P. Rufino Mª Grández, ofmcap.

FLOS SANCTORUM


 


10 de febrero

Santa Escolástica
(480-553)


Gemela en cuerpo y alma de Benito


Cristina de Arteaga (1902-1984), de patria vasca (Zarauz) y de alta nobleza española, mujer de letras e historiadora, especialista en Juan de Palafox, antepasado de su Infantado, se acogió de joven a la Regla Benedictina. Luego fue reformadora de la Orden Jerónima en el Monasterio de Santa Paula, Sevilla, abadesa de 1974 hasta su muerte. Se ha promovido su causa de beatificación. De su semblanza de Santa Escolástica tomamos unos retazos para tejer este himno evocando a Santa Escolástica.

“Se dice que sus padres fueron Eutropio y Abundancia y es seguro que pertenecían a la aristocracia de aquel país montaraz, de costumbres austeras, símbolo de la fortaleza romana, que aun bajo el paganismo había dado varones como Vespasiano, el emperador, y Sertorio, el héroe de la libertad. Si por el fruto se conoce el árbol, grande debió ser el temple puro y el cristianismo de los padres que dieron el ser y la educación a tales hijos. Del varoncito, Benedictus, dijo el gran San Gregorio, su biógrafo, que fue "bendito por la gracia y por el nombre"; de su hermana sabemos, por la misma fuente, que fue dedicada al Señor desde su infancia.

¿Quién influyó en quién? Benito, descendiente de los antiguos sabinos que tuvieron en jaque a los romanos, maduró su carácter cuando todavía era niño. Sin duda, dominó a su hermana, que miraría con admiración al joven, prematuramente grave, llamado a ser padre y director de almas. La ternura, la delicadeza que revela la regla benedictina, la atribuyen, sin embargo, sus comentaristas a la dulce y temprana influencia de su hermanita y condiscípula, Escolástica, en el alma del futuro patriarca.

Benito, tras sus estudios en Roma, comenzó de ermitaño por las asperezas del Subiaco, y terminó en Monte Casino en la vida cenobítica”.

“…Los años pasaron. Moriría Abundancia. Escolástica, en su orfandad, se uniría a otras vírgenes compartiendo su vida de oración, de recogimiento y de trabajo. No olvidaba al desaparecido [su hermano Benito], ni desfallecía, más tenaz que el tiempo, su esperanza. Nada supo de sus tres años de soledad y penitencia extrema, vestido de la túnica que le impuso el monje Román, en la gruta asperísima de Subiaco, en lucha consigo mismo y con ese tentador que persigue los anacoretas”

Los años de Subiaco fueron ricos, fecundos, y con persecuciones. Allí le confiaron a quienes había de ser los más esclarecidos discípulos; Mauro y Plácido. Luego “....se dirigió a lo largo de los Abruzos hacia el mediodía, llegó a la fértil Campania y encontró su pedestal soñado, siguiendo la vía latina de Roma a Nápoles. Era el monte Casino, magnífica altura, vestida de bosques y aislada, como palco presidencial, en el gran anfiteatro que forman las cadenas desprendidas de los Apeninos.
Allí, con más de cuarenta y cinco años, el varón de Dios, en la plenitud de su doctrina espiritual, escribió la ley de la vida monástica, ese código inmortal de su santa Regla. A poca distancia del gran cenobio, que iba surgiendo como una ciudad fortificada, tuvo la dicha de recobrar en Dios lo que por Él había dejado. Escolástica, madre de vírgenes, volvió a ser la discípula de sus años maduros”.
La escena deliciosa y virginal del encuentro anual, el último, de Benito y Escolástica, la recoge la lectura de hoy, tomada de la Vida de San Benito, escrita por el benedictino San Gregorio Magno.

A los tres días, como una paloma blanca (así la vio Benito) santa Escolástica, “madre de vírgenes”, volaba al Paraíso.


Gemela en cuerpo y alma de Benito
tiene Escolástica la aristocracia;
en Nursia montaraz y tierra frígida
de padres ha heredado la templanza.

Temprana virgen, velo de doncella,
como una flor es tierna, dulce y casta;
y de ese toque suave de mujer
la Santa Regla queda contagiada.

Buscó Benito cueva de ermitaño
tornando ya de Roma coronada;
Subiaco fue el asilo y penitencia,
y, sin saberlo, hermanos le esperaban

Nació en Montecasino el Monasterio,
fraternidad de paz en alabanza;
la intercesión, orando noche y día,
por la ciudad y el campo de batalla.

Y allí madre de vírgenes unidas
la virgen Escolástica moraba:
y al año, para el beso y el coloquio
los dos hermanos juntos se encontraban.

¡Oh santo Monasterio, Iglesia y signo,
presagio de la patria suspirada,
de ti la gloria suba a Jesucristo,
la sola paz, la Pascua ya alcanzada! Amén.


Puebla, 10 febrero 2009.