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EL AÑO LITÚRGICO |
II Si tras la noche oscura
¿Qué habrá detrás de esta vida?, así teme, de su propio natural, el corazón. La muerte semeja a una cortina oscura. ¿Qué hay detrás de la cortina? Pero he aquí que se adelanta la fe, y la fe proclama: Si tras la noche oscura, tu rostro luz irradia, oh Cristo, ya no hay noche ni muerte ni desgracia. Tras la muerte hay una presencia vencedora; es Cristo. A la hora de acostarnos, en la oscuridad pueden venir los connaturales pensamientos del fin. Cantemos la fe. Venciste las tinieblas, decimos a Cristo. «Las tinieblas no la vencieron« (a la Palabra encarnada, Jn 1,5). Confesamos a Jesús como a Vencedor, como a aquel que permanece para siempre. Él, lámpara del alba, y Verbo sin ocaso (el Verbo que procedía desde la eternidad) es amor que no se apaga.
Al contemplarle en este final de una jornada —síntesis de
todo un final
de vida— el alma se solaza, y gusta ya lo eterno mirando
tu mirada. Queden grabados en nuestros ojos esos ojos de Jesús que se
muestran dulces, penetrantes y eternos. Si tras
la noche oscura
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