2 de noviembre
Conmemoración de los
Fieles Difuntos - 1
Llegará la muerte
hermana
Himno Oración
en la Conmemoración de los Fieles Difuntos
Benedicto XVI ha escrito en su encíclica sobre La esperanza cristiana (Spe
salvi), hablando sobre cómo podemos concebir el Purgatorio, comentando el
texto de 1Co 3,12-16:
“Algunos teólogos recientes piensan que el fuego que arde, y que a la vez
salva, es Cristo mismo, el Juez y Salvador. El encuentro con Él es el acto
decisivo del Juicio. Ante su mirada, toda falsedad se deshace. Es el
encuentro con Él lo que, quemándonos, nos transforma y nos libera para
llegar a ser verdaderamente nosotros mismos. En ese momento, todo lo que
se ha construido durante la vida puede manifestarse como paja seca, vacua
fanfarronería, y derrumbarse. Pero en el dolor de este encuentro, en el
cual lo impuro y malsano de nuestro ser se nos presenta con toda claridad,
está la salvación. Su mirada, el toque de su corazón, nos cura a través de
una transformación, ciertamente dolorosa, « como a través del fuego ».
Pero es un dolor bienaventurado, en el cual el poder santo de su amor nos
penetra como una llama, permitiéndonos ser por fin totalmente nosotros
mismos y, con ello, totalmente de Dios.
Así se entiende también
con toda claridad la compenetración entre justicia y gracia: nuestro modo
de vivir no es irrelevante, pero nuestra inmundicia no nos ensucia
eternamente, al menos si permanecemos orientados hacia Cristo, hacia la
verdad y el amor. A fin de cuentas, esta suciedad ha sido ya quemada en la
Pasión de Cristo. En el momento del Juicio experimentamos y acogemos este
predominio de su amor sobre todo el mal en el mundo y en nosotros. El
dolor del amor se convierte en nuestra salvación y nuestra alegría. Está
claro que no podemos calcular con las medidas cronométricas de este mundo
la « duración » de este arder que transforma.
El « momento » transformador de este encuentro está fuera del alcance del
cronometraje terrenal. Es tiempo del corazón, tiempo del « paso » a la
comunión con Dios en el Cuerpo de Cristo. El Juicio de Dios es esperanza,
tanto porque es justicia, como porque es gracia. Si fuera solamente gracia
que convierte en irrelevante todo lo que es terrenal, Dios seguiría
debiéndonos aún la respuesta a la pregunta sobre la justicia, una pregunta
decisiva para nosotros ante la historia y ante Dios mismo. Si fuera pura
justicia, podría ser al final sólo un motivo de temor para todos nosotros.
La encarnación de Dios en Cristo ha unido uno con otra –juicio y gracia–
de tal modo que la justicia se establece con firmeza: todos nosotros
esperamos nuestra salvación « con temor y temblor » (Fil 2,12). No
obstante, la gracia nos permite a todos esperar y encaminarnos llenos de
confianza al encuentro con el Juez, que conocemos como nuestro « abogado
», parakletos (cf. 1 Jn 2,1)” (n. 47).
1. Llegará la muerte
hermana,
en el día que Dios sabe,
y será para mi alma
el acto de amor más grande:
el abandono filial
en los brazos de mi Padre.
2. Y Jesús será mi fuego
en aquel precioso trance:
quemará toda inmundicia,
descargará todo lastre;
él será mi Purgatorio
cuando aquí mi luz acabe.
3. Será justicia amorosa,
santidad que me consagre,
será pureza de Dios
para empezar a alabarle;
y entonces seré yo mismo
sin que nadie me arrebate.
4. No habrá tiempo, no habrá espacio,
que los límites nos marquen;
Dios nos llama a la unidad
de su vida desbordante;
sí será la comunión
que con la Iglesia me enlace.
5. Ya mis hermanos pasaron
las fatigas de este valle;
por ellos intercedemos
cuando coronan su viaje;
y a ellos nos acogemos
pidiendo nos acompañen.
6. ¡Jesús, hermano y Señor,
que la muerte traspasaste,
tú conoces el camino
y el Padre te dio las llaves:
acógenos con piedad
cuando a la Casa nos llamen! Amén.
30 octubre 2009.
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