VI.
Himnos para Pasión y Semana
Santa
Común de Pasión
Jesús glorioso
(Contemplación del Crucifijo de
San Damián)
Francisco de Asís se ha encontrado con Cristo crucificado y glorioso en
San Damián (Tomás de Celano, Vita II, VI,10). Toda su vida estuvo
traspasada por el misterio de la Cruz y de la bienaventurada Pasión del
Señor. “Toda su vida se cifra en seguir las huellas de la cruz, en gustar
la dulzura de la cruz, en predicar la gloria de la cruz” (San
Buenaventura, Legenda mayor, Milagros 10,8). Al final, el mismo Francisco
se convirtió en un crucificado.
El Cristo de San Damián traduce la
beata passio de Jesús, nuestro hermano e Hijo de Dios, pasión
humana y gloriosa: el cuerpo blanco, el rostro sereno mirando hacia el
Padre y al mundo, la resurrección ascensional en el misterio mismo de la
cruz. Abajo, la mancha oscura, que algunos quieren interpretar como signo
de la tiniebla y del abismo, adonde Cristo desciende para llevar consigo a
los santos. A la derecha del Señor están María y Juan, como lo indica la
inscripción. A la izquierda, María la Magdalena y María la de Santiago,
como de nuevo lo indica la inscripción. Juan a ellas, el centurión, sin
corona, pero testigo que da testimonio de la divinidad (su rostro, su
diestra abierta extendiendo tres dedos). Se diría que también él es
evangelista que anuncia (libro de la izquierda). Tras él una cabeza
pequeña, acaso su hijo o siervo, acaso una multitud. También confiesa a
Cristo Longinos, el soldado de la lanza, y Estépaton, el soldado de la
esponja.
Los ángeles glorifican a Cristo.
Acaso están indicando el sepulcro vacío (la masa oscura del cuerpo), y lo
mismo, en las extremidades, las mujeres (o los ángeles) indican la gloria
del resucitado.
Jesús glorioso
en cruz clavado,
con grandes ojos
y abiertos brazos
miras al Padre
y al mundo amado,
Jesús eterno,
crucificado.
Jesús radiante,
tu cuerpo blanco
baja al abismo,
lleva a los santos;
y al cielo subes,
resucitado,
tuyos los ángeles
sirven su canto.
La Virgen santa
y el bienamado
a tu derecha
se han cobijado;
el agua y sangre
de tu costado
riegan el cuerpo
sacramentado.
La Magdalena,
la de Santiago,
el centurión
y el siervo sano
son los testigos
del gran milagro:
el universo
santificado.
Desde el madero
con rostro blando
como a Francisco
sigues hablando:
"Mira mi cuerpo
vivo y llagado,
mira mi Iglesia
que está sangrando".
¡Jesús viviente,
Dios humanado,
con mis estigmas
muerto y alzado,
tú de la Iglesia
el deseado,
seas por siempre
glorificado! Amén.
Noticia: Este himno fue publicado en: RUFINO MARÍA GRÁNDEZ (letra) – FIDEL
AIZPURÚA (música), Himnos para el Señor. Editorial Regina, Barcelona 1983,
pp. 96-100. – El himno está inspirado en la interpretación del Crucifijo
de San Damián, tomada de DOMINIQUE CAGNAN, OFMCap, Le Christ de Saint
Damien, son sens spirituel, en Analecta OFMCap 97, 1981, 389 394.
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