendo la palabra de Dios. ¿De que nos sirve el que Jesús nos haya dejado su Palabra si no la conocemos o si aun conociéndola no estamos interesado en obedecerla. Ciertamente no toda la palabra de Dios es fácil de vivir, sin embargo aun ésta es necesaria si verdaderamente queremos que el Reino de los cielos se haga una realidad en nuestras vidas. El tiempo de adviento pues nos invita no solo a profundizar en la Palabra, sino en buscar la forma de que ésta se haga una realidad en nuestra vida. No nos permitamos el construir sobre la arena…. Esfuérzate hoy por poner en práctica algo de la palabra de Dios.

Pbro. Ernesto María Caro


2-15.

Jesús presenta la diferencia entre edificar cimentado en la roca firme que es él o en lo pasajero, que es el mundo. Quién edifica sobre la roca firme, que es Jesús, cumpliendo la voluntad del Padre y lo acepta como su Salvador, en los momentos de turbulencias, confía, pues sabe claramente en quién ha puesto su confianza. No así quien ha edificado sobre la arena, sobre lo que hoy se ve, pero mañana quién sabe. Este evangelio me lleva a reflexionar sobre quién están construido, no solo mis proyectos, sino también mis valores, mis creencias, mis esperanza. Muchas veces me dejo confundir porque veo que algunas personas han edificado maravillas. Deslumbrantes ante nuestros ojos. Pero, como dice un poema de González Vuelta, “lo que parecía fondo seguro, no era más que un juego de luces en el agua”. Luego puedo darme cuenta que, ante las dificultades, ante los “va y ven” de la vida sucumbe totalmente. Se derrumban. Sólo me cuesta mirar un poco a mí alrededor y darme cuenta de eso.

Permítenos, Señor, que este tiempo de Adviento podamos usarlo para cimentar claramente nuestra fe en ti. Afianzar nuestra espera en ti.

Dios nos bendice,

Miosotis


2-16.

Vino a cumplir la voluntad del padre

Jueves de la Primera Semana de Adviento

I. La vida de una persona se puede edificar sobre muy diferentes cimientos: sobre roca, sobre barro, sobre humo, sobre aire... El cristiano sólo tiene un fundamento firme en el que apoyarse con seguridad: el Señor es la Roca permanente (Isaías, 26, 5). Nuestra vida sólo puede ser edificada sobre Cristo mismo, nuestra única esperanza y fundamento. Y esto quiere decir en primer lugar, que procuramos identificar nuestra voluntad con la suya. No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el reino de los Cielos, sino el que cumple la voluntad de mi padre que está en los cielos, leemos en el Evangelio de la Misa. La voluntad de Dios es la brújula que nos indica el camino que nos lleva a Él, y es al mismo tiempo, el sendero de nuestra propia felicidad. El  cumplimiento amoroso de la voluntad de Dios es a la vez, la cima de toda santidad. El Señor nos la muestra a través de los Mandamientos, de las indicaciones de la Iglesia, y de las obligaciones que conlleva nuestra vocación y estado.

II. La voluntad de Dios se nos manifiesta también a través de aquellas personas a quienes debemos obediencia, y a través de los consejos recibidos en  la dirección espiritual. La obediencia no tiene fundamento último en las cualidades del que manda. Jesús superaba infinitamente –era Dios- a María y a José, y les obedecía (Lucas 2, 51). Cristo obedece por amor, por cumplir la voluntad del Padre, y hemos de considerar que el Señor se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Filipenses 2, 8). Nosotros para obedecer debemos ser humildes, pues el espíritu de obediencia no cabe en un alma dominada por la soberbia. La humildad da paz y alegría para realizar lo mandado hasta en los menores detalles. En el apostolado, la obediencia se hace indispensable: “Dios no necesita de nuestros trabajos, sino de nuestra obediencia” (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre San Mateo).

III. La voluntad de Dios también se manifiesta en aquellas cosas que Él permite y que no resultan como esperábamos, o son incluso totalmente contrarias a lo que deseábamos o habíamos pedido con insistencia en la oración. Es el momento de aumentar nuestra oración y fijarnos mejor en Jesucristo. Especialmente cuando nos resulten  muy duros y difíciles los acontecimientos: la enfermedad, la muerte de un ser querido, el dolor de los que más queremos. “Dios sabe más” El Señor nos consolará de todos nuestros pesares y quedarán santificados. Todo contribuye al bien de los que aman a Dios (ROMANOS, 8, 28). Pidámosle a la Virgen que en todo momento nos identifiquemos con la voluntad del Padre.


2-17. 4 de diciembre 2003

Santa Teresa de Jesús (1515-1582) fundadora del Carmelo Descalzo y doctora de la Iglesia

Camino de Perfección (redacción Valladolid), cap. 32, 6.9

“No basta con decir ‘Señor, Señor’... hay que hacer la voluntad del Padre”

....decir que dejaremos nuestra voluntad en otra parece muy fácil, hasta que, probándose, se entiende es la cosa más recia que se puede hacer, si se cumple como se ha de cumplir...que sabe el Señor lo que puede sufrir cada uno, y a quien ve con fuerza no se detiene en cumplir en él su voluntad.

Pues quiéroos avisar y acordar qué es su voluntad. No hayáis miedo sea daros riquezas ni deleites ni honras ni todas estas cosas de acá; no os quiere tan poco y tiene en mucho lo que le dais, y quiéreoslo pagar bien, pues os da su reino aun viviendo.” (Viendo lo que el Padre dio a su Hijo)...Pues veis aquí, hijas, a quien más amaba lo que dio, por donde se entiende cuál es su voluntad. Así que éstos son sus dones en este mundo. Da conforme al amor que nos tiene: a los que ama más, da de estos dones más; a los que menos, menos, y conforme al ánimo que ve en cada uno y el amor que tiene a Su Majestad. A quien le amare mucho, verá que puede padecer mucho por El; al que amare poco, poco. Tengo yo para mí, que la medida del poder llevar gran cruz o pequeña, es la del amor. Así que, hermanas, si le tenéis, procurad no sean palabras de cumplimiento las que decís a tan gran Señor, sino esforzaos a pasar lo que Su Majestad quisiere...Porque sin dar nuestra voluntad del todo al Señor para que haga en todo lo que nos toca conforme a ella, nunca deja beber de ella (fuente del agua viva).


2-18. CLARETIANOS 2003

Queridos amigos y amigas:

No suele gustarnos hablar de “obediencia”. Es, sin embargo, un término muy interesante. En su origen, en su raíz etimológica significa “audiencia” pero intensa. Escuchar pero con intensidad. Como cuando un niño está muy atento a lo que le dice el maestro y logra hacer las cosas muy bien; o cuando un deportista sigue los consejos y palabras del entrenador.

Así también nosotros podemos ser aleccionados por Dios, por su Palabra. Obedece quien está atento, quien sigue ese Manual Viviente que es el Evangelio, las palabras de Jesús. En este día Jesús nos invita a hacer del Evangelio, de la Palabra de Dios, el guión de nuestra vida. No es solo cuestión de conocer, de cursos bíblicos, de homilías o discursos en torno a la Palabra. Lo importante es “la práctica”, el “ejercicio”. De la escucha de la palabra nacen personas sólidas, bien establecidas, equilibradas… La imagen más adecuada para ellas es…. ¡como la roca!
No hemos de olvidar, sin embargo, que escuchamos la Palabra como “intérpretes” de la Palabra. La Palabra nos hace libres, nos quiere libres. Somos obedientes en la medida en que nos hacemos responsables, autoresponsables. Nuestra conciencia nos permite hacerlo. En el santuario de nuestra conciencia tenemos el instrumental más adecuado para la interpretación vital.
No solo leemos el texto. El texto se convierte en el guión de nuestra representación. Vivir es ser Evangelio viviente. “Haz tú lo mismo”, nos decía tantas veces Jesús. No basta tener el nombre de Dios constantemente en la boca. Se nos juzgará por la praxis transformadora.

Hay personas que en su obediencia renuncian a su libertad, a su capacidad crítica e interpretadora.

Dependen tanto de las autoridades que sólo ejecutan aquellos que la autoridad les pide. No saben interpretar. Cuando les falla la autoridad todo les falla. Construyen su casa sobre arena. Construir la casa sobre roca, significa dejarse constantemente sorprender por la Palabra, entrar en el Coloquio, en la Alianza, en la Conversación que la Palabra de Dios provoca en nosotros.

Conclusión: Jesús quiere personas consolidadas

Jesús quiere darnos suelo, con-suelo, fortaleza. Nos pide entrar en un proceso de interiorización: escucha, discierne, actúa. Nos hace hombres, mujeres de peso. Constructores “sobre la roca”.

Vuestro hermano en la fe.

José Cristo Rey García Paredes (cmfxr@hotmail.com)


2-19.

QUE GUAPO ESTÁS CALLADITO.

Es la frase que me viene a la cabeza esta mañana. A las ocho estaré leyendo el Evangelio a una comunidad de religiosas y algún fiel que se acerque a esa hora a la Eucaristía. Según me acerque creo que se me va a atragantar el desayuno y mi único consuelo serán las palabras que en voz baja diré antes de leer el Evangelio “Purifica mi corazón y mis labios, Dios Todopoderoso, para que anuncie dignamente tu Evangelio”. Y es que me da miedo leer el Evangelio de hoy. Menuda “buena noticia”. ¿No podría haber sido Jesús un poco más impersonal, algo más políticamente correcto?. Podría ponerme en la situación del predicador que está por encima del bien y del mal, dedicar la lectura y la predicación a “los demás”. Pero ¿cómo me pongo por encima si aun resuena la primera lectura: “doblegó a los habitantes de la altura y a la ciudad elevada; la humilló, la humilló hasta el suelo, la arrojó al polvo, y la pisan los pies, los pies de los humildes, las pisadas de los pobres”. Así que lo mejor sería quedarse calladito. ¿Cómo voy a leer -sin sonrojarme- “No todo el que dice “Señor, Señor” entrará en el Reino de los cielos”?. ¡¡¡Ay, Señor, Señor!!!.

Pero en el fondo, no es así como debemos acercarnos siempre a la Palabra de Dios. El “temor y temblor” de San Pablo cada vez que dejamos que la Palabra del Salvador del mundo pase por nosotros sin mancharnos ni afectarnos, cada vez que somos necios-construyendo sí- pero sobre arena?. Como Pedro, cada vez que nos asomamos a la Palabra de Dios- y por ende al Magisterio y la Tradición de la Iglesia- deberíamos decir “aléjate de mi, Señor, que soy un pecador”.

Pero poco después de proclamar la Palabra de Dios tomo en mis manos el Cuerpo de Cristo, lo levanto por encima de mi cabeza y siento que, cuando Él esta en mis manos, soy yo el que está en sus manos. Y le digo: Señor, quiero ser parte de ese “pueblo justo que observa la lealtad; su ánimo está firme y mantiene la paz porque confía en ti”.

Ayúdame, Señor, a confiar en ti y no en mi. A buscarte cada día de la vida que me quieras conceder. A no acercarme con miedo a la Palabra de Dios ni a impedir que entre en mi vida para transformarla pues no es labor mía; sólo quito los obstáculos para que el Espíritu Santo construya sobre la roca que es Cristo.

“Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”, dad gracias al Señor pues nos ha dejado a Santa María para que cuando tengamos miedo de la Palabra de Dios, nos pongamos como niños pequeños en sus brazos, los brazos que acunaron a Cristo, y nos diga cantando al oído: “No tengas miedo, niño tonto, deja que se haga en ti la Palabra de Dios y serás feliz.”

ARCHIMADRID


2-20. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

Is 26,1-6: No duden de YHWH, pues es como una roca irrompible
Sal 117,1.8-9.19-21.25-27
Mt 7,21.24-27: Los que cumplen la voluntad de mi Padre entrarán al reino de los cielos

Continuamos deleitándonos con los poemas y cantos de Isaías. Recordemos que uno de los personajes del Adviento es este poeta de la esperanza y de la consolación. Hoy nos anuncia en su canto el gran gozo que sobrevendrá cuando caiga la “ciudad fuerte”. Muy probablemente se trata del vaticinio de la caída del imperio babilónico, que tanto daño había causado al pequeño reino de Judá. Tanto como el imperio asirio a los israelitas al Norte en 721.

Los desterrados son motivados a esperar con fe y confianza un cambio de suerte. En efecto, los especialistas datan estos capítulos de Is 24-28 más o menos para la época en la cual la política del cercano oriente se va moviendo con vientos favorables para los Persas y obviamente, desfavorables para Babilonia.

Hasta ahora, la ciudad fuerte que ha subyugado, sometido y humillado al pueblo judío, ha sido Babilonia. Cuando caiga ese imperio en manos de los persas, los deportados podrán ver realizadas sus esperanzas. Sólo entonces los pobres -el pequeño resto- podrá pisotear las ruinas de la opresión y podrán regresar a su patria, a su ciudad, con la firme convicción de que Dios mismo será su defensor.

En el cercano oriente y particularmente en Palestina las rocas, que en realidad son alturas rocosas, tienen un gran valor: sirven como defensa, guarida del sol o de la lluvia, puesto de vigilancia para detectar con tiempo y a distancia los posibles enemigos. Una ciudad nunca se construye en la hondonada, pues sería presa fácil de los enemigos. Con todos esos atributos, el profeta anuncia que el resto de Israel tendrá como roca de defensa nada menos que a YHWH.

El pueble ha tomado conciencia de que su destierro ha tenido un valor purgante o purificador. No bastaba saberse pueblo de la elección y de la bendición. Ellos habían debido mantenerse fieles también a través de sus obras. Por eso, la caída de Jerusalén es en el fondo la necesaria caída del lugar en donde se vivía la injusticia institucional, el irrespeto y el rechazo a los débiles y pobres. Estos también pisotearán las ruinas de la ciudad altanera e injusta, sobre ellas alzarán la ciudad nueva, fortificada, pero con los nuevas obras e la justicia. Con mucha razón, estos capítulos son considerados el “pequeño Apocalipsis”, pero no por la destrucción que vaticinan, sino por las esperanzas que suscitan entre los fieles de YHWH .

En el evangelio de hoy podemos encontrar una especie de continuidad con el fragmento de Isaías que escuchamos en la primera lectura. En ambos pasajes aparecen el tema de la roca como símbolo de seguridad. Notemos que la comparación que va a hacer Jesús sobre el hombre prudente que construye su casa sobre la roca (vv 27-31), viene introducida por un versículo “gancho” (v.24) para poner como precedente en qué sentido construir bien. Nos dice que “Concluyendo el sermón del monte, dijo Jesús a sus discípulos”: “no todo el que dice Señor, Señor entrará en el reino de los cielos”. El ingreso al reino sólo lo puede garantizar una vida ajustada a las exigencias del evangelio, y esas exigencias no hay que inventarlas, ni hay que reformarlas, ni siquiera adaptarlas a los gustos de cada quien, ahí están justamente en el llamado “Sermón del monte”, carta magna del seguidor de Jesús.

El cumplimiento de todo lo expuesto en el Sermón del monte es la roca firme donde el discípulo de Jesús tiene que edificar su vida como persona y como cristiano. Ya no hay argumentos para sostener que basta invocar el nombre de Jesús y asunto solucionado; ni siquiera es posible quedarnos con el mero concepto de que la fe en Jesús es suficiente. Si miramos bien, en los evangelios al menos tres veces los demonios y los espíritus inmundos manifiestan su fe en Jesús el Hijo de Dios: “...sabemos quien eres: el Santo de Dios” (Mc 1,24). El demonio también tiene fe! También cree en Jesús y en su poder, sin embargo las cosas no cambian, sigue siendo tan demonio como siempre. A ese paso ¿no tendríamos que ponernos la mano en el corazón y preguntarnos cuál es la diferencia de mi fe con la del demonio? ¿Qué cambia en mí y en la realidad que vivo por el hecho de ser creyente y con cierta regularidad “cumplir con mi religión? Aquí es donde Jesús llama la atención, ¡ojo, estás entre los que sólo se contentan con decir Señor, Señor; estás muy lejos del reino! Con razón pues, el evangelio y en particular ese “Sermón del Monte” son el proyecto máximo para el discípulo, para la iglesia, para todos los que conociendo a Jesús y su evangelio, sea de la confesión que sea, lo asuman y lo pongan en práctica; más fuerte no puede haber otra roca. Una casa construida allí no puede jamás perecer.

Este tiempo de adviento, es propicio para revisar los fundamentos de nuestra edificación. Conmemorar la primera venida de Jesús nos debe poner en esa tónica de examen y ajuste de todo aquello que está haciendo de nuestra vida y de la vida de nuestras comunidades una construcción sobre arena. De ese modo, comenzando a construir sobre roca, preparamos aquella segunda venida de Jesús anunciada por El mismo


2-21.

Reflexión

El Reino de los cielos se construye obedeciendo la palabra de Dios. ¿De qué nos sirve el que Jesús nos haya dejado su Palabra, si no la conocemos o si, aun conociéndola, no estamos interesado en obedecerla? Ciertamente no toda la palabra de Dios es fácil de vivir, sin embargo aun ésta es necesaria si verdaderamente queremos que el Reino de los cielos se haga una realidad en nuestras vidas. El tiempo de adviento, pues, nos invita no sólo a profundizar en la Palabra, sino a buscar la forma de que ésta se haga una realidad en nuestra vida. No nos permitamos el construir sobre la arena…. Esfuérzate hoy por poner en práctica algo de la palabra de Dios.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


2-22.

Hoy, la palabra evangélica nos invita a meditar con seriedad sobre la infinita distancia que hay entre el mero “escuchar-invocar” y el “hacer” cuando se trata del mensaje y de la persona de Jesús.

Es un hecho que muchos creen y no hacen.

La carta de Santiago Apóstol lo denuncia de una manera impresionante: «Sed, pues, ejecutores de la palabra y no os conforméis con oírla solamente, engañándoos a vosotros mismos» (1,22); «la fe, si no tiene obras, está verdaderamente muerta» (2,17); «Como el cuerpo sin alma está muerto, así también la fe sin obras está muerte» (2,26).

Es lo que rechaza, también inolvidablemente, san Mateo cuando afirma: «No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial» (7,21).

Es necesario, por tanto, escuchar y cumplir; es así como construimos sobre roca y no encima de la arena.


2-23. La verdadera sabiduría

Fuente: Catholic.net
Autor: P Juan Pablo Menéndez

Reflexión

Al inicio de su vida apostólica Jesús cosecha indudables éxitos. Su fama se extiende por toda Judea y las regiones limítrofes, a medida que las muchedumbres le siguen, que ven sus milagros y escuchan su predicación. No fueron pocos los aduladores que en estas ocasiones se sumaban a sus apóstoles y discípulos más fieles. Jesús, en cambio, profetiza los momentos de prueba y de persecución. Parece ver este futuro incierto para todos, con la claridad del presente. Sabe que seguirle comportará un grave riesgo personal y una opción radical. No habrá espacio para los oportunistas o para quienes buscan un favor de conveniencia. Aquellos que decían “Señor, Señor...” no podrán mantenerse en pie en los momentos de la prueba.

La coherencia entre la fe que se profesa y la vida no admite “medias tintas”. Al rezar la oración del Padrenuestro, decimos, quizás sin darnos mucha cuenta: “Hágase tu voluntad... así en la tierra, como en el cielo”. Quizás podríamos añadir hoy que es precisamente “su voluntad” y no la nuestra, lo que marca la diferencia entre un espíritu auténtico de seguimiento de Cristo y otro que no lo es. Esa es la voluntad que hace que nuestra vida se edifique sobre un sólido cimiento. Porque, ¿qué seguridad futura, qué tranquilidad de conciencia nos daría seguir “nuestra” voluntad, si no está unida a Dios? No son pocos los que sin pensarlo siguen como modo de vida sus impulsos, sus caprichos y su comodidad... Sin darse cuenta edifican su vida sobre arena, y por ello sufren tantas depresiones y hay tanto vacío, tanta desilusión incluso entre nuestros familiares y conocidos. Las dificultades y desgracias no tienen ya sentido ni esperanza.

Los cristianos podemos ayudar a encontrar el fundamento de la vida a tantos hombres y mujeres que hoy lo han perdido. Nuestra vida, nuestra fe, marca la diferencia cuando están unidas firmemente a la voluntad de Dios. Entonces se convierten en faro de luz, en roca indestructible para guiar a nuestros hermanos al amor y conocimiento de Dios.


2-24. 1ª Semana de Adviento. Jueves

No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos; sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los Cielos.

Por tanto, todo el que oye estas palabras mías y las pone en práctica, es como un hombre prudente que edificó su casa sobre roca: Cayó la lluvia, llegaron las riadas, soplaron los vientos e irrumpieron contra aquella casa, pero no se cayó porque estaba cimentada sobre roca.

Pero todo el que oye estas palabras mías y no las pone en práctica es como un hombre necio que edificó su casa sobre arena: Cayó la lluvia, llegaron las riadas, soplaron los vientos e irrumpieron contra aquella casa, y cayó y fue tremenda su ruina. (Mt 7, 21. 24-27)

I. Jesús, tu enseñanza de hoy es clara: la santidad no consiste en decir cosas o en oír palabras, sino en hacer; y, en concreto, en hacer la voluntad de Dios. El camino del Reino de los cielos es la obediencia a la voluntad de Dios, no el repetir su nombre [12]. He de poner en práctica lo que me has dicho en el Evangelio, y también lo que me vas comunicando en estos ratos de conversación contigo, y durante todo el día a través de mil circunstancias.

Jesús, ¿qué quieres que haga? Esta es la gran pregunta que he de ir contestando día a día. Ayúdame a no excusarme; no quiero cumplir a medias lo que veo que Tú me pides. Uno de los cauces por los que me muestras tu voluntad es la dirección espiritual: que me deje ayudar, que me muestre como soy y que sepa ser dócil a los consejos que me den para mejorar en mi vida espiritual.

En esta primera semana de Adviento -tiempo de preparación para tu nacimiento en Belén- recuerdo aquellas palabras tuyas: porque he bajado del Cielo no para hacer m¡ voluntad sino la voluntad de Aquel que me ha enviado [13]. Quiero imitarte, Jesús, quiero seguirte. Por eso debo olvidarme de mis caprichos y buscar qué esperas hoy de mi día para aprovecharlo bien, para vivirlo según tu voluntad.

II. No caigas en un círculo vicioso: tú piensas: cuando se arregle esto así o del otro modo seré muy generoso con mi Dios.

¿Acaso Jesús no estará esperando que seas generoso sin reservas para arreglar Él las cosas mejor de lo que te imaginas?

Propósito firme, lógica consecuencia: en cada instante de cada día trataré de cumplir con generosidad la Voluntad de Dios [14].

A veces me engaño tontamente: «ahora no puedo», «ahora no tengo tiempo», «cuando lo vea más claro, entonces me decidiré a hacer esto o lo otro». Jesús, ¿por qué no empiezo haciendo tu voluntad y entonces lo veré más claro? ¿Por qué no me fío un poco más de Ti cuando me pides algo?

Es como un círculo vicioso: no hago más por Ti porque no te quiero lo suficiente; pero si no hago nada primero, no va a crecer mi amor hacia Ti.

Porque ese amor no crece al decir: Señor, Señor, sino al hacer tu voluntad. No puedo, por tanto, excusarme pensando por ejemplo: no voy más a misa porque no lo siento. ¿No hará falta ir más a misa, precisamente para irme enamorando más de Ti, para «sentirte» más?

Jesús, quiero poner en práctica cada día con generosidad lo que veo que Tú quieres que haga: con ganas o con menos ganas. Así estaré seguro, como la casa edificada sobre roca: Cayó la lluvia, llegaron las riadas, soplaron los vientos e irrumpieron contra aquella casa, pero no se cayó. Cuando soy generoso contigo, Tú me das fortaleza para sufrir las contrariedades de la vida, los desalientos, los cansancios.

Porque la firme decisión de hacer tu voluntad es como una roca compacta, inamovible, sobre la que se puede apoyar el edificio de la santidad; en cambio, las buenas intenciones, las palabras, los sentimentalismos, los deseos maravillosos, son como la casa edificada sobre arena, que no tiene solidez y se derrumba ante la primera dificultad.

[12] San Hilario, en Catena Aurea, vol I, p. 449.
[13] Jn 6,38.
[14] San Josemaría Escrivá de Balaguer; Camino, 776.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo Adviento y Navidad, EUNSA


2-25. Fray Nelson Jueves 2 de Diciembre de 2004

Temas de las lecturas: El pueblo justo se mantiene fiel al Señor * El que cumple la voluntad de mi Padre entrará en el Reino de los cielos.

1. Una casa firme
1.1 Poco a poco vamos entrando en el espíritu del adviento. Creo que ya comprendemos la metodología que ha precedido la elección de las lecturas: una profecía, en algún texto del Antiguo Testamento, con preferencia, Isaías; y su cumplimiento, a menudo sobreabundante, en algún texto de los Evangelios. Hoy el tema es la firmeza: Dios anuncia firmeza, Cristo muestra el camino de una vida de sólidos cimientos.

1.2 La Biblia nos enseña consecuentemente que la firmeza está ligada a la confianza. Puesto que nadie lo puede todo por sí mismo, su firmeza depende en el fondo de quiénes son sus aliados y cuáles son sus alianzas. El mensaje es: "si haces alianza con el más fuerte, puedes confiar y mirar al futuro con paz, porque tu vida será firme". El Señor Dios recibe así un elogio singular: la "Roca perpetua".

1.3 En contraste con la ciudad que se edifica sobre esta Roca, está la ciudad encumbrada, la ciudad altiva. ¿En qué pensaba el profeta cuando hablaba así? Lo más probable es que, más que en un lugar en el mapa, el profeta estuviera describiendo simbólicamente el destino de la soberbia humana, que nada puede esperar sino su estruendosa caída.

2. La firmeza de la experiencia
2.1 Cristo nos habla también de firmeza, con la conocida imagen de las dos casas, una sobre roca y otra sobre arena. La casa sobre la roca corresponde a aquel que ha puesto en práctica la palabra: un hecho que cabe destacar, porque la solidez no proviene aquí de un sentimiento o de una valoración subjetiva sino de la experiencia que al parecer dan solamente las obras. Conoce la verdad de la palabra quien ha puesto a prueba la palabra.

2.2 ¿Qué amenaza a estas casas? Vientos y crecidas. Su rostro particular o su nombre propio será diferente en la vida de cada uno de nosotros, pero lo que debe quedarnos claro es que nuestra existencia como cristianos recibirá amenazas. No existe algo así como una "pacífica posesión" de la vida de la gracia. Ser de Dios y soportar torrentes y tempestades es una misma cosa en esta tierra.

3. Encontrar firmeza
3.1 Volvamos a Isaías. Hay júbilo en sus palabras. Ha encontrado firmeza. La ciudad es fuerte, está guarnecida por Dios. Es una experiencia grata que tiene su plenitud en aquel que no cambia, porque es Roca Perpetua. Volver a Dios que no cambia; volver a Dios y saber que él siempre está ahí, que su amor es indeclinable, que su misericordia no conoce ocaso. ¡Qué dulce este mensaje para el alma que peregrina!

3.2 Es lo que sentimos al celebrar la Eucaristía o al adorar el misterio de Jesús en el altar y en el sagrario. Cuando hemos tenido oportunidad de viajar miles de kilómetros y de pronto encontramos una iglesia católica, y tímidos nos acercamos al sagrario, ¡qué grato y qué reconfortante es saber que allí está el mismo Jesús que nos despidió cuando salíamos de viaje! Él nos despide y Él nos aguarda. Así será también, por su bondad, a la hora de nuestra muerte: él, en su viático nos despide, él en su gloria nos acoge.


2-26.

Comentario: Rev. D. Antoni M. Oriol i Tataret (Vic-Barcelona, España)

«Entrará en el Reino de los cielos el que haga la voluntad de mi Padre celestial»

Hoy, la palabra evangélica nos invita a meditar con seriedad sobre la infinita distancia que hay entre el mero “escuchar-invocar” y el “hacer” cuando se trata del mensaje y de la persona de Jesús. Y decimos “mero” porque no podemos olvidar que hay modos de escuchar y de invocar que no comportan el hacer. En efecto, todos los que —habiendo escuchado el anuncio evangélico— creen, no quedarán confundidos; y todos los que, habiendo creído, invocan el nombre del Señor, se salvarán: lo enseña san Pablo en la carta a los Romanos (ver 10,9-13). Se trata, en este caso, de los que creen con auténtica fe, aquella que «obra mediante la caridad», como escribe también el Apóstol.

Pero es un hecho que muchos creen y no hacen. La carta de Santiago Apóstol lo denuncia de una manera impresionante: «Sed, pues, ejecutores de la palabra y no os conforméis con oírla solamente, engañándoos a vosotros mismos» (1,22); «la fe, si no tiene obras, está verdaderamente muerta» (2,17); «Como el cuerpo sin alma está muerto, así también la fe sin obras está muerte» (2,26). Es lo que rechaza, también inolvidablemente, san Mateo cuando afirma: «No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial» (7,21).

Es necesario, por tanto, escuchar y cumplir; es así como construimos sobre roca y no encima de la arena. ¿Cómo cumplir? Preguntémonos: ¿Dios y el prójimo me llegan a la cabeza —soy creyente por convicción?; en cuanto al bolsillo, ¿comparto mis bienes con criterio de solidaridad?; en lo que se refiere a la cultura, ¿contribuyo a consolidar los valores humanos en mi país?; en el aumento del bien, ¿huyo del pecado de omisión?; en la conducta apostólica, ¿busco la salvación eterna de los que me rodean? En una palabra: ¿soy una persona sensata que, con hechos, edifico la casa de mi vida sobre la roca de Cristo?


2-27.

Reflexión:

Is. 26, 1-6. Nos encaminamos hacia la ciudad de sólidos cimientos en medio de pruebas, tentaciones y tensiones. Nos encontramos en medio de una sociedad en la que se dan continuas luchas por el poder. La paz muchas veces se deteriora cada vez más en torno nuestro. No podemos hablar con toda lealtad de que reine la justicia entre nosotros. La fidelidad se convierte en apariencia cuando no somos capaces de ser fieles a nuestros propios compromisos, y nos dejamos dominar por la corrupción, buscando nuestros propios intereses. Sin embargo el Señor ha formado a su Iglesia para convertirla en un signo de justicia, de fidelidad y de paz. Y esa Iglesia la vamos conformando cada uno de nosotros, que creemos en Cristo Jesús. Nosotros somos los responsables de hacer que brille, cada vez con mayor claridad, el rostro resplandeciente de Cristo, como único camino de salvación para la humanidad. Si nosotros no vivimos en paz, como hermanos; si no somos fieles a la fe que profesamos en Cristo, si no vivimos en la justicia, difícilmente podremos hacer creíble el Evangelio que anunciamos; difícilmente podremos dar a luz una nueva humanidad en Cristo Jesús.

Sal. 118 (117). Dios es bueno y misericordioso para con todos los que confían en Él. Sabemos que somos frágiles, y que muchas veces podemos ser vencidos por el mal, por el pecado, por nuestra concupiscencia; pues nuestra naturaleza, dañada por el pecado, muchas veces se inclina más al mal que al bien. Por eso la realización del bien en nosotros no depende únicamente de nuestras débiles fuerzas, y de nuestras decisiones personales; es necesaria la gracia de Dios. Sólo así podremos entrar algún día en el Templo Santo de Dios para permanecer con Él eternamente. Confiar en el Señor, confiarle plenamente nuestra vida; unirnos a Cristo Jesús para llegar a ser en Él hijos de Dios, es la única puerta que se nos abre para entrar a unirnos con Dios. Acudamos al Señor, siempre dispuesto a escucharnos y a perdonarnos, pues Él quiere salvarnos, pues ha venido no a condenarnos, sino a llevarnos sanos y salvos a su Reino celestial.

Mt. 7, 21. 24-27. Entrar en el Reino de Dios; esa es la meta final de toda persona de fe en Cristo Jesús. Nuestra vida se va realizando, se va construyendo en torno a esta esperanza cierta de llegar a nuestra plenitud en Cristo Jesús. No nos engañemos. No basta con llamar ¡Señor, Señor! a Jesús. No basta con acudir fervorosos a los diversos actos litúrgicos. Mientras no nos convirtamos en verdaderos discípulos, que buscan al Señor para descubrir su voluntad en su Palabra y en su ejemplo, para después vivir conforme a las enseñanzas y obras de Cristo, no podemos decir que hayamos tomado en serio el camino de nuestra fe. Y nuestra fe en Cristo nos debe hacer personas que realmente lo amen con toda lealtad, de tal forma que, a pesar de las grandes tentaciones, no demos marcha atrás en nuestro seguimiento del Señor, cargando nuestra propia cruz. Por eso no sólo escuchemos la Palabra de Dios, sino que pongámosla también en práctica para llegar a ser algún día dignos de la Bienaventuranza eterna.

El Señor nos reúne en junto a Sí en esta celebración litúrgica. No sólo hemos venido a darle culto. Estamos en torno suyo como discípulos, dispuestos a escuchar su Palabra y a ponerla en práctica, fortalecidos con su Espíritu Santo y con su Gracia. El Señor nos ha dado ejemplo de un amor convertido en servicio para salvar todo lo que se había perdido. Nuestro Dios y Padre quiere que construyamos nuestra vida sobre la Roca sólida, que es su propio Hijo. Unidos a Él hemos de vivir siendo justos, fieles y con un ánimo firme para conservar la paz. Por eso la Iglesia está llamada a ser signo de unidad, de reconciliación y de salvación para el mundo entero. Pero no podremos cumplir con esta misión que el Señor nos ha confiado si antes no hemos permanecido en su presencia como discípulos fieles, para después convertirnos en fieles siervos suyos, dando testimonio de lo que aquí hemos vivido, escuchado y contemplado.

Si realmente nos hemos presentado ante el Señor con espíritu de fe auténtica en Él, no podemos conformarnos con escuchar su Palabra. Si nuestro corazón está abierto a esa Palabra de Dios, si hemos venido ante Él para que nos ayude a descubrir su voluntad, es porque queremos darle un nuevo rumbo a nuestra vida y a nuestra historia. Los que nos gloriamos de tener a Dios por Padre; los que proclamamos el Evangelio de la Verdad y de la Salvación, no podemos quedarnos en una fe expresada sólo con los labios. La vida que Dios nos ofrece no puede quedarse sólo en nuestros oídos; es necesario que anide en nuestros corazones de tal forma que seamos los primeros en vivir el Evangelio, para después poderlo proclamar tanto con las palabras, como con el testimonio de una vida intachable, a la par que con la realización de obras que contribuyan al bien y a la salvación de todos. No vivamos como discípulos descuidados y olvidadizos. Si nos llamamos hijos de Dios, seámoslo en verdad caminando tras las huellas de nuestro Señor Jesucristo.

Que el Señor nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber, como ella, escuchar su Palabra y ponerla en práctica. Amén.

Homiliacatolica.com


2-28. Cristo viene a cumplir la voluntad del Padre

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez

Conforme se acerca el 24 de Diciembre, las situaciones exteriores van haciéndose recargadas, con más bienes y preocupaciones de tipo material. En contraste con esta riqueza superficial que vemos a nuestro alrededor, la Iglesia, en el Adviento, nos insiste en que la pobreza espiritual es el verdadero camino de acercamiento al Señor. Y la Iglesia lo hace para que no olvidemos que quien construye la Navidad en nuestro corazón no es sólo el esfuerzo, sino la espera de Dios, la actitud que tenemos de cara a Él.

La Escritura nos habla de dos ciudades: Una es la ciudad fuerte, a la que ha puesto el Señor murallas y baluartes para salvarla. Y la otra, la ciudad excelsa, a la que Dios humilló. Tendríamos que preguntarnos si cada uno de nosotros es como la primera ciudad: la que Dios construye, a la que el Señor para salvarla le pone murallas y baluartes. Porque una de dos: o permitimos que Dios nuestro Señor construya esta ciudad en nuestro corazón o, tristemente, vamos a acabar como la ciudad que no estaba construida sobre Dios: la ciudad excelsa, a la que Dios humilló, a la que arrojó hasta el polvo.

Este tema de las dos ciudades: la ciudad que Dios construye —en la cual vive el pueblo justo que se mantiene fiel, el de ánimo firme para conservar la paz porque en Él confía—, y la ciudad soberbia —que se cree excelsa porque está en la altura, porque está protegida—, en el fondo representa dos almas o dos modos de enfrentarse con la vida. La primera, representa a quien se pone del lado de Dios; y la segunda, a quien se pone del lado de las prerrogativas, de los comportamientos humanos.

Adviento es un tiempo en el que, una y otra vez, todo esto tiene que ir resonando en nuestro espíritu. La preparación de la Navidad debe ser un momento en el que vamos quitando de nuestra alma y dejando de lado todo aquello que son simples confianzas y seguridades humanas, para así poder alcanzar las grandes certezas de tipo sobrenatural.

El Evangelio nos repite esta misma idea desde otro punto de vista. Dice el Evangelio: “Jesús dijo a sus discípulos: No todo el que dice: ‘¡Señor, Señor!’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos”. Cuántas veces nos puede suceder lo que les pasaba a los judíos, que pensaban que con repetir una oración varias veces al día tenían la salvación asegurada. Sin embargo, Jesucristo les dice a los judíos que la salvación no se obtiene con nuestras seguridades o con nuestras certezas, sino que para salvarnos es necesario ponernos en manos de Dios y hacer lo que el Señor nos va pidiendo.

¿Por qué en nuestras vidas hay situaciones que nos mueven de una forma tan violenta? ¿Por qué hay momentos en los que sentimos que todo se tambalea, que todo se cae, que todo se viene abajo? En el fondo, es porque no somos la ciudad que confía en Dios, sino que con frecuencia somos la ciudad que está en la altura, y que tarde o temprano, acaba siendo humillada y pisada por los pies de los pobres, de los humildes. No hay otro camino, o vamos por el camino de Dios Nuestro Señor en un esfuerzo constante de cercanía, de apoyo, de total confianza en Él, o tarde o temprano todos nuestros «castillitos» acaban cayéndose uno detrás de otro.

¿En qué podemos fincarnos, enraizarnos? Para nosotros, la voluntad de Dios está manifestada en Cristo: “la casa sobre la roca”, sobre la cual van a venir lluvias, vientos y sin embargo no se va a mover. ¿Cómo podemos lograr que nuestra vida sea la casa sobre la roca? Todo el día está lleno de esos momentos: la oración, la vida sacramental, las situaciones en las que podemos dar testimonio cristiano, pero sobre todo, están los momentos en los que podemos llegar a serenar nuestra alma en Nuestro Señor.

Yo les invito a que en este Adviento reflexionemos seriamente que, para no trabajar en vano, es necesario tener puesta nuestra alma en Dios; es necesario edificar la casa sobre la Roca, ser la ciudad que confía y se afianza en el Señor.

Isaías: 26, 1-6
San Mateo: 7, 21-14,27


2-29. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

La puerta de entrada en el reino de Dios que Jesús anuncia tiene una llave: cumplir la voluntad del Padre que está en los cielos. Podemos decir, prometer, expresar... Pero sólo hay una llave para entrar: cumplir.
Nuestra condición humana nos lleva muchas veces a vivir de apariencias, a saber quedar bien. Podemos llegar incluso a profetizar, expulsar demonios y hacer muchos milagros...

“ Pero yo les responderé: -No os conozco”.

No podemos vivir de apariencias. Ser cristianos de verdad nos lleva más lejos de lo que a veces querríamos. Por eso la vida del cristiano supone tanta generosidad, tanta fidelidad.

Os invito a leer este texto que nos anima a poner nuestra vida al servicio del Reino.

“Sólo Dios puede dar la esperanza...Pero tú puedes devolverla a tus hermanos.

Sólo Dios puede dar la paz...Pero tú puedes animar al desanimado.

Sólo Dios puede dar la fe ...Pero tu puedes dar testimonio.

Sólo Dios es la luz...Pero tú puedes hacer que brille a los ojos de todos.

Sólo Dios es la vida...Pero tú puedes hacer que florezca el deseo de vivir.

Sólo Dios puede hacer lo que parece imposible. Pero tú puedes hacer lo posible.

Sólo Dios se basta a sí mismo...Pero prefiere contar contigo”.

La otra parte del texto evangélico de hoy habla de construir sobre roca; una roca que resiste a la lluvia, los torrentes, los huracanes... Y esa roca es la palabra de Jesús que no engaña, que no falla, que da vida.

Vuestro hermano en la fe

Carlos Latorre
carlos.latorre@claretianos.ch


30.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

«Tú, Señor, estás cerca y todos tus mandatos son estables. Hace tiempo comprendí tus preceptos, porque Tú existes desde siempre» (Sal 118,151-152). En la oración colecta (Gelasiano), pedimos al Señor que despierte nuestros corazones y que los mueva a preparar los caminos de su Hijo; que su amor y su perdón apresuren la salvación que retardan nuestros pecados. Ansiamos la venida del Señor, pero nos vemos faltos de fuerza y de mérito. Solo en el Señor tenemos puesta nuestra confianza. Comunión: Para ello llevemos ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios (Tit 2,12-13).

Isaías 26,1-6: «Que entre el pueblo justo, el que es fiel». El pueblo canta la victoria de Yahvé, que ha hecho inexpugnable a su ciudad, a la Iglesia. En ella habita el pueblo justo, pacífico y fiel. Su fuerza y su poder es el mismo Dios, la Roca fuerte. Pero no podemos olvidar que la condición humana se ha hecho por el pecado inestable y precaria, y que el enemigo no deja de oprimirnos con sus insidias.

Mientras estamos, pues, en este mundo la lucha ha de ser constante. Por todas partes nos atacan para derribarnos: la tentación del bienestar, la manipulación de las opiniones mediante los medios de comunicación social, las ideologías masificadoras, el consumismo, el progreso técnico, en sí positivo y liberador… Todo esto llega a engendrar inseguridad, a hacer difícil experimentar un centro que unifique nuestra vida.

La respuesta bíblica es categórica. Solo Dios puede construir la ciudad, solo él puede ser el alcázar seguro, la Roca inexpugnable que vence todo lo que puede intentar destruirnos. Hemos de tener una fe viva, que ve y siente a Dios en todas las cosas y acontecimientos, que está plenamente convencida de su presencia, de su acción, de su santa voluntad, de su providencia, de su imperio, de su gobierno en el mundo. Hemos de abandonarnos totalmente en las manos de Dios, en la providencia divina. Hemos de tener un amor intenso, constante, dispuesto a todos los sacrificios, humillaciones, dolores y renunciamientos. Querer lo que Dios quiere y permite. Todo es para nuestro bien.

Salmo 117: El Señor es ayuda de los débiles, quienes, fortalecidos con la ayuda de Dios, poseerán la ciudad fuerte de que trata la lectura anterior. Como el Rey vencedor, que leemos en este salmo, demos gracias al Señor por su protección constante, y confesemos que solo en él encontramos la salvación. Solo es bendito y llega a feliz término el que no confía en sus propias fuerzas, sino en el nombre del Señor, pues «mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres, mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los jefes… Señor, danos la salvación, Señor, danos prosperidad. El Señor es Dios: Él nos ilumina». Así lo esperamos en vísperas de la solemnidad del Nacimiento del Señor.

Mateo 7,21.24-27: El verdadero discípulo cumple la voluntad de Dios. El discípulo fiel del Señor escucha la palabra y la pone en práctica. Cristo nos guía para que realicemos la voluntad del Padre. No nos basta con decir: Señor, Señor, si no cumplimos la voluntad de Dios. Comenta San Agustín:

«Hermanos míos: Venís con entusiasmo a escuchar la palabra: no os engañéis a vosotros mismos, fallando a la hora de cumplir lo que escuchasteis. Pensad que si es hermoso escucharla, ¡cuánto más lo será llevarla a la práctica! Si no la escuchas, si no pones interés en escucharla, nada edificas. Pero, si la escuchas y no la llevas a la práctica, edificas una ruina […] Quien la escucha y no la pone en práctica, edifica sobre arena; y edifica sobre la roca quien la escucha y la pone en práctica. Y quien ni siquiera la escucha, no edifica ni sobre la roca ni sobre la arena […] Si no edificas te quedarás sin techo donde cobijarte… Por tanto, si malo es para ti edificar sobre arena, malo es también no edificar nada; solo queda como bueno edificar sobre la roca» (Sermón 79, 8-9, en Cartago, antes del 409).

El Dios-Fortaleza, llega a ser Dios-Roca, fundamento sobre el que nos toca a nosotros construir. La vida contemplativa y la vida activa son necesarias para todos y cada uno. Sin el fundamento –vida interior, alimentada por la Palabra de Dios– no se puede construir, lo mismo que una vida de piedad, sin la práctica efectiva de las virtudes, es estéril. Sin Dios, sin Cristo, nada podemos hacer. Cristo viene a enseñarnos a construir el edificio de nuestra santidad. Escuchémoslo en las celebraciones litúrgicas.