III. Himnos
pascuales enviados como felicitaciones
Jesús, ardiente
Cirio
En la noche pascual la Iglesia canta su éxtasis ante el Cirio, "columna de
fuego ardiendo en llama viva para gloria de Dios".
El Cirio es Jesús. La cera virgen, obra del Espíritu en el seno de la
Virgen María; el pábilo abrasado, Dios luminoso de Dios luminoso, nos
ponen ante el Señor Resucitado. ¿Quién es él? No cabe una respuesta en el
mundo entero, porque felizmente nuestro Redentor es más grande que todo lo
creado.
Es justo, pues,
cantar en el exceso del corazón; es saludable alabar con palabras
desbordadas, cuyo sentido queda quemado en la llama sangrante y áurea que
nos introduce en la eternidad.
Es bueno cantar y unir en nuestra evocación lo pasado la Cruz que fue y lo
para siempre eternizado: su divino cuerpo, su augusta, su santísima
realidad, lecho de nuestras esperanzas.
¡A ti!, ¡Jesús, cantamos! ¡A ti, Señor nuestro; a ti, Dios nuestro! El
Cirio sigue ardiendo durante toda la cincuentena pascual; durante esos
días podemos cantar: ¡Jesús, ardiente Cirio!
Jesús, ardiente
Cirio,
Amor enarbolado,
¡oh cera del Espíritu,
oh pábilo abrasado!
Secreto refulgente,
dolor resucitado,
¡oh libro de Dios trino,
en carne descifrado!
León caído invicto,
Cordero degollado,
¡oh arcilla de los hombres,
oh Dios iluminado!
Lucero vespertino
que duerme en el collado,
al filo de lo eterno,
¡despierta, Bienamado!
¡Oh llama de los ojos,
oh nido deseado,
oh cauce de los ríos,
oh paz del Dios hallado!
¡La gloria a ti revierta
del Padre que ha engendrado,
y a ti la Iglesia cante,
a ti, santificado! Amén.
RUFINO MARÍA
GRÁNDEZ (letra) – FIDEL AIZPURÚA (música), capuchinos, Himnario de las
Horas. Editorial Regina, Barcelona 1990