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EL AÑO LITÚRGICO |
I Oh Dueño de la noche
Al llegar la noche, el hombre e encuentra solo ante lo inmenso; solo, sí, mas no desprotegido. Podemos elevar los ojos al Padre e invocarlo como a Dueño de la noche. El himno, todo él, es una plegaria abandonada, confiada, al Padre: Oh Dueño de la noche…, aquieta nuestro sueño…, aleja todo miedo…, extiéndenos tu velo… El hombre, al verse solo, teme; no tiene luz que sea suya; se ve desnudo, y esa desnudez es su verdad. Mas no temamos a la hora de descansar, cuando al final del día, por un designio ordenado del Padre de los tiempos, en el silencio, el cuerpo cede a su propio peso. El pensamiento puede sumergirse en la paz y en la contemplación del Padre. El que es el eterno tú de nuestro diálogo, que colma toda apetencia: eterno Tú que sacias amores y deseos. La inmensidad se ilumina por la Gloria. A esa Gloria va abocada nuestra vida y el mundo entero…, oh Dios, oh Padre bueno.
Oh Dueño de la noche,
Oh Dueño de la noche,
Oh Dueño de la noche,
RUFINO MARÍA GRÁNDEZ (letra) – FIDEL AIZPURÚA (música), capuchinos, Himnario de las Horas. Editorial Regina, Barcelona 1990. pp. 1
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