P. Rufino Mª Grández, ofmcap.

FLOS SANCTORUM


 


9 de diciembre

San Juan Diego (2)


Aquí se narra bella y dulcemente


OFICIO DE LECTURA

Aquí se narra... Los hijos de México saben que Aquí se narra... son las dos primeras palabras, el título, del Nican Mopohua - que esto significa -, el relato conmovedor, escrito en lengua indígena, náhualt, para contar como empezó a arraigar la fe cristiana en la Nueva España. Este himno, que es himno de Juan Diego, y no puede menos de ser himno de la Madre, está compuesto con el Nican Mopohua. Queremos evocar aquella historia, que por su ingenuidad, por su encanto, marca el comienzo del Evangelio en México.

El milagro de la pronta evangelización de esta tierra no hay que buscarlo en los denodados esfuerzos de los misioneros, héroes de una epopeya... Es más sencillo; el secreto está en una Protagonista, en María, Virgen mestiza, que quiso tomar como embajador a un hombrecillo, un indio, que escuchó una voz que le llegó al corazón: Juanito, Juan Dieguito...

Tenía entonces (1531) 57 años, pero era un niño del Evangelio, que cautivó a la eternamente Virgen, Santa María, Madre de Dios, en el cerrito del Tepeyac, donde el indígena aquella madrugada del sábado oyó cantar, como si pájaros preciosos cantaran. En gran manera es gustoso, suave y agradable su canto, que supera por completo al coyoltótolt y al tzinitzcan, y a otros preciosos pájaros canoros...

La verdad del Nican Mopohua va mucho más allá de los análisis, porque es sencillamente la verdad humilde y candorosa del Evangelio.

Es lo que queremos evocar en este himno en la conmemoración de San Juan Diego.


Aquí se narra bella y dulcemente
la historia verdadera de Juan Diego;
(oíd, atentos, pájaros canoros,
miradla, hermosas flores de aquel cerro!

¡Qué noble y luminosa la Señora,
qué humilde y qué cortés su amante siervo!
En Ella vive Aquel por quien se vive,
y el indio es su hijo muy ingenuo.

¿No estoy yo aquí, que soy tu madre?, dice,
mostrando de su manto el suave hueco.
¿No es tuyo este cobijo de mis brazos?
No temas, pues, mi hijo el más pequeño.

Tomó Juan Diego flores de Castilla
y de ellas, milagrosas, hizo obsequio.
Tomó la Madre aquella ofrenda buena
y al hijo, envueltas, puso junto al pecho.

Aquel amanecer, de amor ungido,
en Tepeyac surgía nuestro pueblo;
la Madre del Señor nos visitaba,
y allí nosotros fuimos con Juan Diego.

¡Oh santa Trinidad, oh Dios de amor,
que moras en los cielos de los cielos,
a ti sea la gloria, pues nos muestras,
tu corazón en signos verdaderos! Amén.


Cuautitlán Izcalli, noviembre de 2002.